Cuando Marta nos llamó para decirnos que se había separado de su marido no nos pareció nada extraño: ella no era más que una remilgada caprichosa que había convertido a su marido en un calzonazos al que dejar en cuanto se cansara de que él hiciera todo lo que ella le pidiera, por fuerte que nos pudiera parecer a los demás.
Poco después nos invitó a visitar el piso que había alquilado para alejarse de él. No era extraño que nos llamara al grupito de siempre, pero nos pidió que fuéramos sin pareja. Nosotras dos tuvimos que aparcar a nuestros maridos, mientras que Manu no tenía problema, pues había decidido, desde hacía tiempo, no complicar más la vida con chicas como nosotras. La verdad es que fuimos bastante putitas, sabiendo todas que estaba liado con nosotras, pero haciéndole disimularlo delante de las otras y, sobre todo, de nuestros novios formales.
Como solía ser habitual, llegamos nosotras bastante tiempo antes que él. Le veíamos poco, ya que andaba liado con cosas suyas y, aunque nos gustaba estar con él, porque realmente era un tío estupendo, muchas veces no podíamos verle por sus quehaceres. Él era un tipo bajito, que con el tiempo se estaba empezando a quedar calvo, pero el hecho de haber sido gimnasta le hacía tener un cuerpecito bastante mono, hasta con la barriguita que poco a poco había ganado y que aquel día parecía haber disminuido bastante.
Lo cierto es que Manu a mi siempre me pareció bastante atractivo: sus ojos eran muy claros, tenían algo de felino, de misterio, que siempre me desarmaban, además de tener una sonrisa fácil, muy franca y bonita. Era además educado en extremo, lo que hacía que muchas personas pensaran que era gay, pero en la cama era un verdadero descubrimiento, sin ningún tipo de prejuicio a la hora de hacer disfrutar a una mujer de cualquier forma que se le ocurriera, tierno y a la vez muy apasionado… Todavía no me explicaba que no me hubiera decantado por él en vez de por el soso de mi marido: bueno, sí lo sabía, él no se dejaba engañar, y, siendo tan buena persona, no fui capaz de engañarle para conseguir lo que yo quería, ni yo ni ninguna del grupo.
Pasamos una velada muy bonita, recordando andanzas antiguas en las que el pobre Manu siempre salía perdiendo: que si aquél día que se enrolló conmigo y casi lo pillan las otras dos (queriendo, claro); que si aquella cena en la que casi cuenta cuando se le rompió el condón con Marta (estando su ex delante); que si aquella vez en que Rosa le pidió que se rasurara sus partes, mientras que yo le decía que me encantaban los hombre velludos como él y no sabía lo que hacer;…
Tras la cena, Marta nos reunió a Rosa y a mi en la cocina, mientras él se fumaba un cigarro en el balcón, para confesar sus verdaderas intenciones con él: había sido el último con el que follar antes de casarse y sería el primero después de su separación, y se lo pensaba tirar esa misma noche, con nosotras esta vez, si queríamos. Esperaba que le ayudáramos, había pensado en sacar un juego de preguntas y hacer que quien fallara se fuera quitando cada vez una prenda. Accedimos a ayudarla, pero no queríamos comprometernos a tener sexo, más que nada por nuestros maridos, creyendo que la cosa no pasaría de un intento.
Al principio Manu no estaba muy a gusto con la idea, pero poco después, y gracias al efecto de toda la cerveza que se había tomado durante la cena, dejó de resistirse. El caso es que, siendo tan culto como es, tuvo muy mala suerte, pues mientras a nosotras nos salían preguntas muy fáciles, a él le solían tocar preguntas de ingenio, cosa que no era su fuerte.
Le contamos los zapatos como prenda, pero pronto tuvo que elegir alguna prenda. Lo primero que se quitó fue el polo que llevaba puesto. Solía llevarlos ajustaditos, lo que marcaba perfectamente lo recio que estaba. Sus pezones se marcaban a través del tejido, cosa que me ponía muy cachonda, pero después, al desnudo, no me gustaban nada, ya que eran bastante pequeños y parecían tener una especie de aguja en el medio, así que no me hizo mucha gracia que fuera lo primero que se quitara.
Marta se burló de él, diciendo que parecía Alfredo Landa, ya que tenía el pecho cubierto de pelo, no muy denso, e incluso le cubría la espalda y parte de los hombros, cosa que a Manu no le molaba (nunca le había gustado ser tan peludito, pero la verdad es que tan menudito, calvito, con el pelito tan cortito, y peludo, se le traía un aire). Pilar fue la que salió un poquito a su favor, de hecho, creo que fue la que más en serio estuvo con él, produciendo en mi unos grandes celos. Dijo que el Landa nunca había estado tan fuerte como Manu, y que el actor era incapaz de hacer el pino o las volteretas a las que aquel tío que teníamos allí solía nos tenía acostumbradas.
No tardamos mucho en conseguir que fallara otra pregunta con la consiguiente pérdida de los pantalones de Manu. Fue entonces cuando recordé que solía llevar boxer, pero no de esos ajustaditos, sino de los clásicos, de toda la vida. Además, aquellos, al bajarse el pantalón, también bajaron un poquito de su cintura, quedando Manu en un semidesnudo muy morboso, en el que se le veía parte del pubis. De hecho, no paraba de mirarle el paquete, ya que la bragueta de los calzoncillos no llevaba botón ni nada, y si no recordaba mal su talla de nabo, era probable que en algún movimiento se le saliera un poco, o que pudiera verle algún testículo alojado en la pernera.
La siguiente en tirar fue Marta, que falló, conscientemente, una pregunta bastante fácil. No se anduvo con chiquitas, y aunque estaba totalmente vestida, lo primero que se quitó fue la camisa. Debajo llevaba un sujetador negro, transparente, que dejaba a la vista sus pezones, totalmente redondos, sin dejar a la imaginación ni siquiera una pizca de trabajo. La verdad es que, de las tres, a pesar de tener los pechos más pequeños, era la que los tenía más bonitos: prietitos, firmes y con una piel suave que incitaba a tocarlos con regodeo.
Yo, que no dejaba de mirar la entrepierna de Manu, noté un ligero movimiento de su miembro, seguramente se le estaba poniendo morcillona, y no iba a dejar pasar la oportunidad de que no siguiera en ese camino, ya que me estaba excitando como una colegiala. Pilar tiró y acertó su pregunta, pero yo no estuve dispuesta a quedarme atrás de Marta, así que en mi siguiente intervención, fallé. Le miré y mordí sensualmente mi labio superior, pasé la mano por mi camiseta, por encima de mis pechos, pero seguí hasta llegar a la cintura de mi falda. Me puse de pie y en menos de un minuto me la había quitado, dejando a la vista de Manu mis piernas y mi tanga, ya que la camiseta era bastante corta. Dije que tenía sed y que si alguien quería algo de beber, Manu pidió otra cerveza y yo me di la vuelta para que pudiera admirar mi trasero, mientras caminaba hacia la cocina. Cuando regresé pasé la cerveza fría por su pecho, buscando su pezón, que se contrajo ligeramente con el frío, y volví a mirar su entrepierna, en la que la cabeza de su polla empezaba a levantar ligeramente la tela de su ropa interior. Sus ojos felinos no dejaban de fijarse en mi vulva, que aunque tapada, se veía bien redondita.
Marta llamó su atención, pidiéndole que tirara, y él obedeció al instante. Crucé los dedos para que fallara, pero tuvo bastante suerte. Eso sí, Marta volvió a fallar sin razón para hacerlo, y se levantó para quitarse los pantalones cortos que llevaba. Sus bragas también eran negras, con transparencias por la parte de adelante, dejando ver perfectamente su rajita, y su vulva recién depilada.
Manuel no pudo evitar que su piel se enrojeciera, seguramente al notar que su pene iba creciendo, así que buscó la excusa perfecta para alejarse un ratito de la tentación: un cigarro. Su reacción inmediata fue vestirse para salir al balcón, pero ninguna le dejamos, así que tuvo que salir en ropa interior y con un calentón mayor de lo que parecía, a juzgar por el bulto que se producía bajo su ropa interior. Aquello hizo que nos riéramos un buen rato y yo aproveché para intentar convencer a las chicas de que la broma estaba bien y que si Marta se lo quería tirar debíamos dejarlos solos, que era un buenazo, que ya había aguantado bastante anteriormente y que no debíamos hacer que nos aborreciera.
Poco después nos invitó a visitar el piso que había alquilado para alejarse de él. No era extraño que nos llamara al grupito de siempre, pero nos pidió que fuéramos sin pareja. Nosotras dos tuvimos que aparcar a nuestros maridos, mientras que Manu no tenía problema, pues había decidido, desde hacía tiempo, no complicar más la vida con chicas como nosotras. La verdad es que fuimos bastante putitas, sabiendo todas que estaba liado con nosotras, pero haciéndole disimularlo delante de las otras y, sobre todo, de nuestros novios formales.
Como solía ser habitual, llegamos nosotras bastante tiempo antes que él. Le veíamos poco, ya que andaba liado con cosas suyas y, aunque nos gustaba estar con él, porque realmente era un tío estupendo, muchas veces no podíamos verle por sus quehaceres. Él era un tipo bajito, que con el tiempo se estaba empezando a quedar calvo, pero el hecho de haber sido gimnasta le hacía tener un cuerpecito bastante mono, hasta con la barriguita que poco a poco había ganado y que aquel día parecía haber disminuido bastante.
Lo cierto es que Manu a mi siempre me pareció bastante atractivo: sus ojos eran muy claros, tenían algo de felino, de misterio, que siempre me desarmaban, además de tener una sonrisa fácil, muy franca y bonita. Era además educado en extremo, lo que hacía que muchas personas pensaran que era gay, pero en la cama era un verdadero descubrimiento, sin ningún tipo de prejuicio a la hora de hacer disfrutar a una mujer de cualquier forma que se le ocurriera, tierno y a la vez muy apasionado… Todavía no me explicaba que no me hubiera decantado por él en vez de por el soso de mi marido: bueno, sí lo sabía, él no se dejaba engañar, y, siendo tan buena persona, no fui capaz de engañarle para conseguir lo que yo quería, ni yo ni ninguna del grupo.
Pasamos una velada muy bonita, recordando andanzas antiguas en las que el pobre Manu siempre salía perdiendo: que si aquél día que se enrolló conmigo y casi lo pillan las otras dos (queriendo, claro); que si aquella cena en la que casi cuenta cuando se le rompió el condón con Marta (estando su ex delante); que si aquella vez en que Rosa le pidió que se rasurara sus partes, mientras que yo le decía que me encantaban los hombre velludos como él y no sabía lo que hacer;…
Tras la cena, Marta nos reunió a Rosa y a mi en la cocina, mientras él se fumaba un cigarro en el balcón, para confesar sus verdaderas intenciones con él: había sido el último con el que follar antes de casarse y sería el primero después de su separación, y se lo pensaba tirar esa misma noche, con nosotras esta vez, si queríamos. Esperaba que le ayudáramos, había pensado en sacar un juego de preguntas y hacer que quien fallara se fuera quitando cada vez una prenda. Accedimos a ayudarla, pero no queríamos comprometernos a tener sexo, más que nada por nuestros maridos, creyendo que la cosa no pasaría de un intento.
Al principio Manu no estaba muy a gusto con la idea, pero poco después, y gracias al efecto de toda la cerveza que se había tomado durante la cena, dejó de resistirse. El caso es que, siendo tan culto como es, tuvo muy mala suerte, pues mientras a nosotras nos salían preguntas muy fáciles, a él le solían tocar preguntas de ingenio, cosa que no era su fuerte.
Le contamos los zapatos como prenda, pero pronto tuvo que elegir alguna prenda. Lo primero que se quitó fue el polo que llevaba puesto. Solía llevarlos ajustaditos, lo que marcaba perfectamente lo recio que estaba. Sus pezones se marcaban a través del tejido, cosa que me ponía muy cachonda, pero después, al desnudo, no me gustaban nada, ya que eran bastante pequeños y parecían tener una especie de aguja en el medio, así que no me hizo mucha gracia que fuera lo primero que se quitara.
Marta se burló de él, diciendo que parecía Alfredo Landa, ya que tenía el pecho cubierto de pelo, no muy denso, e incluso le cubría la espalda y parte de los hombros, cosa que a Manu no le molaba (nunca le había gustado ser tan peludito, pero la verdad es que tan menudito, calvito, con el pelito tan cortito, y peludo, se le traía un aire). Pilar fue la que salió un poquito a su favor, de hecho, creo que fue la que más en serio estuvo con él, produciendo en mi unos grandes celos. Dijo que el Landa nunca había estado tan fuerte como Manu, y que el actor era incapaz de hacer el pino o las volteretas a las que aquel tío que teníamos allí solía nos tenía acostumbradas.
No tardamos mucho en conseguir que fallara otra pregunta con la consiguiente pérdida de los pantalones de Manu. Fue entonces cuando recordé que solía llevar boxer, pero no de esos ajustaditos, sino de los clásicos, de toda la vida. Además, aquellos, al bajarse el pantalón, también bajaron un poquito de su cintura, quedando Manu en un semidesnudo muy morboso, en el que se le veía parte del pubis. De hecho, no paraba de mirarle el paquete, ya que la bragueta de los calzoncillos no llevaba botón ni nada, y si no recordaba mal su talla de nabo, era probable que en algún movimiento se le saliera un poco, o que pudiera verle algún testículo alojado en la pernera.
La siguiente en tirar fue Marta, que falló, conscientemente, una pregunta bastante fácil. No se anduvo con chiquitas, y aunque estaba totalmente vestida, lo primero que se quitó fue la camisa. Debajo llevaba un sujetador negro, transparente, que dejaba a la vista sus pezones, totalmente redondos, sin dejar a la imaginación ni siquiera una pizca de trabajo. La verdad es que, de las tres, a pesar de tener los pechos más pequeños, era la que los tenía más bonitos: prietitos, firmes y con una piel suave que incitaba a tocarlos con regodeo.
Yo, que no dejaba de mirar la entrepierna de Manu, noté un ligero movimiento de su miembro, seguramente se le estaba poniendo morcillona, y no iba a dejar pasar la oportunidad de que no siguiera en ese camino, ya que me estaba excitando como una colegiala. Pilar tiró y acertó su pregunta, pero yo no estuve dispuesta a quedarme atrás de Marta, así que en mi siguiente intervención, fallé. Le miré y mordí sensualmente mi labio superior, pasé la mano por mi camiseta, por encima de mis pechos, pero seguí hasta llegar a la cintura de mi falda. Me puse de pie y en menos de un minuto me la había quitado, dejando a la vista de Manu mis piernas y mi tanga, ya que la camiseta era bastante corta. Dije que tenía sed y que si alguien quería algo de beber, Manu pidió otra cerveza y yo me di la vuelta para que pudiera admirar mi trasero, mientras caminaba hacia la cocina. Cuando regresé pasé la cerveza fría por su pecho, buscando su pezón, que se contrajo ligeramente con el frío, y volví a mirar su entrepierna, en la que la cabeza de su polla empezaba a levantar ligeramente la tela de su ropa interior. Sus ojos felinos no dejaban de fijarse en mi vulva, que aunque tapada, se veía bien redondita.
Marta llamó su atención, pidiéndole que tirara, y él obedeció al instante. Crucé los dedos para que fallara, pero tuvo bastante suerte. Eso sí, Marta volvió a fallar sin razón para hacerlo, y se levantó para quitarse los pantalones cortos que llevaba. Sus bragas también eran negras, con transparencias por la parte de adelante, dejando ver perfectamente su rajita, y su vulva recién depilada.
Manuel no pudo evitar que su piel se enrojeciera, seguramente al notar que su pene iba creciendo, así que buscó la excusa perfecta para alejarse un ratito de la tentación: un cigarro. Su reacción inmediata fue vestirse para salir al balcón, pero ninguna le dejamos, así que tuvo que salir en ropa interior y con un calentón mayor de lo que parecía, a juzgar por el bulto que se producía bajo su ropa interior. Aquello hizo que nos riéramos un buen rato y yo aproveché para intentar convencer a las chicas de que la broma estaba bien y que si Marta se lo quería tirar debíamos dejarlos solos, que era un buenazo, que ya había aguantado bastante anteriormente y que no debíamos hacer que nos aborreciera.