Cómo inicié a una pareja en el apasionante mundo de los cuernos

bicharraco

Miembro muy activo
Desde
22 Jun 2023
Mensajes
199
Reputación
576
Ubicación
Sureste
Ocurrió hace unos 6 o 7 años. Participaba en varios hilos de cornudos en la versión anterior de pajis. Solía contactar con “presuntos” aspirantes a cornudos, con los que intercambiaba algunos mensajes, incluso alguna charla morbosa. La mayoría al final quedaba en nada. Pero en esta ocasión sería distinto.
 
Yo, el corneador.

En aquel momento tenía algo más de 40 años. Llevaba ya años en este mundillo de perversión y ante mí se abría una experiencia que nunca antes había tenido: iniciar a una pareja novata en el mundo de los 🤘. Desde luego era algo excitante, y quería vivirlo. Ya había hecho tríos, orgías, camas redondas.... pero esto era nuevo para mí, era un paso más allá, eran 🤘en el amplio sentido del término.

En cuanto a mí, espero no decepcionar, pero no voy a mentir sobre cómo soy. Un tipo normal, no destaco por nada, salvo quizá por mi carácter. Suelo caer bien, la gente disfruta conmigo, y aunque no soy ningún rompebragas (ya me gustaría), sí es cierto que por lo general resulto agradable al sexo femenino. Un cuerpo cuidado, pero sin pasarse (no tengo cuerpo de gym), un miembro de dimensiones estandar... en fin, un tipo normal. Eso sí, con mucho morbo y ganas de disfrutar de cada experiencia.

Estas fueron las credenciales que presenté para la tarea de llevar a la señora a cruzar la línea que separa la vida tradicional, convencional, de mujer respetable, y pasar al otro lado, al lado del vicio, el morbo, el pecado.
 
El cornudo.

Hombre en los 50, enamoradísimo de su mujer, su diosa. Carácter afable, cachondo. En su cabeza llevaba ya un tiempo dando vueltas la idea de ver a su señora siendo poseida por otro, dejarse follar por otro. Llevaba años hablándole a su mujer del tema, aunque la respuesta de ella, como tantas veces, ya se sabe, entre el miedo y la increduclidad, no estaba muy por la labor. Aunque el trabajo de campo hecho durante años por el aspirante a cornudo había dado sus frutos, y ahora ella estaba dispuesta a conocer a otros hombres para tal menester.

He de decir que este hombre pecaba de impaciente. Era una impaciencia que a mí me resultaba enternecedora y simpática. Llevaba tanto tiempo queriendo ser cornudo, que cuando veía que lo tenía algo más cerca, se mostraba ansioso. Más de una vez le reconvine al respecto. No era bueno por varios motivos. Uno de ellos, es que al fin y al cabo él no me conocía, no podía estar seguro de si yo era de fiar. En esto es imprescindible la discreción, y el aspirante se mostraba en exceso indiscreto e imprudente.

Otro motivo para no mostrarse impaciente era su mujer. Ella era el centro de todo, y debía sentirse en todo momento segura. Cualquier paso en falso, cualquier malentendido o mala experiencia podía dar al traste con el fin último, que era verla entregarse a otro.
 
La señora.

Mujer de unos 50, rellenita, esposa y madre de familia ejemplar. Sólo había conocido íntimamente un varón, su marido. Por ello, la primera vez que su marido le habla de acostarse con otros lo toma como una locura. Poco a poco va aceptando la idea, ante la insistencia del aspirante a cornudo. Se va dejando llevar, contacta por internet con algunos hombres, tiene charlas calientes. Pero los ejemplares con los que se encuentra no dan la talla. No se trata de cualidades físicas, sino de saber estar, de comprender el mundo de los cuernos consentidos. Como se dice muy acertadamente en foros de cornudos, un follaesposas no es un corneador.

Muchos años atrás, como tantas otras mujeres, se vistió de blanco e hizo un juramento de fidelidad a su esposo, con cientos de testigos presentes. Ese juramento implica que sólo ese hombre tendrá acceso al tesoro que guarda entre sus piernas: su coño. Por eso cruzar la línea es tan difícil. Por eso genera en ella tanto nerviosismo, tanto miedo, tanta inseguridad, y al mismo tiempo tanto deseo, un deseo que es inconfesable para cualquier persona de su entorno. Por eso es tan importante que se de con la persona adecuada, con el hombre que valore adecuadamente sus sentimientos, sus deseos, su forma de ser mujer, la forma que tienen ellos dos de ser matrimonio. Tuve la fortuna de ser ese hombre, y a partir de aquí relataré, con los detalles que sea capaz de recordar, todo lo que sucedió.
 
Ciber.

Una vez el aspirante a cornudo se informó sobre mí, a través de otras parejas del foro que ya me conocían, nos dimos el contacto de una conocida aplicación para charlar (creo que esta web no permite escribir nombres de aplicaciones).

Las primeras charlas fueron normales, aunque siempre intentaba meter algo de picante. Se trataba simplemente de conocernos, charlar. Resguardada por el anonimato, ella fue contándome su visión del tema, de cómo su marido le había ido metiendo la idea en la cabeza. Me interesaba (y me interesa) especialmente la visión femenina, eso que hay en la cabeza de la mujer y que no se atreve a confesarlo en un entorno convencional.

Así descubrí el lado oculto de una mujer como otras muchas. Por circunstancias sociales, debe dar una imagen de mujer respetable, fiel, sin vicios, una mujer convencional, y eso es lo que más me atrae de una pareja (sobre todo cuando se está iniciando), el que a simple vista es una mujer convencional, pero que tiene, como cualquier persona, un mundo interior donde se mezclan miedos, inseguridades, deseos (algunos inconfesables). En toda mujer late su lado animal, primitivo, ese lado que hace que su coño se caliente y moje sus bragas imaginando escenas propias de peli porno. Esa calentura, esa humedad en su entrepierna, es imperceptible para los que la rodean. Siempre disfruto sabiendo lo que muchos no saben: que en un momento concreto, en una situación concreta y convencional, rodeada de la gente con la que comparte su entorno habitualmente, por su mente han pasado una serie de imágenes imaginadas, de conversaciones habladas, y eso ha hecho que su parte más zorra palpite y sus flujos de hembra en celo hayan empapado sus bragas.

Así, poco a poco, fuimos intimando, unas veces por escrito, otras con imagen y voz. Estuvo frente a la cam, expuesta y exhibida ante mí, sus piernas abiertas. Su coño, hasta ese momento inmaculado y reservado sólo para su hombre, abierto para mí y sus manos acariciándolo. Esa mujer respetable, madre y esposa, estaba haciendo lo que poco tiempo atrás ni siquiera imaginaba: se estaba ofreciendo a un extraño, estaba compartiendo para mis ojos la imagen de su coño húmedo. Yo la observaba mientras se acariciaba, hablábamos, nos calentábamos, escuchaba su voz temblorosa, sus jadeos hasta terminar con el orgasmo final.

Ella, por su parte, podía verme, magreando mi polla tiesa mientras observaba su sexo y escuchaba su voz de hembra caliente y miedosa. Se sentía deseada, y podía expresarse sin tapujos, diciendo todas esas cosas que no podía decir a nadie, aparte de su marido. Fuimos cómplices, y de esa complicidad comenzó a surgir una relación de morbo y amistad que fue avanzando.

Posteriormente, una vez hubo más confianza, nos intercambiamos el teléfono, y ya estábamos en contacto directamente. A esas alturas ella sabía que yo era discreto, que no la importunaría, que no recibiría a bocajarro ningún mensaje que pudiera ponerla en evidencia. No obstante, me gusta jugar, así que de vez en cuando, con un inocente saludo y siempre que ella pudiese, teníamos una charla escrita a través del teléfono en la que la iba calentando. Me confesaba si estaba excitada, me informaba de cómo eran las bragas que llevaba puestas. Incluso hacía que realizase pequeñas travesuras mientras estaba en el trabajo o en cualquier otra situación cotidiana.

Como dije antes, es excitante saber que una mujer como ella, de la que nadie sería capaz de poner en duda su virtud, estaba cachonda. Y en esas ocasiones eso yo lo sabía en directo, incluso antes que su marido. Me gustaba imaginarla nerviosa, sus bragas húmedas, su coño mojándose sin que nadie a su alrededor tuviese la más remota idea. Unos juegos que ella también disfrutaba.
 
Cita con otro.

Como dije antes, el cornudo es un tipo muy simpático, pero le podía la impaciencia. Como estaba deseoso de ver a su señora ensartada por polla ajena cuanto antes, decidió quedar con otro para una cita en persona. Según me confesó ella, el tipo resultó ser un baboso impresentable. Ella se sintió bastante mal, muy incómoda, asqueada por la forma en que aquel tipo la trató y quiso llevarla al huerto.

Por supuesto, la cita no fructificó, y por lo visto el tipo estuvo un tiempo importunándola, ya que tenía su teléfono. Finalmente, la cosa quedó ahí, no fue a mayores, pero ese hecho pudo dar al traste con esta historia.
 
Juego a 3.

Este juego no tiene sentido si no están las 3 partes presentes, de una u otra forma. Durante el tiempo que estuvimos en contacto antes de conocernos en persona, jugábamos a 3 bandas.

Unas veces, era el aspirante a cornudo el que me preguntaba qué había hablado con ella, o me informaba si ella estaba disponible para que comenzara una charla con ella. Yo unas veces lo informaba, y otras no, y lo remitía a su señora, a lo que ella quisiera contarle.

Otras veces le ponía el caramelo en la boca, relatándole parcialmente cualquier conversación que había tenido con ella, cualquier situación que la había hecho vivir, para que él, preso de los nervios (es muy impaciente, como ya he dicho), fuese como un perro en celo tras su señora pidiéndole más aclaraciones.

A ella, esa mujer convencional y respetable, le hacía prometerme que le diría a su marido, en cuanto lo viese, que era un cornudo y que se iba a follar a su macho (o sea, yo) delante de él en cuanto tuviese la oportunidad.

Así estuvimos un tiempo, en que yo, por así decirlo, era "parte de la familia". Ella andaba caliente, mojaba sus bragas con frecuencia. Y él otro tanto, iba cachondo, manchando sus calzoncillos con los fluidos que todo hombre deja escapar cuando anda excitado.
 
Primera cita (I).

Después de un tiempo hablando, la señora se decidió a tener una cita en persona. Digo la señora, porque el cornudo y yo lo estábamos deseando desde el primer momento, pero faltaba lo más importante, que ella se decidiera.

Me citaron en una casa vacacional con piscina, muy acogedora, con pocos vecinos. Me costó encontrar el lugar, pero llegué. Era un día de sol radiante, muy propio del sur.

Fue ella la que me abrió la puerta, y fue en ese momento cuando nos vimos las caras por primera vez. Allí estaba ella, nerviosa como un flan. Ante mí, la hembra, rellenita, ojos claros, una cara muy guapa y una sonrisa que indicaba su nerviosismo. Llevaba una blusa que, a pesar de que no era ajustada, mostraba unas tetas generosas. También una falda por la rodilla. Era una ropa normal, propia de cualquier mujer de su edad, nada provocativa, lo cual no quiere decir que no estuviese guapa y de lo más deseable. No recuerdo si nos saludamos con dos besos o nos dimos un pico.

Una vez entré, hicimos las presentaciones formales. Como buenos anfitriones, habían preparado algo para ir picando y algo de beber. Ya habíamos hablado mucho, por teléfono y por ordenador, así que aparte del nerviosismo de la señora, el ambiente era distendido, de alguna forma ya nos conocíamos.

Los dos son encantadores, lo cierto es que me caen realmente bien. El cornudo es un tipo simpatiquísimo, muy sureño, un salidorro que provocó en esta primera cita situaciones propias del landismo, de las cuáles disfruté como un enano. En su ansia de ver a su señora follada por otro, no dudaba en azuzarme para que le metiese mano, y él mismo le levantaba la falda al menor descuido, para mostrar sus encantos, o le agarraba las tetas. Se notaba que estaba orgulloso de la hembra con la que compartía su vida, y no era para menos.
La señora, más comedida y con los nervios y el miedo propios de la situación, oscilaba entre el deseo y la reticencia, sazonado todo con una risa nerviosa y un ir y venir por la estancia, como no sabiendo por dónde coger el toro (una expresión muy propia, por otra parte).

Disfruté como un enano con aquella situación. Era morbosa y divertida. Tuve que hacer de cortafuegos entre el ansioso cornudo y la novicia señora, templando la suerte para que ella no se sintiese incómoda. Lo importante, como no me cansé de repetirles a ambos, era que todos estuviésemos a gusto, y por supuesto, no se forzaría nada y no se haría nada que ella no quisiera. Realmente, al contrario de lo que suele suceder en estas situaciones a 3 bandas, era el desconocido (es decir, yo) el que daba más seguridad a la señora, ya que su impaciente esposo estaba deseando encamarla conmigo.

Yo, en cambio, era más consciente que su propio marido de lo que aquello representaba para ella. No había conocido otra polla que la de su marido, y a esas alturas de su vida, siendo esposa y madre, se estaba lanzando al vacío, a una experiencia que durante toda su vida había considerado inaceptable, y que ahora, después de años de insistencia del cornudo y de haber dado conmigo, la veía próxima. Por lo tanto, además de disfrutar de todo el morbo del momento, y de divertirme con las cuitas del impaciente cornudo, me comporté como un caballero, quería que ella se sintiese completamente a salvo, a gusto, cómoda. Y por supuesto que se divirtiese, y modestamente este que escribe sabe arrancar la sonrisa de una dama.
 
Primera cita (II).

Transcurrió la tarde de forma agradable y placentera, hablábamos de esto y de aquello, aunque de vez en cuando el tema se dirigía al motivo de mi presencia allí. Entre cerveza y cerveza, entre aceituna y entremés, miradas a la señora, comentarios picantes, roces... La señora estaba cada vez más cómoda, aunque no dejaba de estar nerviosa, y esos nervios iban en aumento precisamente por estar cómoda, porque veía cada vez más cerca el momento adúltero, porque cada vez ella y yo estábamos más cerca sexualmente y nuestra complicidad iba en aumento.

Me acercaba y le susurraba alguna obscenidad al oído, que a ella le hacía reir nerviosamente. Le rozaba sus curvas cuando nos cruzábamos, o me acercaba y ponía mi mano sobre su espectacular culo. O me acercaba a ella, sin presionar, y poco a poco aproximaba mi boca a la suya, sin dejar de mirarla a los ojos, sonriendo, hasta besar sus labios. Unas veces se quedaba en un beso tenue, otras veces mi lengua y la suya traspasaban el umbral y se entrelazaban, lo que me permitía saborear su dulce boca y sus suaves labios. Algunas veces nos abrazábamos, nos apretábamos un cuerpo contra el otro, dándonos un beso con lengua intenso y tórrido. Incluso una de las veces, estando ella apoyada en la pared y por tanto no teniendo escapatoria, me fui hacia ella, la rodeé con mis brazos, plantando mis manos en su culo, y pegándome a ella como una lapa metí mi lengua hasta su garganta en un morreo de lo más sucio y salvaje, que fue correspondido por la dama durante unos instantes.

Disfrutaba pensando qué estaría pasando en esos momentos por la mente de la señora. Toda una vida de recato, de respeto a la institución marital, de fidelidad al hombre con el que se casó, estaban saltando en pedazos esa tarde. Qué pensamientos se atropellaban en su mente, qué sentía en su pecho, en su estómago, en su coño. Cómo estarían sus bragas, seguramente mojadas.

Cada vez que yo avanzaba en algo (besos, caricias, tocamientos), ella lo paraba, presa del nerviosismo, pero al mismo tiempo dejaba patente su deseo. Se estaba debatiendo entre lo que se supone que tenía que hacer como mujer respetable, o lo que realmente deseaba como zorra. Y la zorra iba ganando terreno, poco a poco pero de forma inexorable.
 
Primera cita ( y III).

La velada siguió avanzando, cada vez de forma más distendida, con mayor confianza, pero también con los nervios y miedos de ella. A lo largo de ese tiempo, ya había disfrutado del placer que proporcionaba el palpar su cuerpo. Mis manos habían sobado las partes más peliagudas de su anatomía, a excepción de su entrepierna, y mi boca había saboreado la suya.

No sé cómo sucedió, porque ya hace tiempo de esta experiencia, pero lo siguiente que recuerdo es a ella tumbada en el sofá, la falda remangada, sin bragas, las piernas abiertas y su marido follándola. Debió ser una sensación brutal para la señora verse en esa tesitura, semidesnuda y follada delante de un desconocido. Yo estaba de pie, frente a ella, mi polla dura frente a su cara. Le hice varias veces el gesto de que la chupara, y ella, siendo follada por su marido y sin apartar la mirada de mi miembro, movía la cabeza en sentido negativo. A esas alturas sus defensas habían caído, y supe interpretar su silenciosa negativa como un "estoy deseando pero no me atrevo a decir que sí". Así que tocaba tomar la iniciativa, esta vez sin contemplaciones. Le agarré la nuca y le dije: "Chúpala zorra, si lo estás deseando", y con las mismas metí mi polla en su boca. Su cabeza dejó de decir "no" y comenzó a mamar mi polla como una posesa. Al presenciar la escena, el cornudo marido se corrió casi en el acto.

Terminado el acto, ya pasado el calentón, ella se recompuso y mostraba cierta vergüenza por lo ocurrido, aunque ya me encargué yo de hacerla saber que había estado espectacular, deliciosa.

La velada terminó con los 3 sentados. Había dos sofás colocados en L. En uno estaba sentado el marido. En el otro ella junto a mí. Recordaré la escena mientras viva. El marido, más contento que unas castañuelas, nos miraba y hablaba. Ella, junto a mí, pajeaba suavemente mi polla morcillona, de la que no apartaba la vista. Se estaba deleitando en la visión y el tacto de la polla que había mamado minutos antes, la primera, aparte de la de su marido, que había entrado en ella, aunque sólo fuese en su boca.

En esta primera cita no quiso consumar el acto, pero los avances fueron espectaculares. Nos despedimos y quedamos en vernos pronto, y ahora sí, la próxima vez ella abriría sus piernas para que mi virilidad entrase donde sólo había entrado la de su marido.

Todavía disfruto pensando qué agitaría su mente durante esos días, o semanas, después de haber protagonizado una escena propia del porno, y a la espera de ofrecerse a otro macho, delante de su marido y con su bendición. Cuántas bragas empaparían sus flujos durante ese tiempo.
 
Primera cornada completa (I).

Después de nuestra primera cita, seguimos en contacto, por supuesto. Ya había más confianza y las conversaciones eran más desinhibidas. Al poco tiempo, no recuerdo si pasaron algunas semanas, volvimos a vernos. Mismo lugar, mismos protagonistas.

No recuerdo con detalle cómo se desarrollaron los acontecimientos en esa segunda cita, puesto que hace ya unos años, así que omitiré la parte que no recuerde. Prefiero que el relato se limite a lo que sí recuerdo, no quiero añadir situaciones inventadas, todo lo que estoy contando es absolutamente real, hasta el último detalle, y quiero continuar así, aún sacrificando partes que no recuerdo.

La velada se inició igual que la primera. Unas bebidas, un picoteo, conversación distendida. Pero esta vez ya sabiendo cómo iba a terminar. Ella seguía estando nerviosa, mostraba sus miedos e inseguridades, lo cual la hacía si cabe más deliciosa y más deseable. Pero ahora sí estaba decidida a culminar la faena, y así me lo había hecho saber. El cornudo estaba casi más nervioso que ella, deseando ver a otro entre sus piernas y a ella disfrutando.

Lo primero que recuerdo con detalle de esta cita es el momento cama. Estábamos en uno de los dormitorios, con cama grande. La tumbé sobre la cama, boca arriba, y le quité sus bragas. Su pulso se aceleraba, sabiendo que ahora sí, se iba a dejar follar por otro, por mí, con su marido presente.

Me fascina un buen coño, y para mí no hay una buena faena que no comience por una buena comida. Se está especialmente a gusto con la cabeza entre los muslos de una hembra, y más en este caso, casada y primeriza en el mundillo de los 🤘 . Para mí, el coño de una casada tiene una especial calidez.

Así que fui recorriendo con mis labios y mi lengua sus muslos abiertos, hasta llegar a su sexo. Cuando posé mi lengua en su raja se estremeció, y yo disfruté saboreando ese tesoro que había estado oculto para el mundo masculino a excepción de su consentidor esposo. El cornudo, nervioso, daba vueltas alrededor de la escena, nervioso, ilusionado como un crío cuando abre los regalos de Reyes, cual Alfredo Landa sureño, intentando no perderse detalle de esa primera vez.

Una vez hube saboreado su entrepierna, desnudo, me dispuse a culminar. Lo estaba deseando. Había disfrutado del camino recorrido, como debe ser, de meses hablando, fantaseando, calentándonos, y ahora llegaba el momento del broche final (no final del todo, puesto que hubo más cornadas). Llegó la hora de que ella se sintiese invadida en su intimidad por falo ajeno y que el cornudo llegara a serlo ya de forma oficial, después de años convenciendo a su señora.
 
Primera cornada completa (y II).

Sin dejar de mirarla, y con el cornudo por allí deambulando, me calcé el condón. Ella contemplaba mi miembro, ahora ya sabiendo que de forma inminente follaría su coño por primera vez. Le dije al cornudo que no perdiera detalle. Me aproximé a ella, que estaba boca arriba y abierta de piernas sobre la cama. Mirándola a los ojos, y con el cornudo observando en primer plano la escena, dirigí la punta de mi miembro a la entrada de su (hasta ese momento) casto coño. Froté con la punta su zona erógena, en especial su clítoris, haciendo que se estremeciera. Llegados a ese punto, ella estaba ya deseosa de ser penetrada, de culminar la afrenta al juramento de fidelidad que hizo años atrás ante cientos de testigos.

Poco a poco pero de forma decidida, fui introduciendo mi miembro hasta que su coño se lo tragó por completo, momento en el cual apreté hacia adentro para hacerla sentir mi fuerza. En ese momento pude comprobar lo que ya me había advertido el cornudo varias veces: tenía un coño estrechito. Ella soltó un suspiro profundo y cerró los ojos. Estaba dispuesta a dejarse llevar, a experimentar esa sensación única de la primera vez. Una vez taladrada hasta el fondo, me dejé caer sobre ella y comencé a moverme, poco a poco al principio, con golpes de pelvis más fuertes después, follándola a placer delante de su marido. Ella daba la impresión de estar como flotando, en un estado de semiinconsciencia. La sensación de estar invadida en su intimidad por rabo ajeno, por primera vez y en presencia de su marido, debió de provocarle sentimientos realmente fuertes.

Estuve un bombeando en esa postura, disfrutando del momento y de la hembra, y no perdiendo detalle de sus reacciones. Me encantaba ver su espasmo cuando le daba un buen pollazo, hundiendo con firmeza mi miembro hasta los huevos dentro de su coño. Posteriormente me comentó que, al tenerla algo más larga que su marido, había llegado donde la de él no llegaba. También hay que decir, en honor a la verdad, que la de su marido, siendo corta, tiene un grosor que ya quisiéramos más de uno. Me recordaba a una de esas croquetas contundentes que hacen las abuelas.

Nuestras miradas coincidían a veces, y ella podía ver el brillo de mis ojos y mi sonrisa obscena. Mi mirada de vicio la hacía sentirse poseída, hembra y puta, y al mismo tiempo sabía que estaba segura conmigo entre sus piernas.
Cambiamos de postura. Me tumbé boca arriba, situándose ella encima. Una vez su coño engulló mi miembro, comenzó a moverse, me estaba cabalgando. Tenía de frente a la casta hembra, mi polla dentro, sus tetazas bailando delante mía mientras ella se movía. Por momentos, cerraba los ojos y se concentraba en sentirla dentro de ella. Luego se desató la zorra que tenía escondida y comenzó a follarme más fuerte. Ahora sí, su mirada de vicio se clavaba en mí, con lujuria, sin miedo, mientras se corría una y otra vez.

Según me confesó, se corrió 5 veces. Con su marido solía correrse sólo una vez, dos a lo sumo, ya que tenía poco aguante. Le sorprendió el aguante que demostré. Como comprenderéis, y aunque como ya dije, soy un tipo normal y corriente, eso me dio un subidón importante. Ya era su macho, el que la follaba y la hacía correrse más veces que su cornudo esposo.

Después de follarla esta primera vez, hubo otras. Varias veces, después de esa primera vez, le dije lo siguiente: "A partir de ahora conocerás a otros hombres, que estarán más buenos que yo, la tendrán más grande que yo y te follarán mejor que yo. Pero a mí nunca me olvidarás." Y así me lo reconoció ella después.

Fui el que la acompañó en el excitante camino a esa primera vez, el primero que la folló delante de su marido. Posteriormente, esta casta esposa, madre de familia respetable, me confesó que se había vuelto muy puta y que lo disfrutaba. Su forma de ver las cosas había cambiado, incluso la gente de su entorno le notaba algo especial en la mirada. Y a mí me satisface haber sido el que la inició en este mundo de perversión, y me resulta realmente gratificante que ella guarde un buen recuerdo de mí, un recuerdo que nunca la abandonará.
 
Epílogo.

Fue una experiencia excepcional, por todos los condicionantes que entenderéis se daban. Desde entonces he intentado, sin éxito, contactar con alguna pareja de mi zona que estuviese en la misma situación que ellos. Quiero iniciar a más parejas, me gusta y lo disfruto.

Quiero volver a disfrutar de los nervios, miedos e inseguridades de una casada primeriza en esto. Quiero volver a vivir la experiencia de mancillar un coño casto, el más cálido de los coños.
 
Epílogo.

Fue una experiencia excepcional, por todos los condicionantes que entenderéis se daban. Desde entonces he intentado, sin éxito, contactar con alguna pareja de mi zona que estuviese en la misma situación que ellos. Quiero iniciar a más parejas, me gusta y lo disfruto.

Quiero volver a disfrutar de los nervios, miedos e inseguridades de una casada primeriza en esto. Quiero volver a vivir la experiencia de mancillar un coño casto, el más cálido de los coños.
Enhorabuena por la experiencia , no he podido remediarlo y me he tenido que pajear lentamente y suavemente leyendolo
 
Atrás
Top