Decadencia Matrimonial

th
Estos dos me tienen como pelota de ping pong. :unsure:;):ROFLMAO:
 
4.

Pasaron los días, y el trabajo no nos dio tregua. Mauricio, mi jefe, había decidido que esa semana se debía trabajar como si el tiempo fuera un recurso infinito. Las horas pasaban rápido en la oficina, y cuando llegaba a casa, exhausto, apenas me alcanzaban las fuerzas para cenar con Diana. Ella siempre se esforzaba en preparar algo sencillo pero delicioso, y aunque intentaba quedarme despierto después, la fatiga siempre me vencía.

Después de algunas noches así, comencé a sentirme frustrado. Nuestro último encuentro había sido intenso, pero parecía haberse desvanecido como un destello fugaz. Me di cuenta de que quizás debía poner en práctica el consejo de Dylan. Así que un viernes que salí temprano, aproveché para ir a una sex shop.

Al llegar al lugar, me invadió una mezcla de nerviosismo y vergüenza. Nunca había pisado una tienda como esa, y me sentí fuera de lugar desde el primer paso. La fachada era discreta, con letreros pequeños y luces suaves, y aunque me repetí que era solo una tienda, mi estómago seguía enredado en un nudo. En cuanto crucé la puerta, me di cuenta de que estaba en otro mundo. Las paredes estaban decoradas con luces tenues, y música suave sonaba de fondo, casi como para relajar a los visitantes. No me esperaba tanta variedad, y al ver la cantidad de artículos que ofrecían, el primer impulso fue darme la vuelta e irme.

La primera sección que observé estaba dedicada a los lubricantes. Había una variedad impresionante: desde los más simples hasta otros con sabores y efectos de calor o frío. Algunos venían en envases de colores brillantes, y otros tenían un aspecto más elegante, casi como si fueran productos de cuidado personal.

Más adelante, me encontré con estantes y vitrinas que exhibían una serie de juguetes y accesorios que jamás habría imaginado. Había filas de vibradores de todos los tamaños y colores, algunos tan pequeños que apenas cabían en la palma de una mano y otros… bueno, más grandes de lo que me parecía humanamente posible. Observé uno color rosa suave, con una forma curvada que, según la etiqueta, estaba diseñado para “estimulación máxima”. Mi cara seguramente se puso roja al instante.

Di un paso hacia el estante y me encontré con un conjunto de esposas y vendas de satén negro. La idea de usarlas me causó una mezcla de vergüenza y curiosidad. Al lado, había un kit que incluía una especie de pluma, aceites para masajes y algo llamado “pintura corporal comestible”. Las etiquetas sugerían ideas para crear “momentos inolvidables de intimidad”. Nunca pensé que tantas cosas pudieran estar enfocadas a algo tan específico. Recordé lo que Dylan me había dicho sobre probar cosas nuevas y sentí que una de esas opciones podría ser ideal para una primera vez, sin ir demasiado lejos. Me llamaba la atención un pequeño kit con varios artículos sencillos, y pensé que podría ser un buen comienzo.

Había también una sección de aceites y velas aromáticas. Decidí tomar una vela que al derretirse se convertía en aceite tibio para masajes. Me pareció algo un poco más romántico y menos intimidante que los juguetes, pero igual de efectivo para crear un ambiente íntimo.

Mientras me movía entre los pasillos, una mujer de aspecto amable, probablemente acostumbrada a ver a clientes primerizos como yo, se me acercó con una sonrisa amistosa, algo que en lugar de tranquilizarme, me puso más nervioso.

—¿Es tu primera vez en una tienda como esta? —preguntó, sin pizca de juicio en la voz.

Asentí, algo avergonzado.

—Sí… Estoy buscando algo para sorprender a mi esposa. Algo que no sea demasiado… —hice una pausa, buscando la palabra correcta—. Demasiado intenso, ya sabes.

—Te entiendo. Mira, si es tu primera vez aquí, te recomiendo empezar con algo sencillo. Tal vez un masajeador pequeño, un set de aceites aromáticos. Son perfectos para crear ambiente y pueden ser bastante sensuales sin ir demasiado lejos. Claro que si te sientes más en confianza, puedes llevar un vibrador. Nunca falla.

—Sí… Muchas gracias —contesté algo incómodo.

Luego, mis ojos se detuvieron en una caja que contenía un juego de cartas con instrucciones de “retos” y “pruebas” para parejas. Según la descripción, las cartas contenían desafíos divertidos y sensuales para romper la rutina. Parecía algo inocente en comparación con los otros artículos, así que lo añadí a la pequeña pila que comenzaba a formar.

Antes de que me diera cuenta, me encontraba mirando un vibrador que tenía varias funciones, con ajustes de intensidad y hasta una opción para control remoto. La idea de usar algo así me ponía incómodo, pero también me hacía sentir que estaba tomando en serio el consejo de Dylan de probar cosas nuevas. Tomé aire y lo añadí a la canasta.

Al final, llevaba el masajeador, el juego de cartas y el vibrador multifuncional. Mientras me dirigía a la caja, sentía una mezcla de alivio y ansiedad. La vendedora sonrió con amabilidad cuando me acerqué, y me hizo una broma sobre cómo "sería una noche interesante". No pude evitar sonreírle de vuelta, aunque el nerviosismo me seguía pesando.

Salí de la tienda con la bolsa en la mano, sintiendo que acababa de pasar un pequeño rito de iniciación. No sabía cómo reaccionaría Diana, pero al menos estaba haciendo algo distinto, algo que nos sacaría de la rutina. Y, después de todo, lo hacía porque quería revivir lo que teníamos, traer de vuelta esa chispa que, en algún momento, habíamos dejado escapar.

Mientras manejaba de regreso a casa, sentía una mezcla de emoción y nerviosismo. Había algo estimulante en la idea de sorprender a Diana, de romper con la monotonía de las últimas semanas y probar algo diferente. Las bolsas en el asiento del copiloto parecían casi brillar, recordándome lo que traía. Mi mente ya se estaba imaginando el ambiente, los detalles de la noche, y la cara de Diana cuando viera que realmente me estaba esforzando.

Sin embargo, al llegar a casa, algo inesperado me hizo frenar de golpe antes de estacionar. En la entrada, vi un coche que reconocí de inmediato: el de Evelyn, la amiga de Diana. Con Evelyn ahí, no podía entrar con las bolsas en la mano y casualmente dejarlas en el pasillo. Miré alrededor, buscando un lugar discreto donde dejarlas. Opté por meterlas debajo del asiento trasero del coche, esperando que nadie revisara ahí. Me aseguré de que no se vieran y me tomé un momento para calmarme.

Entré a la casa y escuché voces y risas en la sala. Diana me recibió con una sonrisa y se acercó para darme un beso, mientras que Evelyn, sentada en el sillón, me miró con una expresión de curiosidad y una leve sonrisa en los labios.

Evelyn se levantó y caminó hacia mí para saludarme. Venía vestida de una forma casual pero con un toque de sensualidad que no se le podía ignorar. Llevaba una blusa de seda en un tono verde oscuro que contrastaba con su piel, con un escote discreto pero que insinuaba su forma de manera atractiva. La tela caía de forma suave, destacando sus hombros y un poco de clavícula. Abajo, usaba unos jeans ajustados que resaltaban sus piernas.

—Mucho gusto, Diego. Diana ya me ha hablado bastante de ti —dijo Evelyn con una sonrisa amigable, y un toque de curiosidad en la mirada.

—El gusto es mío, Evelyn. Bienvenida —respondí, intentando sonar casual mientras recordaba las bolsas escondidas en el coche.

Evelyn tenía un aire despreocupado y carismático, y mientras nos saludábamos, noté el suave aroma de su perfume floral que la envolvía sutilmente, un detalle que parecía cuidadosamente pensado para ser cautivador sin llamar demasiado la atención.

—Espero que no sea una molestia —añadió ella, mirándome con una expresión un tanto divertida, como si notara mi ligera incomodidad—. Diana y yo estábamos recordando viejos tiempos.

—Para nada, es un gusto tenerte aquí —respondí, sintiendo cómo mis planes para la noche se diluían lentamente.

Diana, ajena a mis pensamientos, parecía contenta de ver a su amiga y no tardó en volver al tema de la cena.

—Oye, Diego, estábamos pensando en preparar algo de cenar. ¿Por qué no nos ayudas?

Asentí, aunque mi mente estaba en otra parte. Mientras preparábamos la cena juntos, no podía evitar mirar de reojo hacia el coche, donde las bolsas esperaban escondidas. Sentía una mezcla de nerviosismo y frustración: había planeado algo especial para Diana, y ahora me encontraba preparando la cena con su amiga, que parecía estar disfrutando de la noche sin ninguna prisa.

Finalmente, mientras servíamos la cena, traté de relajarme y unirme al momento. Mientras la conversación continuaba fluyendo entre Diana y Evelyn, disfrutando de la cena, noté que de repente, Evelyn se levantó de la mesa con una sonrisa.

—Voy al baño. Ya regreso —dijo levantandose.

No pude evitar seguirla con la mirada. Mientras caminaba hacia el baño, su blusa de seda se movía con gracia, resaltando cada movimiento de su cuerpo. Cuando giró levemente, la visión de sus caderas y la curvatura de sus nalgas me hizo tragar en seco. Me sentí un poco culpable por mis pensamientos, pero no podía negar que su figura era impactante.

Poco después, mientras trataba de desviar mi atención hacia la conversación que había quedado en suspenso, Evelyn regresó y se acomodó nuevamente en su silla. Antes de que pudiera pensar en otra cosa, ella sonrió y, con un tono ligero, dijo:

—Oye, Diego —dijo de repente, entre risas—, este sábado tenemos un evento de la empresa, y queríamos invitarte a que fueras.

La propuesta me tomó por sorpresa.

—No lo sé… No soy mucho de esas cosas —respondí, inseguro.

Evelyn puso cara de complicidad y se inclinó un poco hacia mí, sus ojos brillando con algo entre diversión y picardía.

—No te preocupes, es algo tranquilo entre compañeros. Y aquí entre nos, se van a rifar muy buenos premios, eh —dijo con un tono persuasivo.

Aún así, miré a Diana, esperando que ella lo rechazara para ahorrarme la decisión.

—Bueno… —comenzó Diana, volviéndose hacia Evelyn—, me gustaría, sí. Hace mucho que no salimos a algo así.

—Ya ves, Diego, sé un buen esposo y llévala el sábado. No se arrepentirán, te lo aseguro —añadió Evelyn, dándome una mirada cómplice.

Al ver la sonrisa de Diana, suspiré y acepté. Quizás tenía razón; salir no nos vendría mal, y además, esto podría ayudarnos a salir de la rutina.

—Está bien, creo que no hace daño salir de vez en cuando —dije, intentando sonreír.

Después de cenar y estar un rato charlando. Evelyn se levantó con una sonrisa triunfal y se despidió de nosotros.

—Entonces, mañana a las 8:00 pm. Los veo allí. Fue un placer conocerte, Diego.

—El placer es mío, Evelyn.

La vi salir con esa misma seguridad que había mostrado desde el principio.


Era sábado por la mañana, y gracias a mi día libre, me desperté con una sensación de tranquilidad que no sentía hace tiempo. El olor a comida que se filtraba por la casa era irresistible. Decidí seguir ese aroma y bajé las escaleras, anticipando el desayuno que Diana seguramente había preparado.

Al llegar a la cocina, la vi de espaldas, concentrada en sus quehaceres. Su húmeda melena caía en cascada por su espalda, y el camisón que llevaba, le llegaba hasta medio muslo, resaltaba la suavidad de su piel. Las largas piernas que se extendían hasta sus pies descalzos parecían invitarme a acercarme más.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo amaneciste? —dijo Diana, girándose para encontrarme con una sonrisa radiante.

—Con hambre, para serte sincero —respondí mientras la abrazaba por detrás, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.

—Bien, pues ya está listo el desayuno. Solo déjame servirte y…

—No me refería a esa clase de hambre —interrumpí, comenzando a besar suavemente su cuello.

—Diego, por favor —dijo, aunque su voz sonaba divertida más que seria—. Te prometo que después de la fiesta tendremos algo de acción, ¿sí? —me miró con ojos suplicantes.

—Está bien —suspiré, sabiendo que debía ser paciente.

—Gracias por entender, cariño —me dio un beso en el cachete—. Anda, ven a desayunar.

El día transcurrió en un ambiente ligero y despreocupado, como si el tiempo se hubiera detenido para permitirnos disfrutar de cada momento. Ya era de noche cuando los últimos rayos de sol se despidieron, y la luz cálida de las lámparas comenzó a llenar la habitación. Mientras Diana terminaba de arreglarse en el baño, con el suave sonido del secador de pelo de fondo, me dediqué a leer un libro en el sofá.

Al acercarse la hora del evento, decidí que era hora de avisar a Diana.

—Amor —toqué la puerta del baño—. Ya son pasadas las 8, ya vamos con retraso.

—Aguanta, cariño, ya casi salgo —respondió desde adentro.

—Bueno, esperaré abajo, no te tardes.

Mientras aguardaba, no pude evitar sentirme ansioso. Aunque a Diana le importaba mantener ciertas normas de etiqueta en eventos como ese, a mí me preocupaba que todo el ritual de arreglarse nos hiciera llegar más tarde. En mi mente, el deseo de simplemente disfrutar de la noche se mezclaba con la necesidad de ver a mi esposa lista y radiante.

—Ahora sí, ya estoy lista, cariño —anunció Diana al bajar por las escaleras.

Mi reacción fue instantánea. La miré con asombro, como siempre que la veía vestida para salir. En esta ocasión, llevaba un ajustado vestido negro sin tirantes que abrazaba su figura de manera seductora. La tela resaltaba sus anchas caderas y, mientras bajaba lentamente, su bolso de mano complementaba su apariencia elegante e imponente.

—Me apetecía usar estos tacones que combinan con mi vestido, pero no sé, estos me hacen lucir muy alta y siento que me mirarían como un fenómeno o algo —dijo entre risas, buscando mi aprobación.

—¿De qué hablas? Luces preciosa —respondí, sintiendo que tenía que empujarla a abrazar su belleza.

—Gracias… sabes, pensé que no te agradaba que me viera mucho más alta que tú.

—Tonterías, eso ya quedó en el pasado. Anda, anímate y póntelos.

—No estoy segura, ¿no crees que de por sí ya me veo demasiado alta? —me miró, dudando.

—Ni lo menciones, ya sabes que no tienes que acomplejarte por eso —le dije, tratando de ser firme.

—Es solo que —se detuvo por un momento—, tienes razón, no debería preocuparme por eso, pero quizá en otro momento me los ponga —finalizó.

—Como quieras —respondí, aunque sabía que su inseguridad la seguía acechando.

Mientras nos dirigíamos al coche, no pude evitar reflexionar sobre los años que Diana había pasado lidiando con su estatura. Desde la secundaria, creció más rápido que sus compañeros, haciendola la más alta de la clase. Tuvo que soportar muchas burlas relacionadas a su estatura. Era doloroso pensar en cómo esos comentarios habían marcado su autoestima, dejándola con un complejo que le había costado años de terapia superar. Aunque en la actualidad se mostraba más segura, sabía que aún había momentos de duda.

Yo, por otro lado, a veces me sentía inseguro al ser más bajo que ella. Con 1.70 m, mientras que ella medía 1.80 m. La gente solía comparar nuestra estatura, cosa que me molestaba más de lo que me gustaría admitir. Intentaba disimularlo, no solo para no incomodarla, sino porque sabía que no debería importar. Sin embargo, era una lucha interna que me dejaba con un sabor amargo.

Al llegar al salón de eventos, me percaté de que había más gente de la que esperaba. Esto me incomodó, ya que no soy una persona que disfrute de las grandes aglomeraciones. Mientras buscaba un lugar tranquilo, divisé al fondo a Evelyn levantando la mano para que nos acercáramos a ella. Junto a Evelyn se encontraba un hombre que lucía estar en sus cincuenta.

—Hola, Diego, este es mi novio, José —dijo Evelyn, acercándose y saludando de beso en esta ocasión.

—Mucho gusto, José —extendí mi mano para saludarlo.

—El gusto es mío —me respondió mientras me estrechaba la mano con firmeza—. Adelante, siéntense.

—Menos mal que llegaron, pensé que no vendrían —dijo Evelyn con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Bueno, Diana se ha tomado su tiempo —respondí.

—Y vaya que mereció la pena, estás espectacular —le dijo José a Diana. Su tono de voz era cordial, pero había algo en su mirada que me hizo sentir un leve malestar.

—Muchas gracias, señor José —respondió Diana con un ligero rubor en sus mejillas.

—Vamos, ya te he dicho que me llames José, con toda confianza, estamos entre amigos.

—Sí, lo siento —Diana parecía algo incómoda.

—Bien, ya estamos casi todos, solo falta Leo —dijo Evelyn.

Así que José era el jefe de Diana, ya se me hacía raro que Evelyn estuviera con un tipo como él, aún sabiendo que, según ella, la tenía chica. No hacía más que confirmar que la amiga de Diana no solo era una zorra, sino también una interesada y luego estaba Leo, quien según Evelyn iba tras Diana, no lo conocía, pero de entrada ya me caía mal.

—Ya vengo, tengo que ir al baño —dijo Diana, interrumpiendo mis pensamientos.

—Yo te llevo, linda, para que no te pierdas —respondió Evelyn, riendo mientras tomaba del brazo a mi esposa y se dirigían hacia el baño.

Una vez que se fueron, no pude evitar echarle una miradita a Evelyn. Menudo cuerpo tenía aquella morenaza en esos pantalones vaqueros ajustados que resaltaban sus curvas.

—¿Vaya culo tiene, eh? —dijo José con orgullo, al notar hacia dónde se dirigía mi mirada.

—Solo quería ver en qué dirección estaba el baño —traté de parecer convincente, aunque no podía evitar sonrojarme.

—Vamos, sin rodeos —rió—. ¿Las mujeres son para el deleite del hombre o me equivoco?

—Bueno, algo de razón tiene usted —asentí, sin poder evitar una ligera sonrisa.

—Y ¿cómo van las cosas con Diana? —me preguntó, su mirada fija en mis ojos.

—Muy bien, diría yo —me serví un poco de refresco, tratando de mantener la conversación ligera.

—Sí que usted es un suertudo. Mira que tener a una tremenda mujer como Diana es un privilegio.

—Sí, me lo han dicho —respondí, sintiéndome un poco incómodo.

—Y dime, Diego, ¿no han pensado en tener hijos? —su tono se volvió más serio y me miró a los ojos con intensidad.

—Por el momento no.

—Haces bien, la juventud es para vivirla, no para estar atado con niños —afirmó.

—¿Y qué me dice de usted? —pregunté, tratando de redirigir la conversación.

—Tengo un hijo, como de tu edad. Lo tuve cuando aún era muy joven, y ese ha sido mi error más grande. Aunque no me malentiendas, adoro a mi hijo con toda el alma, pero su nacimiento debió haber esperado un poco.

—¡Don José! —giré mi cabeza al escuchar a un tipo acercándose alegremente a saludar.

—Por fin llegas. Te hemos estado esperando, Leo. Mira, este es Diego, el esposo de Diana —señaló José.

—Hasta que por fin conozco al afortunado. Mucho gusto —me extendió su mano, la cual estreché con firmeza.

—Que tal, un gusto igualmente —respondí, tratando de ocultar mi desdén.

—¿Y dónde están las chicas que no las veo? —preguntó Leo, mirando a su alrededor.

—Fueron al baño, ya regresan —respondió José.

—Bien, pues los dejo que aún me falta gente por saludar —dijo, dando media vuelta y marchándose.

Mientras lo observaba alejarse, no pude evitar pensar que no solo parecía simpático, sino que también era joven y estaba en buena forma. Eso me caía aún peor.

—¿Agradable sujeto, no? —dijo José, mirándome con complicidad.

—Sí, eso parece —contesté, sintiéndome un poco fastidiado.

—Es un tipo de cuidado —me miró a los ojos con seriedad.

—¿A qué se refiere? —pregunté.

—Aquí entre nosotros —dijo bajando el tono de su voz—, Leo es un mujeriego. Se ha enrollado con varias chicas del corporativo, algunas de ellas, mujeres casadas.

—En ese caso, no creo que sea el único que deba tener cuidado —respondí, alzando una ceja.

—Sí, ciertamente, Evelyn es un blanco apetitoso —dijo, dando un trago a su copa mientras su mirada seguía a su esposa.

La conversación se detuvo al ver que nuestras parejas volvían. La música ya comenzaba a sonar, y las personas empezaban a amontonarse en la pista de baile.

—¿No tienes ganas de bailar, cariño? —preguntó Evelyn con una sonrisa juguetona.

—Oh no, ya estoy viejo para eso, pero a mi compañero Diego le encantará, ¿cierto? —dijo José, dirigiendo una mirada expectante hacia mí.

—No lo sé... —respondí, dudando mientras me pasaba la mano por la nuca—. No soy muy bueno en esto…

—Venga, ¡anímate! —insistió Evelyn, quien me tomó del brazo—. Seguro que lo harás bien.

Volteé a ver a Diana para ver qué decía, y ella me dijo que adelante.

Salí a la pista de baile, donde ya había varias parejas moviéndose al ritmo de la música. Evelyn tomó la iniciativa y se acercó a mí con naturalidad, rodeándome la cintura con sus brazos. Hice lo propio, intentando mantener una compostura relajada, pero en cuanto sus ojos, grandes y de un café oscuro, se clavaron en mí, sentí un estremecimiento que no pude controlar. Bajé la mirada hacia su rizado cabello, como intentando escapar de su magnetismo.

—No bailas nada mal, eh —dijo Evelyn, sonriendo.

—Gracias, a decir verdad, tengo tiempo que no bailo —contesté, sintiendo una mezcla de incomodidad y emoción.

—Pues tú muy mal, a Diana le fascina mucho bailar.

—Lo sé, es que me da un poco de pena —confesé, encogiéndome de hombros.

—No tienes porqué, anímate, ya te dije que lo haces bien —su aliento cálido y cercano hizo que me sintiera aún más incómodo.

Al cambiar la canción a una más movida, noté que, en ocasiones, ella hacía roces aleatorios en mi entrepierna. La confusión me invadía; no sabía si eran intencionales o accidentales. Lo cierto es que cada contacto era como una chispa, encendiendo en mí una mezcla de adrenalina y desasosiego.

La música pulsaba a nuestro alrededor, y el calor de la situación comenzaba a invadirme. A pesar de mis esfuerzos por pensar en otras cosas, tener a semejante mujer tan cerca era un desafío que me resultaba imposible de manejar. Me sentía como un adolescente que no sabe cómo controlar una erección en medio de una situación incómoda. Y, de repente, sucedió: Evelyn se pegó aún más a mí, y el cambio en su expresión me hizo pensar que había notado mi lucha interna. Sin embargo, lejos de molestarse, parecía encantada.

—Vaya, vaya, veo que ya estás perdiendo la pena, ¿eh? —me dijo con una sonrisa pícara que desbordaba confianza.

—Evelyn, yo…
—No te preocupes —se rió suavemente—. Me halaga… viniendo de alguien tan apuesto como tú.

Tragué saliva. Miré a mi alrededor en busca de Diana, deseando que estuviera cerca, que algo rompiera la conexión incómoda que Evelyn y yo habíamos creado en ese instante. Pero entre la multitud que abarrotaba la pista de baile, era imposible distinguir a nadie más.

—Necesito… irme —murmuré, soltándome de ella con torpeza. La expresión de sorpresa en su rostro fue evidente, pero mi incomodidad era demasiado intensa como para quedarme.

Me abrí paso entre la multitud hacia el estacionamiento, sintiendo el aire fresco golpearme en el rostro. Necesitaba claridad. Con cada paso que daba, intentaba ordenar mis pensamientos, pero la imagen de Evelyn, su mirada, su proximidad, se repetían una y otra vez en mi mente, llevándome a cuestionarme sobre mi autocontrol. ¿Qué estaba haciendo?

Mientras intentaba calmar la excitación que me había invadido, caí en la cuenta de que llevaba varios minutos fuera. Al regresar al salón, noté que la pista de baile estaba aún más concurrida, con parejas moviéndose al ritmo de la música. Batallé un poco para abrirme paso entre tanta gente, y al llegar a la mesa, noté que Diana no estaba, al igual que Evelyn. Sin embargo, José me recibió con una sonrisa que no podía interpretar del todo.

—¿Dónde está Diana? —pregunté, extrañado por su ausencia.

José no respondió de inmediato; en lugar de eso, movió la mirada hacia la pista de baile. Siguiendo su dirección, mis ojos se encontraron con la escena que me heló la sangre: mi esposa estaba en la pista, y su acompañante no era otro que Leo. La canción que sonaba era de esas que invitan a un baile lento, donde las parejas se pegan de tal manera que cada movimiento se siente como una conexión íntima.

Diana, con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro, apoyaba ambas manos suavemente sobre los antebrazos de Leo de una manera que parecía natural y despreocupada. Él, a su vez, la sostenía firmemente por la cintura, sus ojos brillando con una complicidad que me hizo sentir como si me estuvieran atravesando con un cuchillo. A diferencia de lo que sucedía entre nosotros, Diana tenía que alzar la mirada para encontrar los ojos de su acompañante; Leo era más alto que ella, y ese simple hecho intensificaba la punzada de celos en mi pecho.

La imagen se grabó en mi mente como un recordatorio doloroso de lo que podría estar perdiendo.​
 
Última edición:
Diego , mi querido Diego, en tus narices te la están jugando, es evidente como han preparado todo para que seas el quinto en esa mesa, espero que la confabulación no incluya a Diana, sería una gran decepción que su complicidad bailando con Leo sea la antesala de un plan más atrevido. :cautious:

Bastante burdo y torpe lo que están haciendo, no parecen tener la necesidad de disimular nada, lo que hace pensar una de dos posibles situaciones, subestiman a Diego pensando que no reaccionará ante ningún intento de faltar el respeto a su matrimonio, o, pretenden que desea ser testigo de todo el proceso de seducción de Leo a Diana, en otras palabras que en realidad sea un voyeur consentidor que goza viendo a su mujer con otros.:rolleyes:

Por otro lado resulta incomprensible la abierta participación de su jefe en esta maquinación, si el excesivo acercamiento al confraternizar entre colegas ya es un problema, hacerlo con subordinados lo vuelve una situación explosiva, de estallar no admitiría legalmente justificación plausible. :unsure:
 
Diego , mi querido Diego, en tus narices te la están jugando, es evidente como han preparado todo para que seas el quinto en esa mesa, espero que la confabulación no incluya a Diana, sería una gran decepción que su complicidad bailando con Leo sea la antesala de un plan más atrevido. :cautious:

Bastante burdo y torpe lo que están haciendo, no parecen tener la necesidad de disimular nada, lo que hace pensar una de dos posibles situaciones, subestiman a Diego pensando que no reaccionará ante ningún intento de faltar el respeto a su matrimonio, o, pretenden que desea ser testigo de todo el proceso de seducción de Leo a Diana, en otras palabras que en realidad sea un voyeur consentidor que goza viendo a su mujer con otros.:rolleyes:

Por otro lado resulta incomprensible la abierta participación de su jefe en esta maquinación, si el excesivo acercamiento al confraternizar entre colegas ya es un problema, hacerlo con subordinados lo vuelve una situación explosiva, de estallar no admitiría legalmente justificación plausible. :unsure:
Me vas hacer hablar y no os conviene.
 
Me vas hacer hablar y no os conviene.
Puede que cambien más cosas de las que tenía contempladas. Como te dije por privado, el 2 y 3 cap son totalmente nuevos. Posiblemente sea un reboot tomando algunos argumentos de la vieja historia, aunque aún no estoy seguro, pues me tomaría más tiempo y ahora mismo escribo El Juego de la Universidad que va para largo, y la idea es acabar una primera parte, para seguir con la segunda parte de Navegando en Aguas de Libertad.

Saludos a todos.
 
Última edición:
Puede que cambien más cosas de las que tenía contempladas. Como te dije por privado, el 2 y 3 cap son totalmente nuevos. Posiblemente sea un reboot tomando algunos argumentos de la vieja historia, aunque aún no estoy seguro, pues me tomaría más tiempo y ahora mismo escribo el juego de la universidad que va pa largo, la idea es acabar una primera parte y de ahí seguir con al segunda parte de navegando en aguas de libertad.

Saludos a todos.
Ya te dije por privado como me gustaría que termine.
A mí con que termine la historia bien para Diego me da igual con quien acabe el.
 
Me gustan los cambios en esta versión, son una mezcla entre "Perdiendo a Diana" y "Decadencia Matrimonial". Espero publiques pronto la continuación.
 
5.


—No quiero decir que te lo dije, Diego, pero yo te advertí —dijo José, con una sonrisa que escondía más de lo que mostraba—, ese Leo no pierde una sola oportunidad.

Su comentario resonó en mi cabeza como un eco molesto. Intenté no dejarme llevar por la rabia que empezaba a crecer en mi pecho. Respiré profundo, buscando una excusa, cualquier razón lógica que explicara lo que veía. Diana y Leo se movían al compás de la música, su cercanía parecía natural, incluso casual, pero para mí era un desfile de inseguridades.

—Solo están bailando —respondí, tratando de sonar despreocupado, aunque la tensión en mi voz era evidente.

José levantó una ceja, evaluándome como si fuera un libro abierto. Dio un sorbo a su copa, y luego la dejó sobre la mesa con un ruido seco.

—Puede ser, Diego, puede ser —dijo, aunque su tono sugería lo contrario—. Pero hay cosas que uno debe cuidar antes de que se salgan de control.

Miré de nuevo hacia la pista. Diana reía por algo que Leo le había dicho. La expresión en su rostro me era algo familiar; ¿fascinación? ¿coqueteo? Sentí cómo mi garganta se cerraba y el aire parecía escaparse del salón.

—¿Vas a quedarte aquí toda la noche, o vas a hacer algo al respecto? —continuó José, en un tono más bajo, casi susurrando—. Recuerda, Diego, en este juego el que duda, pierde.

Esas palabras me sacudieron, despertando en mí un impulso que no había sentido en mucho tiempo. Me puse de pie de un salto, lo suficientemente rápido como para que la silla golpeara levemente la mesa. José se recostó en su asiento, observándome con un brillo curioso en los ojos, como si estuviera viendo el inicio de un espectáculo prometedor.

Caminé hacia la pista, cada paso sintiéndose más pesado que el anterior. La música cambió a un ritmo más animado, lo que provocó que varias parejas se apartaran para dar espacio. Leo se inclinó sobre Diana y le susurró algo al oído, lo que la hizo reír de nuevo. Esa risa, que normalmente me llenaba de felicidad, ahora parecía un recordatorio cruel de la distancia que se había creado entre nosotros.

Me detuve justo a un par de metros de ellos, la música, las luces y el bullicio se convirtieron en un zumbido lejano. Leo levantó la vista y me vio. Por un momento, sus ojos destilaron sorpresa, pero pronto una sonrisa despreocupada ocupó su lugar.

—Diego, justo a tiempo —dijo, soltando a Diana como si no hubiera pasado nada—. Tu esposa es una excelente bailarina.

Diana giró la cabeza hacia mí, sus ojos brillaban, pero ese brillo se apagó al notar mi expresión.

—Diego, ¿todo bien? —preguntó, con un tono que mezclaba sorpresa y preocupación.

No respondí de inmediato. Miré a Leo, a la posición que tenía junto a ella, y luego a Diana, intentando encontrar las palabras adecuadas. Pero en ese momento, todo lo que sentía era una mezcla de orgullo herido y celos incontrolables.

—¿Podemos hablar un momento? —le dije a Diana, sin quitarle la vista de encima a Leo.

Ella asintió, mordiéndose el labio con nerviosismo. Leo levantó las manos, como si se rindiera.

—Por supuesto, no quisiera interrumpir —dijo, dando un paso atrás—. Los dejo solos.

Mientras lo veía alejarse, noté cómo José, desde la mesa, observaba la escena con una sonrisa ladeada. Todo esto, desde los pasos hasta las miradas, era un juego. Un juego en el que me había involucrado sin quererlo, pero del que sabía que tenía que tomar control.

Diana y yo salimos de la pista en silencio, dejando atrás las risas y la música que marcaban el ambiente festivo. Caminamos hacia la salida del salón, y el aire fresco de la noche nos golpeó el rostro al abrir la puerta. Me detuve un momento, respirando hondo, intentando que el frío me aclarara las ideas. Diana me miró, cruzando los brazos como si quisiera protegerse del viento o de la tensión que nos envolvía.

—Diego, ¿qué pasa? —preguntó, rompiendo el silencio. Su voz era un susurro cargado de preocupación y, quizás, un poco de irritación.

Levanté la vista, encontrando sus ojos que ahora no mostraban la alegría de hacía unos minutos. Ese brillo que había compartido con Leo en la pista había sido reemplazado por una mezcla de duda y desconcierto. Sentí un nudo en la garganta, y mis palabras salieron más ásperas de lo que pretendía.

—¿Qué pasa? Diana, ¿de verdad no te das cuenta? —contesté, sin poder controlar el temblor en mi voz—. Estabas... estabas ahí con él, tan cerca, tan... cómoda.

Diana frunció el ceño y dio un paso hacia mí, pero mantuvo la distancia suficiente para que su presencia no rompiera la barrera invisible que nos separaba.

—¿Eso es lo que te molesta? ¿Un baile? —su tono era firme, casi desafiante—. Diego, estábamos en una fiesta. Solo era un baile, nada más.

Sacudí la cabeza, intentando poner en orden mis pensamientos.

—No es solo un baile, Diana. Es la forma en que lo mirabas, en cómo reías... —respondí.

—¿Oh, ahora estás celoso porque bailé con Leo? —replicó Diana, cruzando los brazos con una mezcla de incredulidad y molestia.

—¿Y qué esperas que diga? —contesté, intentando mantener la calma pero sintiendo cómo me hervía la sangre—. Veo a mi esposa bailando con un hombre que no conozco de nada, que además es... bueno, claramente atractivo, y no puedes dejar de sonreírle. Es lógico que sienta celos, Diana.

Diana soltó un suspiro exasperado y me miró con una mezcla de cansancio y desaprobación.

—¿De verdad, Diego? ¿Y yo no tengo derecho a divertirme un poco? —me respondió, levantando una ceja—. Tú también estabas bailando con Evelyn, a quien apenas conoces. Yo bailaba con Leo, un amigo de años. ¿No te parece una doble moral?

Abrí la boca para responder, pero mis palabras se atoraron por un segundo. Finalmente, logré decir:

—No es lo mismo —dije, aunque mi voz no sonaba muy convencida—. Bailar con Evelyn fue… no sé, fue solo porque me insistieron. Pero contigo y Leo… sentí algo diferente. Había algo en la forma en que se miraban, en cómo te reías con él…

Diana dejó escapar una risa seca y amarga.

—¿Ahora no puedo sonreírle a un amigo? ¿No puedo reírme de las bromas de un hombre sin que pienses que estoy coqueteando? —Su mirada era desafiante—. La amistad entre hombres y mujeres sí existe, Diego. Me parece ridículo que te pongas así solo porque le sonreí a un amigo. Y, además, te recuerdo lo mucho que me gusta bailar. Es algo que disfruto, que me llena de energía, y sin embargo… ¿cuánto tiempo llevamos sin bailar juntos? —su voz se suavizó apenas, pero el reproche seguía ahí—. Y hoy, solo porque te animaron un poco, ya estabas bailando con Evelyn, alguien que acabas de conocer.

Me quedé en silencio, tragando la incomodidad que crecía dentro de mí. Su mirada me atravesaba, y no podía ignorar lo cierto que sonaban sus palabras. Me vino a la mente la imagen de Evelyn, tan cerca de mí en la pista, con nuestras manos enredadas y la música envolviéndonos. Me sentí hipócrita, y el nudo en mi garganta se hizo más apretado.

—Discúlpame, Diana —murmuré, sintiendo que cada palabra pesaba—. Me dejé llevar.

Ella se giró hacia mí, con una expresión de sorpresa mezclada con incredulidad. Tal vez no esperaba que me disculpara tan rápido.

—La verdad, a veces me sorprendes —dijo, negando con la cabeza.

Asentí, sin defenderme, sintiendo el peso de lo ocurrido.

—Ya te lo dije… no estaba acostumbrado a verte con otro hombre, y… no sé, simplemente me dejé llevar por los celos. No es justo para ti. Lo siento.

Diana suspiró, cruzándose de brazos, y después de unos segundos asintió ligeramente.

—Bueno, ya. Dejémoslo por la paz —respondió al fin, aunque no sin un dejo de molestia en la voz.

La tensión entre nosotros no desapareció, pero las palabras quedaron flotando, y ninguno de los dos parecía tener más fuerzas para discutir. La noche avanzó sin más altercados; entre sonrisas incómodas y conversaciones triviales, ambos parecíamos fingir que todo estaba bien. Pero, en el fondo, el eco de esa incomodidad persistía.

Ya en casa, el silencio entre nosotros seguía siendo espeso. Por un momento pensé en acercarme a ella, en tratar de romper esa barrera invisible, pero el agotamiento y la incomodidad me frenaron. Me quedé ahí, mirando el techo en la oscuridad, mientras el eco de la velada rondaba en mi mente. Había algo más profundo detrás de esos celos, algo que no lograba descifrar del todo, y que no sabía si quería enfrentar.


Al día siguiente, no podía quitarme de la cabeza lo que había pasado. Me sentía incómodo, un poco paranoico e inseguro, como si algo entre Diana y yo no estuviera bien. Así que le marqué a Dylan, esperando aclarar mis pensamientos.

—¿Diego? —respondió con un tono animado.

—Hola, hermano. Te llamo porque necesito sacarme algo de la cabeza... Tengo desde la noche sintiéndome así, y no sé si estoy exagerando o si es culpa mía.

—¿Qué pasa? Cuenta conmigo, ya sabes que puedes hablarme de lo que sea.

—Anoche fui a una fiesta con Diana. Al principio, una amiga de ella me insistió en que bailara; al final cedí, aunque no quería. —Suspiré, recordando el momento—. El baile se puso un poco... intenso. Hubo algunos roces, y joder, me sentí como un adolescente incapaz de controlarse. La verdad es que apenas logré mantener la compostura y detenerme, pero igual me siento fatal, como si hubiera traicionado a Diana de alguna manera.

Dylan hizo una pausa, como procesando lo que le acababa de decir, y luego respondió con un tono comprensivo.

—Hermano, te entiendo, de verdad. No eres de piedra, y encima, si no me equivoco, llevas un tiempo sin una vida íntima regular con Diana, ¿no? Así que cualquier contacto más intenso va a tener un efecto en ti, es natural. No te castigues por eso; no hay nada de malo en sentirse atraído por alguien si sabes dónde está el límite.

—Sí, supongo… pero, aun así, no puedo evitar sentirme culpable. Y no solo por eso. Cuando salí a tomar aire y luego regresé, vi a Diana bailando con Leo —dije, apretando los dientes al recordar la escena—. No lo conozco bien y, no sé, la forma en que bailaban, cómo se miraban y sonreían… Sentí unos celos terribles, como si hubiera algo entre ellos que yo no podía entender.

—Vaya, vaya. No estás loco por sentirte así, hermano. Es normal que esos celos aparezcan —dijo Dylan, mostrándose paciente—. Sigue, suéltalo todo.

—Me acerqué y le pedí a Diana que habláramos. Le expliqué que me incomodaba verla así con él. Pero su respuesta me dejó frío: me dijo que estaba exagerando, que solo era un amigo y que, para colmo, yo también había estado bailando con Evelyn, alguien que apenas conozco. La verdad es que me dejó hecho un lío. Me siento como un idiota, y al mismo tiempo me doy cuenta de que quizá tiene razón. ¿Con qué cara le reclamo algo si yo mismo permití que Evelyn me bailara tan cerca? —Suspiré, sintiendo el peso de mi propio juicio sobre mí.

Dylan guardó silencio por unos segundos y luego habló con calma.

—Mira, Diego, te voy a ser sincero. Te equivocaste dejando que Evelyn se soltara contigo, pero lo bueno es que tuviste la sensatez de cortar el asunto antes de que fuera más allá, y tuviste suerte de que Diana no los viera. Si no, ahorita estaríamos hablando de algo mucho más grave.

—Sí, lo sé… —dije, tratando de ahogar la culpa que me comía por dentro.

—Ahora, hablando de Diana… Entiendo que sientas celos, aunque Diana diga que solo es un amigo, pero ya te lo digo yo, la amistad entre hombres y mujeres es complicada, sobre todo si ambos son atractivos. Y bueno, tu esposa es un mujerón, ¿no? Puede que ahora no haya nada entre ellos, pero te aseguro que si Leo está rondando, es porque no está ahí solo por amistad. No existe el amigo; existe el hombre paciente, el que espera el momento justo para lanzarse cuando te descuides o cuando Diana tenga la guardia baja.

—¿Y qué hago con esto, entonces? No quiero volverme un celoso irracional, pero tampoco quiero ignorar lo que siento —repliqué, sintiéndome atrapado.

—Primero que nada, no sigas reprochándole a Diana por Leo sin tener pruebas o argumentos sólidos. Eso solo logrará que ella sienta que no confías en ella y pondrá más distancia entre ustedes. Lo que sí puedes hacer es concentrarte en lo que está bajo tu control: tu relación con ella, día a día. Recuerda lo que hablamos la otra vez sobre reconectar, sobre esos pequeños detalles que fortalecen una relación. No permitas que tus inseguridades se apoderen de ti.

Me quedé un momento en silencio, dejando que sus palabras calaran en mí.

—Tienes razón, Dylan. Gracias por escucharme. Siento que necesitaba sacarlo y escucharlo de alguien más para entenderlo mejor.

—Para eso estamos, hermano, ya lo sabes. Cuando quieras hablar, aquí estaré. —Soltó una pequeña risa—. Pero ahora te dejo porque mi señora esposa me está esperando para ir al centro comercial. Cuídate, Diego.

—Igualmente, Dylan. Gracias de nuevo. Nos hablamos pronto.

Colgué el teléfono, sintiéndome un poco más tranquilo. Aun así, había una sensación persistente de inquietud que no se disipaba del todo. Sabía que Dylan tenía razón, pero también sabía que mis celos e inseguridades eran algo que debía enfrentar, por Diana y por mí.
 
Última edición:
Esa situacion de celos, pero de deseo de verla con otro...
No se ha manifestado ese deseo en Diego, al menos hasta ahora, todas sus reacciones han sido de genuinos celos de que otro hombre esté cerca de Diana, ni afectiva ni físicamente, sería decepcionante que cambiara a una actitud más consentidora. :cool:
 
A pesar del amargo sabor que ha dejado esta fiesta en Diego, puede rescatar valiosa información que puede servir para mantener la integridad de su matrimonio, un mínimo de perspicacia necesitará para deducir el papel de cada uno en esta maquinación que parece haberse fraguado en el entorno laboral de Diana, donde un avezado José parece conducir los hilos de Evelyn y Leo tras la nueva víctima que representa Diana y su matrimonio, algo que aparenta ser costumbre en ellos. :cautious:

Recién están comenzando, con una situación muy bien orquestada han logrado provocarle celos que han hecho aflorar sus más primitivas inseguridades, exponiendo ante Diana su lado menos atractivo como hombre, incapaz de dar sólidos argumentos que justifiquen su reacción ha quedado como un perfecto imbécil, inseguro y paranoico, que desconfía de ella, elementos que pueden reflejar un problema más profundo, una falta de confianza en ellos mismos como pareja, como matrimonio. :rolleyes:

Esperaba una reacción algo más contundente de Diego, sin necesidad de ser física, era la oportunidad de establecer ciertos límites. :cool:
 
Última edición:
A pesar del amargo sabor que ha dejado esta fiesta en Diego, puede rescatar valiosa información que puede servir para mantener la integridad de su matrimonio, un mínimo de perspicacia necesitará para deducir el papel de cada uno en esta maquinación que parece haberse fraguado en el entorno laboral de Diana, donde un avezado José parece conducir los hilos de Evelyn y Leo tras la nueva víctima que representa Diana y su matrimonio, algo que aparenta ser costumbre en ellos. :cautious:

Recién están comenzando, con una situación muy bien orquestada han logrado provocarle celos que han hecho aflorar sus más primitivas inseguridades, exponiendo ante Diana su lado menos atractivo como hombre, incapaz de dar sólidos argumentos que justifiquen su reacción ha quedado como un perfecto imbécil, inseguro y paranoico, que desconfía de ella, elementos que pueden reflejar un problema más profundo, una falta de confianza en ellos mismos como pareja, como matrimonio. :rolleyes:

Esperaba una reacción algo más contundente de Diego, sin necesidad de ser física, era la oportunidad de establecer ciertos límites. :cool:
No sé que querías que hiciera, si encima la señorita se enfada por decirle nada.
A mí Diana no me gusta nada desde el minuto 1 y el gilipollas y niñato de Leo todavía menos.
 
No sé que querías que hiciera, si encima la señorita se enfada por decirle nada.
A mí Diana no me gusta nada desde el minuto 1 y el gilipollas y niñato de Leo todavía menos.
Ser más firme, es que imaginaba a Diego con un carácter más determinado, menos dócil, no parece convencido ni de sus propios principios ni de su instinto.
 
Última edición:
Más que firme, creo que su discurso fue pobre y mal dirigido.

Creo que debió orientar su molestia hacia él y no a ella. Entre gitanos no nos leemos las manos. Uno reconoce las señales, y lo que hacía Leo no es la excepción, y él debió poner en alerta a su esposa de forma calmada, incluso contando lo que sabe de él por lo que le dijo el esposo de su amiga.

Pero Parece que nuestro protagonista es medio idiota. No podemos esperar mucho de él.
 
Más que firme, creo que su discurso fue pobre y mal dirigido.
Creo que debió orientar su molestia hacia él y no a ella. Entre gitanos no nos leemos las manos. Uno reconoce las señales, y lo que hacía Leo no es la excepción, y él debió poner en alerta a su esposa de forma calmada, incluso contando lo que sabe de él por lo que le dijo el esposo de su amiga.
Pero Parece que nuestro protagonista es medio idiota. No podemos esperar mucho de él.

Es lo que siempre me ha molestado en situaciones así, me refiero a parejas sexualmente exclusivas. Me explayaré algo.
Tener una pareja deseable por otros es motivo de orgullo para cualquiera, deseos que despertarán sueños y fantasías en el entorno cercano donde desarrollan la relación, nada malo si se maneja bien, incluso puede servir como morboso ingrediente en la intimidad, teniendo en cuenta que jugar con los deseos y fantasías de aquellos que no tienen acceso a tu pareja no es para cualquiera, siendo un área que puede tener muchos caminos sin retorno.
Descubrir en flagrancia a otro intentando seducir a tu pareja, lo cambia todo, vuelve real todo ese mundo de fantasía, donde la primera pérdida que se sufre es la confianza, empiezas a dudar de todo y en todos.
Siempre he considerado mal aplicado ese principio de responsabilidad única en la participación de tu pareja, que sin duda es la mayor, y deberán ambos resolverla, sin embargo, la actuación de ese otro, frente a todos, y en tu presencia, es un velado mensaje que te envía, te da a entender que lo que considerabas como tu exclusivo territorio, puede llegar a ser no tan exclusivo, y ahí es cuando debes encargarte de recordarle quién eres, la manera que lo hagas ya depende del nivel de inteligencia emocional que poseas, que lo hagas es ineludible. :cool:
 
Es lo que siempre me ha molestado en situaciones así, me refiero a parejas sexualmente exclusivas. Me explayaré algo.
Tener una pareja deseable por otros es motivo de orgullo para cualquiera, deseos que despertarán sueños y fantasías en el entorno cercano donde desarrollan la relación, nada malo si se maneja bien, incluso puede servir como morboso ingrediente en la intimidad, teniendo en cuenta que jugar con los deseos y fantasías de aquellos que no tienen acceso a tu pareja no es para cualquiera, siendo un área que puede tener muchos caminos sin retorno.
Descubrir en flagrancia a otro intentando seducir a tu pareja, lo cambia todo, vuelve real todo ese mundo de fantasía, donde la primera pérdida que se sufre es la confianza, empiezas a dudar de todo y en todos.
Siempre he considerado mal aplicado ese principio de responsabilidad única en la participación de tu pareja, que sin duda es la mayor, y deberán ambos resolverla, sin embargo, la actuación de ese otro, frente a todos, y en tu presencia, es un velado mensaje que te envía, te da a entender que lo que considerabas como tu exclusivo territorio, puede llegar a ser no tan exclusivo, y ahí es cuando debes encargarte de recordarle quién eres, la manera que lo hagas ya depende del nivel de inteligencia emocional que poseas, que lo hagas es ineludible. :cool:
Yo creo que hay que evitar a toda costa exponerse ante tu pareja (en el supuesto en que no sea algo descarado), ya que siempre está la posibilidad de que ella realmente no tenga malicia en lo que hace, simplemente ingenuidad. Aun así, es posible que incluso te mienta para escapar de un posible reclamo tuyo. El punto está en que uno siempre tiene las de perder al iniciar esa discusión.

A mí me pasó algo parecido a la historia. No estaban bailando, pero si se pusieron a conversar en un momento solos. Yo ya era un viejo zorro en esas lides, y en ese tiempo mi esposa estaba en su mejor momento y era muy deseable para cualquiera, y yo vi en él los gestos y poses que yo hacía en mis épocas 😁. Incluso me acerqué luego de un rato y estuvimos conversando en buena onda.

Ya solos le dije mis apreciaciones, incluso medio riendo, que tuviera cuidado con ese lobo. Ella me miró extrañada (o haciéndose :LOL:) diciendo que no le parecía. Yo le dije que nunca he sido celoso y que ella lo sabía, y en este caso tampoco son celos, sólo son señales que reconozco, y que tuviera cuidado. Luego de unos días me contó que el tipo le escribió por redes sociales (tenían amigos en común) y que en una de esas conversaciones le propuso ir a tomar algo en onda de amigos. Luego de eso, ella me dijo que enfrió esas conversaciones hasta que ya no volvieron a hablar.

La cosa para mi es mantener la calma para no quedar mal parado, en caliente casi siempre sale mal el tiro.

En el caso de esta historia es más complicado, ya que el tipo es alguien que frecuenta con ella, y ahí se tendría que enfrentar de otra manera. Pero siempre con cabeza fría.
 
5.


—No quiero decir que te lo dije, Diego, pero yo te advertí —dijo José, con una sonrisa que escondía más de lo que mostraba—, ese Leo no pierde una sola oportunidad.

Su comentario resonó en mi cabeza como un eco molesto. Intenté no dejarme llevar por la rabia que empezaba a crecer en mi pecho. Respiré profundo, buscando una excusa, cualquier razón lógica que explicara lo que veía. Diana y Leo se movían al compás de la música, su cercanía parecía natural, incluso casual, pero para mí era un desfile de inseguridades.

—Solo están bailando —respondí, tratando de sonar despreocupado, aunque la tensión en mi voz era evidente.

José levantó una ceja, evaluándome como si fuera un libro abierto. Dio un sorbo a su copa, y luego la dejó sobre la mesa con un ruido seco.

—Puede ser, Diego, puede ser —dijo, aunque su tono sugería lo contrario—. Pero hay cosas que uno debe cuidar antes de que se salgan de control.

Miré de nuevo hacia la pista. Diana reía por algo que Leo le había dicho. La expresión en su rostro me era algo familiar; ¿fascinación? ¿coqueteo? Sentí cómo mi garganta se cerraba y el aire parecía escaparse del salón.

—¿Vas a quedarte aquí toda la noche, o vas a hacer algo al respecto? —continuó José, en un tono más bajo, casi susurrando—. Recuerda, Diego, en este juego el que duda, pierde.

Esas palabras me sacudieron, despertando en mí un impulso que no había sentido en mucho tiempo. Me puse de pie de un salto, lo suficientemente rápido como para que la silla golpeara levemente la mesa. José se recostó en su asiento, observándome con un brillo curioso en los ojos, como si estuviera viendo el inicio de un espectáculo prometedor.

Caminé hacia la pista, cada paso sintiéndose más pesado que el anterior. La música cambió a un ritmo más animado, lo que provocó que varias parejas se apartaran para dar espacio. Leo se inclinó sobre Diana y le susurró algo al oído, lo que la hizo reír de nuevo. Esa risa, que normalmente me llenaba de felicidad, ahora parecía un recordatorio cruel de la distancia que se había creado entre nosotros.

Me detuve justo a un par de metros de ellos, la música, las luces y el bullicio se convirtieron en un zumbido lejano. Leo levantó la vista y me vio. Por un momento, sus ojos destilaron sorpresa, pero pronto una sonrisa despreocupada ocupó su lugar.

—Diego, justo a tiempo —dijo, soltando a Diana como si no hubiera pasado nada—. Tu esposa es una excelente bailarina.

Diana giró la cabeza hacia mí, sus ojos brillaban, pero ese brillo se apagó al notar mi expresión.

—Diego, ¿todo bien? —preguntó, con un tono que mezclaba sorpresa y preocupación.

No respondí de inmediato. Miré a Leo, a la posición que tenía junto a ella, y luego a Diana, intentando encontrar las palabras adecuadas. Pero en ese momento, todo lo que sentía era una mezcla de orgullo herido y celos incontrolables.

—¿Podemos hablar un momento? —le dije a Diana, sin quitarle la vista de encima a Leo.

Ella asintió, mordiéndose el labio con nerviosismo. Leo levantó las manos, como si se rindiera.

—Por supuesto, no quisiera interrumpir —dijo, dando un paso atrás—. Los dejo solos.

Mientras lo veía alejarse, noté cómo José, desde la mesa, observaba la escena con una sonrisa ladeada. Todo esto, desde los pasos hasta las miradas, era un juego. Un juego en el que me había involucrado sin quererlo, pero del que sabía que tenía que tomar control.

Diana y yo salimos de la pista en silencio, dejando atrás las risas y la música que marcaban el ambiente festivo. Caminamos hacia la salida del salón, y el aire fresco de la noche nos golpeó el rostro al abrir la puerta. Me detuve un momento, respirando hondo, intentando que el frío me aclarara las ideas. Diana me miró, cruzando los brazos como si quisiera protegerse del viento o de la tensión que nos envolvía.

—Diego, ¿qué pasa? —preguntó, rompiendo el silencio. Su voz era un susurro cargado de preocupación y, quizás, un poco de irritación.

Levanté la vista, encontrando sus ojos que ahora no mostraban la alegría de hacía unos minutos. Ese brillo que había compartido con Leo en la pista había sido reemplazado por una mezcla de duda y desconcierto. Sentí un nudo en la garganta, y mis palabras salieron más ásperas de lo que pretendía.

—¿Qué pasa? Diana, ¿de verdad no te das cuenta? —contesté, sin poder controlar el temblor en mi voz—. Estabas... estabas ahí con él, tan cerca, tan... cómoda.

Diana frunció el ceño y dio un paso hacia mí, pero mantuvo la distancia suficiente para que su presencia no rompiera la barrera invisible que nos separaba.

—¿Eso es lo que te molesta? ¿Un baile? —su tono era firme, casi desafiante—. Diego, estábamos en una fiesta. Solo era un baile, nada más.

Sacudí la cabeza, intentando poner en orden mis pensamientos.

—No es solo un baile, Diana. Es la forma en que lo mirabas, en cómo reías... —respondí.

—¿Oh, ahora estás celoso porque bailé con Leo? —replicó Diana, cruzando los brazos con una mezcla de incredulidad y molestia.

—¿Y qué esperas que diga? —contesté, intentando mantener la calma pero sintiendo cómo me hervía la sangre—. Veo a mi esposa bailando con un hombre que no conozco de nada, que además es... bueno, claramente atractivo, y no puedes dejar de sonreírle. Es lógico que sienta celos, Diana.

Diana soltó un suspiro exasperado y me miró con una mezcla de cansancio y desaprobación.

—¿De verdad, Diego? ¿Y yo no tengo derecho a divertirme un poco? —me respondió, levantando una ceja—. Tú también estabas bailando con Evelyn, a quien apenas conoces. Yo bailaba con Leo, un amigo de años. ¿No te parece una doble moral?

Abrí la boca para responder, pero mis palabras se atoraron por un segundo. Finalmente, logré decir:

—No es lo mismo —dije, aunque mi voz no sonaba muy convencida—. Bailar con Evelyn fue… no sé, fue solo porque me insistieron. Pero contigo y Leo… sentí algo diferente. Había algo en la forma en que se miraban, en cómo te reías con él…

Diana dejó escapar una risa seca y amarga.

—¿Ahora no puedo sonreírle a un amigo? ¿No puedo reírme de las bromas de un hombre sin que pienses que estoy coqueteando? —Su mirada era desafiante—. La amistad entre hombres y mujeres sí existe, Diego. Me parece ridículo que te pongas así solo porque le sonreí a un amigo. Y, además, te recuerdo lo mucho que me gusta bailar. Es algo que disfruto, que me llena de energía, y sin embargo… ¿cuánto tiempo llevamos sin bailar juntos? —su voz se suavizó apenas, pero el reproche seguía ahí—. Y hoy, solo porque te animaron un poco, ya estabas bailando con Evelyn, alguien que acabas de conocer.

Me quedé en silencio, tragando la incomodidad que crecía dentro de mí. Su mirada me atravesaba, y no podía ignorar lo cierto que sonaban sus palabras. Me vino a la mente la imagen de Evelyn, tan cerca de mí en la pista, con nuestras manos enredadas y la música envolviéndonos. Me sentí hipócrita, y el nudo en mi garganta se hizo más apretado.

—Discúlpame, Diana —murmuré, sintiendo que cada palabra pesaba—. Me dejé llevar.

Ella se giró hacia mí, con una expresión de sorpresa mezclada con incredulidad. Tal vez no esperaba que me disculpara tan rápido.

—La verdad, a veces me sorprendes —dijo, negando con la cabeza.

Asentí, sin defenderme, sintiendo el peso de lo ocurrido.

—Ya te lo dije… no estaba acostumbrado a verte con otro hombre, y… no sé, simplemente me dejé llevar por los celos. No es justo para ti. Lo siento.

Diana suspiró, cruzándose de brazos, y después de unos segundos asintió ligeramente.

—Bueno, ya. Dejémoslo por la paz —respondió al fin, aunque no sin un dejo de molestia en la voz.

La tensión entre nosotros no desapareció, pero las palabras quedaron flotando, y ninguno de los dos parecía tener más fuerzas para discutir. La noche avanzó sin más altercados; entre sonrisas incómodas y conversaciones triviales, ambos parecíamos fingir que todo estaba bien. Pero, en el fondo, el eco de esa incomodidad persistía.

Ya en casa, el silencio entre nosotros seguía siendo espeso. Por un momento pensé en acercarme a ella, en tratar de romper esa barrera invisible, pero el agotamiento y la incomodidad me frenaron. Me quedé ahí, mirando el techo en la oscuridad, mientras el eco de la velada rondaba en mi mente. Había algo más profundo detrás de esos celos, algo que no lograba descifrar del todo, y que no sabía si quería enfrentar.


Al día siguiente, no podía quitarme de la cabeza lo que había pasado. Me sentía incómodo, un poco paranoico e inseguro, como si algo entre Diana y yo no estuviera bien. Así que le marqué a Dylan, esperando aclarar mis pensamientos.

—¿Diego? —respondió con un tono animado.

—Hola, hermano. Te llamo porque necesito sacarme algo de la cabeza... Tengo desde la noche sintiéndome así, y no sé si estoy exagerando o si es culpa mía.

—¿Qué pasa? Cuenta conmigo, ya sabes que puedes hablarme de lo que sea.

—Anoche fui a una fiesta con Diana. Al principio, una amiga de ella me insistió en que bailara; al final cedí, aunque no quería. —Suspiré, recordando el momento—. El baile se puso un poco... intenso. Hubo algunos roces, y joder, me sentí como un adolescente incapaz de controlarse. La verdad es que apenas logré mantener la compostura y detenerme, pero igual me siento fatal, como si hubiera traicionado a Diana de alguna manera.

Dylan hizo una pausa, como procesando lo que le acababa de decir, y luego respondió con un tono comprensivo.

—Hermano, te entiendo, de verdad. No eres de piedra, y encima, si no me equivoco, llevas un tiempo sin una vida íntima regular con Diana, ¿no? Así que cualquier contacto más intenso va a tener un efecto en ti, es natural. No te castigues por eso; no hay nada de malo en sentirse atraído por alguien si sabes dónde está el límite.

—Sí, supongo… pero, aun así, no puedo evitar sentirme culpable. Y no solo por eso. Cuando salí a tomar aire y luego regresé, vi a Diana bailando con Leo —dije, apretando los dientes al recordar la escena—. No lo conozco bien y, no sé, la forma en que bailaban, cómo se miraban y sonreían… Sentí unos celos terribles, como si hubiera algo entre ellos que yo no podía entender.

—Vaya, vaya. No estás loco por sentirte así, hermano. Es normal que esos celos aparezcan —dijo Dylan, mostrándose paciente—. Sigue, suéltalo todo.

—Me acerqué y le pedí a Diana que habláramos. Le expliqué que me incomodaba verla así con él. Pero su respuesta me dejó frío: me dijo que estaba exagerando, que solo era un amigo y que, para colmo, yo también había estado bailando con Evelyn, alguien que apenas conozco. La verdad es que me dejó hecho un lío. Me siento como un idiota, y al mismo tiempo me doy cuenta de que quizá tiene razón. ¿Con qué cara le reclamo algo si yo mismo permití que Evelyn me bailara tan cerca? —Suspiré, sintiendo el peso de mi propio juicio sobre mí.

Dylan guardó silencio por unos segundos y luego habló con calma.

—Mira, Diego, te voy a ser sincero. Te equivocaste dejando que Evelyn se soltara contigo, pero lo bueno es que tuviste la sensatez de cortar el asunto antes de que fuera más allá, y tuviste suerte de que Diana no los viera. Si no, ahorita estaríamos hablando de algo mucho más grave.

—Sí, lo sé… —dije, tratando de ahogar la culpa que me comía por dentro.

—Ahora, hablando de Diana… Entiendo que sientas celos, aunque Diana diga que solo es un amigo, pero ya te lo digo yo, la amistad entre hombres y mujeres es complicada, sobre todo si ambos son atractivos. Y bueno, tu esposa es un mujerón, ¿no? Puede que ahora no haya nada entre ellos, pero te aseguro que si Leo está rondando, es porque no está ahí solo por amistad. No existe el amigo; existe el hombre paciente, el que espera el momento justo para lanzarse cuando te descuides o cuando Diana tenga la guardia baja.

—¿Y qué hago con esto, entonces? No quiero volverme un celoso irracional, pero tampoco quiero ignorar lo que siento —repliqué, sintiéndome atrapado.

—Primero que nada, no sigas reprochándole a Diana por Leo sin tener pruebas o argumentos sólidos. Eso solo logrará que ella sienta que no confías en ella y pondrá más distancia entre ustedes. Lo que sí puedes hacer es concentrarte en lo que está bajo tu control: tu relación con ella, día a día. Recuerda lo que hablamos la otra vez sobre reconectar, sobre esos pequeños detalles que fortalecen una relación. No permitas que tus inseguridades se apoderen de ti.

Me quedé un momento en silencio, dejando que sus palabras calaran en mí.

—Tienes razón, Dylan. Gracias por escucharme. Siento que necesitaba sacarlo y escucharlo de alguien más para entenderlo mejor.

—Para eso estamos, hermano, ya lo sabes. Cuando quieras hablar, aquí estaré. —Soltó una pequeña risa—. Pero ahora te dejo porque mi señora esposa me está esperando para ir al centro comercial. Cuídate, Diego.

—Igualmente, Dylan. Gracias de nuevo. Nos hablamos pronto.

Colgué el teléfono, sintiéndome un poco más tranquilo. Aun así, había una sensación persistente de inquietud que no se disipaba del todo. Sabía que Dylan tenía razón, pero también sabía que mis celos e inseguridades eran algo que debía enfrentar, por Diana y por mí.
Me gusta tu relato. Lo seguiré hasta el final.

Un beso.- Cristina
 
Esperando la continuacion
Se hace un poco larga la espera entre casa parte (y más si ya está escrito)
Aun así muchas gracias.
 
Esperando la continuacion
Se hace un poco larga la espera entre casa parte (y más si ya está escrito)
Aun así muchas gracias.
Entiendo. Estoy revisando y agregando nuevas cosas a medida que vuelvo a leer lo que escribí. He estado muy ocupado estos días y he descuidado mi otra historia también, pero ya me he encontrado con algo de tiempo libre, saludos @viciosinfin1973.
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo