Despedida (de casada)

xhinin

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25 Jun 2023
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Cuando Marta nos llamó para decirnos que se había separado de su marido no nos pareció nada extraño: ella no era más que una remilgada caprichosa que había convertido a su marido en un calzonazos al que dejar en cuanto se cansara de que él hiciera todo lo que ella le pidiera, por fuerte que nos pudiera parecer a los demás.
Poco después nos invitó a visitar el piso que había alquilado para alejarse de él. No era extraño que nos llamara al grupito de siempre, pero nos pidió que fuéramos sin pareja. Nosotras dos tuvimos que aparcar a nuestros maridos, mientras que Manu no tenía problema, pues había decidido, desde hacía tiempo, no complicar más la vida con chicas como nosotras. La verdad es que fuimos bastante putitas, sabiendo todas que estaba liado con nosotras, pero haciéndole disimularlo delante de las otras y, sobre todo, de nuestros novios formales.
Como solía ser habitual, llegamos nosotras bastante tiempo antes que él. Le veíamos poco, ya que andaba liado con cosas suyas y, aunque nos gustaba estar con él, porque realmente era un tío estupendo, muchas veces no podíamos verle por sus quehaceres. Él era un tipo bajito, que con el tiempo se estaba empezando a quedar calvo, pero el hecho de haber sido gimnasta le hacía tener un cuerpecito bastante mono, hasta con la barriguita que poco a poco había ganado y que aquel día parecía haber disminuido bastante.
Lo cierto es que Manu a mi siempre me pareció bastante atractivo: sus ojos eran muy claros, tenían algo de felino, de misterio, que siempre me desarmaban, además de tener una sonrisa fácil, muy franca y bonita. Era además educado en extremo, lo que hacía que muchas personas pensaran que era gay, pero en la cama era un verdadero descubrimiento, sin ningún tipo de prejuicio a la hora de hacer disfrutar a una mujer de cualquier forma que se le ocurriera, tierno y a la vez muy apasionado… Todavía no me explicaba que no me hubiera decantado por él en vez de por el soso de mi marido: bueno, sí lo sabía, él no se dejaba engañar, y, siendo tan buena persona, no fui capaz de engañarle para conseguir lo que yo quería, ni yo ni ninguna del grupo.
Pasamos una velada muy bonita, recordando andanzas antiguas en las que el pobre Manu siempre salía perdiendo: que si aquél día que se enrolló conmigo y casi lo pillan las otras dos (queriendo, claro); que si aquella cena en la que casi cuenta cuando se le rompió el condón con Marta (estando su ex delante); que si aquella vez en que Rosa le pidió que se rasurara sus partes, mientras que yo le decía que me encantaban los hombre velludos como él y no sabía lo que hacer;…
Tras la cena, Marta nos reunió a Rosa y a mi en la cocina, mientras él se fumaba un cigarro en el balcón, para confesar sus verdaderas intenciones con él: había sido el último con el que follar antes de casarse y sería el primero después de su separación, y se lo pensaba tirar esa misma noche, con nosotras esta vez, si queríamos. Esperaba que le ayudáramos, había pensado en sacar un juego de preguntas y hacer que quien fallara se fuera quitando cada vez una prenda. Accedimos a ayudarla, pero no queríamos comprometernos a tener sexo, más que nada por nuestros maridos, creyendo que la cosa no pasaría de un intento.
Al principio Manu no estaba muy a gusto con la idea, pero poco después, y gracias al efecto de toda la cerveza que se había tomado durante la cena, dejó de resistirse. El caso es que, siendo tan culto como es, tuvo muy mala suerte, pues mientras a nosotras nos salían preguntas muy fáciles, a él le solían tocar preguntas de ingenio, cosa que no era su fuerte.
Le contamos los zapatos como prenda, pero pronto tuvo que elegir alguna prenda. Lo primero que se quitó fue el polo que llevaba puesto. Solía llevarlos ajustaditos, lo que marcaba perfectamente lo recio que estaba. Sus pezones se marcaban a través del tejido, cosa que me ponía muy cachonda, pero después, al desnudo, no me gustaban nada, ya que eran bastante pequeños y parecían tener una especie de aguja en el medio, así que no me hizo mucha gracia que fuera lo primero que se quitara.

Marta se burló de él, diciendo que parecía Alfredo Landa, ya que tenía el pecho cubierto de pelo, no muy denso, e incluso le cubría la espalda y parte de los hombros, cosa que a Manu no le molaba (nunca le había gustado ser tan peludito, pero la verdad es que tan menudito, calvito, con el pelito tan cortito, y peludo, se le traía un aire). Pilar fue la que salió un poquito a su favor, de hecho, creo que fue la que más en serio estuvo con él, produciendo en mi unos grandes celos. Dijo que el Landa nunca había estado tan fuerte como Manu, y que el actor era incapaz de hacer el pino o las volteretas a las que aquel tío que teníamos allí solía nos tenía acostumbradas.

No tardamos mucho en conseguir que fallara otra pregunta con la consiguiente pérdida de los pantalones de Manu. Fue entonces cuando recordé que solía llevar boxer, pero no de esos ajustaditos, sino de los clásicos, de toda la vida. Además, aquellos, al bajarse el pantalón, también bajaron un poquito de su cintura, quedando Manu en un semidesnudo muy morboso, en el que se le veía parte del pubis. De hecho, no paraba de mirarle el paquete, ya que la bragueta de los calzoncillos no llevaba botón ni nada, y si no recordaba mal su talla de nabo, era probable que en algún movimiento se le saliera un poco, o que pudiera verle algún testículo alojado en la pernera.
La siguiente en tirar fue Marta, que falló, conscientemente, una pregunta bastante fácil. No se anduvo con chiquitas, y aunque estaba totalmente vestida, lo primero que se quitó fue la camisa. Debajo llevaba un sujetador negro, transparente, que dejaba a la vista sus pezones, totalmente redondos, sin dejar a la imaginación ni siquiera una pizca de trabajo. La verdad es que, de las tres, a pesar de tener los pechos más pequeños, era la que los tenía más bonitos: prietitos, firmes y con una piel suave que incitaba a tocarlos con regodeo.
Yo, que no dejaba de mirar la entrepierna de Manu, noté un ligero movimiento de su miembro, seguramente se le estaba poniendo morcillona, y no iba a dejar pasar la oportunidad de que no siguiera en ese camino, ya que me estaba excitando como una colegiala. Pilar tiró y acertó su pregunta, pero yo no estuve dispuesta a quedarme atrás de Marta, así que en mi siguiente intervención, fallé. Le miré y mordí sensualmente mi labio superior, pasé la mano por mi camiseta, por encima de mis pechos, pero seguí hasta llegar a la cintura de mi falda. Me puse de pie y en menos de un minuto me la había quitado, dejando a la vista de Manu mis piernas y mi tanga, ya que la camiseta era bastante corta. Dije que tenía sed y que si alguien quería algo de beber, Manu pidió otra cerveza y yo me di la vuelta para que pudiera admirar mi trasero, mientras caminaba hacia la cocina. Cuando regresé pasé la cerveza fría por su pecho, buscando su pezón, que se contrajo ligeramente con el frío, y volví a mirar su entrepierna, en la que la cabeza de su polla empezaba a levantar ligeramente la tela de su ropa interior. Sus ojos felinos no dejaban de fijarse en mi vulva, que aunque tapada, se veía bien redondita.
Marta llamó su atención, pidiéndole que tirara, y él obedeció al instante. Crucé los dedos para que fallara, pero tuvo bastante suerte. Eso sí, Marta volvió a fallar sin razón para hacerlo, y se levantó para quitarse los pantalones cortos que llevaba. Sus bragas también eran negras, con transparencias por la parte de adelante, dejando ver perfectamente su rajita, y su vulva recién depilada.
Manuel no pudo evitar que su piel se enrojeciera, seguramente al notar que su pene iba creciendo, así que buscó la excusa perfecta para alejarse un ratito de la tentación: un cigarro. Su reacción inmediata fue vestirse para salir al balcón, pero ninguna le dejamos, así que tuvo que salir en ropa interior y con un calentón mayor de lo que parecía, a juzgar por el bulto que se producía bajo su ropa interior. Aquello hizo que nos riéramos un buen rato y yo aproveché para intentar convencer a las chicas de que la broma estaba bien y que si Marta se lo quería tirar debíamos dejarlos solos, que era un buenazo, que ya había aguantado bastante anteriormente y que no debíamos hacer que nos aborreciera.
 
En medio de mi discurso Pilar dijo que ni hablar, tiró los dados y sin que le hiciéramos pregunta ninguna se quitó el vestido que llevaba, quedando en peores (o sería mejor decir mejores) condiciones que nosotras, ya que bajo su vestido solo llevaba unas bragas, algo feíllas para mi gusto, dejando al aire todas sus tetas, algo más grandes que las de Marta con sus enormes pezones totalmente blandos y relajados.
Manu, que había logrado relajar su miembro con el cigarro, volvió a sentírselo morcillón al ver la escena mientras entraba y nos hizo varias preguntas para comprender que Pilar solo había tirado una vez,… su vía de escape, en esta ocasión, fue ir a buscar otra cerveza. Yo, me lo imaginé en la cocina, con la puerta de la nevera abierta, acercando su paquete al frío para hacer que le bajara, mientras se decía frases como “no pasa nada, no te vas a excitar” o cosas así. A Marta no le hacía gracia que bebiera tanto, pues sabía que estando borracho no se le subiría (aunque ella estaba dispuesta a follárselo a cualquier precio, y lograría que le subiera como fuera).
Entonces fue cuando yo tiré, volviendo a fallar (esta vez sin intención, pues me resultaba incómoda la situación por el pobre de Manu y porque mientras entraba me había fijado en el penduleo de su pene bajo el calzoncillo, pues se notaba perfectamente como la punta de su miembro golpeaba en la tela, siendo entonces consciente de que era algo más larga que la de mi marido y de que nunca se la había visto, ya que siempre había sido muy mojigata y las veces que lo habíamos hecho fue a oscuras). Pilar aprovechó mi fallo para reírse de mi y de una forma consciente tirarse parte de la cerveza que estaba bebiendo sobre su pecho. Lógicamente la escena excitó de nuevo a Manu (yo seguía sin perder de vista su paquete), sobre todo cuando ella, intentando secarse se acarició todo el busto y hacía ver a los allí presentes, como se le habían encogido ligeramente las aureolas al caerle la bebida fría. Yo no quise que ella sola produjera la primera erección de Manu (siempre había habido bastante rivalidad entre las dos) y ni corta ni perezosa me levante y junto a Manu me quité el tanga que llevaba, dejando al aire todo mi sexo. Me senté con tranquilidad, viendo como el tipo cruzaba sus piernas, seguramente erecto y totalmente azorado por la situación.
La siguiente tirada fue la peor para él: ante una pregunta bastante fácil, confundió una palabra y volvió a fallar. La consecuencia era fácil de adivinar, los calzoncillos debían de ir fuera y yo podría ver por fin su polla (la idea me estaba calentando la entrepierna con facilidad). Él se levantó y se puso de espaldas a nosotras, detrás de su silla. Se bajó los calzoncillos rápidamente, yo ví como saltaba ligeramente su pene al liberarse de la tela que le cubría, para más tarde descubrir que tapaba su paquete con sus dos manos antes de darse la vuelta. Marta se molestó bastante y yo, que había mostrado todo mi chochito ante sus ojos me sentí defraudada. Alegó que no se había dicho nada de no poder taparse con las manos y que él, tal como había dicho anteriormente, se había desnudado y que, como ya habíamos ganado, podíamos vestirnos todos de nuevo y empezar una nueva partida.
Marta sonrió maliciosamente: “Yo había pensado seguir la partida.” Todos esperamos unos minutos a que continuara con su explicación. “Es fácil, quien aún tenga prendas seguirá desnudándose al fallar, quien no, tendrá que superar una prueba que los demás le impondremos.”
Marta no matizó que tipo de pruebas serían, pero nosotras lo teníamos claro. Yo deseaba ver a Manu desnudo, me había excitado mucho durante el juego, así que acepté, después Pilar y para el final, teniendo que ser convencido por nosotras (ya que no estaba muy seguro) Manu. Fue él quien preguntó qué pasaría con quien ganara. Marta fue rápida: “El que pierda se convertirá en esclavo por unas horas del resto, naturalmente, desnudo”.
Manu comprendió entonces las intenciones no le hizo mucha gracia la idea, a mi tampoco, no creáis, pero, tras varios minutos de charla, me lancé a la piscina y dije que aceptaba para que no pensaran que era una estrecha. Él, sin embargo, necesitó más tiempo para pensarlo, mientras Marta le intentaba convencer aludiendo a su madurez. Al final, se decidió Pilar por él: había perdido la anterior parte de la partida y aún así nos había ganado evitando enseñar su miembro, así que debería seguir jugando, si no quería parecer una gallina. Aquellas palabras terminaron de convencerle, sobre todo por el cebollón que había cogido con tanta cerveza.
 
Nosotras fuimos llegando a desnudarnos casi a la vez que él llegó a fallar otra pregunta más (había recuperado su serenidad contestando, a la vez que la cerveza le hacía estar más cochinote con nosotras, aludiendo a nuestras partes sin problemas y sonriendo ante cualquier tontería). Fue entonces cuando tuvo que pagar su última prenda: enseñarnos el pito. Se levantó y se apartó de la mesa ligeramente, empezó a bailar, algo que siempre le hacía parecer bastante cómico, lo que Marta aprovechó para poner algo de música, al ritmo de la cual comenzó a bailar acercándose y separándose de nosotras, como si estuviera llegando al final de uno de esos espectáculos de despedida de soltera. El final de la canción se acercaba cuando avanzó hasta la cortina detrás de la cual se metió para sacar por los lados las manos, moviendo sus caderas hasta que su minga golpeó varias veces la cortina y, justo con el último golpe de la música, movió la cortina para dejarse ver totalmente desnudo.
He de reconocer que la escena me dejó gratamente sorprendida: su boca sonreía, pícaramente, habiendo perdido toda su timidez, y su cuerpo me pareció mucho más atractivo desnudo que cuando llevaba algo más de ropa. No pude dejar de fijarme en su pene, ligeramente ladeado hacia la izquierda, le colgaba totalmente cubierto de pellejo, mucho más largo y grueso que el de mi marido, sin duda, de formas muy redondeadas y atrayentes, adelantándose ligeramente a sus piernas, seguramente por el volumen de sus testículos, que no se veían del todo bien. Su cuerpo brillaba por el efecto del sudor que el bailecito le había provocado y sus pezones parecían algo más relajados y por lo tanto más gruesos. No obstante, al parar, pareció terminar algo mareado y llevó a sus sienes la mano: “tengo que mear”. Salió del salón dando algunos tumbos, casi tropezándose con las cosas, yo me preocupé, ellas me dijeron que le dejara, que se le pasaría con la meada, pero no pude evitar salir tras él. Lo encontré en el baño, de espaldas, mirando al retrete, con las piernas ligeramente abiertas (lo que permitía intuir ligeramente la redondez de su escroto) y las manos apoyadas en la pared. Pregunté si necesitaba ayuda. Tardó unos minutos en decirme que sí, minutos que aproveché para admirar su espalda torneada, su culito redondo, notando como mi rajita se iba abriendo y humedeciendo ligeramente. Estaba ensimismada mirándole, excitándome, a punto de acariciar mi sexo desnudo, cuando me pidió que se la agarrara. Lo hice con muchísimo gusto, la verdad, la carnosidad de su polla no fue difícil de tocar. “Si me la coges así, tan suave, no voy a poder mear… Cógela sin miedo… y vigila el chorro cuando empiece, que luego os quejáis…. pero echa para atrás la piel o nos vamos a calar los dos…”
Entre mis manos tenía todo su pene, bien cogido, y había retirado totalmente la piel hacia atrás, lo que me dejaba ver totalmente descubierta su cabeza, también preciosa. Era, como todas, algo más gruesa que el resto del cuerpo de su pene. Noté, a través de su manguera, como la orina se abría paso desde su vejiga, imaginando que sería la misma sensación cuando se corriera. Aquello me excitó tanto que no pude evitar abrir mis piernas y acariciar mi sexo con uno de sus muslos, lo que pareció no importarle. Tardó algo en terminar y yo, sinceramente, me quedé allí parada sin saber qué hacer en ese momento. “Sacúdemela”. Yo intenté sacudírsela, pero lo único que se me ocurrió fue bajarle más la piel del pene dándole un pequeño pellizco sin querer, él se echó ligeramente hacia atrás, pero yo volví a agarrarle el pene y le sequé todo el glande con la palma de mi mano. Aquella escena era digna de película cómica y, cómo no, a él le dio un ataque de risa mientras que toda la sangre de mi cuerpo se reunía en mi cara. Aquel ataque de risa hizo que las chicas se empezaran a acercar intrigadas, dándome el tiempo justo de cogerle de nuevo la picha, acercarla al lavabo y lavársela con agua y jabón.

Yo no me di cuenta hasta mucho después, pero aquello podía haberle excitado bastante: con el agua y después con el jabón, acariciaba su pene desde la cabeza hasta la base, incluso lavé sus testículos, gordos y redondeados a pesar de tener el escroto arrugado, para más tarde secarle todo su sexo en la toalla de mano. Manuel, estaba bastante sorprendido, y aquello no conseguía más que darle ataques de risa. Pillarme en aquellos menesteres, me hizo convertirme en el hazmerreír de las chicas. Cuando volvimos tardamos en serenarnos: a Manu le daban ataques de risa de vez en cuando que contagiaba a todas menos a mi, que cada vez me sentía más imbécil, aunque he de reconocer que me sentía muy contenta de haberle palpado tan bien su sexo.
El caso es que seguimos jugando, pero Manuel, con el pelotazo que llevaba, no atinaba a responder correctamente a la mayoría de las preguntas, así que le tocó superar varias pruebecitas:
La primera consistió en ponerse de pie y mover su “pirindola” tal como nosotras le íbamos diciendo, en círculo, arriba y abajo, hacia los lados. Aquello le divirtió bastante, la verdad. Simplemente puso sus manos en la nuca y con las mismas a menearse. A mi me excitó bastante más que a él, sobre todo porque me dio la oportunidad de admirar sus redondos y arrugaditos testículos (vamos, lo arrugado era la piel de los mismos).
Por supuesto nosotras también fallábamos alguna vez, aunque nuestras pruebas eran algo más explícitas, la verdad. Recuerdo con bastante agrado una en la que yo fallé y en la que me obligaron a meterme una pequeña pelotita por la vagina para expulsarla con los músculos vaginales. No tuve mucho problema en metérmela, ya que estaba bastante abierta y húmeda con tanta excitación, pues hasta me ponía el brazo de Manu al tirar el dado, que pese a ser delgado, dejaba ver unos perfectos biceps.
Pilar fue más allá y puso a Marta una prueba más fuerte: tenía que quitarle de la raja del chocho un trozo de manzana, por supuesto lo haría con la boca. Marta se regodeó en aquella prueba, lamiendo tranquilamente los labios vaginales de Pilar hasta cinco minutos más tarde de haber comido el trozo de fruta, mientras que la que servía de plato gemía, con las piernas totalmente abiertas en el sofá y acariciándose los pezones. Manu se volvió a poner colorado, mientras yo pensaba que todo aquello era asqueroso, hasta que vi como él cruzaba las piernas y colocaba sus brazos sobre ellas, intentando ocultar a nuestros ojos su picha, dura, que a pesar de su intento asomaba su cabeza entre sus brazos.
La siguiente prueba que le pusieron a Manu me pareció bastante fuerte: colocaron una cuerda alrededor de sus huevos y su polla y le obligaron a acercarse ligeramente al suelo, al otro extremo de la cerda colocaron una bolsa en la que echaron unas cuantas patatas, Manu tuvo que ir con la bolsa colgada de una a otra punta del pasillo del piso. Nosotras le mirábamos andar con las piernas abiertas, las manos en la nuca y el culete haciendo fuerza, seguramente con la idea de soportar mejor el peso. Cuando terminó tenía todo morado, y se le habían marcado totalmente en la piel las cuerdas que había llevado atadas. Me sentí tan mal que poco antes de llegar de nuevo al salón me acerqué a quitarle las ataduras, para después darle un pequeño masajito hasta que aquello recuperó su color. No se endureció, pero notarla morcillona entre mis manos, me puso malísima, por lo que mientras apretaba mis piernas pensaba que empezaría a chorrear de un momento a otro.
Pilar fue la siguiente, tuvo que meterse y sacarse rápidamente (para que no se le quedara pegado a la piel) un hielo unas cinco veces.
Creo que aquella fue la última prueba que se hizo hasta que yo me convertí en ganadora de la partida, haciendo que Manu, que había intentado remontar, se convirtiera en nuestro esclavo. He de reconocer que una parte de mi sentía hacerle esa putada, pero la otra ganaba con su excitación a mis remordimientos.
Nos pusimos a decidir, allí, delante de él, al que le prohibimos hablar, qué haríamos con él, sin que se nos ocurriera nada a Pilar ni a mi, mientras que Marta, callada, esperaba. La cara de Manu era todo un poema, si hubiera podido hubiera salido de allí corriendo, pero ante todo era un cumplidor y, habiendo dado su palabra, no haría algo así.
 
Nuestra anfitriona nos hizo ver que lo tenía todo preparado: al parecer esa misma mañana había contactado a través de un chat con un amo que era bisexual y que nos iría guiando sobre lo que hacer con nuestro amigo si le dejábamos verlo todo a través de la cam. Nos explicó que el amo estaría dispuesto si Manu (y únicamente si esto era así) estaba dispuesto, que primero tendría que hablar con él y que después hablaría con nosotras y que, por si acaso, había preparado varias máscaras que ponernos. Yo miré a Manuel, su cara se veía preocupada, pero cuando Marta le dijo que tendría que aceptar, no hizo nada por negarse, simplemente pidió una de esas máscaras. A Pilar la idea le había gustado, estaba bastante excitada, a juzgar por cómo se metía mano por debajo de la mesa. No tardó en aceptar, por mi parte estaba deseando que aquello empezara, pues la idea me había excitado, pero solo acepté cuando Manu ya se había puesto frente al ordenador.
El amo preguntaría a Manu si había algo que no quisiera hacer, acordando un gesto para poder parar todo aquello cuando Manu se sintiera incómodo. Mientras me ponía la máscara pregunté si nosotras podríamos negarnos a hacer algo, contestando Marta que éramos tres y que, en caso de que el amo se pasara, podríamos cortar la cam sin ningún problema.
Manu salió de la habitación del ordenador bastante más tranquilo. Le dejamos que entrara solo al baño, tal como nos había pedido, mientras preparábamos la sesión. El amo nos fue saludando mientras colocábamos varias sillas en la habitación y un colchón de aire que Marta ya tenía preparado.
Nuestro contacto conectó su micro, tenía una voz bastante más masculina de lo que yo me habría imaginado y hablaba con suavidad. Manu entró en ese momento, se notaba que estaba recién duchado y llevaba en la mano el tanga negro transparente que Marta llevaba puesto y sus pantalones vaqueros. Nuestro amo nos comenzó a hablar: “le he pedido al chico que se duchara bien, teniendo una especial atención a sus sobacos, pene y trasero, que cogiera el tanga que me dijo que una de vosotras llevaba y sus pantalones vaqueros. Ahora introducirá un dedo en cada una de vosotras y a la que más húmeda esté le introducirá el tanga para después ponérselo. Hasta que no tenga puestos los pantalones no conectéis la cam.”
Manu se acercó primero a Pilar, que no paraba de acariciar su sonrosada vulva. Fue delicado introduciendo su dedo índice mientras ella abría ligeramente sus piernas y echaba su cabeza hacia atrás, como si fuera a gemir. Yo miraba la escena bastante aturdida, notando como su polla se intentaba levantar a saltitos. Tardó poco en sacar el dedo y en acercarlo a su boca para chupárselo, seguramente el amo también se lo había pedido, para comprobar quién estaba más húmeda. El caso es que, pensar que Manu se llevaría a la boca aquello de mi interior me puso más cachonda.
La siguiente fue Marta, aunque la escena fue menos subidita, ella sólo se dejó hacer, mirándole con una sonrisa picarona, lo único que hizo para salirse un poco de la normalidad, fue acariciarle el pecho a la vez que él se chupaba el dedo. Cuando se acercó a mi miré su delicada mano con atención, comprobando que no me metería el índice, sino el corazón. Mi corazón parecía latir en mi entrepierna, ardiendo, cuando sentí cómo me penetraba con su dedo. Lo sacó antes de lo que me hubiera gustado, lo chupó y eligió a Pilar para introducirle el tanga. Ella sonrió, le gustaba lo que antes le había hecho y no iba a dejar que le hiciera cualquier cosa sin disfrutar. Se sentó en la silla y cerró fuertemente las piernas, con una mano en su sexo: “ponte de rodillas y trata de metérmelo”. Manu le hizo caso, con el tanga en la mano, intentando encontrar la cueva de Pilar. Así estuvieron, forcejeando, hasta que cinco minutos después ella colocó sus piernas en sus hombros. Manu era un tipo fuerte y resistió el peso cuando comenzó a introducir el tanga en su raja mientras sus piernas caían sobre él como losas y ella empezó a gemir y a disfrutar, mientras en mi aumentaban los celos viendo como él acercaba su cabeza a la entrepierna de mi eterna rival. Vi como lo sacaba tirando del hilo y me acerqué a tocarlo, sin poder creer que estuviera tan húmedo. Él se puso de pie y allí mismo se lo coloco, de espaldas a nosotras, para después colocarse los vaqueros. Fue entonces cuando nuestro contacto volvió a hablar impaciente. Abrimos la cam, mientras nos pedía que Manu apareciera tal como le había pedido, solo ante la cámara. Marta comprobó que la imagen se viera bien y allí, en el ordenador, vimos a Manu, descamisado, exhibiendo su torso velludo para nuestro amigo virtual.
Pidió que una de nosotras se acercara y le acariciara. Marta se me adelantó: “Muy bien, así, pon tus manos sobre sus pectorales, pero ponte detrás de él. Pellízcale con delicadeza los pezones, ¿te gusta amigo?” Manu asintió con la cabeza y ella aprovechó para besarle el cuello. Se le veía muy distinto con el antifaz puesto. “Ahora levántale los brazos despacio y acaríciaselos bajando por los sobacos y hasta la cintura.” A Manu le fue imposible evitar las cosquillas y se encogió ligeramente, algo que hizo bastante gracia a nuestro amigo, que pidió a Marta que saliera de la imagen para que se comenzara a desnudar, le pidió que lo hiciera de espaldas, alabando lo bien hecho que estaba y preguntándose si el culito lo tendría igual de bien puesto. Manu hizo caso no sin cierta timidez (había recuperado la sobriedad gracias a la ducha que se había dado). Me tocó entonces obedecer a mi, que tuve que acercarme hasta sus glúteos para lamerlos y darles algunos mordiscos.
“Que se apoye sobre la silla, así, de espaldas –continuó nuestro amo-, que le vea el culito en pompa. Así, muy bien. Ahora abre ligeramente su culito, quiero ver la tira que se ha introducido por su rajita. Muy bien, apártale el hilo, que vea su agujerito. –yo sabía que aquello no le hacía mucha gracia a Manuel, pero en ningún momento me planteé la posibilidad de no hacerlo-. Acaríciaselo con un dedito. Muy bien, así me gusta. –Manu se movía ligeramente al ser rozado por mi dedo-. Ahora, chaval, ve girando, lentamente, quiero ver como te queda el tanga por delante.” Manu se giró tal como le había dicho y vimos como la tela del tanga no era capaz de taparle todo su paquete: uno de sus testículos se salía por un lado. Nuestro amo utilizó aquello para intentar humillarle: que si se creía demasiado machito y por eso mostraba el huevo, que se lo metiera, que procurara que el otro no se le saliera, que le había decepcionado,… todo esto se lo decía mientras Manu intentaba taparse todo sin éxito y las chicas aprovechaban también para burlarse de él. Nuestro amo, creo que divertido con todo aquello, siguió con sus planes: “por favor, coged la cuerda y atadle las manos a la espalda y por favor, intentad meterle los huevos en el tanga”. Dejamos que fuera Pilar la que lo hiciera, teniendo bastante éxito. El amo le preguntó si tenía el chocho muy seco después de lo del tanga y ella le dijo que sí, así que le escribió que obligara a Manu a agacharse y a humedecérselo con la lengua (lo que escribía, lógicamente, nuestro amigo no podía saberlo). Ella le cogió de la cabeza y se la acercó a su raja pidiéndole que le metiera la lengua. Mientras lo hacía ella le movía la cabeza, se la empujaba hacia su sexo, lo que hacía que la respiración de Manu fuera violenta, como si se estuviera ahogando, mientras ella gemía.
Nuestro amo tardó tiempo en pedirles que pararan, obligando a Manu que se pusiera de pie, lo que con las manos atadas le costó algo de trabajo. “Quiero que te vayas colocando de lado, ¿sabes que estás muy bueno? Tienes un paquete muy gordo, vamos, que alguna de ellas te saque los huevos de la tela del tanga. -Marta se acercó para hacerlo y se retiró rápidamente, colocándole el pene hacia arriba dentro de la tela, mientras decía que la tenía todavía flácida, aunque yo estuviera segura de que no sólo la tenía morcillona, sino que le estaba costando horrores que no se le empinara. Sus huevos estaban totalmente relajados, pero caían a la misma altura los dos. Me fijé en lo gordos que los tenía, no sé si por la falta de desahogo o por características naturales.- “Muy bien, ahora mueve las caderas para que vea como se te mueven los huevos, así, muy bien, ahora que se acerque la misma de antes, de rodillas, muy bien, acaríciale los huevos, por el centro, veo que se le está arrugando un poquito la piel, creo que eso hay que suavizarlo, lámele, lámele, así, metete un huevo en la boca, así, muy bien.” La transparencia del tanga me permitió que me fijara en cómo su pene iba engordando. “Que otra se acerque para quitarle el tanga, pero sigue chupándole” Me acerqué sin hacer ruido y me coloqué por detrás, para ir bajándole el tanga, mientras que Pilar, siguiendo órdenes, se acercaba para chuparle los pezones, algo que nunca había gustado realmente a nuestro amigo, pero que, al parecer, ella no sabía. Manu retiraba hacia atrás la cabeza, se encogía con cada lametón en sus pezones, gemía, pero no se quejaba a pesar de que aquello no le gustaba. Vi que Pilar había atado sus manos de forma que los codos formaban un ángulo de 90 grados, por lo que no podría bajarlos hasta su trasero. Yo ya había colocado el tanga en el suelo, al lado de sus pies, y trataba de sacarlo por ellos pidiéndole que los levantara ligeramente. Nuestro amo preguntó quién había ganado el juego y yo levanté la mano, con el tanga en la mano, después preguntó quién había perdido, por encima de Manu, y Marta fue la que tuvo que levantar entonces la mano. “Bien, la que ha ganado que se ponga de rodillas frente a la polla del chico, y que la otra se la meta en la boca” Yo nunca había comido una polla, realmente me producía arcadas la idea, pero estaba tan excitada, tan embelesada con Manu, que no me importó hacerlo. Noté que aún no la tenía erecta del todo, y Marta retiró el pellejo hacia atrás, por lo que pude pasar la lengua tranquilamente por su glande. “Ahora la perdedora que se ponga detrás, quiero que le pase la lengua por el ojete.”
Imagino que, por el trabajo que hacía ella, de vez en cuando Manu se movía, empujando su pene, cada vez más duro, hasta golpear mi paladar o dar, alguna vez, contra mis amígdalas. Lo hacía como si estuviera bailando, mientras gemía, con la cabeza mirando el techo. Sudaba, lo que hacía que su cuerpo brillara. Aquel sudor, lejos de parecerme asqueroso, me excitaba más, por lo que acerqué una de mis manos a mi entrepierna para acariciarme. De vez en cuando notaba sus testículos golpear mi barbilla, aunque cada vez estaban más prietos, más pegados al cuerpo del pene, mientras pequeñas gotas preseminales, dulces y calientes, iban saliéndole para entrar en mi boca.
De repente sus jadeos se fueron haciendo más fuertes, incluso hizo varios movimientos bruscos, logrando sacar su miembro de mi boca. El amo lo comprendió rápidamente: estaba a punto de correrse y aún no quería que pasara aquello.
Marta y yo nos retiramos, le dejamos frente a la cam, jadeante, sin poder tocarse, totalmente empapado en sudor.
 
Poco después entró a jugar Pilar: el amo le pidió que se sentara en una de las sillas y que le pusiera boca abajo, para darle unos cachetitos en el trasero. Él no pudo poner mucha resistencia, ya que seguía con las manos atadas, y ella, comenzó a golpear su recio trasero con tranquilidad, para ir, poco a poco, soltando golpes con mayor fuerza y rapidez.
Su blanca piel se iba poniendo cada vez más colorada, mientras ella le humillaba haciéndole ver lo perro que era, pues notaba la cabeza de su polla, endurecida aún, en sus muslos. Nuestro amo también participaba de la humillación verbal, mientras que Pilar salió un momento de la habitación, para regresar con una espumadera de la cocina con la que participar en los golpes. Aquellos sí parecieron dolerle, pero siguió allí tumbado, sin intentar levantarse, hasta que yo me acerqué, tal como mandaba nuestro amo, para volver a ponerle de pie y liberar sus ataduras. Marta trajo algo de crema hidratante para ponerle en el trasero, crema que yo le extendí mientras que él me comía los morros con pasión. Su pene se colocó entre mis piernas y yo las juntaba y separaba, me acercaba y me separaba de él notándole en todo su esplendor.

Las chicas me apartaron de él para que nuestro amo pudiera seguir dándonos instrucciones: quería que le mostráramos el ojete de nuestro chico y eso hizo Pilar. Le hizo apoyarse sobre una silla, con el trasero en pompa, aún colorado, para abrir los cachetes y acercar la cam a su cuerpo.
Le excitó aquella visión tanto que incluso nuestro amo conectó su cam para que viéramos sus encantos, aunque la verdad, no le hicimos mucho caso teniendo delante a nuestro chico.
Fue entonces cuando Marta introdujo uno de sus dedos, cubiertos de crema, en su interior. Yo, que había oído que aquello gustaba a muchos hombres, no pensé que a él le hiciera mucha gracia, pero ahí estaba, con la polla pegada a la parte baja de su barriga, moviendo el culete, sin hacer ningún esfuerzo porque aquello terminara. Pilar fue la siguiente en tomar la iniciativa colocándose entre sus piernas y bajando su pene hasta introducir su brillante cabeza en su boca. Él, que no esperaba aquello, lanzó uno de los gemidos más sonoros de toda la noche, un gemido que provocó que metiera mi mano entre mis piernas, para notar que mi humedad no había bajado, mientras que se movía notando, por un lado los dedos de Marta entrando y saliendo de su cuerpo y, por otro, la húmeda boca de Pilar que no dejaba de estimular su glande. La siguiente orden de nuestro amo no se dejó esperar: quería que me comiera mi sexo y yo, como no, abrí mis piernas frente a su boca.
No recordaba lo suave que era su lengua, que fue abriendo lentamente mi rajita, poco a poco, húmeda como estaba. Fue recorriéndola despacio, con suavidad, hasta descubrir mi clítoris. Mi cuerpo se contrajo de placer cuando descubrió el tacto de su lengua sobre ella. Yo lentamente le iba abriendo paso, acercándome a su cara, queriendo sus pequeños sobresaltos cuando se excitaba de más, ofreciéndome a sus pequeñas succiones, siempre delicadas, sin perder su masculinidad, perdiendo yo el control y las fuerzas, mientras acariciaba su cabeza, hasta que logró que tuviera el primer orgasmo de la noche, en el que creo que llegué a golpearle. Después mi respiración se hizo más presente, estaba empapada en sudor y él me miraba envuelto en el placer que sentía en su ano y en su pene.
Fue entonces cuando el amo preguntó si se había corrido. Pilar sacó su polla de la boca y contestó que no, aunque no creía que tardara mucho. Entonces pidió que le dejáramos solo de nuevo frente a la cam y al ordenador.
Estaba totalmente empapado, con la polla más tiesa que había visto nunca, jadeante, totalmente colorado de excitación. El amo le prohibió que se tocara, simplemente quería verle tranquilamente, le hizo dar la vuelta y le preguntó si estaba excitado. Manu asintió con la cabeza.
“¿Sabes que los amos tenemos dominio sobre las corridas?” Manu se acercó a contestarle al ordenador. “Ahora no quiero que te corras, te pase lo que te pase.” Nuestro chico hizo un gesto con el que quedaba claro que no sabría si podría hacerle caso, señalando lo empalmado que estaba. “Ya me dijiste antes que hacía mucho que no follabas, pero te estás portando como un auténtico campeón: me basta saber que lo intentarás.” Manu volvió a afirmar y después nuestro colega cibernético nos pidió que le tapáramos los ojos con un pañuelo y le atáramos de nuevo las manos, ahora sobre la cabeza. Lo hicimos sin problema, para después empezar a lamerle los testículos, que seguían gordos.
Nos colocamos las tres frente a su sexo, ansiosas por comerle, por saborearle, por babear su piel. He de reconocer que yo estaba muy excitada, quizá más que él que, de vez en cuando encogía su cuerpo, luchando por mantenerse erguido, pero casi sin lograrlo. El amo no nos dejaba acercar nuestras bocas a la cabeza de su pene, que caía sobre nuestras caras en cada uno de nuestros intentos, manchándonos con liquido preseminal en ocasiones.
Marta había ocupado la posición más cercana a sus testículos, así que yo, cansada de intentar lamerle, busqué sus glúteos con la lengua, que ya no estaban tan colorados como antes. Poco después el amo nos obligó a retirarnos del plano.
 
Manu se había merecido su primer polvo, y la primera en tirárselo sería Marta. Siguiendo las indicaciones de nuestro amo, se colocó un condón en la boca y se acercó de rodillas a su pene, para colocárselo como si fuera una auténtica profesional. Después el amo hizo que se colocara sobre la cama, con el chocho hacia la cam y las piernas abiertas, para hacer que él buscara con su lengua su entrepierna, subiera lentamente por sus pechos hasta su boca, arrastrándose entre sus tinieblas, y, así, ella le desatara las manos. Él se echó entonces ligeramente sobre ella, sin destapar aún su mirada, y, apoyando sus manos en el colchón, sin cogerse el nabo, lo enfiló hacia su vagina. Las primeras metidas fueron lentas, ella miraba al techo en cada penetración, mientras él se veía totalmente concentrado, con los ojos aún tapados, en el tacto de su pene. Debía tener la vagina totalmente preparada, porque después comenzó un mete-saca vertiginoso, apasionado, del que Pilar y yo solamente éramos testigos de las contracciones de las nalgas de nuestro macho y de los gemidos de Marta, que se retorcía como una posesa.
La corrida se hizo esperar más de lo que podíamos haber imaginado: creo que ella había sentido más de un orgasmo con él dentro de ella cuando su cuerpo sudoroso, totalmente excitado, se contrajo en la corrida, después de que el amo le diera permiso para ello. No tardó en apartarse de ella para mostrar su polla aún empalmada, dentro del condón, lleno de su leche. Era tal la cantidad de leche que habían expulsado sus testículos que el condón parecía caerse pese a lo elevado de su polla.
Pilar se acercó a él con cuidado, para quitarle el preservativo, se acercó a Marta y dejó caer el semen del condón sobre sus pechos para lamerlo después. Manu, que se había destapado los ojos, miraba alucinado, aún excitado, tocándose la polla por primera vez en toda la sesión. Cogió otro condón, se lo puso y se acercó para introducirse en el coño de Pilar. Follaba con tanto brío como con Marta, con tanta pasión y fuerza, pero esta vez una de sus manos empezó a acariciar a Marta, hasta llegar a su rajita, por la que introdujo los dedos corazón y medio. Él movía la mano rápidamente, ella se había dejado llevar por el placer y Pilar, con su cara más cínica, me miraba mientras él no paraba de follarla.
Marta nos sorprendió con un sonoro orgasmo, tras el cual Manu sacó su mano, cogió en peso a Pilar y tras levantarse, comenzó a elevarla sobre su polla mostrando sus huevos a nuestro amo, totalmente redondos, sudados, colorados. Estaba tan excitado que no dejaba de subirla y bajarla a pesar de la dificultad de tenerla totalmente enganchada al cuerpo, temiendo que la tirara. En ese momento comprendí que los gemidos de Pilar ya no eran fingidos, que no pretendía darme envidia, a pesar de estar muriéndome de celos, sino que estaba siendo totalmente satisfecha por el pollón de nuestro amigo que (cada vez lo tenía más claro) tenía que haber enganchado para mi.
Tras cinco minutos de levantadas Manu paró, jadeaba como un perro, ella intentaba introducir de nuevo su pene en su vagina, moviendo su pelvis, totalmente obsesionada, pero sin la fuerza de sus brazos no lo conseguía, hasta que él la tiró sobre la cama. Ella abrió sus piernas, metiéndose los dedos, mirando su polla con deseo, levantándose a por ella de vez en cuando, cogiéndola de hecho al tenerla tan cerca pero sin lograr llevársela hasta ella, mientras él parecía coger aire, hasta que se echó sobre su cuerpo unos minutos más tarde. Ella gimió como una loca con aquella nueva embestida (seguramente ahora la polla entraba más adentro) y se ofreció para las demás sin problemas. Se notaba que estaba disfrutando por cómo le enganchaba el culo y la espalda. Lo hacía con tal fuerza que incluso le arañó en alguna ocasión. Fue entonces cuando miré de nuevo a nuestro amo (le había olvidado). Se había desconectado advirtiendo que después de correrse dos veces y tener todos los huevos llenos de lefa, no podía seguir el ritmo de ese cabrón (yo tampoco entendía que aguantara tanto).
Cuando volví a mirarles habían cambiado de posición: él estaba tumbado sobre la cama mientras que ella saltaba sobre su polla, siendo acariciada por sus manos, que, incluso, se atrevieron a acariciar su clítoris, lo que le hacía sentir tal excitación que parecía gritar interiormente. Yo miraba sus cuerpos colorados, sudorosos, sin parar de moverse, pensando que no dejarían fuerzas a aquel tío para penetrarme, cuando Marta se acercó a su cara para plantarle su entrepierna en ella. Estaban portándose como unas auténticas zorras.
Yo, al menos, quise disfrutar de nuevo de la visión de sus testículos, que me parecían estupendos, y busqué su entrepierna, veía como su pene aparecía y desparecía entre las piernas de Pilar, hasta que, de repente, el cuerpo de Manu empezó a convulsionarse, sus huevos estaban totalmente contraídos y sus piernas incluso parecían estirarse solas: estaba corriéndose de nuevo, pero esta vez con mayor ímpetu, con mayor intensidad. Manu, que se había quitado a la otra de la cara, se llevaba las manos a la cabeza, intentaba zafarse de Pilar que seguía saltando sobre él, con la cara totalmente abstraída, y el cuerpo encogido sobre aquel falo que le estaba haciendo correrse como si su chocho fuera una catarata. Sólo estuvo así unos dos minutos, dejándose caer sobre la cama, a su lado, liberando su pene que, con el condón de nuevo lleno de semen, se seguía mostrando en total esplendor.
Ahora fue Marta quien se lo retiró, algo que le hizo volver a saltar (seguramente tenía el glande más sensible que en cualquier otra ocasión).
Marta salió de la habitación con el preservativo lleno en la mano, mientras que Pilar comenzaba a incorporarse de la cama, para regresar después con una botella de agua y un paquete de galletas, que abrió para verter sobre dos de ellas la última lefada de nuestro chico. Ella comió un trozo de la primera galleta, para darle el otro a Pilar, mientras que él las veía aún tumbado en la cama. Me di cuenta de que se le estaba poniendo de nuevo morcillona, así que ni corta ni perezosa, me comí la otra galleta, recibiendo sonrisas de ellas como aprobación y logrando que su nabo no se relajara. Fue entonces cuando nuestro juguete humano se levantó para beber agua (casi medio litro de un trago, aunque mucha de ella cayera por su cuerpo), me cogió del brazo y me llevó al baño.
 
Allí se acercó al retrete y orinó. Aunque había perdido la erección se notaba su pene aún bastante grueso, y la fuerza de su meada hizo que me volviera a excitar. Su polla estaba brillante, debido, seguramente, a los fluidos que había tenido envueltos en los condones. Cuando terminó se la sacudió rápidamente para colocarse frente al lavabo y pedirme que se la limpiara. Yo hice el ademán de agacharme para metérmela en la boca, puesto que pensé que era lo que quería, pero cogió mi cabeza y me la puso a la altura de la suya para decirme que así no, aún no. Llevó mi mano hasta debajo del grifo, que abrió con el dorso de la mano, y a continuación la puso sobre su polla. Los flujos que aún tenía hicieron que la sintiera muy lubricada. Pasaba mi mano, una y otra vez por ella, para después ponerla bajo el agua de nuevo y repetir la jugada. Mojé sus testículos, totalmente relajados ahora, pero bastante gordos aún. Él se dejaba hacer, excitándose, suspirando. Le bajé el pellejo para dejar al aire su glande, al rozárselo con la mano se movió como si un suave rayo le atravesara. Seguí rozándoselo con delicadeza, pero me gustaba verle tan excitado. Fue entonces cuando me eché un poquito de jabón en las manos y con las dos comencé a lavar, lentamente, sus genitales. El sudor de su cuerpo no había llegado a secarse y yo lo tenía allí, frente a mi, cogido por su sexo, totalmente entregado, excitándome y excitado. Volví a reparar en sus pezones, ya dije antes que nunca me habían gustado tan pequeños, y ahora que estaba excitado parecía salir del centro una pequeña aguja de carne. Le lamí el derecho, que coronaba un pectoral perfectamente definido, haciendo que se retirara hacia atrás. Yo sabía que le molestaba que se los rozaran incluso, así que le pedí perdón con una cara en la que mostraba toda mi excitación. Su pene estaba ahora totalmente erecto, mirando de nuevo al techo, mientras sus testículos colgaban perfectamente redondeados. Era el momento de quitar todo el jabón que había limpiado su sexo de ellas. Le pedí que lo subiera al lavabo, lo que debido a su estatura le costó un poco, pero una vez puestos allí fui echando despacito la parca cantidad de agua que iban recogiendo mis manos del grifo, acariciando de vez en cuando para retirar el poco jabón que pudiera quedar. Su polla cada vez me gustaba más, la deseaba. Él se retiró y yo le sequé con la toalla de mano. El áspero roce de la toalla sobre su glande no le gustó excesivamente, así que le sequé con pequeños toquecitos de la misma. Fue entonces cuando le pregunté:
-¿Vas a follarme?
Me cogió la cabeza y me besó apasionadamente, mientras yo sentía los latidos de su corazón pegado al mío, su piel sudorosa humedeciéndome la entrepierna lentamente. Acercó su boca a mi oreja y me susurró:
-Voy a amarte.
Sentí entonces como su mano se metía entre mis piernas y comenzaba a acariciarme, mientras me iba llevando a la habitación donde estaban las chicas. Me excitaba saberme amada, ganadora de su excitación, de su placer. Ellas esperaban de pie, recogiendo ya nuestras ropas, cuando vieron como él me tumbaba sobre la cama, sin sacar su mano de mi, sin dejar de moverla encendiendo mi interior, mis pechos. Se retiró para coger un preservativo mientras ellas observaban su polla de nuevo erecta, sin creer que pudiera lograr tres erecciones en tan corto periodo de tiempo, sin creer que sus testículos almacenaran tal cantidad de semen.
Cuando volvió sobre mi amó mis pechos, refrescándolos con su saliva, acariciándolos con las manos, para bajar después hasta el valle que había entre mis piernas. Sabía encontrar muy bien el placer con su lengua excitándose mientras yo jadeaba fuera de mi. Había colocado mi cuerpo en el borde de la cama y se incorporó ligeramente para mirarme con ternura. Yo hice un ligero movimiento con la cabeza, pues sabía que me pedía permiso para entrar en mi.
Tardó poco en recorrer mi rajita, totalmente lubricada, con la cabeza de su pene, para introducirlo lentamente en mi vagina (solo el glande) y volver a sacarlo para repetir el movimiento. Con las manos buscó mi clítoris, que acariciaba con la punta de su pene de vez en cuando, para volver a recorrerme, para volver a introducir su cabeza en mi, hasta que poco a poco sus entradas fueron más frecuentes. Fue entonces cuando me la metió toda en el interior. Yo estaba tan excitada y él fue tan lento que la excitación fue mayúscula, la sacó tan despacio como la metió, para volver a meter su cabeza solamente. Aquello fue repitiéndose cada vez más, en intervalos más cortos de tiempo, hasta que sus metidas completas fueron lo único que hacía.
¡Qué bien se movía! Sentía su pene rodear mi cavidad, ir de un lado para otro, totalmente endurecido, sintiendo hasta los latidos de su corazón en él. Imaginaba sus glúteos encogiéndose y relajándose para mi, su espalda ligeramente velluda, admiraba su torso con el vello totalmente rizado y pegado a sus músculos colorados. Me incorporé ligeramente para poner mi mano entre sus piernas, tras sus testículos. El roce de mi dorso en sus huevos le sorprendió gratamente, pero lo que yo quería era notar el sudor que se producía allí donde glúteos, piernas y sexo se unían. Empapé mi mano con él y la acerqué a mi nariz. Olía a hombre excitado, un olor dulce que no había vuelto a sentir desde la última vez que habíamos estado juntos. Los recuerdos me excitaron, aunque aquel estuviera siendo el mejor polvo que me habían echado en mi vida. Contraje los músculos de mi vagina, él experimentó un escalofrío en todo su cuerpo y pidió que lo repitiera. No paré de contraer y relajar hasta el final, incluso cuando la sacó de mi para colocarme más al centro de la cama y echarse sobre mi, totalmente pegado su cuerpo al mío, para comenzar a empujar con mayor rapidez y fuerza. Los dos nos mirábamos totalmente excitados, con el corazón a cien, mientras ellas (me di cuenta en aquel mismo momento) no paraban de meter y sacar sus manos de sus entrepiernas chorreantes. Entre los cuatro soltamos millones de jadeos, millones de susurros silenciosos. Yo, de vez en cuando, ponía mi mano entre mis dientes, pues él logró que alcanzara varios orgasmos (algo que mi marido nunca había logrado conmigo). Fue entonces cuando su cara cambió, cuando contrajo todo su cuerpo excitado, mirándome, esperando mi aprobación para correrse. Cuando afirmé con la cabeza movió ligeramente su cuerpo subiendo su torso, apoyando su pene sobre mi clítoris, lo que presagiaba un nuevo orgasmo para mi. Contraje todo lo que pude mis músculos vaginales hasta notar como su pene disparaba en mi interior su semen, mientras mis brazos rodeaban su cuerpo caliente que se contraía de placer. Su cara era el sumum del placer. Fue entonces cuando noté que el condón se había roto, pues notaba el calor de su lefa en todo mi interior. Su cuerpo calló desfallecido sobre mi, teniendo aún el pene en mi interior. No se cómo conseguí que giráramos para sacármelo de dentro (aunque hubiera seguido así toda la vida) y le observé tendido, sonriendo, con los brazos por encima de la cara, mientras le quitaba el condón.
Bajé hasta su sexo para limpiarle ahora con la boca, mientras él, totalmente falto de fuerzas, se dejaba lamer el glande, el pene, los testículos. Estaba tan sensible que cinco minutos después aún se retorcía de placer a pesar de estar su minga totalmente relajada. Marta se acercó con su cámara para sacarle varios planos, aunque él con la cara tapada no se dio cuenta, ni siquiera yo me había dado cuenta de que se había pasado toda la noche retratando las distintas escenas que protagonizamos.
 

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