Sesión de planchado
Deseabas saber mi opinión sobre unos escritos tuyos, y quedé contigo la pasada noche junto al portal de los sueños.
Llevaba veintisiete minutos (tic, tic..) esperando, cuando apareciste sonriente. Besitos de rigor.
-Hola corazón ardiente- Saludaste -¿Llevas mucho tiempo?- Con un mohín -La pesada de la jefa, de pronto, se ha despertado, y me he pirado, cuando que ha vuelto dormirse ¡Lo siento!
-No… no, solo llevo unos minutejos de ná, también yo he llegado un poco tarde- Mentí como bellaco –Dónde quieres que nos reunamos, hay algún sitio cómodo que esté...
-¡Ay! te importa que lo veamos en mi apartamento– Suplicaste -¿Tienes tiempo?
-No hay problema, a partir de este momento, para mi persona no existe el tiempo- Respondí complaciente.
Me comentas, mientras voy examinado los escritos, te gustaría planchar la ropa atrasada.
Nos instalamos. Me traes una abultada carpeta con los borradores...
-¿Quieres un chocolatito caliente? ¿Si...?
-¡Vale! ¿Y porras?- De broma, riéndome.
-¡Huy, sí! Yo, con una sola y grandota me conformaba ¡Pero sin aceite!- Te ríes pícara -Es que se me repite- Nos reímos.
Mientras yo leo y anoto, tú sales y entras varias veces. Colocas en medio del cuarto un sólido artefacto para planchado y, a su lado, una pila de ropa dispuesta para ser alisada.
De nuevo apareces, esta vez plancha en mano... ¡Totalmente encuerada! ¡Madre del amor hermoso!
-Es que me gusta estar cómoda, y libre- Risitas
¡Se acabó la lectura! ¡Es imposible concentrase!
Lentamente un grato hormigueo, subiéndome desde la raíz de la entrepierna, se va apoderando de mi cuerpo. Yo también comienzo a ponerme cómodo, y libre.
Me tomo mi tiempo para dedicarme exclusivamente a mirar tus evoluciones plancha en mano.
Recreándome con el zarandeo de tus hermosos pechos, el compás de las caderas, el vaivén de tus nalgas ¡Qué mareo! Y siempre, acompañada de esa peculiar sonrisa que tanto me encandila y me enciende.
Y me enciendo ¡De que manera!
Me levanto, y me sitúo detrás de tuyo, pellizcándote por los pezones. Te giras, para preguntar si no es mejor que fuéramos al catre ¡Para nada! Aquí te quiero, tal y como estás.
-Tú, hermosa mía, a lo tuyo, a planchar, y yo... pues también a lo mío...
Y es lo mío, en este sugestivo momento, palparte ávidamente por todas partes mientras planchas. Palpar tus suculentos pechos, y ese poderoso culo tan prieto que tienes, pellizcar la almendra de tu vulva..., introducir mis dedos en tu sedoso sexo...
No puedo más, mi verga está pletórica..., puede reventar de un momento a otro.
A tu espalda, excitado, y de un certero golpe, te penetro hasta el fondo. Una exclamación brota de tus labios y te paras... ¡Oh!
-¡Sigue por favor, sigue, no te pares ... Plancha... ¡Plancha!-
Tú planchado la ropa, yo, tan ricamente, planchándote las nalgas.
Después de la primera embestida, mi ritmo se va acompasando al tuyo; ahora despacio, adelante y atrás. Mientras, aprieto y tiro con saña de tus pezones ¡Vaya, que grititos das! Como me gusta su música.
Pero el movimiento se incrementa y, con él, el ímpetu de las envestidas (tengo que confesar que no sabía el lugar por dónde atinaba); desenfundo del todo y, del todo, vuelvo a enfundar el sable en la vaina ¡De un certero golpe!
Tus suspiros y gemidos, extasiados, suben de intensidad. ¡Que alborozo! Y de pronto..., te dejas caer, pesadamente, sobre la tabla.
¡Ahora sí! ahora si que deseo tenerte quieta. Ahora soy yo quien marca el vaivén y el ritmo...Un dos, un dos..., un, un..., dos, dos...
Ya estás en pleno orgasmo. ¡No puedo más! Deseo acompañarte en la cumbre del goce. Mi cipote está a punto del gran big bang. Rápidamente, te volteas para recibir mi leche en el rostro..., pero soy jodídamente torpe, y como si fuese un manguera descontrolada, la mitad de tan preciada sustancia va a parar sobre tu preciosa blusa, la mejor, la de seda ¡La italiana...! ¡Oh, no... infierno trágame!
Temblado por el esfuerzo, miro conmocionado la blusa, y te miro a acojonadico. Apenas con un susurro:
-Lo sssiento corrrazón, te conseguiré otra- Suplico.
Miras confusa primero hacia tu blusa, con los ojos como platos, me miras, y sonriente suspiras:
-¡Ay, mi diablillo! ¡No te preocupes! Pero si esto se limpia en un momento. Veras...
Y la limpias, ávidamente, a lengüetazos, después de nuevo, te giras hacia mí.
-Ves que limpia está ¡Cómo nueva!– Exclamas.
-Ahora, diablo llorón, ven aquí, y déjame que te limpie- Chup, chup, chuuup...
En ese momento, a través de la ventana que da al patio de la irrealidad, se oye, lejana, la sintonia de una emisora emitiendo esta canción:
“...Así planchaba, as, así,
así planchaba, así, así,
así planchaba, así así,
así planchabaaa...
queee yooo looo viii..”.
Diablo Cojuelo.
Pido disculpas por el regusto un tanto machista ´que destilan algunos párrafos.
aunque no pretendo justificarlo, el escrito lo realizo Diablo Cojuelo en sus inicios.
Mikelo