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No nos vamos a quejar . Interesante capitulo. MarChello las caza al vuelo. Un saludo.Me ha quedado bastante largo el capítulo, ya que preferí no cortarle el ritmo. Saludos a todos.
A mi sinceramente se me ha quedado corto. Realmente si cada uno de nosotros enviásemos una foto de nuestras pollas en el momento en el que se acaba el capítulo... sería un Gran Erección,Me ha quedado bastante largo el capítulo, ya que preferí no cortarle el ritmo. Saludos a todos.
Sí, mala pinta tiene esa última frase que no deja lugar a dudas. Uno de los dos no se va a graduarEsa última frase es preocupante, porque quiere decir que uno de los dos no logro graduarse y sería una auténtica pena. Espero que sea otra cosa.
El problema es que se ha metido sin buscarlo en la boca del lobo que gente mala como Miquel y veremos cómo va a acabar. Espero que salga bien de está.
Marcelo estudiar, estudia poco si...Por cierto, en el anterior capitulo se dejó caer que uno de los dos no consigue graduarse y tiene toda la pinta que va a ser Marcelo, que no hace más que meterse en líos.
Capítulo 16
La semana comenzó con el típico ajetreo de un lunes universitario, pero esta vez algo era distinto. Se sentía bien haber hecho las paces con Clara. Después de semanas de tensión, caminar juntos aquella noche y sellar nuestra promesa de apoyarnos hasta el final, había sido un alivio. Pero justo cuando pensé que las cosas se simplificaban, recordé el embrollo en el que me había metido con Miriam… y Abigail.
La feria de ciencia estaba a la vuelta de la esquina, y con ella, la necesidad de trabajar junto a Miriam en nuestro proyecto. Era inevitable. Ambos sabíamos que habíamos cruzado una línea, y aunque hubo momentos en los que nos dejamos llevar, la culpa llegó después como una sombra que ninguno podía ignorar. Sentía que debía concentrarme en mis estudios y dejar atrás lo que había pasado entre nosotros, pero el plan se tambaleó en cuanto entré al campus y la vi.
Miriam estaba ahí, en la entrada, con su característica sonrisa. Llevaba unos leggins negros que se ajustaban a sus piernas de manera provocativa, y un top deportivo que resaltaba su figura más de lo que era necesario. Estaba hablando con Viviana, la compañera más insoportable que uno pudiera imaginar. Tenía que enfocarme y mantener la distancia, pero no era tan sencillo.
Y cuando finalmente llegué a la última clase del día, inglés con la profesora Abigail, la incomodidad se duplicó. Había evitado pensar en cómo sería volver a verla después de aquella noche, pero ahora que estaba ahí, no sabía cómo reaccionar. Habitualmente, al entrar al salón, nos saludaba con una sonrisa y algún comentario sobre la lección del día, pero esta vez ni siquiera miró en mi dirección.
Observé el cambio en su forma de vestir. Últimamente había optado por ropa un poco más relajada, hoy llevaba una falda negra ajustada por encima de sus rodillas, con medias transparentes que combinaban con unos tacones oscuros. Su figura se veía realzada, y la blusa blanca que llevaba dejaba entrever un poco más de lo que solía mostrar, con un botón extra desabrochado que dejaba ver un poco de su escote. Supongo que el rector había influenciado en su forma de vestir.
Mis compañeros no fueron sutiles al notar el cambio: los murmullos y miradas de admiración eran innegables. La mayoría de los chicos la veían con asombro e incluso lujuria, mientras algunas chicas no podían evitar mirarla con recelo o envidia. Yo, por mi parte, apenas podía concentrarme; la visión de ella y el recuerdo de lo que había pasado me tenían atrapado en una mezcla de asombro y desconcierto.
Cada vez que se giraba hacia el pizarrón para escribir, sentía que el tiempo se ralentizaba. Sus movimientos al escribir, su postura, el silencio del salón… no pude evitar que mi mente vagara un poco. Traté de mantenerme centrado, de apartar los pensamientos de aquella noche, pero la sensación era casi incontrolable. Cada vistazo hacia su figura se sentía como un recordatorio de los secretos que ahora compartíamos.
La clase avanzó lentamente, cada segundo se hacía eterno. Sabía que debía enfocarme, pero el ambiente era tan tenso que me parecía imposible. No solo estaba la tensión entre Miriam y yo, sino también esa incómoda realidad con Abigail, una realidad que ahora empezaba a complicarse con cada gesto, cada palabra, cada mirada evitada.
"Concéntrate, Marcelo", me repetí una y otra vez.
El timbre sonó, marcando el final de la clase, y la mayoría de los estudiantes se levantaron de sus asientos, hablando entre ellos y recolectando sus cosas. Me preparaba para salir cuando, de repente, escuché la voz de Abigail llamándome.
—Marcelo, ¿puedes quedarte un momento, por favor? Tengo que hablar contigo.
La sala se quedó en silencio. Miriam me miró, y en ese instante, nuestras miradas se encontraron. Había una mezcla de inquietud y curiosidad en sus ojos, como si ambos supiéramos que la conversación que estaba a punto de tener con Abigail no era sencilla.
Abigail se acercó, su expresión era seria. El resto de la clase había salido, y nos quedamos solos en el aula, un espacio que se sentía repentinamente pequeño y cargado de tensión.
—Marcelo, quiero aclarar algunas cosas sobre lo que sucedió la otra noche —comenzó, su voz baja pero firme—. Lo que pasó entre nosotros no debe salir de aquí. Fue un momento de debilidad, me dejé llevar por el alcohol.
Había estado esperando que este tema surgiera, pero nunca imaginé que fuera de esta manera.
—Yo también me dejé llevar —respondí, sintiendo la necesidad de ser honesto.
—No quiero que esto afecte tu desempeño académico ni nuestra relación profesional —dijo Abigail, finalmente alzando la vista y encontrando mis ojos—. No podemos permitir que lo que ocurrió se interponga en lo que estamos aquí para hacer. Debemos mantener las cosas profesionales.
—No te preocupes, Abigail. Entiendo lo que estás diciendo —dije, tratando de ser lo más sincero posible—. Y prometo que no hablaré de ello con nadie.
Ella sonrió débilmente, agradecida. Me preguntaba si, en el fondo, ella también se sentía culpable por lo que había pasado, o si había algo más detrás de su aparente control.
—Gracias, Marcelo. Valoro mucho tu comprensión.
Me apresuré en guardar mis libros, con la esperanza de escabullirme antes de que alguien pudiera notar la incomodidad en mi rostro. Sin embargo, poco después de salir del salón, escuché la voz de Miriam.
—¡Marcelo! —llamó desde la puerta, abriéndose paso entre los demás estudiantes que salían—. Necesitamos hablar sobre el proyecto para la feria de ciencias. La presentación es la próxima semana.
—Claro, hablemos —respondí.
Caminamos juntos hacia un rincón más tranquilo del pasillo. Miriam me miraba de reojo, como si tratara de medir mi estado de ánimo. Finalmente, rompió el silencio.
—Oye, sobre lo que pasó… —comenzó, bajando la voz—. Sé que las cosas se complicaron, y no quiero que eso afecte nuestro trabajo. Yo también me siento… confundida, por decirlo de alguna forma.
—Lo sé, Miriam —respondí, mirando el suelo—. Fue algo que simplemente pasó. No tiene sentido quedarnos atrapados en lo mismo. Hagamos que el proyecto salga bien, y ya después… bueno, ya veremos.
Miriam asintió, y pude ver un destello de alivio en sus ojos. Al menos estábamos en la misma página en cuanto a no dejar que nuestra historia personal interfiriera con la feria de ciencias.
Nos dirigimos a casa de Miriam para avanzar con el proyecto de la feria de ciencias. No era una caminata larga, pero suficiente como para que mi mente divagara, sobre todo al verla caminar delante de mí mientras llevaba esos leggings negros que le haciá lucir un culazo de infarto.
Me recordaba a mí mismo que esto solo era para trabajar en equipo, que ella tenía a Max y que lo último que debía hacer era meterme en problemas otra vez. Pero la memoria de lo ocurrido entre ella y yo persistía.
Al llegar a su casa, nos instalamos en la mesa del comedor con todos los materiales esparcidos entre nosotros: frascos de pintura, compuestos químicos, y el volcán.
Lo teníamos casi listo, solo faltaba afinar algunos detalles, y los dos estábamos enfocados. La mezcla de líquidos empezó a burbujear y, de repente, una pequeña explosión de la sustancia nos salpicó. Miriam soltó un grito sorprendido y miró su top empapado.
—¡Ay, no! —exclamó, tratando de secarse sin mucho éxito. Su top estaba ahora húmedo y pegado a su piel, revelando más de lo que seguramente pretendía. No pude evitar que mi mirada se deslizara un instante, captando el contorno de sus pechos y cómo el material húmedo los marcaba con claridad.
—Lo siento, debí haber tenido más cuidado —dije, intentando romper la tensión.
Miriam frunció el ceño, molesta pero más consigo misma que conmigo, y después de unos segundos suspiró con resignación.
—Voy a darme una ducha rápida para quitarme esto —anunció y se dirigió al baño.
Me quedé en el cuarto, concentrándome en arreglar el pequeño desastre en la mesa de trabajo. Los minutos pasaron y escuché su voz llamándome.
—¡Marcelo! ¿Podrías pasarme una toalla? Creo que olvidé una en el cuarto de al lado.
Busqué una toalla en el estante junto a la puerta. Toqué la puerta ligeramente, pensando en dejarla ahí, pero Miriam me dijo que pasara. Al entrar, vi su ropa tirada en el suelo y la silueta de su cuerpo detrás de la cortina de la ducha, apenas cubierta. Tragué saliva, consciente de que cada parte de mi ser me empujaba a mirarla, pero también sabía que debía respetar su espacio.
—Aquí tienes —le dije, alcanzándole la toalla desde un lado de la cortina.
Cuando Miriam tomó la toalla, salí del baño sin decir nada, pero entonces noté algo en el suelo: las bragas negras que se había puesto ese día. Mi primer impulso fue dejarla ahí, pero algo me hizo inclinarme y recogerla, un reflejo más rápido que el pensamiento.
Salí del baño y me dirigí hacia la sala. Tome las bragas y me las lleve a la nariz para olerlas. Olían tremendamente a coño. Tenía un fetiche con oler bragas usadas, así que rápidamente se empalmó mi polla. Me empecé a frotar por encima del pantalón hasta que escuché a Miriam bajar las escaleras.
Rápidamente puse mis manos detrás de la espalda, escondiéndola. Miriam salió envuelta en la toalla, el cabello todavía mojado y una sonrisa tranquila en el rostro, pero apenas me vio, frunció el ceño con curiosidad.
—Oye de casualidad... ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó, notando la tensión en mis hombros.
—Sí, claro —respondí con un intento de calma, pero sabía que no estaba siendo convincente. Mantuve mis manos firmemente detrás de mí, con una sonrisa nerviosa que no ayudaba a disimular nada.
Miriam alzó una ceja y se acercó, sus ojos pasando de mi expresión a mis brazos ocultos.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó.
Di un paso hacia atrás, pero ella me atrapó, rápida y decidida. Sin darle tiempo a que pensara, extendí una mano y traté de explicar.
—¡Espera, no es lo que piensas! La encontré en el suelo y…
—Eres un puerco, ¿lo sabías? —dijo, mirándome con esos ojos llenos de chispa y desafío.
Sentí que el calor subía a mi cara, y por un segundo, deseé que la tierra me tragara.
—¡Te lo digo, no es lo que piensas! —respondí al final, tratando de mantener la compostura—. Solo la recogí para que no se quedara tirada…
—¿Ah, sí? Claro, eso es lo que todos los “caballeros” harían, ¿no? —se burló—. No puedo creer que hayas recogido eso. ¡Suelta eso puerco!.
Solté las bragas de Miriam al suelo. Estábamos frente a frente, y no podía evitar observarla. La toalla que Miriam llevaba seguía húmeda, pegada a su cuerpo de una manera que hacía imposible no notar cada detalle. El cabello le caía en mechones oscuros sobre los hombros, gotas de agua deslizándose por su cuello, y la toalla... bueno, la toalla apenas alcanzaba a cubrirla.
—Bueno, ¿vas a seguir aquí mirándome con cara de bobo o terminamos el proyecto? —dijo desafiante.
—Es solo que… es difícil no fijarse en ti.
—¿Ah, sí? —dijo, levantando una ceja—. ¿Así que es culpa mía, entonces?
Me di cuenta de que estaba caminando por la cuerda floja.
—Tienes que admitir que es difícil concentrarse cuando estás con esos leggins y así—respondí, señalando la toalla que apenas cubría su figura. Miriam soltó un suspiro, pero no se alejó.
—¡Eres un puerco Marcelo! —dijo, negando con la cabeza, aunque ya no había enojo en su voz—. Pero, ¿sabes qué? Deberías concentrarte en terminar este proyecto.
—¿Y tú qué? —repliqué, cruzando los brazos—. Me haces traer la toalla, como si estuvieras esperando que te viera… Tal vez la “puerquita” aquí eres tú.
Su sonrisa desapareció de repente, y noté cómo se sonrojaba levemente. Parecía sorprendida de que yo le devolviera la broma, y por un instante, fue ella quien se quedó sin palabras.
—Por favor —dijo finalmente, soltando una risa incrédula—. No te creas tanto, Marcelo. Simplemente no quería salpicar el agua.
—Sí, claro —murmuré, dando un paso hacia ella, sin apartar la vista de sus ojos. Su sonrisa era desafiante, pero sus ojos, un poco brillosos, dejaban ver otra cosa.
—No te hagas la inocente... bien que te gusta andar provocándome —le dije, sintiendo mis propias palabras resonar entre nosotros mientras la rodeaba con un brazo y la acercaba un poco más.
—Idiota... recuerda que tengo novio —susurró, pero no hizo esfuerzo alguno por apartarse. Su voz había perdido esa certeza inicial y, por un instante, ambos nos quedamos en un silencio que lo decía todo y nada al mismo tiempo.
Entonces, mis dedos alcanzaron el borde de la toalla, y antes de pensarlo demasiado, la dejé caer. La tela resbaló suavemente por sus hombros, deslizándose por su piel como una ola, y bajó lentamente hasta sus pies.
Ahí estaba, vulnerable y hermosa. Su piel, apenas enrojecida, reflejaba la luz de la habitación, y sus ojos permanecían clavados en los míos, sin ocultar ese temblor que ahora compartíamos. su piel blanca y suave estaba frente a mí. Aquellos pechos enormes y firmes, con pezones erectos y rosados clamaban por mi atención. No pude resistirme y extendí mi mano hacia uno de ellos, acariciándolo suavemente mientras ella cerraba los ojos y gemía.
—Eres mía —susurré al oído, mientras continuaba acariciándola.
Ella respondió con un suspiro, dejando que su cuerpo se acercara más al mío. Sus pezones se endurecieron aún más bajo mis dedos, y su respiración se aceleró.
Entonces, mis labios encontraron los suyos en un beso apasionado y lleno de lujuria. Nuestras lenguas se enredaron y ahora sus tetas pegaban contra mi pecho. Mis manos recorrieron su piel, deslizándose por sus curvas, acariciando cada centímetro de su cuerpo aún húmedo.
Mis dedos acariciaban su clítoris, haciéndola gemir de placer. Ella se arqueó contra mí mientras la tocaba.
Entonces, la acosté en el sofá. Su cuerpo se contoneaba, deseando más y más. Mis dedos seguían acariciando su clítoris, mientras mi otra mano tocaba en ciruclos uno de sus pezones erectos. Miriam jadeaba y gemía, perdiéndose en el placer.
No podía resistirme más, necesitaba poseerla. Así que, con un movimiento rápido y seguro, mi polla encontró lentamente en la entrada de su coño y se sumergió en ella, con mayor facilidad que las primeras dos veces que me la follé. Ella suspiró de placer, arqueandose mientras comenzaba a moverme dentro de ella.
—Parece que tu coñito ya se está acostumbrando a mi polla —dije bufando sin parar de follarla.
—Ahhh así, así no pares —Miriam jadeaba con la mirada al techo.
Empecé a penetrarla más fuerte y ella empezó a gritar de placer, sus manos agarraban la tela del sofá mientras la penetraba más y más profundo. Cada movimiento nos hacía sentir más y más cerca del éxtasis.
Me separé de ella y le ordené que se pusiera en cuatro. Ella obediente, arqueo su espalda y me ofreció su culo que se movía en pequeños movimientos alternativos de un lado para otro ansiosa de que la siguiera follando. Una idea pasó por mi mente. Le separé sus nalgas y vi el agujero de su culo. Froté un poco mi polla antes de ponerla entre la raja de su culo. Me gustaba la sensación y el calor de tener mi miembro presionado entre sus nalgas.
—Qué haces… ni se te ocurra meterla por el culo cabrón —Miram volteó a verme con ojos brillosos.
—A qué tu novio nunca te ha follado por aquí eh —dije mientras me frotaba en ella—. Pero bueno, para la otra será.
Dirigí mi polla para la entrada de su coño y comencé a penetrarla lentamente hasta llegar lo más profundo posible.
—Ohhh sí, así, lento ufff —gimió Miriam.
Los fluidos del coño de Miriam caían por sus piernas hasta llegar al sofá. Mis manos acariciaban su firme culazo. Levanté una de mis manos y le azoté el culo dejándole una marca roja.
—¡Gilipollas! —masculló.
Pero no le di tiempo de seguir reprochando. Empecé a moverme en circulos dentro de ella alcanzando nuevos lugares, cosa que Miriam disfrutó pues se retorcía de placer. Ella bajo una de sus manos y se la llevó a su coño para masturbarse. Será zorra pensé.
—¡Ohhhh sí! ¡sí! que bueno ufff… ¡ahhh Marcelo! ¡más rápido! ¡follame más rápido cabrón! —Miriam gritaba de placer.
Estaba alcanzando mi límite, así que traté de concentrarme para prolongar el momento. Miriam se estaba convirtiendo en una auténtica fiera y yo tenía que seguirle el ritmo. Pero entonces, el celular de ella sonó.
Miriam estiró su brazo y alcanzó su celular. Cuando vio quién marcaba, abrió los ojos con una mezcla de sorpresa y alarma al ver el nombre de Max en la pantalla. Me miró, como si intentara decidir qué hacer.
—Contesta —le dije, pasando mis dedos por su espalda desnuda y sintiendo cómo se estremecía bajo mi toque—. Así no se le ocurrirá venir a buscarte.
Con un suspiro entrecortado, Miriam atendió la llamada, llevándose el teléfono al oído.
—Hola… amor —respondió, tratando de mantener la voz firme, aunque en sus ojos se veía la tensión por la cercanía entre nosotros. Max empezó a hablar, y mientras ella intentaba concentrarse en su voz, yo deslicé mis manos suavemente por su cintura, subiendo lentamente por sus costados hasta llegar a sus tetas. Miriam contuvo el aliento, apretando los labios para no dejar escapar ningún sonido.
—Hola amor ¿Estás bien, Miriam? Te oigo rara… —se escuchó la voz de Max al otro lado de la línea, y Miriam apretó el teléfono un poco más fuerte, intentando controlarse.
—Sí... solo... estoy un poco cansada —contestó, pero su voz temblaba ligeramente.
Estaba demasiado excitado, así que aproveché ese momento para meterla la polla lentamente. La oí exhalar suavemente, casi en un leve gemido que intentó disimular.
—¿Cansada? ¿Quieres que pase por ti más tarde? —preguntó Max, y Miriam me miró con una mezcla de pánico y deseo, mordiéndose el labio para intentar mantener la compostura.
—No... mmm no hace falta. Solo... ufff… quería descansar un rato —respondió, su voz apenas un susurro.
La besé suavemente detrás de la oreja, y deslicé mis dedos por sus pezones, noté cómo se estremecía, luchando por contener sus reacciones.
—¿Estás segura qué estás bien? Te escuchas como si estuvieras enferma.
—Sí Max, son los cólicos…me están matando… ufff… quiero estar sola bebe, te dejo —Miriam apretaba sus labios.
—Bueno, solo quería saber cómo estabas. Te extraño, mi amor —dijo Max, su tono ajeno a todo lo que ocurría al otro lado de la línea.
—Y... yo a ti, adiós —respondió Miriam, casi sin aliento, mientras mis manos continuaban acariciando sus tetas.
Al final, logró cortar la llamada rápidamente, dejando escapar un suspiro mientras me miraba, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que ninguno de los dos sabía cómo resolver.
—Cabrón… como te pones a follarme mientras estoy en llamada —dijo Miriam entre jadeos.
—Bien que te dejaste zorrita, ufff —terminé de decir resoplando.
La sujeté de las caderas para apoyarme mejor, y de un tirón, la penetré hasta el fondo.
—Ahhh jodeeer —bufó.
Mi polla entraba y salía sin mayor pudor bañada de sus flujos vaginales. Volví a azotar su culazo ya sin negativa de ella. Tomé uno de los cojines y lo puse debajo de su vientre, para que ella se recostara encima. Le abrí más sus piernas y entonces metí dos dedos dentro de su coño ya ensanchado.
—Mmm sí —gimió mientras metía y sacaba mis dedos.
Llevé mi boca hacia la suya y nos dismos un beso ensalivado. Deje de besarla y pude ver la cara deseosa que tenía mientras le caía la saliva por su mentón. Saqué mis dedos de su cuño y me puse de cuclillas para despues dejarme caer sobre su espalda. Le abrí un poco más la espalda y empecé a follarla. Con mis manos acariciaba sus tetas mientras la follaba lentamente.
Me incliné un poco, y comencé a follarla frenéticamente.
—¡Ohhh sí! sigue... no pares
Cuando llegaba hasta al fondo, me detenía un poco y movía mi polla dentro de ella en circulos.
—¡Cabrón! ¡me vengo! ¡me vengo! ¡joder! —gritó de placer.
Empecé a follarla rápidamente sintiendo las contracciones dentro de su coño. Llevándome cerca del orgasmo. Deje de penetrarla, pero Miriam buscó el contacto restregando su coño contra mi polla, de atrás hacia adelante. Hasta que entre resoplidos se tumbó en el sofá. Yo abrí nuevamente la raja de su culo y metí mi polla frontandome entre sus glúteos.
—¡Ohhh mierda! —dije bufando mientras eyaculaba.
Disparos de mi semen chorreaban entre su culo y espalda baja.
Tienes una forma de narrar, que parece que sea yo mismo el que esta en el lugar de Marcelo (ya me gustaría,jeje). Aunque igual de vicioso como él,no tengo tanto éxito.
Pero a parte de que estudie más o menos, es que está siempre metiéndose en líos y a mí me daría más pena que Clara, que es una muy buena chica no se graduará porque se lo merece bastante más.Marcelo estudiar, estudia poco si...
Buen capitulo , cada vez mas enganchada Miriam.
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