Dos Hermanas

Difícil lo tiene Juan. No desearía estar en su lugar, espero, nunca estarlo.

Parecen amarse, al menos él ha dado muestras claras, ha demostrado una incondicionalidad que sólo un amor sincero entrega, entonces...cómo llegar a esta situación?

"Mañana iré... y vas a tener que confiar en mí… y, si defraudo tu confianza, deberás decidir entre aceptarlo o no… porque así es la vida…"

Debe ser aplastante para el corazón de cualquier hombre recibir un ultimátum de ese calibre.

Rocío asume que al hacer algo con ese otro defraudará la confianza de su amado esposo, quién llegado ese caso tendría que decidir si aceptarlo o no.

Aceptarlo o no!!!

A eso se resume todo.

Cuesta entender o creer que Rocío otorgue a esas palabras la responsabilidad de definir el futuro de lo que han sido décadas de una vida compartida junto a Juan.

Está tan segura acaso, de lo que Juan es capaz de aceptar? Conoce mejor que nosotros el nivel de tolerancia y capacidad de perdón en él, en eso nos lleva más de 20 años de ventaja.

Haciendo uso de eso, calcula y planifica sus pasos, el riesgo del costo en el beneficio, así sus números siempre le darán azules.

Esto que está por suceder es algo a lo que Rocío, cada vez más nos viene acostumbrando, lo que más debiera preocuparnos, es que se vuelve un hábito.

Y si por esta única vez yerra en sus cálculos, eligiendo Juan el "no" como respuesta?
 
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Es que esa es la cuestión, lo que hará Rocío en caso de que después de traicionar la confianza de Juan, este no lo acepte.

Aún nada ha hecho Rocío, y espero siga así.

Y en caso que "suceda" la traición a la confianza, "vuelva a suceder" según yo, es Juan y no Rocío quien tenga que decidir y tomar las acciones consecuentes.

Lo que temo es que Juan al final termine aceptándolo.
 
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Capítulo noveno. Todo tiene su fin.

No olvidaré nunca aquel fin de semana.

El sábado por la mañana no quise ser testigo de su preparación y marcha. Pretextando un trabajo urgente e inaplazable, salí de casa a primera hora, dejando a mis hijos indicación de que pasaría a recogerles a tiempo para acudir a la cita deportiva del mayor.

Dediqué un tiempo suficiente a desayunar, plácidamente instalado en una cafetería del centro, una de aquellas en las que cumplo mi ritual dominguero, en esta ocasión anticipado en un día.

Pero la placidez era un atributo externo, ni mucho menos mi estado de ánimo era sereno.

Volví a nuestra casa un par de horas más tarde, cumpliendo el compromiso de estar a tiempo para desplazarnos a una ciudad cercana en la que se desarrollaría el partido que nuestro hijo debía jugar.

En el fondo, mantenía una cierta y secreta esperanza de que Rocío hubiera reflexionado lo suficiente y hubiera decidido no acudir a aquella arriesgada cita con Elena y con vete a saber quién que aquella mujer hubiera decidido incorporar.

Nada más llegar a casa mi decepción fue completa. Su coche no estaba, había marchado ya.

Para que no hubiera ninguna duda, el mensaje en uno de aquellos papelitos amarillos en la puerta de la nevera era muy claro:

No puedo esperar más, se me hace tarde. Voy a donde te dije ayer – afirmaba con claro empeño, para acabar con una despedida formal- Hasta luego.

Me sentía contrariado e irascible.

Fui con mis hijos al encuentro que el mayor debía disputar aquella mañana. Para colmo de males, tampoco el partido estaba siendo una fuente de satisfacción, porque el equipo contrario -un equipo de media tabla, muchos puntos por debajo del nuestro- estaba aquel día especialmente acertado.

Pagué mis frustraciones como Dios manda, es decir, insultando todo lo que pude al árbitro, dejando de esa forma admirados a los padres acompañantes habituales del equipo, que jamás me habían visto hecho un energúmeno, y a nuestra hija, que se hacía cruces de las procacidades de las que era capaz su venerado -y ese día desaforado- padre.

Culminado el desastre, les llevé a comer a donde les gusta, es decir, a un antro de esos de hamburguesas con lechuga, tomate y queso, y después a casa, una casa vacía para mí, para ellos mera estación para arreglarse y salir a sus actividades de sábado tarde con sus grupos de amigos.

Ni un mensaje, ni una llamada… las 5 de la tarde y sin noticias. En realidad algo muy normal, porque al fin y al cabo hacía muy pocas horas que había salido, la previsión era estar fuera todo el día… nada indicaba que la falta de comunicación presagiara nada malo, pero…

Un inmenso pero, una grandísima objeción, un obstáculo abstracto, indefinido e hiriente se me representaba en el pensamiento con una intensidad y fuerza aplastante.

¡Sin noticias de Rocío!

Intenté distraerme mirando la plomiza y aburrida programación de fin de semana de las televisiones patrias. Una vez intentado, y consciente de la imposibilidad de alterar mi estado de obsesa frustración por la situación que estaba viviendo, me encaminé al estudio del sótano, a aquella habitación en la que escucho música, me aíslo y distraigo.

No podía.

Volvía una y otra vez al interrogante, en cada nueva ocasión más fuerte y descarnado.

-¿Qué estará haciendo?- me preguntaba una y otra vez, para caer en la desesperación ante la falta de respuesta o, en otras ocasiones, para darme las respuestas más dañinas a la pregunta.

Cada pocos minutos una mirada al móvil, a la mensajería, a comprobar una y otra vez que no había ningún mensaje.

Intentaba distraerme de mil formas, pero ni la música, ni la búsqueda de entretenimiento en internet, ni ninguna de las actividades que intentaba me sacaban del bucle mental negativo en el que había caído.

Las 7 de la tarde y sin noticias.

El tiempo transcurría con una lentitud exasperante, y mi enfado crecía con cada minuto de tortura mental que yo mismo me infligía.

En un arrebato infantil decidí vengarme de la forma menos digna de entre todas las formas de venganza posibles en la situación en la que me encontraba. Decidí visitar esas páginas cargadas de fotos, vídeos y relatos de contenido sexual, buscar en ellas la distracción, excitarme en la contemplación de cuerpos de hembras, disfrutar viendo encuentros sexuales tórridos de esas hembras con sus machos folladores…

Comencé, lógico, por la página en la que publico esta experiencia.

Algunas de esas fotos, algunos de esos vídeos, lejos de consolarme me provocaban más desesperación, pues en bastantes de ellos acababa por recordar la escapada de mi mujer y lo que sospechaba que podía estar haciendo sin mi presencia, con otras personas.

Uno de aquellos vídeos me hería en especial, porque representaba a una mujer que después de salir de su casa, despidiéndose de su marido con un beso, acudía a una especie de gimnasio en el que varias hembras se cepillaban a un musculoso instructor, con el agravante de que el cuerpo, el cabello e incluso el rostro de aquella mujer tenían un cierto parecido con Rocío.

Decidí entonces prescindir de los estímulos externos y, tras cerrar cuidadosamente la puerta del estudio, deslicé hacia abajo mis pantalones y calzoncillos, para desnudar la verga y sacudírmela creando mis propias fantasías sexuales.

Cerré cuidadosamente la puerta del estudio, pese a no ser necesario porque nadie más estaba en casa. Una forma de actuar que merecería un estudio psicológico, porque revela, pese a nuestra promiscuidad sexual, un cierto pudor contrario a llevar a cabo actividad sexual masturbatoria en un lugar abierto. Seguramente los restos de la educación religiosa que demonizaba las pajas y nos llevó desde la infancia a escondernos para hacerlas.

En aquellos momentos mi polla era un pingajo. Pude comenzar a ponerla morcillona a base de caricias, ligeros tirones de los testículos abajo y suaves descapulladas del glande, untado éste con algo de la propia saliva.

Poco a poco, mientras me tocaba, comencé a representarme imágenes sexuales que contribuyeran a excitarme.

No eran fantasías.

Eran recuerdos.

La primera vez que, todavía con las bragas puestas, acaricié en un juego el sexo de Loli. La primera vez que, en el mismo juego, acaricié su coño desnudo, percibiendo mis dedos el contacto de sus labios gruesos y prominentes, asomando al exterior, ofreciéndose como en un sacrificio de vestal al macho poseedor…

La primera vez que besé su boca… el momento en el que bailando fuimos conscientes de un deseo que culminaría en un polvo delicioso… el instante en que me clavé en su cuerpo, agitando en su interior mi verga y disfrutando de aquellos pezones puntiagudos, rotundos, grandes, duros y sensibles.

Subía y bajaba mi mano cada vez con más ritmo, recordando su gritito de excitación y placer, ese sonido continuo casi hasta la asfixia que anuncia su cercano orgasmo.

Vino a mi recuerdo todo el complejo de sensaciones de aquella noche de verano en que estuvimos a solas, en el jardín, en la habitación… en el polvo casi conyugal en la cocina de la mañana siguiente…

Se mezclaba con la visión de una Loli entregada a Pol en aquella reunión tan loca de la postpandemia, o comiéndose con Carma la boca… o lamiendo sus grandes pechos de hembra grande, aparentando a su lado ser apenas una adolescente pervertida con su cuerpecito juvenil…

Y con el recuerdo de Loli sobre la mesa de reuniones de mi despacho, corriéndose de gusto en un encuentro que yo creía secreto…

La intensidad de mi excitación iba variando…

Pero en un momento fui consciente de que todo lo que estaba acudiendo a mi mente para excitarme eran protagonizados por mi cuñada…

Todo.

Intenté entonces combatir contra esa realidad, buscando a propósito introducir en el recuerdo otras experiencias sexuales. Rebusqué en las ocasiones que nos habíamos encontrado con Carma y Pol. Incluso recuperé alguna experiencia ya casi olvidada anterior.

También intenté recuperar las sensaciones vividas en las embestidas potentes con Elena, pero esas eran inseparables de la presencia de Rocío y no quería, ni mucho menos, su presencia.

Hasta acudí al recuerdo de aquellas pocas ocasiones que ya expliqué en las que tuve encuentros con algunas colegas, muy puntuales y aislados, pero satisfactorios, mucho antes de que Rocío y yo nos introdujéramos en estas otras prácticas más abiertas.

Busqué con insistencia otros recursos: Una madre muy follable de un compañero de equipo de mi hijo, una colega que hace poco está divorciada y anda tirando cañas a cualquiera que le preste unos minutos de caballerosa atención…incluso una jueza de mediana edad y cuerpo de jaca poderosa, con unas tetas que le impiden abrocharse la toga, y unas piernas potentes siempre enfundadas en zapatos de tacón que la elevan más todavía de su propia altura y de la que le añade la tarima en el estrado.

Pero al hacerlo cayó en picado mi excitación y, con ella, la dureza de mi sexo.

No quería, de ninguna manera, recordar a Rocío. Expresamente rechazaba esa posibilidad… pero más allá de Loli tampoco conseguía mantenerme en disposición de seguir disfrutando.

Las nueve de la noche y sin noticias… ni excitación…

Me sentía mal. Muy mal.

La soledad inundaba todo a mi alrededor. Incluso la llegada de mis hijos pocos minutos después era insuficiente para apartar aquel sentimiento de abandono. Preparé algo ligero para que cenaran y se retiraran a su habitación, a jugar con la Play (sólo les dejamos unas pocas horas en fin de semana)
 
Mal rollo ha dado este capítulo.
Yo ya lo dije hace tiempo, lo mejor es separarse de Rocío
Es injustificable que no mensajes ni llamadas ni nada. Lo mejor es que lo hablé con ella y que tenga una buena explicación, pero creo que debería divorciarse y rehacer su vida.
 
Yo entiendo que tiene su vida estable con sus hijos y todo eso, pero la actitud de Rocío deja mucho que desear. Al menos yo me planteaba si merece la pena seguir con una mujer que hace lo que está haciendo.
 
Llegó pasadas las diez de la noche.

Bajó del coche con varias bolsas, de esas de papel o cartón que acostumbran a entregar las tiendas de moda, ropa o complementos.

Era la imagen de una mujer de mediana edad que regresa de un día intenso de compras con su cochecito cuquín y moderno, como cualquier otra de nuestro barrio, de nuestra zona, clase media tirando a pija con pretensiones.

Sonrió al verme y pronunció un hola por todo saludo.

Confieso que estaba cabreado, mucho.

Y se notaba, claro.

Aunque reparó perfectamente en mi gesto adusto, no dijo nada y continuó el camino hacia la habitación, seguramente a colocar en el ropero las nuevas prendas adquiridas en ese día de compras… y ves a saber si de algo más.

Tuve un presentimiento repentino, así que esperé un momento, calculando el tiempo justo para que se pusiera cómoda quitándose los zapatos y comenzara a ordenar lo que había comprado. Calculé bien, porque entré justo cuando desenvolvía un conjunto de lencería compuesto por unas braguitas minúsculas y un sujetador no más grande que las bragas, un conjunto que la desnudaría más que vestirla, cuando se lo pusiera.

Con gran naturalidad se dirigió a mí, como si no hubiera advertido mi enfado.

-¿Te gusta?

Esperé unos segundos, seguramente pocos pero que en el contexto constituía una pausa dramática, antes de contestar.

-No lo sé. No los he visto puestos.

De nuevo sin inmutarse por mi tono huraño, respondió con presteza.

-Eso tiene arreglo.

Lo que hizo a continuación no contribuyó a tranquilizarme, antes al contrario multiplicó mi rabia.

Con parsimonia, mirándome con fijeza a los ojos, se despojó de la ropa que llevaba puesta. La falda, ceñida a las caderas y hasta un palmo por debajo de la rodilla, con una cremallera en el lateral de unos quince centímetros para facilitar la maniobra de vestir y desvestir y otra en la parte trasera, a lo largo de toda la falda hasta prácticamente el culo, que permite graduar la amplitud de los pasos porque totalmente cerrada apenas deja avanzar un palmo en cada paso, y una blusa de color azul celeste y cuello camisero, abotonada hasta arriba, que cuando se recoge el pelo en un moño le da un aspecto de institutriz decimonónica.

Muy recatada, salvo por un detalle: No llevaba puesta ninguna ropa interior.

Falda, blusa y zapatos, que ya se había quitado, eran sus únicas vestimentas.

Quise pensar, primero, que tal vez se las había quitado al entrar en la habitación… pero era harto improbable. No hubiera podido desprenderse del sujetador sin desabrochar toda la blusa, y cuando entré ésta permanecía abotonada totalmente… no hubiera sido normal despojarse de aquella prenda y volver a cerrar, botón a botón, hasta el del cuello, la que llevaba puesta.

Tampoco la parte inferior, porque cuando entré la cremallera del lateral estaba totalmente cerrada y la de la parte posterior tan sólo abierta menos de un palmo, de tal forma que hubiera sido complicado y engorroso despojarse de unas bragas en aquella posición.

Mi comentario fue triste, cargado de dolor.

-Supongo que me estás diciendo así que ya te has vengado. Si eso te hace feliz, pues nada, felicidades.

Su respuesta excedía de lo necesario, incluso de lo aceptable como burla.

-¿A qué te refieres? No te estoy diciendo nada… si quieres pensar algo es un problema tuyo… tú sabrás… sólo quería que me vieras puesto este conjunto… ¿Te gusta?

Ajustaba a su cuerpo aquellas tiras finísimas y delicadas del sujetador, contemplándose en el espejo para juzgar por sí misma su apariencia. El tanga era apenas unos hilos sobre su cintura y entre los glúteos, con un pequeñísimo -apenas nada- triángulo de tela transparente en el frente.

-No juegues conmigo, Rocío.

Mi voz sonó dura, grave, más amenazante por el tono que por la nula efusividad con la que pronuncié aquellas palabras. En realidad, las pronuncié con una lentitud que yo mismo no podía reconocer en mi forma habitual de expresarme.

Continuó con lo que estaba haciendo, ahora desnudándose de nuevo para ponerse la bata de tela que acostumbra a llevar por casa, doblar las prendas adquiridas para envolverlas con cuidado en el papel de seda de la tienda y depositarlas en el cajón de sus prendas delicadas.

-No juego. Te dije que la confianza es eso, confianza. Y si yo confió en ti, pese a las reiteradas ocasiones en que me has fallado, no veo nada extraordinario en exigirte que confíes en mí… o te resignes a aceptar que te falle.

Su respuesta dolía como bofetada en el rostro. Mi respuesta fue una vez más desafortunada.

-Bueno… yo nunca he vuelto a casa después de un día de cachondeo, ves a saber con quién, sin ropa interior.

Hizo una pausa dramática oportunísima para su propósito, me miró fijamente con gesto severo, pero sin ira, demoró la respuesta para que su mensaje me atravesara como un cuchillo.

-No… tú has vuelto siempre a casa con toda la ropa… incluso después de haber quedado con mi hermana para follar tranquilamente en tu despacho… Una tarde de sexo romántico y enamorado. Una vez más, porque no era la primera vez -¿recuerdas?- después de haber asegurado que no se repetiría un encuentro a mis espaldas. Pero eso sí, con mucho cuidado para después de hacerlo vestirte cuidadosamente, procurando que nada se note, sin olvidar la ropa interior e intentando acordar con ella que no es necesario que yo sepa lo sucedido… Dime ¿Con cuántas te has liado sin que yo me entere? ¿Cuántas veces has vuelto con tu ropa interior bien colocada pero con los huevos vaciados ves a saber por quién? ¿Cómo puedo confiar en ti si te descubro en una mentira así?

Rocío no es de grandes parrafadas, pero todo lo anterior le salió sin pausa, como un discurso profundamente interiorizado que por fin consigue aflorar.

-Después de tirártela volviste a casa con una sonrisita de no haber roto nunca un plato -prosiguió- y sin ningún remordimiento por estar ocultando lo que habías hecho. ¡Y mira que dejé tiempo para que pudieras sincerarte!... Pero no… al contrario… como un verraco en celo cuando el señor la volvió a ver, a pajearse a escondidas como un adolescente.

Siguió vaciando sus reproches.

-Dime… ¿Cuándo estábamos en la playa en Formentera, era yo o ella la que te ponía caliente?... Mira… en eso yo también he tenido que aprender confianza, aprender a confiar que no era la fantasía de la niña, sino mi presencia, mi cuerpo y mis caricias lo que te excitaba, que mi coño no era un sucedáneo de otro coño cuando follábamos.

Callé. La experiencia me dice que en esas muy escasas ocasiones en que vuelca de repente todo un sentimiento cocinado a lo largo de semanas, incluso meses, no sirve de nada razonar. Dejé que prosiguiera en aquella especie de vómito emocional, mirándola y escuchando lo que decía.

-Lo que más te interesa ahora es saber si hoy he sido una perra que ha perdido las bragas follando como una loca, o si no las llevaba puestas todo el día, o qué ha pasado. Tienes dos opciones, creer que no ha pasado nada, confiar, o suponer que ha pasado algo y resignarte, aceptarlo y digerir que tienes unos cuernos que no te caben por la puerta. Tú eliges… como yo también tengo que elegir y no me he muerto por eso.

Estaba roja, subía su enojo, vaciaba las palabras como hachas que me golpeaban en cada frase, se le hinchaban las venas del cuello a medida que desgranaba sus agravios.

-A partir de ahora, si quieres follar conmigo, tendrás que soportar las dudas que yo he soportado… no sabrás si estoy pensando en otro hombre, si me he enamorado de alguien que no conoces y al cerrar los ojos cuando me tocas te dejo sólo para irme con él… ¿Te parece duro? Pues eso es lo que he vivido yo desde que mi hermana y tú ¡mi hermana! ¿entiendes? ¡mi hermana! ¡Y tú! decidisteis comportaros como dos adolescentes enamorados…

No cejaba. Continuó el relato, cada vez más encendido.

-Más de dos años desde aquella noche de verano romántica en mi propia casa y en mi propia cama. Y desde entonces cada día la duda, intentando descubrir en cada gesto si se va a reproducir, si volverá a pasar… ¡celos! ¡celos! de mi hermana y de mi marido, procurando convencerme de que nada pasará, de que todo puede seguir igual, que no me la volverán a jugar, que aquello fue una equivocación y ya han aprendido que no puede ocurrir más… ¡una mierda!

-¡Una inmensa mierda! ¿Caldo? ¡Dos tazas!

Un monólogo que se prolongaba sin freno. De repente formuló una pregunta que parecía conciliadora por el contenido aunque no por la entonación.

-Juan… ¿confías en mí?

Procuré no demorar en exceso la respuesta, y respondí casi balbuceando.

-Sí… yo confío en ti, claro.

-¡Y una mierda!- fue la respuesta inmediata, arrastrando las palabras y continuando en aquella variante escatológica que desde hacía un momento transitaba.

-¡Una gran mierda confías tú en mí! Cuando he llegado estabas amorcillado, a punto de una apoplejía, subiéndote por las paredes y sintiéndote un buey.

-Bueno… estaba algo enfadado, sí- seguí farfullando.

Siguió preguntando por derroteros muy peligrosos, muy resbaladizos, me sentía en riesgo inminente de grave crisis.

-Y si después de confiar te fallara como tú me has fallado ¿qué harías? ¿qué pensarías? ¿Cuál sería tu actitud?

Intenté llevar la conversación por otros derroteros, cambiar de tercio procurando introducir otras reflexiones.

-Bueno… tú has tenido también ocasión de algún encuentro a solas con alguien… no es un reproche, ni mucho menos… pero yo también he vivido esos momentos de duda y malestar, de inseguridad incluso, de celos tal vez…

Pensé que le daba algo.

-¿Cómo te atreves? ¡Ni se te ocurra comparar! Me acosté con Ernesto porque tú ¡tú! ¡sí! ¡tú! quisiste que lo hiciera. Había tenido mil oportunidades y jamás se me hubiera ocurrido… No he hecho nada que no supieras, que no estuvieras al corriente o que no quisieras… ¿Cómo puedes tener la poca vergüenza de comparar?

Para calmarla contesté en la forma que mejor creí a la pregunta que formulaba.

-Creo que me tendría que aguantar… que, como dices, me resignaría.

-¿Seguro?- la pregunta era un punto irónica.

-Supongo, no sé…

Estamos en marzo de 2024 y estos hechos sucedieron en septiembre del año pasado. He tardado bastante en asimilar lo sucedido, reflexionar sobre ello y extraer algunas conclusiones.

Ahora, más de cuatro meses después, creo tener la certeza de que todo lo anterior conducía al escenario que justamente se presentaba ante mí en ese punto. Como si un guion inexorable se hubiera escrito para conducir al clímax de nuestra tragicomedia.

Sonriendo con expresión cínica, continuó su perorata.

-Pues vas a tener que decidir sobre dos posibilidades… la primera, que hemos estado de compras y nada más. La segunda, que hoy te he puesto los cuernos bien puestos. Para que tengas una película completa con sus detalles, podría ser que Elena y yo hayamos comido con su amigo en el reservado del restaurante y esta vez no haya sido una espectadora.

Lo relataba con el tono de una lectora de novelas, sin ponerle especial entonación a las frases, como si fuera un relato construido y no vivido.

-Imagina que me he mantenido apartada al principio, pero poco a poco Elena me ha ido metiendo en el ajo hasta estar de lleno. Y que al final he cedido a la situación y nos hemos hecho de todo entre los tres. Imagínate que lo mismo que tú babeabas con la niña follándotela a tu gusto, así babeaba yo con la polla de un buen macho bien clavada dentro. Esta vez no se ha limpiado la corrida en una servilleta, porque lo ha hecho en mis bragas, y al sostén se le ha roto un tirante en medio del “fregao” cuando estaba siendo la más puta de las putas que haya en la Tierra. Ahora ya puedes darle una explicación posible a que no llevara nada debajo de la ropa. Igual es porque nos ha dado a las dos todo lo que ha querido, más de dos horas sin parar, con la tranca dura como una piedra repartiéndonos leña hasta dejarnos el coño para el arrastre.

Me miró con esa actitud desafiante que tan bien conozco, mientras pronunciaba con acento choni aquellas últimas palabras. Después, abrió la puerta de la habitación para salir al tiempo que me dirigía dos últimas frases.

-Esta noche dormiré en la habitación de invitados, quiero estar tranquila. Tú puedes aprovechar para trabajar en decidir qué quieres creer que ha pasado y, en su caso, trabajar en eso de la resignación.

Hizo una breve pausa y dejó ir la última.

-Y relee el poema de Sor Juana Inés de la Cruz en el que hace 350 años te retrató bien retratado, como si te conociera.

Me descolocó momentáneamente. Tiene Rocío esa habilidad, con salidas inesperadas que te dejan sin respuesta inmediata, que en medio de una discusión te obligan a pensar y, con ello, a hacer una pausa en la respuesta que puede utilizarse para diferentes finalidades, en este caso para hacer un mutis por el foro y poner fin a la discusión.

Conozco el poema que refería. He de reconocer que la cita era bastante adecuada.

Os dejo aquí ahora parte de los versos que me arrojaba a la cara, con la sorna, más bien recochineo, que lo hizo.

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:



Si con ansia sin igual

solicitáis su desdén

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?



Combatís su resistencia

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.



Parecer quiere el denuedo

de vuestro parecer loco

al niño que pone el coco

y luego le tiene miedo.



Queréis, con presunción necia,

hallar a la que buscáis,

para pretendida, Thais,

y en la posesión, Lucrecia.



¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?



Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.



¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada:

la que cae de rogada,

o el que ruega de caído?



Pues ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.
 
Ahora va a resultar que el malo es el. Lo de Rocío es flipante.
Supongo que seguirán juntos, pero yo desde luego me hubiera separado.
Ha estado borde, demostrando un cinismo y una caradura impresionante, yo si fuera tú a esta señora no la aguantaba ni un minuto más.
El malo en ningún caso es el, si no ella y encima va de ofendida. Sinceramente no merece la pena seguir con una mujer así de toxica.
 
Última edición:
Hay que ser muy muy muy retorcida para darle la vuelta y querer hacerle sentir mal como si la culpa fuera de el.
Me ha puesto hasta de mala ostia y me dan ganas de decirle 3 cosas bien dichas a esta mujer.
 
El capítulo ha sido una gran demostración de mala mujer, pero esposa, una persona ruin, cínica, borde y muy muy tóxica. Siento ser tan duro, pero es que ahora mismo a Rocío no le veo ninguna virtud.
Encima en vez de intentar arreglarlo lo ha empeorado.
No sé qué habrás hecho, pero sinceramente, no creo que merezcas lo que te ha dicho en este capítulo, encima que la que ha estado fuera sin dar explicaciones es ella.
Me planteaba seriamente si merece la pena seguir con Ella.
 
Bueno y eso de que ha llegado sin ropa interior y tenga la caradura de decir que puede elegir entre confiar en ella y pensar que solo ha estado con su amiga de compras o creer que es porque ha estado follando con un capullo es ya el colmo. Que no lo tome por gilipollas.
Lo dicho, que no merece la pena seguir con ella.
Divorcio al canto y que un juez decida la custodia de los niños. Eso al menos es lo que se merecería Rocío.
En vez de venir con humildad e intentar solucionar las cosas, llega borde, cínica y reprochando cosas del pasado.
 
Crónica de una muerte anunciada, cuando juegas con fuego, sueles quemarte.

En general, hay un gran riesgo en abrir una relación, sin recurrir a las estadísticas, el sentido común lo dice.

Con tu pareja intentan dar un nuevo incentivo a la relación, se confiesan sus fantasías, comienzan a jugar con esos deseos durante el sexo, viendo que el morbo les lleva a nuevos picos de placer, avanzan a etapas cada vez más osadas, la lujuria compartida en algún momento pasa a ser insuficiente, un factor no previsto entra a confundir todo, el emocional.
Al menos uno de ellos encuentra algo más que sexo, y nace esa necesidad, confrontados o no, inician esa búsqueda individual que transforma el juego en una guerra de desgaste, nace un resentimiento que constantes aventuras de uno u otro se encargan de acrecentar.
Para culminar con una distancia casi insalvable entre ellos, y la triste realidad que nada podría quedar por salvar en aquella relación, se hace más patente.

Por supuesto toda relación es un universo en sí, nunca es tan simple, factores internos y externos la complejizan en forma constante.
 
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