Joder, este tema me pone muchísimo porque tengo un fetiche raro por meneármela con colegas y ver a otros tíos pajeándose, además de hablar de esas experiencias jaja. Dejad que os cuente la mía: Yo como casi cualquier otro tío del mundo, tenía un grupo de colegas con los que solía pajearme de jovencito. Tuve la suerte de repetirlo unos años después con un primo mío cuando yo estaba en la universidad y desde hace unos años con un amigo mío treintañero como yo. Pero la historia que voy a contar pasó cuando nos faltaban aún cuatro o cinco años para ir a la universidad.
En aquella época, éramos seis chicos en mi grupo de amigos del barrio; Rober que tenía 3 o 4 años más que nosotros y era el mayor, Nacho que tenía nuestra edad pero aparentaba por lo menos 18, mi mejor amigo Kike que estaba muy salido y sólo hablaba de pajas, los mellizos y yo. Para entonces todos nos hacíamos pajas - unos más, unos menos - pero esa fue la primera vez que nos hicimos una juntos. Fue una tarde de verano en que uno de los hermanos me acompañó a casa a por algo, que se fijó en que, en la estantería más alta del salón, estaban las películas porno de mi padre. La noticia corrió como la pólvora y pronto me encontré rodeado de mis amigos, en el portal de casa, trazando un plan para coger una de las películas y poder verla juntos. Sobre todo, Rober insistía en que subiera y la cogiera en ese momento, pero mi familia estaba arriba y no había forma de hacerlo. Entonces, Nacho tuvo una idea cojonuda.
"Vamos a mi casa. Que mi padre está trabajando y no llega hasta dentro de un rato". Yo no conocía los detalles de la historia, pero la cuestión es que Nacho vivía sólo con su padre y su casa estaba sola. Y él sabía dónde guardaba el porno su padre. Antes de subir, Nacho nos dijo que podíamos ver la película pero que, en su casa, sólo se la pelaba él. Nos pareció bien y nos dividimos en dos grupos: Primero subieron Nacho, Rober y Kike. La idea era que, al cabo de un rato, bajaran ellos y subiéramos los mellizos y yo, que vigilaríamos abajo por si llegaba el padre de Nacho. Los minutos pasaban y los hermanos y yo esperábamos en el portal. Viendo que tardaban y para reírnos un poco, decidimos llamar al timbre y "avisar" a nuestros amigos de que el padre de Nacho subía. La primera vez, no nos hicieron mucho caso, pero la segunda vez, sin preguntar nada, nos abrieron la puerta para que subiéramos.
Cogimos el ascensor y subimos. La puerta de la casa estaba abierta y las persianas medio bajadas para que no se colara el calor del sol. No había nadie para recibirnos en la puerta ni tampoco en el salón. Mis amigos estaban al fondo de la casa, en una habitación con un par de sofás, una tele y la play. No sé lo que esperaba encontrarme, pero tenía en el estómago esa mezcla de nervios y de morbo tan excitante. En un sofá estaba el dueño de la casa, con su chándal de la época y en el otro, Rober y Kike. Tenían puesta una película mala en la que un tío muy canijo hacía de detective y se iba follando a todas las tías que se encontraba. Cuando llegamos, estaba interrogando a una rubia con unas tetazas enormes. Nos sentamos como pudimos, recuerdo que a mí me tocó junto al dueño de la casa, el desarrollado. Ninguno podíamos apartar la vista de la pantalla, donde la rubia le chupaba la polla al detective, joder, si estuviera en mi casa ya tendría los pantalones por los tobillos y estaría pajeándome. Veía a mis colegas alrededor mío, con unos bultos cada vez más grandes en sus pantalones, el mayor se sobaba la polla suavemente por encima del vaquero, pero nadie hacía nada y me daba vergüenza hacer nada, además, Nacho había sido muy claro: No quería que nos pajeáramos allí.
En ese momento, Nacho se gira hacia nosotros y pregunta: “Bueno, ¿qué pasa? ¿Es que aquí no se la casca nadie o qué?” y se bajó de un tirón el pantalón de chándal y los calzoncillos. Cuando os he dicho que Nacho parecía mayor, no era una exageración. A esa edad, ya tenia una barba cerrada y medía 1’80. Y aunque yo ya tenía pelos en los huevos y me pajeaba, hasta entonces no había visto ninguna polla que no fuera la mía o la de las películas que veía. Y cuando vi lo que escondía Nacho entre las piernas me quedé loquísimo, no es que fuera grande (que lo era y mucho) sino que tenía unos huevos muy gordos estaba completamente lleno de pelo. Era el rabo de un veinteañero. Con los pantalones por los tobillos el tío empezó a meneársela, mientras nos animaba a los demás a sacárnosla también. El mayor fue el siguiente, al principio parecía algo avergonzado y se metió la mano por dentro del pantalón para meneársela, pero pronto se sintió incómodo y se la sacó delante de todos; un rabo largo y delgado, peludo pero no como el de Nacho. Cualquiera se sacaba su polla de niño al lado de esos dos. Y, mientras tanto, ahí seguíamos los demás, desviando de vez en cuando la mirada de la tele y echando miradas de reojo a los rabos de nuestros colegas y con un dolor de huevos cada vez más grande.
En la película, el detective seguía interrogando y repartiendo pollazos entre las sospechosas. Yo estaba malísimo, por un lado me daba apuro sacármela pero, por otro, tenía un calentón tremendo por la película y los rabos de mis amigos que se la cascaban uno al lado y otro enfrente de mí. Los otros tres no movían un dedo. Miré a mi colega Kike, él era mi mejor amigo y siempre estaba salido, “si te la sacas tú, me la saco yo, intenté”, intenté decirle con la mirada. Pero, o no me entendió o no me hizo caso. El detective había pedido refuerzos y se follaba con otros dos compañeros a la rubia en la película. Decidí olvidarme de la timidez y aceptar la propuesta de Nacho de meneármela con ellos. Me bajé el bañador hasta los tobillos del tirón, sin darme tiempo a cambiar de idea. Joder, qué gusto liberar mi polla – la más pequeña de las tres – y empezar a tocarme mientras el resto me miraba disimuladamente. Nacho y Rober me jalearon cariñosamente, por haber tenido el valor, más que por el tamaño de mi rabo jaja.
No quiero extenderme mucho más, pero os diré que aquella primera vez, fuimos tres los que nos hicimos una pajilla entre amigos, mi amigo el salido y los mellizos sólo miraron. El momento de la corrida fue espectacular, con una competición – que, por supuesto, perdí – entre el desarrollado, el mayor y yo. Ese día aprendí que era perfectamente normal que alguien pudiera llenarse la mano entera de lefa. Luego vino una sensación de vergüenza que no entendí muy bien. Recogimos rápidamente y salimos de la casa. Nacho se quedó allí, supongo que para hacerse alguna más. Bendita juventud. Recuerdo luego ir a jugar al fútbol con los hermanos y comentar asombrados el tamaño de la tranca de Nacho. Esa noche, en la cama, me la meneé otra vez recordando la hazaña de la tarde y, unos días después, repetimos todos. Y, esa segunda vez, sí que le sacamos brillo al rabo los seis. La cosa se repitió algunas veces más a lo largo del verano, pero pronto llegó el instituto, las primeras novias y dejamos de vernos. Sin embargo, no sé qué activarían en mi cabeza que, veinte años más tarde, a me sigue dando morbazo quedar con un colega para ver porno y pajearnos. Y ahora tengo que cascarme una porque no os podéis imaginar lo cerdo que me he puesto recordando todo esto.