Crónica de una traición

Capítulo 8 epílogo

Desde la nebulosa en la que estaba su mente, de no recordar nada, algo sentía en su ser que tenía que renacer.​

Un día, su mente despertó y, cuando levantó su mirada, vio a su amada madre, la sonrisa de Tamara, las lágrimas de Carmen y el rostro de sus amigas y socias; supo que no estaba sola. Abrazada a Tamara, las dos lloraron pidiéndose perdón la una a la otra.​

Cuando recobró la lucidez, supo que el hombre que amaba con toda su alma no había muerto, que su hija estaba bien y tenía dos nietos.​

No tener que soportar el peso de una mentira y la culpa de ocultarla no aliviaron el dolor ni la tristeza en su corazón.
Recordando la enjundia de aquella niña que, con apenas dieciocho años, encaró con decisión la gran ciudad, buscando —con todos los errores de la inexperiencia de sus jóvenes años— la aventura de ganarse un lugar, a como se pueda, para una carrera universitaria.
Necesitaba recobrar esa enjundia.
Debía renacer, reconstruirse. Con los pedacitos dispersos de su alma, abrazarse a la ilusión utópica de encontrar algo donde aferrarse. Su hija, sus nietos, eran un aliciente para ello y que su corazón siguiera envuelto en ese infinito amor por el dueño de sus lágrimas, sus risas y sus desvelos.
Todo lo que tenía que ocurrir, ocurrió, y el precio a pagar fue terrible. Había perdido lo que más amaba y sabía lo determinante de esa verdad. Solo le quedaba la esperanza de que, algún día, pudiera recuperar el amor y el cariño de su hija y abrazar a sus pequeños nietos.

Por miedo a perder su amor y el egoísmo de aferrarse a él, atormentada, vivió e hizo vivir al hombre que amaba en una imperdonable mentira.
No hay posibilidad de enmendar esta terrible verdad. Siempre supo que su felicidad tenía una imprecisa fecha de caducidad y que el final era inexorable. Saber esto no hizo que el golpe fuese menos cruento.

Noemí, después de enterarse de todo lo ocurrido con sus padres y de saber que toda la historia de su madre, su padre, recién la supo por Tamara aquella tarde en el aeropuerto, pudo comprender su dolor y la culpa de haber reaccionado como lo hizo. Esto causó a su madre un daño que, con los años, dejó más secuelas en él que en ella, quien supo comprender su ira. Esos cinco días no se comparan con la mentira de toda una vida. Su redención fue saber que su amado estaba vivo.
Noemí no tenía manera de interpelar a sus padres para intentar un acercamiento.
La resignación de Natalia y los atormentados sentimientos de dolor y culpa de Ignacio eran una cuesta imposible de remontar.
El amor los reclamaba, pero todos los desencuentros vividos lo impedían.

Noemí regresó a su rutina en aquellas lejanas tierras. Ignacio salió del abatimiento, pero la tristeza quedó instalada para siempre en su otrora alegre sonrisa y en aquel brillo, hoy ausente, en su mirada.
Natalia seguía su rutina en la agencia mientras intentaba mirar la vida desde sus recuerdos, intentando borrar de su memoria los errores que la llevaron a tanto dolor, pero sabiendo que, por esos errores, conoció al hombre que le dio los momentos más felices y emotivos. Nada ni nadie podrá ocupar el lugar que Ignacio dejó en su corazón. Lo sigue amando más que nunca y, con cada día que pasa, ese amor seguirá creciendo. Ya nada se puede hacer, más que atesorar aquellos momentos para que las heridas de su corazón, que nunca dejarán de ser heridas, en algún momento dejen de sangrar. Tenía la ilusión de que una mañana, al despertar, abrir las ventanas y correr las cortinas para que la claridad del nuevo día inundara su rostro, pudiera, con su mirada en el infinito, agradecer por haber sido amada y haber podido amar de la manera en que lo hizo. Entonces le regalaría al destino la mejor de sus sonrisas.

Ignacio, en su trabajo a distancia, transitando una cotidianidad de tristeza, sabía que sus lágrimas lo estaban consumiendo, que debía salir adelante, que no podía olvidar y que, después de conocer la historia de Natalia, tampoco quería hacerlo. La amaba como siempre la amó. En sus sueños se repetían aquellos momentos de tanta felicidad.
El recuerdo de las lágrimas de Natalia, en el cumpleaños de quince de Noemí, lo llenaban de angustia por el doloroso sentido que había adquirido ese momento, ante las revelaciones que recibió de Tamara. Tenía que llenar su espíritu de aquellos momentos amorosos: cuando tomaban sol en los jardines de la vieja casona y Natalia reía mientras Noemí correteaba y jugaba alrededor de ellos. No podía borrar el dolor de lo ocurrido en la casilla, pero debía intentarlo. Su hija y sus nietos necesitaban verlo bien.

Noemí hablaba con su madre con asiduidad para contarle cómo iban creciendo sus nietos y cómo se encontraba Ignacio. Luego, le contaba a su padre cómo estaba su madre, la tía Tami y las demás personas que formaban parte de sus afectos. Estas conversaciones recibían toda la atención de Ignacio.
Noemí estaba convencida y le decía a su padre que el día que pudieran estar frente a frente todo iba a fluir, y el amor que sentían curaría todas las heridas. Ignacio le respondió:
—El día que pudiéramos estar frente a frente, va a ocurrir que nos vamos a abrazar, besar y llorar de felicidad. Tomados de las manos, regresaremos a nuestra vieja y amada casona y nos amaremos y bailaremos de alegría… hasta la primera desavenencia, que traerá los reproches y, con ellos, la frustración de revivir el dolor que pretendemos dejar atrás. Todo será peor de lo que ha sido hasta ahora. Por un poco de felicidad, el resto de nuestra vida será de desolación. Somos sobrevivientes del odio desatado por un psicópata. Aceptemos que ese infeliz logró su propósito. Tratemos de salir de tanto dolor. Tenemos razones más que válidas para vivir y salir adelante: el amor que tú nos prodigas, el de nuestros nietos y los recuerdos de lo felices que fuimos amándonos y viéndote crecer.
Noemí entendió, no sin tristeza, porque algo parecido le había dicho Natalia.

Esa parte de mí, que eres tú, nunca morirá.
—Ladi Gaga.

Ambos tenían la esperanza de que el tiempo se apiadara de ellos.
De tan solo tener la ilusión que les hiciera sentir que, a pesar de la distancia, era tan hermoso saber que, en algún lugar, estaba aquello que tanto amaba.

Ella le envió una carta manuscrita llena de amor y poesía, haciéndole saber que la distancia aleja los cuerpos, pero no los sentimientos. Que si el destino les había dado esta posibilidad, la tomaran para acariciarse con palabras y amarse con los deseos que esas palabras encerraran.

Ignacio no demoró en responder su carta manuscrita, cargada de amor y recuerdos amorosos. Buscaba en libros de poemas, sonetos y madrigales para enviarle a Natalia, además de frases que expresaran sus sentimientos.
Esta manera de amarse les devolvió la sonrisa. Se sentían unidos, y cierta serenidad había regresado a sus vidas.

Para que esta manera de quererse pudiera perdurar en el tiempo, existía una suerte de pacto no acordado. Debían evitar cruzarse. Por eso, cuando Natalia iba a visitar a sus nietos, Ignacio aprovechaba para hacer algún viaje y, cuando, por cuestiones diversas, él viajaba a Buenos Aires, pocas personas se enteraban. Natalia no era una de esas personas. Él también repetía en cada viaje, casi como un ritual, recorrer la vieja casona para inundar su piel de recuerdos y percibir, desde los sentidos, el perfume de aquellos días felices.

Todas estas triquiñuelas de amor les ayudaron a salir de la tristeza, pero no alcanzaban a mitigar la soledad y el deseo de estar juntos. Se amaban y estar juntos era algo que soñaban y anhelaban. Ese era como un deseo prohibido por la lógica que tanto Ignacio como Natalia habían aceptado: perder algo para no perderlo todo.
Ambos aceptaron esa desoladora cláusula que el destino había trazado para sus atormentadas existencias. Por no sufrir una nueva decepción, llevaban una vida de emociones ambiguas, y el amor era tan solo un epistolario que apenas mitigaba el dolor de la ausencia. Un camino desangelado hacia un destino de soledad, donde los deseos, anhelos, sueños y esperanzas deambulaban sin rumbo por los atormentados arrabales de dos almas condenadas al ostracismo.

Ignacio había viajado a Buenos Aires. Esa noche cenó con Tamara, pero, por alguna indiscreción, se corrió la noticia de que él estaba en la ciudad.
Ese sábado coincidió que Natalia estuvo haciendo la limpieza de la vieja casona. Cuando se retiró —después del acostumbrado recorrido por los recintos y dependencias, para impregnar su piel de recuerdos—, se quedó sentada en su auto, a corta distancia de la casona, haciendo algunas llamadas.
De pronto, vio que un taxi se detuvo frente a la vereda de la casona. Mientras el pasajero abonaba su viaje, observó que un vehículo particular se detuvo a una prudencial distancia. Cuando se abrió la puerta del taxi, el corazón casi le estalló. Era Ignacio, quien bajó e ingresó a la vieja casona. Natalia quedó paralizada, sin saber qué hacer; no lo había visto durante tantos años. Su cuerpo no reaccionaba, desbordado por la emoción.

Entonces, del auto estacionado unos metros antes del portal de la casona, bajó Demetrio y, con pasos decididos, ingresó detrás de Ignacio. El terror hizo que Natalia saltara del auto y saliera corriendo para detener a ese hijo de puta que había regresado de donde, supuestamente, estaba recluido.

Ignacio estaba parado contra la pared en el recinto del sótano. Demetrio le apuntaba con un arma de fuego mientras le decía:
—Hijo de mil putas, le cagaste la vida a Noemí y me la cagaste a mí, pero la última fue la peor.

En el mismo momento en que retumbó el disparo, Demetrio sintió el frío acero de un filoso y puntiagudo cuchillo ingresar en forma ascendente por sus riñones, atravesando el bazo y el estómago por completo. Herido de muerte, fue cayendo de rodillas al piso.
Cuando Natalia levantó la vista, vio a Ignacio de pie, con una herida sangrante en el pecho. Soltó el mango del cuchillo incrustado en la humanidad de Demetrio y corrió a tratar de socorrer al dueño de su inmenso amor.

Entonces sonó otro disparo, efectuado por Demetrio un segundo antes de caer definitivamente muerto. Natalia, que intentaba llegar para auxiliar a su amado, recibió la descarga en la espalda. El impacto hizo que quedara abrazada a Ignacio. En ese instante, se miraron a los ojos y lo único que atinaron a hacer fue besarse, con el sentimiento más bello y profundo. Mientras se acariciaban, con sus miradas y, desde sus almas, se decían todo aquello que las palabras jamás podrían expresar.

Mientras sus piernas perdían estabilidad y sus cuerpos se deslizaban hasta quedar arrodillados, sin dejar de estar abrazados y besándose, con sus últimos hálitos de vida, sabían que ya nada los iba a separar. Sus labios quedaron unidos como en un conjuro de amor que redimió tanto dolor, distancia y desencuentro. Con sus almas unidas en una sola, partieron buscando el infinito.o, como dijo Pablo,: confundidos en una sola muerte, a vivir para siempre la eternidad de un beso.


Fin

danny 52


……..


En este destino de distancia, de tristezas largas, de llantos desconsolados y de ausentes alegrías. De ir muriendo cada noche hasta el umbral de un tiempo establecido, para renacer en el tormento enamorado de tu recuerdo.
¡Ámame! Ahora que mis ojos pueden mirarte, que mi piel puede sentirte y tus manos sanar las heridas de tu ausencia.
¡Ámame! Ahora que, en esta levedad temporal, la eternidad del olvido se redime en el instante sublime de este beso.
¡Ámame! Ahora que la efímera ilusión del tiempo se revela en el destello fugaz de tu mirada. ¡Ámame! Ahora, solo ¡ámame!

—José Z

Capítulo 8 epílogo

Desde la nebulosa en la que estaba su mente, de no recordar nada, algo sentía en su ser que tenía que renacer.​

Un día, su mente despertó y, cuando levantó su mirada, vio a su amada madre, la sonrisa de Tamara, las lágrimas de Carmen y el rostro de sus amigas y socias; supo que no estaba sola. Abrazada a Tamara, las dos lloraron pidiéndose perdón la una a la otra.​

Cuando recobró la lucidez, supo que el hombre que amaba con toda su alma no había muerto, que su hija estaba bien y tenía dos nietos.​

No tener que soportar el peso de una mentira y la culpa de ocultarla no aliviaron el dolor ni la tristeza en su corazón.
Recordando la enjundia de aquella niña que, con apenas dieciocho años, encaró con decisión la gran ciudad, buscando —con todos los errores de la inexperiencia de sus jóvenes años— la aventura de ganarse un lugar, a como se pueda, para una carrera universitaria.
Necesitaba recobrar esa enjundia.
Debía renacer, reconstruirse. Con los pedacitos dispersos de su alma, abrazarse a la ilusión utópica de encontrar algo donde aferrarse. Su hija, sus nietos, eran un aliciente para ello y que su corazón siguiera envuelto en ese infinito amor por el dueño de sus lágrimas, sus risas y sus desvelos.
Todo lo que tenía que ocurrir, ocurrió, y el precio a pagar fue terrible. Había perdido lo que más amaba y sabía lo determinante de esa verdad. Solo le quedaba la esperanza de que, algún día, pudiera recuperar el amor y el cariño de su hija y abrazar a sus pequeños nietos.

Por miedo a perder su amor y el egoísmo de aferrarse a él, atormentada, vivió e hizo vivir al hombre que amaba en una imperdonable mentira.
No hay posibilidad de enmendar esta terrible verdad. Siempre supo que su felicidad tenía una imprecisa fecha de caducidad y que el final era inexorable. Saber esto no hizo que el golpe fuese menos cruento.

Noemí, después de enterarse de todo lo ocurrido con sus padres y de saber que toda la historia de su madre, su padre, recién la supo por Tamara aquella tarde en el aeropuerto, pudo comprender su dolor y la culpa de haber reaccionado como lo hizo. Esto causó a su madre un daño que, con los años, dejó más secuelas en él que en ella, quien supo comprender su ira. Esos cinco días no se comparan con la mentira de toda una vida. Su redención fue saber que su amado estaba vivo.
Noemí no tenía manera de interpelar a sus padres para intentar un acercamiento.
La resignación de Natalia y los atormentados sentimientos de dolor y culpa de Ignacio eran una cuesta imposible de remontar.
El amor los reclamaba, pero todos los desencuentros vividos lo impedían.

Noemí regresó a su rutina en aquellas lejanas tierras. Ignacio salió del abatimiento, pero la tristeza quedó instalada para siempre en su otrora alegre sonrisa y en aquel brillo, hoy ausente, en su mirada.
Natalia seguía su rutina en la agencia mientras intentaba mirar la vida desde sus recuerdos, intentando borrar de su memoria los errores que la llevaron a tanto dolor, pero sabiendo que, por esos errores, conoció al hombre que le dio los momentos más felices y emotivos. Nada ni nadie podrá ocupar el lugar que Ignacio dejó en su corazón. Lo sigue amando más que nunca y, con cada día que pasa, ese amor seguirá creciendo. Ya nada se puede hacer, más que atesorar aquellos momentos para que las heridas de su corazón, que nunca dejarán de ser heridas, en algún momento dejen de sangrar. Tenía la ilusión de que una mañana, al despertar, abrir las ventanas y correr las cortinas para que la claridad del nuevo día inundara su rostro, pudiera, con su mirada en el infinito, agradecer por haber sido amada y haber podido amar de la manera en que lo hizo. Entonces le regalaría al destino la mejor de sus sonrisas.

Ignacio, en su trabajo a distancia, transitando una cotidianidad de tristeza, sabía que sus lágrimas lo estaban consumiendo, que debía salir adelante, que no podía olvidar y que, después de conocer la historia de Natalia, tampoco quería hacerlo. La amaba como siempre la amó. En sus sueños se repetían aquellos momentos de tanta felicidad.
El recuerdo de las lágrimas de Natalia, en el cumpleaños de quince de Noemí, lo llenaban de angustia por el doloroso sentido que había adquirido ese momento, ante las revelaciones que recibió de Tamara. Tenía que llenar su espíritu de aquellos momentos amorosos: cuando tomaban sol en los jardines de la vieja casona y Natalia reía mientras Noemí correteaba y jugaba alrededor de ellos. No podía borrar el dolor de lo ocurrido en la casilla, pero debía intentarlo. Su hija y sus nietos necesitaban verlo bien.

Noemí hablaba con su madre con asiduidad para contarle cómo iban creciendo sus nietos y cómo se encontraba Ignacio. Luego, le contaba a su padre cómo estaba su madre, la tía Tami y las demás personas que formaban parte de sus afectos. Estas conversaciones recibían toda la atención de Ignacio.
Noemí estaba convencida y le decía a su padre que el día que pudieran estar frente a frente todo iba a fluir, y el amor que sentían curaría todas las heridas. Ignacio le respondió:
—El día que pudiéramos estar frente a frente, va a ocurrir que nos vamos a abrazar, besar y llorar de felicidad. Tomados de las manos, regresaremos a nuestra vieja y amada casona y nos amaremos y bailaremos de alegría… hasta la primera desavenencia, que traerá los reproches y, con ellos, la frustración de revivir el dolor que pretendemos dejar atrás. Todo será peor de lo que ha sido hasta ahora. Por un poco de felicidad, el resto de nuestra vida será de desolación. Somos sobrevivientes del odio desatado por un psicópata. Aceptemos que ese infeliz logró su propósito. Tratemos de salir de tanto dolor. Tenemos razones más que válidas para vivir y salir adelante: el amor que tú nos prodigas, el de nuestros nietos y los recuerdos de lo felices que fuimos amándonos y viéndote crecer.
Noemí entendió, no sin tristeza, porque algo parecido le había dicho Natalia.

Esa parte de mí, que eres tú, nunca morirá.
—Ladi Gaga.

Ambos tenían la esperanza de que el tiempo se apiadara de ellos.
De tan solo tener la ilusión que les hiciera sentir que, a pesar de la distancia, era tan hermoso saber que, en algún lugar, estaba aquello que tanto amaba.

Ella le envió una carta manuscrita llena de amor y poesía, haciéndole saber que la distancia aleja los cuerpos, pero no los sentimientos. Que si el destino les había dado esta posibilidad, la tomaran para acariciarse con palabras y amarse con los deseos que esas palabras encerraran.

Ignacio no demoró en responder su carta manuscrita, cargada de amor y recuerdos amorosos. Buscaba en libros de poemas, sonetos y madrigales para enviarle a Natalia, además de frases que expresaran sus sentimientos.
Esta manera de amarse les devolvió la sonrisa. Se sentían unidos, y cierta serenidad había regresado a sus vidas.

Para que esta manera de quererse pudiera perdurar en el tiempo, existía una suerte de pacto no acordado. Debían evitar cruzarse. Por eso, cuando Natalia iba a visitar a sus nietos, Ignacio aprovechaba para hacer algún viaje y, cuando, por cuestiones diversas, él viajaba a Buenos Aires, pocas personas se enteraban. Natalia no era una de esas personas. Él también repetía en cada viaje, casi como un ritual, recorrer la vieja casona para inundar su piel de recuerdos y percibir, desde los sentidos, el perfume de aquellos días felices.

Todas estas triquiñuelas de amor les ayudaron a salir de la tristeza, pero no alcanzaban a mitigar la soledad y el deseo de estar juntos. Se amaban y estar juntos era algo que soñaban y anhelaban. Ese era como un deseo prohibido por la lógica que tanto Ignacio como Natalia habían aceptado: perder algo para no perderlo todo.
Ambos aceptaron esa desoladora cláusula que el destino había trazado para sus atormentadas existencias. Por no sufrir una nueva decepción, llevaban una vida de emociones ambiguas, y el amor era tan solo un epistolario que apenas mitigaba el dolor de la ausencia. Un camino desangelado hacia un destino de soledad, donde los deseos, anhelos, sueños y esperanzas deambulaban sin rumbo por los atormentados arrabales de dos almas condenadas al ostracismo.

Ignacio había viajado a Buenos Aires. Esa noche cenó con Tamara, pero, por alguna indiscreción, se corrió la noticia de que él estaba en la ciudad.
Ese sábado coincidió que Natalia estuvo haciendo la limpieza de la vieja casona. Cuando se retiró —después del acostumbrado recorrido por los recintos y dependencias, para impregnar su piel de recuerdos—, se quedó sentada en su auto, a corta distancia de la casona, haciendo algunas llamadas.
De pronto, vio que un taxi se detuvo frente a la vereda de la casona. Mientras el pasajero abonaba su viaje, observó que un vehículo particular se detuvo a una prudencial distancia. Cuando se abrió la puerta del taxi, el corazón casi le estalló. Era Ignacio, quien bajó e ingresó a la vieja casona. Natalia quedó paralizada, sin saber qué hacer; no lo había visto durante tantos años. Su cuerpo no reaccionaba, desbordado por la emoción.

Entonces, del auto estacionado unos metros antes del portal de la casona, bajó Demetrio y, con pasos decididos, ingresó detrás de Ignacio. El terror hizo que Natalia saltara del auto y saliera corriendo para detener a ese hijo de puta que había regresado de donde, supuestamente, estaba recluido.

Ignacio estaba parado contra la pared en el recinto del sótano. Demetrio le apuntaba con un arma de fuego mientras le decía:
—Hijo de mil putas, le cagaste la vida a Noemí y me la cagaste a mí, pero la última fue la peor.

En el mismo momento en que retumbó el disparo, Demetrio sintió el frío acero de un filoso y puntiagudo cuchillo ingresar en forma ascendente por sus riñones, atravesando el bazo y el estómago por completo. Herido de muerte, fue cayendo de rodillas al piso.
Cuando Natalia levantó la vista, vio a Ignacio de pie, con una herida sangrante en el pecho. Soltó el mango del cuchillo incrustado en la humanidad de Demetrio y corrió a tratar de socorrer al dueño de su inmenso amor.

Entonces sonó otro disparo, efectuado por Demetrio un segundo antes de caer definitivamente muerto. Natalia, que intentaba llegar para auxiliar a su amado, recibió la descarga en la espalda. El impacto hizo que quedara abrazada a Ignacio. En ese instante, se miraron a los ojos y lo único que atinaron a hacer fue besarse, con el sentimiento más bello y profundo. Mientras se acariciaban, con sus miradas y, desde sus almas, se decían todo aquello que las palabras jamás podrían expresar.

Mientras sus piernas perdían estabilidad y sus cuerpos se deslizaban hasta quedar arrodillados, sin dejar de estar abrazados y besándose, con sus últimos hálitos de vida, sabían que ya nada los iba a separar. Sus labios quedaron unidos como en un conjuro de amor que redimió tanto dolor, distancia y desencuentro. Con sus almas unidas en una sola, partieron buscando el infinito.o, como dijo Pablo,: confundidos en una sola muerte, a vivir para siempre la eternidad de un beso.


Fin

danny 52


……..


En este destino de distancia, de tristezas largas, de llantos desconsolados y de ausentes alegrías. De ir muriendo cada noche hasta el umbral de un tiempo establecido, para renacer en el tormento enamorado de tu recuerdo.
¡Ámame! Ahora que mis ojos pueden mirarte, que mi piel puede sentirte y tus manos sanar las heridas de tu ausencia.
¡Ámame! Ahora que, en esta levedad temporal, la eternidad del olvido se redime en el instante sublime de este beso.
¡Ámame! Ahora que la efímera ilusión del tiempo se revela en el destello fugaz de tu mirada. ¡Ámame! Ahora, solo ¡ámame!

—José Zurdo
Lo primero y principal: gracias por estar ahí.

Un besazo enorme.- Cristina
 
Demetrio fue el gran ganador, y Noemi la gran perdedora. No me imagino el dolor que va a sentir a partir de ahora.

Por cierto, no recuerdo bien pero a Denetrio le dijeron que Ignacio no fue el padre del bebé de esa mujer que Demetrio le gustaba?

Gracias por compartir.
Amigo Javieron: Demetrio fué el gran perdedor sin ninguna duda. Jamás consiguió lo que pretendía, ni en el amor, ni con el dinero. Sólo logró hacer daño, pero nunca amó ni fué amado.
Hasta en el momento de su muerte, y pese a haberle arrebatado la vida a sus enemigos, tuvo que ver como ellos se amaban y se iban juntos y felices de éste mundo.
 
Amigo Javieron: Demetrio fué el gran perdedor sin ninguna duda. Jamás consiguió lo que pretendía, ni en el amor, ni con el dinero. Sólo logró hacer daño, pero nunca amó ni fué amado.
Hasta en el momento de su muerte, y pese a haberle arrebatado la vida a sus enemigos, tuvo que ver como ellos se amaban y se iban juntos y felices de éste mundo.
Estimado Oteador, pero que yo sepa, el objetivo de Demetrio era sólo hacer daño (corrígeme si me equivoco), y bueno, irte feliz de este mundo después de recibir un balazo, además de ver como seguía el mismo camino tu ser amado, y pensar en lo que sufrirá tu hija, pues no sé 😬.

Lo que también es cierto, es que Demetrio no se fue feliz, aunque si con una ligera satisfacción de haberlo desvivido.

Lo que no entendí bien, es lo que dijo al último Demetrio, porque le cagó la vida a Noemí según él?
 
Estimado Oteador, pero que yo sepa, el objetivo de Demetrio era sólo hacer daño (corrígeme si me equivoco), y bueno, irte feliz de este mundo después de recibir un balazo, además de ver como seguía el mismo camino tu ser amado, y pensar en lo que sufrirá tu hija, pues no sé 😬.

Lo que también es cierto, es que Demetrio no se fue feliz, aunque si con una ligera satisfacción de haberlo desvivido.

Lo que no entendí bien, es lo que dijo al último Demetrio, porque le cagó la vida a Noemí según él?
Efectivamente, Demetrio quería destruir a Ignacio. Pero lo que no quería es que Natalia, que era el arma que él utilizaba para dañarlo. Acabara perdidamente enamorada de él.
Demetrio pretendía la complicidad, y la entrega total de Natalia a sus objetivos.
A Demetrio le ocurrió lo de siempre, perdió ante su enemigo. Natalia se enamoró de Ignacio, en lugar de hacerlo de él.
También queda la duda, de si Demetrio acabó enamorado de Natalia, seguramente lo estaba, pero su ceguera vengativa le impedía reconocerlo.
Lo peor de la historia, es que Demetrio destruyó la vida de su gente más cercana, y la suya propia, vengando una afrenta que nunca existió.
Demetrio nunca conoció la paz y el amor, sólo anidó en su alma el odio, el rencor y el complejo de inferioridad.
 
Yo a Demetrio lo veía como un desquiciado, psicópata, entonces pensé que dentro de su locura, era feliz con este final.

Pero la verdad, pensándolo mejor, perdieron todos.

Hace tiempo que no leía un final así de triste.

Recuerdo uno en que el esposo se suicidó y ella quedó destrozada, y uno de Apasionado en el que el prota se suicida frente a la tumba de sus padres.
 
Yo a Demetrio lo veía como un desquiciado, psicópata, entonces pensé que dentro de su locura, era feliz con este final.

Pero la verdad, pensándolo mejor, perdieron todos.

Hace tiempo que no leía un final así de triste.

Recuerdo uno en que el esposo se suicidó y ella quedó destrozada, y uno de Apasionado en el que el prota se suicida frente a la tumba de sus padres.
Bueno... Es una forma de salir del entramado.
El autor ha visto que una reconciliación total entre Natalia e Ignacio, era muy difícil. También era poco creíble que estuvieran en contacto por carta, y no cayeran nunca en la tentación de reencontrarse.
También estaba por ahí Demetrio, que había quedado en tierra de nadie.
Pues ha pensado: Los mato a los tres, con un tinte de drama Shakespeareano...
Y asunto arreglado.
 
Bueno... Es una forma de salir del entramado.
El autor ha visto que una reconciliación total entre Natalia e Ignacio, era muy difícil. También era poco creíble que estuvieran en contacto por carta, y no cayeran nunca en la tentación de reencontrarse.
También estaba por ahí Demetrio, que había quedado en tierra de nadie.
Pues ha pensado: Los mato a los tres, con un tinte de drama Shakespeareano...
Y asunto arreglado.
Y yo bajo bastante de nivel y me acuerdo de una novela que veían mis hermanas hace mil años 😅

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Hermoso relato con final tristííísimo. Cuando vendes tu alma al diablo, es lo que pasa, tu vida deja de pertenecerte, pasas a ser una simple marioneta, y eso le pasó a Natalia, que vendió su alma a Demetrio y dejó de vivir su vida para vivir la mentira ideada por la mente enferma de Demetrio
 
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