Diana ha llegado a su destino. La playa refleja el sol desde el agua y la arena haciendo que duela un poco la vista y volviendo imprescindibles las gafas de sol. Le viene bien el tema de los cristales ahumados, de esa manera puede observar sin ser observada, al menos de forma no tan evidente. Un rápido barrido con la mirada da como resultado una pareja joven junto a unas rocas, dos hombres solos y una pareja de chicos, desperdigados por la arena, dejando espacio entre todos. Planta su toalla en un punto equidistante, manteniendo también la distancia con los demás, pero más cerca de la parejita. Se siente algo más segura estando cerca de otra mujer.
Diana está a la vez excitada y preocupada. No sabe muy bien qué es lo que puede pasar, pero precisamente eso es lo que le da morbo. Ha empezado el día acordándose de su fantasía incumplida de follar en la playa y eso le ha hecho recordar toda su historia con Hugo, todos los momentos apasionantes pasados con su amante. Ha vuelto a sus dieciocho años, a la edad de las locuras en la que lo importante no era si hacías bien o mal, sino lo que sentías. Y ella se sentía muy viva, tan viva como no se ha vuelto a sentir hasta esta tarde.
De momento se queda en topless mostrando sus pechos que son con diferencia lo que más llama la atención de su anatomía. Se siente segura de sus tetas que son un motivo de orgullo. Grandes pero erguidas, con hermosas aureolas en las que destaca un pezón que se estira cuando se siente excitada, como es el caso. Su barriguita prominente, sus caderas y muslos con alguna incipiente cartuchera ya no le gustan tanto, pero es lo que hay. Ha pospuesto muchas veces el hacer dieta y el sacar tiempo para el gimnasio. Quizás deba replanteárselo, pero es que si tuviera un aliciente, como por ejemplo un amante fijo, está segura de que conseguiría fijarse esas obligaciones.
Va analizando con disimulo al resto de la parroquia.
La parejita (que es la que tiene más cerca) parece que solo va a lo suyo. Ambos están desnudos y son jóvenes (no más de treinta años). Bastante normales tanto en su aspecto físico como en su comportamiento. Ninguna actitud provocadora, ningún gesto de morbo, simplemente una pareja haciendo las cosas que hace una pareja cuando está en la playa: tomar el sol, remover la arena con los pies, beber del refresco que llevan en la neverita…En fin, remolonear al sol. No parece que estén pendientes de los demás ni tampoco que pretendan ser vistos. La impresión que saca Diana es que no quieren interactuar, solo buscan su cachito de intimidad sin ninguna intencionalidad sexual. No le sirven, no anda buscando un trío, pero la pareja puede ser un buen punto de apoyo si las cosas se complican. Alguien a quien pedir ayuda si aquello se sale de madre.
Automáticamente su vista deriva ahora hacia la pareja de chicos. Son con diferencia lo mejorcito que hay ahora mismo en aquella cala: jóvenes musculados con una serie de tatuajes que les dan un punto canalla y diría que hasta guapos. No los ha podido observar bien a esa distancia y en la posición en que están, pero con lo que ha visto ya le vale. Se lo montaría con cualquiera de los dos. O incluso con las dos a la vez, piensa con morbosa lujuria descubriendo que su papo responde inmediatamente a la posibilidad, mojándose y con el leve cosquilleo que indica que su clítoris se despereza preparándose para la fiesta. Él considerar la peripecia de que se la rifen detrás de las dunas o ser el relleno de un sándwich formado por aquellos dos, hace que se ponga cachondísima.
Solo por agotar el catálogo fija ahora su atención en los dos hombres que quedan en la arena. Uno está metido en el agua hasta los muslos. Delgado, con buena complexión física, pero se le adivina muy mayor. Demasiado para ella. Se da cuenta que la observa así que hace como un gesto de indiferencia y no le sostiene la mirada, es demasiado pronto para decidirse y mucho menos para dar pie a que se acerque el que posiblemente esté el último de su lista. El hombre debe rondar cerca de los sesenta años está casi calvo, pero no por rapado, sino porque ya apenas conserva pelo encima de la cabeza y el poco que tiene blanquea. Debió ser guapo en su juventud. Quién sabe, dicen que gallina vieja hace buen caldo. Quizá con los gallos pasa igual. De todas formas ella no está allí para conformarse, no está tan necesitada como para aceptar cualquier opción, si va a cumplir su fantasía de montárselo en la playa por primera vez quiere tener un buen recuerdo, así que pasa al siguiente de la lista.
El último elemento que salpica el paisaje es un hombre también maduro, pero menos. Debe ser de la zona porque tiene un moreno cetrino incrustado en la piel, el moreno de los que pasan muchas horas al sol, de los que pasean a diario por la playa, si tiene que hacer caso al bronceado profundo de cada centímetro de su dermis, incluso en sus partes más íntimas. Unos cuarenta y algo años le echa Diana, unos diez más que ella, quizá quince. El cuerpo musculado, con brazos anchos, hombros poderosos, pecho hinchado y muslos grandes y fuertes, pero al contrario que los otros dos chicos no está delineado. Los otros son atletas de gimnasio que posiblemente hacen algún tipo de dieta para que se les marquen los abdominales y desaparezca el exceso de grasa alrededor de sus músculos. Este es macizo y fuerte, pero de los que hacen deporte al aire libre o han ganado masa a través del trabajo pesado y luego no se privan de comer, lo que les hace tener una barriga que esconde los abdominales, una cintura redondeada y un cuello grueso en el que se le marcan los tendones. Es un tipo tocho que dirían en su pueblo. Pelo cortado a cepillo, ojos pequeños, cara compacta. No le parece guapo pero tampoco la desagrada. Es un toro y se imagina manejándola a ella con facilidad, sintiendo su masa y su peso sobre su cuerpo, o estos muslos que parecen columnas golpeando contra los suyos. No es una atracción física tanto como una atracción puramente animal, totalmente sexual, desprovista de cualquier conexión sentimental o cualquier gusto estético. Se trata de satisfacer deseos, impulsos, pura dopamina para el cerebro.
Diana se revuelve inquieta sobre la toalla, cierra los muslos y contrae los labios vaginales. Nota su interior ya húmedo y la piel se le pone de gallina. Es hora de hacer lo que ha venido a hacer. Ahora lo tiene claro y no se va a ir de aquí sin al menos intentarlo. No es de las que se rinden ni de las que se echan atrás. Con Hugo lo demostró, fue paciente e insistente hasta que al final consiguió su objetivo. Allí no dispone de tanto tiempo pero sí tiene la oportunidad y está decidida a no desaprovecharla.
Levanta el busto y exhibe sus pechos. Se da un poco de crema solar con un masaje que solo tiene por objeto que los hombres que por allí están, declaren con sus miradas que esos son los mejores pechos que hay ahora mismo en la playa. Luego, como quien no quiere la cosa, como si estuviera tranquilamente en su dormitorio, se quita la parte de abajo del bañador quedándose totalmente desnuda. Se echa en la toalla y queda boca arriba con las piernas ligeramente separadas. Su monte de Venus abultado recibe la luz del sol que se refleja en algunos pequeños pelos que le están volviendo a salir. Se rasuró justo antes de viajar a la playa y aunque el vello ya ha empezado a brotar, es corto y rubio y la impresión que da es que está depilada.
Pasado un rato cambia de postura y se pone de lado. Fija su mirada en los dos chicos. Ha decidido ir a por el premio gordo a ver si hay suerte, pero los chavales no parecen fijarse demasiado en ella, están a lo suyo tomando el sol y compartiendo un refresco de cual beben alternativamente. Ella no necesita mucho, apenas una mirada, una conexión visual para lanzarles una sonrisa provocadora, para incrustar la vista en ellos y darles rápidamente el mensaje de que está interesada en algo más que la sal y la arena. Pero esta mirada no llega. La mano pasa por sus pechos, se detiene un momento en su ombligo y luego acaricia su vulva en un gesto aparentemente indolente pero provocador.
Nueva decepción. Es como si la miraran sin verla. Sus ojos están en la misma dirección que ella pero pareciera que está hecha de cristal transparente. Pero ¿qué les pasa a estos dos? No tarda mucho en descubrirlo. Uno de ellos se da la vuelta y se pone boca abajo. Su amigo alarga la mano y le acaricia la espalda. Es una caricia larga, sensual, que acaba con los dedos del chico metiéndose por debajo del bañador. El otro suelta una risita: le debe hacer cosquillas que le acaricien la raja del culo. Vuelve la cabeza hacia su compañero y se miran exactamente igual que Diana hubiese querido que la miraran a ella.
- ¡Vaya una mierda! – Masculla enfurruñada - ¡son gays!
- Bueno, al menos si no me miran no es porque esté gorda y sea fea, sino porque no les gustan las mujeres - la que no se reconforta es porque no quiere…
Se levanta y se dirige a la orilla a refrescarse. Dos pares de ojos no la pierden de vista: son los hombres que están solos. Ella se contonea sensualmente moviendo con gracia sus redondeces. Mete los pies en la orilla dejando que las olas le suban hasta la pantorrilla. Se moja la cara, los brazos y un poco la tripa, ayudándose con las manos. Lejos de bajar la temperatura, el breve refresco la hace sentirse más caliente, sobre todo cuando vuelve y ve que el moreno cetrino que está tocho la mira fijamente sin perder detalle de sus tetas ni de su entrepierna. Ignora al otro hombre más mayor y esta vez sí, las miradas se cruzan y se encuentran.
Vuelve a su toalla. Una mirada le basta para saber que el otro la sigue, interesado también en su culo. Sacude la tela y se seca con parsimonia. Nuevo vistazo a la parejita y nueva confirmación de que esos van a lo suyo y no le interesan las mujeres.
El hombre mayor la mira de reojo. Parece haber entendido que ella prefiere que mantenga la distancia. El otro está tumbado y ahora se gira hacia ella. El pene cuelga grueso y oscuro cual badajo. Diana siente de nuevo ese cosquilleo, ese impulso animal que cuando estaba con Hugo le hacía perder la cabeza. Ha decidido. No hay tiempo para darle muchas vueltas a la cosa: o recoge y se pira por donde ha venido o aprovecha la oportunidad. No tiene demasiado sentido prolongar la situación. Así que recoge sus cosas y las mete en la bolsa de playa, se echa la toalla por el hombro, se ajusta las gafas de sol y poniéndose las chanclas para no quemarse emprende el camino de las dunas. Tiene que pasar cerca del moreno. Cuando está casi al lado le dedica una sonrisa y le hace un gesto con la cabeza, señalando hacia el pinar. Luego continúa sin mirar atrás.
Los nervios y el sol la hacen sudar. Nota la humedad debajo de sus pechos y corriéndole por la espalda mientras sube la primera pendiente de arena
¿Habrá entendido el tipo la invitación? No lo ve moverse.
Cuando llega arriba se gira y ve que el otro también recoge sus cosas y despacio, como disimulando, sigue el mismo sendero que ella. Entonces no espera más y desaparece entre las dunas, siguiendo una senda más o menos marcada que evita en lo posible subir y bajar hasta que llega a los primeros pinos. Allí se detiene hasta ver aparecer al hombre y cuando está a pocos metros, continúa el camino dándole la espalda hasta encontrar un sitio más o menos resguardado donde le espera definitivamente.
- Hola - saluda él.
- Hola - responde ella con una sonrisa provocadora.
Le gusta lo que ve en su rostro, cara de sorpresa y de alegría al comprobar que la invitación era cierta y que no se había equivocado: la chica quiere sexo. La polla cabecea como un péndulo a un lado y otro, enmarcada por dos muslos gruesos y fornidos. De cerca parece más moreno todavía, la piel más oscura, algo de barriguita y un incipiente michelín, pero por lo demás, fuerte y compacto. Los ojos se le achinan comiéndosela con la mirada, mientras espera que ella dé el primer paso. No quiere precipitarse, teme estropearlo.
Y entonces Diana se acerca a él y deja caer la toalla sobre la arena que está sembrada con las agujas de los pinos. Se arrodilla y toma el pene por la base. No es necesario intercambiar más palabras y ella tampoco lo desea, cuanto menos sepa del tipo mejor. Comienza a masturbarlo y responde de inmediato con una erección. El glande descapulla casi enseguida, asomando tras la piel. Le roza la cara y ella se regodea. Está muy bien armado, justo lo que necesita. Aprovecha para observarla y también la huele con disimulo, comprobando que aparentemente está limpia y sana. Aquello la anima a darle un lengüetazo. La punta del hombre se contrae de gusto, así que repite dos o tres veces más hasta que al final hace desaparecer el grande en su boca. Chupa con delectación y muy despacito, descubriendo que le gusta aquella verga. Hace bastante que no disfruta haciendo una mamada. Al principio gozaba mucho hacérselo a su marido, pero últimamente sus relaciones se han resentido y (a pesar de que él se lo pide con frecuencia porque es lo que más le gusta) ella lo hace con desgana y sin interés.
Pero hoy es diferente. Hoy sabe que si todo va bien, dentro de unos instantes estará abierta de piernas introduciéndose aquella verga que está chupando y que es más gruesa, más larga, pero sobre todo es nueva, es diferente. No ve el momento de metérsela. Se sienta en la toalla, que una cosa es fantasear con la arena y otra cosa es follar incómoda, con los granitos metiéndosete por el culo y pinchándote con las agujas de los pinos. Rebusca en su bolso los condones que ha traído y que ha cogido de la mesita de noche sin que su marido se dé cuenta.
El tipo, mientras tanto, no se está quieto. Aprovecha para recorrer sus muslos con las manazas acariciando mientras sube hasta su entrepierna. Unos dedos gruesos recorren sus labios y los separan mientras le frotan el nódulo. Son como salchichas Frankfurt. Es como si le estuvieran pasando pequeños penes por su sexo, lo cual la excita sobremanera. Se entretiene con su vulva a la vez que la boca juguetea con sus tetas, intentando los labios atrapar el pezón que esquiva la boca del hombre cada vez que ella suspira o se mueve presa de estremecimientos. Un gemido se le escapa con otro intento de penetración manual y el tipo interpreta bien que debe estar más lubricada antes de intentar meter la polla.
Para sorpresa de Diana se baja al pilón y un aliento cálido sopla sobre su vagina mientras la lengua comienza su trabajo. Las mejillas le raspan, el hombre tiene barba cerrada aunque está bien afeitado, pero a ella no le importa, porque sabe comer un coño. Echa la cabeza hacia atrás contemplando retazos de cielo azul a través de los huecos que dejan las ramas de los pinos. Inspira profundamente y huele a sal, arena, a verde, mientras oye el murmullo de las olas rompiendo en la orilla. Ajusta su cuerpo para encontrar una buena postura y la arena la recibe haciendo un molde donde ella encaja perfectamente. Ahora sí, se dice mientras nota que la humedad la empapa por dentro y por fuera. El siguiente intento del hombre ya es positivo y el dedo se entierra en su vagina hasta los nudillos. Repite la operación, esta vez con dos dedos, después de masajearla por dentro y también se introducen sin dificultad. Si sigue así va a conseguir que se corra con dos dedos estimulándola por dentro y la lengua desde fuera. A Diana le cuesta contenerse así que le toma la cabeza y trata de atraerlo. El otro se pone de rodillas frente a ella con los huevos dando en su pubis mientras ella le coloca el preservativo. Después se echa hacia atrás, se abre bien de piernas y lo llama con la mirada. No puede evitar que su lengua se pasee por los labios relamiéndose mientras él apoya la cabeza de su falo en su coño y luego empuja hacia adentro, deslizándose con cierta dificultad al principio, pero luego ya sin problema. La verdad es que es la verga más grande que la ha penetrado hasta ahora, mayor incluso que la de Hugo y nota como su vagina se dilata a medida que el hombre empuja. Cuando llega hasta el final le falta el aire, se da cuenta que ha contenido la respiración y entonces empieza a jadear. El otro la desliza hacia afuera y de nuevo hacia adentro sin llegar a sacarla del todo. Ahora sí, ahora es cuando ella le coge el gusto, es cuando empiezan sus muslos a temblar y su clítoris a irradiar calambres de placer.
Hace tiempo que no se siente tan llena. Bueno eso no es exacto del todo, porque tiene un par de consoladores en casa y uno es de gran tamaño, pero claro, no es lo mismo, esa es una polla de verdad y nota perfectamente el glande abultado abrirse paso rozando la parte alta de su vagina, estimulando el clítoris desde dentro y empujando contra el fondo. Pronto, sus jadeos secos se convierten en gritos que se acompañan con los golpes de los muslos macizos del hombre contra los suyos, cada vez que da un golpe de cintura y se la clava bien honda. Nota su cuerpo denso y pesado sobre ella aplastándola. Diana cierra los ojos, siente la tierra bajo su espalda, de nuevo huele la sal en el aire y oye el mar. Se imagina que es Hugo el que la está follando y esta es señal para que se desencadene el orgasmo inevitable, intenso, poderoso como una galerna en invierno. Su sexo se contrae con cada espasmo del éxtasis, no tiene necesidad de tocarse, solo se agarra clavando sus dedos en la espalda del hombre, aferrándose fuerte, sabiendo que es como un salvavidas que no se hunde, que la mantiene a flote evitando que se ahogue en el remolino de un orgasmo como hacía mucho que no tenía. Al acabar no afloja la presión, se mantiene abierta mientras el otro también obtiene su placer.
Cuando por fin se recuperan, el hombre sale de ella y Diana baja por fin las piernas, mientras exhala un suspiro de satisfacción y alivio a la vez. Ninguno de los dos dice nada. Eso le gusta, no es necesario hablar, no están allí para eso ni quiere conocer nada de aquel tipo, ni que él conozca nada de ella.
Pasan unos minutos largos y espesos como la calima que cae en ese momento sobre la costa. Está satisfecha pero eso no quiere decir ni mucho menos que se le haya bajado el deseo. Son muchos años esperando desfogar y sigue caliente, piensa en otro asalto antes de volver al hotel. Ya que está allí y la cosa ha ido tan bien sería absurdo no aprovecharse. Toma la iniciativa y le desenfunda el preservativo. Sale casi sin dificultad, solo tirando con los dedos porque ahora la tiene morcillona. El contacto directo con la verga y los dedos manchados de semen que utiliza como lubricante para pajearlo la enciende. Es una guarrería estupenda, piensa divertida acordándose de la frase de una amiga suya que cuando hacía estas cosas con novio decía “vaya asco más rico”. Pronto, el falo vuelve a estar recto y duro. Ella acaricia con la mano el glande, recordando que hace apenas unos minutos lo ha tenido dentro y el efecto que le producía al circular por el interior de su vagina. La ligera brisa que sopla le acaricia los pezones. Es caliente, no refresca, pero a ella le pone de punta los pezones.
De repente algo la inquieta: oye un crujido. Alguien se ha movido y ha pisado hojas de pino secas sobre la arena. Vuelve la vista a su izquierda y ve a unos metros el otro hombre mayor. Está desnudo, de pie, los contempla a la vez que se acaricia el sexo. El otro no se inmuta, parece que hace tiempo que se ha dado cuenta que están siendo observados y aquello es normal allí. Seguramente él también se ha pajeado muchas veces viendo a otras parejas enrollarse. Le hace un gesto con el que parece indicarle que si ella está molesta puede echarlo, pero Diana niega con la cabeza. Morbo sobre morbo, no quiere que el otro se sume al encuentro, no la pone hacérselo con él, pero sí la pone mucho que mire y se masturbe. Está tan caliente de nuevo que esta vez el sexo de chorrea y cuando el hombre la pone a cuatro patas y empuja, entra sin ninguna molestia. Más bien al contrario, ella empina el culo a la vez que cierra los muslos para sentirla más. Su sexo es como una ventosa que la atrae hacia el fondo.
Pronto la cópula se vuelve más animal, más intensa, más física. Otra vez los ojos cerrados para percibir los olores, los sonidos, para disfrutar con toda la intensidad. Es también para imaginar, para completar esa fantasía que se ha hecho realidad ¡Está follando en la playa! ya ha tenido un orgasmo, el segundo va a llegar rápido y lo único que podría mejorar aquello sería que su pareja fuera Hugo. Se lo imagina detrás de ella montándola. Piensa por un momento que los golpes secos y fuertes que hacen temblar sus muslos y sus nalgas se los propina él, que la verga la penetra es la suya. El gusto la invade esta vez más lentamente, sin urgencias pero sin pausa, como una marea que avanza hasta comerse la playa, lenta pero incontenible. Aumenta el ritmo y el hombre se aferra a sus caderas dejándole marcas en la piel mientras siente como se pone tenso, la aprieta muy fuerte y de nuevo se corre. Diana le impide separarse con la mano izquierda, rodeando con su brazo su cintura y agarrándole la nalga.
- No pares, no pares - le dice.
Su mano derecha desaparece bajo la barriga y busca su entrepierna. Le bastan apenas unos pellizcos en el clítoris para forzar su propio orgasmo antes que se le baje la erección. En ese momento abre los ojos y ve que el hombre mayor eyacula también una cantidad increíble de semen que va saltando por el aire y cayendo sus pies en la arena. Recuerda las veces que Hugo se derramó encima de su cuerpo, de su espalda, de sus pechos o incluso dentro de su vagina en aquellos momentos en que el calentón no daba para precauciones. La chica boquea asfixiada como un pez fuera del agua con la garganta ronca y las pulsaciones aceleradas. A pesar del orgasmo su cuerpo sigue todavía en tensión con la adrenalina corriendo por sus venas, incapaz de desconectarse y calmarse después del subidón. Agacha la cabeza y pone la cara sobre la toalla mientras se mantiene todavía empalada. Aún tardará un rato en recuperarse, ponerse el bikini y despedirse con un lacónico adiós, emprendiendo la vuelta sin mirar atrás.
Solo llegando al hotel gira una vez la cabeza y comprueba satisfecha que nadie la ha seguido por la playa. Entra en la piscina y se da una ducha. Se seca con la toalla y se pone en una de las tumbonas para que el sol haga el resto. Mira el reloj: las seis menos cuarto. Decide darle quince minutos más de siesta a su marido antes de subir y ponerse a recoger todo. Su cabeza repasa y archiva cada uno de los momentos vividos ese mediodía que recordara con seguridad en muchas de sus masturbaciones futuras. Está satisfecha y sin embargo... Ella nunca se ha conformado con lo bueno, prefiere lo mejor así que ¿porque no....?
Toma el teléfono y abre el whatsapp. Allí tiene un contacto que consiguió a través de un antiguo amigo de Álvaro. Lleva un par de meses dándole vueltas al asunto y hoy por fin se decide y escribe unas palabras. Pasa los siguientes cinco minutos decidiendo si aún está a tiempo de borrar el mensaje y si quiere hacerlo, pero no lo hace, todo lo contrario, sonríe satisfecha.