El Juego de la Universidad

Eldric

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Capítulo 1

Nunca pensé que un día pisaría un lugar como este. El campus de la Universidad de Santiago es tan inmenso y elegante que me sentía como un pez fuera del agua desde el momento en que llegué. Los edificios están rodeados de jardines perfectos, con fuentes que parecen sacadas de una postal. Todo es tan pulcro, tan caro... Y luego estoy yo, Marcelo, con mi mochila rota, mis zapatos desgastados y mi violonchelo ya algo viejo. Nunca fui de esos chicos que soñaban con ir a la universidad. Mi vida era simple, estudiar lo justo para no reprobar y trabajar después de clases para ayudar a mamá. Pero de alguna manera, las cosas se alinearon. Terminé sacando las mejores notas del colegio y, para sorpresa de todos —incluyéndome a mí mismo— me gané una beca completa para estudiar aquí en esta cueva de oro para los hijos de ricos gracias a un proyecto que presenté de ultima hora.

Mientras caminaba por los pasillos del campus, me di cuenta de que no encajaba. Los otros estudiantes iban vestidos con ropa que probablemente cuesta más que mi sueldo de medio año en el taller mecánico en el que trabajaba. Algunos de ellos ni siquiera parecían darse cuenta de que yo existo, como si mi presencia fuera una nota discordante en su perfecta sinfonía de riqueza y privilegio.
— ¡Ey tú! —escuché a alguien decir tras de mí— ¿También eres becado?

Me giré y vi a un chico más o menos de mi edad. No tenía la ropa cara y reluciente que los otros llevaban, pero tampoco lucía tan desgastado como yo. Su pelo estaba despeinado, pero de una forma que parecía calculada, como si le hubiera tomado media hora lograr ese "descuido perfecto".

—Sí, ¿por qué lo dices? —le contesté, mirándolo de reojo.

—Bueno, no es tan difícil darse cuenta —rio, echándome una mirada de arriba abajo— Digo, los lujitos que se dan aquí los chicos ricos no pasan desapercibidos.

Le lancé una mirada de molestia, sin decir nada. Sentí la rabia subir por mi pecho, pero antes de que pudiera responder, él levantó las manos, con una sonrisa rápida.

—¡Ey, no te lo tomes a mal! Era una broma, hombre. Solo digo que, bueno, nosotros dos sabemos lo diferente que es entrar aquí cuando te lo tienes que ganar —se encogió de hombros y me miró con algo parecido a simpatía— Perdona, soy Simón, por cierto.

—Marcelo —respondí secamente— Dejaré pasar tu bromita por ahora.

— ¡Uf, menos mal! —dijo exagerando un gesto de alivio, sacudiendo la cabeza— Tienes mecha corta, ¿eh? Pero lo entiendo. Aquí los becados somos como peces en el desierto.

Lo miré de reojo, aún decidiendo si me caía bien o no. Simón parecía de esos tipos que hablan demasiado, que siempre tienen algo que decir, pero no necesariamente malas intenciones.

—En fin —continuó, cambiando el tema— la reunión de bienvenida está por empezar. El director quiere que todos los de nuevo ingreso se reúnan en la sala de conferencias. Te sugiero que vayamos antes de que empiecen a señalar con el dedo a los que llegan tarde.

Lo seguí sin decir más. Mientras caminábamos, pasábamos junto a grupos de chicos que charlaban en pequeños círculos. Todos parecían conocer a alguien ya, o al menos eso aparentaban. Yo sentía que me estaba metiendo en un territorio que no era el mío, como un intruso que simplemente consiguió colarse en la fiesta. Sin embargo, algo en la forma relajada en que Simón se movía me hizo sentir un poco menos fuera de lugar.

Cuando llegamos a la sala de conferencias, el lugar estaba casi lleno. Había un murmullo constante en el aire, una mezcla de risas, cuchicheos y susurros nerviosos. Al fondo, un podio alto dominaba la vista, donde un hombre mayor, vestido con un traje impecable, esperaba pacientemente.

Simón y yo nos sentamos en una fila trasera, observando cómo los estudiantes continuaban entrando. Apenas había espacio para todos cuando el director, un hombre con el rostro serio y una expresión de autoridad que imponía, levantó la mano para silenciar la sala.

—Queridos estudiantes de nuevo ingreso —empezó, con una voz profunda y calculada, cada palabra resonando por el auditorio— Como muchos de ustedes ya saben, la Universidad de Santiago es, si no la más prestigiosa, una de las más prestigiosas instituciones educativas de este país. Aquí, solo aceptamos a lo mejor de lo mejor. Ustedes han demostrado un nivel de excelencia que los ha traído hasta aquí.

"Lo mejor de lo mejor". Esa frase resonó en mi cabeza. No pude evitar sentir una especie de ironía en ella. Sí, era cierto que había trabajado duro para estar aquí, pero al mirar a mi alrededor, me preguntaba cuántos de estos chicos estaban sentados en esas sillas no por mérito, sino por apellido.

El director continuó, imperturbable.

—Ustedes se enfrentarán a desafíos que pondrán a prueba su capacidad, su determinación, e incluso su resistencia. No todos llegarán al final. Pero aquellos que lo hagan, serán los líderes del mañana. La Universidad de Santiago no solo forma profesionales. Forma mentes brillantes, capaces de cambiar el mundo.

El discurso, aunque solemne, se sentía un poco vacío. Podía ver cómo los chicos de familias ricas lo tomaban como si fuera otra formalidad. Para ellos, esto era un paso más en la vida que ya tenían asegurada. Pero para mí, para Simón, y para los otros becados —si es que había más—, esto era más que un reto: era una oportunidad que no podíamos darnos el lujo de desperdiciar.

Cuando el director terminó de hablar, la sala explotó en aplausos. Algunos aplaudían con entusiasmo, otros lo hacían por simple formalidad. Miré a Simón, que aplaudía lentamente, con una ceja levantada.

— ¿Líderes del mañana? —susurró, riéndose por lo bajo— Menuda charla motivacional, ¿no crees?

—No sé si me siento más inspirado o más presionado —le respondí, aunque con un medio tono de broma.

—Bah, todo es parte del show —dijo, encogiéndose de hombros— Pero, ¿sabes qué? Tienen razón en algo. Estar aquí es una oportunidad enorme. Y créeme, Marcelo, los becados como nosotros tenemos mucho más que ganar que cualquiera de ellos.

Lo miré, y por primera vez desde que lo conocí, vi algo más allá de las bromas. Simón estaba tan decidido como yo, aunque lo ocultaba bien bajo esa fachada despreocupada. Tal vez él también había dejado algo importante atrás para estar aquí.

—Bueno, a ver si sobrevivimos al primer semestre, al menos —le dije, levantándome cuando la reunión terminó.

—Eso sería un logro monumental —rio Simón— Vamos, te invito un café. O mejor, un agua, que con lo que cobran aquí ni para eso alcanza.

Lo seguí mientras salíamos del auditorio, esquivando grupos de estudiantes que parecían no tener ni una preocupación en el mundo. No sabía qué me depararía el futuro en esta universidad, pero una cosa era segura: no iba a dejar que ni los ricos ni los obstáculos me echaran de aquí.

Este lugar podría ser de ellos, pero estaba decidido a hacerlo mío también.
 
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Capítulo 2


Después de clases, Simón y yo nos dirigimos a los dormitorios que nos habían asignado. El edificio estaba justo al lado del campus, con un portal de entrada tan elegante que parecía más un hotel de lujo que una residencia estudiantil. Los jardines eran impecables, de un verde tan intenso que parecía irreal.

Al llegar a la entrada, un portero nos detuvo con una mirada de pocos amigos.

—¿Y ustedes quiénes son? —preguntó con tono seco.

—Soy Marcelo —respondí, intentando mantener la calma.

—Ah, claro, Marcelo. Déjame adivinar, de entre los miles de Marcelos que tengo registrados... —el portero soltó una risa sarcástica.

—Marcelo Uriarte —añadí, sin ganas de prolongar la conversación.

Tecleó un par de veces más y, al parecer, me encontró en el sistema. Luego soltó un silbido burlón.

—Te has sacado la lotería, chaval. Te ha tocado la habitación 3B —dijo, con una sonrisa maliciosa.

Miré a Simón, buscando alguna pista sobre si eso era bueno o malo, pero él solo se encogió de hombros.

Simón dio su nombre, y después de un proceso similar, le asignaron su habitación. Mientras nos dirigíamos a nuestros cuartos, nos cruzamos con un grupo de chicas en shorts y camisetas deportivas. Simón, por supuesto, no perdió la oportunidad de hacer algún comentario.

—¡Uff! ¿Viste cómo le rebotaban los pechos a la rubia? —dijo entre risas— ¡Chaval, esto es un dormitorio mixto! —celebró, como si le hubieran dado la mejor noticia del día.

Lo ignoré, ya que mi cabeza estaba ocupada con lo que me esperaba en la habitación 3B. Subí las escaleras, con la llave en mano, y al llegar a la puerta intenté abrirla... pero la llave no funcionaba. La probé varias veces, frustrado. Toqué la puerta, primero con suavidad, luego con más fuerza, pero nadie respondía.

Justo cuando estaba por golpearla aún más fuerte, la puerta del cuarto de al lado se abrió, y una chica de lentes salió mirándome con una mezcla de curiosidad y fastidio. Usaba unos shorts que destacaban sus largas piernas morenas.

—¿Qué haces? —preguntó, entre divertida y desconcertada.

—Se supone que esta es mi habitación —respondí, señalando la puerta.

—¿La 3B? —preguntó sorprendida—. Vaya... esa habitación solo ha tenido un dueño. Al menos hasta ahora —se cruzó de brazos, evaluándome— Si fuera tú, pediría un cambio. El tipo que vive ahí es Mario. Lleva años atascado en la universidad por su mal comportamiento. Es un desastre, nadie quiere estar cerca de él.

—No me importa quién sea —le contesté, golpeando la puerta aún más fuerte— ¡Mario o quien sea, abre antes de que tire la puerta abajo!

La chica dio un paso atrás, sorprendida por mi tono, y desapareció de vuelta en su cuarto, cerrando la puerta con un clic. Mientras seguía golpeando, finalmente escuché ruido al otro lado. La cerradura hizo un clic y la puerta se abrió de golpe.

Ahí estaba él. Un tipo alto, desaliñado, con una camiseta vieja y pantalones deportivos sucios. Su pelo desordenado y su mirada de pocos amigos me recibieron como si yo fuera una mosca molesta.

—¿Qué demonios quieres? —murmuró, su tono claramente irritado.

—Soy Marcelo. Me han asignado esta habitación —dije, sin retroceder ni un centímetro.

Mario se me quedó mirando por un segundo, evaluándome de arriba abajo con ojos entrecerrados. Luego soltó una risa baja, una mezcla de burla y desdén.

—¿Tú? ¿Aquí? —se rió entre dientes—. No, hombre, te habrán dado mal la información. Aquí no cabe otro más.

—Te equivocas, me asignaron este cuarto y me quedaré aquí —contesté firme.

Mario dio un paso hacia mí, y por un segundo, el aire se volvió tenso. Sus ojos estaban fijos en los míos, buscando alguna señal de debilidad.

—Mira, pendejo, no sé de dónde vienes, pero aquí las cosas no funcionan como en tu barrio. Este es mi espacio —Su tono cambió de sarcástico a amenazante, y sentí que estaba buscando pelea.

Yo no me eché para atrás.

—Esta es mi habitación, la compartimos o no la compartimos, pero de una forma u otra, voy a entrar —dije, mirándolo directo a los ojos.

Mario soltó una risa seca, pero no se movió. La tensión en el aire era palpable. Lo último que quería era un enfrentamiento físico en mi primer día, pero tampoco iba a dejar que un idiota como él me intimidara.

—Bien. Haz lo que quieras, pero no me hagas cargar con tus problemas —dijo finalmente, dando un paso atrás y permitiéndome entrar.

Entré en la habitación, y el lugar era un completo desastre. Ropa tirada por todas partes, latas vacías en el suelo, y una cama mal hecha en la esquina. El ambiente olía a humedad y encierro. No era lo que esperaba, pero tampoco era nada que no pudiera manejar.

Mario me lanzó una última mirada, como si me advirtiera que las cosas no serían fáciles.

—Supongo que ahora somos compañeros de cuarto —dijo, con sarcasmo, antes de volver a tirarse en su cama.

Yo no dije nada más. Sabía que esta sería una convivencia complicada, pero si algo me había enseñado la vida, era que no importaba quién estuviera en tu camino. Solo debías seguir adelante, sin agacharte ante nadie.



A la mañana siguiente, mientras finalizábamos la clase, un hombre mayor vestido de traje entró al salón. Su porte serio y el maletín que llevaba bajo el brazo le daban un aire de importancia, como si estuviera acostumbrado a dar órdenes. Sin perder el tiempo, sacó una lista y comenzó a leer nombres en voz alta, con tono autoritario.

Para mi sorpresa, el último nombre que llamó fue el mío. Noté de inmediato el murmullo que recorrió el salón. Los que no habían sido llamados intercambiaron miradas, algunos sonriendo con esa satisfacción maliciosa que solo disfrutan cuando piensan que algo malo le espera a otros.

Y ahí estaba Miriam, sentada en la fila de atrás, con su sonrisa socarrona más evidente que nunca. La típica chica bonita con aires de superioridad. Era la clase de persona que pensaba que el mundo le debía algo, y que cualquiera que no encajara en su estándar estaba por debajo. Entre lo poco rescatable, estaban sus enormes tetas.

—Oh, claro —dijo Miriam mientras jugaba con un mechón de su cabello— Tienen que llevarse a los peones a pagar su cuota.

Algunos de sus amigos rieron con ganas, claramente disfrutando de la escena. Sabían que ella siempre tenía la lengua afilada, y eso les encantaba. Yo apreté los dientes. Me molestaba que hablara como si todos fuéramos piezas en su tablero, como si ella estuviera por encima de todo. Me daban ganas de contestarle, pero sabía que eso solo le daría más satisfacción. Así que simplemente recogí mis cosas y salí del salón, sintiendo las miradas burlonas perforándome la espalda.

Nos llevaron a una sala de reuniones, donde ya estaba Simón junto a otros pocos estudiantes. Todos parecían igual de confundidos que yo.

—Chicos, los he reunido aquí porque, como saben, ustedes son los becarios de nuevo ingreso —tosió ligeramente antes de continuar— Verán, ustedes tienen el privilegio de contar con una beca en la universidad más prestigiosa del país. A cambio, se les pide una pequeña contribución. Nada fuera de lo común, ya saben, apoyo en ciertas áreas de la universidad, cumplir con algunos créditos complementarios... aunque eso aplica para todos, no solo para los becados. Con su talento, no deberían tener problemas para llevar el ritmo de las clases y estas obligaciones adicionales.

Algunas miradas se cruzaron en la sala. Sabíamos que "apoyo en ciertas áreas" era solo un eufemismo para realizar trabajos que otros preferían no hacer.

—Por último, —añadió con algo más de formalidad— muchos de ustedes obtuvieron esta beca gracias a sus sobresalientes calificaciones o a sus propuestas de proyectos de desarrollo. Otros, por su indudable talento deportivo. Para aquellos que ingresaron mediante proyectos, tendrán que presentar avances de forma periódica y serán evaluados por un asesor que se les asignará en breve.

Al escuchar eso, me acordé de mi propuesta de proyecto. Era ambicioso, sí, pero también complejo. No estaba seguro de cómo iba a manejarlo con todas las demás responsabilidades.

—Sin más por ahora, los dejo —dijo el hombre, dando media vuelta y saliendo del cuarto sin siquiera mirarnos de nuevo.

Simón se acercó a mí, suspirando pesadamente.

—Vaya rollo, ¿no? —dijo mientras me daba una palmadita en el hombro.

—Y que lo digas. No me vendría mal ser hijo de un millonario en estos momentos —respondí, con una sonrisa cansada.

—Creo que me apuntaré a voleibol —dijo Simón, cambiando el tema sin ningún reparo— Las mejores chicas juegan ahí, chaval. Aunque, ahora que lo pienso, natación también tiene lo suyo —Me guiñó un ojo, claramente soñando despierto.

—Eres un cerdo —dijo una chica que pasaba cerca, mirándolo con desdén.

—¡Venga ya! Era solo una broma —respondió Simón rápidamente, alzando las manos en señal de paz. Luego se giró hacia mí, con su habitual sonrisa— ¿Y tú, Marcelo? ¿A qué te vas a apuntar?

—No lo sé. Veré si puedo meterme a clases de música o algo por el estilo. Primero necesito empezar a ganar dinero. La beca no incluye las tres comidas al día —respondí, recordando que la comida universitaria no era algo que pudiese costear fácilmente.

—Tienes razón. Cerca de la universidad vi un restaurante que estaba buscando empleados. Quizá te venga bien darte una vuelta —dijo Simón, señalando hacia la salida. Asentí, agradecido por la sugerencia.


Un par de horas después, llegué al café que mencionó Simón. Varios estudiantes de la universidad estaban ahí, en grupos, charlando animadamente. El lugar tenía una vibra acogedora, con música suave y el aroma a café recién hecho que llenaba el aire. Me acerqué a la recepción, donde una chica con pecas encantadoras me recibió con una sonrisa.

—¿Vienes por la vacante, eh? —me preguntó mirándome con curiosidad.

—Así es —respondí, tratando de sonar seguro.

—Bueno, el gerente está un poco ocupado, pero te pasará en un momento. Toma asiento, por favor —Hizo un gesto hacia una mesa cercana— ¿Cómo te llamas?

—Marcelo, ¿y tú?

—Clara —dijo, su sonrisa ampliándose.

—¿Tú también eres becaria? —pregunté, intentando romper el hielo.

—Ehh... sí —titubeó un poco.

Nos quedamos en silencio por un momento, y yo miré alrededor. Justo cuando iba a preguntarle algo más, el gerente apareció.

—Marcelo, ¿verdad? —dijo el gerente. Era alto y de aspecto severo. Me levanté rápidamente y seguí su indicación hacia la parte trasera del café.

Mientras caminaba, sentí la mirada de Clara sobre mí. No estaba seguro de si estaba apoyándome o simplemente curiosa por saber si conseguiría el trabajo.

—Mira, chaval, voy a ser sincero contigo —dijo el gerente del restaurante mientras me miraba de arriba a abajo con cierto desdén— Aquí buscamos chicas bonitas. Chicas que atraigan a los clientes, que den buena imagen. ¿Entiendes?

Asentí con la cabeza, mordiéndome la lengua para no responder lo que en realidad quería decir. La situación no pintaba bien, pero necesitaba ese trabajo.

—Quizá podría servir en limpieza o algo así —intenté, aún buscando una oportunidad.

—No, chaval, no va a funcionar —dijo con un tono cortante, como si mi propuesta no valiera ni un segundo de consideración— Si me disculpas, estoy bastante ocupado. El músico que tenía contratado para esta noche me ha cancelado y necesito encontrar un reemplazo urgente.


—Yo puedo tocar —dije rápidamente, casi sin pensarlo.

El gerente levantó la vista y me miró incrédulo. Luego soltó una carcajada burlona.

—¿Tocar tú? —se rió más fuerte, como si fuera la broma del día— Venga ya, muchacho, sí que estás desesperado por dinero. Ahora largo de aquí, que no tengo tiempo para tonterías.

Me echó del despacho con un gesto brusco, como si estuviera quitándose una molestia de encima. La humillación me quemaba por dentro, pero apreté los dientes y salí. Mientras caminaba hacia la puerta, vi a Clara. Le dediqué una sonrisa forzada mientras me despedía de ella.

Regresé a los dormitorios rápidamente, con el corazón latiendo a mil por hora. Al llegar a mi habitación noté que mis cosas no estaban donde las había dejado. Los libros, mi ropa, incluso el violonchelo, todo había sido movido.

Un nombre cruzó mi mente de inmediato. Mario.

Sentí una mezcla de furia y frustración. Cerré la puerta con fuerza y me dirigí directo a la habitación de Mario. Toqué la puerta insistentemente, y tras unos segundos, oí sus pasos acercándose. La puerta se abrió de golpe, y ahí estaba él, con su sonrisa cínica, disfrutando cada segundo de mi incomodidad.

—¿Qué coño quieres? —dijo, cruzando los brazos como si todo esto fuera un chiste para él.

—¿Por qué tocaste mis cosas? —le espeté, intentando contener mi rabia, pero mi voz ya dejaba ver lo que sentía.

Mario se encogió de hombros, fingiendo desinterés, como si mis pertenencias solo fueran basura.

—Tu mierda estaba en mi camino. Así que la moví. No es mi problema que no sepas cómo organizarte.

Mis manos se cerraron en puños. Respiré hondo, intenté mantener la calma. No iba a dejar que este tipo me sacara de mis casillas, pero no era fácil. Mi mente ya calculaba la distancia entre mi brazo y su mandíbula.

—No tienes ningún derecho a tocar mis cosas, Mario.

Él se adelantó un paso, inclinándose hacia mí, usando su corpulencia para intimidar. Podía sentir su respiración cerca, esa sonrisa cruel nunca desaparecía de su rostro.

—¿Y qué vas a hacer, "becado"? —espetó con desdén— Solo eres otro pobre diablo que cree que una beca lo hace especial, pero en realidad solo te victimizas. Aquí, no eres nadie. Si quiero mover tus cosas, las muevo. Y si tienes un problema con eso, podemos arreglarlo ahora mismo, como hombres.

Mi sangre hervía. Di un paso hacia él, firme. El ambiente se tensó más aún, pero no bajé la mirada. No iba a ceder.

—No me importa si me expulsan por partirte la cara, Mario —le susurré con una voz que apenas contenía la furia— Pero no me vas a intimidar. Si tocas mis cosas otra vez, te juro que no seré tan paciente.

Nos quedamos mirándonos, el tiempo parecía detenerse. El eco de mis palabras flotaba en el aire pesado. Finalmente, Mario soltó una carcajada corta y burlona, como si todo esto fuera un juego para él.

—¿Tus cosas? —se mofó— Creo que la chica de al lado las recogió.

Me dio la espalda y cerró la puerta en mi cara con un golpe seco. Me quedé allí, intentando calmarme, con la adrenalina todavía recorriéndome el cuerpo. Sabía que no sería la última vez que tendría que enfrentarme a Mario, pero en ese momento había otras cosas más urgentes.

Caminé hasta la puerta de la vecina, la chica morena que había visto antes. Toqué suavemente, y en poco tiempo apareció, descalza y vestida de forma ligera como aquella otra vez, pero en esa ocasión con unos shorts negros de licra.

—Oh, eres tú —dijo con una sonrisa, haciéndome un gesto para que pasara— No sé por qué tu compañero hizo eso, pero recogí tus cosas para que no les pasara nada.

—Te lo agradezco —le respondí, aliviado— Ese tipo es un imbécil. ¿Dónde están mis cosas?

—En mi cuarto, ven.

La seguí y ahí estaban mis pertenencias, incluyendo mi violonchelo, intactas. Sentí un alivio momentáneo al ver que no había sido dañado.

—¿Te importaría si dejo mis cosas aquí un momento? —le pregunté mientras recogía el violonchelo— Tengo que salir de imprevisto.

—Claro, no hay problema —respondió mientras buscaba algo en la esquina de la habitación— Deja que te pase el estuche.

Se agachó ligeramente para alcanzarlo y no pude evitar que mis ojos se desviaran un segundo hacia su culo cuando se agachó. Podía ver su coño marcado en esos shorts. Me sentí avergonzado de inmediato y aparté la mirada rápidamente, con el rostro ardiendo.

—Aquí tienes —dijo con una sonrisa mientras me pasaba el estuche.

—Gracias... —respondí, intentando recordar su nombre.

—Frida —dijo, completando mi frase— No nos presentamos la última vez.

—Marcelo —dije, devolviéndole la sonrisa— Si me disculpas, tengo que irme. Nos vemos luego.

Con el violonchelo en la mano, salí de su habitación y me dirigí hacia un patio trasero. Afuera, estaba oscureciendo y hacía frio, pero dentro de mí algo seguía ardiendo por lo sucedido con Mario, y esa extraña tensión con Frida.

Respiré profundo. Si ese gerente quería música, yo se la iba a dar, y le demostraría que se había equivocado conmigo.
 
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Capítulo 3

Después de aquella primera vez en la que toqué el violonchelo casi por capricho, las noches tocando en el restaurante Media Luna se volvieron parte de mi rutina. A decir verdad, cuando llegué y vi el restaurante lleno casi me echaba para atrás, pero la insistencia de Simón y la mirada alentadora de Clara, me animaron a tocar como músico imprevisto sin el previo consentimiento del gerente. En ese momento, apenas sabía lo que estaba haciendo, pero algo en mí tomó el control.

Fue un éxito inesperado. A pesar de los nervios iniciales y los murmullos del público, el violonchelo hizo su magia. Recuerdo los aplausos, el ruido de las palmas, y la oferta del gerente al final de la noche. Un lugar fijo en el restaurante, cada fin de semana. Lo acepté, claro. Era una oportunidad que no podía rechazar.

Llegaba, tocaba y la gente aplaudía. Simón aparecía por ahí de vez en cuando, siempre acompañado de alguna chica diferente, mientras Clara me lanzaba alguna que otra mirada cómplice desde la barra.

Por otro lado, el cierre de inscripciones para los clubes de la universidad se acercaba, y con él, la presión de elegir una actividad para obtener el crédito complementario que necesitaba ese semestre. No pude entrar a las clases de música, lo cual fue un golpe duro, y las otras opciones no me convencían del todo. Simón intentaba convencerme de unirme al equipo de voleibol. "Venga, no tienes que hacer nada, solo apareces, ves una que otra chica bonita y listo", me decía con esa sonrisa burlona que conocía bien. Pero, sinceramente, no era lo mío.

Después de revisar la lista de opciones por enésima vez, decidí inscribirme en lo menos aburrido para mí, el club de fotografía. No tenía experiencia alguna, pero al menos había algo de arte en ello, y eso ya me resultaba más atractivo que el resto. Así que, con pocas expectativas, me apunté.

Cuando llegué al lugar del club, noté algo curioso. Todos los miembros eran hombres. No es que me importara mucho, pero el ambiente era más técnico de lo que esperaba. Fui conducido a una sala de entrevistas donde un tipo con gafas y aires de friki me lanzó las primeras preguntas.

—¿Qué tan familiarizado estás con la electrónica, el cableado y ese tipo de cosas? —me preguntó sin preámbulo.

Me tomó por sorpresa. Esperaba preguntas sobre cámaras o tipos de lentes, pero esto sonaba más a ingeniería.

—Bueno, he reparado algunas cosas en un taller donde trabajé, y también instalé cámaras de seguridad en un par de proyectos.
El reclutador alzó una ceja, visiblemente interesado.

—¿Instalación de cámaras, dices? —su tono cambió y su curiosidad aumentó— ¿Sabes algo sobre redes de conexión?

—Tengo algo de experiencia, pero... ¿qué tiene todo esto que ver con la fotografía? —pregunté, desconcertado.

—Chaval, aquí yo hago las preguntas —respondió con una sonrisa socarrona, como si estuviera probándome.

La siguiente pregunta fue la que realmente me desconcertó.

—Por último, ¿qué clase de chicas te molan? —me lanzó, acompañando su pregunta con una media sonrisa maliciosa.

¿Qué demonios? Por un segundo, pensé que me estaba probando o insinuando algo extraño, pero decidí seguirle el juego solo por curiosidad.

—Mediana estatura, ni muy grandes ni muy chicas. Lo mismo va para las tetas y el culo —respondí con una sonrisa sarcástica.

El tipo asintió, aparentemente satisfecho.

—Nada mal, chaval. Te estaremos contactando en la brevedad. Hasta pronto.

Me levanté y salí de ahí sin muchas expectativas. Sinceramente, me sentía como si hubiera perdido el tiempo. No entendía qué tenía que ver todo eso con la fotografía, pero ya estaba hecho.


Días después de mi entrevista en el club de fotografía, me llamaron para mi primera tarea oficial. Me sentía emocionado, una mezcla de nervios y anticipación. Samuel, el tipo que me había entrevistado, sería mi compañero. Nuestro objetivo tomar fotografías a las actividades complementarias para el periódico estudiantil, y el primer evento en nuestra lista era el entrenamiento del club de voleibol. No sabía exactamente qué esperar, pero estaba decidido a hacerlo bien.

Nos instalamos en las gradas mientras el equipo de chicas comenzaba su calentamiento. Samuel, con su cámara profesional, ya estaba acomodado para disparar las primeras fotos. A mí me dio una cámara más modesta, algo vieja, pero funcional. La diferencia en calidad de equipo no me pasó desapercibida, aunque intenté no darle mucha importancia. Mientras ajustaba el enfoque, divisé a Simón en las bancas, tomando agua y conversando animadamente con algunos compañeros.

—Tienes que moverte más rápido, Karen —escuché a Miriam regañar a su compañera.

Y allí estaba, mi odiosa compañera de clases, siempre fastidiando a todos, dentro y fuera del aula. Era la colocadora y, al parecer, también la capitana del equipo. No tuve que observar mucho el juego para darme cuenta de su carácter controlador. Gritaba instrucciones a sus compañeras con la misma prepotencia con la que nos trataba en clase.

Debía reconocerlo, a pesar de lo insoportable que me parecía, se veía increíble en su uniforme deportivo. El top apretado que usaba contenía sus generosas tetas a punto de estallar. Sus pechos se movían con cada salto, atrayendo miradas. Su cuerpo era un despliegue de feminidad y fuerza. Las piernas tonificadas que sobresalían de sus shorts ajustados demostraban horas de entrenamiento. Y su culo, redondeado y firme, destacaba cada vez que flexionaba para colocar el balón.

Su liderazgo era innegable, y aunque me molestara admitirlo, había algo en su presencia dominante que me intrigaba, que me arrastraba a observarla más de lo que debía.

—Con que la novata de nuevo ingreso, eh. Sin duda alguna es buen material —dijo Samuel, guiñándome el ojo mientras tomaba fotos.

—Solo estaba mirando el juego —respondí, tratando de desviar la conversación.

—Sí, claro... el juego —se burló Samuel, sacándome de mis pensamientos— Mira estas fotos, tío. Contenido de diez, ¿eh?

Me mostró la pantalla de su cámara, llena de imágenes de las chicas en poses comprometedoras. Algunas estaban agachadas, otras con el trasero en primer plano. Claramente, Samuel no estaba interesado en capturar la acción del partido.

—No se supone que debemos tomar fotos del juego o algo así? —le pregunté, con cierta incomodidad.

—Con unas cuantas basta. El resto... bueno, ya sabes cómo va esto. Relájate, hombre —respondió, con una sonrisa lasciva, mientras seguía revisando las imágenes.

Un pensamiento me cruzó la mente, tarde o temprano, Samuel se metería en problemas por esto.



Al día siguiente, después de la sesión de fotos, me dirigí a clase con Simón, como era costumbre. Él, fiel a su estilo, estaba de un humor relajado y me contaba con detalle sus últimas “aventuras” con las chicas del campus. Lo escuchaba, más por inercia que por interés, asintiendo mecánicamente mientras mi mente vagaba en otras cosas, hasta que Simón lanzó una pregunta que me sacó del ensueño.

—¿Y cuándo piensas invitar a la chica de pecas a salir, eh? —me lanzó con una sonrisa pícara.

—¿Chica de pecas? —pregunté.

—¡Vamos, tío, no te hagas el loco! Hablo de Clara. ¿O acaso no te has fijado en cómo te mira?

Clara. Claro que me había dado cuenta, aunque prefería no admitirlo ni siquiera ante mí mismo. Era esa chica con pecas y una sonrisa que siempre me desarmaba cuando cruzábamos miradas en el restaurante. Sin embargo, me sorprendía que Simón también lo hubiera notado.

—Parece que tú estás más interesado que yo, si hasta te sabes su nombre —intenté zafarme.

—Es guapa, pero respeto el código, amigo. Tú le echaste el ojo primero. Las miraditas entre ustedes dos no se me han escapado, no soy tonto —dijo, mientras me daba un codazo cómplice.

—Tonterías, Simón —respondí, riéndome para disimular la incomodidad.

—Con lo bonita que es, me sorprende que no tenga novio ya. Si no te espabilas, alguien más lo hará por ti.

Las palabras de Simón resonaron en mi cabeza más de lo que quería admitir. Clara era bonita, sí, y siempre había una conexión en el aire cada vez que intercambiábamos miradas o palabras. Pero hasta ahora, no me había animado a dar el paso. Y quizá, como dijo Simón, era cuestión de tiempo que alguien más lo hiciera si yo no me decidía.

Al entrar al salón, noté que varias miradas se dirigían hacia mí. Pensé que era simplemente porque había llegado tarde, pero el murmullo que se levantaba a mi alrededor me hizo sentir que algo no andaba bien. Tenía esa sensación incómoda, esa paranoia que te invade cuando sientes que todos hablan de ti.

Intenté concentrarme en la clase de inglés, pero nunca había sido lo mío, a pesar de que la profesora Abigail, quien a diferencia de otros profesores, era bastante joven y su estilo relajado hacía las clases más llevaderas. Cuando la profesora se giró para escribir en el pizarrón, Miriam, desde su asiento, no perdió la oportunidad de abrir su bocota.

—Profesora, yo no le daría la espalda a Marcelo si fuera usted —dijo seriamente— tiene la mala costumbre de tomar fotos como un pajero.

El salón se sumió en murmullos y risas contenidas. Sentí que el calor me subía hasta el cuello. La profesora, visiblemente incómoda, se giró hacia mí sonrojada.

—Miriam, eso que dices es una acusación muy grave. Si no es cierto, puedes meter a ambos en problemas.

—Profesora, lo digo en serio. La otra vez, en el entrenamiento de voleibol, vi cómo Marcelo tomaba fotos sin parar —dijo Miriam, con tono de mártir, como si realmente le afectara.

—¿Es cierto eso, Marcelo? —preguntó la profesora Abigail, clavando sus ojos en los míos.

—Bueno... técnicamente sí estaba tomando fotos —admití, sintiendo que no había forma de salir bien de esa situación.

—Ahí lo tiene, profesora. ¡Lo está admitiendo! —interrumpió Miriam, con una sonrisa de victoria dibujada en el rostro.

—Pero lo hice porque soy parte del club de fotografía. !Estaba haciendo mi trabajo! —intenté defenderme, subiendo el tono de voz, pero el daño ya estaba hecho.

—¡Suficiente! —cortó la profesora, alzando la mano— No quiero oír una palabra más. Este no es el lugar para hacer acusaciones de ese tipo. Y tú, Miriam, ten cuidado con lo que dices en clase.

A pesar de la reprimenda, Miriam me miraba con esa sonrisa triunfante, como si hubiera ganado una batalla personal. Sentí una mezcla de rabia y humillación. No era justo, Samuel había sido el de las fotos, pero sabía que cualquier intento de aclararlo solo empeoraría la situación.

Cuando las clases terminaron, salí disparado del salón, evitando el contacto visual con cualquiera. Me dirigí al Media Luna. Las palabras de Simón y el incidente con Miriam retumbaban en mi cabeza.

No podía sacarme de la mente la idea de invitar a Clara a salir. Había repasado mil veces el momento en mi cabeza, imaginando cómo lo haría. Quizá un picnic en los jardines de la universidad, o tal vez invitarla a comer algo sencillo.

Esa noche, después de tocar mis habituales melodías en el restaurante, me preparaba mentalmente para invitarla a cenar al salir, cuando un tipo de cabello rizado y voluminoso se acercó a mi mesa. Tenía una sonrisa confiada, y antes de que pudiera decir algo, soltó:

—Así que tú eres MarChelo, ¿eh? —el tono burlesco en el que lo dijo me molestó.

Noté el énfasis en el apodo, un intento de mezclar mi nombre con el instrumento que tocaba, el chelo.

—Marcelo —respondí de inmediato, frunciendo el ceño— ¿Y tú quién eres, cabeza de brócoli?

El tipo se quedó sorprendido por un instante. No parecía estar acostumbrado a que le respondieran de esa manera, pero se recuperó rápido. Sus dos gorilas, que estaban parados detrás de él como sombras, dieron un paso adelante, pero él levantó la mano para detenerlos.

—Soy Miquel —dijo, sin perder la compostura— He oído hablar de ti.

Me puse un poco nervioso al pensar que los rumores de que yo era un pervertido que tomaba fotos se hayan esparcido por la universidad.

—El músico de la media luna, el tipo que comparte habitación con el indomable Mario en el 3B. Sería genial que vinieras a mi fiesta.

Al parecer había ganado cierta familla en la universidad. Sacó un par de pases dorados y me los tendió con una sonrisa amistosa.

—No, gracias —rechacé los pases.

Miquel sonrió, claramente divertido.

—¿Te haces el difícil, eh? Me agradas. Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme —dijo, dejando los pases en la mesa antes de alejarse con sus gorilas.

Minutos después, Clara se acercó a mí, visiblemente intrigada.

—Wow, ¿acabas de hablar con Miquel? —preguntó con los ojos muy abiertos.

—Sí, Miquel o como se llame —respondí, encogiéndome de hombros— Es solo otro niño rico más.

—No, no, él no es cualquier niño rico. Es miembro del consejo estudiantil, y su familia tiene una de las mayores fortunas en la universidad.

—No me impresiona —dije, dándole un mordisco al pan.

Clara echó un vistazo a los pases en la mesa con curiosidad.

—¿Y esos pases?

—Miquel me invitó a su fiesta, pero lo rechacé.

Clara me miró como si hubiera dicho la mayor tontería del mundo.

—¡¿Estás loco?! Las fiestas de Miquel son legendarias. Cada año organiza las mejores fiestas de la universidad.

Noté cómo sus ojos brillaban con emoción. Una idea cruzó rápido mi mente.

—¿Qué te parece si vamos juntos? —dije, viendo la oportunidad perfecta.

Clara se quedó pensativa por un momento, carraspeó ligeramente, pero luego sonrió.

—Vale, pero no te arrepientas —respondió con una sonrisa cómplice.

Mi juego comenzaba ahora. La oportunidad perfecta para acercarme a Clara había llegado, y no la iba a desaprovechar.
 
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Capítulo 4

El día de la fiesta de Miquel llegó antes de lo que esperaba. La universidad bullía de rumores sobre lo que estaba por suceder esa noche, pero lo único en lo que podía pensar era en Clara y en la oportunidad que tenía para acercarme a ella. Las últimas semanas habían sido una montaña rusa de emociones y tensión, desde el incidente en la clase con Miriam hasta la conversación con Miquel en el restaurante.

Llegué al cuarto de Simón a media tarde, quien me prestaría algo de ropa. Simón, estaba tirado en su cama, con su celular en la mano, probablemente organizando sus planes para esa noche. Al verme entrar, levantó la vista y sonrió.

—Ah, el gran MarChelo va a la fiesta de Miquel —dijo con su típico tono burlón— ¿Listo para conquistar a la chica de pecas?

Le lancé una mirada cansada mientras abría el armario.

—Es solo una fiesta. No hagas de esto un gran asunto —me encogí de hombros.

Simón soltó una carcajada.

—Sí, claro, solo una fiesta. ¿Y Clara no tiene nada que ver con tu entusiasmo, no?

Negué con la cabeza, pero una sonrisa se me escapó. No podía engañarlo, y tampoco a mí mismo. Todo esto de ir a la fiesta tenía que ver con Clara. Saqué una camisa de lino negro.

Simón me miró de reojo, evaluando mi elección.

—No está mal, pero si vas a impresionar a Clara, necesitas algo más —me pasó un perfume de los caros.

Un par de horas después, llegué a la puerta del apartamento de Clara, quien ya estaba esperándome. Llevaba un vestido ajustado que resaltaba sus curvas de manera sutil pero provocadora. Su sonrisa, esa que siempre me dejaba sin palabras, apareció en cuanto me vio.

—Te ves... increíble —dije boquiabierto.

—Gracias. Tú tampoco te ves nada mal —respondió, con una risa nerviosa mientras me daba un rápido vistazo.

Nos dirigimos juntos hacia la fiesta. Al llegar, el sonido de la música electrónica retumbaba en el aire, mientras luces de neón iluminaban la enorme mansión de Miquel. Había coches deportivos estacionados por todas partes.

Miquel estaba en la puerta, como si fuera el anfitrión de un club nocturno exclusivo, saludando a todos los que entraban con esa sonrisa de chico rico que lo hacía parecer siempre en control. Cuando me vio, su sonrisa se ensanchó.

—¡Marcelo! ¡Viniste! —exclamó, levantando una copa en mi dirección— Y veo que traes una hermosa compañía.

Clara se sonrojó levemente ante el cumplido, Miquel le dio una repasada a Clara de abajo hacia arriba que me molestó.

—Soy Clara —dijo extendiendo su mano, a lo que Miquel correspondió educadamente.

—Bueno, pasen y disfruten de la fiesta —nos hizo un ademán para entrar.

La fiesta era un espectáculo. Chicos y chicas bailaban al ritmo de la música, algunos en la piscina, otros en los sofás de cuero blanco repartidos por el salón principal y el olor a perfume mezclado con alcohol llenaba el ambiente. Clara, que al principio parecía un poco abrumada, pronto se dejó llevar por el ambiente festivo.

Miriam se interpuso entre nosotros con una sonrisa en los labios, su mirada recorriéndome de arriba a abajo con descaro. La seguridad con la que se movía estaba amplificada por su vestimenta: un traje blanco, ajustado. El escote profundo exponía generosamente la piel suave y pálida de su pecho, mientras que un atrevido corte en el centro revelaba sutilmente el valle entre sus pechos, invitando a miradas furtivas. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus labios pintados de un rojo intenso le daban un aire aún más provocativo.

—¡Vaya, mira quién llegó! —exclamó Miriam— el enfermito de las fotos, y tú quién eres? su novia? —dijo con un tono condescendiente— no me digas que es lo máximo a lo que apuntar siendo becaria.

—¿Sabes? Prefiero ser becada y haberme ganado mi lugar aquí, que tener todo servido en bandeja de plata como tú, y aun así no tener ni la mitad de la inteligencia que se necesita para aprovecharlo —respondió Clara con una sonrisa dulce, pero sus palabras eran afiladas como cuchillas.

El comentario de Clara dejó descolocada a Miriam, pero no tuve tiempo de disfrutar la victoria. La música cambió de ritmo, y Clara me tomó de la mano y nos dirigimos hacia la barra, donde pedimos un par de tragos. Mientras bebíamos, ella se fue relajando, y nuestras conversaciones fluyeron con más naturalidad.

—¿Sabes? No imaginaba que fueras del tipo de chico que va a fiestas como esta —dijo Clara, mirándome con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Yo tampoco —admití, riendo— Pero, para serte sincero, vine porque sabía que tú ibas a venir.

Clara me miró, sorprendida por mi sinceridad, una sonrisa coqueta se formó en sus labios.

—Vaya, qué directo. Me agrada eso.

Había algo en su tono, en la forma en que me miraba, que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido. Nos quedamos en silencio por un momento, solo observándonos, y supe que había algo entre nosotros, una tensión palpable que ambos podíamos sentir.

La música subió de volumen y un grupo de chicos comenzó a bailar más cerca de nosotros. Clara, animada por el alcohol y el ambiente, tomó mi mano.

—¡Vamos a bailar! —gritó por encima del ruido.

No era un gran bailarín, pero ver su entusiasmo era contagioso. Me dejé llevar, y pronto estábamos moviéndonos al ritmo de la música. Clara se acercaba más a mí con cada paso, sus manos jugando con mi camisa, su cuerpo rozando el mío de una manera que era tan inocente como provocativa.

Todo lo que importaba era el momento, la forma en que Clara me miraba, la sensación de su piel contra la mía mientras nos movíamos juntos en la pista de baile.

—¿Te gustaría salir un rato? —pregunté, tratando de sonar casual, a lo que ella asintió.

Le pedí a Clara que se adelantará mientras iba a la barra por algo de beber, cuando regresé a por ella, mi corazón dio un vuelco al verla hablando con otro tipo. Él estaba inclinado hacia ella, con una sonrisa arrogante en su rostro, me relajé al ver que Clara parecía no estar disfrutando mucho de la conversación. Al verme, sus ojos se iluminaron e hizo un gesto sutil, como pidiéndome que la rescatara. Sin dudarlo, caminé hacia ellos.

—¿Qué quieres, sapo? No ves que estamos ocupados —dijo el tipo, girándose hacia mí con una mirada desafiante.

—Pues parece que te equivocas —respondí, manteniéndome firme— porque ella viene conmigo.

El tipo soltó una risa burlona, incrédulo.

—¿Tú con Clara? —se mofó, cruzándose de brazos como si fuera lo más ridículo que hubiera escuchado en su vida.

Antes de que pudiera responder, Clara me tomó del brazo, su voz firme pero tranquila.

—Así es, Brandon. Vengo con él.

El rostro de Brandon cambió, pero no se rindió fácilmente.

—Vaya, Clara. Pensé que tenías mejores estándares —dijo con sarcasmo, mirándome de arriba abajo—. ¿No pudiste encontrar algo mejor?

Su tono fue como una daga, pero antes de que pudiera decir algo, Clara le sonrió, su paciencia claramente al límite.

—¿Estás celoso, Brandon? —le preguntó con su voz cargada de desafío.

—¿Celoso? —respondió él, tratando de sonar despreocupado, pero sus ojos lo delataban—. Para nada. Solo digo que no deberías rebajarte a salir con alguien así.

Brandon se apartó con una sonrisa amarga, lanzándome una última mirada antes de desaparecer entre la multitud.

—Y él es... —alcancé a decir.

—Un idiota —respondió Clara, con el ceño fruncido y un brillo de furia en los ojos— Lo siento, ese tipo no sabe cuándo rendirse.

—¿Está todo bien? —pregunté, preocupado.

Clara suspiró y me miró, su rostro relajándose un poco.

—Sí, estoy bien. Brandon solo intenta molestarme porque... bueno, él siempre ha sido así. Cree que puede tener a quien quiera y no soporta que alguien le diga que no.

Antes de que pudiera responder, la voz de Miquel resonó por el salón, amplificada por un micrófono. Subido a una tarima, con una copa en la mano, parecía disfrutar del momento.

—¡Y como es costumbre cada inicio de ciclo escolar en estas fiestas, es hora de darle la bienvenida que se merece a los de nuevo ingreso! —anunció, con una sonrisa diabólica—. ¡La novatada!

La multitud estalló en aplausos y gritos. El entusiasmo en el aire era palpable, pero yo me tensé. No sabía qué esperar, pero tenía la sensación de que la novatada no sería algo sencillo. Clara me miró, y por un segundo, vi una sombra de preocupación en sus ojos.

—¿De qué se trata la novatada? —pregunté, acercándome un poco más a ella para hacerme oír sobre el ruido.

—No lo sé —respondió Clara— pero escuché que en las fiestas de Miquel, las novatadas siempre son... intensas.

El sonido de risas y el bullicio aumentó mientras algunas personas comenzaban a señalar a los estudiantes de primer año, como si fueran ovejas marcadas para el sacrificio. Clara y yo nos miramos en silencio, ambos sabiendo que la noche aún no había revelado todas sus sorpresas.

Las luces del salón bajaron, creando un ambiente sofocante. Los murmullos se convirtieron en risas nerviosas, y todos sabíamos que Miquel estaba a punto de cruzar una línea. Los novatos, una chica y un chico se subieron al centro del escenario apenas ocultando su incomodidad.

—Ahora —dijo Miquel, señalando al chico— tú, campeón, bájate los pantalones. Vamos, rápido. No te hagas el tímido.

El chico, con los ojos muy abiertos y claramente asustado, vaciló un poco antes de hacerlo. Sus manos temblaban mientras las risas y los gritos de la multitud lo presionaban. Al final, con la cara completamente roja, se bajó los pantalones.

La tensión en la sala aumentó. Nadie lo decía, pero todos sabían lo que Miquel quería. Las miradas se centraron en la chica.

—Y tú —dijo Miquel, ahora apuntando a ella— toma esto y ayúdalo un poco, ¿sí? —le dio un frasco de nutella.

La chica lo miró, incrédula, pero la presión era evidente. Trató de esbozar una sonrisa nerviosa, sin saber cómo reaccionar. A su alrededor, las risas y los murmullos no dejaban de crecer.

Ella se acercó al chico, titubeante, y se arrodilló frente a él. Le bajó los boxers y salió a relucir una polla flácida y el tamaño pequeño que tenía hizo que todo el salón estallara carcajadas y burlas.

La chica envolvió sus manos de nutella y pasó a embarrar en el miembro masturbandolo. El chico, claramente incómodo y avergonzado, no lograba reaccionar. Su polla no respondía, y eso sólo hizo que los murmullos y risas crecieran. La tensión se transformó en humillación, y el chico trató de evitar las miradas de todos.

—Vaya, parece que alguien no está a la altura de la situación —se burló Miquel, levantando las manos en señal de falsa compasión— Qué pena, ¿no?

El chico se levantó bruscamente, subiendo los pantalones mientras evitaba cualquier contacto visual. La chica, roja de vergüenza, se puso de pie rápidamente, deseando que todo terminara.

—¿Cuál es tu nombre? —dijo Miquel a la chica.

—Emma —contestó nerviosa.

—Perfecto Emma, lo has hecho bien hasta ahora… solo tienes que pasar una última prueba —sonrió.

Miquel fue por un venda para taparle los ojos a Emma.

—Ahora porque no te desnudas para el público eh?

Miquel alentaba a los invitados para que animaran a la chica a que se quitara la ropa. Emma se quitó primero la camiseta revelando que no llevaba sujetador debajo, saliendo a la vista sus tetas y sus pezones negros. Varios de los hombres silbaban al verla. Finalmente se bajó su pantalón y por último sus bragas. Su coño iba depilado en forma de triángulo.

—Para continuar, necesito a dos veteranos que se animen a pasar al escenario, ¿quién dice yo? —Miquel miraba entre la multitud.

Primero pasó a un tipo regordete y barbudo. No me gustaba juzgar por la portada, pero el tipo sencillamente lucía grotesco. El segundo participante, sería Brandon. Voltee a ver Clara quien entrecerró los ojos al verlo subir.

—Muy bien caballeros, porque no echan a andar sus pollas, Emma escogerá a ciegas a quién de los dos les hará una mamada.

Emma vendada y arrodillada, se acercaba a los dos chicos. El tipo gordo parecía que no se había depilado en años. Brandon por su parte, aún tenía la polla a medio andar. El público coreaba cada que Emma se acercaba a la polla del tipo gordo, aunque al final, por intuición o por inercia, terminó con la polla del morenazo de Brandon.

Emma empezó a mover de arriba a abajo masturbando su polla poniéndola firme en poco tiempo.

—Menuda polla que tiene ese chaval —algunas de las chicas decían entre sí.

Toda la sala gritaba para que Emma se metiera la polla hasta el fondo. Ella escupió la punta de su polla e intentó meterla toda en su boca. Brandon la agarró de la cabeza para ayudarle. El tipo regordete en vez de retirarse se había quedado masturbandose al ver la escena. Minutos después Emma se safa de la mamada tosiendo fuertemente.

—!Un aplauso para Emma! Menuda bestia eh —la felicitó Miquel.

El público aplaudía y silbaba.

—¡Y ahora, señoras y señores! —exclamó con esa voz cargada de malicia que me hacía rechinar los dientes— Para hacer esto aún más interesante, necesitamos a alguien más para subir. Alguien que quiera demostrar su... valentía.

De repente, Miquel, desde su posición privilegiada, empezó a barrer la sala con la mirada. Su sonrisa se detuvo cuando sus ojos se posaron en mí. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Clara, a mi lado, también lo notó.

—No... —murmuró Clara, dándose cuenta de lo que estaba a punto de pasar.

Miquel levantó el micrófono, y en cuanto habló, su voz resonó en el salón con esa misma mezcla de arrogancia y desafío que parecía inherente en él.

—Y bien, parece que tenemos entre nosotros a alguien que podría ser el siguiente —dijo, sus ojos brillando con una peligrosa diversión— ¡MarChelo! —anunció de tal forma que me hizo estremecer— Nuestro querido becario estrella.

Un murmullo recorrió la sala mientras los ojos de los presentes se volvían hacia mí. Sentí un nudo formarse en mi estómago. Negarme frente a todos sería como firmar mi sentencia de "cobarde", especialmente frente a Clara. Y por su mirada, entendí que ella también estaba atrapada en el juego de Miquel, siendo una de las novatas. Sabía que si no aceptaba, Miquel usaría eso en mi contra.

—Vamos, Marcelo —dijo Miquel con una sonrisa burlona— No querrás parecer un cobarde delante de todos, ¿verdad? —Su tono, suave pero peligroso, se coló entre las risas y los murmullos.

Clara me miró, sus ojos brillaban con preocupación. Pero también había algo más allí, algo que me impulsaba a no retroceder. Quería impresionarla, quería mostrarle que no era el tipo de persona que se acobardaba fácilmente.

Respiré hondo.
 
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Capítulo 4

El día de la fiesta de Miquel llegó antes de lo que esperaba. La universidad bullía de rumores sobre lo que estaba por suceder esa noche, pero lo único en lo que podía pensar era en Clara y en la oportunidad que tenía para acercarme a ella. Las últimas semanas habían sido una montaña rusa de emociones y tensión, desde el incidente en la clase con Miriam hasta la conversación con Miquel en el restaurante.

Llegué al cuarto de Simón a media tarde, quien me prestaría algo de ropa. Simón, estaba tirado en su cama, con su celular en la mano, probablemente organizando sus planes para esa noche. Al verme entrar, levantó la vista y sonrió.

—Ah, el gran MarChelo va a la fiesta de Miquel —dijo con su típico tono burlón— ¿Listo para conquistar a la chica de pecas?

Le lancé una mirada cansada mientras abría el armario.

—Es solo una fiesta. No hagas de esto un gran asunto —me encogí de hombros.

Simón soltó una carcajada.

—Sí, claro, solo una fiesta. ¿Y Clara no tiene nada que ver con tu entusiasmo, no?

Negué con la cabeza, pero una sonrisa se me escapó. No podía engañarlo, y tampoco a mí mismo. Todo esto de ir a la fiesta tenía que ver con Clara. Saqué una camisa de lino negro.

Simón me miró de reojo, evaluando mi elección.

—No está mal, pero si vas a impresionar a Clara, necesitas algo más —me pasó un perfume de los caros.

Un par de horas después, llegué a la puerta del apartamento de Clara, quien ya estaba esperándome. Llevaba un vestido ajustado que resaltaba sus curvas de manera sutil pero provocadora. Su sonrisa, esa que siempre me dejaba sin palabras, apareció en cuanto me vio.

—Te ves... increíble —dije boquiabierto.

—Gracias. Tú tampoco te ves nada mal —respondió, con una risa nerviosa mientras me daba un rápido vistazo.

Nos dirigimos juntos hacia la fiesta. Al llegar, el sonido de la música electrónica retumbaba en el aire, mientras luces de neón iluminaban la enorme mansión de Miquel. Había coches deportivos estacionados por todas partes.

Miquel estaba en la puerta, como si fuera el anfitrión de un club nocturno exclusivo, saludando a todos los que entraban con esa sonrisa de chico rico que lo hacía parecer siempre en control. Cuando me vio, su sonrisa se ensanchó.

—¡Marcelo! ¡Viniste! —exclamó, levantando una copa en mi dirección— Y veo que traes una hermosa compañía.

Clara se sonrojó levemente ante el cumplido, Miquel le dio una repasada a Clara de abajo hacia arriba que me molestó.

—Soy Clara —dijo extendiendo su mano, a lo que Miquel correspondió educadamente.

—Bueno, pasen y disfruten de la fiesta —nos hizo un ademán para entrar.

La fiesta era un espectáculo. Chicos y chicas bailaban al ritmo de la música, algunos en la piscina, otros en los sofás de cuero blanco repartidos por el salón principal y el olor a perfume mezclado con alcohol llenaba el ambiente. Clara, que al principio parecía un poco abrumada, pronto se dejó llevar por el ambiente festivo.

Miriam se interpuso entre nosotros con una sonrisa en los labios, su mirada recorriéndome de arriba a abajo con descaro. La seguridad con la que se movía estaba amplificada por su vestimenta: un traje blanco, ajustado. El escote profundo exponía generosamente la piel suave y pálida de su pecho, mientras que un atrevido corte en el centro revelaba sutilmente el valle entre sus pechos, invitando a miradas furtivas. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus labios pintados de un rojo intenso le daban un aire aún más provocativo.

—¡Vaya, mira quién llegó! —exclamó Miriam— el enfermito de las fotos, y tú quién eres? su novia? —dijo con un tono condescendiente— no me digas que es lo máximo a lo que apuntar siendo becaria.

Miriam venía con un traje blanco, escotada y con un corte en el centro que dejaban ver el interior de sus pechos. Los ojos de Clara brillaron con una furia contenida. Antes de que pudiera intervenir, ella ya estaba al frente.

—¿Sabes? Prefiero ser becada y haberme ganado mi lugar aquí, que tener todo servido en bandeja de plata como tú, y aun así no tener ni la mitad de la inteligencia que se necesita para aprovecharlo —respondió Clara con una sonrisa dulce, pero sus palabras eran afiladas como cuchillas.

El comentario de Clara dejó descolocada a Miriam, pero no tuve tiempo de disfrutar la victoria. La música cambió de ritmo, y Clara me tomó de la mano y nos dirigimos hacia la barra, donde pedimos un par de tragos. Mientras bebíamos, ella se fue relajando, y nuestras conversaciones fluyeron con más naturalidad.

—¿Sabes? No imaginaba que fueras del tipo de chico que va a fiestas como esta —dijo Clara, mirándome con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Yo tampoco —admití, riendo— Pero, para serte sincero, vine porque sabía que tú ibas a venir.

Clara me miró, sorprendida por mi sinceridad, una sonrisa coqueta se formó en sus labios.

—Vaya, qué directo. Me agrada eso.

Había algo en su tono, en la forma en que me miraba, que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido. Nos quedamos en silencio por un momento, solo observándonos, y supe que había algo entre nosotros, una tensión palpable que ambos podíamos sentir.

La música subió de volumen y un grupo de chicos comenzó a bailar más cerca de nosotros. Clara, animada por el alcohol y el ambiente, tomó mi mano.

—¡Vamos a bailar! —gritó por encima del ruido.

No era un gran bailarín, pero ver su entusiasmo era contagioso. Me dejé llevar, y pronto estábamos moviéndonos al ritmo de la música. Clara se acercaba más a mí con cada paso, sus manos jugando con mi camisa, su cuerpo rozando el mío de una manera que era tan inocente como provocativa.

Todo lo que importaba era el momento, la forma en que Clara me miraba, la sensación de su piel contra la mía mientras nos movíamos juntos en la pista de baile.

—¿Te gustaría salir un rato? —pregunté, tratando de sonar casual.

Le pedí a Clara que se adelantará mientras iba a la barra por algo de beber, cuando regresé a por ella, mi corazón dio un vuelco al verla hablando con otro tipo. Él estaba inclinado hacia ella, con una sonrisa arrogante en su rostro, me relajé al ver que Clara parecía no estar disfrutando mucho de la conversación. Al verme, sus ojos se iluminaron e hizo un gesto sutil, como pidiéndome que la rescatara. Sin dudarlo, caminé hacia ellos.

—¿Qué quieres, sapo? No ves que estamos ocupados —dijo el tipo, girándose hacia mí con una mirada desafiante.

—Pues parece que te equivocas —respondí, manteniéndome firme— porque ella viene conmigo.

El tipo soltó una risa burlona, incrédulo.

—¿Tú con Clara? —se mofó, cruzándose de brazos como si fuera lo más ridículo que hubiera escuchado en su vida.

Antes de que pudiera responder, Clara me tomó del brazo, su voz firme pero tranquila.

—Así es, Brandon. Vengo con él.

El rostro de Brandon cambió, pero no se rindió fácilmente.

—Vaya, Clara. Pensé que tenías mejores estándares —dijo con sarcasmo, mirándome de arriba abajo—. ¿No pudiste encontrar algo mejor?

Su tono fue como una daga, pero antes de que pudiera decir algo, Clara le sonrió, su paciencia claramente al límite.

—¿Estás celoso, Brandon? —le preguntó con su voz cargada de desafío.

—¿Celoso? —respondió él, tratando de sonar despreocupado, pero sus ojos lo delataban—. Para nada. Solo digo que no deberías rebajarte a salir con alguien así.

Brandon se apartó con una sonrisa amarga, lanzándome una última mirada antes de desaparecer entre la multitud.

—Y él es... —alcancé a decir.

—Un idiota —respondió Clara, con el ceño fruncido y un brillo de furia en los ojos— Lo siento, ese tipo no sabe cuándo rendirse.

—¿Está todo bien? —pregunté, preocupado.

Clara suspiró y me miró, su rostro relajándose un poco.

—Sí, estoy bien. Brandon solo intenta molestarme porque... bueno, él siempre ha sido así. Cree que puede tener a quien quiera y no soporta que alguien le diga que no.

Antes de que pudiera responder, la voz de Miquel resonó por el salón, amplificada por un micrófono. Subido a una tarima, con una copa en la mano, parecía disfrutar del momento.

—¡Y como es costumbre cada inicio de ciclo escolar en estas fiestas, es hora de darle la bienvenida que se merece a los de nuevo ingreso! —anunció, con una sonrisa diabólica—. ¡La novatada!

La multitud estalló en aplausos y gritos. El entusiasmo en el aire era palpable, pero yo me tensé. No sabía qué esperar, pero tenía la sensación de que la novatada no sería algo sencillo. Clara me miró, y por un segundo, vi una sombra de preocupación en sus ojos.

—¿De qué se trata la novatada? —pregunté, acercándome un poco más a ella para hacerme oír sobre el ruido.

—No lo sé —respondió Clara— pero escuché que en las fiestas de Miquel, las novatadas siempre son... intensas.

El sonido de risas y el bullicio aumentó mientras algunas personas comenzaban a señalar a los estudiantes de primer año, como si fueran ovejas marcadas para el sacrificio. Clara y yo nos miramos en silencio, ambos sabiendo que la noche aún no había revelado todas sus sorpresas.

Las luces del salón bajaron, creando un ambiente sofocante. Los murmullos se convirtieron en risas nerviosas, y todos sabíamos que Miquel estaba a punto de cruzar una línea. Los novatos, una chica y un chico se subieron al centro del escenario apenas ocultando su incomodidad.

—Ahora —dijo Miquel, señalando al chico— tú, campeón, bájate los pantalones. Vamos, rápido. No te hagas el tímido.

El chico, con los ojos muy abiertos y claramente asustado, vaciló un poco antes de hacerlo. Sus manos temblaban mientras las risas y los gritos de la multitud lo presionaban. Al final, con la cara completamente roja, se bajó los pantalones.

La tensión en la sala aumentó. Nadie lo decía, pero todos sabían lo que Miquel quería. Las miradas se centraron en la chica.

—Y tú —dijo Miquel, ahora apuntando a ella— toma esto y ayúdalo un poco, ¿sí? —le dio un frasco de nutella.

La chica lo miró, incrédula, pero la presión era evidente. Trató de esbozar una sonrisa nerviosa, sin saber cómo reaccionar. A su alrededor, las risas y los murmullos no dejaban de crecer.

Ella se acercó al chico, titubeante, y se arrodilló frente a él. Le bajó los boxers y salió a relucir una polla flácida y el tamaño pequeño que tenía hizo que todo el salón estallara carcajadas y burlas.

La chica envolvió sus manos de nutella y pasó a embarrar en el miembro masturbandolo. El chico, claramente incómodo y avergonzado, no lograba reaccionar. Su polla no respondía, y eso sólo hizo que los murmullos y risas crecieran. La tensión se transformó en humillación, y el chico trató de evitar las miradas de todos.

—Vaya, parece que alguien no está a la altura de la situación —se burló Miquel, levantando las manos en señal de falsa compasión— Qué pena, ¿no?

El chico se levantó bruscamente, subiendo los pantalones mientras evitaba cualquier contacto visual. La chica, roja de vergüenza, se puso de pie rápidamente, deseando que todo terminara.

—¿Cuál es tu nombre? —dijo Miquel a la chica.

—Emma —contestó nerviosa.

—Perfecto Emma, lo has hecho bien hasta ahora… solo tienes que pasar una última prueba —sonrió.

Miquel fue por un venda para taparle los ojos a Emma.

—Ahora porque no te desnudas para el público eh?

Miquel alentaba a los invitados para que animaran a la chica a que se quitara la ropa. Emma se quitó primero la camiseta revelando que no llevaba sujetador debajo, saliendo a la vista sus tetas y sus pezones negros. Varios de los hombres silbaban al verla. Finalmente se bajó su pantalón y por último sus bragas. Su coño iba depilado en forma de triángulo.

—Para continuar, necesito a dos veteranos que se animen a pasar al escenario, ¿quién dice yo? —Miquel miraba entre la multitud.

Primero pasó a un tipo regordete y barbudo. No me gustaba juzgar por la portada, pero el tipo sencillamente lucía grotesco. El segundo participante, sería Brandon. Voltee a ver Clara quien entrecerró los ojos al verlo subir.

—Muy bien caballeros, porque no echan a andar sus pollas, Emma escogerá a ciegas a quién de los dos les hará una mamada.

Emma vendada y arrodillada, se acercaba a los dos chicos. El tipo gordo parecía que no se había depilado en años. Brandon por su parte, aún tenía la polla a medio andar. El público coreaba cada que Emma se acercaba a la polla del tipo gordo, aunque al final, por intuición o por inercia, terminó con la polla del morenazo de Brandon.

Emma empezó a mover de arriba a abajo masturbando su polla poniéndola firme en poco tiempo.

—Menuda polla que tiene ese chaval —algunas de las chicas decían entre sí.

Toda la sala gritaba para que Emma se metiera la polla hasta el fondo. Ella escupió la punta de su polla e intentó meterla toda en su boca. Brandon la agarró de la cabeza para ayudarle. El tipo regordete en vez de retirarse se había quedado masturbandose al ver la escena. Minutos después Emma se safa de la mamada tosiendo fuertemente.

—!Un aplauso para Emma! Menuda bestia eh —la felicitó Miquel.

El público aplaudía y silbaba.

—¡Y ahora, señoras y señores! —exclamó con esa voz cargada de malicia que me hacía rechinar los dientes— Para hacer esto aún más interesante, necesitamos a alguien más para subir. Alguien que quiera demostrar su... valentía.

De repente, Miquel, desde su posición privilegiada, empezó a barrer la sala con la mirada. Su sonrisa se detuvo cuando sus ojos se posaron en mí. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Clara, a mi lado, también lo notó.

—No... —murmuró Clara, dándose cuenta de lo que estaba a punto de pasar.

Miquel levantó el micrófono, y en cuanto habló, su voz resonó en el salón con esa misma mezcla de arrogancia y desafío que parecía inherente en él.

—Y bien, parece que tenemos entre nosotros a alguien que podría ser el siguiente —dijo, sus ojos brillando con una peligrosa diversión— ¡MarChelo! —anunció de tal forma que me hizo estremecer— Nuestro querido becario estrella.

Un murmullo recorrió la sala mientras los ojos de los presentes se volvían hacia mí. Sentí un nudo formarse en mi estómago. Negarme frente a todos sería como firmar mi sentencia de "cobarde", especialmente frente a Clara. Y por su mirada, entendí que ella también estaba atrapada en el juego de Miquel, siendo una de las novatas. Sabía que si no aceptaba, Miquel usaría eso en mi contra.
—Vamos, Marcelo —dijo Miquel con una sonrisa burlona— No querrás parecer un cobarde delante de todos, ¿verdad? —Su tono, suave pero peligroso, se coló entre las risas y los murmullos.

Clara me miró, sus ojos brillaban con preocupación. Pero también había algo más allí, algo que me impulsaba a no retroceder. Quería impresionarla, quería mostrarle que no era el tipo de persona que se acobardaba fácilmente.

Respiré hondo.
Lo has dejado en lo más alto, justo para desear que la próxima entrega no tarde mucho. Graciassss
 
Capítulo 5

La multitud aplaudió y silbó mientras yo caminaba hacia la tarima. Cada paso me pesaba como si llevara una carga sobre los hombros. Sentía el sudor en mis manos, la música seguía con ese ritmo sensual y peligroso, envolviendo todo en una atmósfera de juego sucio. Cuando llegué al centro, Miquel me miró con una sonrisa aún más maliciosa.

—Sabía que no te ibas a rajar, Marcelo —dijo, dándome una palmada en la espalda.

—En esta ocasión haremos algo diferente —anunció Miquel— Marcelo, ¿por qué no te sientas en la silla?

Obedecí, aunque mi cuerpo se tensó al ver cómo dos de sus gorilas, que no habían estado lejos durante toda la noche, se acercaban a mí. No solo me vendaron los ojos, sino que me amarraron las manos y los pies a la silla. Mi corazón se aceleró. La falta de visión me hacía sentir indefenso, el sonido de la música y las risas se sentía más lejano, pero los murmullos de la multitud que nos rodeaba se hacían cada vez más intensos.

—Ahora necesitamos a una de las novatas para que se anime con este reto. ¿Quién dice yo? —continuó Miquel, su tono casual, como si lo que estaba a punto de ocurrir fuera un simple juego inocente.

Hubo un silencio incómodo. Las chicas, después de haber visto lo que había ocurrido antes, no parecían muy dispuestas a participar. Claro, nadie quería verse envuelta en algo que pudiera volverse sexual o humillante.

—No hay nada que temer —dijo Miquel, como si sus palabras pudieran relajar a alguien— Lo único que tienen que hacer es tomar este látigo y darle unos cuantos azotes a nuestro querido Marcelo.

Mi cuerpo reaccionó instintivamente, agité mis brazos, mis piernas, aunque estaba completamente inmovilizado. El sonido de cuero al sacudir el látigo me hizo tensar los músculos aún más.

—Tranquilo, Chelo. No es un látigo que te pueda sacar sangre —se burló Miquel— Pero te aseguro que uno que otro grito, eso sí que lo sacará.

Su risa sádica resonó en el salón, y el público lo siguió con una mezcla de entusiasmo y morbo. Todo esto me hacía querer escapar más que nunca. Pero estaba atrapado. Literalmente.

Después de unos segundos de tensión, la multitud estalló en aplausos. Una de las chicas había dado un paso adelante. Por un momento, tuve la esperanza de que no fuera alguien que conociera demasiado bien, que quizá alguna otra novata con menos inclinaciones crueles se ofreciera.

Sin embargo, cuando la voz de mi ejecutora llegó a mis oídos, supe que la situación había ido de mal en peor.

—Encantada de participar —dijo Miriam, su tono arrogante y afilado como una navaja.

Me agité aún más en la silla, tirando de las cuerdas con la esperanza de que alguna cediera. Pero era inútil. Estaba atrapado. No podía dejar que Miriam fuera la que me humillara frente a todos. No después de todo lo que había pasado.

—Ah, solo una cosa más —añadió Miquel— El reto aquí es que puedas hacer gritar de dolor a Marcelo en cinco latigazos. Si no lo logras, tendrás que hacerle una mamada, con todo y tetas —reía Miquel.

Miriam se quedó en silencio por unos segundos. El público gritaba de emoción, sedientos de entretenimiento barato y cruel. Coreaban el nombre de Miriam, incitándola, queriendo ver hasta dónde podía llevar la situación.

—Necesitaré menos de cinco —respondió Miriam con una arrogancia que me revolvió el estómago.

No podía dejarme vencer, no podía dejar que me rompiera delante de todos. No solo por mí, sino porque Clara estaba ahí, viéndolo todo. Y aunque no podía verla, sabía que la imagen de esto, de mí atado y humillado, era exactamente lo que Miquel y Miriam querían.

El sonido del cuero al ser recogido me hizo apretar los dientes.

—Marcelo —murmuró Miriam, acercándose lo suficiente para que sintiera su aliento en mi cuello— Esta noche... no sales intacto.

Y entonces, el primer latigazo cortó el aire, golpeando mi pecho con un sonido seco que resonó por todo el salón. Mi cuerpo se tensó, pero no dejé escapar ni un sonido.

El segundo golpe me sacudió más fuerte, pero me aferré al poco control que aún me quedaba. Sentí cómo el cuero quemaba mi piel, el dolor irradiando por toda mi pecho, pero no iba a darle el placer de escucharme gritar. El murmullo de la multitud, los susurros y risas que rodeaban la escena, solo intensificaban mi resistencia.

El tercer latigazo llegó sin previo aviso, su impacto resonando en mis costillas. Un dolor agudo me atravesó el cuerpo, pero de nuevo, me mantuve en silencio. Mis dedos se apretaron contra los brazos de la silla, el sudor resbalando por mi frente bajo la venda.

—Vamos, Marcelo, todo lo que tienes que hacer es admitir que no puedes más —dijo Miriam aparentando compasión.

Podía sentir su frustración. Ella quería que me derrumbara, y yo no iba a hacerlo.

—A la mierda contigo —me reí de ella.

Entonces sentí el cuarto latigazo. Este fue el más duro hasta ahora, impactando directamente en la parte baja de mi pecho. El dolor fue insoportable, pero aún así, me negué a gritar. No iba a ceder, no ante ella, ni ante Miquel, ni ante ninguno de los que se deleitaba con mi sufrimiento.

El silencio se extendió por un momento, pesado y tenso. Podía sentir la mirada de Miriam en mí, su odio tangible. Sabía que quería más que solo hacerme daño físico. Quería destruirme emocionalmente, y eso solo podía lograrlo quebrando mi espíritu.

Y entonces, el quinto golpe cayó.

Pero no fue en mi pecho, ni en mi costado, donde lo esperaba. Fue en mi rostro. El cuero me azotó la mejilla, y el dolor fue agudo y rápido, una explosión que me dejó aturdido. Quise gritar, quise maldecirla, quería levantarme y decirle miles de cosas, pero con un apretón de lengua que me hizo sentir el sabor metálico de la sangre en mi boca, apreté duro y al final todo había terminado. Yo gané.

El público estallaba en vítores y aplausos, gritando mi nombre como si fuera una especie de héroe. La adrenalina aún recorría mi cuerpo mientras intentaba asimilar lo que acababa de ocurrir. Miquel, me quitó la venda de los ojos y brazos levantando mi mano en señal de victoria.

—¡Y tenemos un ganador! —gritaba, alimentando la euforia de la multitud.

Miriam, la ejecutora de esos latigazos, ahora estaba en el centro de atención, y no de la mejor manera. Su rostro era un retrato de furia contenida, como una niña mimada a la que no le salían las cosas como esperaba.

—Un trato es un trato, Miriam —dijo Miquel, con un tono que no dejaba lugar a objeciones.

El ambiente cambió. La multitud que antes me animaba, ahora coreaba el nombre de Miriam, presionando para cumplir con su parte del trato. Se giró de espaldas al público, quedando de frente a mí. Caminó hacia mí, con pasos lentos y medidos, su cuerpo tenso. Pude ver la lucha interna en su rostro, una mezcla de rabia y humillación. El público, implacable, gritaba y exigía que cumpliera su promesa.

Miriam se arrodilló ante mí y me bajó los pantalones hasta por debajo de las rodillas. Con sus dedos quitó cuidadosamente mis pantaloncillos con cara de asco. Como parte del trato, se bajó el cierre de la espalda y su vestido cayó hasta su cintura. No llevaba sujetador debajo. Sus pezones eran tan grandes, que parecían estar lactando. Sus pechos eran enormes, las tetas naturales más grandes que había visto. Verla arrodillada ante mí con sus pechos desnudos, esa mirada de desprecio que me echaba… joder, estaba comenzando a excitarme a pesar del dolor de los recientes latigazos.

Miriam rodeó mi polla con su mano. El contacto de su mano se sentía muy suave. No pasó mucho tiempo antes de que mi polla estuviera erecta al cien por ciento. La mirada de Miriam cambió de despreció a asombro en unos instantes. Ella esperaba una polla promedio. Volvió a la carga pero esta vez con sus tetas, dejándolas caer sobre mi polla que ya sentía la presión de sus pechos.

Miriam le escupió a la punta de mi polla y me echó una última mirada antes de echarse para atrás. Me tomó de las bolas y las apretó con fiereza. Esta vez no pude aguantar soltar un grito de dolor.

—Te dije que no saldrías intacto esta noche —dijo mientras se acomodaba otra vez su traje.

Hija de perra maldije mientras me retorcía de dolor.

Se levantó bruscamente, dándose la vuelta. La audiencia, que momentos antes aplaudía, comenzó a abuchearla. Su rostro se tornó rojo, no sólo de rabia, sino también de humillación. Sabía que no podría escapar de la situación con facilidad, pero lo intentaba. Caminaba rápidamente, esquivando vasos de cerveza que empezaban a volar en su dirección, y por un momento, parecía que lograría salir sin mayores consecuencias.

Pero el destino —y la multitud— no se lo permitió.

De repente, alguien apareció detrás de ella y le encajó un bote de basura en la cabeza. El grito de sorpresa que soltó fue ahogado por las carcajadas ensordecedoras de los presentes. Miriam, visiblemente furiosa, arrancó el bote de su cabeza con rapidez, su rostro enrojeciendo aún más. Pero antes de que pudiera siquiera recomponerse, una cascada de agua —probablemente diez litros o más— la empapó por completo.

El agua hizo que su cuerpo temblara, ya fuera de frío o de pura rabia. Su ropa, pegada a su piel, revelaba más de lo que seguramente deseaba. Las risas y los gritos se intensificaron, convirtiendo su salida en una marcha humillante hacia la puerta.

Mientras la escena seguía desarrollándose a mi alrededor, un pensamiento me golpeó con fuerza. Clara. ¿Dónde estaba Clara?

Desesperado, comencé a buscarla entre la multitud. Mi mente estaba a medio camino entre la adrenalina del reto y la preocupación de no encontrarla. Los gorilas de Miquel me ayudaron a desatarme, y apenas quedé libre, comencé a caminar por el salón, sorteando gente que me felicitaba. "Menudo paquete tenes" escuché decir tras varias palmadas en la espalda. Algunos me ofrecían bebidas, chicas me miraban de forma coqueta y otros solo intentaban tomarse fotos conmigo. Me sentía como una especie de celebridad temporal, pero mi mente estaba en otra parte.

—¿Buscas a la chica de pecas, verdad? —dijo una voz a mi lado, interrumpiendo mis pensamientos.

Me giré para ver quién hablaba. Un tipo que me parecía vagamente familiar, con una expresión que no lograba descifrar del todo.

—Se fue con un tipo alto y moreno hace unos minutos —añadió, encogiéndose de hombros.

El golpe emocional fue inmediato. Mi euforia se desinfló al instante. ¿Brandon? ¿Con él? La sensación de felicidad, de triunfo, se esfumó tan rápido como había llegado. Intenté buscar mi teléfono, pero estaba descargado. Maldita sea.

Por un instante, dudé de las palabras de aquel tipo, así que decidí recorrer la mansión, buscando a Clara por cada rincón, entre la multitud, en los pasillos y los salones. Pero no había rastro de ella.

Mi mente corría a mil por hora.

 
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Capítulo 6


El frío aire de la madrugada se mezclaba con el dolor punzante de los latigazos en mi pecho mientras me retiraba a los dormitorios. Sabía que el toque de queda había pasado hace horas, pero no tenía otra opción. Eran las 2 de la mañana, y el único camino de regreso implicaba escabullirse por el patio trasero, una maniobra arriesgada que ya había puesto a varios estudiantes en problemas. La suspensión, e incluso la expulsión, son sanciones comunes para aquellos que se atreven a desafiar las reglas, pero para mí, dormir fuera no era una opción.

Me moví entre las sombras del patio trasero, recordando vagamente lo que Simón me había dicho en alguna ocasión, había un camino improvisado entre los arbustos que podía ser mi salvación, así que me dirigí ahí. Las ramas arañaban mi piel al pasar, sumando más heridas a las que ya llevaba. Era como si el mundo conspirara para hacerme sufrir más.

Finalmente, logré cruzar los arbustos y salté el portón trasero. Al caer, tambaleé un poco, pero me estabilicé a tiempo. Me deslicé por una ventana medio abierta que los estudiantes dejabamos como código para darnos nuestras escapadas nocturnas. El interior del edificio estaba oscuro y silencioso, casi opresivo. Apreté los dientes y empecé a caminar hacia las escaleras, cuando de repente, un crujido traicionero bajo mis pies me congeló en el lugar. Oí el chasquido familiar de una linterna encendiéndose y vi su luz barrer la oscuridad en mi dirección.

"¡Maldición!", pensé, mientras mi corazón latía con fuerza.

La luz pasó rozando mi escondite y, en un arrebato de adrenalina, subí rápidamente las escaleras. Sin embargo, el guardia no era tonto, en cuanto escuchó el ruido, encendió las luces de la planta baja. Mi situación se volvía más crítica con cada segundo. Corrí hacia la puerta de mi habitación, pero cuando intenté buscar las llaves, recordé con horror que las había dejado en la ropa que me quité en casa de Simón.

Toqué la puerta repetidas veces, cada golpe más fuerte que el anterior. Pero Mario, mi compañero de cuarto, ni siquiera se inmutaba. "¡Despierta, maldito!" pensé, golpeando con todas mis fuerzas, pero el sonido de los pasos del guardia acercándose rápidamente por las escaleras me hizo entrar en pánico. Busqué desesperadamente otra opción.

Justo cuando estaba a punto de darme por vencido, la puerta de la habitación de al lado se abrió de golpe. Era Frida, la vecina, mirándome con sorpresa. Sin pensarlo, me deslicé dentro de su habitación sin decir una palabra. Justo cuando el guardia llegó al final del pasillo. Frida apagó las luces, y ambos nos quedamos inmóviles mientras escuchábamos los pasos del guardia pasar frente a la puerta. Mi respiración era irregular, pero sabía que no podía hacer ruido.

Después de unos minutos que parecieron eternos, Frida encendió nuevamente la luz. Ella vestía un camisón ligero, corto, que apenas llegaba a cubrir la mitad de sus muslos. Se veía relajada, pero sus ojos estaban llenos de curiosidad.

—¿Qué está pasando? —susurró.

—Es una larga historia —respondí con un suspiro, intentando no mirarla demasiado.

Frida se sentó en la cama, cruzando las piernas de manera casual. Me invitó a sentarme a su lado mientras le explicaba, lo mejor que pude, lo que había ocurrido esa noche. Omití algunos detalles, claro, pero fue suficiente para que entendiera la situación.

—Wow, Marcelo, realmente te metiste en un lío —dijo, impresionada— Déjame ver esas heridas.

Antes de que pudiera protestar, Frida comenzó a desabrocharme la camisa, su mirada se suavizó al ver las marcas en mi cuerpo. Sus dedos rozaron con suavidad la herida que tenía en la cara por el latigazo final de Miriam, lo que me hizo hacer una mueca de dolor.

—Sé que duele —dijo con compasión— espera aquí, voy por algo de alcohol y algodón.

La tela delgada de su camisón se ajustaba a su cuerpo mientras caminaba hacia el baño, y no pude evitar notar la silueta de sus bragas debajo. Regresó rápidamente con una pequeña botella de alcohol y unos cuantos trozos de algodón.

—Recuéstate —me dijo— para que el alcohol no se derrame por todas partes.

Me tumbé en la cama, y ella se acomodó sobre mí, con sus piernas rodeándome, pero sin tocarme, me quedé pensando en si era tan necesario estar en esa postura. Comenzó a pasar el algodón empapado en alcohol por las heridas, cada contacto era un infierno. El escozor era insoportable, pero Frida trabajaba con calma, concentrada en no hacerme daño innecesariamente.

—Listo, ya quedó —dijo finalmente, con una sonrisa reconfortante— Mañana te sentirás mucho mejor.

—Gracias, Frida —murmuré, agotado por el día y por el dolor— Creo que será mejor que me vaya al sofá.

—No, no, quédate aquí en la cama —respondió rápidamente, mirándome con una sonrisa.

—No, en serio, ya me ayudaste bastante, no quiero incomodarte.

Ella me interrumpió, encogiéndose de hombros como si fuera la cosa más sencilla del mundo.

—Podemos compartir la cama. Hay suficiente espacio para los dos —contestó.

Su propuesta me dejó sin palabras por un momento. No sabía qué decir, pero mi silencio fue suficiente para que ella apagara la luz, interpretando mi falta de respuesta como un "sí". Se deslizó bajo las sábanas y se acostó a mi lado, el aire entre nosotros cargado de una extraña tensión, pero también de una inesperada comodidad.

Mi mente seguía en Clara, en lo que habría pasado esa noche. Pero en ese momento, acostado en la oscuridad, con Frida a mi lado, el dolor de mis heridas parecía desvanecerse poco a poco.

La luz que atravesaba las ventanas me despertó suavemente a la mañana siguiente. Sentí un sobresalto inicial, el típico pánico de pensar que estaba llegando tarde a algo, pero una rápida mirada al reloj disipó la preocupación, aún faltaba más de una hora para la primera clase. Me levanté de la cama intentando no hacer ruido, y de reojo noté que Frida seguía dormida, respirando tranquila. Estaba acostada boca abajo con las piernas lo suficientemente abiertas para notar las bragas rosas que llevaba debajo del camisón, desvié mi mirada sintiéndome culpable, pues ella me había tratado con toda la hospitalidad del mundo como para que yo la mirara como un pervertido.


Mientras caminaba hacia la universidad, noté que la gente me miraba con una mezcla de curiosidad y admiración. Algunos incluso me saludaban como si de repente nos conociéramos de toda la vida.

—¡Estuviste increíble anoche, Marchelo! —me gritó un chico que no recordaba haber visto antes.

—¡Vaya agallas, chaval! —dijo otro, dándome una palmada en la espalda mientras sonreía.

No sabía cómo sentirme al respecto, pero no podía evitar reírme un poco de la situación. La famosa apuesta había puesto mi nombre en boca de todos, aunque no estaba seguro de que fuera para bien.

—Vaya, veo que ahoras eres famoso —me dijo Simón cuando me encontró en el pasillo.

—Sí, creo que comenzaré a cobrar por los autógrafos —contesté sarcásticamente.

Y nuevamente al llegar a clase las miradas se posaban en mí. Se escuchaban murmullos y otros hacían bromas a Miriam por lo que había pasado la noche pasada. La cara que ponía era una joya.

El resto de las clases transcurrió sin mayores percances hasta que llegamos a la clase de inglés con la profesora Abigail. Abigail era una mujer joven pero firme, y siempre esperaba que todos le prestaran atención. Sin embargo, ese día, los cuchicheos y bromas eran más fuertes de lo habitual por lo ocurrido en la fiesa de Miquel, cosa que la profesora no dejó pasar por alto.

—¿Se puede saber de qué te estás riendo, Romario? —preguntó con su tono usualmente calmo, pero que ahora sonaba con cierta impaciencia.

—No es nada, solo un chiste que vi por internet —se excusó.

—Quiero ver ese chiste —se acercó la profesora— enséñame tu celular.

—No creo que quiera ver eso, profe —trató de advertir Romario,

—Enséñamelo —repitió ella.

Romario le dio su celular y tan pronto como la señorita Abigail vio su celular, sus ojos se agrandaron, primero por la sorpresa, luego por una mezcla de asombro y algo más.

—Pero… pero Marcelo ¿Se puede saber de qué va esto? —se acercó a mí sonrojada y me enseñó la foto que estaba viendo.

Era yo amarrado en la silla y con la polla bien dura, aún lado se podía ver a Miriam antes de abandonar el escenario. Pensé en que más fotos de la fiesta se habían filtrado.

—En mi defensa… me obligaron a hacerlo —dije con una sonrisa nerviosa, tratando de suavizar la situación.

—Sí, claro. Muy obligado te ves en la foto —respondió ella con una ceja levantada.

Su mirada me atravesaba. No era solo la incomodidad de haber sido expuesto de esa manera, sino el juicio en sus ojos. Solo pude encogerme de hombros, incapaz de dar una respuesta mejor.

—Te quedas al final de la clase, señorito. Tenemos que hablar —sentenció, antes de retomar la lección.

Al terminar la clase, me quedé sentado, mientras todos salían, esperando nerviosamente en mi asiento. Miraba a la profesora mientras ella hacía anotaciones, probablemente preparando mi sermón. Quería encontrar a Clara lo antes posible, aclarar las cosas con ella, ya que seguro se había molestado por lo sucedido con Miriam. Mis intentos por impresionarla parecían haber fallado estrepitosamente. Me sentía como un gilipollas.

—Marcelo —me llamó, con una voz que era más tranquila de lo que esperaba.

—Profesora, lo de esa foto fue una estupidez. No volverá a pasar —dije con la mejor cara de arrepentimiento que pude poner.

—No me refiero a eso —dijo, negando con la cabeza— Marcelo, tus calificaciones en esta clase son preocupantes. Sé que eres becario, y si te sigues desnudando —la profesora tragó un poco de saliva al darse cuenta de que se había equivocado— descuidando, podrías perder la beca. No quiero que eso ocurra, pero necesito que pongas de tu parte.

—Sí, profesora —asentí— Necesito esforzarme más.

—No puedes andar por la vida en fiestas y descuidando tus estudios. No digo que divertirse esté mal; yo también fui joven —dijo con un tono comprensivo, pero firme.

—Que va, profe, si aún parece muy joven. La primera vez que la vi, pensé que era una alumna —sonreí, intentando aligerar el ambiente.

—Eres un encanto —respondió con una sonrisa— pero eso no te salvará del castigo. Necesitas encontrar un equilibrio entre tus responsabilidades y el tiempo para divertirte. Los exámenes finales están a la vuelta de la esquina, y créeme, no voy a aprobarte si no te esfuerzas.

—Lo entiendo —dije resignado— ¿Cuál es el castigo?

—Tendrás que asistir a asesorías personalizadas. Al menos dos veces por semana —sentenció con seriedad.

—Vale, iré al centro de asesorías y buscaré a alguien que me ayude —respondí, pensando que sería sencillo.

—Nada de eso —respondió con una leve sonrisa— Yo seré tu asesora personal.

—¡Wow, profesora! No quiero quitarle su tiempo —dije, sorprendido.

—No te preocupes por eso. Es mi responsabilidad. No he reprobado a nadie hasta ahora, y no planeo hacerlo contigo.

—¿Y dónde nos reunimos? —pregunté.

—Ve a mi oficina entresemana. Puedes encontrarme después de las 2.

—Vale, profesora —respondí, sintiéndome aliviado.

Salí del aula con una sola cosa en mente, encontrar a Clara. Sabía que necesitaba explicarle lo sucedido anoche, todo ese absurdo con Miriam y la foto que seguramente ya había visto. Había pasado por alto mis mensajes, y la idea de esperar hasta el fin de semana para hablarle en el restaurante era impensable. Sentía que cada minuto que pasaba me alejaba más de ella, así que tenía que ser hoy.

Llegué al salón donde Clara suele tener clases, pero ya estaba vacío. La sensación de haberla perdido me llenaba el pecho, y no sabía cómo manejarlo. Me quedé deambulando por los pasillos, tratando de pensar en dónde podría estar, cuando una voz conocida rompió el silencio.

—Ey tú, sapo —la voz de Brandon me hizo detenerme de golpe. La reconocí al instante, pero no estaba de humor para sus tonterías.

—No tengo tiempo —respondí sin girar.

Aceleré el paso, pero Brandon no se dio por vencido. En cuestión de segundos se puso frente a mí, bloqueando mi camino con esa mirada de superioridad que tanto me molestaba.

—Escúchame, niño —dijo cruzándose los hombros— no sé qué andas tramando con Clara, pero más te vale entender una cosa, ella es mía.

Lo miré con incredulidad. ¿En serio iba a empezar con eso?

—¿Tuya? —dije soltando una risita seca— Sí, claro. Como si fuera un trofeo, ¿no?

Brandon sonrió con suficiencia, disfrutando de su pequeño show.

—Anoche me la dejaste en charola de plata —dijo, con una mueca asquerosa en los labios.

Su comentario me hizo detenerme en seco. Sabía que Clara había salido antes de que todo ese circo con Miriam explotara, pero la idea de que hubiera pasado la noche con él me revolvía el estómago.

—Mientras tú estabas siendo azotado en la silla, yo azotaba a Clara en cuatro —continuó, con una sonrisa engreída que me hizo hervir la sangre.

—Eres un imbécil si esperas que te crea —contesté, aunque una pequeña parte de mí temía que fuera cierto.

—Chaval, Clara y yo tenemos historia. Estuvimos distanciados un tiempo, pero anoche, gracias a ti, volvimos a estar juntos —contestó.

Cada palabra que salía de su boca era un puñal, pero me negaba a caer en su juego. Estaba decidido a hablar con Clara, no iba a sacar conclusiones hasta escuchar su versión. Me di la vuelta, dispuesto a marcharme.

—¿De verdad crees que tienes oportunidad con ella? —se mofó Brandon— Mírate. Apenas puedes mantenerte en la universidad. ¿Qué futuro puedes ofrecerle? Clara es una buena chica, necesita a un buen hombre como yo, alguien que le pueda asegurar un buen futuro. A tu lado, bueno… ya sabes cómo terminaría eso.

Me detuve por un momento, sus palabras resonaban en mi cabeza. Quise ignorarlas, pero golpeaban justo en mis inseguridades. Me quedé en silencio, mirando al suelo, mientras él seguía con su retahíla.

—Un buen hombre —susurré con rabia contenida— Eso es lo que te crees.

—Es lo que soy —afirmó Brandon, como si fuera una verdad indiscutible.

—No eres más que un gilipollas creído, Brandon —dije, girando lentamente para mirarlo— Y si Clara de verdad quiere a alguien como tú, entonces puede quedarse contigo. Pero eso lo decidirá ella, no tú, ni yo.

Brandon sonrió con suficiencia, pero yo ya no lo escuchaba. Me alejé, sintiendo que la batalla real aún estaba por pelearse.

Caminé rápido, tratando de ignorar las palabras de Brandon que seguían retumbando en mi cabeza. Sabía que lo que decía era solo para provocarme, pero aún así me carcomía la duda. Clara tenía que escucharme, aclararía todo lo que había pasado en la fiesta, le pediría disculpas y todo saldría bien. Aunque, en el fondo, una pequeña voz me advertía que las cosas podían torcerse.

El campus estaba casi desierto, lo cual me hacía sentir aún más ansioso. Revisé mi teléfono por décima vez esperando una respuesta de Clara, cuando finalmente vibró en mi mano. Un mensaje de ella apareció en la pantalla: "Veámonos en la biblioteca, cubículo 3. Te estaré esperando".

El alivio me golpeó como una bocanada de aire fresco. Aceleré el paso, seguro de que esta era mi oportunidad de arreglar todo. Pero justo cuando me acercaba a la biblioteca, alguien llamó mi atención.

—¡Hey, Marcelo! —Era Samuel, mi compañero del club de fotografía, saludándome desde lejos— ¿A dónde vas con tanta prisa?

—Ahora no, Samuel —respondí con rapidez— Tengo algo importante que hacer.

—Yo también tengo algo importante que decirte.

—Lo siento, no ahora —contesté sin detenerme.

Seguí caminando, pero antes de llegar a la entrada de la biblioteca, un tipo de aspecto raro se interpuso en mi camino. Tenía los ojos hundidos y una expresión que no inspiraba confianza. "¿Y ahora qué quiere este?", pensé, tratando de esquivarlo. Pero antes de que pudiera pasar de largo, sacó su celular y lo puso frente a mí.

Lo que vi en la pantalla me dejó helado.


 
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Capítulo 7



Lo que me mostraba en pantalla era inconfundible. Era un video. Mi video. Yo, infiltrándome en los dormitorios de la universidad después de la fiesta, en plena noche. Mi corazón latió desbocado.

—Veo que ahora tenemos tu atención —dijo el tipo ojeroso.

—¿Cómo es que tienes ese video? —pregunté.

—Tenemos nuestros medios.

Le arrebaté el celular de las manos y busqué con desesperación borrar el archivo, pero él solo se encogió de hombros, aparentemente entretenido con mi reacción.

—No importa, tenemos una copia en la nube —dijo tranquilo.

—¡¿Pero qué mierda?! —alcé la voz.

—Tranquilo, hombre. Tienes suerte de que Samuel haya abogado por ti —dijo el desconocido, mientras Samuel se acercaba detrás de mí— ¿Por qué no nos acompañas? Hay mucho que discutir.

Miré a Samuel buscando una explicación. Él solo me devolvió una mirada seria, asintiendo en silencio. Dudé por un segundo, pero al final, le mandé un mensaje rápido a Clara, explicándole que me retrasaría unos minutos, y seguí a los dos hasta el club de fotografía.

El club era más grande de lo que recordaba, con pasillos que se adentraban en zonas que nunca antes había visto. Había estado allí un par de veces, pero solo en la parte principal. Ahora, nos dirigíamos a una sala más apartada, y cuanto más avanzábamos, más me invadía una sensación de peligro.

Nos sentamos en una sala pequeña y mal iluminada, el aire denso como si todo estuviera impregnado de algo turbio.

—Dime ya, ¿qué es lo que quieres? ¿dinero? —pregunté, tratando de mantener la calma.
.
El tipo ojeroso se acomodó frente a mí y apoyó los brazos sobre la mesa.

—Primero que nada, mi nombre es Randal. Soy el jefe del club de fotografía —me miró a los ojos— Samuel me ha hablado de ti.
.
—¿De mí? —pregunté, cada vez más confundido.

—Sí —respondió— En la entrevista mencionaste que tienes conocimiento sobre instalación de cámaras y configuración de redes.

—¿Y qué tiene que ver eso con esto? —respondí, frustrado— ¿Puedes ir al grano?

—Lo que quiero es sencillo, que trabajes para nosotros —contestó con tranquilidad.

—Ya soy parte del club de fotografía —dije, sin entender del todo a dónde iba esto.

—Oh no, Marcelo. Verás, el club de fotografía es solo una fachada para lo que realmente sucede aquí. ¿Quieres saber cómo conseguimos ese video tuyo infiltrándote en los dormitorios?

—Tienen acceso a las cámaras de seguridad —susurré.

—Casi todas las cámaras de seguridad —corrigió Samuel— Pero tú, mi querido Marcelo, nos vas a ayudar a tener acceso a todas. Y no solo eso, queremos ampliar nuestros ojos.

—¿Qué? —pregunté, con el estómago hecho un nudo.

Randal encendió un monitor a su lado. La pantalla brilló con una serie de imágenes y videos que me hicieron tragar saliva. La mayoría eran tomas nocturnas, ángulos de vigilancia, lugares del campus que reconocí al instante, pero... algo estaba mal. Las escenas que me mostraba no eran simples registros de seguridad. Eran momentos privados, personales, detalles íntimos.

—Si supieras los secretos que esconde esta universidad... —añadió Randal con una sonrisa que parecía crecer más oscura con cada palabra— No todo es lo que parece.

Mi respiración se hizo más pesada mientras veía los videos desfilar ante mis ojos. Eran momentos robados de estudiantes, profesores, incluso administradores de la universidad, grabados sin su conocimiento.

El rector, por ejemplo, a quien todos veían como un hombre intachable, un marido ejemplar, aparecía en uno de los videos... se follaba a una de las profesoras, quien se recargaba en el escritorio mientras él le metía la polla por detrás.

En otra grabación se podía apreciar a un estudiante metiendo su polla por un agujero y en otra toma se podía ver como una chica le daba una mamada del otro lado. Era una especie de sexo servicio.

Pasando a otro video, vi un baño de mujeres, en el que una chica acababa de entrar. Parecía ser una grabación en tiempo real. Pude ver como se bajaba la falda.

—Esto... —comencé a decir, pero mi voz se apagó.
.
Randal no me dejó terminar. Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaban con un placer retorcido
.
—¿Crees que lo que ves en esta pantalla es lo peor? —susurró, casi como si estuviera compartiendo un secreto prohibido.

— Hay cosas que pasan aquí, en esta universidad, que te harían cuestionar todo lo que crees —se detuvo, disfrutando de mi incomodidad—
Algunas personas pagarían una fortuna por acceder a la información que nosotros controlamos. Gente que quiere saber si le ponen los cuernos, estudiantes que quieren pajearse con fotos de las chicas más calientes de la universidad. Solo imagina las posibilidades.

Un frío intenso me recorrió el cuerpo. Esto no era un simple club de fotografía. Era una red de espionaje dentro de la universidad.

—No pienso trabajar para ustedes. Esto es ilegal —respondí, intentando mantener un tono firme.

Randal sonrió, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—Oh, pero no querrás que ese video tuyo llegue a las manos equivocadas, ¿verdad? —su tono era condescendiente, casi burlón— Sería una verdadera lástima que te expulsaran en tu primer semestre.

—Y sería una lástima que yo le contara a todos lo que hacen aquí —repliqué, buscando algo de control en la situación.

Randal se rió. No de manera exagerada, sino con una calma inquietante.

—¿A quién crees que le van a creer? —dijo, mientras se levantaba lentamente de su asiento— ¿Al chico que se infiltra en los dormitorios por la noche o al impecable jefe del club de fotografía?

Sus palabras flotaron en el aire, impregnadas de una amenaza velada. Mi mente corría a mil por hora. Aceptar su oferta significaba más que aceptar un trabajo. Era entrar en un mundo que no comprendía, donde los secretos y las amenazas eran moneda corriente.

—Entonces, Marcelo... —continuó, extendiendo su mano hacia mí— ¿Trabajarás para nosotros?

Tragué saliva y lo miré a los ojos una última vez. Al final, estreché su mano.

—Te estaremos observando, Marcelo. Tu juego comienza a partir de aquí —sentenció.

No tenía ni idea de lo que me esperaba.
 
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Te has lucido estimado autor (Eldric o Corelli?), esto ha sido un giro de 540°, casi en estado de shock nos has dejado junto a Marcelo, veremos de qué madera está hecho de lograr sortear lo que le tiene preparado este club.
 
Te has lucido estimado autor (Eldric o Corelli?), esto ha sido un giro de 540°, casi en estado de shock nos has dejado junto a Marcelo, veremos de qué madera está hecho de lograr sortear lo que le tiene preparado este club.
Eldric, Corelli, Cinder... uso o usaba varios nicks. Llámame como gustes. Agradezco tu comentario Onatrapse. !Saludos!
 
Buff. Tiene el don de meterse en el camino de la gente más siniestra y peor de la Universidad.
No va a tener más remedio que aceptar, aunque sea un trabajo siniestro y nada bonito.
Y por otra parte, a ver si puede aclarar las cosas con Clara.
Espero que lo que le ha contado el imbecil de Brandon sea falso, porque si no va a estar complicado una posible historia entre ellos.
 
Capítulo 8


Las semanas fueron pasando y ya nos encontrábamos a mitad de semestre. desde aquella extraña reunión con Randal, el club de fotografía parecía haberse desvanecido de mi vida. Ni una llamada, ni un mensaje, como si el encuentro nunca hubiera ocurrido. Clara, por su parte, seguía evitándome con una frialdad que me carcomía por dentro. El hecho de haberla dejado plantada en la biblioteca, parecía haber sellado su decisión de no querer saber más de mí. Era como si ya no existiera para ella, y eso dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Una mañana, en la clase de química, las cosas dieron un giro inesperado. El profesor de química, con su tono siempre impasible, anunció que debíamos realizar un proyecto en parejas, cuya exposición valdría el 50% de la calificación final al terminar el semestre. No esperaba mucho de aquello, pero cuando escuché el nombre de mi compañera, la sorpresa fue mayúscula.

—Profesor Martínez, prefiero ir sola a tener de compañero a alguien que ni siquiera tiene modales —soltó Miriam con su tono cargado de desprecio.

Sin pensarlo dos veces, respondí con la misma moneda.

—Igualmente, profesor, prefiero ir solo o, al menos, tener de compañero a alguien con cerebro.

El salón se llenó de risitas sofocadas mientras Miriam me lanzaba una mirada que podía matar. El profesor Martínez, sin inmutarse, puso un alto al espectáculo.

—Más respeto, muchachos —dijo con calma, aunque había una ligera advertencia en su voz— Asigné las parejas para mantener un equilibrio. Señor Marcelo, usted tiene las mejores notas en esta clase; por otro lado, señorita Miriam, usted tiene las peores. Así que debe estar agradecida.

No pude evitar sonreír con suficiencia mientras miraba a Miriam. Era una pequeña victoria que, aunque insignificante, me sentó bien.

Cuando terminó la clase, había quedado en ir a tomar algo con Simón, necesitaba despejarme de todo lo que tenía en la cabeza. Estaba por marcarle cuando Miriam se acercó a mí, sus pasos firmes resonando en el pasillo. Como siempre, impecable en su apariencia, maquillada con precisión, sus jeans ajustados resaltando cada curva. Parecía querer ser el centro de atención a donde fuera.

—¿Y bien? —dijo cruzándose de brazos, su mirada fija en mí con una mezcla de irritación y desafío.

—¿Y bien qué? —le respondí con una mueca, no dispuesto a darle tregua.

—Obviamente vengo a hablar del proyecto —dijo, condescendiente— No creas que me acercaría a ti por otra cosa.

—Sí, bueno, déjamelo a mí. Solo trata de no estorbar —me encogí de hombros.

—Serás gilipollas —soltó, su tono se había vuelto agudo— No voy a dejar que te lleves todo el crédito.

—¿Y qué propones entonces? —pregunté, tratando de contener mi risa ante su indignación.

—Podemos hacer… —comenzó a decir— Mejor nos reunimos y lo discutimos.

—Como quieras, nos vemos mañana en la biblioteca. Tengo que irme ahora.

—No, no en la biblioteca —replicó rápidamente— No quiero que nos vean juntos.

—¿Tanto te avergüenza juntarte con un becario? —contesté.

—Casi —respondió, sin inmutarse— pero lo que más me preocupa es que nos vean juntos después de lo que pasó.

Me tomó un segundo, pero enseguida recordé a qué se refería. Aquella vez, en la fiesta de Miquel, cuando se arrodilló frente a mí, mostrándome sus tetas y apunto de hacerme una mamada. Al final solo me apretó los huevos.

—¿Qué es lo que pasó? —pregunté fingiendo ignorancia, mientras una sonrisa divertida asomaba en mi rostro.

—No te hagas el tonto… —dijo, visiblemente molesta.

—De verdad, no recuerdo —insistí, sabiendo que quería escucharla decir eso.

—Gilipollas… —masculló— Mira, mejor dejamos esto. Nos vemos mañana en mi casa después de clases.

—Me parece bien. A mí tampoco me gustaría que se me relacione contigo —respondí.

Antes de que pudiera decir algo más, un tipo rubio y bien parecido apareció de la nada. Debía ser uno de los tantos pretendientes de Miriam. Con mi suerte, otro tipo que podría traerme problemas, pensé.

—Hola, mi amor —dijo el chico, dándole un beso en la mejilla a Miriam.

—Él es mi novio, Max —dijo Miriam, presentándonos como si nada— Max, este es mi compañero de clases, Marcelo. Estábamos hablando del proyecto de química.

—Encantado de conocerte —dijo Max, sonriendo mientras extendía su mano para estrechar la mía— Veo que estás en buena forma. Si te interesa, podrías unirte al equipo de fútbol americano. Siempre estamos buscando gente fuerte.

Le devolví el saludo, sorprendido por su amabilidad, aunque desconcertado. No esperaba que el novio de Miriam fuera así de... simpático. ¿Acaso no sabía nada de lo que pasó en la fiesta de Miquel? De cualquier forma me parecía que su noviazgo era reciente, además Miriam de repente parecía más educada ante su presencia.

—Gracias, pero no, ya tengo suficiente con los clubs —contesté.

—Si cambias de opinión, házmelo saber —dijo Max— Y no olvides votar por el equipo amarillo para el consejo estudiantil en las próximas elecciones —terminó de decir con una sonrisa brillante, de esas que tienen los políticos en plena campaña

Los vi darse la vuelta y alejarse. Mientras caminaban, no pude evitar fijarme en el culo de Miriam en esos jeans ajustados. Por un segundo, me pregunté si valía la pena soportarla, pensamiento que deseché rápidamente.


Al día siguiente, todo transcurrió con una extraña calma. Miriam y yo habíamos alcanzado una especie de "paz" momentánea. No intercambiamos bromas ni comentarios mordaces, pero había una tensión en el aire, como si estuviéramos guardando municiones para una batalla futura. Al final de las clases, ella se fue rápidamente con su novio, Max, y yo regresé a mi dormitorio, tratando de no pensar demasiado en el proyecto.
Por la tarde, me dirigí a la dirección que Miriam me había dado. Era una zona privada no muy lejos de la universidad. El contraste con mi propio entorno era evidente: casas grandes, jardines bien cuidados, y un silencio que solo el dinero podía comprar. Registré mis datos en la entrada y me dieron acceso. Mientras caminaba por la acera impecable, no pude evitar sentir una punzada de incomodidad. Esto era su mundo, y claramente no era el mío.

Llegué a su puerta y llamé, esperando a que abriera. Me molestaba que aún no me hubiera dado su número para poder coordinar lo del proyecto, como si todo esto fuera una gran carga para ella, algo que solo estaba soportando porque no le quedaba otra opción. Me pregunté si tal vez me había dado una dirección incorrecta cuando la puerta finalmente se abrió.

Para mi sorpresa, Miriam apareció desmaquillada, descalza, con una pijama cómoda y una coleta que caía sobre un hombro. Estaba tan diferente de la chica perfecta y altiva que solía ver en la universidad. Esta versión de Miriam, relajada y natural, me desconcertó.

—No sabía que ya era hora de dormir —dije en tono de broma.

—Sacúdete los pies antes de entrar —respondió sin siquiera mirarme a los ojos, girándose para volver al interior de la casa.

—Gracias por el cálido recibimiento —contesté.

La seguí hacia la sala, un espacio moderno y minimalista, completamente diferente a la calidez de mi pequeño y desordenado dormitorio. Nos sentamos en el sofá y le expuse mi idea para el proyecto. Ella asentía, pero no parecía prestar mucha atención. Estaba claro que no entendía ni la mitad de lo que le decía, o simplemente no le importaba. Cuando terminé de explicar, fue su turno de hablar.

—Estaba pensando que podríamos hacer un volcán artificial, ya sabes, como esos de bicarbonato y vinagre.

La miré incrédulo.

—¿Estás bromeando? —pregunté, casi sin poder contener la risa— Eso es un proyecto de secundaria. O peor, de primaria.

—¡Oh, ya te entendí! —exclamó, su tono goteando sarcasmo— Quieres que hagamos tu proyecto, ¿verdad? Porque, para ti, solo soy una tonta niña adinerada sin cerebro.

—¿Y no lo eres? —respondí con una sonrisa burlona, disfrutando un poco de la situación.

Su mirada se endureció.

—Estoy cansada de tus aires de superioridad, de que siempre quieres demostrar que eres mejor que los demás. Como si fueras el único que tiene derecho a ser inteligente o a tener ideas.

Solté un suspiro, tratando de contener la irritación que empezaba a hervir en mi interior.

—¿Y tú crees que es fácil soportarte? Eres una niña rica, siempre buscando atención, creyéndote la gran cosa porque tienes dinero y, claro, porque eres bonita. Tienes a medio mundo detrás de ti, y piensas que eso te hace especial.

Miriam se puso de pie, sus ojos llameaban de rabia.

—¿Te crees que me importa lo que piensen los demás? —su voz temblaba, pero no de miedo, sino de pura indignación— ¿Te crees que me hace feliz estar rodeada de gente que solo ve lo que aparento, sin molestarse en conocerme?

La intensidad en su voz me sorprendió. Había esperado una respuesta mordaz, un contraataque más afilado. Pero en lugar de eso, me enfrentaba a una Miriam visiblemente afectada, vulnerable de una manera que jamás había imaginado.

—No tienes idea de cómo es vivir así, Marcelo —Su voz ahora era más suave, pero seguía cargada de emoción— Todos ven lo que quieren ver, y tú no eres diferente.

—Y tú tampoco me conoces —respondí, algo más calmado. No estaba dispuesto a perder esta discusión, pero su tono me había desarmado un poco— Me juzgas porque soy un becario, porque no tengo el dinero o las conexiones que tú tienes. No tienes idea de lo que es vivir con la presión de tener que ser el mejor en todo para mantener una beca, de no poder cometer errores porque sabes que no tienes una red de seguridad.

Suspiré y me pasé la mano por el cabello, tratando de relajarme.

—No vine aquí para pelear. Solo quiero terminar el proyecto, ¿vale?

Miriam pareció dudar, pero luego asintió y se dejó caer en el sofá, casi agotada por la tensión.

—Lo sé. Y si te soy honesta, tampoco quiero seguir discutiendo. Estoy… —hizo una pausa, como si estuviera debatiéndose internamente— Estoy cansada de cumplir las expectativas que se esperan de mí.

Nos quedamos en silencio por un momento, el único sonido en la sala era el leve zumbido del ventilador de techo. No sabía qué decir. Estaba acostumbrado a la Miriam agresiva, a la que siempre tenía una respuesta mordaz, no a esta versión de ella que, aunque aún combativa, parecía estar abriendo una pequeña grieta en su coraza.

—Vale, ¿quieres trabajar juntos en esto de verdad? —pregunté al fin, bajando el tono. Ya no estaba buscando ganar la discusión, solo quería que llegáramos a un punto medio.

—Sí —respondió, sorprendida por mi cambio de actitud— Pero tiene que ser algo en lo que ambos estemos de acuerdo. No quiero que hagamos solo lo que tú dices.

—De acuerdo, ¿qué propones entonces? —inquirí, intentando sonar neutral.

Miriam se levantó del sofá y fue hacia la mesa del comedor, donde tenía varias hojas sueltas y libros esparcidos. Tomó un par de papeles y me los tendió.

—Estuve investigando después de la clase —dijo, y en su voz había un leve atisbo de orgullo— Sé que mi idea del volcán es básica, pero pensé que podríamos modificarla. Algo más complejo, usando diferentes químicos para simular erupciones de lava con distintas propiedades. Algo visual y científico. No solo una simple reacción con bicarbonato de sodio y vinagre.

Miré los papeles y, para mi sorpresa, la idea no era tan mala como pensé al principio. De hecho, tenía un enfoque interesante, algo que sí podría impresionar al profesor si lo llevábamos bien.

—No está mal —admití— Pero necesitamos más datos. ¿Te gustaría trabajar con eso mientras yo me encargo de la parte práctica?

Miriam me miró con escepticismo, como si no creyera del todo en mi buena disposición, pero finalmente asintió.

—De acuerdo, podemos hacer eso —contestó.

Pasamos las siguientes horas trabajando juntos en el proyecto, y aunque la dinámica seguía siendo tensa, al menos no nos estábamos matando con cada comentario. Era extraño, pero mientras discutíamos ideas y compartíamos sugerencias, noté que Miriam era más lista de lo que yo le había dado crédito. Sí, tenía esa fachada de superficialidad y aires de superioridad, pero también había un interés genuino en hacerlo bien.

La tarde fue avanzando y cuando nos dimos cuenta, ya estaba oscureciendo. Ambos estábamos exhaustos. Miriam se dejó caer sobre el sofá, estirándose como un gato. Su camiseta de pijama se levantó ligeramente, revelando un destello de piel en su cintura que no pude evitar notar. Ella se dio cuenta y rápidamente bajó la prenda.

—Creo que es suficiente por hoy —dijo, echándose hacia atrás en su silla— Si sigo pensando en reacciones químicas, mi cerebro va a explotar como un volcán.

Reí por primera vez en todo el día. Había algo inusitadamente relajante en estar en esa casa, trabajando codo a codo con alguien que, aunque me sacaba de quicio, también me hacía querer esforzarme más.

—Sabes, no esperaba que realmente me ayudaras con esto —dije.

—¿Por qué no?

—No sé… Pensé que solo lo harías para fastidiarme.

—No soy tan mala como crees —sonrió.

—Me diste 5 latigazos sin piedad —contesté.

—Bueno, quizás no sea tan mala todo el tiempo —dijo riendo.

—Me acusaste de acoso indiscriminadamente enfrente de todo el salón —agregué indignado.

—Va sí, te debo una disculpa pero… —alcanzó a decir antes de que la interrumpiera.

—¿Solo una? —contesté sarcásticamente.

—Pero en mi defensa —continuó— no creí que fueras parte del club de fotografía. Siempre te veía más como el tipo de chicos que está en deportes, no en arte —se encogió de hombros.

—¿Subestimando mis talentos artísticos? —pregunté, levantando una ceja.

La miré y noté cómo su mirada había vuelto a suavizarse. Había algo en la manera en que sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa, y sin pensarlo demasiado, se me ocurrió una idea.

—¿Quieres que te lo demuestre?

—¿Cómo? —preguntó Miriam.

—Deberías dejarme tomarte unas fotos. No es algo que suelo ofrecer, pero puedo hacer una excepción.

—¿Tú tomando fotos de mí? —preguntó con una sonrisa pícara— ¿Y qué te hace pensar que aceptaré?

Miriam me miró, sorprendida al principio, pero luego la curiosidad ganó la partida. Se recostó ligeramente en el sofá, como si estuviera considerando mi oferta.

—No lo sé —respondí mientras sacaba mi cámara de la mochila— Pero lo descubrirás.

No era un experto, pero había aprendido algo. Me acerqué con la cámara, ajustando el lente mientras Miriam me miraba con una mezcla de diversión e intriga. Ella no se movió, pero su postura se volvió más relajada, como si se estuviera acomodando para lo que venía.

—¿Lista? —pregunté, enfocando la cámara hacia ella.

—Supongo que sí —contestó, pero su tono tenía un dejo de picardía.

El clic de la cámara rompió el silencio y la primera imagen capturó a Miriam con esa misma mirada intensa, cargada de una energía que parecía traspasar el lente. Con cada clic, el aire se volvía más pesado.

Finalmente, dejé la cámara a un lado. Miriam permanecía sentada en el sofá, su mirada fija en mí, más intensa que nunca. Ambos sabíamos que había una tensión en el aire, algo que ninguno de los dos había querido decir, pero que flotaba entre nosotros.

—¿Y bien? —preguntó ella en voz baja— ¿Cómo salí?

Me incliné hacia adelante, todavía sosteniendo la cámara, mis ojos fijos en los suyos.

—Nada mal —respondí, sabiendo que no hablaba solo de las fotos.

Nos quedamos en silencio, mirándonos por unos instantes más. Miriam no apartaba la mirada, y en sus ojos había algo diferente, algo que me desafiaba pero de una manera completamente nueva.

Saqué mi celular para ver la hora y vi que ya era algo tarde.

—Debería irme… —dije, pero mi voz apenas era un susurro.

Finalmente, aparté la mirada y me di la vuelta, rompiendo ese extraño momento.

—Marcelo…

Me giré para mirarla.

—Para la siguiente ocasión, procuraré no usar pijama para las fotos —dijo con una sonrisa— Hasta mañana.

—Hasta mañana —sonreí.

Se supone que odiaba a Miriam. Éramos enemigos, rivales, opuestos uno del otro y sin embargo, algo parecía haber cambiado.​
 
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