4 Hombres para Blanca

DIA 17 – BLANCA SE VA

A la mañana siguiente, Blanca madrugó más que yo, como era habitual. Cuando abrí los ojos, me dio un piquito en los labios y me susurró:

—Tranquilo, cariño, son solo las ocho. Puedes dormir un poco más, yo me voy a desayunar y vuelvo en un rato.

Me lamenté por dejarla sola en medio de la jauría, pero el sueño me pudo y volví a adormilarme. No sabía cuánto tiempo había permanecido en un duerme vela hasta que por fin desperté del todo. Lo que me despejó fue descubrir un móvil boca abajo sobre mi mesilla de noche.

No me gustaba dejar mi teléfono cerca de la cabeza —ondas hercianas y esas cosas—, así que no dudé ni un instante que era el iPhone de Blanca.

¡Joder, el móvil de Blanca seguía donde lo dejé cargando la tarde anterior! Y ella no andaba por allí… Era mi oportunidad.

Di un bote sobre la cama, encendí la lamparita y tomé el iPhone, todo ello en un solo movimiento. Apreté el botón de encendido y la pantalla se iluminó. ¡Hurra, primera barrera superada! Pulsé los dígitos del pin y, mientras el aparato se desbloqueaba, la puerta de la habitación comenzó a abrirse.

Blanca se quedó congelada al verme con su móvil en mis manos y se lanzó como una gata en defensa de sus crías:

—¿Qué haces con mi iPhone? ¿No estarás espiándome?

Me atraganté buscando una respuesta lo más verosímil posible.

—Oh, no, cielo… —improvisé—. ¿Cómo voy a espiarte si no tengo tu clave?

—¿Y qué haces con él en la mano?

—Ha pitado, tal vez por un mensaje… Me ha despertado y lo he cogido entre sueños, sin saber si era el mío.

Había caminado hacia mi lado de la cama y me arrancó el aparato de las manos. Luego lo encendió y se encontró el móvil abierto y con la app de correo en primer plano.

—¡No… me… jodas…! —su rostro cambió de color—. ¡Está desbloqueado!

—¿Q-qué…? —traté de demostrar sorpresa, pero mi actuación debió de salirme fatal.

—¡A ver, Alex… dime la verdad…! —me fusiló con una de sus miradas asesinas—. ¿Cómo has conseguido mi pin?

Tragué saliva varias veces antes de balbucear.

—Ostras, cari, que yo no tengo ni idea de tu pin… ¿De dónde iba yo a sacarlo?

Sus ojos se abrieron aún más al detectar la siguiente anomalía.

—¡Qué…! ¿Has estado leyendo mis correos?

—¿Eh? —seguía en mis trece de negarlo todo—. ¿Qué correo?

La ira de su rostro iba creciendo.

—Mira, Alex, ¡no me tomes por tonta porque es lo último que te tolero! —se había enfurecido de veras y aún no había llegado al techo de indignación—. ¡Y menos se te ocurra mentirme…! ¡Dime cómo has conseguido el pin y qué has estado curioseando o te juro que…!

Se cortó para no soltar el juramento que le venía a la boca. Tanto ella como yo sabíamos que si lo lanzaba, era de las que lo cumplían.

En cualquier caso, su ira no hacía más que confirmarme que algo ocultaba. No la había visto tan enfadada por una cosa así jamás. Ni cuando le eché en cara que aún se mensajeara con su ex después de llevar un año saliendo conmigo. Hasta ese momento ambos conocíamos el pin del otro, pero a partir de entonces nuestras particulares claves se convirtieron en top secret.

En aquella ocasión también se había cabreado de lo lindo, pero ni la décima parte de lo que estaba ocurriendo ante mis narices.

—Vale, vale, lo admito… Conseguí tu pin viéndote teclearlo anoche —le mentí—. Y no he leído nada, te lo prometo, no me ha dado tiempo…

Pero no era de las que soltaba a su presa una vez la había mordido. Me mostró la pantalla en la que se veía la app de e-mail.

—Explícate… ¿Qué hacías hurgando en el correo?

—Joder, Blanca, no creo que sea para tanto…

—Lo es… —la seriedad de su rostro comenzaba a asustarme—. Ni te imaginas cuánto… Así que dime lo que ha pasado con pelos y señales o vamos a tener un problema serio.

No cabía otra que sincerarme. Le expliqué cómo había intentado leer sus mensajes del wasap interno y que los había encontrado borrados. Y que al intentar leer su correo, el móvil se había quedado sin batería.

Tras escuchar mi confesión, guardó el aparato en un bolsillo de la falda y se giró hacia la puerta.

—¡Espera, Blanca! —le grité—. ¿Dónde vas?

—No lo sé… —respondió—. La has cagado, Alex. No tienes ni idea de lo que has hecho…

El portazo al salir debió de oírse en todas las habitaciones. Y la soledad me atrapó con el inmenso silencio que dejó en la habitación tras su huida.

*

El resto de la mañana se me pasó como a cámara lenta. Desayuné, paseé por la primera planta, leí sin entender lo que leía y, sobre todo, la esperé en la habitación.

Al principio pensé que tarde o temprano Blanca volvería. Habíamos tenido algunas peleas bastante dramáticas durante nuestros siete años juntos. Incluso al comienzo del encierro ya se había ido algunas horas para finalmente volver, dulce y cariñosa como era ella.

Así que, llegada la hora, decidí ir a comer y esperar a que a mi regreso Blanca hubiera vuelto. La abrazaría con todas mis fuerzas y le pediría perdón. Luego haría lo que quisiera para compensarla por mi error.

Entraba en la cocina cuando la jauría salía de ella. A punto estuve de preguntarles por mi novia, pero decidí no hacerlo. No quería escuchar su nombre en las bocas de aquellos cerdos. Y mucho menos los chistes obscenos que seguro que Juan no se ahorraría al saber que la buscaba desesperado.

«Se habrá buscado un novio y andará follando por ahí, vete tú a saber… Menuda guarra te has echado de novia», imaginaba la respuesta sarcástica del gordo y preferí callar.

Comí en silencio y tomé varias tazas de café haciendo tiempo. Después encendí un cigarro que me supo fatal, pero que consiguió calmar mi angustia. Quizá esperaba verla entrar en la cocina con su sonrisa de niña buena, el caso es que permanecí a la mesa durante más de dos horas.

Finalmente, viendo que la espera era inútil, decidí volver al cuarto. La sorpresa que me esperaba allí me dejó sin respiración: el armario de Blanca se hallaba abierto de par en par y toda su ropa se había evaporado.

Caí de rodillas y lloré desconsolado. Blanca se había ido… de verdad. Ni siquiera la noche que pasó con Rubén había vaciado tan a conciencia el armario. En aquella ocasión se había conformado con llevarse cuatro trapos y dos mudas. Ahora solo había dejado dos perchas rotas y un calcetín desparejado.

La tarde de aquel aciago DÍA 17 la pasé buscándola por todos los rincones. Me tragué el orgullo y pregunté a todos los habitantes de la discoteca por si la habían visto. Lo único que conseguí fueron expresiones de ironía o incluso de rencor.

—¡Vete a la mierda! —me había dicho Rubén cuando le pregunté—. Eres un cerdo. Eso no se hace…

Supuse que todos estaban al tanto de mi intento de espionaje en el iPhone de Blanca. La muy asquerosa no había tenido empacho en contarles a aquellos tipejos nuestros secretos de alcoba.

Solo el viejo Mario, inocente y noble como siempre, tuvo a bien decirme algo más concreto.

—No sé, chaval… —replicó ante mi pregunta con su vocecilla de anciano—. Me parece que la has cagado pero bien… No la busques… no la vas a encontrar. Yo que tú le dejaría tiempo… A lo mejor si la dejas que se desahogue… Pero yo no te he dicho nada, ¿eh? Que luego me quedo sin follar…

Me hubiera reído si la situación no fuera tan grave. Y, para mi sorpresa, comprendí la ternura con la que Blanca hablaba del vejete. Un vejete que, por otro lado, solo pensaba en sexo las veinticuatro horas del día.

*

Aquella noche fue una de las muchas en que no pegué ojo. Daba vueltas en la cama ensayando las frases de disculpa que le diría cuando volviera. Si es que eso ocurría.

Decidí enviarle un mensaje. Desbloqueé el móvil y pulsé el icono de la app del wasap interno.

Un error apareció en la pantalla, junto con un aviso más que significativo: «servicio no disponible». Me indigné y solté varios tacos. Los cabrones de EXTA-SIS habían eliminado el único medio de comunicación que me quedaba con Blanca. Me habían convertido en un proscrito.

La opresión en mi pecho crecía sin parar. Había planeado salir de aquel encierro —si eso fuera posible— y olvidar que conocía a Blanca. Alejarme de ella para siempre era la forma en que me vengaría de todas sus afrentas.

Pero ahora me daba cuenta de que no podría hacerlo por mucho que me lo propusiera. Una cosa era pensarlo y otra llevarlo a cabo. El cordón umbilical que me unía a mi novia era más fuerte que cualquier otro sentimiento, ya fuera de odio, de asco o, incluso, de decepción ante sus múltiples desprecios. La quería más que a nada, y perderla sería tanto como morir en vida.

Serían sobre las cuatro de la mañana cuando tuve una iluminación. Si Blanca se había ido con toda su ropa, por fuerza tendría que haberlo hecho a una de las otras habitaciones. Y a esas horas todos dormirían, por lo que no sería muy difícil de localizar.

No tuve que pensármelo mucho. Si estaba durmiendo con alguno de los del grupo, ese sería el médico con toda seguridad. Debía de sentirse eufórico el muy cerdo al haber conseguido su propósito: robarme a Blanca y quitarse de en medio a un molesto rival.

Teniendo en cuenta que yo había arrancado el orgasmo de Blanca en prueba oficial, ya no me necesitaba. La tenía toda para él.

Maldiciéndole por lo bajo, salí de la habitación. En esta ocasión no pretendía meterme en peleas si la encontraba con él. Bastante se había liado ya como para montar otra bronca. Trataría de soportar lo insoportable con tal de recuperarla.

Pasé de largo por la habitación de Rubén. Con solo un vistazo por el ojo de buey pude comprobar que se encontraba a solas en la cama. Al llegar a la de Hugo, sin embargo, me asomé con precaución. Necesité varios segundos para acostumbrarme a la oscuridad reinante en el interior, solo blanqueada por la escasa luz del pasillo, que no se apagaba ni de día ni de noche.

Me alarmé al comprobar que el médico dormía a solas, igualmente. Tardé un segundo en comprender que aún me faltaba un dormitorio por chequear. Porque con la habitación de Mario no contaba. No sabía qué era peor: que estuviera con Hugo o con Juan. Concluí, tras pensarlo, que ninguna de las opciones me aliviaba.

Llegué agobiado hasta la puerta del exbombero y comprobé que una ligera claridad salía del interior. Apliqué la mirada y, efectivamente, Blanca y Juan se encontraban acostados frente a frente.

La claridad que había observado aún antes de llegar provenía de una linterna que tenían apoyada en una mesilla. Parecía dejada allí a propósito para alumbrar lo que quisiera que estuvieran haciendo.

Me senté con la espalda contra el muro y sollocé desesperado. Blanca, mi pequeña, mi amor… se había buscado una mejor opción entre los hombres que la rodeaban. Y la prioridad que había utilizado a la hora de su elección era el sexo.

Todos sabíamos que el exbombero era el único que la arrancaba un placer desmedido con tan solo rozarla. Y ella había cambiado tanto que eso era ahora lo único que le importaba. La depravación a la que había llegado tras la estancia en aquel encierro jamás la hubiera creído si no la estuviera viendo por mí mismo.

—Joder, Blanca… —me lamentaba—. ¿Por qué…? ¿Por qué…?

Tras unos minutos, me obligué a levantarme y a mirar por el ojo de buey. Vislumbré a Juan y a Blanca en la misma posición, el gordo a mi izquierda y ella a la derecha, mirando hacia él. Juan se hallaba desnudo de medio cuerpo y de Blanca no se sabía, ya que se encontraba cubierta por la sábana.

Y no estaban practicando sexo.

Ese detalle me tranquilizó, aunque no podía saber si acabarían de practicarlo. El exbombero era capaz de mantener despierta a una mujer durante una noche, quizá más, y tal vez se encontraran en un descanso.

Los observé unos segundos, aguzando la vista, y comprendí que conversaban. Por desgracia, la puerta se hallaba atrancada por dentro y la semi oscuridad del interior no me permitía leer sus labios.

Permanecí absorto contemplando el bello rostro de Blanca. No supe el tiempo que pasó, pero las dos figuras no movieron un solo músculo en todo el intervalo. Finalmente, el exbombero se movió ligeramente y sospeché que se acercaría hacia ella para otra sesión de sexo.

Por fortuna no fue así. El gordo se giró hacia su mesilla y apagó la linterna. A continuación, ambos se movieron hacia su lado de la cama y se dieron la espalda. Tras ello, la habitación quedó en total calma.

Era el momento de volver a mi cuarto. Al menos, daba la sensación de que aquella noche no volvería a pasar nada en aquel dormitorio.

*

Antes de terminar de girarme, la voz de Hugo me sobresaltó.

—No paras de equivocarte, ¿eh?

Me quedé perplejo y mudo ante la aparición. No hacía muchas horas había apaleado a aquel hijo de su madre, pero ahora su presencia me asustaba como si hubiera visto un fantasma. Además, me preguntaba, ¿qué habilidad tiene este tipejo para aparecer siempre cuando busco a Blanca? ¿Se pasará el día espiándome?

La respuesta era, probablemente, más sencilla de lo que parecía: no era a mí a quien acechaba, sino a ella, a quien vigilaba a todas horas como un novio celoso. Y esto era lo único que me producía placer en aquella situación. Que, aunque yo no tuviera a Blanca, él tampoco.

Ante mi mutismo, volvió a hablar.

—Eso que has hecho a Blanca es imperdonable…

Saqué fuerzas de donde no las tenía y respondí.

—No tienes ni idea… ¿Qué sabes tú de Blanca y de mí? No nos conoces…

—Conozco lo suficiente…

Esta afirmación golpeó mi línea de flotación. Imaginé las miles de charlas que Blanca y el médico habrían mantenido a mis espaldas en las casi tres semanas de encierro. Ardía de celos y de rabia solo de pensarlo.

—¿Qué te ha contado de mí…?

—Qué más da… lo que importa es el ahora, ¿no terminas de entenderlo?

El que hablaba no era el Hugo bravucón e indecente, sino el amable y serio doctor, quien debía de creer que tenía delante a uno de sus pacientes.

—No hay nada que entender —repliqué apretando los dientes—. Habéis degradado a Blanca y no voy a olvidarlo tan fácilmente.

—Eso si conseguimos salir, querrás decir…

Volví a callar. Y él se arrancó. Sabía que dominaba perfectamente los tempos de las conversaciones, así que no me cayó de sorpresa. Le tocaba soltarme su discurso, como hacía con todos a los que quería manipular.

—Lo que no entiendes es que salir de aquí o no depende de Blanca. Y ella se está sacrificando por salvarnos. Todo lo demás no le importa. Pero en tu egoísmo eres incapaz de verlo y no haces más que ponerle piedras en el camino. Si fueras capaz de mostrar la mitad de su generosidad, tal vez habríamos llegado al objetivo hace tiempo. Y ya nada de esto importaría.

Por «mi generosidad» quería decir que les dejase a Blanca para hacerle cuantas barbaridades les apeteciera, como a una furcia barata.

Miré a Hugo con interés. Me alucinaba el temple del manipulador. Estaba convencido de que se trataba de una mente bipolar. Había estudiado algo sobre este tipo de enfermos, y tratado con un niño autista con ese síndrome.

Las mentes bipolares pasaban de un estado a otro de una forma súbita y, la mayoría de las veces, sin un agente externo que disparara el proceso. Y el médico funcionaba así. Ahora hablaba como el hombre serio, formal e incluso honesto, que trataba de convencerme de algo que visto fríamente era cierto.

Y hasta llegaría a convencerme de mi culpabilidad si me dejaba arrastrar por su perorata.

Pero conseguí sobreponerme a sus palabras y recordé que en cualquier momento podría volver su Mister Hyde. Y que entonces sería capaz de ejercer las mayores humillaciones hacia mí y hacia ella. Y que Blanca podría volver a ser la víctima del horrible ginecólogo, que solo veía en ella un objeto de deseo con el que dar salida a sus bajas pasiones.

—Hazte un favor y háznoslo de paso al resto —siguió con su disertación—. Ya has cumplido tu objetivo. No te necesitamos. Así que puedes meterte en tu habitación y cerrarla por dentro. Deja a Blanca que sabe muy bien lo que tiene que hacer. Y déjanos a los demás resolver lo que falta… La pobre Blanca…

Se interrumpió y le apremié a que finalizara la frase.

—…está muy dolida por los problemas que hay entre vosotros. Y no tengo que decirte que su estado de ánimo nos puede afectar a todos. Deja de jodernos, porque te advierto que no voy a tolerarlo…

—¿Y si no…? —repliqué enseñándole los dientes.

Pensé que se encolerizaría y que mostraría su verdadera faz. Lo estaba retando. Prefería hablar con el monstruo y así no me sentiría culpable cuando le estrangulara con mis propias manos. Pero el médico iba por delante de mí, y se mostró afectado al responder.

—Y si no… puede que todo ya dé igual… —parecía que las lágrimas fueran a saltársele al muy cerdo. Qué actor se había perdido el cine, pensé irónico—. Hoy amanecerá el DÍA 18. En tres días podríamos estar todos muertos. Y en parte te lo deberemos a ti.

*

De vuelta a la habitación, no me molesté en meterme en la cama. Daba vueltas al cuarto sopesando las palabras de Hugo.

Había dicho cosas muy fuertes, como «en tres días podríamos estar todos muertos por tu culpa» o «tú ya has cumplido, no te necesitamos».

Pero, al mismo tiempo, había dicho otras que me hacían reflexionar con esperanza. «La pobre Blanca está muy dolida por los problemas que hay entre vosotros» era la que se había fijado en mi mente, repitiéndose sin parar.

El hecho de que mi novia no se encontrara en la habitación del médico ya era en sí una buena noticia. Dormir junto a él habría sido toda una declaración de intenciones. «Le elijo a él, aparta de mi camino», habría significado.

Sin embargo, el dormir junto a Juan, a pesar de todo, me ofrecía un resquicio de esperanza. Si lo que había entre ellos no era amor, sino solo sexo, nuestra relación podría no estar muerta. Y en ese caso seguiría luchando por revivirla hasta que no me quedaran fuerzas.



DIA 18 - LA MAYOR SORPRESA DEL ENCIERRO

La mañana del DÍA 18, a diferencia de lo habitual, fui el primero en llegar a la cocina. No quería perder la menor oportunidad para encontrarme con Blanca. No apareció, sin embargo.

Los siguientes en dejarse caer por el lugar fueron Mario y Rubén. Estaban estos terminando y se les unió Hugo. No fue hasta las nueve y media que apareció Juan. El exbombero desayunó copiosamente y, antes de irse, hizo provisión de café y magdalenas, que supe que eran para mi novia sin lugar a dudas.

Blanca estaba utilizando con Juan la misma estrategia que habíamos utilizado los dos en otras ocasiones: desayunar en la habitación para no tener que cruzarnos con los demás. La diferencia era que el término «los demás» ahora se refería a mí.

No me pasó desapercibido el gran número de magdalenas que portaba Juan. Tal vez Blanca necesitara retomar fuerzas por los excesos de la noche junto a él.

Durante el resto de la mañana me arrastré por los rincones más inhóspitos de la discoteca, sin ánimo para conversar con nadie. Acabé escondido tras la barra en la que apaleé al médico. Los cristales de la botella rota aún se hallaban por allí, señal inequívoca de que la batalla no había sido un sueño.

A mediodía volví a la cocina y me atrincheré en la puerta. Tal vez Blanca pasaría por allí, camino de los baños o para comer algo. Antes de las dos, observé al grupo de cuatro hombres bajando por la escalera desde la tercera planta.

Un escalofrío recorrió mi columna al descubrir que en medio de ellos iba Blanca. La jauría la escoltaba de la misma manera que se escolta a un cabecilla político. Los cinco tomaron el pasillo de las habitaciones y se perdieron por él.

Blanca, que hasta ese momento caminaba con la mirada baja, giró la cabeza y fijó sus ojos en los míos. Creí ver en ellos un destello de tristeza. Pero el instante duró menos que un relámpago, por lo que la soledad volvió a invadirme y tomé el camino de mi dormitorio sin probar bocado. Había perdido el apetito por completo.

*

Me atrincheré en la habitación y pasé el resto de la tarde en ella. Antes de las diez, hora que sería clave aquel día, solo hubo una novedad, aunque solo sería la primera de las tres que se presentarían esa misma noche: el mensaje de EXTA-SIS anunciando que la prueba final tendría lugar el DÍA 20, último día del plazo dado para la consecución del objetivo.

En su enorme «indulgencia», anunciaban, la duración de la prueba había sido incrementada a dos horas. Quedaban dos orgasmos por conseguir, los de Mario y Hugo, y se habían tenido a bien prolongar el tiempo habitual en media hora. Todo un detalle.

La segunda novedad de la noche se presentó algo después y comenzó con un trajín inesperado entre los hombres de la jauría. Me encontraba en la cocina recolectando nuevas botellas de agua, cuando observé la procesión que subía de la primera planta.

Los tipejos iban riendo a voz en grito y parecía que fueran a montar una fiesta en alguna de las habitaciones. Lo extraño eran los objetos que portaban, algunos en la mano y otros en una gran bolsa de deporte.

Conseguí identificar algunos de aquellos objetos. Los que más me llamaron la atención fueron un rollo de cuerda de fibra, una pala de madera similar a las que se usan en el juego del cricket, y una especie de látigo de varias cabezas. Me dejó descolocado todo aquello y me pregunté de qué iría la fiesta.

Empujado por la curiosidad, no pensé demasiado y salí a la carrera tras el grupo. No podía perderme lo que estaban preparando aquellos cuatro, que imaginé que no sería nada bueno. Abrí la puerta de mi dormitorio para deshacerme de las botellas antes de proseguir mi persecución… y el corazón se me detuvo de repente.

Delante de mí tenía la tercera novedad de la noche. Y ésta sí que era una «novedad» en todos los sentidos.

*

Mientras arrojaba las botellas de agua sobre la cama, reparé en «ella». Hubiera sido imposible no verla, porque su figura desencajaba con el paisaje de la discoteca en los últimos dieciocho días.

No miento cuando digo que el corazón se me paró cinco segundos y la respiración se me quedó retenida otro tanto o más.

«Ella» era una criatura impresionantemente joven. Alrededor de los veinte, como mucho. Rubita, con la melena por los hombros y la mirada asustadiza, consiguió que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies.

—Hola… —dijo de forma tenue, casi etérea.

Como la chica vio que no respondía, tan absorto y sin capacidad para hablar me hallaba, se decidió a iniciar un conato de conversación.

—¿Eres Alex…? —preguntó con voz infantil.

—S-sí… —tartamudeé—. ¿Por qué…?

—No… por nada… —repuso—. Es que tenía que asegurarme para no meter la pata.

Recapacité un instante. ¿Se estaban volviendo locos los cerdos que nos habían encerrado allí? ¿Primero nos habían enviado a un viejo, y ahora secuestraban a una criatura?

Tras los primeros momentos de desconcierto, recuperé la entereza y decidí tomar las riendas de la conversación. Necesitaba saber… y lo necesitaba ya.

—¿Quién eres, chiquilla? ¿Cómo te llamas?

—Soy Marina… encantada —respondió con una sonrisa de ángel sin pecado. Se retorcía las manos, apoyadas en su falda tableada y a cuadros diez centímetros por encima de las rodillas, casi un uniforme colegial.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Te han secuestrado?

—¿Secuestrado? —abrió mucho los ojos—. No, no… yo he venido porque he querido…

No entendía nada. Nosotros estábamos encerrados a cal y canto y una muchacha que no levantaba el uno sesenta y cinco del suelo sin los tacones que lucía se paseaba por allí como si jugara al pilla-pilla.

—Entonces… ¿cómo has entrado?

—Pues… ¿por dónde va a ser? —sonrió con su sonrisa inmaculada—. Por la puerta, me ha abierto la señora del TikTok.

No salía de mi asombro. Y al mismo tiempo la cabeza me daba vueltas. Porque aquella chiquilla era una posibilidad de escapatoria. O así me lo pareció. Seguí con mi encuesta, sin saber muy bien adonde me llevaría.

—¿Qué edad tienes?

—Veintiuno…

—¿Seguro…? —desde luego no los aparentaba. Muy jovencita de cara sí se la veía, pero ya sabía yo que el maquillaje hace milagros—. No serás menor de edad, ¿no?

—Oh, no… te lo prometo… En octubre cumpliré los veintidós. Estudio en la universidad…

No sabía si creérmelo, así que le tendí una trampa.

—¿Qué estudias?

—Voy a empezar tercero de Psicología…

Su respuesta fue muy rápida, y supuse que decía la verdad. Hice cuentas y los números encajaban, a los veintiuno cumplidos bien podría estar en el curso que decía. O eso, o llevaba un guion muy bien aprendido.

Di por concluida la primera parte del interrogatorio. Ahora tocaba saber qué diablos hacía allí, cómo había llegado y cuál era su cometido. ¿La iban a añadir al juego aquellos hijos de puta? Eso sería una canallada suprema.

—¿Y cómo dices que has venido hasta aquí?

—¿Yo? Pues en un Uber, como todo el mundo…

Casi me hizo reír su ingenuidad.

—No, Marina, me refiero que cómo te han convencido para que vengas.

Rió despreocupada y luego respondió.

—Ah, vale, eso… Pues ha sido a través de TikTok. Me dijeron que era para darle una sorpresa a alguien, y vaya si es una sorpresa por la cara que pones…

—¿Qué…? —Mi expresión de asombro no era fingida. Aquello era un galimatías en el que se mezclaban una cría, Tiktok y una supuesta señora que no dudé que se trataría de la voz en off que nos hablaba a través de los altavoces. Necesitaba entenderlo bien si quería aprovecharme de ello—. ¿Puedes explicármelo desde el principio?

Carraspeó ligeramente y comenzó a contarme la historia. Una «story» digna de la red social más famosa del momento.

—Pues verás, yo estaba haciendo un «directo». Tenía ya casi cien espectadores, era una buena tarde. De pronto se me unió una señora en vídeo. Era muy maja, aunque no le podía ver bien la cara por el contraste de la luz de fondo.

—Sigue… —la apremié.

—El caso es que estuvimos hablando unos cinco minutos o así… La señora hablaba y me preguntaba cosas… yo le respondía… bueno, lo típico: mi edad, de dónde soy, lo que estudio… esas cosas que pregunta la gente en los directos.

Sabía a qué se refería, yo me había conectado a algunos de ellos, aunque nunca con chicas tan jóvenes.

—Al final, cuando ya no había mucho de qué hablar, la señora me pidió mi ********* y yo se lo di. Me dijo que quería que charláramos por privado cuanto antes para hacerme una propuesta. Así que corté el directo para chatear con ella. Empezamos a hablar y me explicó lo del juego.

—¿Juego? ¿Qué juego? —pregunté sabiendo la respuesta.

Se confirmaba que la «señora» era la voz en off de nuestro cautiverio y que el «juego» era lo que quería hacerle creer acerca de nuestro encierro.

—Pues este juego que estáis haciendo en esta escape room… —dijo y me asusté al caer en la cuenta de que la muchacha era un fleco que aquella gente no dejaría corretear por ahí si las cosas acababan mal.

Cerré los ojos y la encomendé a San Judas, patrón de los imposibles. Era lo único que podía hacer por ella.

—Vale, continúa… —dije cada vez más confuso.

—Total, que me ofreció el dinero por hacer… eso… y a mí me pareció bien.

—¿Te ofreció dinero?

—Sí, me ofreció dos mil euros por hacerte… eso…

—¿Hacerme qué…? —al oír su «eso» no pude evitar empalmarme—. ¿No me digas que te han pagado por dejarte follar…?

—Ah, no… —se echó a reír—. A la señora ya le dije que follar solo lo hago con mi novio. Y ella me dijo que no hacía falta que folláramos, que bastaba con que te la chupara.

Mis piernas hicieron un amago de doblarse y tuve que poner todo mi empeño para mantenerme en pie.

—Mira, Marina… —le dije despacio para que entendiera mi mensaje—. ¿A ti no te han dicho que no debes aceptar dinero de nadie por hacer cosas, digamos, «raras»?

—Joder, claro… —La chica parecía haberse crecido, como queriendo demostrar que ya era lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones—. Pero los dos mil euros me vienen genial para el viaje de paso del ecuador con mis colegas de la Uni.

Acojonante. Aquello solo admitía ese adjetivo: «acojonante» del todo. Una persona le ofrece a una cría en TikTok que se la mame a un fulano por una cantidad, digamos, «interesante», y la chica ni corta ni perezosa se presta a ello sin saber con quién se las está gastando.

Me pregunté dónde se habían quedado los valores de antaño, ese amor propio y el respeto a sí mismas de las jovencitas de nuestro entorno. Aquella cría podría ser mi vecina, mi hermana, la cuñada de un amigo... Cualquiera que tuviera acceso a las redes sociales. Y, si Marina tenía veintiuno de verdad, mañana podría ocurrir con una menor, ¿por qué no? ¿A quién le iba a importar la edad?

Pero ahora eso me preocupaba menos que el lío que nos traíamos entre manos en aquel encierro, y continué indagando.

—¿Y has aceptado sin más? ¿Te piden que se la chupes a un desconocido y no te importa ni saber quién es?

—Bueno, tampoco es eso…

Me extrañó oír aquello. ¿Le habían contado algo de mí para convencerla?

—… La señora hizo algo para que supiera que no eras un viejo.

Joder… ¿Era eso lo que le importaba?, ¿que no fuera un viejo baboso, y con eso le valía…? Por lo que entendía, lo demás le daba igual.

—¿Qué hizo, exactamente?

—Me enseñó una foto tuya.

—¿Una foto…? —joder, eso era una noticia relevante, una prueba que podría acabar mal para EXTA-SIS. Lo sentí por la chica.

—Sí, bueno, la cara estaba algo borrosa y por eso no te he reconocido de entrada, pero se veía que eras un hombre no muy mayor, de treinta y pico. Y a mí los tíos de menos de cuarenta no me dan mucho asco.

¡Hostia con la lógica de la chavala! Era inaudita. Y al mismo tiempo incontestable.

—Dime otra cosa, Marina. ¿Has confiado en esa señora? ¿Cómo sabes que va a cumplir el trato?

—Ah, pues porque ya ha cumplido una parte —dijo como una sabia viejecita—. Lo primero que hizo cuando acepté fue hacerme un bizum por la mitad. La otra mitad me la enviará en cuanto te haga la mamada.

Tragué saliva. Ni por todo el oro del mundo iba yo a permitir que aquella cría me la chupara.

—Mira, Marina, ¿por qué no hacemos una cosa? Le decimos a esa señora que ya me lo has hecho y te vas tan tranquila. Tú cobras tu premio y todos felices.

—Ni de coña… —dijo y se puso a la defensiva—. La señora me advirtió que aquí hay cámaras. Y que si no cumplo lo pactado no me pagará el resto.

«Hijos de puta», me dije, una vez más demostraban quién estaba al mando.

—Bueno… —insistí—. Pero lo que ya has pillado no te lo puede quitar. Te quedas con mil pavos por no hacer nada, ¿no te parece genial?

Marina puso morritos de enfado.

—Que no, tío, que mil euros no me sirven para nada… que el viaje me cuesta dos mil.

—Joder… —suspiré, casi rendido.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no quieres que te la chupe? ¿No te gusto, no te parezco guapa?

¡Su puta madre!, me dije de nuevo, aunque sin expresarlo en palabras. ¿Qué si me gustaba? Aquella criatura era un puto bombón. Metérsela en la boca era un sueño para cualquier cerdo aprovechado. Si no hubiera sido yo el elegido, sino alguno de los otros cuatro del grupo, haría ya rato que la nena tendría un rabo en la garganta.

—Pues claro que me pareces guapa… eres preciosa… —le confesé sin mentirle—. Pero esa no es razón para…

—Entonces… —me cortó y sonrió picarona meciéndose de un lado a otro sin mover los pies—. ¿Te la chupo o qué?

—La verdad es que no sé… —respondí en un mar de dudas—. No me parece decente…

*

Cinco minutos más tarde me había dejado convencer y la chica me relamía el glande exhalando el aliento caliente de su preciosa boca y humedeciendo la punta de mi polla con su lengua juguetona.

Cuando hube aceptado la mamada por fin, se acercó a mí con grandes zancadas. Se acuclilló a mis pies, bajándome los pantalones del chándal y los bóxer hasta los tobillos, y sacándomelos por los pies. Su posición me permitía divisar el triángulo entre sus muslos, donde se veían unas braguitas de algodón de color rosa, lo que podía esperarse de una muchacha de su edad.

Después me había pajeado con destreza hasta conseguir la dureza que le pareció conveniente y comenzó a chupar con un esmero inusitado. Había que reconocer que la chiquilla la mamaba de miedo. Y me atreví a preguntarle.

—Uffff… ¿Dónde has aprendido a hacer esto… Marina…?

La chica rió.

—Me lo ha enseñado mi novio, que es un guarrete… —sonreía picarona—. El muy cerdo me pone los cuernos cuando le da la gana, sobre todo con mujeres mayores, por lo que aprende un montón y luego me enseña.

La muchacha me estaba poniendo realmente berraco, y no solo de obra, sino de palabra también.

—Ufff… —resoplaba yo—. ¿Y sabe él que estás aquí…?

Temí su respuesta. No sabía si una contestación afirmativa sería algo positivo o todo lo contrario. Marina era un fleco, pero si había que contar al novio, serían dos.

—No fastidies… ¿cómo va a saberlo? —soltó sin dejar de mimar mi glande, que ya estaba rojo como un tomate e hinchado como la cabeza de una seta—. Con lo celoso que es, si se entera me estrangula.

Joder con el chico, pensé. Él se folla todo lo que se mueve y la chica atada a la pata de la cama. No me extrañó que la muchacha estuviera ávida de pollas ajenas. Pero esto me recordó la situación de Blanca con respecto a mí y a nuestros «queridos» compañeros de secuestro y el estómago se me agrió.

—Oye —me dijo al cabo de un rato—. ¿No quieres tocarme? Te aseguro que no voy a cobrar más si lo haces.

No pude menos que reír su ocurrencia.

—¿Qué puedo tocarte sin que suba la tarifa? —le seguí la broma.

—No sé, el pelo, las tetas… lo que te parezca…

Con un flash me llegó la sensación de que la buena muchacha no solo hacía aquello por dinero. Chupaba con esmero y disfrutaba de ello. Si cabe, se lo estaba pasando mejor que yo, toda una aventura para una simple chica del TikTok de las miles que pueblan la red.

Me senté en el borde de la cama. Marina se aproximó y apoyó los antebrazos en mis muslos para trabajarse mejor el rabo que se estaba comiendo con lujuria. Yo le tome del pelo con una mano y le empujaba la cabeza adelante y atrás para facilitarle la maniobra. Con la otra le sobaba las tetas, una por turno, por encima de la ropa.

—¿Me quito la camiseta para que puedas sobármelas mejor?

Solté un jadeo y lo asumió como un sí. Una vez sin camiseta ni sostén, comprobé que la piel de sus tetas era tan suave como toda ella. Y los pezones, hinchados como canicas, parecían pedir guerra.

—Hostia puta, Marina, cómo mamas… joder, eres una putilla de primera… así… por dios… lame con la lengua… así… su puta madre…

Yo gimoteaba y ella sonreía sin dejar de chupar. Y mi verga se iba cubriendo con su saliva. Aquello era una auténtica delicia, hasta el punto de que me había olvidado de Blanca, de los cuatro tipejos y hasta de la voz en off. Todo mi horizonte estaba en el calor de aquella húmeda boca. Lo demás ya no importaba.

—¿Vas a correrte pronto? —preguntó Marina tras unos instantes de silencio y cortó mi hilo de pensamiento.

—No, aún me queda un poco… Métetela entera en la boca. A ver si te llega hasta la garganta.

Hizo lo que le pedía y estuvo un rato glugluteando como un pavo. Se metía el rabo hasta las amígdalas, sacándolo cuando ya se asfixiaba y escupiendo babas que le colgaban por la barbilla y caían sobre su falda.

Yo me resistía a llegar al final apretando los dientes. Correrme supondría el final de aquel momento delicioso. El fin de su aliento caliente en mi piel, de la humedad de su lengua en el glande, y de la suavidad de sus manos sobándome los huevos con una delicadeza que me mataba.

Pero todo llega a su fin y, tras resistirme como un jabato, ya no podía aguantar más.

—Déjalo, Marina… —le dije—. Me voy a correr. Aparta, que lo voy a echar sobre el suelo, luego ya lo limpiaré.

—¡No, espera, espera…! —exclamó ella limpiándose las babas con el reverso de la mano—. ¡No lo eches al suelo, que me lo voy a tragar…!

Me extrañó aquella vehemencia y no pude dejar de preguntar.

—¿Tragar? ¿Pero por qué? —dije al borde del infarto, sujetando el orgasmo que llamaba a mi puerta desesperado—. No hace falta, nena…

—Sí, sí hace falta —replicó—. La señora me dijo que si me lo tragaba me daría quinientos euros más. Y me vienen genial para el regalo de cumpleaños de mi novio…

La lógica infantil de aquella chiquilla seguía desarmándome. Al tiempo que me revolvía el estómago el poco valor de sí misma que tenía. Me preguntaba si todas las chicas de ahora son así o solo las más echadas para adelante, como ocurría en mi adolescencia con las chicas que se dejaban magrear solo por pasar el rato.

—¿Pero es que no te da asco? —dije por disuadirla. Pero Marina no pensaba en nada más que en la cifra que obtendría a cambio.

—Sí, me da mucho asco. Una vez se lo dejé hacer a mi novio y las pasé canutas. Pero si no lo hago, no hay regalo, y eso es peor.

De cajón. Aquella muchacha tenía el guion aprendido y era difícil sacarla de él.

—Vale, pues trágatelo… —admití por fin.

—¿Me guías? —dijo antes de volver a lamer mi glande con su lengua juguetona.

—¿Cómo? —alucinaba yo con las ocurrencias de Marina.

—Sí, vete diciendo lo que tengo que hacer, así será más fácil para mí.

Yo pensaba: «lo único que tienes que hacer es metértela en la boca y tragar todo lo que te entre», pero quizá ella quería disfrutar del momento. Tenía derecho, al fin y al cabo. Y no quise defraudarla.

—De acuerdo, yo te guio… —repliqué—. Haz lo que te diga.

—Gracias… —su vocecilla ponía cachondo al más pintado solo con oírla.

Sonreí para mis adentros y luego comencé a sobreactuar para ella y para la voz en off.

—A ver, Marina, abre los ojos y mírame —dije poniéndome en pie y quitándole mi polla de las manos.

La chica obedeció. Su mirada era como la de un corderito. Se encontraba de rodillas, sentada sobre sus piernas y con las manos en el regazo.

—Ahora abre la boca y saca la lengua.

Tragó saliva y obedeció.

—Voy a correrme, cielo… —le dije en el tono más suave que pude—. No cierres los ojos ni la boca pase lo que pase. ¿Lo entiendes?

Asintió moviendo la cabeza y ante su docilidad ya no pude resistirme más.

Mi polla comenzó a escupir leche con disparos directos y certeros. Contenía la fuerza de salida para que toda le cayera sobre la lengua o le alcanzara la garganta. No quería mancharle la cara, ya que en el dormitorio no había baño para asearse después. Sus ojos se mantuvieron fijos en los míos todo el tiempo.

Bufé mientras me corría hasta vaciarme. Después le hablé entre jadeos.

—Ahora cierra la boquita y mantén mi leche dentro.

Marina subió la mandíbula inferior con ayuda de mi mano. Sus carrillos se le mostraban hinchados. Se veía que luchaba por sujetar las náuseas.

—A ver… abre la boca y enséñame la leche.

La abrió y pude ver mi lefa blanquecina flotando en su boquita, entre la lengua y el paladar. Había sido una lefada de las buenas. Su mirada seguía fija en mis ojos.

—Ahora, ciérrala otra vez y trágala.

Marina cerró la boca e intentó tragar el semen que bailaba en su interior. Le costaba sujetarse las náuseas. Su garganta se movía, pero sus carrillos seguían hinchados, señal de que no estaba tragando. No mucho, al menos.

—Traga, cielo… —le dije con dulzura.

Hizo un nuevo intento y pareció conseguirlo en parte. Sus carrillos seguían hinchados, pero no tanto como antes.

—Venga, un último intento, piensa en el regalo de tu novio…

Con un gran esfuerzo, terminó de tragar y sonrió entusiasmada.

—¡Lo hice, lo hice…! —exclamó con expresión de asco a pesar de su sonrisa.

—A ver, saca la lengua y enséñamelo.

Hizo lo que le pedía y su lengua se movió arriba, abajo y hacia los lados para demostrar que no mentía.

Yo me agaché y le besé el cabello. Sentía que de un momento a otro comenzaría a vomitar, y quizá la voz en off le negaría lo que se había ganado a pulso.

—Genial, cariño… —le hablé como se le habla a un niño cuando no se quiere tomar el jarabe—. Tranquila, cielo… ya pasó… ya pasó… bebe este refresco para que se te vaya la náusea.

Se puso en pie y le entregué una lata de Coca-cola que había quedado a medias sobre la mesilla, de la que bebió con placer contenido.

Cuando hubo apurado la lata, se volvió hacia mí. Le limpié las comisuras de los labios con una toallita húmeda y luego le acerqué los míos.

Pensé que me rechazaría, pero abrió la boca y nos besamos unos minutos con suavidad y sin prisas.

—¿Lo he hecho bien? —dijo cuando nos separamos—. Lo siento… me ha costado mucho… pero la he tragado toda, te lo prometo…

—Ssshhh… lo has hecho genial… —le acariciaba la mejilla con una mano.

De repente, un soniquete de caja registradora salió de un bolso que descansaba sobre la cama. Supuse que era el suyo. Lo abrió y extrajo el móvil. Tras trastear en él unos segundos, dio un par de saltitos de felicidad.

—¡Me ha llegado el bizum! —sonreía encantada—. Los mil quinientos que faltaban. Te dije que la señora cumpliría el trato.

Nos recostamos en el respaldo de la cama y estuvimos charlando un buen rato sobre trivialidades. La mayor parte de la conversación versó sobre nuestras experiencias en Tiktok. Las influencer de moda, las tendencias en el vocabulario, los temas que más atraían a los seguidores, etcétera.

Finalmente, la charla remitió y Marina se puso en pie. Hice lo propio y me planté delante de ella. Nos miramos un segundo en silencio. Luego me extendió la mano y yo se la apreté con delicadeza. Era una mano pequeña, suave y templada.

—Tengo que irme, ha sido un placer conocerte.

—Lo mismo digo… —le aseguré con una carantoña en la mejilla, y no mentía.

*

Sin más, Marina cruzó la puerta del dormitorio y salió disparada. Era mi momento, y no pensaba desaprovecharlo.

Tan pronto salió del cuarto, me dispuse a seguirla. Tenía que ver cómo y por dónde había entrado a la discoteca. Pero antes de llegar a los baños, el pitido del wasap interno me sobresaltó. Extrañado porque volviera a funcionar, extraje el móvil y leí como un relámpago:

EXTA-SIS: Ni se te ocurra seguirla si no quieres que la dejemos encerrada y que la unamos al juego.

Un sentimiento de angustia se me posó en la boca del estómago. Pero la voz en off me la calmó al instante, como si me hubiera leído el pensamiento.

EXTA-SIS: No te preocupes, a la chica no la consideramos un peligro. La hemos traído con los ojos vendados y la devolveremos sana y salva de la misma manera. Ni remotamente podrá relacionar a nadie de nosotros con la escape room. No temas por ella, al menos si la dejas marchar sin empeñarte en seguirla.

Respondí lo primero que se me vino a la cabeza:

ALEX: Y el resto? No la verán salir? Saben algo?

EXTA-SIS: Ni de coña, hombre, los otros están a lo suyo, tranquilo…

Intuí una segunda intención en aquellas palabras, y eso me cabreó.

ALEX: Vete a la mierda.

Fue mi respuesta antes de salir de línea.

Volví al cuarto, atranqué la puerta y me senté sobre la cama. Una vez más, nuestros captores ganaban la partida por la mano. Y, a pesar de haber pasado un rato tan agradable con Marina, una desazón me carcomía por dentro.

No estaba seguro de porqué me habían brindado aquel «regalo». Quizá era para equilibrar la balanza entre Blanca y yo mismo, algo que me permitiera resarcirme de la rabia de verla en los brazos de otros y que me diera aire para lo que aún restaba de aquella locura. Si ese era el motivo, los cerdos criminales habían errado de pleno. Mi rabia y mi impotencia no había disminuido ni un ápice.

Por otro lado, quizá solo pretendían calmar mis ánimos turbulentos utilizando la herramienta más vieja del mundo: el sexo. Algo que me escaseaba en aquel encierro por la lejanía de Blanca, que ahora ni dormía a mi lado. Si querían vaciarme para que dejara de ser «peligroso», como había comentado mi novia días atrás, solo lo habían conseguido en parte.

Pero, si pensaban matarnos, para qué concederme un premio especial, me preguntaba sin encontrar respuesta. ¿Era ésta una metáfora de la última cena del condenado a muerte?

Pero no era así. No era ninguna de aquellas la razón de la presencia de la chiquilla. La razón era, como suele ocurrir, mucho más simple. Y no tardaría en descubrirlo.

Continuará......
 
DIA 19 (1) - LA FIESTA EXTREMA

Era tarde cuando Marina se fue —más de las doce y media— y decidí que ya no valía la pena ir a ver lo que pasaba con la jauría y el juego que se traían entre manos. Solo con asomar la cabeza y notar la oscuridad en los ojos de buey y el silencio reinante, comprendí que fuera lo que fuese que había pasado, era ya solo eso: pasado.

Me acosté y, con los testículos vacíos, el sueño me aletargó. Mi último pensamiento fue que ya era, técnicamente, el DÍA 19. Quedaban menos de cuarenta y ocho horas para el final del encierro, para bien o para mal.

No sabía cuánto tiempo habría discurrido cuando el forcejeo en la puerta me despertó. La silla que sujetaba la manilla había caído con un gran estruendo. En pocos segundos mi novia entraba por la puerta y, sin decir palabra, se acostaba a mi lado.

—¿Blanca…? —susurré atónito.

—¿Estás despierto? Perdona si ha sido por mi culpa…

Se acurrucó a mi lado y yo la recibí con un abrazo. Notaba que su cuerpo temblaba como una hoja.

—¿Ha pasado algo…?

—No, no… —replicó con un suspiro—. Es que me apetecía sentir tu calor.

No pedía perdón, pero solo con estar allí, y con el susurro de palabras tan dulces, le sobraba para que le perdonara cualquier cosa que hubiera hecho durante su ausencia.

En ese momento nació un sentimiento en mí que no conocía. Se trataba de la felicidad de saber que, aunque ella estuviera con otros, al final volvería a mí y que seguiría siendo mía. Que podría, incluso, perdonarle las mayores atrocidades si al final dormía a mi lado.

Me giré hacia ella de repente. El movimiento fue instintivo, sin premeditación. Deseaba acercar mi boca a sus labios para besarla. Lo necesitaba, más que desearlo. Pero Blanca emitió un quejido.

—Uhhh… espera… —dijo y comprendí que algo raro ocurría. El lamento había sido de dolor. ¿Dolor?, me alarmé, ¿qué le habían hecho…?

Como un autómata, estiré el brazo y encendí la lámpara de mi mesilla de noche. Y enseguida descubrí la causa de su quejido: un moratón, pequeño pero oscuro, cubría la comisura izquierda de sus labios.

Pero aquello no terminaba allí. Otras señales rojizas cruzaban ambas mejillas, y también las había en el cuello. Recordé las cuerdas y el látigo y sospeché lo que había ocurrido en alguna de las habitaciones de los tipejos.

Así que fui directo al grano. Eché la sábana hacia atrás y estudié sus brazos y sus muñecas. Igualmente revisé sus piernas y su trasero. En todos aquellos lugares la piel se veía enrojecida, casi amoratada. La inspección no me llevó más de unos segundos.

—¡Pero qué coños! —exclamé—. ¿Qué te han hecho esos cabrones?

Me miró con ojos de perrillo apaleado. Su respuesta no se hizo esperar.

—Oh, no… no te mosquees… de verdad… Ha sido solamente una práctica que hemos realizado… utilizando… BDSM.

Bufé como un toro encerrado. Su «solamente», más que calmarme, me había multiplicado por tres el cabreo.

—¿Pero cómo que una práctica BDSM? —la amonesté—. ¿Pero tú has visto cómo te han dejado?

—Bueno, vale, no te enfades… ya ha terminado… no pasa nada…

Tuve que dar varias vueltas alrededor de la habitación para intentar calmarme y no salir al pasillo con ansias de venganza. Ni todas las cápsulas de Lexatín del mundo hubieran podido convertirme en un cordero en esos momentos si pillaba a aquellos cerdos por separado.

Me seguía con los ojos sentada en la cama con la espalda en el cabecero. Me miraba asustada y no decía nada. Quizá temía que cualquier comentario me haría estallar. Finalmente conseguí rebajar mis pulsaciones e intenté descubrir qué había pasado exactamente.

—Cuéntame, Blanca, ¿qué es lo que ha ocurrido?

—En fin, pues eso, que alguien ha mencionado lo del BDSM y se ha acordado que podríamos probar.

—¿Qué significa «se ha acordado»? ¿Quién ha acordado? ¿Te han pedido tu opinión?

—Bueno, sí… —titubeaba y no me dio mucha confianza su respuesta—. Yo en realidad no sabía mucho de eso, así que he pedido que me lo explicaran…

—Ah, claro… —la corté—. Y por supuesto Hugo sabía del tema como para escribir un libro, como de todo lo demás, ¿no?

Suspiró antes de responder.

—No, el que sabe del tema es Juan…

Me mordí la lengua para no gritar. Me hubieran podido echar varios años de cárcel con solo soltar la mitad de los juramentos que me venían a la cabeza.

—¿Y tú has aceptado?

—Sí, al final sí… —confesó—. Aunque al principio no estaba muy convencida… Pero te prometo que si hubiera sabido de qué iba el rollo, ni de coña lo habría hecho. Ha sido demasiado para mí…

—Joder, Blanca, en el BDSM se utiliza una palabra de seguridad para cuando se quiere detener el juego, ¿no han seguido las reglas esos cabrones?

—Oh, sí… —replicó tímida—. Habíamos acordado utilizar las palabras «código rojo». Pero, claro, con la mordaza de bola en la boca, no se me ha entendido cuando las decía… ¿Sabes lo que es eso?

Mis ojos echaban chispas.

—Sí, joder, sí… claro que sé lo que es una mordaza de bola… ¡Pedazo de cabrones! ¡Eso ha sido una violación!

Blanca intentaba quitarle hierro.

—Que no, Alex, que no ha sido así… Otra vez tendré más cuidado antes de meterme en líos, pero yo he aceptado y no puedes culparles a ellos…

Se hizo un silencio durante unos instantes. Luego le pregunté, más cabreado que curioso:

—¿Me lo vas a contar en detalle?

Tragó saliva.

—No, mejor que no… De hecho ya te he contado demasiado. Mira cómo te has puesto…

—Y una mierda… —la amenacé—. Quiero que me lo cuentes todo. Si no lo haces será cuando vaya a buscarles y monte una bronca de narices.

Bajó la mirada unos segundos. Luego la levantó, temerosa, y me previno:

—Vale, pero ya te lo advertí…

Y comenzó su relato.

*

La mirada de mi novia era turbia y parecía no ver nada según hablaba con la vista puesta en la pared de enfrente.

—Después de que Mario comentara que en el almacén donde le habían retenido encontró material de juegos BDSM, alguien mencionó que tal vez era buena idea probar de cara a la última prueba. Quizá podría ayudarme a llegar a… eso… con Hugo y Mario.

»Se inició una discusión y todos estuvieron de acuerdo. Yo no sabía de qué iba ese rollo y no entré al trapo de primeras. Les aclaré que no soy boba, sin embargo, que sabía lo que significaba el BDSM por la novela de las Sombras de Grey, pero que necesitaba más información antes de aceptar.

»Juan tomó la batuta. Al parecer él ha acudido a clubs de ese tipo. A decir verdad, el muy cerdo ha debido de asistir a toda clase de clubs para degenerados, por lo que ni me extrañé.

No quise cortarla para decirle que el «cerdo de Juan» era su amiguito y que sabía que dormía con él. Y que estaba más que seguro que «dormir» no era lo único que hacían.

Ella prosiguió con su historia.

—Juan se explicó con mucho detalle. A mí todo me parecía extremo y me daba miedo, aunque me tranquilicé cuando me comentaron lo de la palabra de seguridad. Acordamos cual sería esa palabra —«código rojo»— y, tras disipar mis últimas dudas, acepté.

»Fueron a buscar los juguetes y volvieron con una bolsa de deporte repleta de ellos.

Una sospecha comenzó a nacer en mi cabeza.

—¿Empezasteis sobre las diez?

—Sí, poco después, creo. ¿Por qué lo preguntas?

—No, por nada… estaba seguro de ello… —dije a media voz.

—¿Qué…?

—No, nada, cosas mías…

Lo que contaba coincidía con lo que había visto, cuando los componentes de la jauría reían al pasar y bromeaban con la cuerda y el látigo, por un lado. Y con lo que había vivido con Marina en primera persona, por otro. Los hechos coincidían en el tiempo. La sincronización entre la práctica BDSM y la chica del tiktok había sido más que perfecta para ser casual.

La dejé seguir y volvió a tomar la palabra.

—Lo primero que hicieron fue colocarme la mordaza de bola. Ahora sé que era la mejor forma de que no pudiera quejarme ni decir la palabra de seguridad.

—Cabrones…

—Después me ataron manos y piernas, rodeándome con las cuerdas y luego amarrándolas al cabecero de la cama. Estaba a cuatro patas y desnuda, así que comenzaron a cachetearme el culo con una pala de madera y un látigo. El viejo juego de la niña mala y todo eso.

»Al principio los golpes eran flojos y no dolían, pero con el paso del tiempo se vinieron arriba y la cosa empezó a salirse de madre. Debí de soltar la palabra de seguridad más de diez veces, pero con las risas que se traían y el subidón de adrenalina, o no las oyeron, o pasaron de mí.

Mi bilirrubina sí que sufría un subidón al dibujar en mi mente las imágenes que iba describiendo.

—¿Volvió Rubén a hacer de las suyas?

—Sí, el musculitos siempre en su línea, el cabrón… Me tiraba del pelo y me apretaba el cuello como si quisiera de verdad asfixiarme. Mario intentó defenderme más de una vez, pero el pobre era enseguida repelido por alguno de los otros.

—Y te han follado uno por uno, ¿me equivoco?

—No, no llegó a tanto… Solo permití que me lo hicieran los dos que faltan: Hugo y Mario. A los otros dos les pegué varios berridos y conseguí que el médico los mantuviera a raya.

Sentí alivio por esto. Aunque, menuda estupidez, pensaba. Blanca había sido vejada y maltratada, qué más daba cuantos la hubieran follado. Nada cambiaba lo que me estaba contando.

—Lo que pasa es que después de penetrarme siguieron con los jueguecitos y entre ellos los golpes eran lo más habitual.

—¿Dónde te daban los golpes?

—Pues… en el culo, los muslos, las tetas, la cara… Justo era la cara donde más parecía gustarle a Hugo y se cebó conmigo.

No me cupo la menor duda: el hijo de puta del médico se estaba vengando de la humillación de que Blanca hubiera elegido dormir con Juan.

—¿Y al final? —pregunté sin querer saberlo en realidad.

—Al final me escupieron, me llenaron de semen todo el cuerpo y me hicieron comerles el culo uno por uno.

—¿A pesar de la palabra de seguridad?

—Sí… bueno… en realidad yo ya no era capaz de decir nada…

—No me jodas… ¿Y cuándo te soltaron?

—No me soltaron, me escapé…

—¿Qué…?

—Sí, las cuerdas se aflojaron y tiré de ellas. Conseguí huir a la carrera cuando se disponían a mear sobre mí jugando a la lluvia dorada.

—¡Me cago en su puta madre…! ¡Los voy a matar…!

Blanca me sujetó de un brazo.

—Déjalo, Alex, no te vuelvas loco… solo quedan unas horas para que todo esto acabe…

Me mordí la lengua y los labios hasta casi hacerme sangre. Cualquier cosa para refrenar mi ímpetu asesino.

—Y… —dije tras un paréntesis—… entonces te viniste aquí. En realidad no querías estar conmigo, sino huir de ellos…

Le costó confesar la verdad, pero al final no pudo evitarlo.

—Sí, más o menos…

Esta afirmación quedó en el aire. Y dolía, aunque intenté simular que no lo hacía para hacerla creer que a aquellas alturas ya me había hecho a la idea de que mi novia podía ser vejada por cualquiera, como una vulgar ramera, sin que me importara.

Por otro lado, no sabía si debía comentarle los acontecimientos de la noche en nuestro dormitorio o si debía callar. Opté por lo primero, sobre todo porque había cosas que aclarar que le incumbían a ella.

*

—Hay algo que debo decirte… Vas a alucinar…

—Todavía más líos… —replicó frunciendo el ceño—. No me lo puedo creer.

—Pues créetelo…

Le conté la historia de Marina desde el principio, cuando la encontré en la habitación mientras pensaba seguir al grupo que vociferaba camino a la fiesta que la tuvo a ella como juguete de todos. Al acabar, su mandíbula casi rozaba el suelo.

—No me fastidies… —Sus ojos parecían a punto de escapar de las órbitas—. ¿Pero cómo han podido meter y sacar a la chica sin que nadie se entere?

Esa era una de las preguntas que yo me hacía y no le supe responder. Le expliqué las amenazas de EXTA-SIS para dejar salir a la chica sin seguirla y Blanca silbó. Pero había algo que me picaba dentro más que esto.

—A ver, Blanca… ¿No te das cuenta lo que significa que la fiesta BDSM y la aparición de Marina coincidieran en el tiempo?

—¿Quieres decir que…?

—¡Exacto! —se veía que lo había pillado a la primera—. Quiero decir que me pusieron a la chica para evitar que interrumpiera la sesión. Y eso también significa que la fiesta BDSM no fue espontánea, sino que estaba preparada de antemano.

—¡No-me-jo-das! —exclamó y me alegré de que se hubiera dado cuenta.

Vomité lo que pensaba con un odio que no pude disimular.

—Esto es obra del médico, estoy seguro… —dije con toda la mala leche de que pude hacer acopio—. Ya te dije que ese tipo no me gustaba. ¿Recuerdas quién fue el primero en mencionar la palabra BDSM?

Se lo pensó un segundo mirando al techo.

—No sé… pero es posible que fuera Hugo, sí… no estoy segura...

No la había visto muy convencida, pero su respuesta me daba la razón y suspiré complacido.

—Por dios, Blanca… prométeme que a partir de ahora tendrás cuidado con ese tipejo —le pedí.

—Te lo juro… Tendré pies de plomo con el muy cerdo… Dios… da miedo solo de pensar que sea parte de EXTA-SIS. Eso sería fatal…

Me sentí eufórico. Por fin Blanca estaba de acuerdo conmigo frente al ginecólogo. Ahora tenía la segura sensación de que ambos remábamos en el mismo barco. Y eso me devolvía el ánimo.

Me quedaba algo por preguntar. Y, tras darle varias vueltas, me decidí a hacerlo.

—Blanca… solo una última cosa…

—Dime…

No sabía cómo abordarlo, así que me tiré a la piscina.

—Mientras te puteaban atada, ¿tuviste algún orgasmo?

Me miró con expresión de culpabilidad y luego bajó los ojos.

—Sí… —replicó con pesar—. Tres veces…

—¿Tres…? —dije sin poder creerlo.

—Sí, tres… —repitió y luego aclaró apresurada—. Pero los disimulé lo más que pude. Ni loca quería que se dieran cuenta y que me montaran un show parecido en la prueba final. No voy a volver a meterme en esos juegos de mierda ni loca…

—Bien hecho, cariño…

Nos abrazamos con desesperación. Y no hubo tiempo para más palabras, ambos nos moríamos de sueño y caímos en los brazos de Morfeo compartiendo nuestro calor.

DIA 19 (2) - EL PENULTIMO DIA

Me dormí acariciando el cabello de Blanca por la espalda. Otra vez estaba a mi lado. Soñé que era como un boomerang, que se iba lejos de forma constante, pero que siempre terminaba por volver. Cuando el boomerang se alejaba, mi angustia me producía un dolor insoportable. Pero cuando volvía, mi vida cobraba sentido de nuevo. Y me hacía sentir el hombre más afortunado del mundo.

Cuál no sería mi sorpresa cuando al despertar Blanca no estaba a mi lado.

Otra vez había volado el boomerang.

Se me llevaron los diablos. ¿Cómo coño había vuelto a pasar? Maldije a mi profundo sueño, del que no podía despertar ni a cañonazos. Era ésta una desventaja para mí —ventaja para Blanca y la jauría— que habían utilizado durante el encierro en la discoteca para ejecutar todo tipo de juegos y traiciones a mis espaldas.

Esperé en vano más de una hora. Tal vez Blanca, me engañaba a mí mismo, había ido al baño o a la cocina y al final volvería. Concluí que eso no ocurriría y decidí hacer la cama antes de nada. La ausencia de ella se notaba sobre todo en el desorden de la habitación. Sé que suena machista, pero me aprovechaba de su propensión al orden para dejar en sus manos los trabajos domésticos más pesados.

En concreto, hacer la cama me ponía de los nervios. Pero tras varios días sin que Blanca amaneciera junto a mí, o la organizaba yo mismo o terminaría durmiendo a pelo sobre el colchón.

Retiré primero las almohadas y al hacerlo un papel voló por los aires. Lo miré sorprendido y comprendí que debajo de una almohada no era sitio para tirar basura, contando con una papelera a cada lado de la cama. Por fuerza aquel papel significaba algo. El hormigueó que me recorrió se vio confirmado cuando leí las palabras en tinta azul con la letra de Blanca:

«Debes confiar —decía—. Pronto descubrirás algo que te permitirá entenderlo todo».

Me quedé absolutamente infartado. Aquella frase decía muchas cosas con pocas palabras. Aunque no conseguía descifrar el mensaje. Me dejé caer sentado en el borde de la cama con la mirada perdida. ¿De qué coños iba todo aquello? Sentía que el encierro comenzaba a precipitarse a medida que se acercaba a su final. Y que cada vez surgían más preguntas que eran imposibles de responder.

Era seguro que en pocas horas entendería muchas cosas, de eso estaba convencido, pero no podía saber si sería para bien o para mal.

De pronto observé el brillo de un objeto sobre la moqueta, cerca de donde había recogido la nota. Me agaché para ver lo que era y, sorprendido, descubrí que se trataba de una llave.

El frío del metal iluminó mi cerebro y entendí qué llave era.

Salí a toda prisa y, guardándome de que nadie me viera subir la escalera, llegué hasta la sala del escenario y comprobé que, en efecto, se trataba de la llave que abría su puerta.

Grité eufórico, intentando que mi exclamación no saliera de dentro. ¡Blanca me estaba invitando a asistir a la última prueba!

¿Era aquello un síntoma de algo?

Quizá sí que lo era. Al menos, el síntoma de que debía seguir luchando por mantener mi confianza en ella.

*

Durante la mañana no conseguí localizar a mi novia, aunque la busqué a conciencia. A mediodía me pasé por la cocina a la hora de comer. Blanca se encontraba allí con el resto de integrantes del grupo, comiendo como sin ganas.

Por lo poco que pude captar, se estaba planificando la última práctica del encierro. Escuché a Blanca decir que el DÍA 20 no contaran con ella, y que aquella tarde sería la última.

Pero fue entrar en la cocina y hacerse un silencio sepulcral. Nadie dijo una palabra más en los treinta minutos que emplearon en comer. Alterado y triste, intenté buscar los ojos de Blanca moviéndome alrededor de la mesa al tiempo que simulaba buscar cualquier cosa, pero ella se las apañaba para hurtármelos continuamente.

Mi angustia crecía de nuevo y mis buenos presagios se iban por el desagüe del fregadero. Lo último que intenté fue un aparte con ella cuando todo el grupo se disponía a marcharse.

—Blanca… ¿puedo hablar contigo un segundo?

Ella, huraña, se hizo a un lado para que no pudiera cogerla del brazo como pretendía, y siguió andando hacia la salida.

Hugo y Juan me miraron con mala leche y en sus ojos leí la amenaza latente que había en ellos desde hacía varias horas.

Mi buen ánimo se convirtió en depresión y odié a aquellos tipos sobre todas las cosas. Pero, mucho peor que mi odio hacia ellos, fue el sentimiento de rencor y animadversión que sentí por Blanca.

Una vez más mi novia me daba a probar la miel para volver a quitármela sin término medio. ¿Y me pedía que confiara? ¿En qué diablos podía confiar? ¿Y para qué? Para humillarme una y otra vez, y aprovechar a hacerlo delante de aquellos cerdos, que se regodeaban viendo como la distancia entre los dos se iba agrandando de forma irremediable.

¡Y una mierda iba a confiar en ella nunca más! ¡Ni loco lo haría! Por mucho que me fuera dejando notitas sentimentales por debajo de la almohada.

Fue en aquel momento cuando decidí que mi relación con Blanca había terminado para siempre.

DIA 20 (1) - LA ULTIMA PRUEBA

El DÍA 20 llegó y me preguntaba de qué habían servido los anteriores diecinueve. Todo —lo bueno y lo malo— iba a decidirse en aquella jornada. Mi estado de ánimo era tan funesto que incluso dejó de importarme si al final del día ya no estaba vivo. De hecho, me satisfacía pensar que la muerte sería una victoria, porque también estarían muertos Hugo y Juan… y todos los demás.

Durante el transcurso de las últimas horas me crucé con Blanca en dos ocasiones. No tuve oportunidad de abordarla ya que iba siempre rodeada de sus compinches. La primera ni siquiera conseguí que me mirara.

En la segunda, sin embargo, nuestros ojos se cruzaron. Fue tan solo un segundo, pero sentí un escalofrío al verla girar la cabeza hacia mí y fijar su mirada en la mía. Una mirada triste y asustadiza.

Me pregunté qué la produciría el miedo reflejado en su rostro. De hecho, me daba cuenta de que no tenía ni idea de cómo habían ido las últimas prácticas con Hugo y Mario. Nadie me había explicado si los dos últimos hombres del encierro habían arrancado un orgasmo de Blanca o no. Aparte de haberlo conseguido durante la experiencia BDSM, cosa que ya me había asegurado que les había ocultado y que no pensaba repetir en la vida.

Imaginé que eso era lo más probable. Que los orgasmos no habían llegado y que temía por la integridad de los seis secuestrados. Tanto esfuerzo para nada.

Pasaban las horas lentas y le daba vueltas a la cabeza sobre si al final acudiría al escenario de la prueba final o si me encerraría en mi habitación para no ver ni oír nada. Recurría al aforismo de «ojos que no ven…» y decidía no hacerlo.

Pero de pronto cambiaba de idea y pensaba que debería acudir. Quizá Blanca me necesitara. A continuación, de nuevo, volvía a mi primera decisión, porque la Blanca que me pudiera necesitar era la misma mujer a la que odiaba y a la que odiaría por el resto de mis días.

En mi fuero interno me obligaba a no olvidar las humillaciones recibidas de mi novia en las últimas tres semanas.

*

Llegó la noche y con ella la hora de la verdad. A las nueve y media volví a ver la procesión, que ya se dirigía al gran escenario con su reina a la cabeza. Blanca seguía con su expresión seria y concentrada. Se hallaba de cualquier manera menos excitada.

Le quedaban dos horas y media para correrse con un anciano baboso y un médico patibulario. Y me temía que aquello iba a ser misión imposible.

Eran casi las diez cuando me asaltó una idea. No tenía nada que perder. Y, a cambio, tal vez podría conseguir los dos objetivos que más me acuciaban en aquel momento: ayudar a la obtención de los dos orgasmos restantes de Blanca y humillarla como ella lo había hecho conmigo.

Decidí llevarla a cabo, más por mí que por Blanca y los demás.

Inspeccioné las habitaciones de la jauría, una por una. Fue bajo la cama de Juan donde encontré los juguetes utilizados para la práctica BDSM. Cogí lo que necesitaba y, sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia el escenario.

Al entrar en él, la «fiesta» ya había dado comienzo. Y el primer sonido que capté provenía de la voz de Blanca. Una Blanca bastante cabreada por el tono que percibí.

—¡Te la va a chupar tu puta madre, inútil…!

Y supuse que el exabrupto iría dirigido al viejo Mario, quien una vez más tendría problemas de erección a pesar de la Viagra.

No sabía lo equivocado que estaba.

Dejé los útiles que llevaba en la mano sobre la moqueta y los empujé debajo de la cama. Nadie se había percatado de mi presencia por el momento.

Blanca se hallaba tumbada con la cabeza sobre varios almohadones apilados. Sobre ella, el viejo la embestía con sonrisa febril, obligándola a abrir las piernas lo más que podía para que no la hiciera daño. Mi novia no parecía sentir nada, como era de esperar. Y por si eso era poco, se veía obligada a girar la cara para que el anciano no le comiera la boca con la suya desdentada y babosa. Un auténtico espectáculo de morbo pornográfico.

Junto a ella y dándome la espalda, el médico se pajeaba con una velocidad inusitada y una expresión de pánico en los ojos. Al principio no entendí lo que le ocurría, pero pronto lo comprendí: el muy cerdo, tan seguro de sí mismo hasta no hacía tanto, no conseguía empalmarse. El muy cretino debía de haberse quedado sin píldoras azules y solo con ellas había sido capaz de follarse a mi novia durante los días anteriores.

Ahora comprendía hacia quién iba dirigido en realidad el grito de Blanca de unos momentos antes.

La prueba final estaba abocada al fracaso por donde quiera que la miraras.

*

Blanca descubrió mi presencia y su primera expresión fue de sorpresa. Después me sonrió y extendió sus manos para que me acercase. Así lo hice, sentándome a su lado. El médico aún no se había percatado de mi llegada. La música de fondo había cubierto el ruido de mis pasos hasta ese instante.

Mi novia debió de pensar que la tomaría de las manos, pero se llevó la primera sorpresa de la noche. En un movimiento rápido, la agarré de las muñecas y le coloqué unas esposas de juguete, pero casi tan difíciles de quitar como unas reales.

Blanca abrió los ojos sin entender lo que le hacía. Y la segunda sorpresa le pilló sin haber entendido de qué iba la primera. Cuando le até las manos con la gruesa cuerda y tiré de ellas para amarrarla al cabecero de la cama, un grito de dolor salió de su boca antes de llegar a comprender el porqué de mi siniestra sonrisa.

—¡Auuuu…! —gritó alucinada—. Joder, Alex, me haces daño…

La bofetada que la arreé en la mejilla derecha le volvió la cara, haciendo que su bonita melena le cubriera los ojos.

—¡Calla, zorra…! —le susurré achinando los ojos.

El médico se había vuelto y había detenido el «clic-clic» líquido de su paja. Le hice un gesto con el dedo para que no osara moverse y seguí dirigiendo el juego.

—¡Viejo! —exclamé al anciano que seguía follando como loco sin preocuparse de lo que pasaba a su alrededor.

—¿Sí…? —preguntó asustado pero sin dejar de mover el culo.

—¡Quítate ese puto condón y fóllala a pelo!

La queja amarga de Blanca no se hizo esperar.

—Por dios, Alex, ¿pero qué dices…?

La agarré de la garganta con una mano y se la apreté.

—¡He dicho que te calles…! ¿Me oyes? —dije y Blanca asintió con un movimiento de cabeza timorato.

Y Mario no se hizo de rogar. Sacó la verga de su coño y se incorporó lo suficiente para tirar del condón. Luego se la volvió a clavar y sus embestidas aumentaron de velocidad.

—Joder —dijo el vejete—. Ya era hora… Con lo bien que se folla sin condón…

—Pero, Alex, cariño, ¿te has vuelto loco…? —protestaba Blanca retorciendo el cuerpo para evitar las sacudidas de Mario, quien la tenía agarrada con una fuerza inaudita para su edad.

—Calla, joder… —volví a increparla—. Si te folla con condón no te vas a correr en la puta vida… Dale, viejo, fóllala bien…

El médico comenzaba a reaccionar y trató de irse hacia mí, pero le detuve con un gesto. Mi mano se había abierto ante él y en ella se veían dos pastillas azules. Eran las que le había cogido prestadas a Blanca por si durante mi prueba oficial no me valía con la que había tomado antes de entrar.

La sonrisa de Hugo se volvió felina y tragó ambas pastillas sin perder un instante. Acompañó el gesto con el sorbo a una botella de agua que había sobre la mesilla de noche.

*

No esperé a que Blanca descubriera que solo pretendía ayudar, dando a cada uno lo que necesitaba. No había tiempo que perder. Me tumbé junto a ella y, girándole la cara aplastando sus mejillas con una mano, comencé a comerle la boca con lascivia. Se resistió unos segundos, pero enseguida se rindió y me ofreció su boca y su lengua para que las poseyera con las mías.

Los siguientes minutos fueron un frenesí de caricias y de besos húmedos y obscenos. Le amasaba las tetas con avidez y los pellizcos en sus pezones la hacían vibrar.

Por otro lado, los tirones del pelo y las bofetadas en las tetas la obligaban a arquear la espalda con un latigazo de placer como no había sentido antes conmigo. Acompañaba mis acciones con palabras soeces.

—Eres una puta, Blanca… Y te voy a comer la cara a bocados…

—Mmmmhhh… —gemía Blanca con los ojos apretados.

—¡No cierres los ojos, cerda! —le gritaba antes de abofetearla, y ella abría los ojos obediente.

Y luego proseguía con mi retahíla.

—Mira cómo te folla el viejo, pedazo de puta… Mira al baboso… No tiene mala polla el abuelo, ¿eh…? Mira cómo te la mete hasta los cojones… Adentro… afuera… adentro… afuera… Te folla bien, el vejete, ¿eh? Te folla como lo que eres, una golfa…

—Ooohhh… cabrón… —volvía a gemir ella.

Recordando las enseñanzas de Rubén, comencé un nuevo juego.

—¿Qué eres…? —le preguntaba apretando su mentón con mano de hierro.

—Una… una zorra…

—¡No te oigo…!

—¡Una zorra! —gritó cerrando los ojos.

Una bofetada resonó de nuevo. Y enseguida el escupitajo que le lancé a la cara.

—¡Que no cierres los putos ojos…!

—Va-vale… —replicó Blanca timorata, pero con un brillo inusitado en la mirada. Era una mirada cargada de lujuria. Una lujuria que veía en ella por primera vez. Y que empezaba a gustarme.

—Dilo otra vez… ¿qué eres? —repetí.

—¡Una puta…!

—¿La puta de quién…?

—¡Tu puta…!

El golpe en las tetas volvió a resonar.

—¿La puta de quién…?

—¡La puta del viejo…!

—Muy bien, zorrita… ¿Y cómo te folla el viejo…?

—Me… me folla… bien…

—¿La tiene dura el abuelo?

—Sí, sí… como una piedra…

—Abre la boca y saca tu sucia lengua…

—¿Qué…? —no pareció entenderme.

—Que abras, coño...

Le metí un pulgar entre los dientes y la obligué a abrirla.

Obedeció mi orden sin entender que iba a ocurrir a continuación. Recogí toda la saliva que pude de mi boca y la dejé caer sobre su lengua. El gesto de asco de Blanca fue indisimulable. Pero antes de que la escupiera, la ordené tragarlo.

—¡Trágate ese lapo, zorra…!

—¡Joder, no…! —dijo entre arcadas.

Volví a abofetearla y lo tragó como un corderito. Y volví a besarla para compartir con ella mi propia saliva. Blanca correspondió a mi asalto con un espasmo de la espalda y arqueó la cabeza para que la poseyera hasta el fondo con mi lengua.

Sentí que la temperatura de su boca llegaba a quemar y supe que iba por el buen camino. Y bajé mi mano hasta su vientre. Era el momento de utilizar la técnica de Hugo de nuestro primer encuentro a tres bandas.

Masajeé el clítoris de Blanca mientras sentía al viejo entrar y salir de su coño sin descanso y la sentí estremecerse. Utilizaba las enseñanzas del médico y comprendí que podría hacerla correrse si seguía por ese camino, acompañada por mis besos obscenos.

De pronto, una voz nos trajo a la realidad a los dos.

—¡Joder…! —dijo el abuelo—. Joder, Blanca… que me corro… la hostia… que no aguanto más… ¿Dónde lo hecho?

Blanca elevó unos centímetros la cabeza.

—Sácala, viejo… no me jodas… como te corras dentro te mato…

Pero ya no era ella la que daba las órdenes.

—¡Ni se te ocurra! —le dije a Mario—. Fóllala como se merece. Y córrete dentro, viejo… Llénala de leche, hostia…

Blanca me miró con expresión furibunda, pero no la dejé protestar. Tomé su boca y se la comí mientras ella se retorcía para sacarse al anciano de dentro.

—Quieta, furcia… —le espeté de mala leche—. Si te corres con el abuelo fuera no contará como suyo el orgasmo.

Pareció entenderlo y dejó de resistirse.

Mientras el viejo gruñía y la «llenaba» el útero de semen —yo sabía que el pobre hombre no echaría más que un par de gotas—, volví a tomar posesión del clítoris de Blanca y la besé y la pajeé hasta que sentí su primer espasmo.

—Ya me he corrido… —dijo el vejete—. ¿Qué hago ahora? ¿Me salgo?

—¡Joder, no…! —le grité—. Sigue follándola, viejo, no te detengas cabrón… no ves que se está muriendo de ganas de que la folles… no pares… no pares… ¡fóllala, coño…!

Blanca se había rendido como un potrillo domado y comenzó a moverse de forma descontrolada. Todo su cuerpo temblaba. Su lengua me lamía los labios desesperada. Su cadera botaba sobre la cama. Sus piernas se abrían y cerraban sin control golpeando al viejo Mario sin consideración. Era claro lo que le pasaba.

Se estaba corriendo como una perra. Y el orgasmo le duró unos segundos que se me antojaron eternos, dando paso a una expresión de relax en su rostro.

—Te quiero, Alex… —susurró tras llegarle el letargo post coital—. Te quiero, cariño, no lo olvides… —gemía bajito—. No lo olvides nunca, por favor…

Me levanté de la cama satisfecho.

Había conseguido mi primera victoria.

Era el momento de buscar la segunda.

*

Miré a Hugo y comprobé que su verga reaccionaba tras la casi media hora que había trascurrido desde que tomara las pastillas azules. Esto era ahora, increíblemente, una buena noticia.

Miré mi reloj, quedaban cincuenta minutos, tiempo suficiente para conseguir el último objetivo marcado por EXTA-SIS. Más que suficiente, de hecho, nadie podía estar tan seguro de ello como yo.

Tenía un as en la manga y estaba dispuesto a utilizarlo.

—Ey, puto médico… —llamé su atención tras recoger algo de debajo de la cama—. Mira lo que tengo para ti.

Tanto Blanca como Hugo me miraron. Él hizo un gesto de incomprensión, pero la cara de horror de mi novia dejaba claro que sabía lo que se le venía encima.

Arrojé al médico los dos objetos que llevaba en mi mano: un plug anal de medianas dimensiones —había considerado que el tamaño grande podría ser perjudicial, además de inútil para un orificio tan cerrado como el de mi novia— y un gel lubricante.

—¡Joder, no…! —exclamó Blanca aterrorizada y retorciéndose para liberarse de las cuerdas que la sujetaban a la cama—. Alex, no puedes hacerme esto… ¿Qué coños te pasa…?

—A mí no me pasa nada… ¿Y a ti…? —repliqué con inquina a la que días antes iba a pedir que fuera mi compañera para toda la vida.

Mientras, Hugo sopesaba los dos objetos en las manos sin entender de qué iba el juego. No tardé en hacérselo entender, a pesar de los ruegos en contrario de Blanca.

—¡No, Alex, por dios… no se lo digas! —gritó con el horror pintado en los ojos.

Pero se lo dije. Había llegado el momento de mi venganza.

—Si quieres conseguirle un orgasmo a esta zorra, no tienes más que follarla por el culo. Te la he dejado a huevo para que no se te resista esta vez…

—¿Qué? —El médico no salía de su asombro.

—Sí, hombre… confía en mí —me reafirmé—. Tú dale fuerte y verás que en menos de cinco minutos se correrá como una cerda… Al principio le dolerá y se resistirá, pero enseguida se pondrá berraca y se morirá del gusto…

El tipo sonrió morboso y me lanzó un gesto de agradecimiento. No esperé a recibirlo, simplemente me volví hacia la puerta y me alejé de allí con paso trémulo. El corazón me dolía y sentía unas inmensas ganas de llorar ante los gritos de Blanca mientras el puñetero médico la ponía a cuatro patas.

—¡No, joder, Alex! —gritaba—. ¡No le dejes hacerme eso…! ¡Yo te quiero, Alex…!¡No lo entiendes, pero te quiero…! ¡Todo esto lo he hecho por ti! ¡Por los dos…! ¡Por favor, Alex, no te vayas…!

Sus gritos me desgarraban por dentro, pero no había vuelta atrás.

Salí del escenario y me dirigí hacia el dormitorio que había compartido con Blanca. Los gritos aún me llegaban por los altavoces de la sala de espectadores donde se encontraba el resto de la jauría. Oí también al viejo Mario, que jaleaba y aplaudía lo que se iba cocinando sobre la cama redonda.

Continuará...... (el final está cerca)
 
DIA 20 (2) - LAS TROMPETAS DE JERICÓ

Me encerré en la habitación, aunque un sexto sentido me recomendó no cerrar la puerta a cal y canto, y la dejé solo entornada. Que me llegaran sonidos de lo que ocurría en el exterior era necesidad más que curiosidad. En unos minutos el DÍA 20 finalizaría y los nervios comenzaban a apoderarse de mí.

Mi instinto no se equivocaba. Tras acallarse los gritos de dolor y placer de Blanca, todo seguía igual, el silencio reinando sobre la penumbra del recinto de nuestro cautiverio. Pero unos minutos más tarde comenzó la experiencia más surrealista que he vivido en mi vida.

La fiesta se inició con un toque de trompetas y timbales. Uno de esos toques que sugería una película medieval donde un coro de trompeteros anunciaran la llegada del rey.

La quietud había sido la atmósfera habitual en aquel lugar durante los veinte días de encierro, a excepción de las fiestas de la jauría en la primera planta. Por ello, aquel sonar de instrumentos de viento y de percusión me sobresaltó, enervando mi estado de ánimo. Algo nuevo estaba pasando, y no podía saber si era bueno o malo. Cualquier cosa era esperable y mi corazón comenzó a latir al doble de la velocidad habitual.

Corrí hacia la puerta y me lancé al exterior. Al toque de trompetas siguió una música carnavalesca. Y, lo más alucinante, las luces de toda la discoteca comenzaron a encenderse por grupos. Ora unos focos de luz blanca en los pasillos… ora luces de colores en las pistas. Así, paulatinamente, hasta dejar el lugar tan iluminado como si se estuviera fraguando una gran fiesta.

Cuando escuché abrirse las puertas metálicas de la entrada principal, me lancé por las escaleras hacia la primera planta. En efecto, las puertas de entrada a la discoteca se habían abierto de par en par y una luz cegadora se colaba por ellas desde el exterior como si fuera de día. Eran luz de focos, de espectáculo, de celebración de algo grande.

Se me pasó por la cabeza la imagen de una Blanca corriéndose por quinta vez, consiguiendo así el objetivo exigido y dando paso a la fiesta total.

Aunque lo mejor estaba por venir.

*

Si ya me hallaba atónito, cuando el séquito de personas que entraban en tromba tomaron el local en procesión, la mandíbula se me descolgó hasta casi rozar el suelo.

La procesión iba encabezada por una mujer de mediana edad, bella y engalanada como para un espectáculo televisivo. Junto a ella, otra mujer bellísima y dos hombres super jóvenes con aspecto de anuncio de colonia seguían su paso.

Por detrás de ellos, multitud de jóvenes de ambos sexos y un coro de bailarinas disfrazadas de cheerleaders daban saltos y danzaban al son de la música que atronaba por los rincones de la discoteca. Todos portaban algún tipo de banderola, dando un colorido festivalero a la comitiva.

Varios operarios con cámaras de Televisión rodeaban a los procesionarios buscando no perder ni un detalle del espectáculo.

Aunque, entre el barullo que parecía más propio de un programa de variedades de TV, lo que me dejó sin habla fue la inmensa pancarta que portaban en una de las primeras filas un grupo de azafatas.

La pancarta rezaba así: «FELICIDADES A LA GANADORA DE LA ACTUAL EDICIÓN DEL SHOW *ERÓTICA ESCAPE ROOM*»

Como por revelación divina, no me cupo la menor duda de que la «ganadora» era la mismísima Blanca. Mi suposición de que había logrado el quinto orgasmo se hacía realidad en aquella pancarta. El último objetivo había sido conseguido minutos antes de que el show estallara.

Del grupo de personas que iban llenando la discoteca, la gran mayoría se quedaron en la primera planta, formando una algarabía de voces que servía como coro al resto del espectáculo. Solo un grupo de entre la multitud se desgajó del resto y subió las escaleras hacia la tercera planta. Lo componían el cuarteto de cabeza, las cheerleaders y azafatas, y una decena de hombres vestidos con prendas de trabajo, tal vez operarios de producción. Y, todos ellos, marchaban rodeados del sin número de hombres-cámara que grababan cada detalle de lo que allí acontecía.

Seguí de cerca al grupo, que no se detuvo hasta que llegaron al escenario y se introdujeron en el interior. Cuando conseguí entrar, los operarios estaban retirando paneles y dejando al descubierto una sala adyacente. Se trataba claramente de un set de televisión con sus cromas en verde dando respaldo a un conjunto de sillones donde tomaron asiento los cuatro protagonistas de la cabeza.

Mi estupor final sobrevino al ver sentarse a una Blanca feliz al lado de la mujer que parecía la jefa del cotarro. Mi novia cubría su desnudez con una bata de colores brillantes que la embellecían sobremanera y portaba un micro. Un par de operarios la maquillaron ligeramente al tiempo que la peinaban y, tras terminar con la puesta en escena, la entrevista comenzó.

—¿Qué se siente al ser la ganadora de este primer certamen de nuestro Reality Show, el más atrevido que se ha hecho en televisión en toda la historia? —preguntó la show woman cuya voz era inequívocamente idéntica a la «voz en off» de nuestro cautiverio.

*

Lo más increíble de aquel montaje era, sin embargo, la ausencia de sorpresa en la expresión facial de Blanca, quien sonreía de oreja a oreja mientras respondía una a una a las preguntas que iba desgranando la presentadora.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba rodeado por los compañeros de cautiverio en lo que la mujer había denominado escape room. Nos habíamos agrupado los cinco, casi sin darnos cuenta. Juan, Rubén y Mario mostraban una expresión de incredulidad que solo era comparable con la mía. Y nos mirábamos entre nosotros con cara de estar flipándolo.

La excepción era Hugo, quien con gesto de machirulo de discoteca, parecía gozar del espectáculo. Y de pronto lo entendí todo. El falso médico —porque ahora no me cabía la menor duda de que el papel de médico no era más que un rol de actor— era sin duda el cómplice de EXTA-SIS en todo aquel tinglado. Lo único que no me encajaba, y me disgustaban las posibilidades que se me pasaban por la cabeza, era como había convencido a Blanca para participar en aquel juego absurdo, a la vez que sucio y grotesco.

Le miré un instante y nuestros ojos se enredaron. Un duelo de miradas se desató entre los dos, y ninguno quería ser el primero en retirarla. La expresión de su cara se transformó y mostró unos dientes de perro rabioso. Me dejó helado, un minuto antes estaba sonriendo y ahora me miraba con gesto de odio. Y acto seguido se lanzó hacia mí.

En tres zancadas estuvo a mi lado y me agarró por la pechera. La sorpresa no me permitió responder y sin esperarlo me encontré empotrado contra una de las paredes.

—¡Seréis hijos de puta! —exclamó Hugo en voz no muy alta para evitar que el grupo de rodaje le escuchara—. ¡Os voy a denunciar, cabrones, nos habéis encerrado tres semanas en este zulo para grabar un puto programa de televisión!

Ostras, pensé, me había equivocado de cabo a rabo. Si Hugo era parte de aquel espectáculo, ¿cómo se mostraba tan cabreado y me culpaba a mí por ello? ¿O es que solo era una víctima más?

Los otros tres me rodearon sin darme opción de escape y comenzaron a coserme literalmente a preguntas.

—¿Cómo habéis tenido los santos huevos de hacernos esto? —preguntaba Juan.

—¡Panda de cabrones! ¡Os voy a moler a palos! —exclamaba Rubén.

—Por mí no pasa nada, si hay que follar, se folla… —apuntaba el viejo Mario—. Si queréis seguimos más tiempo, con la pastilla azul que me he tomado tengo cuerda para rato….

—¡Joder, que yo no tengo nada que ver! —protestaba yo.

—¡Y una mierda! —gritaba Juan y ayudaba a Hugo a apretarme contra la pared.

Un cámara nos reprendió por el ruido que estábamos haciendo.

—Ssshhh… callaros, coño, que estáis molestando…

Le miramos incrédulos. Nos habían secuestrado durante veinte días y se permitían el lujo de abroncarnos.

El médico se puso aún más violento y me propinó un puñetazo en el estómago.

—¡No nos cuentes milongas, cabronazo…! —decía fuera de sí, aunque conteniendo el volumen de su voz—. Si ya te he pillado el truco, ¿te crees que soy idiota? Todo eso de dejar que se follen a tu novia haciéndote el ofendido… ni de coña me lo he tragado… tú eres tan actor como ella… ni novio ni hostias… Tú no le llegas a esa tía ni a la suela de los zapatos para ser su novio… La muy puta es una actriz porno y tú un actor secundario, ¡reconócelo!

Comprender que ninguno de los que me rodeaban estaban metidos en el ajo fue una puñalada trapera. En el caso de que no estuvieran fingiendo, por supuesto. Porque si ellos no estaban conchabados con nuestros captores… Joder, no quería ni pensarlo… En ese caso solo Blanca era culpable de aquel desaguisado. Mi novia, la que iba a ser mi prometida el día que habíamos entrado en aquel local, nos había preparado una trampa para encerrarnos y mantener sexo con aquellos tipos todos los días que había durado el cautiverio.

Me quería morir. Y por si eso era poco, los cuatro impresentables que formaban lo que había dado en llamar «la jauría», me acosaban y querían partirme la crisma por haber participado en aquella encerrona. Toda una ironía.

—¡Que os digo que yo no tengo nada que ver! —volví a defenderme—. ¡Que solo soy una víctima más!

Rubén, más nervioso que el resto, echó la mano a mi pelo y lo agarró con ánimo de golpear mi cabeza contra la pared. Cuando ya me veía descalabrado por el musculitos, un par de hombres trajeados le detuvieron.

—A ver… —dijo uno de ellos—. Si no les importa, dejen de pelear y nos apartamos hacia el fondo de la sala, que tenemos que hablar.

*

Ninguno del grupo osó rechistar. Aquella interrupción nos había dejado petrificados. Rubén y Hugo me soltaron y, como corderos dirigidos al matadero, les seguimos los cinco hasta los espejos que actuaban como ventanas para la sala de espectadores.

Ninguno decía nada, solo nos mirábamos entre nosotros y a los dos trajeados con gesto alucinado. ¿Qué tenían que decirnos aquellos tipos de negro? Nadie esperaba nada bueno.

Al cabo de uno segundos, cuando los ánimos se hubieron calmado, el más alto de los dos comenzó a hablar. El otro, mientras, iba sacando de su maletín unas carpetas repletas de papeles.

—Permítanme que me presente. Mi nombre es Abel Fuentes y soy el responsable legal de la producción —dijo con un acento argentino que intentaba disimular—. Les he convocado para comentarles sobre los emolumentos que les corresponden por su participación en el reality show del que ustedes no han sido conscientes hasta este momento.

De una forma implícita, el tal Abel estaba reconociendo que nos habían tratado como a ratones de laboratorio, sin saber que estábamos siendo manipulados. El asunto era más que grave y comencé a darle vueltas sobre cómo iba a denunciarles.

—¿Emolumentos? —tuvo que dar la nota Rubén—. ¿Y eso qué es, si puede saberse?

—La pasta, joder… —le calló Hugo con un apretón en el brazo–. Calla y déjale que hable.

—Antes de nada —continuó el tal Abel—, quiero darles la enhorabuena por su performance. La productora ha quedado más que satisfecha con su magnífica participación.

Iba a decirle unas palabras, pero la mirada de Juan me aconsejó callar.

—Así que les hemos preparado estos talones como compensación a su entrega al show.

Repartió los talones a cada uno de los cinco y los miramos con ojos desencajados. ¡Joder! La cifra reflejada en mi cheque tenía tantos ceros que pensé que me iba a marear. Los compañeros de encierro nos miramos entre nosotros y en todos había dos expresiones: la primera de sorpresa y, la segunda y más evidente, de codicia.

—¿Esto es para nosotros? —preguntó Mario con cara de susto. Aquel vejete no debía de haber visto tanto dinero junto en toda su vida.

Aunque, a decir verdad, mi caso era parecido. La única diferencia entre los dos era que para mí se trataba del pago a la mayor humillación que puede soportar un hombre.

—Por supuesto, señor —afirmó el trajeado—. Aunque, debo decirles que para que los talones tengan valor, deberán firmar la cesión de derechos de imagen que les muestra mi compañero.

El segundo trajeado nos hizo entrega de una carpeta de cartulina gris que contenía un documento de no menos de cien páginas. Le eché un vistazo por encima y navegué como pude por la jerga legal. Venía a decir que dábamos permiso a la productora para que emitiera todo lo grabado durante nuestro cautiverio, en el programa que se autodenominaba Erótica Reality Show.

Y, más importante, que renunciábamos a denunciar a la productora por los desvelos provocados a causa del encierro no consentido.

Se me llevaron los demonios. No solo me habían humillado y habían emputecido a mi novia, sino que pretendían hacerme quedar como un idiota delante de todo aquel que quisiera verlo por televisión.

El trajeado jefe debió de leerme el pensamiento, porque se apresuró en aclarar:

—Les adelanto que el show no será emitido en ningún canal, ni aéreo ni por cable, de este país. Solo lo será en países de Latinoamérica, en castellano, y en otros países con doblaje. Esto está reflejado en el contrato. Su intimidad está a salvo, se lo aseguro.

El primero en firmar como si le fuera la vida en ello fue Hugo. No en vano recordaba haberle oído decir que estaba en las últimas y que sobrevivía vendiendo cualquier cosa que podía. ¿Por qué no vender su imagen de semental al servicio de la protagonista del reality? Le hacía quedar como un machito y encima le pagaban una cantidad alucinante de dinero. Ni de coña iba a pensarlo antes de firmar.

El resto también accedieron y esperaron turno por el bolígrafo para hacerlo.

—Por esta cantidad yo les vendo hasta a mi suegra, que en paz descanse… —decía el vejete mostrando su sonrisa desdentada. Y si hay segunda temporada, me apunto…

En mi caso no estaba tan seguro. Aún me quedaba una duda.

—¿Y qué pasa si no quiero firmarlo?

El tal Abel sonrió cachazudo antes de responder.

—Oh, como pasar, pasar… no pasa nada —me dio una palmada de «amigo en el brazo»—. Simplemente su rostro será velado por un círculo borroso y su personaje participará, digamos… de «incognito».

Cerdos cabrones. Mi «personaje», como el tipejo lo llamaba, era el del novio cornudo que se comía la mierda de todos los demás, comenzando por la de la protagonista femenina. Y, teniendo en cuenta que la cara de Blanca aparecería como actriz principal, si algún conocido veía el show podría identificarme sin ningún problema. Para más inri, la productora se ahorraría una cantidad de dinero importante.

Acepté de mala gana y firmé el documento. Luego el trajeado firmó los cinco talones y se despidió del grupo, satisfecho por los resultados obtenidos. Aunque muy probablemente sabía de antemano que iba a conseguir nuestras firmas sin muchos problemas. Incluso la mía, que era supuestamente la más difícil.

Nadie en su sano juicio iba a renunciar a aquellos ingresos imprevistos. Nos había tocado la lotería.


ÚLTIMOS MINUTOS EN LA DISCOTECA

Al fin los trajeados desaparecieron y me acerqué hacia el set de entrevistas. Llegaba a tiempo de ver la entrega de un talón gigante en el que se reflejaba la cantidad ganada por Blanca. La cifra en este caso no era solo mareante, sino directamente de infarto.

La tristeza y la decepción me invadieron. Recordé las palabras de Blanca en la nota que me había dejado bajo la almohada: «…pronto descubrirás algo que te permitirá entenderlo todo».

Y, en efecto, ahora lo entendía todo. La codicia la había llevado a prostituirse a cambio de una cantidad exorbitante de dinero. Ella había dirigido el show en alianza con los raptores. Y había sabido todo desde el principio. La que creía la víctima principal de EXTA-SIS era en realidad la socia de los secuestradores.

Idiota de mí, que había creído que Blanca estaba siendo manipulada por Hugo. Había sido al revés. Ni siquiera el mayor cerdo del encierro estaba al tanto de lo que ocurría en aquel embrollo. «Blanca es la que manda», había dicho el médico más de una vez, y ahora quedaba claro que era así y, sobre todo, por qué lo era.

Me retiré hacia atrás cuando alguien dio la orden de «corten» y todos los protagonistas de la entrevista comenzaban a levantarse de sus asientos.

Observé a Blanca buscar con la mirada. Supuse que era a mí a quien quería localizar e intenté escabullirme. Pero la masa de gente que ocupaba el que ahora se me antojaba escaso espacio de la sala escenario me impidió la escapada a tiempo. Y mi novia —para mí ya exnovia— se acercó a mi lado e intentó abrazarme.

—Ven conmigo al dormitorio, tenemos que hablar… —me dijo al oído.

—Ni de coña, me largo de aquí cuanto antes —respondí—, no quiero saber nada de todo esto.

La miré asqueado y ella se quedó alelada. No había esperado aquella reacción, me imaginé.

Pero no tuvo tiempo de replicarme.

Un implacable Hugo la tomó de un brazo y la empujó hacia la salida.

Podría haber atacado al médico y haber rescatado a Blanca de sus garras, pero era lo último que me apetecía en aquel momento. Así que eché a andar y los dejé atrás.

—¡Espera, amor…! —oí gritar a mi exnovia—. ¡No te vayas, por favor, ven conmigo…! ¡No me dejes sola, te quiero…!

Pero ya no la oía. Me lancé escaleras abajo y en menos tiempo del que tarda en contarse me hallaba en la calle. El parking de la discoteca se hallaba pleno de fans del show —supuse que contratados por un bocadillo y veinte euros para hacer bulto, como en los programas de concursos— y aplaudían y vitoreaban a todo aquel que salía por las puertas del local.

Me llegué hasta el coche, que seguía donde lo dejé veinte días antes y, acuclillado frente al capó, comencé a llorar.

*

Había perdido la noción del tiempo, así que no puedo decir cuánto tiempo estuve sollozando. Cuando las lágrimas cesaron, me puse en pie decidido a marcharme.

No tardé en comprender que no iba a encontrar las llaves en la ropa que llevaba. Vestía un chándal proporcionado por EXTA-SIS y las llaves permanecían en un bolsillo de la cazadora que llevaba el DÍA cero. Pateé una de las ruedas con furia. Tenía que volver a entrar en la discoteca y era lo que menos me apetecía en el mundo.

Lo hice a toda prisa, ignorando la petición de autógrafos de los fans «postizos», y en un par de minutos me encontraba en el pasillo de las habitaciones. Me crucé con Rubén y Mario y miré hacia otro lado.

Por último, llegué hasta la que había sido mi habitación y la encontré cerrada. Extrañado, miré por el ojo de buey y descubrí una escena que me erizó la piel.

Hugo daba la espalda a la puerta y, situado ante Blanca, la ocultaba de mi vista. La agarraba de un brazo y parecían dialogar amigablemente. El infierno vivido en aquel maldito lugar revivía ante mis narices. La zorra de mi exnovia acababa de gritarme que no me fuera, que me quería y, pocos minutos después, se encerraba en la habitación con aquel tipo odioso para hablar y tal vez dejar atada su recién iniciada relación.

—Joder, Blanca, por dios… —susurré para mí, con ganas de llorar de nuevo.

Me lamenté no poder leerles los labios para entender de qué hablaban, su posición me lo impedía. Supuse que planificaban los próximos pasos para su vida en común, una vez que se habían librado de mí.

—Déjales, tío… —dijo una voz detrás de mí—. Pórtate como un hombre y acepta que has perdido.

Supe que era Juan quien me hablaba y me volví de un salto, dispuesto a defenderme si pretendía atacar. No se mostraba agresivo, sin embargo.

—Blanca es un cielo… —prosiguió con su perorata—, pero ese cerdo de Hugo nos ha manipulado a todos. Yo he llegado a quererla como a una amiga, imagino que te lo habrá dicho… Pero el ginecólogo es mucho más listo… Y ha sido el que se la ha ganado. No te hagas sangre, no es culpa tuya. Las mujeres son así… Un día te quieren y al siguiente se han ido con otro.

Le miraba alucinado, sin saber qué contestar. Tenía razón, debía asumir mi derrota, aunque ya lo había hecho hacía tiempo. Lo único que me importaba era recuperar mi cazadora con las llaves dentro.

—Hasta otra, colegas —dijeron Rubén y Mario pasando a nuestro lado con sendas bolsas de deporte—. Y tú tranqui, Alex, hay muchos peces en el mar —remató Rubén en clara alusión a Blanca y a su inclinación hacia el médico.

Les dije adiós con la mirada y me resigné a mi destino.

—Bueno, chaval, me largo yo también —se despidió Juan con un apretón de brazo—. Tienes mi teléfono, si necesitas algo, avisa. Yo para empezar me voy a pillar la borrachera del siglo con la pasta que nos han dado esos hijos de su madre… Qué jodía la Blanquita… el lío que nos ha montado y lo bien que nos ha salido la jugada… jajaja…

Y se alejó de mí en dirección a la escalera de bajada hacia la libertad.

Volví la vista hacia el ojo de buey. Y lo que me encontré no era lo que esperaba. Blanca llevaba colgada de un brazo mi cazadora. Al parecer había recogido sus pertenencias, y tal vez las mías, porque la bolsa de deporte que veía sobre la cama se notaba repleta. Además, se había movido hacia un lado y ya podía leer sus labios. Y lo que decían era muy diferente a lo que había creído.

—Suéltame, gilipollas, me estás haciendo daño…

Un ataque de rabia me devolvió a la realidad y, como un toro, empujé la puerta. Había pensado que estaría atrancada por dentro con la silla que solía usar y, al no estarlo, la puerta se estrelló contra la pared opuesta causando un gran estruendo.

—¡Qué coños…! —exclamó el médico volviéndose hacia mí—. ¡Largo de aquí, gilipollas! ¡Déjanos en paz o…!

—¡Pedazo de cabrón…! —troné y di un paso al frente.

Pero Hugo no se asustó. Al contrario, se lanzó contra mí y volvió a agarrarme de la pechera como unos minutos antes en el escenario.

Antes de que me diera cuenta me estaba golpeando contra la pared. Intenté defenderme, pero me había pillado por sorpresa y apenas podía cubrirme el cuerpo ante sus puñetazos. Me estaba acribillando el tipo al que había humillado tras la barra de la primera planta.

Súbitamente, un grito del ginecólogo llenó la habitación.

—¡Ayyy, joder…! —bramó.

Levanté la cabeza que había mantenido agachada para esquivar sus puñetazos y descubrí a una Blanca con los ojos inyectados en sangre. En la mano apretaba la pata de la silla con la que yo había atacado a Hugo unos días atrás.

Un nuevo golpe en la cabeza hizo caer al suelo al médico y este se cubrió la cara para evitar los golpes sobre ella.

Blanca cambió de estrategia y se lanzó a patearle. Mientras lo hacía, le increpaba con saña.

—¡No se te ocurra tocar a mi novio, cabronazo! —gritaba desaforada—. ¡Como vuelvas a tocarle te juro que te corto los huevos y te los hago tragar!, ¿¡te enteras!?

Me apoyé en la puerta deslumbrado por la fiereza con la que Blanca golpeaba al ginecólogo.

—¡Eres un gilipollas y te he dicho mil veces que me importas una mierda! —continuaba con su retahíla mientras golpeaba el cuerpo huesudo que se debatía en el suelo—. ¡Me das puto asco, joder…! ¿¡Cómo tengo que decírtelo!?

Por fin se calmó Blanca y Hugo aprovechó el inciso para salir a la carrera del cuarto. Blanca sudaba por el esfuerzo y no sonreía. Me observaba con mirada asustada y se colocaba el pelo mientras recogía mi cazadora y la bolsa de deporte.

—Toma… te la habías dejado… —dijo—. ¿Nos vamos a casa?

No respondí, tan solo la franqueé el paso y la seguí en silencio.

Pocos minutos después circulábamos en el coche hacia el que había sido nuestro hogar durante los últimos tres años.


LAS SEMANAS SIGUIENTES

El camino hacia casa desde la discoteca se tardaría en recorrer no menos de una hora con tráfico diurno. A las tres de la mañana nos llevaría como mucho la mitad de tiempo.

El silencio dentro del coche era sepulcral. El anillo que pensaba entregarle para pedirla en matrimonio pesaba en uno de los bolsillos de la cazadora. Blanca intentaba iniciar una conversación de vez en cuando, pero yo la cortaba.

—Por dios, Alex, tenemos que hablar… te lo ruego…

—Te he dicho que no quiero escucharte… Así que cállate, por favor.

Mientras conducía iba rememorando cada una de las humillaciones que había recibido durante las últimas tres semanas, y el odio hacia todos y hacia todo se me iba acumulando. Lo último que me apetecía era volver a escuchar las mentiras de Blanca.

En ningún momento, desde que las trompetas del fin del cautiverio comenzaron a sonar, se me había pasado por la imaginación cómo sería la vida real tras el fin del encierro. Pero ahora me daba cuenta de que se me iba a echar encima en unas horas. Los nervios se me tensaron al comprender que no tenía ni idea de cómo la iba a afrontar.

—¿Qué coño voy a decir en el colegio? —rezongué tras muchos minutos de rumiar la duda—. ¿Qué no he acudido al trabajo porque me he pasado tres semanas sujetando la vela mientras se follaban a mi novia cuatro cerdos en una discoteca vacía? Me van a echar del trabajo, y con razón…

Pero Blanca tenía respuestas para todo y soltó la que tocaba.

—No te preocupes, no te van a echar. Sara te ha cubierto todo este tiempo. Es tu jefa y oficialmente te ha concedido vacaciones hasta hoy. El lunes vuelves al trabajo.

—Vaya, veo que lo tenías todo planeado…

La miré de perfil, pero esta vez con admiración. ¿Había tenido a mi lado a una mujer demasiado inteligente para mis escasas capacidades y no me había dado cuenta?

Blanca tragó saliva y no me devolvió la mirada.

—¿Y tú? —me interesé—. ¿También te has cogido vacaciones?

—No… —respondió sin alterarse—. Yo me despedí del trabajo dos días antes de comenzar el reality.

La volví a mirar de soslayo. Parecía tenerlo todo bien atado, que nada escapaba a su control. Entendí que había tramado un plan en el que no parecían existir cabos sueltos. Con toda seguridad tendría respuestas para cada detalle de lo que habíamos vivido. Y yo me moría por escucharlas. Pero antes me dejaría apuñalar que aceptar mi necesidad de aclarar las dudas que me asaltaban. Aunque me estuviera consumiendo por la ansiedad.

Pasaron varios minutos más antes de que Blanca volviera a hablar.

—Eres un cabrón, que lo sepas…

Me molestó el comentario.

—¿Qué…? ¿Yo un cabrón…? Serás cínica…

—Sí, un cabrón —insistió—. ¿Por qué le dijiste a Hugo lo de… eso… que me pasa por detrás…? Es algo muy íntimo… Un asunto entre nosotros que no le importa a nadie…

Entendí que se refería a mi último truco en la prueba final. En otra situación me hubiera regodeado, pero en aquel momento solo sentía tristeza al recordar que había tenido que entregar su secreto a aquel hijo de puta para satisfacer el ansia de victoria de ella. Sin saberlo, en realidad.

Había creído que salvaría nuestras vidas al conseguir el objetivo marcado por EXTA-SIS, y de lo que se trataba era de alcanzar una victoria económica. Para todos, pero sobre todo para Blanca. El pago por su degradación.

—Lo hice por ti… —repliqué—. Te hice un favor, no te quejes… Sin mí no hubieras conseguido ese puto cheque que te has ganado a pulso…

—Joder, no lo entiendes… Ese puto cheque no es «mi» cheque, sino «nuestro» cheque. ¿Me vas a dejar que te lo explique?

—Ni de coña… —respondí—. No tienes que explicarme nada… Tú y yo hemos terminado…

El resto del viaje no volvimos a hablar. Blanca sollozaba bajito, aunque intentaba disimularlo, y yo sentía que me rompía por dentro en mil pedazos.

*

Lo primero que busqué al llegar a casa fueron las maletas que dormían a la espera de las siguientes vacaciones. Saqué la mayor de ellas y la abrí sobre la cama. Fui vaciando el armario y llenándola ante la mirada triste de Blanca.

—No tienes por qué irte esta noche —me dijo—. Te quedan pocas horas para comenzar en el colegio y vas a estar muerto de cansancio. Quédate al menos a dormir aquí y ya te irás mañana.

—Paso… —repliqué.

Blanca se mordió el labio y siguió insistiendo.

—Son solo unas pocas horas, el domingo pasará rápido. No seas cabezota… quédate y duerme en la cama. Yo dormiré en el sofá.

Finalmente accedí. Pero no permití que fuera ella la que durmiera en el sillón. Quizá fueran ideas de machirulo patriarcal, pero dispuse que sería yo el que lo hiciera.

Apenas pude dormir una corta cabezada y sobre las nueve ya estaba en la ducha. Blanca se levantó y preparó los desayunos. Le concedí la última comida conjunta y poco después abandonaba la casa. Sobre el mueble del recibidor dejé un papel de colores que Blanca reconoció en seguida, aunque apenas lo miró.

—El talón te lo puedes quedar, es tuyo —dije—. Yo no lo necesito para nada.

Las lágrimas inundaban su rostro mientras me veía empujar la maleta hacia el ascensor.

El lunes, de vuelta al colegio, estuve buscando la ocasión de quedarme a solas con Sara. Pero ella me rehuía para evitar la conversación que sabía que me debía.

Conseguí cercarla a la hora del recreo. Tomábamos café en un bar cercano cuando la entré a saco.

—Tú lo sabías todo y me lo ocultaste.

—Mira, Alex —respondió evasiva—. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que lo siento? Pues sí, lo siento un montón… Pero Blanca es muy cabezota y no quiso hacerme caso. Mil veces le dije que lo que pensaba hacer no era solo una locura, sino una gilipollez también. Que te iba a perder. Pero estaba obcecada. No podía decirte nada porque ella me lo pidió. Y a una amiga no se la traiciona.

—Ah, claro, a una amiga no se la traiciona… —la pinchaba—. Y a un amigo que le den…

Comíamos sin ganas, desmigando donuts con una mano y echando las migajas dentro de la taza. Tras un paréntesis, de nuevo volví a la carga.

—Y vas y me cuentas un rollo sobre que has encontrado unas entradas baratísimas y que en el mercado negro valen un congo y blablablá… serás cabrita…

Pareció enfadarse, aunque los enfados de Sara eran de gaseosa y no los temía.

—A ver, querido Alex, si lo que estás intentando es tirarme de la lengua y que te cuente toda la historia, lo llevas claro. Tú lo que tienes que hacer es hablarlo con Blanca, que para eso es tu novia…

—Mi exnovia… —la corregí.

—Bueno, pues tu exnovia o lo que sea… —prosiguió impertérrita—. Pero lo que tengáis que aclarar lo aclaráis entre vosotros. A mí no me metas por medio.

Me olí la tostada y le paré la jugada.

—Vale, ya entiendo… —la espeté—. Blanca te ha llamado y te ha pedido que me convenzas para que hable con ella, ¿me equivoco?

Carraspeó con la sensación de haber sido pillada en falta.

—Pues sí… —confesó desganada—. Me ha llamado y me ha dicho que ni siquiera quieres escucharla. Y me da igual lo que hagas, pero primero deberías dejarla explicarse. Es lo menos que se merece después de siete años. Y luego, si quieres mandarla a la mierda, pues la mandas. Pero al menos merece que hables con ella.

—Ya…

Se nos había acabado el tema de conversación. Cada uno se había enrocado en una posición y era difícil que ninguno diera su brazo a torcer.

A pesar de su enfado conmigo, Sara se ofreció a ayudarme.

—¿Dónde vas a dormir esta noche?

—Ni idea… De momento en el coche. Tengo en él la maleta hasta ver si pillo algo.

—Anda, no seas bobo y quédate con nosotras una noche. O un par. Pero solo hasta que encuentres algo, ¿eh?

—¿No se mosquearán tus compañeras de piso?

—Ni hablar. No eres el primer divorciado que duerme en nuestro sofá, no te creas tan importante.

Por supuesto que acepté. Aunque no necesitaba urgirme para que me quedara por poco tiempo. Aguantar a la mejor amiga de Blanca dándome la tabarra cada noche para aceptar escucharla iba a ser demasiado. Apenas la aguantaba que me la diera cada día en el colegio, como para tener que soportarla también por las noches mientras veíamos alguna serie de Netflix.

*

Dos semanas fue el tiempo que conviví con Sara y sus compañeras. Andaba buscando un grupo de gente que necesitara compañero y al fin encontré un piso de tres habitaciones con sus respectivos inquilinos. Uno de los compañeros se había largado a trabajar a Irlanda, harto de cobrar una miseria por un trabajo en el que se le exigía dos carreras y tres idiomas. Me venía al pelo, porque se hallaba a tiro de piedra del colegio y así ahorraba en transporte público.

Una vez normalicé mi situación y, tras mudar el resto de mis pertenencias desde el piso de Blanca, comenzaron a llegar los mensajes de mi exnovia.

En ellos me insistía que teníamos que hablar. Nada nuevo bajo el sol. Que me quería y todas esas pamplinas y que me estaba equivocando con ella. Acompañaba las misivas con memes sacados de Google en los que se podía leer una frase profunda acerca del amor, la amistad y todas esas bobadas para incautos de corazón blando.

«No insistas en tus errores. Si sientes lo que sientes, y lo sabes, deberías abrir tu corazón», era un ejemplo de aquellas bobadas orientadas a desgastar mi resistencia.

No estaba seguro de si les enviaría mensajes semejantes a sus amigos Hugo y Juan. Pero cuando pensaba en ello, me atacaban unas ansias asesinas que me empujaban a mutilar, si no a matar, al primero de ellos que se cruzase en mi camino.

Al principio no respondía a estos mensajes, pero Sara me insistía —hostigada por Blanca, con toda seguridad— a que lo hiciera, y terminé por sucumbir.

Como los mensajes me llegaban a primera hora de la mañana o a última de la tarde, le respondía con un «feliz día» o un «hasta mañana» y me salía de línea para evitar sus tentaciones de seguir la conversación.

Finalmente, los mensajes se hicieron más cortos, pero igualmente frecuentes. Me daba los buenos días por la mañana y las buenas noches a la hora de dormir. Yo le respondía con lo mismo y no esperaba su réplica.

Tres meses después de nuestra ruptura, un día no me llegó el mensaje de buenos días. Asustado, le pregunté a Sara por si le había pasado algo a su amiga.

—Oh, no, tranquilo… —me respondió con sonrisa irónica—. Es que hoy es su primer día de clase y seguramente no habrá tenido tiempo de enviártelo.

—¿Clase? ¿Qué clase? —me interesé.

—¿No te ha contado nada?

—No… ya sabes que solo nos damos los buenos días y las buenas noches.

—Pues se ha apuntado a un curso de esteticista. Quiere sacarse el diploma oficial para su plan de futuro.

Sara me sonreía con su media sonrisa de niña mala. Sabía que estaba alimentando mis deseos de saber, y se hacía la despistada esperando a que le preguntara.

Y por supuesto que pregunté:

—Ah, ¿tiene planes…? —intenté que colara como una cuestión sin mucho interés, pero Sara era más lista que yo.

—Mira, majo, si quieres más información, ya sabes donde vive tu querida Blanca. Ve a verla y pregúntale a ella.

Maldije en hebreo y me mordí la lengua. Mi enfado venía más porque tenía razón que porque no me quisiera responder a la pregunta.

En efecto, el mensaje de Blanca llegó más tarde ese día. Pero igualmente llegó.

BLANCA: Buenos días, que tengas un bonito día.

Lo miré unos segundos. Y no me pude resistir.

ALEX: Buenos días. Me ha dicho Sara que has empezado a estudiar, qué estudias?

No tardó mi exnovia en responder a mi pregunta. Estaba claro que se había compinchado con la bellaca de Sara.

BLANCA: Me he matriculado en un grado de Esteticista. Quiero sacarme el diploma para hacerme autónoma.

Entre una y otra me habían hecho entrar al trapo.

ALEX: Tú, autónoma?

BLANCA: Sí, te extrañas?

ALEX: No es que me extrañe. Pero es que me pilla de sorpresa.

BLANCA: Pues ya ves lo que es la vida.

ALEX: Pues nada, chica, cuánto me alegro. Estudiar siempre es bueno.

BLANCA: Muchas gracias. Te dejo que ya empieza la clase. Chao.

Me mordí el labio. Me moría por seguir hablando con ella, pero me había cortado cuando parecía que empezábamos a conectar.

Sara, que había estado observándome de cerca, me preguntó al ver mi gesto contrariado.

—¿Qué…? ¿Te ha contado algo más?

—Sí… —respondí—. Me ha dicho lo de hacerse autónoma, aunque no sé de qué va. Iba a empezar una clase y ha tenido que cortar.

La mirada pícara de Sara me hizo imaginar que algo tramaba.

—Hombre, si quieres saber más, igual podrías acompañarnos este sábado. Hemos quedado para ir al parque de atracciones.

—Ah, ¿sí? —dije, evitando mostrarme interesado.

—Sí —aclaró sin que le preguntara nada—. Yo voy a ir con mi amigo Ramón, ese chico que conoces y que me tira los tejos desde que iba al instituto.

—Ah, sí, lo recuerdo… Un poco mayor para ti, ¿no?

—No tanto, no te creas…

—¿Y Blanca con quién va?

—De momento con nadie. Está buscando acompañante. Había pensado en Juan, el chico que conocisteis en la discoteca, pero no sabe si pedírselo o no.

Los demonios comenzaron a rondarme, haciendo elevar mi tensión arterial.

—A lo mejor podías apuntarte tú… —prosiguió, rodeándome con su red como una araña con una mosca—. Si no tienes nada con ninguna amiga, claro… ¿Qué tal la rubita con la que estabas el otro día en Tizo’s? ¿Conseguiste llevártela a la cama?

—Deja de decir bobadas —protesté—. Lucy es una de las compañeras de piso. No estaba ligando con ella.

—Ah, ¿pero no era la que habías conocido por ******?

—No, joder, ya te he dicho mil veces que lo de ****** fue pasajero. Que paso de esa mierda…

Los ojos de Sara demostraban que se estaba partiendo de la risa. Sabía que estaba a punto de claudicar. Y claudiqué, por supuesto.

—Bueno, está bien. Si me dejáis apuntarme a lo del parque, contad conmigo.

—Vale, «querido» —remarcó la palabra—, se lo preguntaré a Blanca por si no le apetece verte…

Lo decía para hacerme rabiar. De sobra sabía que Blanca estaría encantada de volver a verme. Con toda seguridad el plan que Sara estaba ejecutando lo había preparado ella. Comenzaba a conocer a la Blanca real, la manipuladora.


UNA NOCHE DE MARCHA

Llevábamos noventa y seis días separados cuando volvimos a encontrarnos en persona aquella tarde de sábado. Blanca estaba más bonita que nunca. Supuse que se había arreglado para mí y mi ego se infló sin remedio. Pero, en el discurrir de la cita, verla tontear con el amigo de Sara me hacía dudar y me sacaba de quicio.

Evitábamos las referencias al encierro en el reality show y la jornada transcurrió tranquila en el parque de atracciones de la Casa de Campo. Sobre las ocho lo abandonamos para ir a cenar. Sara había reservado mesa para cuatro en un restaurante de la estación de Pio XII y la cena fue muy divertida.

Ramón, cuarentón y divorciado, era uno de esos tipos que no paraba de contar chistes y los demás éramos de buen reír, por lo que la cena se nos fue en un suspiro. Lo único que no aguantaba de él era la manía que tenía de tocar a Blanca. Si no le ponía la mano en la cadera, se la ponía en el brazo. Si no, le colocaba el pelo detrás de la oreja.

En ocasiones sorprendía a Sara mirándome disimuladamente mientras vigilaba las manos del cuarentón y sonreía de forma contenida. Sospechaba que aquel teatro lo habían preparado entre los tres para ponerme celoso y empujarme hacia mi exnovia.

Y, aunque me molestaba reconocerlo, lo habían conseguido. Ver a Blanca reír con su risa franca y seguirle la corriente al cuarentón era superior a mis fuerzas. Aunque se tratara de la pareja de Sara y estuviera seguro de que todo era falso.

Tras la cena, Sara propuso acercarnos a la disco de la misma estación de Pío XII donde habíamos cenado. De ese modo podríamos tomar unas copas sin tener que desplazarnos por la ciudad.

Estuvimos de acuerdo y en un salto de menos de cien metros, entramos en un local cargado de gente y de música a un volumen exagerado que me trajo viejos recuerdos. Me maldije por haberme dejado llevar a semejante sitio, pero decidí hacer de tripas corazón.

*

Conseguimos una mesa alta tras dar una propina al camarero y pedimos las copas preferidas de cada uno. Tras el primer brindis, Ramón se declaró amante del baile e invitó a las chicas a salir a la pista. Me animaron para que me uniera al grupo, pero me excusé alegando cansancio y nadie insistió. Al fin y al cabo alguien tenía que quedarse al cuidado de la mesa y de los bolsos de ellas.

Todo en la estética de la sala me traía funestos recuerdos. Veía a Blanca bailar riendo y a Ramón rodeándola y acercándosele demasiado y el estómago se me encogía sin poder evitarlo.

No llevarían más de diez minutos, cuando observé a un chaval joven que se le acercaba a Blanca por la espalda. La rozó en el hombro y ella se volvió. Pareció reconocerle y se dieron un par de besos de amigos. De inmediato comenzaron a bailar enfrentados aunque sin tocarse. Sara y Ramón se miraban y supe que él le preguntaba por el desconocido al verla a ella encogerse de hombros.

Enseguida las dos parejas parecieron desentenderse, bailando en un espacio cercano pero dándose la espalda. El chico se arrimaba a Blanca muy a menudo y le hablaba al oído. No era para extrañarse, ya que el sonido de la música era tan alto que se hacía casi imposible entenderse sin gritar.

Lo que sí era extraño eran las ganas de conversación de aquel muchacho, que no dejaba de acercarse a mi exnovia con el ánimo de soltarle alguna parrafada, aparte de colocar su mano en la cintura de Blanca de una forma intermitente.

Blanca se la apartaba, pero él, inasequible al desaliento, volvía a intentarlo a los pocos segundos.

Debo reconocer que me estaba poniendo de los nervios, a pesar de que me repetía que Blanca ya no era mía, y que tendría que pasar de ella y de sus posibles ligues.

La cosa, sin embargo, iba in crescendo. En determinado momento, el chico la cogió de la mano y tiró de ella para que le siguiera. Vi a Blanca negar con la cabeza un par de veces. A la tercera se dejó llevar.

Y nada hubiera pasado si los focos de la pista no hubiera iluminado de lleno la cara del chaval. De no haber sido así, me habría dolido por dentro, pero me hubiera aguantado la angustia y me habría tenido que conformar. Pero con la luz de los focos había reconocido al jovencito que tiraba de ella.

Y aquel chaval no era otro que Rubén el «pajillero».

*

Blanca se dejó arrastrar por el musculitos y desapareció por el fondo de la pista. El corazón me latía al triple de la velocidad normal.

Sara y Ramón volvieron enseguida a la mesa, aduciendo que la edad no perdonaba, y la primera frase de Sara fue directa a mi línea de flotación.

—Me parece que Blanca ha ligado —dijo tras un largo trago de su copa—. Con un chico más joven y mazado de gimnasio. Joder que suerte tienen algunas. Esta noche triunfa mi Blanca, que ya se lo va mereciendo la pobre… jajaja.

No sabía si Sara intentaba provocarme o si iba pasada de alcohol tras el vino de la cena y el ron con coca cola que se bebía como si fuera agua. Tampoco estaba seguro de si habría reconocido a Rubén, ignoraba si Blanca le habría mostrado las fotos de los cuatro cerdos que se habían aprovechado de sus encantos durante el reality. Pero, en cualquiera de los casos, su comentario había despertado mis sentidos.

Sin dudarlo un instante, me levanté y salí con prisa hacia donde había visto desaparecer a Blanca siguiendo a Rubén.

—Me voy a mear… —dije y no esperé respuesta.

Aunque la sala no era ni mucho menos la gigantesca discoteca UNIVERSE, tampoco era pequeña. Me costó encontrar a mi exnovia, aunque tras varias vueltas alrededor de la segunda barra del local conseguí localizarla.

Blanca se encontraba apoyada en una mesa alta y la rodeaban tres hombres de mediana edad, aparte de Rubén. Uno de los maduritos era inconfundible para mí, ni aunque viviera cien años iba a poder olvidarle. Se trataba de Hugo y se arrimaba mucho a Blanca, haciendo intentos de acercamiento a los que ella respondía con ligeros quiebros para evitar el contacto.

No entendía a mi exnovia. Si no se encontraba a gusto con aquellos tipos, ¿por qué se había ido con ellos? Le habría resultado sencillo quedarse con nosotros, sus verdaderos amigos. Aunque… ¿éramos nosotros sus «verdaderos» amigos?, no pude evitar preguntarme.

De pronto, Hugo la tomó de un brazo y la apartó de la mesa. Me escondí tras la gente y los seguí a una prudente distancia. La pareja no se detuvo hasta que estuvieron en el extremo más alejado de la pista, cercano a una salida de emergencia. Lamenté la distancia a la que se hallaban, que me impedía leerles los labios. Pero no podía acercarme más, a riesgo de ser descubierto.

Blanca se había apoyado en la pared y el médico la sitiaba, más que acompañarla. Él hablaba y hablaba, y Blanca bajaba la mirada y parecía escucharle sin darle conversación. Constantemente la acariciaba el brazo y ella no se inmutaba.

El sentimiento de odio que había experimentado hacia aquel tipejo durante el cautiverio, renació de nuevo. No podía objetar nada, sin embargo, ya que Blanca era libre de dejarse magrear por quien quisiera, pero no podía evitar que los celos me consumiesen al rememorar las tres malditas semanas.

«Por dios, Blanca… —le decía en mi cabeza—. ¿De verdad te apetece seguir teniendo relación con ese hombre? ¿Mentías cuando le dijiste aquello en nuestro cuarto mientras le pateabas, antes de salir juntos de la discoteca?».

Mi corazón estaba a punto de sangrar. Y comenzó a hacerlo cuando él la tomó por la barbilla y le alzó la cara. Blanca cerró los ojos y el aproximó sus labios para besarla. Lo hacía lentamente, como un Valentino intentando seducir a su víctima. Y ella no parecía querer detenerle.

Tuve que hacer esfuerzos para no lanzarme hacia ellos. Aunque era obvio que no tenía ni idea de cuál podría ser su relación. Quizá se estaban viendo mientras me escribía aquellos memes cargados de sensiblerías. Menuda broma, yo palpitando por las bobadas que me escribía y el médico follándola sin contemplaciones. Y seguramente ya no sería un problema para Blanca recibirlo por detrás. Sus gritos de placer serían algo habitual en las sesiones de sexo. Porque estaba seguro de que a estas alturas el ginecólogo la arrancaría más de un orgasmo por encuentro.

Me dispuse a marcharme. Allí no había nada más que hacer. Me disculparía de Sara y Ramón y me largaría a casa en un Uber. En ese instante se acababa el sueño. Blanca estaba totalmente perdida para mí.

*

Di un primer paso y me giré para volverme hacia la pista. Pero un movimiento de Blanca me retuvo. Mi exnovia volvió la cara y empujó a Hugo con una mano en el pecho, parando el conato de beso. Después le sorteó y echó a andar hacia la mesa donde Rubén la esperaba con los maduritos. Volvió a apoyarse en ella y el chaval le hizo una carantoña que Blanca esquivó.

De pronto, un tipo gordo apareció y llegó hasta ellos llevando varias jarras de cerveza en las manos. A pesar de la semioscuridad del local, tampoco me cupo duda de que se trataba del mismísimo Juan.

El exbombero se aproximó al madurito más cercano a Blanca y le empujó con la cadera, haciéndose sitio para ocupar su lugar. Acto seguido echó un brazo por los hombros de Blanca y en esta ocasión mi exnovia no intentó apartarse. Solo cuando el gordo se empeñó en que bebiera de su jarra, ella echó para atrás la cabeza y se negó a dar el trago que le ofrecía.

A pesar de que la había visto rechazar a Hugo, la sangre volvía a hervirme en las venas.

Ya no era solo angustia lo que sentía. Ésta se había unido a la rabia y a la indignación, y tenía que controlarme para no presentarme ante ellos. Si tuviera el valor necesario, les iba a decir a aquellos tipos algunas verdades. Pero me repetía que Blanca no era ya de mi incumbencia y lo único que hubiera conseguido con mi actitud hubiera sido hacer el ridículo.

Me acerqué a la barra y pedí una cerveza. Necesitaba quedarme allí el mayor tiempo posible, mirando a aquel grupo que acosaba a Blanca sin ningún pudor. Los dos tipos que no conocía la trataban como a una fulana y le echaban mano para rozarla a la menor ocasión. Estaba seguro de que los tres de la jauría les habían comentado quién era y cómo se la habían follado de todas las maneras imaginables mientras la tuvieron a su merced en la discoteca UNIVERSE.

Y ellos no se cortaban en tratarla como lo que estaban seguros que era: una fulana de medio pelo, y encima de las baratas. De las que follan por vicio, no por dinero.

*

De pronto, la escena cambió. Blanca se separó del grupo y echó a andar. Intuí que iba hacia los lavabos por la dirección que había tomado. Hugo se separó de la mesa y se unió a ella.

Juan intentó hacer lo mismo, pero el médico se le encaró y el exbombero se detuvo. Parecía que Hugo seguía manteniendo el mando en plaza entre aquellos cerdos. Uno de los maduritos, sin embargo, no se anduvo con remilgos y se unió a Hugo y a Blanca, formando un trío con intenciones más que evidentes.

El médico por la derecha y el madurito por la izquierda la flanqueaban en su caminar apresurado. Le echaban la mano por el hombro o por la cadera, a pesar de que ella intentaba esquivarles continuamente sin llegar a conseguirlo del todo.

Los dos tipos estaban seguros de que tenían a su merced a la presa, y de que se la iban a follar a medias hasta dejar satisfecha a la golfa. Una puta para dos y encima gratis, era lo que sus rostros sonrientes mostraban a todos los que se cruzaban con ellos.

Me mordí la lengua y me lamenté por ser testigo de aquella escena. Pero no podía hacer nada, excepto dejar de sufrir por tener que presenciarla. Así que decidí alejarme de allí, ahora sí, y me volví hacia el lugar donde me esperaban Sara y Ramón.

Me acercaba a la mesa, pero no encontré a mis amigos. Las copas seguían allí, pero de ellos no había ni rastro. Giré la vista por el local y los volví a localizar sobre la pista de baile. Ahora los dos se movían enlazados y muy cerca la boca del uno sobre la de la otra.

Sentí nostalgia de mi relación con Blanca. Aquella relación que teníamos antes de que se escapara por el desagüe de la maldita discoteca. Hubiera dado media vida por encontrarme en la misma situación en que ahora se hallaban Sara y Ramón: juntos, enamorados y besándose apasionadamente.

Me reí por la pantomima que habían montado los tres para ponerme celoso y que me acercara a Blanca de una vez por todas. Menuda bobada. Un juego de niños con lo que debía de estar pasando en los baños en esos momentos.

*

De pronto un tumulto llamó mi atención. Un machirulo con aspecto de haber bebido más de la cuenta le había tocado el culo a una chica al pasar junto a ella. Ésta se había vuelto y se le había enfrentado. El tipo intentó hacerse el machito y la chica le arreó una bofetada que levantó la admiración de todos los que miraban.

—Joder, tía… —se quejaba el hombre—, pero si me lo llevas pidiendo todo el rato… Te he visto guiñarme el ojo, so guarra…

—¡Y una mierda, cerdo! —replicaba ella—. Con esa pinta de asqueroso que tienes ni a diez metros te dejo que te acerques…

Una bombilla se iluminó de repente en mi cabeza. Había visto a Blanca dirigirse hacia el baño rodeada de aquellos dos cerdos. ¿Pero cómo sabía yo que la presencia de los hombres era aceptada por mi exnovia o si, en realidad, la estaban cercando contra su voluntad?

Salté como una flecha y me apresuré hacia los baños a la velocidad que me permitieron las piernas. No tardé más de un minuto, a pesar de la cantidad de gente a la que tuve que sortear.

Llegué a los aseos y entré en el de caballeros. La atmósfera en el interior era tranquila, al encontrarse prácticamente vacío. Tocaba revisar el de señoras, donde la cola era de varios metros. Lancé la excusa de estar buscando a mi novia embarazada y las chicas me abrieron paso. Al entrar me encontré con la bronca que allí se desarrollaba.

Blanca se encaraba a los dos hombres y les imprecaba para que salieran de aquellos lavabos, aduciendo que no podían estar allí. Otras chicas apoyaban a mi exnovia y le daban la razón, azuzando a los tipejos. Estos, por su parte, se reían y presumían de que ellos solo querían «hacerle un favor» a su amiga, pero que estaban dispuestos a «hacer felices» a todas las que quisieran.

Al verme aparecer, los ojos de Blanca se agrandaron y cambiaron la expresión de miedo por la de alegría. Se lanzó sobre mí y me abrazó con una fuerza inusitada.

—Sácame de aquí, por favor… —me rogó al oído.

Tiré de ella y me abrí paso. Hugo y su compañero intentaron evitar nuestra huida, y el coro de chicas que apoyaban a Blanca se lanzaron sobre ellos. Lo último que vi antes de que se cerrara la puerta fue el bolsazo que una de ellas le propinaba en la cabeza al médico.

No pude por menos que sonreír mientras me alejaba con mi exnovia.

*

Conduje a Blanca hasta la zona donde bailaban Sara y Ramón y nos sentamos a nuestra mesa. Mis preguntas no se hicieron esperar.

—¿Por qué coños te has ido con el gilipollas de Rubén? Y más sabiendo que estaba con los otros dos… Porque seguro que te ha dicho que estaba con ellos, ¿no? Al menos espero que no supieras que te iban a ofrecer a otros dos hombres para que participaran del festín…

—¿Vas a juzgar sin escucharme? —me cortó.

Comprendí que me había pasado con el tono de voz y lo rebajé.

—Por dios, Blanca, no quiero juzgarte, pero es que no puedo entenderlo… ¿Qué diablos pasa entre tú y esos tipos para que sigas con ellos?

Lo que entendía era que se había convertido en una fulana, pero era algo que no podía decirle. Al menos no a la cara.

—Mira, Alex —replicó—, hace tiempo que llegué a la conclusión de que jamás me comprenderás…

—Pues inténtalo... Tal vez si me lo explicas, a lo mejor lo pillo.

Los ojos de Blanca brillaron en la penumbra del local. Me había dejado llevar por mis palabras y yo mismo me había puesto a tiro. Ella no desperdició la ocasión para echarme en cara mi terquedad.

—Vaya, por fin lo reconoces… —dijo cruzándose de brazos—. Te recuerdo que llevo mucho tiempo intentando explicarte ciertas cosas y que tú no me dejas, ¿lo has olvidado?

Me mordí el labio. Llevaba razón y no había mucho que replicar por mi parte.

—Está bien, ¿quieres saber lo que ha pasado? —se ofreció al notar mi turbación.

—Sí, por favor…

Blanca tomó aire e intentó calmarse. Luego comenzó su relato.

—Lo que pasa es que esos cerdos no han dejado de acosarme desde que salimos de la discoteca, del reality quiero decir —soltó y se echó las manos a la cara con desesperación.

—No-me-jo-das… —murmuré.

—Pues sí, eso es lo que hay… —prosiguió con los ojos enrojecidos—. Hasta ahora solo lo han hecho por wasap porque por suerte no han averiguado nuestra dirección… La mía, quiero decir...

Ignoré su error al hablar de nuestra antigua casa.

—¿Qué te dicen los muy cabrones…? —mi expresión iracunda no era fingida.

—¿Tú que crees? —resopló—. Aparte de enviarme fotopollas casi a diario, me ofrecen toda clase de placeres orgiásticos a cambio de su amable y dulce compañía. Y se ofrecen a solas o en grupo, describiendo los increíbles orgasmos que van a arrancar de mi «caliente chochito».

—¡Serán hijos de p…!

—Sí, no te cortes, di la palabra… —prosiguió—. Hace un rato, cuando Rubén me encontró en la pista, me estuvo presionando para que me fuera con ellos. En efecto, me había comentado que estaba con los otros dos, pero no me dijo que estuviera con más gente… Y también unos salidos de primera…

—Ya se les veía de lejos…

—Si al final he accedido a acompañarle ha sido para aprovechar la ocasión y pedirles que dejen de enviarme mensajes. Hace tiempo que les he amenazado con denunciarles, pero como si nada. Todo les importa un rábano.

—¿Has probado a bloquearles en wasap?

—Sí… bueno… solo a Hugo… porque es el más agresivo. Rubén y Juan casi ni molestan. Pero el muy cerdo del médico se hizo con un número nuevo y comenzó a brearme desde él. Así que comprendí que esa no era la solución.

—Ese subnormal… —protesté—. Tenías que haberme dejado que lo matara en la discoteca.

—Oh, sí, genial… —se burló, aunque su gesto era serio—. Para que te metieran quince años en la trena. Fantástico plan, no te fastidia… Bueno, ¿quieres que continue o no?

—Sí, por favor…

—He seguido a Rubén y cuando iba a pedirles que dejaran de fastidiarme me he encontrado con la tostada. Los muy cabrones les han contado nuestra aventura a esos capullos salidos y mi plan de darles en el morro se ha ido a la mierda.

»Lo he intentado durante un buen rato, pero a cambio solo he conseguido burlas y sus comentarios… Bueno, mejor no te cuento lo que me han dicho porque no quiero más líos esta noche.

—Por cierto —la interrumpí—. ¿Qué ha pasado cuando has hecho el aparte con Hugo? Porque ha estado a punto de besarte a la vista de todo el mundo…

—Vaya… ¡Parece que el señor me ha seguido! ¿Qué hacías? ¿Espiarme?

El corazón se me saltó un latido. Hasta ahora no había necesitado reconocer que la había seguido. Fácilmente podría colar que me había tropezado con la pelea por casualidad cuando iba al baño. Ahora quedaba claro que la había estado espiando. Las mejillas me ardían por el rubor.

—Vale, sí… reconozco que te he seguido —preferí confesar a buscar más excusas—. No me apetecía verte con Rubén de nuevo. Y eso que no sabía que también andaban los otros por allí.

—No pasa nada… —se burló una vez más—. Si aún te pones celoso, podemos hablarlo…

Si ya estaba avergonzado, las orejas comenzaron a arderme. Intenté volver a su historia, para apartarme del foco de la conversación.

—¿Me vas a contar lo de Hugo o no…?

Blanca suspiró y cabeceó afirmativamente.

—Esa es otra historia… —comenzó.

—¿Otra historia…?

—Sí… ¿recuerdas cuando conocimos a Hugo que le comenté mi sueño de instalarme por mi cuenta y montar una peluquería?

—Sí, lo recuerdo…

—Pues el muy gilipollas, además de enviarme fotos, me acosa con mensajes para que le deje ser mi socio.

—¡No… jodas…! ¿Ese tío es subnormal?

—Lo que oyes… Está empeñado, y lo dice en serio. Ya no sé cómo decirle que paso de él y que no quiero tener nada que ver con sociedades ni gilipolleces. Además, no le necesito. Ni a él, ni a nadie.

No quise sentirme aludido con aquel «nadie», aunque estaba claro que la palabreja me incluía a mí. Volví a dar un quiebro para redirigir la conversación.

—¿Y lo de dejarte acompañar para ir al baño con los dos tipejos?

La expresión de Blanca volvió a endurecerse.

—¿Es que crees que les he pedido que me acompañaran? ¿Estás loco? Ni de coña… Los muy cerdos me han seguido a la fuerza. Por eso he ido al lavabo. Mi intención era darles puerta en el baño de las chicas. Pensaba meterme dentro y no salir hasta que se hubieran aburrido, pero ya has visto que no se cortan un pelo y que se han colado hasta la cocina. Gracias a las otras chicas, que si no, creo que me hubieran violado…

Lo pensé y la reprendí sin mucha fuerza.

—Tendrías que habernos llamado por el móvil. A cualquiera de los tres. Habríamos ido a rescatarte al instante.

—¿Qué pasa…? ¿Ya no me espiabas en ese momento? —su media sonrisa me llegó muy dentro.

—Pues no… —reconocí—. Al ver que te ibas con ellos… de forma voluntaria… decidí dejarte en paz…

—¿De forma voluntaria…? Si serás gilipollas… —rezongó—. ¿Por qué me iba a ir con ellos de forma voluntaria? ¿Me has tomado por una ninfómana desatada?

Callé para no volver a meter la pata.

—Y en cuanto a lo del móvil… mira…

Señaló su bolso, que había dejado colgado de una de las sillas cuando se fue a bailar, y lo di como una respuesta válida: sin bolso no había móvil con el que llamar.

Le dio un trago a su copa y me miró a los ojos con su mirada dulce, la que ponía cuando quería seducirme. Y en ese momento la añoré como nunca.

—Así que no has perdido tu costumbre de sentir celos por todo lo que hago, ¿eh?

Me asustó su acusación, a pesar de que sabía que lo decía en broma.

—No digas bobadas, tú ya no eres nada mío, no tengo razones para sentirme celoso, eres libre y puedes ir con quien te dé la gana… Incluso con esos cuatro o cinco si te apetece.

Cambio su expresión dulce a otra de cansancio.

—Pero es que yo no quiero ir con ningún otro… ¿Es que todavía no te has enterado?

Bajé la mirada. Me moría por decirle que sí, que lo imaginaba, y que lo deseaba con todas mis fuerzas. Y que yo aún la amaba, y que deseaba abrazarla hasta que nuestros cuerpos se fundieran.

Pero el orgullo pudo conmigo y lo callé.

Y su mirada se quedó colgando en el vacío esperando una respuesta que nunca llegó.

*

Una hora más tarde dejábamos a Blanca en la puerta de su casa. Ramón conducía un cuatro por cuatro que daba envidia solo con su olor a tapicería nueva. Esperamos a que mi exnovia entrara en el portal. No es que temiéramos que los miserables de la disco nos hubieran seguido, pero mejor prevenir, como dice el refrán.

Antes de entrar en el edificio, Blanca se volvió y nos hizo un gesto de adiós con la mano. Y, en vez de desaparecer en la oscuridad del portal, se quedó a la espera de vernos marchar.

Mis ojos estaban fijos en ella, las lágrimas rondándome desde hacía rato. Y Sara, observadora como buena mujer, se dio cuenta.

—Joder, Alex, ¿a qué esperas? Si lo estás deseando…

—¿Qué dices…? —me defendí—. No sé de qué me hablas…

Mi respuesta pareció enfadarla.

—¿Por qué no te tragas ese puñetero orgullo de una santa vez? No seas idiota… Vas a terminar por perderla de verdad.

Al final, de mala gana, terminé por rendirme.

—Está bien —asentí—. Pero no os vayáis. Le digo algo rápido y me vuelvo.

Salí del coche y corrí hacia Blanca. Le hablé unos segundos y me volví al cuatro por cuatro, igualmente corriendo, donde la pareja me esperaba expectante.

—¿Qué ha pasado? —pregunto Sara, al borde de una ataque de nervios.

—Nada especial —respondí feliz—. Hemos quedado para comer mañana y hablar de lo que pasó en la discoteca UNIVERSE.

Nuestra amiga comenzó a palmotear y se abrazó a su novio emocionada como una colegiala.


LA VERDAD SOBRE UN CASO SECUESTRO

Llegué a casa de Blanca —la que fue «nuestro» hogar durante varios años— algo antes de las dos. Habíamos quedado a esa hora, pero decidí adelantarme para ayudarla a preparar la comida, la mesa, lo que fuera.

Nos dimos dos besos de amigos en la puerta y le entregué una botella de vino y un paquete con una docena de pasteles. Me pareció una bobada de abuelos llevar aquello, pero era la costumbre de mis padres cuando visitábamos a la familia y los imité por no llegar con las manos vacías.

No hizo falta mi colaboración. Todo estaba perfecto y a punto. Blanca me confesó que se había pasado la mañana cocinando para que todo estuviera preparado a mi llegada. A pesar de que le había insistido para que fuéramos a un restaurante y así ninguno de los dos tuviera que ocuparse, ella se había negado y quiso hacer la comida en casa.

Lo entendí a la perfección. Mi exnovia quería utilizar el factor campo, esas cosas que solemos decir los amantes del fútbol. Jugar en casa te da ventaja y todos lo saben.

La comida transcurrió de forma tranquila, sin entrar en la materia que nos había llevado hasta allí. Blanca me contó que había iniciado los estudios para obtener el título que la acreditaría como esteticista diplomada. Había tenido que elegir entre dos centros, y al final se inclinó por el que le pillaba más cerca de casa.

Yo le hablé de mi vida actual, que no había cambiado casi nada, tan solo mi residencia en un piso compartido con dos chicas. Soltó algun chascarrillo, como que me lo estaría pasando de maravilla con dos nenas para mí solo. No tardé en desmontar su imaginación con solo comentarle que las dos chicas eran novias. Fin de la historia y del morbo.

*

A los postres y durante el café, el tema que nos había reunido fue saliendo poco a poco. Blanca estaba deseando contármelo todo y yo me moría por saber.

—La verdad es que no sé ni por dónde empezar… —dijo ante una insinuación mía de que entrara en materia.

—No sé… —repliqué—. ¿Por qué no me cuentas cómo se te ocurrió la idea?

Tomó aire y miró al techo buscando inspiración. Enseguida comenzó a relatar.


Continuará...... (es tiempo de explicaciones y de verdades)
 
—La verdad es que todo fue de una manera natural, sin esperarlo… Ya sabes que buscaba continuamente concursos en la tele y que les escribía para participar. Aunque casi nunca me llamaban o, si lo hacían, era para nada.

—Sí… —reí—. Me acuerdo que estuviste de suplente en uno de ellos durante una temporada entera por si faltaba alguien, y al final ni te dieron las gracias.

—Eso es… un fracaso total… —suspiró—. Pero unas semanas antes del comienzo del reality de EXTA-SIS, me llamaron para otro concurso. Era una productora que buscaba gente nueva, caras desconocidas… Total que me presenté en uno de sus estudios y me hicieron varias pruebas.

—No recuerdo eso… ¿Eran pruebas para el reality?

—No, no, que va… Era para un concurso de esteticistas… El Master chef de la peluquería, le llamaban a modo de broma. Hice las pruebas a escondidas. En realidad no te dije nada porque no esperaba que me seleccionaran. De hecho, creo que no han llegado a grabarlo, al menos yo no he sabido nada de un programa de esa clase…

»Pasé algunos castings a mediodía, durante la hora de la comida. Por eso no te enterabas. Cerraba la peluquería, me iba a los estudios en el centro de Madrid y, tras hacer algunas pruebas, me comía un bocata y volvía al trabajo por la tarde.

»Y ahí empezó todo. Al menos la cosa se inició allí, aunque luego pasó a otros estudios diferentes.

—No entiendo…

—Lo imagino… Pero, espera... La cosa fue así: el último día de casting, cuando pensaba que iba a ser seleccionada por fin en un concurso, me estaba comiendo un bocata con otra aspirante y comenzamos a hablar de nuestras vidas. Ya sabes, cosas de mujeres. Ella me habló de sus problemas en casa, con un marido drogata y vago de nacimiento y… bueno, una cosa llevó a la otra y yo le confesé el problema que más me afectaba: lo de que no podía tener orgasmos.

—Joder, Blanca… —suspiré.

—Ya ves… A veces le cuentas cosas a un desconocido que no le contarías ni a tu mejor amiga…

—Está bien, sigue…

—Vale… —carraspeó—. Resultó que una mujer de la productora debió de oír aquel comentario porque se acercó y me pidió que habláramos unos minutos a solas. Era una de las jefazas y el estómago se me dio la vuelta creyendo que me iba a informar de que estaba seleccionada.

—Y no era así, claro…

—Eso es… Lo que la mujer quería comentarme tenía que ver con mi problema de… anorgasmia. Me contó un rollo de una productora extranjera que querían hacer un reality con personas como yo y blablablá… Que si quería, podría recomendarme. No lo vi mal, aunque me sonaba raro. Y le dije que sí, que al menos hablaría con ellos. Por hablarlo no me comprometía a nada, pensé.

»El día que fui a verles me hicieron varias pruebas normales. Las típicas de los castings, nada especial. Lo que me extrañó era que solo había otras dos aspirantes, y las dos eran demasiado mayores para mi gusto. Y, lo que más me alucinó, es que solo tuve que ir a una segunda prueba. Fue una semana más tarde, y al final de ella me anunciaron que era la ganadora, que me habían seleccionado a mí por mi buen tal-y-tal y no-se-qué, y que era la mejor del mundo mundial, etcétera… Vamos, que me vendieron una moto.

»Aún no me habían hablado de qué iba el concurso, así que en la entrevista con la directora —la mujer de la voz en off— les entré a saco. Necesitaba saberlo todo o me largaría y pasaría del tema. Entonces la mujer me lo contó de pe a pa.

»La productora me lo puso todo maravilloso, con lucecitas de colores y toda la parafernalia. Iba a tener sexo, sí, pero los hombres que participarían pasarían por una selección física y sanitaria super cuidada, que si tal, que si también sicológica, que si esto y lo otro…. Ya ves, menuda selección de salidos hicieron los muy capullos.

—¿No te dejaron ver a los participantes, aunque no fuera en persona, solo en fotos o en vídeo?

—¡Qué va! Ya se cuidaron muy mucho de que no los conociera de antemano…

—¿Puedo confesarte algo? —la interrumpí.

—Dime…

—Cuando conseguí entrar en tu móvil, descubrí un correo donde te comunicaban que habías sido seleccionada para la escape room…

—¡No me jodas…! —me cortó.

—Sí… Aunque el iPhone estaba sin batería y se apagó sin llegar a leerlo entero. En eso no te mentí.

—Ufff… menos mal… Porque, ¿qué día fue eso…? Ya estaba muy adelantado el reality, ¿no?

—Sí, fue durante la «reconciliación» con la jauría…

—¿La «jauría»?

—Sí, así los llamo yo…

—Jajaja… —rió con risa triste—. La verdad es que les pega de maravilla…

—Pero cuéntame, ¿por qué dices que «menos mal» que no pude leerlo?

—Espera, eso es algo que te contaré a su tiempo… Mejor vamos en orden, ¿te parece?

—Vale, por mí puedes seguir.

—A ver… ¿por dónde iba?

—Por la selección para el programa…

—Ah, sí… Ya te he dicho que no querían entrar en ciertos detalles, como lo de los participantes. Lo que si hacían todo el tiempo era hablar de los premios. Ya has visto que fueron la leche… Y ellos se pasaban todo el rato dándome la tabarra… que si el dinero tal, que si el dinero cual… Que el objetivo no era tan complicado. Que si en una edición anterior la concursante lo había alcanzado al séptimo día…

—¿Eh?, ¿quieres decir que si el objetivo se conseguía antes, el reality se hubiera acabado sin llegar al día veinte?

—Sí, así era… Pero menudos cabrones… Iban a perder horas de grabación los muy cerdos, ¡y una mierda…! Durante todo el tiempo no hicieron más que ponernos palos en las ruedas para que no se consiguiera enseguida. Incluso para que se llegara el final sin poder alcanzarlo.

—Cómo lo de meter al viejo Mario…

—Eso es, como lo del viejo…

—¡Putos cabrones!

—Bueno, sigamos en orden… Total que, para quitármelos de encima, les dije que me lo pensaría y que les daría una respuesta cuanto antes.

Tragué saliva, todo lo que oía me parecía demasiado gore para ser verdad.

—¿Pensabas aceptar, aunque fuera solo en un porcentaje pequeño de probabilidades?

—Ni de coña… Te juro que les iba a decir que no… Y de hecho se lo dije dos veces. Cuando lo hacía, ellos subían la cuantía del premio para convencerme. Y entonces pasó lo que pasó…

Carraspeé nervioso.

—¿Qué… pasó?

—Pues pasó lo de la aventura en el restaurante con aquel cerdo que me perseguía y que se pajeó en los lavabos a nuestro lado. Supongo que no lo habrás olvidado.

—Pues… claro que no… —tartamudeé—. Menudo gilipollas… Pero, ¿qué tiene que ver eso?

Blanca se sonrojó y rehuyó mi mirada.

—Pues no tenía nada que ver… pero al mismo tiempo lo tuvo todo… Porque la experiencia fue tan asquerosa… pero al mismo tiempo tan morbosa… que me di cuenta de que tal vez podría hacerlo… Durante el rato que jugamos con aquel tipo me llegué a hacer a la idea de que estaba dentro del programa. Y no sé por qué, pero no me pareció tan grave. Descubrí no solo que no me disgustaba, sino que me excitaba como nunca me había ocurrido…

Mi cerebro derrapaba al oír sus palabras.

Blanca confesaba aquello como si fuera algo divertido, pero yo no podía por menos que sentir la angustia al saberme el iniciador de su transformación. La había convertido de una mujer tímida y apocada a una fiera salvaje, capaz de las mayores atrocidades sexuales. ¿Y todo en menos de media hora?

Pero ella prosiguió con la historia y no me dejó tiempo para pensar.

—Total que al día siguiente les llamé y les dije que lo haría. Aunque tendrían que explicarme mejor los detalles finos, los más sucios.

»Tuve una nueva reunión con ellos —esta vez con la mujer y otros dos— y comenzaron a explicarme esos detalles. El primero fue el menos agradable: era imperativo que tú participaras. De hecho, eras una pieza fundamental. Sin «cornudo» que generara situaciones de estrés, el programa sería plano y no levantaría grandes audiencias. Tuve que volver a pensarlo. Este requisito lo cambiaba todo. Pero al final me dejé convencer y decidí aceptar. Había trazado un plan para cubrir todos los flecos y me sentía capaz de todo.

—¿Era por eso que los días previos al comienzo del reality te encontrabas tan distante? Recuerdo que apenas me hacías caso, no teníamos sexo, estabas especialmente cabreada a todas horas. Supuse que era por lo de la escenita con el pajillero del pelo cano.

—Sí… no lo recuerdo bien… pero te aseguro que estaba de los nervios… Pasaba el día trabajando en los detalles para que todo encajara… Apenas dormía ni comía… Y encima me temía que al despedirme de la peluquería el asunto se destapara. Lo siento, Alex, si te ofendí en aquellos días te pido perdón.

No necesitaba pedirme perdón por unas cuantas discusiones, aunque fueran sin sentido. Había cosas mucho peores. Ella lo notó.

—¿En qué piensas? —dijo preocupada.

Y no pude evitar echárselo en cara.

—Joder, Blanca, ¿me estás diciendo que te vendiste, y a mí contigo, por una cantidad indecente de dinero…? —le reproché con tono lastimero.

Pero no se arrugó, sino que se esforzó en corregirme, en que entendiera la realidad tal y como ella la veía.

*

Blanca me tomó de una mano y suspiró antes de explicarme su punto de vista.

—No era vendernos por dinero, Alex, era realizar un sacrificio para la consecución de nuestros sueños.

—No sé, Blanca…

—Piénsalo… Llevábamos años soñando con tener una casa propia. En dejar este cuchitril que está lleno de humedades y por el que pagamos una cantidad exorbitada. Aquí nunca podríamos tener hijos. Pero, si conseguíamos una casa decente y nuestra, podríamos tener a nuestros niños. Tú soñabas con tres y yo te decía que con dos ya eran suficientes, ¿recuerdas?

—Sí, pero…

—Y las cosas no iban a mejor. Peor que eso, cada vez íbamos a menos. Vivíamos al día. No teníamos ni un euro ahorrado.

—Sí, eso es cierto…

—¿Y que decía yo de mi trabajo cada día?

—Decías que algún día sería el último…

—¡Eso es! Y por todo ello me decidí… Si conseguía el premio podríamos tener nuestra propia casa. Y yo podría dejar mi mísero trabajo para siempre y montar mi propio centro de estética…

No las tenía todas conmigo y quise puntualizar.

—Pero… ¿y si perdías?

—Oh, no… Mis sueños eran demasiado grandes… No pensaba en perder. Tenía que ganar… No había plan B… Al menos yo no lo concebía…

No había forma de llevarle la contraria, tenía respuesta para todo. Intenté que bajara de las nubes para que me siguiera explicando. Llevábamos mucho tiempo hablando y aún no habíamos llegado al meollo de la cuestión.

—Total… —la interrumpí—, que aceptaste y se lo contaste a Sara, porque está claro que ella tenía que saberlo para cubrir mi ausencia. Pero, ¿por qué no me lo contaste a mí?

—Sí… se lo tenía que contar a Sara porque necesitaba su ayuda —aceptó—. Pero a ti no te lo podía confesar por varias razones. La primera porque te negarías en rotundo. Y la segunda que por contrato no podía confesártelo. Si algún participante en el reality aparte de mí descubría el pastel, el contrato se rompía y nos volvíamos a casa con las manos vacías.

De pronto entendí lo que había insinuado antes.

—Vaya, ahora lo entiendo… Por eso leer en tu móvil hubiera sido una tragedia… La cosa se habría ido a la mierda después de haber soportado más de la mitad del encierro con mis humillaciones y lo que tú habías tenido que soportar.

—Eso es… —confirmó—. La mínima filtración habría hecho que todo se fuera al garete. Después de degradarme ante aquellos cerdos, todo habría sido para nada. Pero puedes tener a orgullo que al menos ellos tampoco sabían lo que ocurría. Estaban tan a ciegas como tú.

Carraspeé nervioso de nuevo.

—¿Me vas a hablar de ellos?

—Sí, pero enseguida, en cuanto te explique cómo convencí a Sara.

—Vale… Y quiero que sepas que ella no me ha comentado nada, aunque sí admitió que te había insistido para que no lo hicieras, pero que tú te empeñaste y te saliste con la tuya.

—Sí, eso es… Sara se portó como una amiga y me aconsejó lo que yo le hubiera aconsejado a ella: no te metas en esa mierda, puedes acabar mal.

Hice una parada para ir al lavabo y le pregunté si quería otro café. Eran de capsulas —yo mismo le había regalado la cafetera— y sabía manejarla con los ojos cerrados.

—Vale, pero que sea descafeinado…

*

Estuve de acuerdo en que lo tomara sin cafeína, sus ánimos estaban lo suficientemente excitados para encima añadir más leña al fuego. También preparé unos chupitos de alcohol dulce para relajarnos.

Luego seguí con el interrogatorio.

—Y te inventaste lo de las entradas y todo el rollo que me contó Sara. Eso no fue cosa suya, sino tuya, ¿me equivoco?

—No, no te equivocas… La verdad es que conseguir entradas era una locura. Había demasiada expectación con aquella fiesta. Y encima las nuestras eran VIP. Ni de coña las hubiéramos conseguido de no habérmelas dado la productora.

—Pero eso no cuadra… —la interrumpí—. Has dicho que no habías aceptado hasta después de lo que ocurrió en el restaurante… ¿Cómo puede ser que tuvieras ya las entradas sin haber aceptado?

—Ah, sí… —Se colocó el pelo tras la oreja—. Las tenía porque me las habían enviado antes de firmar. No era más que otro de los trucos de la productora para convencerme. Me las enviaron como otros regalos. «Sin compromiso», decían, pero lo hacían para presionarme. Tenías que ver los ramos de flores que me llegaban a la peluquería y que regalaba a mi jefa para que tú no los vieras.

—Joder, sí que eran insistentes, ¿no?

—Ni te lo imaginas…

Sorbí de mi café y seguí indagando en los secretos de Blanca.

—¿Tú inventaste todo lo que Sara me hizo creer que era idea suya?

—Sí, todo… No podía dejar que improvisara. Cualquier error lo echaría todo a perder.

Tomé aire y luego continué.

—Vale… Sara me cubrió en el trabajo, eso ya me lo contaste… Pero ¿Y mi familia? ¿No te dio miedo que mi hermana preguntara por mí y al no tener noticias fuera a la policía?

—Por dios, Alex, tú no hablas con tu hermana más que dos veces al año. Aunque es verdad que me inventé un cuento. Le dije que íbamos de viaje unos días a un país de esos infra desarrollados donde no hay ni telefonía móvil ni Internet. Que nos habíamos apuntado para colaborar con una ONG.

—¿Y se lo tragó así sin más, por las buenas?

—¿Te ha preguntado ella por el viaje desde que se supone que volvimos?

—Eeehhh… no…

—Pues ahí tienes la respuesta.

Sonreí sin poderlo evitar. La verdad era que mi hermana y yo no manteníamos una relación muy cercana. Nos llevábamos bien, pero cada uno en su casa, y nos veíamos menos que nada.

—Vale, sigamos… —dije—. ¿Y qué pasó con los componentes de la jauría? Ellos no fueron reclutados «formalmente», ¿no? Porque de haber sido así hubieran estado al corriente de todo.

—No, ellos fueron seleccionados de forma concienzuda, pero no directamente. Los consiguieron a través de castings en otros programas. Necesitaban gente especial. Tíos sin familia, sin amigos, personas a las que nadie echaría de menos durante tres semanas.

—Y que a la vez fueran sementales de primera.

—En fin, de primera… no sé yo… Ahí tienes al impotente de Hugo, al viejo Mario… y al pajillero Rubén, que es más feliz trabajándose a sí mismo que acostándose con una mujer. El único, Juan, que parecía como un regalo para que no todo fueran dificultades.

—Un salido de primera… Pensado para perseguirte durante los veinte días y no dejarte en paz… —dije con tono acusador.

—Sí, eso es verdad, pero al mismo tiempo un tipo tierno y mejor gente de lo que te piensas. Luego te hablaré de él.

—Sí, tienes que contarme mucho sobre tu estancia en su cama durante varias noches.

—Te prometo que lo haré a su tiempo…

Decidí esperar el momento adecuado, Juan no era un tema como para tratarlo de pasada.

—¿Qué ocurrió con el viejo? —dije para seguir con la historia—. ¿Crees que nos lo colaron para poner más difícil el objetivo?

—Ni lo dudes… ¿Recuerdas el cabreo que me cogí el día que apareció?

—Sí, fue la única vez que te vi fuera de tus casillas.

—No era para menos. El viejo no estaba previsto. Al menos en el contrato no aparecía. Y me quejé, no solo en la reunión con la voz en off, sino a través del wasap interno. Lo que pasa es que el contrato tenía puntos muy difusos donde podía caber cualquier cosa. Y yo tampoco soy una experta abogada. Así que me lo colaron… y no fue lo único.

—Perdona —la interrumpí—. Solo un inciso. Que sepas que también descubrí que tenías un chat directo con EXTA-SIS, el que llamabas ORG. Lo que pasa es que estaba vacío cuando lo vi.

Suspiró aliviada.

—Menos mal… si no, lo hubieras jodido todo. Pero me temía algo así, tu afición a las maquinitas me daba pavor, de modo que tomé la costumbre de borrar los mensajes por si acaso. No pensé en el correo, pero al menos el wasap interno lo limpiaba con frecuencia.

Di un sorbo a mi chupito y rellené ambos vasos de nuevo. Luego la animé a proseguir.

—¿Qué otras cosas dices que te colaron los de EXTA-SIS?

—Pues no fue que me colaran más requisitos de golpe, pero poco a poco me fueron pidiendo cosas que cada vez me hacían más difícil aguantar.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo lo de las pastillas que tenía que darte para que te calmaras.

—¡No me jodas! —me asusté—. ¿Pero eso no era cosa del médico?

—No, qué va… —reconoció compungida—. Era cosa de la productora. Ellos me las dieron para suministrártelas a ti cuando te pusieras agresivo o simplemente si me lo ordenaban porque les apetecía dar espectáculo.

No entendía muy bien el asunto.

—Pero parecía que era Hugo quien te las daba, ¿estaba él al tanto del embrollo?

—Oh, no… él era solo un tonto útil… A Hugo se las di yo… Y le pedí que cargara con el mochuelo… Era mejor que no supieras que eran cosa mía… Aunque en realidad no lo fueran, «ellos» me obligaban a hacértelas tomar. Lo malo es que…

La voz se le quebró. La tomé de una mano y se la apreté.

—Tranquila… No lo digas si no puedes…

—Sí… —gimió—. Tengo que decírtelo…

—Vale, pero tómate tu tiempo.

—Es que… —se limpió una lágrima con el dorso de la mano libre—. Es que me asusté cuando me enteré de que en realidad no eran Lexatín. Me habían mentido los muy…

—¿No eran Lexatín? —dije asustado—. ¿Entonces qué eran?

—No sé… un compuesto de MDMA y alguna otra cosa… quizá esa mierda de burundanga…

Sabía lo que era la burundanga, el médico había supuesto que nos habían drogado con ella el día de la fiesta, pero no tenía ni idea de qué era lo otro.

—¿Qué es MDMA?

—Éxtasis… —gimió Blanca y volvió a sollozar—. Tenía mucho miedo, la droga podía hacerte daño…

—Tranquila, ya pasó… —le acariciaba el pelo para que dejara de llorar.

Pensé en ello mientras se desahogaba. Ahora entendía muchas cosas. Había presenciado la sesión de sexo en la pista central como si lo viera a través de un filtro que lo hacía irreal. Aquellos cabrones me habían sometido químicamente. Si no fuera porque había firmado aquel mandito consentimiento para la entrega del talón, no hubiera dudado en acudir a la policía.

Aunque, a decir verdad, ya todo daba igual. Preferí dejarlo pasar y seguir conociendo los detalles.

—¿Cómo supiste que no eran Lexatín?

—No lo descubrí yo… Fue el subnormal de Hugo el que lo hizo.

—¿Y eso?

—Resulta que un día me robó una cápsula para tomarla antes de dormir, llevaba varias noches desvelado… y enseguida se dio cuenta. Tanto es así, que el muy bobo se aficionó a ellas y me las pedía continuamente para tomarlas de noche. Menudo drogadicto de mierda…

Reímos a coro. Me imaginaba a Hugo viendo pajaritos y florecillas en el techo de su habitación, como si hubiera fumado hierba.

Luego torné a la seriedad.

—¿Qué más te pidieron que hicieras? —pregunté cuando la vi más calmada.

—Pues me exigieron cosas como que discutiera contigo…

—¿Que discutiéramos…?

—Sí, había necesidad de espectáculo… Tenía que enfadarme o hacer que te enfadaras, así podía justificar irme de nuestra habitación para dormir en el cuarto de algún otro… y todas esas cosas.

—Por eso lo de Rubén del principio, y luego lo de Juan…

—Sí, por eso fue… —sollozó—. Yo no quería estar a malas contigo, te lo prometo…

Lo pensé un instante. Ahora comprendía muchas cosas.

—¿Así que todos los bandazos que dabas eran parte del guion?

—Sí, eso es… Todos los días me pasaban un plan. «Hoy te enfadas con éste, hoy te acercas a este otro, ahora discutes, ahora te reconcilias…». En realidad, me decían, es algo normal en los realities. Si todo el mundo actuara motu propio, sin conflictos, no habría espectáculo. Y, sin espectáculo, no habría espectadores ni ingresos por cuotas o publicidad.

—Joder… —silbé—. Y todos esos bandazos podían tocarle a cualquiera, ¿no? Escuché a Hugo decir algo así con respecto a él. Que tan pronto le decías «arre», como «so»…

—Sí, claro… el guion del día os afectaba a todos.

Miraba a Blanca y ahora la veía diferente. Como la víctima que era.

—¿La fiesta de depravación en la pista central fue ordenada también? —pregunté.

—Por dios, Alex, ¿por quién me tomas? —pareció enojarse—. Poco menos que me escribieron cada cosa que tenía que hacer y cada palabra que tenía que decir. ¿De verdad pensabas que me había convertido en una ninfómana?

Me sentí culpable por haber sospechado exactamente eso. Que era una zorra que había estado en el armario a la espera de la ocasión propicia. Pero no podía culparme por ello.

—¿Qué querías que pensase? —me defendí—. Al fin y al cabo era lo que el espectáculo pedía, ¿no?, que yo me lo tragara todo. Y es lo que parecías: una golfa desvergonzada.

Blanca me miró y cabeceó para darme la razón.

—Lo siento… Sé que hubo momentos en los que se me fue la olla…

*

Esperé a que se calmara y la insté a que tomara un nuevo chupito, que Blanca aceptó encantada. Luego volví a la carga.

—¿Me vas a hablar de Juan ahora? —le dije tras el paréntesis.

Se limpió una última lágrima y aceptó.

—Vale…

—Pues dime, ¿qué hubo entre vosotros dos?

Blanca me miró con fijeza.

—Una amistad sincera, de verdad, solo eso… te lo prometo.

—Si hubiera habido algo más, ¿la productora se habría mosqueado?

—En absoluto… Cuanto más sexo mejor para ellos. Al contrario, lo habrían aplaudido.

Pensé en ello y me sentí irritado, pero la dejé proseguir.

—Cuando te dejé casi al final por exigencia de la productora, pensé en qué habitación meterme. Ellos no me habían indicado ninguna en concreto. Una opción era la del viejo Mario, pero el hombre estaba tan necesitado que hubiera tenido que dormir con una escopeta bajo la almohada.

No pude evitar sonreír al imaginarme la escena, a pesar de lo serio de la situación.

—Con la de Rubén ni siquiera conté. Ya había estado con él en la primera «huida» y el tipo olía bastante mal. Demasiadas proteínas, supongo. Imposible dormir a su lado.

—¿Y con Hugo? ¿Era él una opción?

—Hugo ni de coña… El tío era un peligro. Un tipo manipulador y bipolar…

—¿Bipolar?

—Sí, no sé si te diste cuenta… Tan pronto parecía un «señor», doctor amable e intelectual, hablando de ciencia y de cosas de las que parecía ser un entendido… y todo el tiempo entre libros... Como de pronto se transformaba en un monstruo despreciable, como una araña venenosa… Hugo me daba un miedo que te cagas. Dormir con él era como meterse en la cama con el Doctor Jekyll… Pero, ¿por qué te ríes?

Era verdad que me había sonreído al escuchar su mención al célebre doctor de la novela de terror.

—Me río porque yo también pensé en esa comparación. El Doctor Jekyll y Mr. Hyde… jajaja.

—Pues eso… que ni de coña me iba a acostar con él. Así que solo quedaba Juan. Un semental de primera, pero con sus «pequeñas» limitaciones.

—¿Limitaciones?

—Sí, limitaciones… Pero espera, ahora soy yo la que tiene que hacer pipí, dame un minuto, por favor…

*

Mientras Blanca volvía, reflexioné sobre lo que llevaba oído. Visto con la perspectiva del tiempo, todo parecía más liviano, menos personal. Aunque no me permitía olvidar que se había entregado a aquellos tipos de la manera más aberrante posible. Eso no tenía perdón alguno.

¿O quizá sí?, me preguntaba. ¿Sería capaz de llegar a perdonar a mi exnovia, la mujer a la que más había querido en la vida?

Al volver, me preguntó por dónde se había quedado.

—Hablabas de las «limitaciones» de Juan.

—Sí, eso es… —cabeceó pensativa—. Desde el principio comprendí que Juan no era lo que parecía. En realidad era un pobre hombre con un montón de complejos y se mostraba como un salido de palabra y de obra para taparlos.

»Pero en realidad era un alma de cántaro y muy tierno, y trabé con él cierta amistad. Tan blando era en realidad que los de la productora, viendo que no daría espectáculo si se mostraba como un niño bueno, me pasaron otras pastillas contrapuestas a las que te daba a ti. Se las echaba a la bebida y le hacían subir la testosterona, la bravuconería y las ganas de… bueno… de sexo… ya sabes…

Sí, ya sabía, y no me hacía ni puñetera gracia.

—¿Y mientras dormiste con él… qué ocurrió…?

—Nada, Alex, te lo prometo. Pasamos muchas horas hablando en la cama. Pero te juro que nunca intentó nada fuera del juego… Y tampoco yo se lo hubiera permitido. Fue por eso que lo elegí a él para dormir lejos de ti. También te digo que durante esos días no le suministré las pastillas, tampoco estoy loca...

Respiré aliviado. Confiaba en ella, sabía que decía la verdad, yo mismo lo había comprobado una de las noches que les espié mientras dormían juntos.

—¿Entonces, forzaste la discusión por el móvil para tener una excusa y abandonarme, antes de irte con Juan?

—Bueno… reconozco que esa excusa era buena, pero el enfado sí que me lo pillé. Llevaba muchos días de aguantar las cosas más degradantes que he soportado en mi vida… Y por un desliz como ése todo se habría ido a la mierda… Habría sido una auténtica catástrofe. Sobre todo porque me habrías despreciado y tratado como a una fulana, sin tener al menos el colchón económico con el que poder rehacer nuestra vida.

Las lágrimas volvieron y esperé a que se calmara, al tiempo que pensaba en que la sensación de que se había convertido en una «fulana» aún la tenía, a pesar de lo que iba descubriendo de la realidad de aquellos días.

—No lo entiendo… —reflexioné en voz alta—. No te habías enfadado tanto cuando utilicé tu móvil para citar a Hugo en la pista tres… ¿Qué cambió para que te disgustaras tanto cuando me encontraste con el iPhone la segunda vez?

Lo pensó antes de responder.

—Hay dos razones importantes —explicó a continuación—. Cuando cogiste mi móvil para chatear con Hugo fue porque se había quedado desbloqueado, no porque conocieras el pin. Era un hecho puntual, no parecía peligroso.

—¿Y la segunda?

—La segunda fue que, aunque yo me enfadé bastante, los de EXTA-SIS estuvieron encantados por la bronca que se armó entre tú y Hugo y luego con el grupo. Un suceso ideal para elevar la audiencia. No solo no se mosquearon, sino que se mostraron satisfechos y me pidieron que no te lo reprochara. Por supuesto sabían que no habías hurgado más de la cuenta. Su secreto seguía a salvo.

Parecía que la explicación tenía su lógica. Y decidí seguir adelante.

—Y luego… —intenté que mi acusación no sonara muy fuerte—. Te quedaste con Juan y no volviste. Pasabas a mi lado y no me hacías ni caso. Ni siquiera me mirabas…

Ahora eran mis ojos los que se habían enrojecido. Ella me echó las manos a la cara y unió nuestras frentes.

—Tienes que comprenderlo… No podía dejar que estuvieras conmigo porque habías llegado a tu límite… Eso le gustaba a la productora, que armaras líos para subir la audiencia… Pero después me hubieran obligado a darte la droga… No podía permitirlo… Sufrí mucho lejos de ti… Tenía mucho miedo, te lo prometo… Pero tenía que mantenerme alejada por tu bien…

Creí que estaba llegando a entenderla. Tan cerca y a la vez tan lejos. ¿No era eso mismo lo que yo había sentido?

—Dime una cosa —le pedí—. Háblame de Hugo, ¿por qué desde el principio te uniste a él de forma tan estrecha? Parecía que él era tu dueño, él decía lo que había que hacer y tu obedecías como un corderito… ¿Qué diablos te pasaba con ese cerdo?

—Bueno… creo que ahí jugué un buen papel, al menos tú te lo creíste.

—Explícate…

—Verás… Antes de que el reality comenzara, estuve leyendo todo lo que pude sobre los programas de ese tipo y viendo vídeos en Youtube. Ya sabes, el Gran Hermano y todo eso. Me tragué horas y horas de confesiones de participantes intentando conocer trucos y consejos. Uno de ellos fue el que utilicé con Hugo: unirme al más fuerte para controlar al resto a través de él.

»Lo primero que hice el DÍA cero, cuando iban apareciendo, fue estudiarlos a los tres. Me costó menos de diez minutos darme cuenta de que el hombre mentalmente más fuerte era el médico. Tú mismo lo viste, no hacía más que sentar cátedra sobre todo lo que pasaba allí. Parecía que lo sabía todo de todo y a los demás se les caía la baba al mirarle. Por eso me quedé a solas con él. Si conseguía controlar a Hugo, podría controlar al resto. Y en gran parte lo conseguí. Aunque al final tuviera que atarlo corto para que no se pasara de la raya. Su cara oculta no la tenía prevista y las pasé canutas por ello.

Acepté esta descripción de su relación con el ginecólogo sin dudarlo. Recordaba las frases de Hugo haciendo referencia a que era Blanca la que mandaba y ambas versiones encajaban a la perfección.

*

No quedaban ya muchos temas por aclarar. Pero una nueva duda me asaltó y preferí no guardármela.

—¿Cómo se fraguó la sesión de BDSM? ¿De verdad no fue idea tuya? No me creo lo que dijiste, que la había sacado a colación Hugo y todo eso.

Sonrió triste.

—Pues… en efecto no fue Hugo quien la propuso, sino yo. La idea no era mía, por supuesto… La productora lo preparó todo. Tuve una gran discusión con ellos a cuenta de la puñetera sesión. De nuevo revisamos los documentos. Y otra vez ganaron ellos. O había escena BDSM o se rompía el contrato… después de lo pasado hasta entonces… Así que tuve que claudicar… Al principio iba bien, sin mucha violencia, pero después se desmadró y tuve que arriesgarme a ir a tu lado para resguardarme. Tenía tanto miedo que todo me dio igual…

—Y me dejaste la nota y la llave del escenario.

—Sí, la nota era para darte esperanza, que aguantaras un poco más… Y la llave para que si hacía falta me protegieses… Y ya ves, fuiste tú quien metió el BDSM en el escenario.

—Sí, lo siento…

—En fin, no lo sientas… Si no hubiera sido por ti, la prueba habría sido un fiasco… Tanto esfuerzo y tanta humillación para nada…

De pronto lancé una carcajada que la descolocó.

—¿De qué te ríes?

—No, de nada… —repliqué—. Me estaba acordando del momento en que descubrí que el médico, tan estirado el muy gilipollas, en realidad era un picha floja.

Blanca sonrió sin muchas ganas.

—Sí, menudo soplapollas…

—Menos mal que llevaba viagra en el bolsillo, que si no…

Torció el gesto Blanca y me recriminó.

—Sí, qué alegría, ¿no? —dijo, acusadora—. No tienes ni idea del daño que me hizo cuando me la… eso… por detrás…

—No te quejes, querida… Que al final conseguiste un buen… orgasmo… Por cierto, ¿conseguiste más de uno?

Blanca no pudo disimular la sonrisa.

—¡Responde…! —la apremié burlón.

—Bueno, en realidad fueron dos…

—¡Qué cabrón el puto médico! Yo respetándote durante siete años sin saber que era tu punto clave… Si lo hubiera sabido…

Blanca me miró fijamente, moviendo las pestañas con aleteos de mariposa.

—Pues ahora ya lo sabes… —dijo entre pícara y retadora, y dejó la frase flotando en el aire.

No quise seguirle el juego, sin embargo. No era el momento. Al menos todavía no.

—A veces me pregunto —dije cambiando de tema— qué hubiera pasado si no hubiéramos conseguido el objetivo.

—Para ellos nada… —repuso—. Bueno, sí… que se hubieran ahorrado un dineral. Las imágenes las tenían, sexo a porrillo que es lo que buscaban. Y solo tendrían que pagaros a los hombres. Yo no habría visto un céntimo.

—¿Lo habrían emitido en ese caso?

—¿Por qué no? Ni lo dudes…

Me quedé mirándola un instante. Mi expresión de ironía no le pasó desapercibida.

—¿En qué piensas…? —preguntó.

—Pienso… en que dijimos miles de veces que estábamos acojonados por lo que nos pudieran hacer si no conseguíamos el objetivo. Todos pensábamos que acabaríamos muertos. Y tú siempre supiste que lo único que pasaría era que perderías el premio gordo… y nada más.

—Sí… —sonrió con pesadumbre—. Lo sabía… pero tenía que callarlo.

—Menuda puñetera… —dije, y callé antes de expresar algo de lo que pudiera arrepentirme.

*

Se hizo un silencio en la conversación. Bebimos un par de chupitos mientras pensábamos cada uno en lo suyo. Al final fue Blanca la que habló de nuevo:

—¿Lo de la chica del tiktok… cómo fue realmente? Algo me explicaste, pero no lo recuerdo bien.

—¿De verdad no sabías que iba a ocurrir eso exactamente? ¿No te lo habían comentado los de EXTA-SIS? Porque estaba claro que lo hicieron para quitarme de en medio durante la sesión BDSM.

—No, tan solo me habían dicho que tenían un plan para distraerte durante la sesión y que no molestaras. Pero no me dieron detalles.

—Ya…

—¿Me lo vas a contar más despacio? ¿De verdad te lo pasaste bien con la chica?

Le repetí la historia y mis reticencias acerca de cómo una chica «normal» se podría prestar a semejante barbaridad.

—Bah, no te creas todo lo que te cuentan…

—¿Qué quieres decir?

—Pues que no me creo que a la chica la reclutaran en Tiktok. Si le hubieras hecho una foto la podríamos buscar en Internet y ya te aseguro yo que la «niña» resultaría ser una actriz porno de primera línea.

—¿Tan joven? —me extrañé.

—Ufff… en la productora de EXTA-SIS vi y oí cosas que no creerías. Chicas de uniforme colegial andaban por los pasillos a la espera de casting para rodar escenas fuertes. Cada vez las buscan más jóvenes.

—No es tu caso —bromeé, aunque enseguida me arrepentí. Ella, sin embargo, no pareció tomárselo a mal.

—No, en mi caso buscaban una MILF… eso estaba claro…

—Sí, creo que estaba claro…

—Por cierto, ¿cuánto te comentó la chica que la iban a pagar por la… actuación de rodillas?

—No recuerdo, dos mil quinientos, creo…

—Bah… menuda gilipollez… Multiplica eso por cinco y aún te quedarás corto… La producción era de las caras y seguro que consiguen ingresos del mil por cien sobre los costes.

—Es posible, ahora que lo dices… Y no creas que no me alegro. Mejor una profesional, por muy joven que sea, a una niña cualquiera de la calle que se venda por unos billetes…

En el aire quedó que eso era exactamente lo que Blanca había hecho, pero ninguno quiso abrir aquel melón que podría habernos llevado a más discusiones. Y, quizá, a una separación definitiva.

*

Se produjo un paréntesis prolongado en el que cada uno dedicó un tiempo a sí mismo. Yo salí a la terraza a respirar aire fresco y relajarme. Blanca se dedicó, ¿cómo no?, a organizar los armarios de la habitación de invitados. En ambos casos meras excusas para darnos un tiempo.

Pasados unos minutos volvimos al salón. La conversación aún no había terminado.

—¿Qué va a pasar ahora? —dijo mirándome consternada.

—No lo sé…

—¿Vas a volver? —preguntó y se mordió el labio a la espera de mi respuesta.

No quería decirle que no… Pero tampoco que sí. Había mucho que digerir antes de tomar una decisión. Y así se lo dije.

—No lo creo… Al menos de momento… Me has hecho mucho daño, Blanca. Tengo que digerir todo lo que ha pasado. ¿Reconocerás, al menos, que me has engañado como a un imbécil? ¿Te extrañas si te digo que me siento como un perfecto cornudo?

Blanca me miró desafiante. No entendí aquel cambio en su expresión y una culebrilla me recorrió el estómago.

—¿Qué pasa? —la interrogué mosqueado.

—Pasa que todos tenemos mucho de qué callar. Eso pasa…

—No sé de qué me hablas… —en verdad no la entendía. Pero no tardé en hacerlo.

Se puso en pie y se cruzó de brazos. Luego comenzó a pasear a mi alrededor, como solía hacer cuando quería hablar de un tema incómodo.

—Ah, ¿no? —me retó—. ¿Y qué me dices de Sara?

La respiración se me detuvo.

—¿Con Sara? —tragué saliva—. No pasa nada que yo sepa… ¿Le ha ocurrido algo?

Blanca se acercó a mí y me cogió la cabeza con sus dos manos, una en cada lado de la cara.

—Pasa que te la follaste en los lavabos del colegio. ¡A mi mejor amiga!

Joder… ¿quién se lo había dicho? Solo Sara y yo sabíamos aquello. Y habíamos hecho la firme promesa de que no se supiera, aparte de no repetirlo.

—Por dios, Blanca, ¿quién te ha contado semejante barbaridad?

—A ver, Alex, no te hagas el bobo, ¿tú quién crees que me lo ha contado?

—¿Sara…? —titubeé.

—¡Pues claro, atontao! —le dio un trago a su chupito y se escanció otra ración. Luego pareció tranquilizarse—. Sara se sintió culpable y me lo soltó todo, como haría una buena amiga.

—¿Todo…?

—¿Tú qué crees…?

No quería creer nada. El asunto era más que escabroso. No podía imaginar que Sara hubiera entrado en detalles. Y era muy probable que no lo hubiera hecho, y por eso Blanca me presionaba para que se los contara.

—Fue solo un error… —me justifiqué.

—Pues empieza a cantar por tu boquita, porque quiero conocer hasta la última coma…

—¿Qué última coma? —había comenzado a sudar copiosamente—. ¿No has dicho que ya te lo ha contado todo Sara?

—Sí… claro que lo ha hecho, pero quiero estar segura de que vuestras versiones coinciden.

No sabía qué hacer. Pero preferí no cabrearla más. Si ya lo sabía, ¿para qué hacerlo?

Así que le relaté la historia desde el principio.

*

—Fue durante un recreo. Sara se sintió indispuesta y me pidió que la acompañara hasta el baño. Tenía ganas de vomitar y me pidió que le sujetara de la frente, una costumbre de su abuela para evitar que con las arcadas se mueva el cerebro y no sé qué más bobadas de viejas.

»El caso es que Sara se arrodilló frente a un retrete del baño de las chicas y yo me puse tras ella. Echó lo que había comido desde el día anterior mientras la sujetaba de la frente como me pidió.

»No pude evitarlo, te lo juro, mientras la sujetaba mi entrepierna se rozaba con su culo. Y con los espasmos, parecía que estuviéramos follando. Me empalmé, Blanca, te juro que yo no quería, pero se me puso dura como una piedra.

»Ella lo notó y sentí tanta vergüenza que intenté escapar. Imaginaba que me iba a echar la bronca del siglo, por lo que ya comenzaba a pensar en las excusas que le daría.

»Pero ni mucho menos se había enfadado. Muy al contrario, comenzó a mover la cadera y a pegar su culo contra mi polla. Yo no podía creerlo, tenía que tratarse de una confusión.

»Pero supe que no había confusión cuando me pidió que cerrara la puerta del cubículo donde estábamos. Y, sin más preliminares, se bajó las bragas hasta las rodillas y me miró desesperada. Te aseguro que no he visto esa mirada en Sara en toda mi vida. Estaba como poseída.

—¿Poseída? —me interrumpió Blanca—. Si serás idiota… Lo que estaba era cachonda como una perra…

—Bueno, eso también. Estaba claro que algo había. Pero te prometo que no fue culpa mía.

—Calla y sigue…

—Sara se levantaba la falda por detrás y me mostraba el culo desnudo. Su coño estaba húmedo y se lo acaricié con las manos. Gimió bajito y eso me puso frenético. Por fin, como nerviosa, me soltó algo que me dejó helado.

»—Fóllame, Alex… Por tu padre, fóllame…

—¿Y qué más? —me urgió Blanca, a todas luces llevada por el morbo.

—Pues poco más. Me bajé los pantalones lo justo. Seguíamos de rodillas. Cuando se la metí ella gimió más alto y soltó un bufido de placer. De pronto me di cuenta de un detalle.

»—Sara… —le dije—. No tengo ningún condón… Esto no está bien…

»—Déjate de chorradas y sigue, por dios…—me respondió—. No pares… Estoy tomando la píldora, no hay problema… Folla… así… así… así... aaahhh…

»El «plas-plas» de mis huevos contra su coño me preocupaba. Si alguien entraba en ese momento en el baño, se iba a liar.

—Pero nadie entró.

—No, nadie entró, por suerte… Así que seguí entrando y saliendo de ella hasta que la sentí correrse.

—¿Y tú, qué, te corriste también?

—Ehhh…

—¿¡Alex!?

—Vale, lo reconozco —acepté a regañadientes—. Sí, Blanca… me corrí dentro de ella porque Sara me lo pidió. Dijo que quería sentir el calor de mi leche y no sé qué más. Estaba tan obnubilado que no me enteré de casi nada. Cuando terminé de llenarla el coño, me levanté, me coloqué la ropa y salí de allí a toda pastilla. Eso es todo.

—¿Estás seguro de que es todo?

*

Había terminado mi historia. Pero Blanca no se conformaba. ¿Qué más quería? ¿Qué le contase los disparos de semen que le había endilgado en el útero a su amiga? ¿Tan morbosa era ahora mi exnovia?

—Sí, eso es todo…

Su ceño se frunció aún más si cabía. Seguía cruzada de brazos.

—No estoy yo muy convencida... —dijo enchulada—. ¿Estás seguro de que no hay nada más?

¡Ay mi madre!, suspiré aterrorizado. Que ya sabía por dónde iban los tiros. Que la muy sosa de Sara le había contado también lo otro…

—Joder, Blanca, sí, estoy seguro… —decidí atacar—. ¿Qué más te ha contado Sara?

—Tú sabrás… —replicó utilizando un estilo de lo más femenino.

Me dio igual, si había que contarle todo, se lo contaría y que me llevasen los demonios.

—Vale, está bien… —me rendí—. También me la follé en el despacho de Lucio, el director.

—Si serás cabrón… —me enseñó los dientes—. Y decías que nada más…

—Vale, lo siento, fue otro calentón. Solo sexo, te lo juro, nada de cariñitos ni esas cosas…

Blanca se plantó ante mí y acercó su cara a la mía.

—¡Cuéntamelo todo! —espetó—. Hasta el último detalle. ¿Dónde te la follaste? ¿Sobre la mesa?

Comenzaba a sospechar que Sara le había contado menos de lo que Blanca me hacía creer. Que era tan pardillo que me lo estaba sonsacando. Con sacacorchos, cierto, pero hasta la última gota.

De nuevo me rendí, de perdidos al río, me dije.

—Sí, fue sobre la mesa…

—Cabronazo… —suspiró torciendo el gesto.

—Vale, Blanca lo siento —me excusé—. Era tarde y teníamos que entregarle un trabajo a Lucio. Coincidimos en su despacho para dejar cada uno su parte y que el director lo viera a la mañana siguiente y no sé qué locura nos ocurrió.

»De pronto comenzamos a morrearnos y en unos segundos ella estaba sentada en la mesa con la falda levantada. No hizo falta ni que se quitara las bragas. Se las echó a un lado mientras yo me desabrochaba los pantalones. Luego se la metí con furia, te juro que estaba como enajenado. Llevaba una temporada sin sexo desde que salimos… de la discoteca… Y Sara no sé, supongo que lo mismo…

»El caso es que nos empezamos a mover como enloquecidos y no paramos hasta que dejamos perdida la mesa de jugos, tanto míos como suyos. Al terminar limpiamos aquello como pudimos y luego nos fuimos cada uno para su casa.

—Vale —dijo Blanca tras suspirar no menos de tres veces—. Pues eso es lo que hay. ¿Ves lo que te he dicho? Todos tenemos mucho de que arrepentirnos y que perdonar.

Me alegré de que no siguiera con el interrogatorio. En caso contrario me habría sonsacado el polvo que le había echado a Sara sobre el sofá de su casa durante los días que conviví con ella y sus compañeras de piso. ¡Y menudo polvo!

Aun así, lo pensé un instante, no estaba de acuerdo con la afirmación de mi exnovia.

—No creo que sea comparable lo mío con lo tuyo —argumenté—. Lo que ha pasado con Sara ocurrió mientras tú y yo estábamos separados…

Pero Blanca estaba preparada, como solía hacerlo cuando planificaba de antemano una discusión.

—Sí que lo es… —replicó—. Recuerda que es mi mejor amiga… ¡Un tío decente no se folla a la mejor amiga de su exnovia! Además…

—Además, ¿qué? —pregunté expectante.

—Sara ya estaba saliendo con Ramón. Le has puesto los cuernos a su novio, que lo sepas…

—¿Qué…? —respondí extrañado—. Joder, Sara me dijo que no estaba con nadie…

Blanca sonrió levemente.

—Ya… menuda zorrita…

No entendí esa afirmación.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Que qué pasa…? —se mordió una uña—. Pues que Sara siempre te ha tenido ganas… Y que se ha aprovechado de ti, so pánfilo… que no te enteras de nada. Menos mal que la quiero con locura, sino se iba a enterar la muy guarra…

La expresión de pasmo que se me había puesto me duraría varios días. No tenía claro que pudiera mirar a Sara nunca más a la cara después de aquello.

AIRES DE RECONCILIACION

Terminamos la charla bastante tarde y aquella noche podría haberme quedado a dormir con ella, a pesar de las acusaciones cruzadas. Sus ojos no disimulaban el deseo de que me quedara en su casa y por mi parte hubiera matado por hacerle el amor. Pero no conseguí convencer a mi cerebro para hacer lo que me pedía el corazón.

Continuará...... (habrá consecuencias de todo lo vivido?)
 
La tarde había resultado ser positiva, sin embargo: a partir de ese día comenzamos a intercambiar no solo mensajes, sino también charlas telefónicas. Blanca me contaba sus planes en cuanto al trabajo y al cambio de casa y yo le explicaba los adelantos de la medicina para tratar a los niños con discapacidades motoras.

Me explicaba, por ejemplo, que la sala de esteticista que estaba montando ya disponía del cartel de la puerta, de las salas interiores separadas por paneles de pladur, de la recepción… y luego, como dejándolo caer, me hablaba de las casas que estaba visitando en las afueras de Madrid. Planeaba cambiarse desde el bullicio de la capital a la tranquilidad del campo. Aducía que era mucho más apacible el extrarradio a la hora de criar niños.

Yo no le decía nada concreto, pero me emocionaba oírselo contar, porque eso significaba que si al final me decidía a perdonarla, ella me estaría esperando.

Dos semanas después ya quedábamos a cenar un par de veces entre semana y uno de los dos días del finde. A la tercera semana dormimos juntos por primera vez. Fue increíble volver a sentir su cuerpo junto al mío, tras tanto tiempo de separación.

Aquella noche no dormimos demasiado, sino que hicimos el amor durante horas. Descansábamos charlando o adormilándonos, y después volvíamos a unirnos con la misma pasión que la primera vez.

—¿De verdad tengo que ponerme el condón? —le repetía cada vez que comenzaba el juego—. Antes nunca lo hacía.

—Venga, no seas malo… —respondía—. Ya te he dicho que estoy en un descanso de la píldora.

Me ponía el preservativo y entraba en ella con una pasión que nos desbordaba a ambos. En esta ocasión, por fin, Blanca consiguió llegar al orgasmo más de una vez. De algo habían servido las técnicas practicadas durante el cautiverio. Una palabreja —«cautiverio»— que ella ya nunca mencionaba, refiriéndose a él como el «reality», y con razón.

Yo sabía identificar en sus movimientos y en sus expresiones que no fingía los orgasmos. Aparte de que no necesitaba hacerlo, sus estremecimientos mientras se corría eran difíciles de simular.

*

Dos semanas más tarde llevé mi cepillo de dientes al que había sido nuestro cuarto de baño durante mucho tiempo y comencé a quedarme casi todas las noches a dormir. Otro par de semanas después, avisé a mis compañeras de piso que las dejaba con el pesar de mi corazón.

—Ya lo imaginábamos, cabroncete —dijo una de ellas—. Y nos alegramos por ti, no te creas. Te tiene muy pillado esa chica tuya.

Mis amigas me pidieron quedarme unos días más hasta que encontraran un nuevo inquilino y acepté de buen grado. Me llevaba genial con ellas, no en vano me habían acogido sin conocerme cuando más lo necesitaba y no quise defraudarlas.

Más tarde le contamos a Sara que estábamos otra vez juntos y nuestra amiga no cabía de gozo. Por aquella época ya solíamos quedar los cuatro de forma habitual —Sara, con su novio Ramón, y nosotros dos—, y salíamos a cenar y a tomar copas en ocasiones. El sexo entre Sara y yo nunca salió a colación, afortunadamente. Evitábamos la discoteca de la primera vez para no encontrarnos a la jauría o a alguno de sus nuevos componentes.

Una vez instalado con Blanca en nuestra casa de siempre, la vida que habíamos dejado en suspenso al entrar en el reality recomenzó como si no hubiera habido tan larga interrupción.

Por otro lado, Blanca inauguró su salón de belleza y todo a nuestro alrededor era felicidad. El siguiente paso era la búsqueda de la casa que compraríamos para abandonar el sucinto apartamento donde habíamos tenido momentos felices e infelices durante varios años.

Aquella tarde de sábado, sin embargo, las cosas iban a tomar un rumbo extraño. Ese día me comenzó a rondar la idea de volver a incluir en nuestra vida la anormalidad que habíamos vivido durante el encierro, con un final incierto que podía volverse en mi contra si erraba en mis decisiones.

*

Habíamos quedado con Sara y Ramón para nuestra salida quincenal y Blanca anunció que se iba al baño para hacerse la toilette completa: ducha, lavado de pelo y maquillaje. Un total, según mis cálculos, de no menos de dos horas.

Andaba yo adormilado en el salón viendo un partido de fútbol de los aburridos, cuando el iPhone de Blanca se iluminó. Lo miré con gesto de sorpresa. Hacía tiempo que no me fijaba en él, después de todas las desventuras que me había traído durante el reality. Miré hacia el pasillo para comprobar que seguía con su rutina de belleza, antes de dejarme vencer por la tentación.

«¿Habrá cambiado el pin o será el mismo?», me pregunté. Solo había una forma de saberlo. Las manos me temblaban. Tenía solo que pulsar cuatro teclas y lo descubriría, pero no me decidía a hacerlo.

Finalmente, respiré profundo y tecleé: 1621. La pantalla de inicio se desplegó sin un solo pitido. Mi estómago se encogió como en los tiempos del encierro. ¿Debía entrar en la intimidad de Blanca o sería volver a los problemas, la desconfianza, el desasosiego…?

Un nuevo mensaje se dibujó en la pantalla con una suave música de aviso y mis ojos se quedaron clavados en el nombre del remitente: HUGO_2. Las tripas se me revolvieron al instante, imaginando de todo. No tenía ninguna duda acerca del sufijo «2». Blanca me había explicado que había bloqueado el número principal del médico y que éste había buscado la forma de volver a contactarla desde un nuevo número.

Más asustado que curioso, decidí entrar en el chat del ginecólogo y ver qué había en él. Si encontraba algo que me hubiera ocultado, nuestra relación podría volver a sufrir un serio varapalo. Esta vez con difícil vuelta atrás.

*

Pulsé el icono del chat y fui directamente a buscar si Blanca le respondía. Sabía que Hugo le seguía escribiendo, Blanca me lo había comentado. Aparte de que había visto llegar al menos un mensaje suyo. Pero también me había dicho que ella no contestaba, por lo que tenía que averiguar si no me había mentido.

Con un suspiro de alivio comprobé que me había dicho la verdad. Todos los mensajes del médico lucían el doble check de haber sido leídos, pero en ningún caso tenían respuesta. Busqué en los mensajes antiguos y comprobé que no había tampoco contestaciones hasta varias semanas atrás. A partir de ahí encontré varios mensajes de Blanca amenazando a Hugo con denunciarle si no dejaba de acosarla.

Pero el hijo de su madre seguía erre que erre, inasequible al desaliento. La prueba eran los dos mensajes que acababa de enviar. El primero se trataba de una fotopolla. Una imagen alucinante, pero que claramente no pertenecía al desquiciado ginecólogo. Por suerte o por desgracia, yo conocía sus atributos y no se parecían en nada a aquel inmenso falo.

El segundo era un mensaje de texto obsceno y vomitivo.

HUGO: Ves cómo me pones, guarrilla? Estoy así solo por ti. Esta mañana me he tomado dos píldoras azules por si quieres invitarme a tu casa. Recuerda como gritabas cuando te la metía por ese culo estrechito que tienes. Pues eso es lo que pienso hacer, romperte el culete y luego follarme tu chochazo. Vas a gozar como una perra, y lo sabes. Anda, no seas mala y dime algo, que sé que lo estás deseando, putita mía.

Hubiera lanzado el iPhone contra la pared si el aparato hubiera sido mío. Me había quedado de piedra por la sorpresa y la indignación. Y eso le proporcionó margen de tiempo para regodearse y seguir escribiendo.

HUGO: Veo que estás en línea, zorrita. Qué haces, te estás metiendo dos deditos en el chochete, cachonda perdida por mis mensajes?

Desesperado, comprendí el error que acababa de cometer. Si Blanca descubría por ese comentario que había estado curioseando otra vez su móvil, era hombre muerto.

Así que borré los tres últimos mensajes y bloqueé el chat para evitar que siguieran llegando envíos con frases parecidas. No era la mejor solución, pero con los nervios no encontré otra mejor, al menos de momento.

*

Los siguientes días los pasé con el corazón en un puño. No había podido entrar de nuevo en el iPhone de Blanca y necesitaba hacerlo para estudiar la situación. ¿Habría descubierto el bloqueo del chat de Hugo? Me faltaba la respiración cada vez que la veía entrar en su wasap y charlar con alguien.

—Qué raro… —dijo el sábado siguiente por la mañana mientras remoloneábamos en la cama después de una sesión de sexo—. Hace días que Hugo no me envía gilipolleces, ¿se habrá muerto?

Rió la broma y yo le seguí el juego.

—Bah, ni caso… —repuse—. Hasta un imbécil como ése termina por cansarse.

—Sí, tienes razón… A ver si es verdad y se calla de una vez.

Rogué a todos los dioses que mi novia no se pusiera a curiosear. Si fisgaba en el chat terminaría por descubrir que lo había bloqueado yo y la bronca iba a ser de las gordas por volver a espiarla.

Antes de levantarnos, aprovechamos para hacer el amor una última vez y luego desayunamos con tranquilidad.

Aquella mañana había quedado con mis excompañeras de piso, pero no nos veríamos hasta las doce. Tenían que darme una noticia, me habían dicho. Imaginé que ya tendrían nuevo compañero y que querrían que sacara de la casa mis últimas pertenencias y que les devolviera las llaves.

Me despedí de Blanca, que a pesar de ser sábado tenía que atender el salón de belleza. Había contratado a dos chicas y entre las tres se turnaban los fines de semana. Ese día le tocaba a ella el turno de tarde.

Un rato después, tomaba unas cervezas con mis excompañeras.

—Pues esta es la noticia —dijo Aitana tras pedir las consumiciones en la cafetería donde habíamos quedado—: ¡Nos mudamos!

Me quedé de piedra por la noticia. Ya había dejado las llaves del piso sobre la mesa y Aitana las empujó de nuevo hacia mí.

—Pero no es lo que parece, necesitamos que nos hagas un favor, querido Alex...

—No entiendo, pero contad conmigo, por supuesto.

Entonces soltaron el bombazo. Aitana y Elena se mudaban, pero no de piso, sino de país. En pocos días salían hacia Dublin, donde ambas comenzaban a trabajar en una multinacional que les pagaba tres veces el salario que obtenían en España por hacer prácticamente lo mismo. Era su excompañero de piso quien les había buscado el trabajo.

—¡No jodas…! —repliqué alucinado—. Pero el nivel de vida allí será más alto, supongo…

—No creas —aclaró Elena—. Alto sí que es, pero no es mucho más que en Madrid.

Total, que mi ayuda la necesitaban para gestionar el traslado. Habían dejado pagado el alquiler del piso en Madrid por varias semanas, de modo que les diera tiempo a buscar algo fijo en Dublín. Y me necesitaban para que mantuviera la casa —las plantas especialmente— hasta que tuvieran apartamento en la ciudad de destino. Luego tendría que abrirles la puerta a los de las mudanzas internacionales y devolver las llaves al casero.

—¿Nos haces ese gran favor, amigo?

—Por supuesto, amigas, no faltaría más… —repliqué y me abrazaron felices.

*

Al dejar a mis excompañeras minutos más tarde, la idea que había nacido días atrás, comenzaba a germinar en mi cabeza. Tenía una casa para mí solo y las actuales inquilinas iban a estar a dos mil kilómetros de distancia.

No terminaba de concretar la idea. Pero el karma siempre está de parte de los buenos, o eso es lo que siempre he creído. Y con sus señales me mostró la cara amable al día siguiente.

Hacía el amor con Blanca por la mañana cuando llegó el momento de ponerme la protección. Busqué en mi mesilla, pero la caja de condones se había terminado. Por aquellas fechas follábamos mucho, quizá demasiado. «Nunca es demasiado», solía pensar, aunque a veces podía ser agotador.

—No me quedan gomas, ¿tienes tú alguna?

—Sí, tengo en mi mesilla, en el cajón de abajo —replicó—. Vete poniéndotela que voy a hacer pis.

Abrí el cajón y en efecto encontré una caja de preservativos sin estrenar. Blanca siempre tan previsora. Lo que llamó mi atención, sin embargo, fue lo que descubrí al fondo del cajón, semi escondido bajo unos papeles.

Tome uno de los tres blíster repletos de capsulas blancas y rojas y no me cupo la menor duda de lo que eran. El pequeño logo grabado en el lado blanco —LX— lo atestiguaba: se trataba del falso Lexatín que me habían suministrado durante el reality.

La idea que llevaba flotando a mi alrededor una semana sin tomar forma, comenzaba a concretarse en mi cabeza.



PREPARATIVOS

Algo más tarde, en un nuevo descuido de Blanca, tomé su iPhone con la intención de revisar los mensajes de Hugo. Tenía que borrar lo que hubiera llegado del médico, así que me encomendé a todos los santos y me arriesgué a pesar del miedo que sentía.

Hugo, por supuesto, había seguido haciendo envíos. Y aunque los mensajes se habían quedado en el limbo por el bloqueo, al liberar el chat llegaron en tropel. A sus obscenas fotografías, había comenzado a añadir quejas por lo que le había hecho.

HUGO: Te advierto que no te vas a librar de mí, zorra. He averiguado dónde vives y pienso ir a verte si no me desbloqueas pero ya.

Mi plan aún no estaba formado del todo. Y no sabía si me atrevería a ponerlo en práctica al final. Sentía pánico solo de pensarlo. Por eso fue que no respondí lo que pensaba decirle hasta que lo tuviera todo atado.

«Tal vez nunca me atreva —me decía acongojado—, pero si no hago algo puede que Blanca me monte una buena bronca cuando descubra que le he espiado el móvil». Porque estaba seguro de que al final lo descubriría.

Estaba atrapado como en un sándwich: Hugo por un lado y Blanca por el otro. De momento decidí enviarle una advertencia haciéndome pasar por ella. Y recé para que sirviera como el disparo inicial de lo que pudiera venir después.

BLANCA: Deja de presionarme, quieres? Estoy con Alex de nuevo. No puedo contestarte, si me pilla me matará y con razón. Aun así haré lo que quieras si te callas y dejas de enviarme mensajes asquerosos. Pero dame tiempo o te volveré a bloquear.

La respuesta del médico fue instantánea, como si hubiera estado enganchado al móvil esperando un mensaje de Blanca.

HUGO: Vale, amor, ya sabes que te quiero y que te respeto. Esperaré a que me digas cuando puedo ir a darte gustito con este rabo lindo que tengo. Pero no tardes que me mosqueo. Besitos.

Y salió de línea.

Aproveché para borrar el rastro de los últimos mensajes y dejé el móvil en la posición exacta en que solía dejarlo Blanca. Solté un suspiro de alivio al verla chatear más tarde con una de sus empleadas sin darse cuenta de nada.

Había salvado los muebles por el momento.

*

Los días siguientes los pasé algo aturdido. Ocupaba las veinticuatro horas del día dándole vueltas a mi plan sin llegar a concretar los últimos flecos.

—¿Qué te pasa, Alex? —me repitió Sara como tantos otros días durante el desayuno—. Estás en las nubes otra vez, como en… bueno… mejor no lo digo…

—Sí, dilo, no te cortes… —repliqué con ironía—. Como en los días después del reality, ¿no?

—Sí, eso… Pero no lo he dicho yo, que conste…

—Ya, tira la piedra y oculta la mano… —la acusé en broma.

—¿No estarás teniendo problemas con Blanca otra vez, no?

—¿Qué…? ¿Con Blanca…? No, qué va… Todo genial entre los dos, no te preocupes…

—¿Ya habéis elegido el chalet entre los dos finalistas?

—Pues no… a cada uno le gusta uno de ellos. No terminamos de ponernos de acuerdo. Supongo que haremos lo que diga ella, que para eso pone el dinero.

—Bueno, tú también pones tu parte con lo de… —se quedó cortada antes de terminar.

—Tranqui, Sara, ya te he dicho que no pasa nada porque hables del tema… Y sí, al final acepté cobrar el talón del reality, y es la parte que yo pongo para la casa.

—No te imaginas cuanto me alegro por vosotros. ¡Propietarios de una casa en Madrid! Y encima un chalet, como los ricos…

—Bueno, Madrid, tampoco es… Es en Alcorcón, que tampoco está en el centro que digamos.

—Pues donde sea, pero será vuestro… ¡Mueran los alquileres!

Sara apuró el café y bajó los ojos hacia su móvil. En el aparato se oía hablar a una voz femenina con risas enlatadas de fondo. Sin poder contenerse, mi amiga soltó una carcajada.

—¿De qué te ríes?

Me mostró el móvil en el que estaba pasando historias de Tiktok.

—Es un vídeo de una influencer muy cachonda. Cuenta unas historias de su novio que te partes…

Hacía tiempo que no había entrado en la red social y no sabía si en mi móvil aún funcionaría la app. Así que le pedí el suyo para escuchar la historia que contaba la chavala.

—¿Me lo dejas…?

—Sí, toma, y a ver si así cambias tu cara de acelga y te ríes un poco, majete…

Mi corazón se detuvo en cuanto el aparato estuvo entre mis manos y descubrí quién era la que contaba los chistes: Marina, la chica que me había hecho una mamada en la discoteca UNIVERSE unos meses atrás, me miraba con sus grandes ojos azules desde detrás de la pantalla.

*

Me las apañé como pude para disimular la sorpresa y me esforcé por reír a carcajadas, como había hecho Sara unos instantes antes. Luego le pedí que me lo reenviara para seguir a la influencer y nos volvimos al trabajo.

El resto del día estuve revisando todos los vídeos de Marina. No me cabía la menor duda, era la chica de la discoteca. Vaya, ¿así que no me había engañado la jovencita…?

Le di algunas vueltas más y por la noche ya había planeado como acercarme a ella. La sorpresa de encontrármela por casualidad —otra señal del Karma— había dado paso a la convicción de que era el penúltimo ladrillo del plan que no terminaba de cerrar. No obstante, si conseguía subirla a bordo, estaba seguro de que me atrevería a lanzarme a por todas.

Pulsé el botón de «seguir» a Marina en la red social y le pedí su dirección de ********* por privado. Le comentaba que tenía que ofrecerle algo que podría interesarle. Y que pagaría por ello.

Me mordí las uñas hasta que dos días después me respondió. En su réplica me pasaba su alias de ********* y aceptaba mantener una conversación privada aquella misma tarde.

—Hola Marina, ¿qué tal estás? —le dije a la hora en punto.

Ella estaba a la espera y respondió de inmediato:

—¿Puedes empezar explicándome quién eres y a qué viene tanta prisa?

—Soy Alex, nos conocimos en la discoteca UNIVERSE, ¿recuerdas?

—Pues no sé, ahora no caigo. He conocido a mucha gente en esa discoteca.

—Te daré una pista: estábamos los dos solos en una habitación.

—Ah, joder, ¿eres el de la mamada…?

—El mismo.

Me asombró que la chica fuera tan directa… y tan desinhibida. Imaginé que no debía de ser muy raro para ella ofrecer determinados «servicios». Y eso me venía que ni pintado.

A partir de ese momento estuvimos charlando de trivialidades. Que si todo salió bien, que si le pagaron sin problemas… Nada especial hasta que, por fin y tomando aire, me decidí a entrar al trapo. No las tenía todas conmigo, pero tenía que arriesgar.

—¿Harías por mí un trabajito como el que te encargó la señora de la discoteca?

—¿Qué pasa, te gustó mi mamada y quieres que te haga otra? Jajaja…

—Algo así… pero no sería a mí en realidad, y habría algunos cambios.

—¿Qué cambios?

Me lo pensé un segundo antes de entrar a saco.

—Pues sería hacerles lo mismo pero a tres tíos a la vez. Es por una despedida de solteros.

—Joder, eso requiere un plus, menos de trescientos por barba no te va a costar, que lo sepas.

Me extrañó la cifra. ¿No había dicho que la mujer le había pagado una burrada más? Y eso que la buena de Blanca había supuesto que el pago habría sido cinco veces lo que Marina había comentado.

Estaba claro que Blanca se equivocaba y que la chica era una putita de lo más corriente. Tal vez la voz en off le había pagado suplemento para llegar a la cifra que me había comentado, si es que Marina no me había engañado. No quise entrar en discusiones y acepté de inmediato.

—Vale, trescientos por barba. Y cien más si mantienes total discreción hasta que llegue el momento, que ya te avisaré cuando lo sepa.

Marina pareció ofenderse.

—Eh, tío, ¿por quién me tomas? ¿Te piensas que lo voy anunciando por la calle con un megáfono?

—Es coña, mujer, solo lo decía por redondear a mil.

—Ah, jajaja… vale, tío. Pues nada, se agradece la propina.

Parecía que el trato estaba cerrado. Una duda, sin embargo, quedaba por aclarar.

—Oye, cielo, ¿de verdad tienes veintiuno como me dijiste?

Aún pensaba que la muchacha aparentaba ser mucho más joven.

—¿Te dije veintiuno? Jajaja…

Tragué saliva. ¿Estaba admitiendo que me había engañado con la edad?

—Pues vale, veintiuno para ti si te mola más… Pero las veinticuatro castañas no me las quita nadie… Y tranqui, bro, que te enseño el carnet cuando nos veamos.

Respiré tranquilo y acordamos que le enviaría la mitad del pago de inmediato por bizum y que ya lo iríamos hablando para concretar la fecha. Me pasó el número de móvil y en cinco minutos Marina ya era quinientos euros más rica.

No sabía la chica que, si me hacía caso, la cifra que podría obtener por aquel «servicio» podría llegar a tener un montón de ceros.

*

Ya solo me quedaba un fleco por resolver. Sería el último antes de lanzarme a la piscina, con agua o sin ella. A pesar de mis dudas, no había vuelta atrás.

Al día siguiente, a la hora del café, me excusé con Sara y me pasé por el piso de Aitana y Elena. Busqué a la señora rumana que había trabajado como asistenta por horas para mí y las dos novias. Sabía que a Alina ese día le tocaba trabajar en el piso de enfrente de mis amigas. Y no me equivoqué.

Llamé a la puerta y me abrió ataviada con su bata descolorida y la fregona en la mano.

Tras saludarnos, le pregunté si su marido Andrei seguía en el negocio de las despedidas de solteros. Alina me lo confirmó y le expliqué que necesitaba hablar con él sobre un trabajo. Me pasó el número de su móvil y me despedí de ella agradecido.

Sopesé detenidamente cómo se lo expondría a Andrei. Tenía que medir las palabras para evitar futuros problemas. Y así lo hice. Tras hablarlo y llegar a un acuerdo, el hombre me hizo un presupuesto y le pasé por bizum la mitad de la cantidad acordada, tal y como había hecho con Marina.

Ya solo quedaba fijar la fecha.



ÚLTIMOS FLECOS

Aquella misma noche comenzaron los contactos con Hugo, que se mantuvieron durante varios días más. Cada noche, a partir de la primera, aprovechaba que Blanca se iba a dormir temprano para chatear con el médico. Sobre las once, solía acostarse ella por tener que madrugar más que cuando era una simple empleada. Yo me excusaba con terminar de ver una serie de Netflix que ella detestaba y que a mí me tenía enganchado. Y esperaba hasta que se quedaba dormida.

La había convencido para que dejara el móvil conectado a una toma de carga rápida que le regalé y que instalé en el salón de la casa.

Y temblé antes de iniciar una relación ilícita que podría acabar en la ruina para mí… y para Blanca. Las cartas estaban echadas.

BLANCA: Hola Hugo. Estás por ahí?

HUGO: Por fin, mi putita preferida… Hay que ver lo que me has hecho esperar, cabrona… Pero claro que estoy, para ti siempre. Espera que te mando un regalito.

Enseguida llegó una fotopolla que ya había visto entre los mensajes antiguos del chat. El médico debía de tener una colección guardada en el móvil y se repetía.

BLANCA: Vaya guarrada. Si no fuera porque es tuya, me daría hasta asco.

HUGO: Anda, guarrilla, sí sé que te gusta.

BLANCA: Bueno, yo no he dicho que no…

Con semejantes mensajes de una supuesta Blanca muerta por sus encantos, el médico se venía arriba.

HUGO: Te gustaría comértela, eh?

BLANCA: No sé… tú qué crees?

HUGO: Anda, reconoce que te vuelve loco… Dime cómo me lo harías…

BLANCA: Me da vergüenza decirlo…

El médico debía de estar medio infartado a esas alturas. Seguro que pensaba que al otro lado de la línea Blanca se estaba tocando pensando en su rabo, a pesar de que ni de lejos era suyo.

Y, además, se estaría relamiendo pensando en cómo le enseñaría la conversación a sus amigotes, comenzando por Juan y quizá también a algunos de los dos maduritos que le acompañaban en la noche de la encerrona en el baño de señoras.

Lo que no podía imaginar el muy cerdo es que había programado el chat para que los mensajes desaparecieran a las pocas horas. Menudo chasco se iba a llevar.

HUGO: Venga, no seas tímida… A papi se lo puedes decir todo. Recuerda que papi te la ha metido muchas veces y en muchas posturas… Qué más da una más…

Este comentario me causó una rabia insufrible. Sobre todo porque lo que decía era cierto. Con la excusa de que no conseguía hacer correr a Blanca, el muy cabrón había practicado una o dos veces al día con ella y debía de haber superado la docena de polvos con la que yo pretendía que fuera mi esposa.

Respiré profundo para calmarme. Esta rabia debía aprovecharla en beneficio propio. La necesitaba para no dar un paso atrás en mi plan. El plan que había denominado «despedida de solteros».

BLANCA: Pues, déjame pensar… primero te ensalivaría el capullito con mi lengüita. Te ibas a morir del gusto…

HUGO: Sigue, sigue… Qué harías luego?

BLANCA: Pues luego… uy, no… mejor no te lo digo…

Me regodeaba haciéndole rogar por las respuestas que exigía excitado. Me lo imaginaba con una mano en el móvil y la otra pajeándose alucinado. Eso, si se le había puesto tiesa la mierda de verga que tenía.

HUGO: Dímelo, jodida puta… no me dejes así…

BLANCA: Uy, así menos, qué me has dicho?

HUGO: Vale, lo retiro… solo te llamaré putita…

BLANCA: Ah, vale, así sí… que es como me gusta…

HUGO: Jajaja… Pero que zorra eres… digo… zorrita, perdón…

Los siguientes mensajes versaban sobre cómo Blanca le haría una mamada sobresaliente, dejándose asfixiar y tragándose toda la leche como colofón. Después entraba en aguas más «profundas»

BLANCA: Y ahora llega la parte buena, creo que me pondría a cuatro patas y de espaldas… Te gustaría así?

HUGO: Ufff… vaya si me gustaría… Y cómo me estás poniendo, cabrona… cabroncita, perdón…

BLANCA: Jajaja… Bueno, llámame como quieras…. Estoy tan caliente que ya no me importa ser tu puta… dímelo, anda…

HUGO: Sí, guarrilla… eres mi puta y te voy a dar por el culo como lo que eres… una golfa de primera…

BLANCA: Venga, malote… ábreme el culito y dame unas friegas, que si no, no me entra ese cacharro tuyo tan gordo…

A veces me temía que me estaba pasando. Si Blanca descubría aquello iba a conseguir un divorcio en tiempo record, incluso meses antes de la boda. Pero era el queso que necesitaba para atrapar a aquella rata.

HUGO: Toma… ya te he dado las friegas, ahora ábrete el culito que voy para adentro…

BLANCA: Uy… joder… Hugo… más despacio… que duele… Ayyy… así… sí, mejor… suave y profundo… Poco a poco…

El resto de la conversación era un conjunto de gemidos, gruñidos y poco más. Cuando decidí que se debía terminar, corté en seco la charla poniendo una excusa acerca de la llegada de su novio —yo mismo— a casa y salí de línea de forma abrupta. Era mejor dejarle con las ganas.

Esperé a que Hugo saliera de línea y borré todos los mensajes del chat. Luego lo bloqueé hasta la siguiente ocasión. No era cuestión de encontrarme con problemas por un sobre calentón del idiota del médico.

*

El resto de la semana mantuve otros dos chats similares con el ginecólogo. En ambos volví a cortarle de forma súbita para mantener su interés por proseguir.

Al cuarto día le hablé de la fiesta. Le expliqué las motivaciones que —como Blanca que fingía ser— me llevaban a convocarla. Añoraba las tres semanas del reality y quería celebrar una reunión con todos los componentes. Con Mario no, le aclaré cuando él preguntó. Un viejo como él solo podría estorbar.

Quedamos en que él convocaría a Rubén y a Juan y quedó en el aire la fecha del encuentro. A partir de ahí solo quedaba crear una coartada con la Blanca real para poder escabullirme por una noche.

Y el Karma me sonrió de nuevo.

—¿Sabes a quién he visto hoy? —me preguntó Blanca durante la cena.

—Ni idea… ¿a quién?

—A Marimar… ¿te acuerdas?

—¿Marimar…? —dudé al no localizarla en la memoria.

—Sí, Marimar, la mujer de Sergio… tu compañero de la facultad…

—Ah, joder, claro… ¡Hostia, Sergio! Hace siglos que no sé de él….

Blanca sonreía complacida por ser portadora de tan buenas noticias.

—Pues ha venido hoy con una amiga al salón de belleza. Me ha reconocido ella a mí, yo al principio ni idea de quién era. Pero no se ha podido quedar a arreglarse porque ya sabes que viven en la otra punta de Madrid. Es una pena, porque si viviera cerca, me ha dicho que no iría a ningún otro sitio, que solo vendría al mío.

—¿Y qué te ha contado?

—Pues agárrate… Resulta que está embarazada… ¡de su tercer hijo!

—¡No jodas…!

—Lo que te digo…

La conversación era de lo más amigable, pero yo no dejaba de pensar cabreado en el jodido de Sergio, quien se había follado a mi novia de la universidad mientras yo llevaba a la suya a su casa en mi coche para que la pobre estuviera a la hora límite y que no la matara su padre por llegar tarde.

¡Menudo hijo de puta!

—Y, por cierto, que me ha dicho que Sergio está preparando una reunión de ex colegas de la universidad y que seguramente te llamará para que asistas.

—Ah, sí… ¡es genial…! ¡No me la pierdo…! —repliqué, pensando que a esa fiesta no iría ni loco, so pena de partirle la cabeza como tenía que haber hecho cuando Laurita me contó que el cerdo de Sergio se la había follado tan bien que ya no quería salir conmigo… Y se fue tan campante con el muy asqueroso. La boba de Laurita le duró al follamigas un par de semanas. El tiempo de echarle una docena de polvos y despacharla a la búsqueda de su siguiente víctima.

Así que ni de coña iba a… ¡Joder! ¿Pero que estaba diciendo? ¡Pues claro que iba a acudir a semejante fiestorro! ¡No me lo iba a perder por nada del mundo!

Y así se lo confirmé a Blanca al día siguiente.

—Lo han fijado para este sábado… —le dije—. Lo de la fiesta de excompañeros, digo…

—Ah… ¿Qué rápido, no…?

—Pues ya ves… —la repliqué—. El bobo de Sergio, que se está haciendo mayor y ya sabes, la morriña y eso…

La mirada de Blanca no era muy clara. No descartaba que hubiera sospechado algo, aunque el resto de la semana no demostró tener dudas al respecto. Rezaba para que mi novia no llamara a Marimar, incluso que no tuviera su móvil.

Afortunadamente, nada se torció y el plan continuó adelante.

En cuanto me fue posible, avisé a Hugo y a Marina sobre el día y la hora: sábado siguiente a las 23:00. La dirección quedé en enviarla al médico el sábado antes de la hora. No me fiaba de que no fuera a aparecer antes por allí para husmear.

A Marina, sin embargo, se la envié de inmediato. Mi confianza en ella era total y, al fin y al cabo, no tenía ni la menor idea de la existencia de Hugo ni de los demás.

*

El sábado por la mañana, Blanca tenía turno en el salón de belleza. La esperé tranquilo, sin prisas. Incluso preparé algo de comida para los dos. Me encantaba sorprenderla cocinando y ella agradecía mi esfuerzo por agradarla, aunque me confesaba que mis platos no me quedaban de estrella Michelín.

Lo dispuse todo para un almuerzo de película, incluido un vino de los caros, a la espera de su llegada. Y bajé al chino a comprar velitas.

Dieron las dos y media y Blanca no había aparecido. Comencé a preocuparme, su turno acababa a las dos. No quise ponerme nervioso, sin embargo, y pensé esperar hasta las tres para hacerle una llamada.

A las tres menos cuarto llegó la suya. No traía buenas noticias.

—Lo siento, cielo, pero la chica de por la tarde me ha llamado para decirme que no puede venir. Se ha muerto alguien de su familia, por lo visto. Y estamos a tope.

«El viejo truco de la tía abuela que se muere dos veces al mes», protesté para mis adentros. Qué inocente era mi novia, no entendía cómo se las había apañado para montar el lío del reality, con lo pava que era. En fin, el Karma parecía darme la espalda, y amenazaba con mandarlo todo a la mierda.

—¿Tienes previsión de a qué hora llegarás? —pregunté angustiado.

—Ni idea, pero antes de las diez lo dudo. Ya te digo que tenemos la agenda al completo. Vamos a morir de éxito.

La despedí con el corazón desolado. Del móvil de Blanca dependía que la fiesta de la noche saliera bien. Si no había iPhone, no habría mensaje para Hugo. Y, sin ese mensaje, el médico no podría conocer la dirección de la fiesta.

Fin de mis maravillosos planes. Había confiado en sustraer el móvil de Blanca durante la siesta y la había fastidiado del todo.

Pensé en las posibles opciones. Mandarle un mensaje desde mi móvil era un error total. Era más que probable que conociera mi número y que me identificara.

Otra opción era utilizar el móvil de otro o, incluso, comprar una tarjeta prepago. Lo deseché por sospechoso. Que el mensaje le llegara a Hugo desde un número ajeno a Blanca, por muchas excusas que le pusiera, iba a colar bastante mal.

Decidí visitar a mi novia en el salón de belleza. Se encontraba en un centro comercial y me presenté sobre las seis de la tarde. No me quedaba mucho margen para enviar los mensajes con la dirección. Pero era lo único que tenía.

Al verme, Blanca se sobresaltó.

—¿Pasa algo?

—No, por supuesto —repuse—. Solo venía por si podía ayudar.

—Mmmm… —lo pensó un segundo—. Sí, hay algo que puedes hacer. ¿Ves esos botes de ahí?

—Sí, los veo…

—Pues rellénalos con los botes grandes del estante de abajo. Los identificarás por los colores.

Y se largó para atender a las dos clientas a las que peinaba a la vez.

Me gustaba ser útil y ayudar, pero el tiempo pasaba y mis posibilidades disminuían. Sobre las siete comencé a ponerme nervioso. Ya había llenado todo tipo de botes, había barrido el suelo —dos veces— y hasta había colocado a una clienta en uno de los lavabos para el pelo.

Solo me faltaba cortar y peinar a algunas de las que esperaban su turno.

En un descuido de Blanca, decidí dirigirme al baño. Necesitaba, además, descargar la vejiga, repleta por el estado de nervios en que me hallaba.

Rebusqué por la trastienda su bolso y no lo encontré. Luego pasé al lavabo y, al cerrar la puerta, me di de bruces con él. Estaba colgado de una percha anclada a la pared.

Lo abrí para coger el móvil, pero no estaba allí. ¡Joder! ¿Dónde estaba el maldito aparato? ¿Lo tendría Blanca con ella?

Pero unos golpes secos en la puerta cortaron mis reflexiones.

—¡Alex…! ¿Estás ahí dentro?

—Sí, pero ya termino…

Tiré de la cadena y salí al exterior.

—¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?

—No… bueno, sí…

—Dime…

—Se nos ha acabado la laca… ¿Podrías bajar al hiper y traernos tres botes? Esta es la marca que usamos…

Y me entregó su móvil con la foto de un bote de la laca que necesitaba.

¡Joder! Casi me da un infarto. Y solté lo primero que se me ocurrió. Una gilipollez que podría haberme costado el plan.

—Pásame la foto al wasap si quieres…

—Ni de coña… —resopló—. No hay tiempo. Sal cagando leches y llévate el móvil…

Eufórico por encontrarme con el aparato entre las manos por fin, salí corriendo de la peluquería y me dirigí hacia el hiper. Por el camino desbloqueé el chat de Hugo y un chorro de mensajes suyos aparecieron como por ensalmo. Todos ellos contenían alguna queja porque no le había enviado la dirección.

Borré los mensajes a toda prisa y me dispuse a enviársela. Pero justo en ese instante entró una llamada. Era Blanca desde el móvil de su empleada.

—¿Te falta mucho, cielo? —peguntó nerviosa—. Tenemos a tres clientas con una prisa horrible y amenazan con quemar el salón.

Tuve que abandonar mi plan de enviar la dirección y a la carrera compré la laca y volví a la peluquería. El iPhone, sin embargo, me lo quedé a propósito haciéndome el despistado.

Sobre las ocho, encontré un minuto de sosiego y me dispuse a enviar el mensaje. Volví a desbloquear a Hugo y un nuevo chorro de mensajes aparecieron enseguida. Los borré a la mayor velocidad que pude y escribí la dirección.

Apenas pulsé la tecla de envío, Blanca apareció detrás de mí. Tuve que cerrar el aparato y disimularlo en una mano para que no lo descubriera.

—Dame el móvil, cari… —me espetó—. Necesito hacer una llamada urgente.

Si no morí atragantado en ese momento, dudo que pueda morir jamás.

—Lo… lo he dejado en tu bolso… ¿Quieres que vaya a por él?

—No, tranquilo, ya voy yo…

Quería que me tragara la tierra. Si Blanca llegaba al bolso antes que yo, las posibilidades de acabar en divorcio aquella misma noche eran más que altas. Así que recurrí al único truco que se me ocurrió sobre la marcha.

La sujeté de los hombros y la giré hacia la puerta de entrada.

—No… mira… —le dije—. Tú atiende a esa señora gordita que acaba de entrar y ya te traigo yo el móvil.

—Vale… —admitió y suspiré aliviado—. Pero date prisa que la llamada no puede esperar.

Simulé llegar hasta el lavabo y volví a toda velocidad con el móvil en la mano. Había salido del paso, me dije a punto de morir de un infarto.


DESPEDIDA DE SOLTEROS

Serían algo más de las nueve cuando conseguí escaparme del salón de belleza. Me excusé con Blanca porque llegaba tarde a la fiesta de Sergio y salí a la carrera. Enfilé el parking del centro comercial a la búsqueda del coche y me fui de allí haciendo chirriar las ruedas.

No es que me preocupara por preparar la recepción a mis invitados. Aquella tarea se la había encargado a Alina, nuestra ex asistenta, y estaba cien por cien seguro de que todo estaría en su punto según mis indicaciones.

El problema que me acuciaba era la distribución del polvo blanco que había extraído de las cápsulas del falso Lexatín. Había tenido la paciencia de ir volcando el contenido de las cápsulas una a una en una bolsa de plástico, pero ahora tenía que meterlo en las botellas.

Al entrar en Madrid bajé la velocidad. Sería una terrible paradoja que me parara la policía por exceso de velocidad y que descubrieran la bolsita de «polvo blanco», que no era cocaína, pero tampoco inocua. Dormir en una comisaría no era mi mejor fantasía. Y menos en aquel día que, si todo salía bien, me esperaba algo grande. Algo que recordaría de por vida.

Serían sobre las diez cuando entré en la casa de mis excompañeras de piso. Respiré aliviado. Tenía al menos media hora para los preparativos finales, ya que había citado a Marina a las diez y media.

Busqué en la nevera y comprobé que las botellas de refrescos se agolpaban en grupos por colores. Coca-cola, limón, naranja, tónica, cerveza... De todo y para todos los gustos. Y en botellas grandes —a excepción de la tónica— para facilitar mi plan.

En el salón estaban preparadas las botellas de alcohol: ginebra, ron, vodka, etcétera. Todas bebidas combinables con los refrescos. Solo faltaba el hielo, que sacaría del congelador en el momento preciso.

Extraje todas las botellas de la nevera y en diez minutos el polvo blanco se hallaba perfectamente repartido. Sospeché que me había pasado de la raya, pero mejor eso que quedarme corto. Luego las coloqué junto al alcohol en la mesa del salón, detrás de las botellas de cristal y de los platos de snacks que había preparado la asistenta.

Sudando por los nervios y la carrera, me senté a esperar en uno de los sillones. El timbre del videoportero no tardó en anunciarme que mi plan seguía su curso.

*

Marina entró como una exhalación. Desbordaba simpatía. Y, por supuesto, lo primero que exigió fue la segunda mitad de su tarifa. Confiaba en que no me la jugaría y no dudé en hacerle un segundo bizum.

Tomamos algunos chupitos «sin contaminar» mientras llegaban los invitados y charlamos sobre lo ocurrido en la discoteca. De la fiesta en sí misma no quise entrar en detalles todavía. Mejor esperar al momento adecuado.

Antes de que el reloj marcara las once en punto, zumbó por segunda vez el videoportero.

—¡Ya están aquí los de la despedida de solteros! —exclamó la chica dando un salto—. ¡Qué emoción! Ya sabes lo que te he dicho: tienes que señalarme quién de todos es el novio para que le preste especial atención. El pobrecito se va a encadenar para siempre, es su última noche en libertad, así que se lo merece… ¿no crees?

Ponía morritos de niña buena y le di la razón sin mucho entusiasmo. En realidad casi ni la escuchaba. Solo podía pensar en los componentes de la jauría y los nervios se me comían por dentro.

Antes de que sonara el timbre de la puerta, pedí a Marina que se escondiera en una habitación hasta que la avisara. Su papel era crucial en aquel juego y, si era descubierta antes de tiempo, la noche podría acabar de forma diferente a como la había planeado.

Carraspeé ante la puerta de la casa y conté los segundos hasta que el ruido del ascensor indicó que habían llegado. Abrí a toda prisa y les urgí a que entraran. No quería que aquella pandilla permaneciera en el descansillo de la escalera más de lo necesario.

Y comenzaron las sorpresas.

Para empezar, los que llegaban no eran tres, sino cuatro. El gilipollas de Hugo se había traído a uno de los maduritos de la discoteca. En concreto al que le había acompañado en su intento de tirarse a Blanca en los lavabos.

La segunda sorpresa era aún peor: cada uno de los asistentes portaba una botella de champán en la mano. Hugo y Rubén, dos cada uno. El alma se me cayó a los pies. Si los tipos se dedicaban a beber champán, el fracaso de la reunión estaba cantado.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando Hugo me dio un abrazo, evidentemente a medio cocer. Se habían estado preparando y ya habían bebido antes de llegar. Otra mala noticia para mis intereses.

¡Joder! La estaba cagando pero bien, mi plan no había tenido en cuenta los detalles finos.

—¡Querido Alex…! —dijo el médico mientras me abrazaba—. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal te sientan los cuernos, querido? ¡Yo diría que de maravilla! Se ve que te gusta mirar cuando nos follamos a tu chica, ¿eh, mamoncete? Por eso estás aquí en primera fila… —soltó el impresentable tanteándome la frente.

El estómago se me encogió, y las náuseas que creía superadas me volvieron en tropel.

—¡A ver…! —gritó tras deshacer el abrazo—. ¡Blanca, preciosa…! ¿¡Dónde está la reina de la casa!? Sal, que te vamos a poner mirando a Cuenca…

Y se quedó a la espera de una respuesta desde algún rincón del piso.

Para evitar que se lanzara a buscarla por las habitaciones, le solté una excusa rápida, confiando en que se la tragara.

—Tranqui, tío… —le dije—. Blanca no ha llegado aún, pero no creo que tarde… Pasad al salón y vamos a ir empezando, que comience la fiesta para que Blanca no nos encuentre amuermados… ¡Venga, que no decaiga!

Esperé que mi arenga no hubiera sonado cutre, yo nunca había sido un showman precisamente.

Tuve suerte —el Karma me dio la cara de nuevo— y todos estuvieron de acuerdo. Con un coro de voces subidas de tono pasaron a la sala de estar, que apenas dejaba sitio para poco más que los cuatro hombres, a pesar de que había separado la mesa hacia un lado y había escondido la televisión con su mesita en una habitación.

Juan, el técnico del grupo, sacó un altavoz mini de algún bolsillo y pinchó música tecno que todos comenzaron a bailar como zombis borrachos. Por suerte el salón se encontraba en un extremo del edificio y daba al exterior.

Y, también por suerte, los vecinos de abajo acababan de dejar vacío el apartamento. Con solo el tejado por encima de nosotros —el piso de mis amigas era el último del bloque—, comprendí que el Karma una vez más me sonreía. Con todo aquel barullo, si no, no me cabía duda de que la policía habría tardado poco en unirse a la fiesta.

Por otro lado, temblaba al verlos bailar como comanches tras la batalla. Si aquellos animales rompían algo, me iba a costar un triunfo convencer a mis amigas de que había sido por accidente.

*

Mientras los cuatro hombres brincaban al unísono, salí al pasillo para buscar a Marina. Era su hora de entrar en escena. Ella, sin embargo, ya estaba a la puerta del salón y me miraba con ojo avieso.

—Oye, Alex… —espetó—. Me dijiste que eran tres y son cuatro. Eso lleva un suplemento.

No era el momento de entrar en discusiones. Bastantes líos había tenido que capear aquella tarde para meterme en otro más. Tomé a Marina de un brazo y me la llevé a la cocina.

—¿Cuánto es el suplemento? —le pregunté con el móvil en la mano.

—Pues lo normal… trescientos por cuatro son mil doscientos. Me faltan doscientos.

Sudaba copiosamente. La tensión me estaba pasando factura. Pero al menos Marina no quería aprovecharse de mí. Debía de ser la única en el mundo que no quisiera hacerlo.

—Mira, vamos a hacer una cosa —respondí mientras tecleaba en el móvil a gran velocidad—. Te paso quinientos más por si surge algún extra. Pero no me dejes tirado, por tu padre te lo pido.

—Tranqui, tío, que yo cumplo mis compromisos… —replicó con los ojos muy abiertos por la propina—. Por cierto, ¿tus amigos no son algo mayores para pensar en bodas…?

—Pues ya ves… —dije concentrado para no meter la pata con el bizum—. El amor no tiene edad…

La chica comprobó que había recibido la cantidad pactada y se puso en acción.

—Venga, ¿cómo lo hacemos…?

Pensé a toda velocidad.

—Toma, coge este cubo con hielo —le dije, improvisando—. Pon cara de niña buena cuando te los presente… Pero, sobre todo, que no beban del champán que han traído. Hazles beber cubatas con mucho refresco o cerveza. Aunque tengas que metérselo con embudo. ¿Crees que podrás hacerlo?

—Vaya, qué caprichos más raros tienes… —me dijo cogiendo el cubo con los hielos—. ¿Para qué quieres que beban refrescos?

Se me atragantó la saliva, pero no había tiempo para explicaciones.

—Es por una sorpresa, luego te lo cuento… Y si alguien pregunta por Blanca inventa cualquier gilipollez y hazte la sueca. No les entres al trapo. ¿Entendido?

—Entendido… —confirmó—. Pero, solo por si las moscas, ¿quién coños es Blanca? No será la novia de la boda, ¿no?

—Sí, es la novia, pero da igual… Tú a lo tuyo.

—Vale, jefe, ya lo pillo, qué carácter…

Estuve a punto de reír su ocurrencia, pero me controlé para que no se desconcentrara.

—Anda, vente conmigo que te los voy a presentar…

Tomé a Marina del hombro como a una vieja amiga y me dirigí con ella hacia el salón. El acto principal estaba a punto de comenzar. Su actuación iba a ser clave si quería que la noche no se torciera.

*

—¡Ey, tíos…! —grité para hacerme oír sobre la música—. ¡Mirad lo que os traigo!

La melodía se detuvo y los cuatro hombres nos miraron sorprendidos.

—¡Hostia! ¿Esta chavala quién es…? —preguntó Juan—. Pues no está nada mal…

Hugo, sin embargo, torció el gesto.

—¿Dónde está Blanca? —preguntó con los brazos en jarras.

La chica salió al quite demostrando que tenía tablas.

—¡Hola, chicos, soy Marina! —dijo dando saltitos y con una sonrisa arrebatadora—. ¡Y soy una chica muy dulce!

Todos miraban a las tetas y a la entrepierna de la chica. Al dar los saltitos, las tetas se habían movido como pelotas de goma y los hombres se habían quedado babeando. La vista en la entrepierna era si cabía mejor. Los leggins se le habían ajustado —¿por casualidad?— y el dibujo de los labios del coño bajo la tela era más que evidente.

Pero, tras la primera sorpresa, el médico volvió al ataque.

—¿Se puede saber por qué Blanca no está aquí? Dijiste que vendría enseguida y yo no la veo por ningún lado…

—No te preocupes… —Marina volvió al quite—. Blanca se ha retrasado un poco por el trabajo. Yo soy una compañera suya. No tardará en llegar, de todas formas. Me ha pedido que venga en su nombre para ir calentando motores. Y me ha dicho que tenéis todos unos rabitos deliciosos —se relamió los labios con la lengua mientras decía esto—. Y que si queríais me los podíais ir enseñando para que pueda probarlos con la lengüita mientras ella llega.

Los ojos les brillaron a los cuatro tipejos. Sus caras de pocos amigos habían cambiado a la de cerdos babeantes, incluso la de Hugo. Y todos rodearon a la chica para presentarse por sus nombres con dos besos y algo de magreo. Marina se dejaba hacer con profesionalidad y sin emitir una queja.

Suspiré y me retiré hacia el pasillo. Uffff… joder, había sido un acierto contratar a aquella chica. Se la veía con armas como para manejar a jaurías como aquella. Mi alegría se multiplicó cuando la oí exclamar con enfado fingido.

—¿Pero cómo que estáis bebiendo champán antes de empezar la fiesta? —decía y no pude contener el optimismo—. ¡De eso nada! El champán al final para brindar… Ahora toca otra cosa… A ver, tú, gordito, ayúdame a poner cubatas, que para algo me he traído este cubo de hielo que pesa como el plomo...

—¡Lo que tú quieras, preciosa! —oí responder a Juan, antes de retirarme hacia la cocina.

Necesitaba sentarme para calmar los nervios que me estaban atenazando. Así que recé lo que supe y esperé a ver como trascurría la noche. Solo intervendría si las cosas se torcían.

*

Me dediqué a leer las noticias mientras de fondo escuchaba a Marina manejar la fiesta con una soltura alucinante para alguien de su edad, sobre todo en medio de una jauría de tipos con muchos espolones.

Y los brindis se repetían de forma constante.

—¡A ver…! —decía la chica—. ¡Ahora vamos a brindar por mi conejito! Al que beba el trago más largo sin respirar, le dejo verlo sin braguitas y a tocarme los rizos. ¡A ver, gordito! Llena los vasos de cubata que estamos todos secos.

Esperaba que Marina no bebiera al ritmo que parecía obligar a hacerlo a los hombres. La quería bien entera cuando acabara la noche. Aunque esperaba que ella la terminara mucho antes que el resto.

—¡Vamos, pantalones fuera! —seguía la fiesta en el salón, la música más baja ahora porque le había pedido a Marina que la redujera en una salida que hizo al baño—. ¡Y calzones por las rodillas! Al que llegue antes al mueble bar le dejo que me toque el culo…

—¡Sí, pero por la rajita! —replicaba alguno.

—Por la rajita, por supuesto —reía Marina—. Si no, de qué sirve tocarle el culo a una belleza como yo.

—Fiuuuuu… —silbaba alguno de los más borrachos—. ¡Esa es mi chica!

No podía parar de reír. Si hubiera conocido a Marina en otra situación, follar con ella habría sido más que un placer. ¿Sería verdad lo que me había dicho acerca de que tenía novio la noche de la mamada?

Pero me contenía y pensaba en Blanca. Sobre todo en que aquella noche acabara pronto y bien, y que mi novia no se enterara de nada.

—A ver, ¡ahora todos a poneros estos globitos en vuestros mástiles! —seguía Marina a lo suyo—. ¡Joder, gordito, menudo pollón tienes! ¿Tú que comes, hijo?

—¡Muchos plátanos…! —replicaba Juan riendo a carcajadas.

—¡Tú, anima la cara, que pareces una acelga revenida! —imaginé que era Hugo el objetivo de aquel comentario—. ¡Vamos bebe y ponte a bailar como tus amigos!

—¡Joder, si ya bebo! —replicaba el médico y comprendí que mis temores estaban en lo cierto. Debía de ser el más afectado por la ausencia de Blanca y el que menos estaba disfrutando.

—¿Y por qué no se te levanta la pichurra?

¿Había dicho «pichurra»? Jajaja… Me partía de la risa con cada ocurrencia de la chica.

—¡Joder, ya se me levantará, no creo que tarde! —replicó el ginecólogo en clara alusión a que habría tomado alguna de sus píldoras azules—. ¡Pero de globos nada! ¡Mejor a pelo…!

—¡Lo siento, pero globos sí! —ponía orden Marina a todas las salidas del tiesto de los hombres—. ¡Para eso los he traído de diferentes sabores! ¡Y a mí me encanta el de fresa! ¿Quién se ha puesto uno de fresa?

—¡Yo…! —oí gritar al amigo de Hugo del que aún no sabía ni el nombre.

—¡Pues tienes premio! —sentenció la jovencita—. A ti te la chupo el primero…

No pude por menos que empalmarme. Lo habría hecho de cualquier manera, solo con los juegos preliminares, pero en cuanto se puso en acción, el morbo de lo que se llevaba a cabo en aquel salón me la estaba poniendo dura como una piedra.

Decidí asomarme para ver a Marina en acción. Mi polla lo agradeció y dio un salto feliz bajo los pantalones cuando me levanté de la silla.

Pero cuando llegaba a la puerta del salón, el timbre del videoportero volvió a zumbar

«Joder —pensé—. ¿Pero cómo coños vienen tan pronto estos rumanos? Le dije a Andrei que no antes de las dos».

Me acerqué al aparato dispuesto a echarle una bronca y, al ver la figura que me observaba desde el otro lado de la pantalla, la sangre se me congeló en las venas.

*

Tuve que mirar más de una vez a la mujer que esperaba nerviosa en la puerta del edificio para entender que no me estaba equivocando. A pesar de que la calidad de la pantalla del videoportero era de lo peor y que la oscuridad en la calle no ayudaba mucho, no me cabía duda: la mujer no era otra que Blanca.

El timbre volvió a sonar. Miré hacia el salón por si alguien se hubiera alertado, pero comprobé que la fiesta seguía en pleno apogeo. Marina, sentada en un sillón de orejas, se la chupaba a Juan, mientras el resto se pajeaba para que la verga no se les bajase mientras esperaban turno.

No lo pensé dos veces. Tanteé el bolsillo del pantalón para estar seguro de que llevaba las llaves del piso y me lancé a la calle. No esperé al ascensor, que se me antojaba el medio más lento para llegar hasta el portal.

Mientras me acercaba a Blanca, ella al otro lado de la puerta, rezaba por lo bajo. Mi novia me arengaba con las manos para que le abriera. Lo hice con el susto en el cuerpo y sin saber lo que iba a pasar a continuación. Una vez dentro del portal, comenzaron las peticiones destempladas de explicaciones.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó Blanca sin gritar, pero con gesto serio y los brazos en jarras.

—Ehhh… —no sabía qué inventar para que mi historia le cuadrara y conseguir que se fuera lo antes posible. Al fin y al cabo, aquel piso estaba a un breve paseo de nuestra casa, y tal vez accediera a irse sin muchos problemas—. Pues… ya sabes… la fiesta de Sergio…

—Ah, ¿sí?

—Sí… ya te lo dije…

—Claro, por supuesto… Y la fiesta de Sergio la estáis celebrando en la casa de tus excompañeras, ¿no?

—Pues sí… Es que no tenían un sitio tranquilo donde celebrarla y me he ofrecido…

Blanca, sin muchos aspavientos, sacó el iPhone del bolso y me mostró el mensaje que yo mismo le había enviado al médico aquella tarde.

—Y también has invitado a Hugo, como es natural… Sergio y Hugo, dos amigos de toda la vida, ya te digo…

La sangre se me agolpó en las mejillas. Recordé las prisas de aquella frenética tarde. ¡Si sería gilipollas! ¡Había olvidado borrar el mensaje que le había enviado al médico!

—Ehhh… esto… —la boca se me había secado y mis palabras no salían.

De repente, la luz de la escalera se iluminó.

Tiré de uno de sus brazos y la saqué del portal a toda prisa.

—¡Ven, vamos! —le dije casi histérico—. ¡No podemos dejar que nadie nos vea!

Blanca se removió nerviosa, aunque me siguió a paso ligero.

—¿Se puede saber qué es lo que pasa? —decía mientras corríamos.

—Ahora te lo cuento… —respondí mirando hacia atrás y comprobando que nadie nos seguía—. Pero corre, por dios, vamos a meternos en mi coche, lo tengo aparcado aquí enfrente.

Nos refugiamos en mi Renault y bloqueé las puertas.

Blanca se hallaba en el asiento del copiloto y se había girado hacia mí. Esperaba mis explicaciones con los brazos cruzados.

—¿Me lo vas a explicar todo o me voy para casa y esta vez sí que sales de ella a toda leche?

Mis tripas amenazaban con soltarse. La había cagado pero bien. Y estaba a punto de perder a Blanca… otra vez. Y ahora sí sería para siempre.

Así que decidí contarle la verdad.

*

Comencé explicándole que había mirado su móvil. Pero que solo había espiado el chat de Hugo, se lo juraba por lo más sagrado. Que me había cabreado de lo lindo al ver que el hijo de su madre seguía molestándola. Que también había encontrado el falso Lexatín en su mesilla. Y que había trazado un plan para vengarme del grupo de la jauría. De todos menos de Mario, por supuesto.

—¿Un plan?, ¿qué plan?

Me volví a explayar con los detalles, sin guardarme una sola coma. Y le comenté también quienes me habían ayudado a llevarlo a cabo: la asistenta del piso de mis excompañeras, su marido rumano, la chica del Tiktok…

—¿La chica del Tiktok? —me interrumpió—. La misma que…

—Sí —confirmé rotundo—. La misma…

—Pero… ¿cómo? —se la veía tragar saliva—. ¿No te habrás liado con ella?

—Por dios, Blanca, ¿cómo puedes pensar que te voy a poner los cuernos con lo que llevamos encima? Pues claro que no me he liado con ella, no fastidies…

—Vale, y entonces sois amigos y residentes en Madrid, ¿no?

Su expresión de malas pulgas me urgió a confesarle todo el asunto referido a Marina. Y le hablé de cómo la había encontrado por casualidad a través de su amiga Sara. Que la había contactado y le había explicado la parte de mi plan que necesitaba conocer si quería que me ayudara. Y que ella había aceptado a cambio de la tarifa por sus verdaderos servicios, que era a lo que se dedicaba utilizando Tiktok como tapadera.

—¿Pero esa chica no es…?

—No… —la corté—. No es una actriz porno de campanillas como te pensabas. Es solo una chica que necesita pagar sus estudios. Ejerce como escort hasta que termine la carrera. Luego se volverá con sus padres a su tierra y buscará un trabajo decente lejos de Madrid.

—Joder… —resopló.

—Pues ya ves… —confirmé, y sabía que pensaba lo mismo que yo: que ella había hecho algo parecido, aunque jugando en una liga muy superior.

Blanca se quedó callada tras escuchar mi confesión. Miraba al infinito a través del parabrisas del coche. Su silencio no me auguraba nada bueno. Prefería sus gritos, sus insultos, incluso sus puñetazos de algodón en el brazo… todo antes que sus silencios.

Y entonces volvió a hablar.

—A ver… que no lo he pillado bien… ¿Me puedes explicar otra vez lo que vas a hacer con esos gilipollas?

Se lo volví a repetir, ahora más despacio. El momento de los nervios ya había pasado. Solo quedaba esperar a que saliera del coche hecha una furia y a que me pidiera que me buscara un hotel donde dormir.

Blanca manipulaba el móvil sin hacerme caso. Parecía mirarlo sin ver nada. La conocía. Hacía tiempo para irse tranquilizando. De ese modo, cuando comenzaran sus gritos, al menos estos no despertarían al vecindario.

—¿Dices que vas a cogerlos y vas a…? —dijo de pronto sin venir a cuento.

—Sí… voy a… eso…

Y volvió a callar durante cinco segundos.

Pasado ese tiempo, y sin previo aviso, comenzó a reír a carcajadas.

Blanca reía y se agarraba el estómago retorciéndose. Durante varios minutos fue imposible hacerla callar. Reía y reía como no la había visto reír jamás. Y paraba unos segundos… para volver a reír.

No sabía cómo debía actuar. ¿Sería mejor esperar a que se calmara o debía tratar de calmarla yo mismo? Al final no tuve que tomar una decisión porque se detuvo un momento y abrió la puerta del coche.

—¿Do-dónde… vas…? —la pregunté, timorato.

—¡A ver a esos capullos! —dijo volviendo a reír—. ¡Esto no me lo pierdo yo por nada del mundo!

Salí tras ella y la detuve antes de llegar al portal.

—Pero, Blanca, ¿qué pretendes? Es mejor que tú no te metas en este lío… Si algo sale mal, al menos que uno de los dos se libre de problemas.

—¿Para qué? ¿Para llevarle un bocadillo al otro a la cárcel con una lima dentro? —apenas sujetaba las carcajadas—. Anda, abre, que quiero ver como acaba la noche.

*

Cuando entramos en el piso, Marina nos llamó desde el salón.

—¡Ayuda, por favor…!

Corrimos alarmados a su encuentro y la situación en el lugar era caótica. Hugo y Rubén se encontraban sentados contra la pared, roncando cada uno a un volumen diferente. El madurito cuyo nombre ignoraba se encontraba tumbado en el suelo boca arriba, boqueando como un pez en la pecera. Todos se hallaban desnudos de medio cuerpo y sus pollas colgaban como trapos viejos y arrugados.

El motivo de la petición de ayuda de Marina, a todas luces, era Juan. El exbombero se hallaba tumbado sobre ella en el sofá. Daba toda la sensación de que habían estado follando y que el gordo se había quedado inerte encima de la chica, aprisionándola con su humanidad e impidiéndola escapar.

—Ufff… —dijo Marina en cuanto la sacamos de debajo del gordo Juan—. El muy cerdo me estaba asfixiando.

Blanca le entregó su ropa que había visto por el suelo y Marina comenzó a vestirse dándonos la espalda.

—Oye, Marina… —conseguí decir tras superar mi asombro—. ¿Qué hacía Juan sobre ti y los dos desnudos? ¿No te estaría violando?

La chica se dio la vuelta y sonrió mientras se atusaba la melena.

—Oh, no, no te preocupes… —su expresión era burlona—. Que ya había pasado por caja. Ha pedido un «suplemento» y se lo he cobrado aparte.

—Joder… —suspiró Blanca al ver la soltura de la chica y mirando el desmadre de vasos tirados y refresco pegajoso sobre el suelo—. Parece que ha pasado por aquí una manada de bisontes enloquecidos.

—Vaya si ha pasado… —confirmó Marina haciéndose una coleta. Se le notaban restos de fluidos en la cara y en el pelo y sospeché que no se trataba de refresco—. Y no entiendo lo que ha ocurrido. Estábamos todos tan bien, y de pronto han empezado a derrumbarse… Han bebido como cosacos, eso sí… pero tampoco creo que para tanto… El que más ha aguantado ha sido el gordito… que me ha echado un polvo de campeonato. Con deciros que me he corrido dos veces…

Esa frase me respondió a la pregunta que me había hecho a mí mismo unos minutos antes. Lo que me había dicho en la discoteca sobre que solo follaba con su novio era una de sus excusas profesionales. Esperé, al menos, que lo de pagar sus estudios con el trabajo «extra» fuera verdad. Y que lo dejara en algún tiempo no muy lejano, como había afirmado que haría.

Blanca, mientras tanto, me miraba con expresión en plan «¿de dónde has sacado a esta loca?», pero lo que dijo fue algo diferente:

—Me parece que te has excedido con… eso…

Tuve que estar de acuerdo. Temiendo quedarme corto, me había pasado tres pueblos.

De todas formas, mi novia me emocionó cuando, haciéndose con una bolsa de basura en la cocina, comenzó a arreglar el salón. Su eterno afán por el orden, me dije sonriente.

Era una prueba de fuego que había superado. Si Blanca no había salido corriendo al ver aquel desmadre, es que había aceptado lo que venía a continuación.

*

Llegados a aquel punto, sin embargo, lo primero era deshacerse de la chica. Marina no sospechaba que aquello no era una despedida de solteros, y yo no iba a aclarárselo. Pero cuanto antes se fuera, mejor para todos. Le comenté a Blanca que iba a despedirla y ella me hizo una seña con la mano para que me la quitara de encima cuanto antes.

Salimos al pasillo y la acompañé hasta la habitación donde había dejado el bolso.

—Esta virgen del Pilar me la quito cuando estoy trabajando —me aseguró colgándose una medalla del cuello—. No me gusta que vea lo que hago.

Sus ojos eran soñadores. El subidón del momento había pasado hacía rato y Marina parecía una chica más normal, más humana. Consideré que era tiempo de entregarle la «propina especial».

—Toma —le dije sacando un sobre de un cajón.

—¿Qué es? —preguntó tomando el sobre entre las manos—. ¿Otro extra?

—Sí —le confirmé—. Es otra recompensa, pero diferente a lo que crees. Te lo explico en una carta que va dentro. Si me haces caso y contratas un buen abogado, quizá puedas sacarle un buen pellizco a tu amiga la que te contrató para… bueno… lo que me hiciste en la discoteca.

—¿Un pellizco en plan cinco mil? —preguntó abriendo mucho los ojos.

—Uy, no… —la corregí—. Un pellizco en plan medio kilo… o más… Eso dependerá de lo bueno que sea tu abogado.

La mandíbula se le descolgó.

—Hostia, Alex, ¿no puedes contarme nada más?

—No hay tiempo, tenemos que llevar a casa a esos cuatro… —le mentí—. Pero ya sabes mi dirección de ********** Si algo no te queda claro cuando leas mi explicación, pregúntamelo y te lo cuento más despacio. Tan solo decirte que es muy probable que tu imagen esté paseándose por ahí sin haberte pedido permiso.

Lo sopesó un instante.

—Gracias, tío —me dio un fuerte abrazo y se lo devolví a pesar de que sabía que me estaba pringando con fluidos ajenos—. Ojalá hubiera más gente como tú.

Respiré satisfecho. La venganza contra EXTA-SIS acababa de arrancar. Esperaba que Marina, o cualquiera que fuera su verdadero nombre, escogiera un buen abogado para que les jodiera bien a aquellos cabrones.

Antes de irse, la chica pasó al servicio para lavarse y arreglarse un poco, y minutos después salía por la puerta.

—Y no olvides mandarme flores en los directos de Tiktok… —fueron sus últimas palabras antes de desaparecer en el ascensor—, que eso también suma…

Una vez a solas con Blanca, le pedí que no siguiera con aquel trabajo. Estaba acordado con Alina que el lunes siguiente se pasaría por la casa y haría una limpieza a fondo. Conociendo a la rumana, sabía que aquello quedaría como los chorros del oro.

*

Tras desaparecer Marina, Blanca y yo nos dedicamos a terminar la tarea con los cuatro salidos. Lo primero fue vestirles de la parte inferior, cosa que nos costó un triunfo en algún caso, especialmente con el gordo Juan.

Al terminar serían sobre la una y media de la madrugada. La media hora restante hasta la llegada de los rumanos la empleamos en darles friegas de agua por la cara para que no se durmieran, aunque sin intención de despertarles del todo.

—Sería mejor que te taparas la cara —le dije en una ocasión—. Si abren los ojos y te reconocen, podrías meterte en problemas si deciden denunciarme.

Blanca se echó a reír con la misma risa floja que la había asaltado en el coche.

—Ni de coña… —replicó—. Con toda la dosis que les has metido, estos mañana no se acuerdan ni de su nombre… Y mucho menos de lo que les ha pasado esta noche. Aunque quieran denunciar no sabrán ni qué contar.

—Eso espero… —reí con ella.

Blanca me abrazó y me besó con su lengua caliente. Aquella madrugada pensaba hacerle el amor hasta dejarla exhausta. Ella pareció leerme el pensamiento.

—Esta noche no vas a hacerme el amor, Alex… —dijo con ojos hambrientos—. Esta noche me vas a follar como a una guarra… Quiero que practiques todo eso que aprendiste en la discoteca.

—¿También por detrás?

—Por detrás lo primero de todo…

*

Andrei llegó a las dos en punto. Le acompañaba su socio, cuyo nombre no recuerdo por lo complicado que sonaba.

Con gran soltura pusieron en pie a los cuatro de la jauría y, sin mucho miramiento, los colocaron en fila y les ataron a una larga cuerda que me recordó a las tiras de esclavos de las películas. Los hombres no emitieron ni un quejido, parecían felices de obedecer las órdenes de los dos rumanos que los trataban como ganado. La droga funcionaba a la perfección.

Blanca y yo les mirábamos maniobrar y reíamos ante la humillación de los tipejos que ni sabían lo que les ocurría. Notaba que mi novia miraba con ojos tiernos al gordo Juan, pero preferí no darme por enterado.

—¿Conseguiréis evitar que os vean sacarlos? —pregunté a Andrei con preocupación.

—Tranquilo, señor —dijo el rumano—. Tenemos la furgoneta en el garaje y hay un amigo vigilando por si alguien aparece.

Me enseñó el walkie que llevaba en un bolsillo y me explicó que estaba en contacto con el del garaje para evitar sorpresas.

Me quedé alucinado con la profesionalidad de los rumanos. Aunque me producía escalofríos pensar que aquella técnica pudiera ser utilizada para algo que no fueran despedidas de solteros.

Minutos más tarde los hombres y el «ganado» que conducían desaparecieron en el ascensor. Blanca y yo, bastante adormilados, esperamos cinco minutos más y luego nos fuimos para casa.



EPILOGO

A la mañana siguiente el mediodía nos pilló durmiendo, cansados por habernos acostado tarde y satisfechos tras una noche de sexo salvaje.

Remoloneamos unos minutos hasta que recordamos que teníamos que comprobar el resultado de nuestra aventura. Blanca fue la primera en saltar de la cama y yo la seguí. Abrimos la tapa del portátil y esperamos a que la pantalla se iluminase mostrando los iconos de Windows.

A continuación buscamos en los periódicos digitales y enseguida encontramos la noticia en uno de los diarios de tirada nacional. El titular sobre una foto en la que aparecían cuatro hombres con pinta de borrachines en plena resaca, se podía leer la noticia humorística del día:

CUATRO HOMBRES APARECEN ATADOS CON CADENAS A LAS VERJAS DEL BANCO DE ESPAÑA DE MADRID.

«La policía sospecha que los hombres habrían sido víctimas de una simpática broma porque los cuatro se hallaban desnudos de la mitad superior del cuerpo y en su pecho aparecían sendas pintadas. A uno de ellos le habían pintado la palabra «NOVIO» y a los otros tres la palabra «PADRINO». Los hombres dicen no recordar nada y han sido llevados a sus casas sin mayores consecuencias.»

Las carcajadas que soltamos Blanca y yo a la vez tuvieron que oírse en todo el vecindario.

*

Como era de esperar, los mensajes de wasap de los componentes de la jauría dejaron de llegar. Los más notorios, los de Hugo, que hasta entonces había enviado a diario sus fotos y frases grotescas.

Por otro lado, los sueños de Blanca comenzaron a cumplirse uno por uno.

Primero, el salón de belleza, que tuvo un éxito arrollador y que le permitió abrir un segundo en menos de un año.

Elegir casa nos costó algo más. Pero aceleramos en cuanto supimos que Blanca estaba embarazada de nuestro primer hijo. Eso ocurrió justo después de inaugurar el segundo salón en un centro comercial de Alcorcón. La casa, por supuesto, la compramos en ese pueblo de Madrid, para que ella no tuviera que entrar en la capital cada día.

Yo he seguido con mi trabajo en la escuela. Es una profesión que me apasiona y que no dejaría por nada del mundo. Sara sigue trabajando conmigo y está a punto de casarse con su novio Ramón. De momento no han pensado en tener familia, y Blanca la pincha continuamente para que se ponga a la faena no se les vaya a pasar el arroz.

El asunto de la discoteca UNIVERSE no es un tema del que hablemos a menudo, pero cuando sale lo solemos tratar con cariño. Fue una experiencia horrible, pero al tiempo esclarecedora, que nos unió como nunca antes lo habíamos estado. Y, por supuesto, me refiero no solo al amor, sino también al SEXO, con mayúsculas.

Finalmente, comentar que de vez en cuando hablo con Marina —cuyo nombre real resultó ser Mari Carmen— a través de las redes sociales. Al parecer su litigio contra la productora del reality va viento en popa. Sabe que le llevará años conseguir una indemnización, pero está segura de que la conseguirá. La cifra que piensa sacarles tiene tantos ceros que produce mareo con solo pensar en ella.




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