Dos Hermanas

Juan, preocúpate y aplícate.

A medida que avanzamos el relato disponemos de mayor información que nos permite caracterizar de forma más precisa a Rocío, y de paso a Juan.

Que Rocío no haya reaccionado en absoluto durante las casi tres semanas que lleva de enterada, e incluso haya actuado demasiado normal en su papel de esposa-hembra, demuestra la fría y calculadora forma que tiene para procesar su entorno.

Ella denota una prioridad muy definida, la consumación del deseo en placer, de lo más normal en nuestra especie, sino fuera por la tendencia avasalladora que suele imprimirle.

Ha demostrado una creciente indiferencia hacia los sentimientos, emociones y peligros que va provocando al perseguir sus placeres. En Juan sobretodo, pero también en su entorno cercano, familia y trabajo.

La evidencia es clara, lo normal al enterarse por Loli de lo ocurrido en el despacho de Juan, habría sido molestarse, conversarlo, discutirlo, aclararlo, pero nada. Ni indicios de intentar apaciguar y acercar criterios para entenderse y comunicarse mejor, de recomponer la relación antes que se les escape de las manos, de evitar llegar a un irremediable punto de no retorno.

Ha sido todo lo contrario, prefirió reciclarlo todo, lo bueno y lo malo de aquella situación usarla como leña para su caldera. Juntar suficiente presión para maquinar no un simple desquite, más bien el desarrollo de una serie de venganzas camufladas en su derecho a traspasar los límites que Juan rompió. Por algún motivo parece querer amplificar superficialmente cada crisis.

No entiendo en que se basa Juan para constatar que lo decidido por Rocío no alterará su vida, su "maravillosa vida personal, familiar y social". Se va a pasar 20 pueblos "equilibrando la balanza"

Todos esos supuestos traspasos a los límites hechos por Juan, han sido con Loli su hermana, quien está dentro del círculo fundacional de la particular vida sexual que llevan, es algo que Rocío propició y promovió.

Esa noche en que Loli a petición de su hermana ausente “atendió” a Juan, no me parece representar una falta al arreglo tácitamente acordado, las emociones y sensaciones quizás, pero acaso…eso está fuera de límites?...sabemos lo que realmente han sentido los otros al participar en cada encuentro?. Sólo tenemos cierta certeza de lo que Juan siente, o creemos nos confiesa.

Hasta he llegado a pensar que lo ocurrido con Loli en el despacho pudo ser preparado por Rocío, aprovechándose de lo bien que conoce a su esposo.

El caso que sea, quien mucho me ha decepcionado es Loli, puedo entender que su lealtad a su hermana sea superior a todo, y eso le llevara a confesar de inmediato su supuesta traición, nunca esperé que le mintiera.

Si existió alguna vez ese sentimiento tan especial de Loli que. según describe Juan, le tiene, lo mínimo era haberle alertado de su confesión, siendo tan necesario por ser el otro involucrado, y el esposo.

Un antecedente entregado por el mismo Juan en un anterior capítulo, es que reconoce en su actuación en algunos encuentros, ciertas características y actitudes candaulistas, lo hace al compararse con Paco y Pol. Esto puede llegar a ser determinante para el desarrollo de esta historia.

Juan lo sabe, no lo evidencia pero intuye que su mundo cambiará, de algún modo parece reconfortarse citando a la veterana ex-hippie:

"...por más que tu pareja sea libertina y tenga aventuras, si vuelve cada día a casa y está pendiente de los suyos, un polvo no es nada más que un polvo y al fin y al cabo lo que pueda hacer fuera ya lo hemos hecho juntos."

Rocío está decidida, ha tenido casi un mes para planificarlo, sólo queda enterarnos la forma y los invitados que elegirá para traer a su realidad todas aquellas fantasías que la dominaron durante esa última e intensa masturbación al lado de su marido.
 
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Creo que aunque sea difícil si Rocío hace lo que le ha dicho que va a hacer, el no lo debe permitir. Y sí se tiene que divorciar, que lo haga. Quizás ha llegado el momento de alejarse de está gente y empezar de cero. Eso sí, no alejarse del todo ya que tienen hijos en común.
Pero seré muy injusto, pero para estar con una mujer como Rocío, vengativa y que solo se preocupa por ella misma, mejor estar solo. Y además a mí Loli me ha decepcionado, convirtiéndose en una chivata . Lo mejor empezar de cero y lejos de estas dos.
 
lo sé todavía - me espetó -, igual me apunto a una aplicación de encuentros sexuales y me meto en la cama con unos cuantos colegas tuyos, no sé si por separado o al mismo tiempo… o me voy a buscar a Santi para follar cuando quiera con un macho de verdad potente… o llamo a Ernesto y le digo que no soy celosa y quiero repetir con él, aunque esté con otra mujer… o mejor llamo a Elena para que me enseñe a hacer cabrón consentido y pasivo a un marido… No sé.

Yo siento ser duro, pero esto que le dice su mujer es absolutamente impresentable. El no debe permitir que le humille así. Uno tiene que tener carácter y orgullo y saber valorarse .
Por mucho que la ame, ante todo está quererse a su mismo, así que si lo hace divorcio y se acabo. Y que le aguante otro.
 
Sí,.... parece que es vengativa, pero no olvidemos que Rocío se percató de como a Juan se le ponía dura tras abrazarse con Loli y la intensidad del abrazo no le pasó desapercibida.
 
Sí,.... parece que es vengativa, pero no olvidemos que Rocío se percató de como a Juan se le ponía dura tras abrazarse con Loli y la intensidad del abrazo no le pasó desapercibida.

De acuerdo, pero eso no justifica las revanchas que ella acostumbra, son absolutamente desproporcionadas.
Además, no todo está siendo lo que parece, según fueron los últimos acontecimientos no podemos confiar en la apariencia de las cosas, ni fiarnos en lo que Juan describa.
Mencioné ya, que hasta se puede sospechar de una complicidad entre las hermanas para llevar a cabo este morboso juego.
Juan pasó tres semanas, en lo que a su juicio, fueron unas memorables vacaciones familiares, muy compenetrados como familia, plagada de románticos momentos de pareja, donde disfrutaron del sexo como hace tiempo no lo hacían.
Mientras, bajo esa soñada y feliz superficie, Rocío elaboraba y planificaba lo que pronto será su "justa búsqueda del equilibrio".
Con toda franqueza, deseando el bienestar mental y emocional de Juan, espero que Rocío sea sólo un desafortunado alcance de nombre, y no mantenga el pedigrí que sabemos representa.
 
Última edición:
Precisamente por lo que dice el compañero es por lo que creo que Juan si lleva a cabo lo que le ha dicho debe poner tierra de por medio y alejarse de las 2. Mejor solo que mal acompañado.
Reconozco que no soy objetivo y Rocío no me cae bien. Si a esto añadimos que Loli le dice todo lo que hacen, pues eso. Divorcio al canto, cortar todo contacto con Loli y a empezar de nuevo.
Ahora si Rocío ama a Juan, que no lo tengo muy claro, que no haga lo que le ha dicho. Entonces quizás cambie mi postura.
 
Capítulo séptimo.- Qué bonito es el amor.-

Ha transcurrido más de un mes.

Nada se paraliza en el mundo, todo fluye continuamente, todo avanza, todo se transforma permanentemente, nada permanece.

Así lo sabemos desde Heráclito de Éfeso, desde hace 2.500 años.

Pero algo debe fallar en ese axioma, porque en nuestra realidad cotidiana no parece haber cambiado nada.

Instalados en una rutina conocida y repetida: la preparación del curso nuevo, el inicio del mismo para nuestros hijos y para Rocío, el retorno a la actividad profesional para mí.

Como cada año a la vuelta de vacaciones.

Debe ayudar a esa sensación de normalidad, de casi aburrida normalidad, la circunstancia de que Carlos haya pasado todo el mes de septiembre fuera de nuestra ciudad, en un curso especializado en la ciudad matriz de la empresa alemana para la que trabaja, y que Loli haya estado en ese mismo periodo de tiempo un par de semanas, que se había reservado de vacaciones, para acompañarle.

Sé, por las conversaciones que mantiene con su hermana, que han recuperado los contactos con algunas de las parejas con las que se relacionaron durante su estancia allí de hace unos años, compañeros de trabajo del cuñado que, o bien han seguido viviendo allí, o bien han acudido también a ese reciclaje. Deben haber recuperado también las sesiones de bailes de salón en los que se formaron y entrenaron por aquel entonces.

Ya están de vuelta, desde hace unos días.

Estoy a la expectativa. No seré yo quien proponga o sugiera nada sobre la reanudación de nuestros encuentros a cuatro, de nuestras cenas familiares “normales” o de las otras, las sesiones familiares de sexo compartido y cruzado.

Tampoco nada me ha comentado Rocío.

Nuestras conversaciones de pareja se han centrado en aquellas preocupaciones propias de la época y habituales en cualquier pareja, a saber, el inicio del curso de nuestros hijos, los cambios del profesorado en sus respectivos institutos, las actividades extraescolares que realizarán, especialmente las deportivas y su calendario deentrenamientos y competición, el equipamiento necesario para cada uno de ellos, también las circunstancias del nuevo curso de Rocío, sus alumnas nuevas, sus compañeras (nuevas algunas también), las actitudes nada nuevas y predecibles de la bruja madre, la vuelta a los juzgados, algún cambio reciente de titulares con la llegada de uno, en particular, que hubiera convertido en progresista al sinvergüenza putero de mi suegro (que en paz descansamos)…

Y hasta hemos hablado de la novedad del uso de las diferentes lenguas españolas en el Congreso de los Diputados, con la normalización de la riqueza lingüística y la aparición de nuevas oportunidades para los traductores.

Pero ni un solo comentario sobre “lo nuestro”.

Nada.

No quiero decir con ello, ni mucho menos, que nuestras relaciones sexuales se hayan paralizado.

No hablamos… pero follamos.

Y bastante.

Tenía mis dudas, grandes dudas, sobre qué sucedería después de aquella noche en la que Rocío me comunicó su conocimiento del encuentro, a solas con su hermana, por segunda vez en el mismo verano.

Esperaba -he de confesarlo- alguna especie de castigo subsecuente a aquella conversación.

Cierto que en el periodo anterior, el de vacaciones, no se había verificado ninguna modificación negativa, al contrario, pese a conocer ella, ya entonces, lo sucedido.

Pero las expresiones vertidas por mi Rocío en aquella ocasión, con un apunte de cierta rabia, me llevaba a creer que algunas consecuencia se producirían.

Bien pronto se despejó esa duda, para mi sorpresa.

Hacía calor, mucha calor.

Con la noche ya cerrada, una sensación de bochorno, de humedad en el ambiente, algo muy poco habitual en nuestra ciudad, hacía difícil conciliar el sueño. No es infrecuente que en noches como esa me instale en la terraza de nuestra habitación, una abertura en el tejado que por su disposición y orientación nos permite permanecer en ella sin que ninguna mirada indiscreta pueda alcanzarnos.

En una de las dos tumbonas, sin apenas ropa encima, unos calzoncillos nada más, leía tranquilamente una revista, aprovechando la escasa brisa que, muy de tanto en tanto, se levantaba.

-¿Qué haces?

Apareció en su maravillosa y bellísima plenitud. Desnuda, cubierta por una bata como de gasa transparente, descalza sobre el parquet de la terraza, recién duchada, la piel con el brillo de las cremas recién aplicadas, el pelo suelto, cepillado, seco, enmarcando ese rostro de hembra
andaluza que me enamora.

-Leo. Hace una calor insoportable.

No podía seguir leyendo. La miraba, disfrutando de aquella hermosa visión, recorriendo su cuerpo ligeramente velado por el tejido poroso de la bata, escasamente iluminado por la lámpara que me ayudaba a leer antes de que ella llegara.

Lentamente se acercó, consciente de que no podía apartar la mirada de su cuerpo. Con una gran parsimonia dejó caer, al llegar a mi lado, la bata que la cubría. De pie, al lado de la tumbona, colocada justo a la altura de mi cabeza, exhibía su cuerpo en una perspectiva en la que, al final de sus piernas, la vista se enredaba en un sexo totalmente depilado, más allá se detenía en unos pechos admirables y, al final, alcanzaba a su agradable sonrisa de hembra cargada de deseo.

Retiró de mis manos la revista y de mi cuerpo los calzoncillos. Sin pronunciar palabra, masajeó con ambas manos mi sexo, desde abajo, aquilatando el engrosamiento que comenzaba a producirse en una más que morcillona estaca.

No le costó en exceso. Mi excitación se disparó desde el primer momento, recibiendo la caricia de sus manos en mi sexo y del resto de su cuerpo en mis ojos.

Como pude, alcancé sus muslos primero, estirándome hasta tocar un culo perfecto, y finalmente haciéndole tumbarse sobre mí, en posición invertida, para hacernos un sesenta y nueve cargado de morbosas sensaciones, en el calor de una noche de verano, a cielo abierto, demorándonos en las caricias hasta notar, primero, la mezcla de sudores en nuestros cuerpos, después su flujo derramado en mis boca, inundándome de sus sabores, mientras yo también descargaba en su boca entre estertores de placer.

-Sigo caliente. Necesito más.

Era un tono imperativo, una exigencia urgente, el anuncio de una necesidad que debía ser calmada de inmediato.

Cambiamos las posiciones, y con ella recostada en la tumbona me arrodillé frente a su sexo para hundir la boca en él. Con las manos en mi cabeza, la apretaba contra ella, empujando a un contacto más duro, más tenso, al que yo me resistía, jugando a rozar suavemente con la lengua sus labios, pero cediendo de forma aleatoria para darle la fuerza que ella exigía, desesperándola para incrementar su deseo.

No sé cuánto tiempo estuve en esa labor, pero sí que se corrió varias veces, sudorosa, agitada, retorciéndose… hasta sentirse satisfecha.

Ha habido otras ocasiones, todas ellas muy normales, nada especial o destacable en ellas, polvos matrimoniales cargados de amor y placer, iniciados unas por ella, otras por mí, indistintamente…

Quizás la más reseñable sea la de este último fin de semana, el sábado 23.

Salimos a cenar con otras dos parejas. Ellos, compañeros de profesión. Ellas, sus esposas, una también abogada, la otra empresaria del sector del comercio de cosmética, todos más o menos de la misma edad, salvo uno de mis compañeros, que nos lleva más de diez años de edad.

Es una salida recurrente, repetida durante años, habitual al reinicio de la actividad, encuentro de compañeros profesionales de relación prolongada y cordial, algo difícil en nuestro oficio.

Rocío se preparó como siempre, con su extrema elegancia y pulcritud: zapatos de cóctel con tacón alto, algo que ella sabe lucir como nadie, vestido vaporoso largo, hasta los tobillos, ceñido en la cintura y con tirantes en la parte superior, dejando un escote en uve recatado y, a la vez, sugerente.

No llevaba ropa interior.

La parte superior se manifestaba por la ligereza de la ropa del vestido, bajo la cual sus pechos se movían libremente, sin sujeción ninguna. En cambio, los pezones no se apuntaban bajo aquel tejido. El gran descubrimiento de los cubrepezones adhesivos le ha permitido en algunos
vestidos prescindir de la ropa interior, sin disminuir su elegancia ni hacer exhibición de esa parte del cuerpo.

Que no llevaba tampoco ni bragas ni tanga lo supe más tarde, cuando ella eligió el momento para decírmelo.

Cenamos. Después nos desplazamos a un club de cierto nivel, lugar de ocio habitual de la gente bien de nuestra ciudad. Se puede conversar, escuchar música en directo y bailar, en un entorno cuidado, de clientela muy seleccionada y, casi toda, conocida desde siempre por el resto de los clientes.

Llevábamos más de una hora allí cuando las otras parejas decidieron bailar. Para no ser menos, tomé a Rocío de la mano y también iniciamos un baile.

-Tengo ganas de follar.

Lo espetó así, con esa expresión un punto soez, sin preámbulo ninguno, mientras nos movíamos al son de un acaramelado bolero.

Me pilló por sorpresa. Hasta ese momento la velada se había desarrollado entre agradables conversaciones insustanciales, sonrisas sociales y pequeños detalles de cortesía cruzados entre todos nosotros.

Y también, por supuesto, en el comentario jurídico y extrajurídico de la situación de un presidente federativo besucón, tema insoslayable en nuestros días.

-Fóllame. Ahora.

Volvía a sorprenderme con su insistencia.
-Estoy caliente y húmeda, voy a mancharme el vestido, no llevo nada debajo…

Se pegaba a mi cuerpo en algunos movimientos, haciéndome notar su vientre plano, sus muslos provocadores bajo la suave muselina del vestido.

-Ahora iré al baño. Ven conmigo.

Estaba realmente bloqueado. No sabía qué podía pasar, en un lugar como aquel, en el que cualquier escándalo podía constituir una noticia local difundida de boca en boca por “el todo” de nuestra ciudad.

Afortunadamente, la casualidad quiso que no hubiera ocasión. Cuando después de bailar volvimos a la mesa que compartíamos con nuestros amigos y Rocío se dispuso a ir al baño, las otras dos mujeres tomaron la misma decisión y se dirigieron las tres, frustrando así la posibilidad de encuentro entre ambos que mi mujer había preparado.

Al volver ya no se sentaron. Era lo bastante tarde y pusimos fin a la velada. Unos apretones de manos, dos besos en las mejillas a ellas, y a los coches, camino cada cual de su casa.

Para llegar a la nuestra sin cruzar toda la ciudad es posible circunvalarla, pero es preciso para ello atravesar una zona de cultivos muy solitaria.

-Aparca donde puedas. Quiero follar ahora.

Estaba desconocida. Desatada. Sin esperar más, mientras buscaba apartarme de la carretera para encontrar un rincón en el que meter el coche, se bajó los tirantes del vestido, despegó los cubrepezones y, remangando la parte de la falda, dejó su coño a la vista para comenzar a masturbarse frenéticamente, sin delicadeza ninguna, clavando en el interior dos dedos y mirándome mientras con una cara de vicio, con una expresión de putón verbenero, de guarra en celo, muy diferente a la suya habitual.

Con el vestido todo plegado sobre su cintura, los pechos, el vientre y las piernas desnudas, era la viva imagen de la lujuria, sacudiendo con su mano el pubis, los dedos insertados en su interior, los gemidos cada vez más intensos, el cuerpo ascendiendo y descendiendo al compás de la mano… y la mirada, su mirada cargada de expresión, reclamando de inmediato la participación de un macho para acompañarla en el placer.

Follamos en el coche, apartados en la cuneta, con mi asiento desplazado hacia atrás y ella sentada sobre mi cuerpo, de espaldas a mí, agarrando sus tetas con fuerza para clavársela bien dentro, con sus dedos ya fuera pero dedicados a estimularse el clítoris mientras saltaba con fuerza sobre mi polla, agarrada con la otra mano al volante para empujar todavía más hacia abajo su cuerpo en cada salto.

No había acabado de bajar del todo mis pantalones. Quedaron perdidos de flujo y semen, en una mezcla de fluidos que fueron descolgando de nuestros sexos hasta que no tuve fuerza para más.

Ella, sin cambiar de posición, con mi polla flácida todavía en su interior, continuó masturbándose un rato, hasta acabar también exhausta.

Bien poco más puedo explicar que resulte significativo. Podréis por ello colegir mi estupefacción ante el desarrollo de los acontecimientos.

Y no quiero pasar por inocente pardillo.

Además de las reflexiones de Heráclito sobre la permanente transformación de la realidad, puedo recordar la de su coetáneo, el atomista Demócrito, que afirmaba aquello de que “nada sabemos de cierto, porque la verdad está en lo profundo”.

Así que permanezco atento a las señales de cambio de lo profundo, no vaya a ser que me pille desprevenido…

Pero mientras, se produzca o no ese cambio, disfruto de un momento que me inclina a sentir la feliz belleza del amor.
 
Última edición:
Bueno, parece que de momento vuelta a la normalidad y no se sabe si ella cumplirá su amenaza. De momento parece que no y se ha olvidado de eso, aunque veremos. Mejor así, aunque a mí sigue sin gustarme Rocío con esas actitudes.
 
Hombre, yo la comprendo un pco,... pero también creo que se pasa.
Si, pero eso de decirle que se iba a apuntar a una aplicación de esas y se iba a acostar con sus amigos incluso con varios a la vez estuvo muy mal. Quiero pensar que no lo va a hacer. Ahora parece que están muy bien y no hay necesidad de eso.
 
Bueno, parece que de momento vuelta a la normalidad y no se sabe si ella cumplirá su amenaza. De momento parece que no y se ha olvidado de eso, aunque veremos. Mejor así, aunque a mí sigue sin gustarme Rocío con esas actitudes.
Creo que tienes razón y que se trata de una tregua, quizá para dar sensación de normalidad y cogerlo con la guardia baja.
 
Lo que parecen una normalidad y una tregua entre Juan y Rocío, para nada lo son.

Ella hábilmente está plantando los nuevos términos que dicta satisfacer en plenitud su sexualidad.

"-Sigo caliente. Necesito más."
"-Tengo ganas de follar."
"-Fóllame. Ahora."
"-Ahora iré al baño. Ven conmigo."

"-Aparca donde puedas. Quiero follar ahora."

Una sexualidad en evolución, que a juzgar lo leído, cada vez es más desbordante y desinhibida, llegando a ser dominante y egoísta. Sin duda se trata de ella, no de ambos.

Las consecuencias iniciales de este evolutivo viaje de Rocío en búsqueda del placer, han sido más que satisfactorias para Juan. Lo comparo a un niño con juguete nuevo.

Iniciales, no permanentes. Por ahora Juan ha disfrutado entre extasiado y paralogizado la exuberancia sexual de su mujer.

Me parece muy acertado que Juan permanezca "atento a las señales de cambio de lo profundo", ya que demasiado frecuente es, que el exceso de lo que parece bueno se vuelva inmanejable, terminando por convertirse en algo incontrolable.

En todo caso, Juan es un hombre hecho, y lo que Rocío intente y logre hacer, será porque él se lo ha permitido.
 
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Capítulo octavo.- La vida sigue igual.

Hace unos días algunos informativos rellenaban sus espacios con la noticia del ochenta cumpleaños de un famoso interprete de canciones románticas (ñoñas, más bien) que ha hecho fortuna en el mundo latino.

Una de ella sirve de título a este capítulo.

Nuestra rutina cotidiana es monótona, como corresponde a cualquier familia similar a la nuestra, de clase media, sin grandes preocupaciones por la supervivencia, en una ciudad de provincias.

Nos levantamos todos, nuestros hijos también, a las siete de la mañana. Aseo, vestido, desayuno en familia y salida a nuestras respectivas ocupaciones. Los niños al instituto, la madre a su escuela, yo al despacho o, a veces según la agenda, directamente a los juzgados.

Empleamos la mayor parte del día en nuestras diversas actividades. Todos almorzamos fuera de casa, el niño y la niña en el instituto, mi mujer en su escuela, yo en los restaurantes habituales cercanos al despacho o en aquellos otros en los que con frecuencia toca hacerlo con clientes.

Las tardes son para mi mucho más largas, porque seguimos trabajando al menos hasta las 19 horas la mayor parte de los días (viernes no, los martes muchas veces tampoco).

Antes acaba Rocío, que generalmente sobre las 17:30 está en casa.

Nuestros hijos, a sus 16 y 13 años, respectivamente, tienen una variedad considerable de actividades extraescolares, lúdicas, deportivas o formativas complementarias, lo que les mantiene ocupados normalmente hasta más tarde que nosotros dos y muchísimos fines de semana.

Como debe ser.

Su madre, con un cierto sesgo de ese catolicismo impregnado en su cerebro por su entorno familiar infantil, siempre ha estado muy de acuerdo en aquel refrán popular que sostiene que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”.

Y algo de cierto debe haber en esa frase porque, a las pruebas me remito, nuestros mayores pecados, nuestro disfrute más “vicioso”, se originó a partir de la cuarta década de vida, en momentos en los que podíamos dejar de remar con fuerza y comenzar a disfrutar de bastante tiempo para el propio placer.

Uno de mis pequeños placeres (pequeño pero no menos importante) es llegar a casa cuando todavía no han llegado nuestros hijos, se ha marchado ya la asistenta y me encuentro a Rocío en sus cosas, en su vida, a veces corrigiendo pruebas, preparando documentos, clases o trabajos para el día siguiente, otras leyendo tranquilamente un libro, incluso a veces haciendo alguna preparación en la cocina, una pasión suya que la relaja y divierte.

Tiene uno la sensación de que todo el día ha valido la pena por esas breves horas que transcurrirán en casa hasta caer en el sueño, hacia las 12 de la noche.

Antes de que lleguen los niños, en los días que no han llegado aún, aprovechamos para las confidencias y las conversaciones “de pareja”, aquellas que no podemos ni debemos tener con ellos delante.

La vida sigue igual, proclamaba el viejo y pastoso interprete melódico, contraponiendo así su cateta visión del mundo con la sabia y profunda visión de dos griegos egregios, Heráclito y Demócrito, capaces hace dos milenios de argumentar y demostrar que nada sigue igual y que los cambios no perceptibles en primera instancia pueden estar produciéndose en lo más profundo e invisible.

-Me ha llamado Elena.

Lo dice con la voz neutra, mientras abro en la cocina una cerveza para acompañar una de esas exquisiteces que prepara cuando se siente creativa.

Ha esperado que, después de saludarnos con un beso al llegar, suba a las habitaciones, me ponga cómodo con la ropa de estar por casa y baje de nuevo a la cocina para completar el ritual de la llegada, un ritual que culmina siempre con una copita de vino en condiciones o con una cervecita.

-Ah… Hace tiempo que no hablamos con ellos… ¿Qué se cuenta?

Hace tiempo, sí. De hecho, desde antes de vacaciones. Tras el encuentro con ellos -más bien con ella- nos vimos un par de veces por vídeoconferencia, nos emplazamos a quedar en vivo alguna otra vez, pero sin que se haya concretado esa propuesta.

A mí ella me resulta atractiva. Sería una estupidez que no fuera así. Tiene un cuerpazo perfecto. La base natural es buena: esbelta, delgada, de carnes firmes… además lo ha acabado de esculpir con intervenciones de estética que lo han mejorado, al menos a la vista. En la cama es muy activa y muy capaz de complacer en mil formas a un hombre… y a una mujer. Pero él me da una cierta grima. Entre sus ideas políticas troglodíticas y su actitud de buey manso y capón, se compone un todo bastante poco agradable, es más, bastante repugnante.

-Nada especial. Chafarderías varias… en realidad nada concreto… tenía ganas de hablar…

Me resultaba intrigante esa ambigüedad en la referencia a su conversación. Ahondé en las preguntas.

-Pero… ¿están bien? ¿quieren proponernos algo? ¿Te ha dicho qué quiere?

-No… bueno… dice que su marido está muy liado con la política, que casi cada fin de semana tiene reuniones y actividades… que la deja muy sola.

Intuía que todo aquello era preámbulo de algo, que no había llegado todavía al núcleo de la conversación que estábamos teniendo o, mejor dicho, que íbamos a tener. Por un momento albergué la idea de que pudiéramos estar en vísperas de un encuentro entre los tres, sin Paco.

Decidí, como tantas otras veces, emplear un recurso que acostumbra a ser eficaz… el humor.

-¡Anda!. ¿No querrá quedar para montarnos un trío?

Reíamos los dos, más que nada por el tono algo payasete que empleé para decirlo, como si me sintiera aterrado por la idea. Conseguí el objetivo, una respuesta clara que me indicaba el propósito de la conversación.

-¡Noooo! No es eso… Parece que tiene ganas de confidencias de chicas… me ha dicho que me invita a comer…

Me impactó la respuesta. La primera impresión era de decepción. No me hubiera desagradado volver a estar con ellas dos a solas. La segunda de alerta.

¿A comer?

-Ufff… Hay más de doscientos kilómetros desde aquí a donde ellos viven… y son más de dos horas de coche de ida y otras tantas de vuelta… ¿quieres decir?

¡Nos conocemos tan bien!

Rocío adoptó un tono dulce para seguir la conversación, al mismo tiempo que sus labios dibujaban una sonrisa seductora.

-Bueno… podríamos quedar a medio camino… como cuando quedamos los cuatro… son unos ciento veinte kilómetros de autopista para mí y unos cien para ella por autopista también... Sería una comida, ir, comer, hablar y venir…

Se hizo el silencio. La pelota estaba en mi tejado. Callar era otorgar, y decir algo tampoco era fácil… Opté por una cierta agresividad.

-¿Cuándo habéis quedado?

No respondió de inmediato. Siguió haciendo cosas por la cocina, con una sonrisa dulce en los labios y mucha calma. Pasó casi un minuto. Un minuto se hace muy largo en esas circunstancias.

-No hemos quedado- aclaró por fin-. Le he dicho que debía comprobar si teníamos algún compromiso y que debía hablarlo contigo… Pero me ha dicho que le iría bien si puede ser este sábado 30.

De nuevo la pelota en mi tejado. Pero rápidamente me liberó de la dificultad en la que me encontraba para responder.

-Si quieres no quedo, pero ese sábado el niño tiene partido a las dos de la tarde en donde Cristo perdió el gorro, os iréis los tres a media mañana y me volveréis a dejar sola aquí todo el sábado hasta que volváis a las seis de la tarde.

Su posición estaba clara, y cual debía ser la mía también. No quedaba margen ninguno.

-No, si no te digo que no vayas -me apresuré a decir-, haz lo que veas, no seré yo quien te diga que no hagas lo que tú veas.

Pensaba que, en total, igualmente acabaría haciendo lo que quisiera, como siempre. Al responder intenté dotar de una cierta dignidad a la expresión, pero era consciente de que no había hecho más que caminar por el sendero que ella había decidido, desde el principio hasta el fin de la conversación.

Y ella era también consciente.

Se acercó a mí, me besó con su boca tentadora, apretó su vientre contra el mío y deshizo cualquier posible resistencia en una caricia cargada de provocación a mi deseo.

Aquella noche, tras la cena, Rocío dijo que quería acostarse pronto.

Minutos después de que ella subiera a la habitación recibí un whatsapp muy explícito.

“Hay una hembra muy caliente que te espera. Sube”

Subí, claro.

La encontré desnuda sobre el lecho, cubiertos los ojos con un antifaz que la cegaba, con las piernas extendidas y su coño, otra vez bien depilado, abierto y expuesto hacia la puerta de entrada a la habitación, mientras se acariciaba tironeando de los pezones y amasando con lascivia sus pechos…

-Ven… Tócame. Estoy ardiendo…

Era un susurro… un ruego. Pero era, en realidad, una orden imperativa que debía cumplir de inmediato.

Me arrojé entre sus piernas con ansia, decidido a devorar sin miramientos aquella excelente fruta de su vientre, aquellos sabrosos jugos que destilaba un coño excitado y receptivo a las caricias más rudas que pudiera hacerle.

Rocío sabe estimular mi deseo, incluso mi deseo desesperado, susurrando continuamente algunas procacidades en mi oído, esas frases que ellas saben, cuando quieren, pronunciar para que su macho abandone cualquier freno.

Mi mujer acostumbra, cuando asume ese rol, a transmutarse en universal. Conocedora, porque al fin y al cabo no tenemos secretos, de mi inocente entretenimiento en la clasificación de las formas de follar diferentes que imagino en las señoras que conozco, me provoca incitándome a hacer lo que le haría a cada una de ellas, a veces pronunciando expresamente el nombre de la persona para que sea identificable, otras refiriéndose en abstracto a las personas que hay visto ese día y me haya sugerido alguna categoría de mi especial clasificación.

Esta vez era con nombre muy determinado..

-Fóllame como si fuera Elena.

Me clavé en su cuerpo con furia, sintiendo, una vez más, que la vida, a su lado, vale la pena.

-¡Fóllame! ¡Más fuerte! ¡Más!

Me espoleaba con su voz y con sus uñas, que me clavaba con fuerza en la espalda mientras saltaba sobre su cuerpo en movimientos bruscos, desprovistos de cualquier delicadeza, buscando hundirme más y más en sus entrañas hasta deshacerme en una corrida de violenta intensidad…

Poco después, muy poco después, apenas unos segundos, casi al mismo tiempo, ella también explotaba de placer entre jadeos, susurrándome al oído lo mucho que le gusta verme perder el sentido…
 
Capítulo octavo.- La vida sigue igual.

Hace unos días algunos informativos rellenaban sus espacios con la noticia del ochenta cumpleaños de un famoso interprete de canciones románticas (ñoñas, más bien) que ha hecho fortuna en el mundo latino.

Una de ella sirve de título a este capítulo.

Nuestra rutina cotidiana es monótona, como corresponde a cualquier familia similar a la nuestra, de clase media, sin grandes preocupaciones por la supervivencia, en una ciudad de provincias.

Nos levantamos todos, nuestros hijos también, a las siete de la mañana. Aseo, vestido, desayuno en familia y salida a nuestras respectivas ocupaciones. Los niños al instituto, la madre a su escuela, yo al despacho o, a veces según la agenda, directamente a los juzgados.

Empleamos la mayor parte del día en nuestras diversas actividades. Todos almorzamos fuera de casa, el niño y la niña en el instituto, mi mujer en su escuela, yo en los restaurantes habituales cercanos al despacho o en aquellos otros en los que con frecuencia toca hacerlo con clientes.

Las tardes son para mi mucho más largas, porque seguimos trabajando al menos hasta las 19 horas la mayor parte de los días (viernes no, los martes muchas veces tampoco).

Antes acaba Rocío, que generalmente sobre las 17:30 está en casa.

Nuestros hijos, a sus 16 y 13 años, respectivamente, tienen una variedad considerable de actividades extraescolares, lúdicas, deportivas o formativas complementarias, lo que les mantiene ocupados normalmente hasta más tarde que nosotros dos y muchísimos fines de semana.

Como debe ser.

Su madre, con un cierto sesgo de ese catolicismo impregnado en su cerebro por su entorno familiar infantil, siempre ha estado muy de acuerdo en aquel refrán popular que sostiene que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”.

Y algo de cierto debe haber en esa frase porque, a las pruebas me remito, nuestros mayores pecados, nuestro disfrute más “vicioso”, se originó a partir de la cuarta década de vida, en momentos en los que podíamos dejar de remar con fuerza y comenzar a disfrutar de bastante tiempo para el propio placer.

Uno de mis pequeños placeres (pequeño pero no menos importante) es llegar a casa cuando todavía no han llegado nuestros hijos, se ha marchado ya la asistenta y me encuentro a Rocío en sus cosas, en su vida, a veces corrigiendo pruebas, preparando documentos, clases o trabajos para el día siguiente, otras leyendo tranquilamente un libro, incluso a veces haciendo alguna preparación en la cocina, una pasión suya que la relaja y divierte.

Tiene uno la sensación de que todo el día ha valido la pena por esas breves horas que transcurrirán en casa hasta caer en el sueño, hacia las 12 de la noche.

Antes de que lleguen los niños, en los días que no han llegado aún, aprovechamos para las confidencias y las conversaciones “de pareja”, aquellas que no podemos ni debemos tener con ellos delante.

La vida sigue igual, proclamaba el viejo y pastoso interprete melódico, contraponiendo así su cateta visión del mundo con la sabia y profunda visión de dos griegos egregios, Heráclito y Demócrito, capaces hace dos milenios de argumentar y demostrar que nada sigue igual y que los cambios no perceptibles en primera instancia pueden estar produciéndose en lo más profundo e invisible.

-Me ha llamado Elena.

Lo dice con la voz neutra, mientras abro en la cocina una cerveza para acompañar una de esas exquisiteces que prepara cuando se siente creativa.

Ha esperado que, después de saludarnos con un beso al llegar, suba a las habitaciones, me ponga cómodo con la ropa de estar por casa y baje de nuevo a la cocina para completar el ritual de la llegada, un ritual que culmina siempre con una copita de vino en condiciones o con una cervecita.

-Ah… Hace tiempo que no hablamos con ellos… ¿Qué se cuenta?

Hace tiempo, sí. De hecho, desde antes de vacaciones. Tras el encuentro con ellos -más bien con ella- nos vimos un par de veces por vídeoconferencia, nos emplazamos a quedar en vivo alguna otra vez, pero sin que se haya concretado esa propuesta.

A mí ella me resulta atractiva. Sería una estupidez que no fuera así. Tiene un cuerpazo perfecto. La base natural es buena: esbelta, delgada, de carnes firmes… además lo ha acabado de esculpir con intervenciones de estética que lo han mejorado, al menos a la vista. En la cama es muy activa y muy capaz de complacer en mil formas a un hombre… y a una mujer. Pero él me da una cierta grima. Entre sus ideas políticas troglodíticas y su actitud de buey manso y capón, se compone un todo bastante poco agradable, es más, bastante repugnante.

-Nada especial. Chafarderías varias… en realidad nada concreto… tenía ganas de hablar…

Me resultaba intrigante esa ambigüedad en la referencia a su conversación. Ahondé en las preguntas.

-Pero… ¿están bien? ¿quieren proponernos algo? ¿Te ha dicho qué quiere?

-No… bueno… dice que su marido está muy liado con la política, que casi cada fin de semana tiene reuniones y actividades… que la deja muy sola.

Intuía que todo aquello era preámbulo de algo, que no había llegado todavía al núcleo de la conversación que estábamos teniendo o, mejor dicho, que íbamos a tener. Por un momento albergué la idea de que pudiéramos estar en vísperas de un encuentro entre los tres, sin Paco.

Decidí, como tantas otras veces, emplear un recurso que acostumbra a ser eficaz… el humor.

-¡Anda!. ¿No querrá quedar para montarnos un trío?

Reíamos los dos, más que nada por el tono algo payasete que empleé para decirlo, como si me sintiera aterrado por la idea. Conseguí el objetivo, una respuesta clara que me indicaba el propósito de la conversación.

-¡Noooo! No es eso… Parece que tiene ganas de confidencias de chicas… me ha dicho que me invita a comer…

Me impactó la respuesta. La primera impresión era de decepción. No me hubiera desagradado volver a estar con ellas dos a solas. La segunda de alerta.

¿A comer?

-Ufff… Hay más de doscientos kilómetros desde aquí a donde ellos viven… y son más de dos horas de coche de ida y otras tantas de vuelta… ¿quieres decir?

¡Nos conocemos tan bien!

Rocío adoptó un tono dulce para seguir la conversación, al mismo tiempo que sus labios dibujaban una sonrisa seductora.

-Bueno… podríamos quedar a medio camino… como cuando quedamos los cuatro… son unos ciento veinte kilómetros de autopista para mí y unos cien para ella por autopista también... Sería una comida, ir, comer, hablar y venir…

Se hizo el silencio. La pelota estaba en mi tejado. Callar era otorgar, y decir algo tampoco era fácil… Opté por una cierta agresividad.

-¿Cuándo habéis quedado?

No respondió de inmediato. Siguió haciendo cosas por la cocina, con una sonrisa dulce en los labios y mucha calma. Pasó casi un minuto. Un minuto se hace muy largo en esas circunstancias.

-No hemos quedado- aclaró por fin-. Le he dicho que debía comprobar si teníamos algún compromiso y que debía hablarlo contigo… Pero me ha dicho que le iría bien si puede ser este sábado 30.

De nuevo la pelota en mi tejado. Pero rápidamente me liberó de la dificultad en la que me encontraba para responder.

-Si quieres no quedo, pero ese sábado el niño tiene partido a las dos de la tarde en donde Cristo perdió el gorro, os iréis los tres a media mañana y me volveréis a dejar sola aquí todo el sábado hasta que volváis a las seis de la tarde.

Su posición estaba clara, y cual debía ser la mía también. No quedaba margen ninguno.

-No, si no te digo que no vayas -me apresuré a decir-, haz lo que veas, no seré yo quien te diga que no hagas lo que tú veas.

Pensaba que, en total, igualmente acabaría haciendo lo que quisiera, como siempre. Al responder intenté dotar de una cierta dignidad a la expresión, pero era consciente de que no había hecho más que caminar por el sendero que ella había decidido, desde el principio hasta el fin de la conversación.

Y ella era también consciente.

Se acercó a mí, me besó con su boca tentadora, apretó su vientre contra el mío y deshizo cualquier posible resistencia en una caricia cargada de provocación a mi deseo.

Aquella noche, tras la cena, Rocío dijo que quería acostarse pronto.

Minutos después de que ella subiera a la habitación recibí un whatsapp muy explícito.

“Hay una hembra muy caliente que te espera. Sube”

Subí, claro.

La encontré desnuda sobre el lecho, cubiertos los ojos con un antifaz que la cegaba, con las piernas extendidas y su coño, otra vez bien depilado, abierto y expuesto hacia la puerta de entrada a la habitación, mientras se acariciaba tironeando de los pezones y amasando con lascivia sus pechos…

-Ven… Tócame. Estoy ardiendo…

Era un susurro… un ruego. Pero era, en realidad, una orden imperativa que debía cumplir de inmediato.

Me arrojé entre sus piernas con ansia, decidido a devorar sin miramientos aquella excelente fruta de su vientre, aquellos sabrosos jugos que destilaba un coño excitado y receptivo a las caricias más rudas que pudiera hacerle.

Rocío sabe estimular mi deseo, incluso mi deseo desesperado, susurrando continuamente algunas procacidades en mi oído, esas frases que ellas saben, cuando quieren, pronunciar para que su macho abandone cualquier freno.

Mi mujer acostumbra, cuando asume ese rol, a transmutarse en universal. Conocedora, porque al fin y al cabo no tenemos secretos, de mi inocente entretenimiento en la clasificación de las formas de follar diferentes que imagino en las señoras que conozco, me provoca incitándome a hacer lo que le haría a cada una de ellas, a veces pronunciando expresamente el nombre de la persona para que sea identificable, otras refiriéndose en abstracto a las personas que hay visto ese día y me haya sugerido alguna categoría de mi especial clasificación.

Esta vez era con nombre muy determinado..

-Fóllame como si fuera Elena.

Me clavé en su cuerpo con furia, sintiendo, una vez más, que la vida, a su lado, vale la pena.

-¡Fóllame! ¡Más fuerte! ¡Más!

Me espoleaba con su voz y con sus uñas, que me clavaba con fuerza en la espalda mientras saltaba sobre su cuerpo en movimientos bruscos, desprovistos de cualquier delicadeza, buscando hundirme más y más en sus entrañas hasta deshacerme en una corrida de violenta intensidad…

Poco después, muy poco después, apenas unos segundos, casi al mismo tiempo, ella también explotaba de placer entre jadeos, susurrándome al oído lo mucho que le gusta verme perder el sentido…
La introducción del capítulo es un retrato costumbrista de algunos de nosotros. Felicidades 👏👏👏
 
- "...haz lo que veas, no seré yo quien te diga que no hagas lo que tú veas."

- "Pensaba que, en total, igualmente acabaría haciendo lo que quisiera, como siempre."


Frases que Juan nos regala.

La primera, dicha como una clara constatación de su posición ante los designios de Rocío, sus decisiones siempre son suyas, de ella, nunca nuestras.

La segunda, una reflexión quizás involuntariamente revelada por su conciencia, una queja que a gritos ansía pronunciarse, y aún reconocida y asumida, le provoca emociones y sensaciones que se contradicen demasiadas veces con el amor que siente.
 
Era mi último intento por evitar que acudiera a una cita que, sin saber bien por qué, me incomodaba.

Recién levantados, viernes 29, el día antes de la fecha prevista, le pregunté.

-¿Al final habéis quedado para mañana?

No contestó en seguida. Me miró con cara de sueño todavía y sin esbozar ninguna sonrisa ni traslucir ninguna emoción, ni negativa ni positiva… ninguna.

-Ya te dije que sí.

-Pues no lo veo claro- le repliqué pretendiendo exponer con la mayor claridad también en el tono de voz lo molesto que me sentía.

-No hay nada que ver claro u oscuro. Hemos quedado, nos veremos a las 12, iremos a comprar algunas cosas juntas, comeremos, nos tomaremos un café o una copa y hablaremos de todo lo que nos apetezca hablar. ¿Qué tienes que ver claro tú?

Me sentía mal. Un barrunto en mi interior me intranquilizaba hasta el punto de volverme brusco en exceso.

-¡Joder!... ¡Pues por ejemplo no veo claro si al final acabaréis yendo a comer al reservado de su amigo y esta vez participas algo más que alargándole una servilleta!

Lo había soltado. Sin pensarlo antes, pero de forma espontánea y sobre la marcha salió algo de mi interior que, inmediatamente, reconocí como la fuente de mi inquietud.

-No digas tonterías.

-¡No son tonterías, son mis recelos!

-Pues eso, pero sin re… son tus celos. Mira por dónde, el señor se pone celoso porque cree que puedo ser igual que él y dedicarme a follar con alguien sin estar él… Cree el ladrón…

No completó la frase, pero la referencia estaba claramente apuntada. Era un reproche implícito a mis encuentros con su hermana, en su ausencia.

Intentaba razonarle sobre lo inconveniente de esa salida, lo poco que les conocíamos y la conveniencia de no intimar en exceso sin conocerles más. Era un razonamiento atropellado y poco coherente, lo sé, porque no es de recibo achacar como exceso de intimidad un almuerzo compartido, cuando antes habíamos compartido un encuentro de relaciones sexuales desatadas, plenas y muy morbosas.

Mi intento consiguió, nada más, enrarecer el ambiente de aquella mañana, que nos sintiéramos ambos enfadados y abandonáramos nuestra casa para acudir a nuestras actividades con cara de pocos amigos.

Aquella tarde, de nuevo en casa, ella suscitó otra vez el debate.

-A ver, Juan… ¿Cuál es el problema?

Parecía un mensaje conciliador, sereno y tranquilo. Invitaba a la sinceridad.

-Bueno… no tengo claro que esta vez alguien se vaya a conformar nada más con pedirte que le alcances una servilleta.

Tardó unos segundos en reaccionar y lo hizo con una gran sonrisa, que demostraba a las claras que la mención a la servilleta había despertado su recuerdo y reconocía la chusca circunstancia que le mencionaba.

-O sea, que te preocupa que me monte una orgía por mi cuenta… No hemos quedado para eso…

Le contesté de nuevo con total sinceridad, desvelando mis temores.

-Bueno, la otra vez tampoco había quedado nadie para meterse mano en un reservado del restaurante y bien que acabó haciendo una mamada y una paja a su amante… ¿Te ha dicho dónde vais a almorzar? Porque apuesto lo que quieras a que iréis al restaurante de su amiguito…

Mis argumentos le hicieron reflexionar. Calló por un momento, volviendo a una expresión seria en su rostro, señal de que al menos consideraba los motivos que le acababa de exponer.

-La verdad es que no hemos hablado de dónde almorzaremos… y lo que dices sobre la posibilidad de ir al restaurante de su amigo tiene sentido.

Sus palabras me abrían la puerta a la esperanza de que rectificara su decisión de acudir a la cita.

-¿Crees que Elena, sin decirme nada antes, me metería en un rollito con ellos dos? Sería muy fuerte ¿no?

-Bueno… la otra vez no te anunció que se iba a meter su tranca en la boca aprovechando que ibais al baño… según me contaste, no le importó mucho que estuvieras allí…

Mi lógica era abrumadora. Continué con argumentos “a mayor abundamiento”.

-Aquella vez era un “aquí te pillo aquí te mato” improvisado y rápido, pero esta vez será con tiempo, en ese reservado que me dijiste, y puestos en situación ya sabes que a Elena le va pelo y pluma, dudo que te dejara al margen. Esta vez te va a pedir algo más que una servilleta…

Me sentía aliviado, había conseguido expresar mis temores, mis recelos, exponer el malestar que me causaba su posible encuentro con alguien… sin mí. Incluso juzgaba que mi alegato había sido demoledor, impecable, incontestable. Por eso, su salida al estilo choni (su mecanismo de defensa preferido) me descolocó.

-Pues no había caído, cariño… no sé… igual tienes razón.

La pausa en ese punto me anunciaba -creía yo- la inminente victoria.

-Oye… entonces, si hay esa posibilidad y es verdad que esta vez sería algo más que darle la servilleta… ¿qué debo hacer? ¿mañana me pongo las bragas o voy ya con el chocho al aire para que todo sea más fácil?

Cuando se pone guerrera en plan arrabalero su voz vuelve a su acento sevillano, ese que ya hace mucho tiempo que perdió pero que recupera para arremangarse en las batallas dialécticas conmigo.

Chocho sonaba como “shosho” y todo era un “tó” clarísimo…

Mi cara debió ser un poema por un breve instante, justo el tiempo en el que volvió a su rostro la sonrisa y me guiñaba el ojo para acreditar el sentido jocoso y bromista de su reacción.

-Joder… Rocío, no te cachondees con estas cosas que me vas a provocar un infarto…

-Míralo él, que “delicao”.

Reíamos los dos, relajados después de la conversación, sincerado yo y comprensiva ella.

-Mañana voy a ir igualmente.

De nuevo su voz y acento eran los de la Rocío serena y reflexiva.

-No va a pasar nada porque yo no quiero que pase, pero tú vas a tener que aprender a convivir con esas inseguridades… como he aprendido y estoy aprendiendo yo todavía.

No contesté. Sabía que ella continuaría una vez que había empezado a apuntar el hilo de mis deslices anteriores…

-No vamos a hablar ahora de cosas que han pasado, pero yo bien he tenido que digerir el sapo de algunas cosas que has hecho.. bueno… que habéis hecho… y aquí estoy. No me he muerto, ni me he amargado la vida…

Continuó.

-Así que mañana voy, y voy sin la intención de hacer nada más que hablar con una persona que me despierta curiosidad y me va a hacer pasar un día mejor que si me aburro en casa. Si a ti te preocupa que esa intención se tuerza y acabe siendo otra cosa… como te puede pasar y de hecho te ha pasado a ti, pues…

Dejó abierta la frase, sin completarla.

-¿Pues…?

-Pues tendrás que aprender a gestionar la confianza y, si sucede algo pese a no ser mi intención, a gestionar la tolerancia.

-¿La tolerancia?

-Sí, la tolerancia, Juan, la tolerancia. Yo la llevo practicando más de dos meses, todo el verano… estando contigo y teniendo relaciones sabiendo que habías estado con mi hermana y no me lo decías, tolerancia, venga… no es nada… no es más que un polvo y estaban los dos con ganas, mira… no tiene mayor importancia, que al fin y al cabo es algo que han hecho ya un montón de veces estando juntos… ya me lo dirá cuando piense que es el momento… ¿Qué se está haciendo una paja a mi lado en la cama mientras piensa en ella porque se ha puesto caliente al volver a verla después de unas vacaciones en las que hemos estado separados?... nada… tolerancia… no pasa nada… por dentro la cosa va mordiendo ¿sabes?... pero venga… tolerancia… como decía nuestra amiga en Formentera, que nos enseñó mucho sobre eso de la tolerancia ¿te acuerdas?... estando juntos, qué más da que esté con otra, total, no le hará nada que no hayamos hecho él y yo juntos… y ya, para rematar, quién no se consuela es porque no quiere… ¿se lía con mi hermana?... oye, mejor… todo queda en casa y no hay riesgo ni de enfermedades ni de líos con complicaciones con cualquier tía que se encuentre… ¡qué suerte que le haya dado por ahí!... tolerancia, Juan, tolerancia, sí, hijo, sí, tolerancia.

Permanecí en silencio, después de esa filípica, por un buen rato. Su tono había sido controlado, sin ira, pero firme.

-Mañana iré- continuó- y vas a tener que confiar en mí… y, si defraudo tu confianza, deberás decidir entre aceptarlo o no… porque así es la vida… para todos... Juan, también para ti.
 

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