El Juego de la Universidad

El chavalito tiene donde elegir, porque ya se ha pimplado a la profe, veremos si no cae alguna de las gemelas, si no las dos y la chica que le dibujo desnudo.
Unos tanto y otros tan poco. 🤣🤣🤣
Todas, caerán todas, su desenfadada forma de ser las atrae como la miel a las moscas, será sin prisa pero sin pausa. ;)
 
Bueno, siempre que hay algo de referencia musical y se utiliza al Rey del Pop es un acierto asegurado.

Te he descubierto hace poco y estoy enganchado a todos los relatos tuyos que he ido leyendo, deseando seguir leyéndolos.
 
Capítulo 20



Clara dio un paso adelante y, para mi sorpresa, me dio un ligero apretón en el brazo, sonriendo con una complicidad que no había sentido antes. Su sonrisa era genuina, cálida, y por un segundo sentí que el tiempo se detenía entre nosotros. Luan, por su parte, simplemente me mantuvo la mirada con una expresión fría y calculadora, pero yo sabía que algo había cambiado.

—No es solo un restaurante, ¿verdad? —dijo Clara, en un tono bajo pero con un brillo en su mirada. No era solo un comentario; era su forma de reconocer mi habilidad.

—No. No es solo un restaurante —respondí, sintiendo cómo una ola de confianza me invadía.

Le devolví la mirada a Luan con una ligera inclinación de cabeza, luego me giré hacia la pista de baile, dejando atrás cualquier rastro de inseguridad que hubiera tenido antes de subir al escenario.

Caminé lentamente hacia la multitud, respirando hondo mientras el eco de los aplausos aún resonaba en mis oídos. Sentí el calor de la sala, las luces danzantes que aún parpadeaban en el techo, y dejé que la tensión en mis hombros se disipara. Por primera vez en mucho tiempo, el peso de las expectativas se había desvanecido, aunque fuera por un momento.

Antes de que pudiera reflexionar más sobre lo que había ocurrido en el escenario, vi a Max y Miriam abriéndose paso entre la gente, sus rostros iluminados por una mezcla de emoción y algo que no podía identificar del todo.

—¡Eso fue increíble, hermano! —dijo Max, dándome un fuerte apretón—. ¡Realmente prendiste la fiesta!

Miriam estaba un paso más atrás, con una expresión un poco más reservada, aunque no del todo fría. Tenía los brazos cruzados, pero sus ojos, aunque evitaban los míos, brillaban con una chispa de aprobación.

—Sí, bueno... no estuvo mal —dijo con un tono casi casual, como si intentara restarle importancia—. La verdad es que... tocaste bien, Marcelo.

Pude notar una leve sonrisa asomándose en la comisura de sus labios, un gesto pequeño pero sincero que me tomó por sorpresa. Antes de que pudiera decir algo en respuesta, vi cómo Max se llevaba una mano a la frente, frunciendo el ceño.

—Oye, ¿estás bien? —le pregunté, preocupado al notar su gesto.

—Sí, sí... —respondió, aunque su voz sonaba un poco insegura—. Creo que solo necesito un poco de aire. Tal vez me he pasado con el ponche... o con la mezcla de todo lo que hay por aquí —rió, pero había algo en su mirada que me hizo pensar que no estaba del todo bien.

—Ve y descansa un poco —dijo Miriam, mirándolo con un atisbo de preocupación. Tomó su brazo con suavidad—. Voy contigo.

—Me siento genial, anda, vamos a bailar —dijo sonriente.

Se despidieron brevemente y los observé marcharse. La mano de Miriam sostenía el brazo de Max. Quedé solo, con la energía del lugar aún vibrando a mi alrededor. La música seguía, los cuerpos se mecían al ritmo frenético, pero para mí, la fiesta parecía haberse desacelerado. Miré a mi alrededor, buscando algo, una señal, un rostro familiar, pero solo encontré sombras que se movían al compás de la música. El cansancio comenzó a pesar en mis hombros, y un deseo de calma me invadió.

Decidí alejarme un poco del ruido, buscando un rincón más tranquilo en la penumbra del salón. Me acerqué a la barra y tomé un vaso de ponche, dejando que el frío líquido recorriera mi garganta mientras intentaba ordenar mis pensamientos. Observé las luces reflejarse en los cristales, la espuma de las bebidas chispeando bajo los destellos coloridos. Un minuto de pausa, un respiro en medio del caos.

Fue en ese momento, en medio de esa fugaz calma, cuando la vi. Kate apareció al borde de la pista, como si hubiera estado observándome desde la distancia. Su disfraz de vampiresa gótica destacaba entre las figuras que se movían bajo las luces intermitentes.

—Vaya, MarChelo... —dijo con una ligera risa, usando el apodo que Isabella había mencionado en el escenario—. Creo que ya tienes tu propio club de fans.

Sentí que mis mejillas se sonrojaban ligeramente al escucharla.

—Gracias, Kate —dije, devolviéndole la sonrisa—. No tenía nada preparado, pero parece que salió bien.

Ella levantó una ceja con una expresión de incredulidad juguetona.

—¿Nada preparado? —repitió—. Pues no lo parecía. La manera en que tocaste... no es fácil improvisar así. Parecía que lo llevabas todo en la sangre.

Le devolví la mirada, sorprendido por la sinceridad de sus palabras. Kate parecía tener esa cualidad, la de observarme con esa intensidad que hacía que me sintiera expuesto y, al mismo tiempo, visto de una forma que nadie más lo hacía.

—Supongo que a veces, la inspiración llega en los momentos menos esperados —respondí, encogiéndome de hombros.

—O cuando tienes algo que demostrar —añadió ella, con una sonrisa astuta. Sus palabras me hicieron pensar en Luan, en Clara, en la presión que había sentido antes de tocar. Ella lo había entendido todo sin que yo tuviera que decir nada.

La música seguía sonando en la pista, más suave ahora, pero la energía de la fiesta se mantenía alta. Kate y yo nos quedamos en silencio un momento, observando a los estudiantes bailar, reír y conversar a nuestro alrededor, como si fuéramos espectadores en medio de todo el caos.

—Marcelo... —dijo, inclinándose un poco hacia adelante—. ¿Por qué no te dedicas a la música? Quiero decir, eres realmente bueno. No cualquiera improvisa como lo hiciste hoy, y menos con tanta pasión.

Me encogí de hombros, evitando su mirada, y pasé la mano por el arco del violonchelo, casi inconscientemente.

—No es más que un hobbie —dije, casi automáticamente, repitiendo las palabras que siempre me decía a mí mismo—. No es... un trabajo de verdad. La música está bien para pasar el rato, solo eso.

Kate no respondió de inmediato. Noté cómo se mordía el labio, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. Dejé de afinar el violonchelo y levanté la mirada. En su rostro no había burla, solo una especie de suave incredulidad.

—¿De verdad crees eso? —preguntó, en voz baja pero firme—. He visto gente hacer cosas increíbles con el talento que tienen, Marcelo. ¿De verdad piensas que lo tuyo solo es un pasatiempo?

Mis dedos se tensaron en el arco y bajé la vista. Había una pequeña astilla en la madera, una imperfección casi invisible que notaba solo si la buscaba. La misma que había estado ahí desde el primer día que tomé aquel instrumento.

—Sí, claro —respondí finalmente, encogiéndome de hombros—. La música es genial, pero no la veo como algo más que una manera de relajarme. No me imagino haciéndolo como algo... profesional. Prefiero estudiar química.

Ella me miró, dudando, pero pareció aceptar mi respuesta, al menos en apariencia. Sentía su mirada intentando desentrañar lo que no le estaba contando, pero no presionó más. Sabía que, si seguía hablando, no podría mantener la fachada.

—Bueno, si tú lo dices... —murmuró Kate, aunque su voz tenía un matiz de decepción que me hizo sentir incómodo.

—De verdad, Kate —dije, intentando sonar más convincente—. La química es lo que de verdad me apasiona. La música es solo... un buen rato. No es algo que me tome demasiado en serio.

Ella asintió lentamente, como si no estuviera del todo convencida, pero tampoco quisiera seguir insistiendo. Me dedicó una sonrisa, aunque su mirada seguía cargada de preguntas sin respuesta.

—Bueno —dijo, retrocediendo un paso—. Pero, aun así, espero seguir viéndote tocar. Aunque sea solo por diversión.

—Claro —contesté, intentando sonar más animado.

En ese momento, una chica apareció detrás de Kate, llamando suavemente su atención. Llevaba un vestido gótico de terciopelo. El maquillaje oscuro resaltaba sus ojos y labios, y varios piercings brillaban en sus cejas y labios, al igual que los de Kate. Su cabello teñido de un rojo intenso, le daba un aire salvaje y rebelde que encajaba a la perfección con el ambiente. La chica tocó a Kate en el hombro con una familiaridad despreocupada, y Kate se giró rápidamente, sus ojos iluminándose al verla.

—¡Rosa! —saludó Kate, con una sonrisa más auténtica de lo que me había mostrado a mí.

—¡Hola, Kate! —respondió la chica, devolviéndole la sonrisa—. ¿Interrumpo algo? —preguntó mientras sus ojos pasaban de Kate a mí, evaluándome.

Negué con la cabeza, acompañando el gesto con una sonrisa despreocupada.

—Vamos a bailar —dijo Rosa, su tono ligero y despreocupado, como si asumiera que Kate diría que sí.

—¡Claro que sí! —respondió Kate con entusiasmo. Se volvió hacia mí—. ¿Vienes, Marcelo?

—No, yo paso, gracias —respondí

Kate asintió, pero su sonrisa había perdido algo del brillo inicial. Se giró hacia Rosa, y ambas intercambiaron una mirada cómplice. Sin decir nada más, se dieron la vuelta y comenzaron a alejarse hacia la pista de baile, las luces de colores parpadeando sobre sus figuras mientras se movían al ritmo de la música.

Observé cómo Kate se perdía en la multitud con Rosa, ambas riendo y moviéndose con una soltura que parecía ajena a la conversación que acabábamos de tener. Aunque la música seguía sonando y la gente seguía bailando, yo me sentía como un espectador apartado, atrapado en una pausa entre dos momentos que nunca llegarían a tocarse.

—¡MarChelo, la estrella de la noche! —exclamó, dándome un empujón amistoso—. En serio, hiciste que esta fiesta cobrara vida. La gente todavía habla de tu actuación.

—Gracias —respondí, encogiéndome de hombros—. Fue... algo improvisado.

Miquel me miró con una expresión de orgullo y burla al mismo tiempo, como si compartiéramos algún secreto que solo él conocía. Lo seguí mientras observaba a la multitud, hasta que nuestros ojos se fijaron en Max. Estaba al otro lado del salón, riéndose a carcajadas con Miriam, que lo miraba con una mezcla de cariño y diversión mientras él le contaba algo exageradamente con gestos amplios. Su rostro estaba algo enrojecido, y había una ligera torpeza en sus movimientos, la típica de alguien que había bebido un poco más de la cuenta.

—Parece que Max la está pasando muy bien —dijo Miquel con un tono divertido. Su mirada era casi burlona.

—¿Qué le pasa? —pregunté, sintiendo un mal presentimiento en el estómago.

—Oh, escuché por ahí que Max no tolera muy bien el alcohol —comentó Miquel con una sonrisa despreocupada, como si hablara del clima.

Intenté leer su expresión. Había algo en su tono, algo que no me gustaba.

—¿Tienes algo que ver con esto? —le solté de golpe.

Miquel me miró, sorprendido al principio, pero luego una chispa divertida iluminó sus ojos.

—Solo le di un cóctel especial —contestó, levantando las cejas—. Algo para que se soltara un poco. Además, no es el único que está probando algo fuerte esta noche..

Fruncí el ceño, intentando captar a qué se refería. Mi mirada se desvió al ponche que aún sostenía en mi mano.

—¿Qué hiciste, Miquel? —dije, con una mezcla de incredulidad y furia contenida.

Él soltó una risa corta y despreocupada.

—Digamos que... el ponche tiene un toque especial. Solo un poco de alegría líquida para hacer que esta fiesta despegue de verdad. No te preocupes, nada que la gente no pueda manejar... al menos, la mayoría —añadió, echando un vistazo intencionado hacia donde estaba Max, que parecía más ebrio cada segundo.

Sentí una corriente de adrenalina recorrerme. Observé mi vaso de ponche como si fuera una amenaza, y lo dejé sobre la mesa con un gesto decidido.

—Estás loco, Miquel. No es así como se hace una fiesta —le solté, intentando que entendiera que había cruzado una línea.

—Oh, vamos, Marcelo —replicó, y su tono se volvió más serio—. Esto es lo que quieren. Están aquí para olvidar, para soltarse. Créeme, la noche apenas comienza... y dentro de poco, todos van a estar en la misma sintonía.

Lo miré, tratando de encontrar alguna señal de arrepentimiento o duda en sus ojos, pero solo encontré esa misma chispa de desafío que siempre había caracterizado a Miquel.

Max, mientras tanto, parecía más alegre que nunca, riendo a carcajadas y hablando sin parar con Miriam, que trataba de mantenerlo en pie sin que la situación pareciera demasiado obvia. Ella le sonreía con algo de nerviosismo, claramente un poco incómoda por la situación, pero Max estaba tan animado que casi parecía que todo el salón había desaparecido para él.

Me acerqué a las gemelas y a Simón, decidido a advertirles que había algo raro en el ponche. Simón y las gemelas estaban bailando en círculo, con él en el centro, moviéndose con una energía desbordante, como si cada paso estuviera diseñado para captar la atención de todos. Las luces parpadeantes de la pista de baile teñían sus rostros de tonos rojos y azules, y la música retumbaba en el aire, casi haciéndome dudar si debía interrumpir la fiesta. Pero algo en mi interior me empujaba a actuar.

Esperé el momento adecuado y, cuando Simón giró de espaldas, me acerqué y le toqué el hombro.

—¡Marcelo, amigo! —gritó Simón, girándose con una sonrisa amplia—. ¡Menuda demostración hiciste antes, eh!

—Gracias, Simón, pero... —dije, bajando la voz para que solo él y las gemelas pudieran oírme—. Solo vine a advertirles que no tomen más ponche. Creo que Miquel le puso algo raro, algo fuerte.

Al decir esto, mi mirada recorrió sus rostros, buscando una señal de preocupación, pero Adri simplemente soltó una carcajada.

—¡Oh, amigo, relájate! —dijo Adri, levantando su vaso de ponche en un brindis, los ojos chispeando con una mezcla de diversión y desafío—. Venimos a pasarla bien, ¿no recuerdas? —Hizo un guiño a Ari, quien sonrió y bebió otro largo sorbo del ponche, como si quisiera desafiar mis advertencias.

Volteé a ver a Simón, esperando encontrar en él una reacción diferente, pero solo se encogió de hombros, con una expresión que parecía decir: "No es para tanto." Sentí una punzada de frustración, como si una barrera invisible me separara de ellos, como si el mensaje no hubiera llegado.

—Hagan lo que quieran —murmuré, negando con la cabeza y alejándome.

Decidido a irme, me dirigí hacia la esquina donde había dejado mi violonchelo, apartando a la gente que seguía bailando. La atmósfera comenzaba a volverse opresiva, y la mezcla de olores a sudor, alcohol y perfume flotaba en el aire espeso. Sentí que el alcohol empezaba a hacer algo de efecto, así que tomé mi violonchelo, dispuesto a largarme, pero un vistazo rápido hacia la pista me detuvo.

Vi a Max tambalearse a lo lejos, con Miriam sujetándolo del brazo. Max reía, claramente ebrio, pero aún en control. Miriam parecía entre divertida y ligeramente preocupada, tratando de sostenerlo cuando casi tropieza.

Dejé el violonchelo y me dirigí hacia ellos. Max, al verme, sonrió ampliamente.

—¡Marcelo! —dijo, arrastrando un poco las palabras—. Creo que… creo que el ponche es más fuerte de lo que pensaba.

Antes de que pudiera responder, Max se llevó una mano al estómago con una expresión incómoda, y Miriam y yo lo guiamos hacia la salida. Entre los dos lo sacamos fuera de la mansión, donde el aire fresco de la noche le arrancó un suspiro de alivio. A duras penas conseguimos llevarlo hasta un grupo de árboles, donde se inclinó hacia adelante y vomitó, dejándose caer hacia un lado con una risa tonta.

—Perdón… creo que bebí un poco de más —dijo Max, secándose la boca con el dorso de la mano. Su expresión no mostraba dolor, solo el típico cansancio de alguien que se había pasado de copas.

—Estás intratable Max, pero ya hablaremos cuando te encuentres mejor—dijo con mirada severa.

—Me siento como un campeón caído —murmuró con una sonrisa floja, sus ojos ya medio cerrados.

—Sí, campeón de ponche, seguro —dije, intentando romper la tensión con un comentario que me sonó estúpido apenas lo pronuncié.

Miriam me miró con una cara de pocos amigos y yo me encogí de hombros, intentando hacerle ver que era solo una broma.

Entonces vi cómo Miriam ayudaba a Max a recostarse en el asiento trasero, agachándose para acomodarlo mejor. Por un momento, la luz suave de la luna iluminó su figura, resaltando su silueta bajo esa falda corta que llevaba. Me quedé observando sin quererlo, atrapado en un instante que no debí haber alargado, mientras ella se inclinaba para ajustar el cinturón de seguridad de Max, quien ahora se había dormido.

Cuando Miriam terminó de acomodar a Max, se enderezó y cerró la puerta con cuidado. Me quedé de pie, sin saber muy bien cómo actuar, mientras ella se giraba para mirarme. Su expresión, a pesar del cansancio, aún mantenía ese brillo que me atraía.

Miriam se cruzó de brazos, y la leve presión del corpiño hizo que mi atención se desviara hacia el sutil movimiento de su pecho. El efecto del alcohol me hacía sentir demasiado consciente de cada detalle, de cada curva bajo la tela oscura. Me aclaré la garganta, intentando apartar esos pensamientos y disimular la incomodidad que se acumulaba entre nosotros.

—¿Qué pasa? —me dijo con su tono habitual, ese que siempre sonaba a una especie de provocación disfrazada de indiferencia—. ¿Te quedaste congelado? ¿O es que ya estás demasiado borracho para decir algo coherente?

—No estoy tan borracho —repliqué, forzando una sonrisa que espero no se viera tan torpe como se sentía—. Solo estoy… admirando el disfraz. No pensé que te vería vestida de corsaria esta noche.

—¿Admirando, eh? —dijo con una sonrisa burlona, aunque noté un leve rubor en sus mejillas, un indicio de que mis palabras la habían afectado más de lo que quería admitir—. Vaya, Marcelo, no sabía que eras tan fácil de impresionar.

—No es solo el traje —respondí, un poco más serio, dando un paso hacia ella—. Es que no esperaba… no esperaba verte así.

Miriam odiaba sentirse vulnerable, y yo sabía que estaba en un terreno peligroso, justo al borde de traspasar una línea que ella protegía ferozmente.

—Anda, deja de mirarme así —dijo, dándome un suave empujón en el pecho—. Me estás poniendo nerviosa, idiota.

Nos quedamos en silencio por un momento, el único sonido que se escuchaba era la música que provenía de la mansión. Miriam seguía frente a mí, con los brazos cruzados y esa expresión entre molesta y vulnerable. Di un paso más, acercándome lo suficiente como para que pudiera sentir mi presencia, pero sin invadir su espacio.

—Miriam... —dije, casi en un susurro, alargando la mano hacia ella.

Ella no retrocedió, pero su cuerpo se tensó, como si estuviera debatiéndose entre dejarme acercar y mantenerme a raya.

—¿Por qué me miras así? —preguntó, cruzando los brazos como si intentara protegerse de mis pensamientos—. Apareces con esa actitud de que todo te da igual... y luego me miras así, como si... no lo sé, como si te importara más de lo que quieres admitir.

Me quedé en silencio un segundo, sintiendo cómo el alcohol me afectaba un poco, nublando mis sentidos, pero no lo suficiente para desviar lo que quería decir. No estaba seguro de cómo empezar, pero las palabras parecían surgir por sí solas, como si hubieran estado guardadas todo este tiempo.

—No puedo seguir fingiendo —dije al fin, sin apartar la mirada. Mis manos temblaban un poco, y odiaba lo expuesto que me sentía.

—¿Fingiendo qué? —inquirió, como si intentara descifrar si hablaba en serio o si era otro de nuestros juegos.

—Que esto... lo que pasa entre nosotros, es solo físico —solté con un nudo en la garganta—. No lo es. No para mí, al menos.

—Marcelo... —empezó a decir, pero su voz se quebró, y por un instante, sus ojos se desviaron hacia el coche, hacia Max, que seguía inconsciente en el asiento trasero. Su expresión se suavizó, y no pude evitar dar un paso hacia ella, acortando la distancia que tanto nos había separado en ese momento.

—Sé que esto es complicado —dije, mi voz baja, tratando de mantener la calma—. Sé que nunca hemos hablado de lo que pasa entre nosotros, y tal vez tú lo ves como algo pasajero, algo sin importancia. Pero para mí, ha cambiado. Yo he cambiado.

Miriam tragó saliva, su mirada fija en el suelo, como si no pudiera soportar mirarme a los ojos. Finalmente, dejó caer los brazos y dio un paso atrás, pero no lo suficientemente lejos como para poner un verdadero espacio entre nosotros.

—¿Por qué ahora? —preguntó, su voz apenas un susurro—. Siempre pensé que esto era solo... lo que es.

—Porque me he dado cuenta de que no quiero que sea solo eso —respondí, avanzando otro paso. Estaba más cerca de ella que nunca, y el calor de su cuerpo me envolvía como si fuera un imán del que no podía despegarme.

Miriam me miró, y por primera vez, no hubo burla, ni desafío, solo duda. Sus ojos brillaban bajo la luz tenue de la luna, y su respiración se volvió irregular. Me acerqué, tan cerca que apenas había espacio entre nosotros, y llevé mi mano a su mejilla, acariciándola con la yema de los dedos. Era una caricia suave, temerosa, como si quisiera asegurarme de que no se desvanecería si la tocaba.

Me acerqué y la besé, esta vez con más decisión, sin dejar espacio para las dudas. Fue un beso breve, apenas un toque que buscaba confirmar lo que sentía. Pero, de repente, ella retrocedió, separándose de mí con un movimiento brusco. La sorpresa en su rostro era evidente, pero no había rechazo. Sus mejillas estaban encendidas de un rojo intenso, y por un segundo pensé que me abofetearía, que me gritaría, que se iría corriendo.

Pero no lo hizo.

—No puedo... —murmuró, llevándose una mano a los labios, como si aún sintiera el calor de mi beso—. Marcelo, no puedo hacer esto. No ahora. No aquí.

Miriam me miraba con esa mezcla de desafío y vulnerabilidad que siempre lograba desarmarme. Su expresión decía "no te acerques", pero sus ojos, sus labios, parecían suplicarme lo contrario.

—¿Por qué tienes que hacer esto tan difícil, Marcelo? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de frustración y deseo. Intentaba sonar dura, pero podía ver que estaba flaqueando.

—Porque tú también lo sientes —respondí, mi voz apenas un susurro mientras la miraba a los ojos—. Siempre lo has sentido.

Ella me fulminó con la mirada, como si quisiera desmentirlo, como si quisiera gritar que estaba equivocado. Me quedé en silencio, observándola debatirse consigo misma, luchando contra algo que ya no podía negar.

Mi mirada cayó a sus labios por un instante antes de volver a sus ojos. Las palabras parecían inútiles en ese momento, porque no podía explicar lo que quería, lo que sentía, con solo palabras. Entonces, en lugar de hablar, me incliné lentamente hacia ella, dándole la oportunidad de alejarse si quería, de detenerme.

Pero no lo hizo.

Su respiración se hizo más superficial, y vi cómo sus pupilas se dilataban mientras yo me acercaba más, lo suficiente como para sentir el calor de su aliento en mi piel. Miriam no movió ni un músculo, pero sus ojos se cerraron justo antes de que mis labios rozaran los suyos, en un contacto tan leve que apenas era un suspiro. Fue como si el mundo entero se detuviera en ese segundo, como si todo lo que había sido importante hasta entonces dejara de tener sentido.

No fue un beso apasionado ni intenso al principio. Fue un toque suave, una pregunta más que una afirmación. Miriam tembló levemente, y yo respondí inclinándome un poco más, atrapando su labio inferior entre los míos con una suavidad que no sabía que tenía. Ella suspiró contra mi boca, y sentí cómo sus manos, que hasta entonces habían estado inmóviles a sus costados, subían lentamente hasta mi pecho, aferrándose a la tela de mi camisa.

Mis manos encontraron su cintura, atrayéndola hacia mí, y ella respondió rodeando mi cuello con sus brazos, tirando de mí con una fuerza que me sorprendió. Sentí su cuerpo cálido y firme contra el mío, y la presión de sus labios se volvió más demandante, más real.

El segundo beso fue más urgente, más intenso, como si ambos supiéramos que estábamos cruzando una línea de la que no habría vuelta atrás. Miriam respondió con igual fervor, sus manos enredándose en mi cabello mientras nuestras bocas se encontraban y se exploraban, como si estuviéramos tratando de encontrar algo que había estado perdido entre nosotros desde el principio.

Por un momento, no fuimos ni amigos ni enemigos, ni compañeros ni rivales. Éramos solo dos personas que, de alguna forma, habían llegado a ese punto sin saber muy bien cómo, y que ahora se enfrentaban a la realidad de lo que significaba estar tan cerca, sin las barreras emocionales que siempre habíamos mantenido entre nosotros.

Su respiración aún era rápida, su pecho subía y bajaba con fuerza, y podía ver la indecisión en sus ojos, mezclada con algo que reconocí como puro deseo. No había marcha atrás, lo supe en ese momento. Y ella también.

Mis manos tomaban su cintura, envolviéndola con cuidado, sintiendo la calidez de su piel bajo el fino tejido de su corpiño. Ella no se apartó, al contrario, se inclinó hacia mí, apoyando una mano en mi hombro mientras la otra se deslizaba lentamente por mi brazo, rozando mi piel con la yema de sus dedos. Su tacto era como una corriente eléctrica que me recorrió de pies a cabeza, haciendo que mi respiración se volviera tan irregular como la suya.

—Esto no es buena idea —murmuró, pero su voz sonaba más suave ahora, casi rendida.

—No me importa —contesté, y la atraje hacia mí con más fuerza.

Miriam se rindió, y nuestros labios se encontraron otra vez, esta vez sin reservas, sin los miedos que hasta hacía unos minutos se interponían entre nosotros. Su boca era cálida y urgente, y nuestras lenguas se encontraron en un baile lento, explorador. Podía sentir el sabor del alcohol en su lengua, una mezcla dulce y amarga que intensificaba el momento, como si ese beso pudiera borrar todas las dudas, todas las tensiones que habíamos arrastrado hasta ese punto.

Mis manos comenzaron a deslizarse por su espalda, sintiendo la curva de su columna bajo mis dedos. Miriam se estremeció ligeramente, y sus manos encontraron el camino hacia mi cuello, tirando de mi cabello con una suavidad que contradecía la intensidad de nuestro beso. No pude evitar un suave gemido, ahogado entre nuestros labios, y ella sonrió contra mi boca, como si disfrutara de saber que me tenía bajo su control en ese momento.

Sus labios eran suaves y firmes a la vez, y pude sentir cómo sus manos comenzaban a bajar, lentamente, por mi pecho, rozando la tela de mi camisa mientras sus dedos se deslizaban hasta el borde de mi cinturón.

Le respondí de la misma manera, deslizando mis manos hacia abajo, bordeando la línea de su cintura hasta encontrar la curva de sus caderas. La piel expuesta de sus muslos, apenas cubierta por la falda corta, era cálida al tacto, y sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, buscando más contacto, más cercanía.

Nuestros cuerpos se habían acercado tanto que no había espacio entre nosotros. Sentía la calidez de su respiración en mi cuello, y cómo sus manos seguían explorando, ahora subiendo por mi espalda. Era como si quisiera aferrarse a mí, como si temiera que ese momento pudiera desvanecerse si no lo agarraba con todas sus fuerzas.

Yo, por mi parte, no podía pensar en nada más que en la sensación de su cuerpo contra el mío. Deslicé mis manos hacia arriba, acariciando la suave piel de sus brazos hasta que mis dedos encontraron el borde de su corpiño. Ella se estremeció al contacto, y sus ojos, oscuros y brillantes, se encontraron con los míos. La atraje más cerca, y nuestros labios se encontraron de nuevo en un beso que no tenía nada de tímido. Era hambriento, como si quisiéramos devorarnos el uno al otro, como si no hubiera nada más allá de ese momento.

Miriam se movió entonces, presionando su cuerpo contra el mío con más fuerza, y no pude evitar soltar un suspiro ahogado. Ella sonrió, sus labios curvándose contra los míos, y sus manos se deslizaron hasta mi cintura, tirando ligeramente de mi camisa como si quisiera quitármela. Yo, a su vez, acaricié la curva de sus costillas, notando cómo su respiración se hacía más pesada, más errática con cada roce de mis dedos.

—Marcelo... —murmuró mi nombre entre besos, con una suavidad que nunca antes había usado conmigo, y eso hizo que mi corazón latiera con más fuerza, con más desesperación.

El aire parecía haberse vuelto más denso, y el mundo a nuestro alrededor había desaparecido por completo. Solo existíamos ella y yo, el calor de nuestros cuerpos, el roce de nuestra piel. Mis dedos encontraron el borde de su falda, y la acaricié con suavidad, subiendo ligeramente hasta sentir la suavidad de su muslo desnudo. Ella no me detuvo; al contrario, su respiración se volvió más entrecortada, y sus manos volvieron a enredarse en mi cabello, tirando ligeramente de él mientras sus labios se movían contra los míos en un beso que ahora era lento, explorador.

Miriam dio un paso hacia atrás, llevándome con ella hasta que su espalda chocó suavemente contra la puerta del coche. Nuestros cuerpos seguían pegados, y aproveché para inclinarme más sobre ella, nuestras respiraciones entrelazándose mientras nuestras bocas seguían buscándose, sedientas, hambrientas. Sus manos bajaron hasta mi cintura, y tiró de mí con urgencia, haciendo que mi cuerpo chocara contra el suyo con una fuerza que nos arrancó un jadeo simultáneo.

Mis manos acariciaron sus caderas, firmes y cálidas bajo la falda, y sentí cómo su cuerpo respondía al mío, moviéndose en un ritmo que parecía seguir el latido desenfrenado de nuestros corazones. Me separé apenas un milímetro, lo suficiente para mirarla a los ojos, para ver el brillo que seguía allí, esa mezcla de desafío y deseo que tanto me atraía.

—Esto... —comencé a decir, pero no pude terminar la frase. Ella me cortó con otro beso, uno más suave, más íntimo, como si con ese simple gesto quisiera decir todo lo que no éramos capaces de poner en palabras.

Nos alejamos del coche en silencio, dirigiéndonos hacia un grupo de árboles que estaba cerca del estacionamiento, apenas iluminados por la luz tenue de la luna que se filtraba entre las ramas. El aire olía a tierra húmeda y hojas caídas, y cada paso que dábamos parecía resonar en la quietud de la noche. Miriam caminaba delante de mí, y yo podía ver el suave vaivén de su falda mientras avanzaba, sus botas hundiéndose ligeramente en la tierra blanda.

Cuando nos apartamos lo suficiente entre los árboles, Miriam se detuvo y se giró hacia mí. Estábamos solos, alejados del ruido de la fiesta, del coche donde Max seguro roncaba en el asiento trasero. Solo se escuchaba el murmullo del viento entre los árboles y nuestras respiraciones, todavía rápidas y desiguales.

La besé de nuevo, con más fuerza esta vez, y ella respondió con una pasión que me tomó por sorpresa. Su boca era suave y cálida, y el beso se volvió profundo rápidamente, una mezcla de deseo y necesidad que hizo que todo lo demás desapareciera. Mis manos se movieron casi por instinto, deslizándose hacia arriba, acariciando la línea de su espalda hasta llegar a la base de su cuello, donde me detuve para enredar mis dedos en su cabello suelto. Ella soltó un suspiro, y sus manos bajaron por mi pecho, apretando ligeramente la tela de mi camisa como si quisiera tenerme aún más cerca.

Miriam se separó de mis labios con un suspiro, mirándome con una intensidad que parecía traspasarme. La vi agacharse, desabrochando con cuidado cada hebilla, una a una, mientras yo no podía apartar la vista. Había algo en sus movimientos que me parecía hipnótico, cada gesto cargado de una sensualidad silenciosa que hacía que mi corazón latiera con fuerza en mi pecho. Cuando terminó con la primera bota, tiró de ella suavemente, dejando al descubierto su pie descalzo que apenas rozó la hierba. Luego hizo lo mismo con la otra, y las botas quedaron abandonadas a un lado, olvidadas, mientras ella se enderezaba de nuevo, más cerca de mí.

Me miró durante un instante, una especie de sonrisa jugando en la comisura de sus labios, y luego sus manos se deslizaron lentamente hacia el borde de su falda. Mi respiración se hizo más profunda cuando la vi tomar el dobladillo con los dedos, alzándolo ligeramente mientras el borde de la tela rozaba sus muslos. Sin apartar la mirada de mí, comenzó a subir la falda poco a poco, sus movimientos lentos y deliberados, como si quisiera que cada segundo se alargara.

La tela se deslizó suavemente por sus caderas, descubriendo su piel centímetro a centímetro. Podía sentir mi pulso acelerarse mientras la falda subía, hasta que finalmente la soltó, dejándola caer al suelo en un movimiento fluido. La tela se arremolinó a sus pies, y ahí estaba ella, de pie ante mí, apenas vestida con el corpiño oscuro que se ajustaba a su figura, sus piernas largas y desnudas apenas cubiertas por una tanga negra.

Lentamente, levantó las manos hasta la parte trasera de su cuello, donde se encontraba el cordón que sujetaba su corpiño. A cada movimiento, podía notar cómo sus dedos temblaban ligeramente.

Con un tirón cuidadoso, desató el primer nudo, y el lazo se deslizó con un suave susurro, liberando algo de la tensión que mantenía ajustado el corpiño a su cuerpo. Noté cómo sus hombros se relajaban un poco, y seguí el camino de sus manos mientras bajaban, desatando otro nudo a la altura de su espalda. Su respiración se volvió más lenta, más controlada, y sus labios se entreabrieron ligeramente, como si cada nudo deshecho fuera una pequeña liberación, un paso más hacia una decisión que parecía tomar con cada latido.

El corpiño comenzó a aflojarse, cediendo a la presión de sus tetas. Con un movimiento cuidadoso, Miriam lo deslizó hacia adelante, apartándolo lentamente de su cuerpo. Primero quedaron al descubierto sus clavículas, luego el delicado contorno de sus hombros, y finalmente sus pechos, que quedaron a la vista bajo la luz plateada de la luna. Ella dejó caer la prenda al suelo, junto a la falda y las botas, y permaneció de pie ante mí, erguida y sin rastro de duda en su expresión, como si la noche misma le perteneciera.

Deslicé mis dedos hacia el borde de mi camisa, desabotonando el primer botón con un poco de torpeza, sintiendo cómo su mirada se volvía más intensa con cada botón que deshacía. Noté su respiración acelerarse, casi al ritmo de la mía.

Me quité la camisa, dejándola caer sobre la hierba, y di un paso más cerca de ella. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos, casi como si estuviera memorizando cada línea de mi cuerpo, cada gesto. Tiré de la hebilla del cinturón, y el sonido del cuero rozando el metal resonó en la quietud del lugar. Me deshice del cinturón y desabroché mis pantalones, dejando caer también mis calzoncillos, sintiendo el aire frío de la noche acariciar mi piel desnuda.

Miriam observaba mi dura polla en silencio, sus labios entreabiertos como si contuvieran palabras que no se atrevía a decir. Me deslicé fuera de los pantalones, dejándolos a un lado con la ropa que ya había dejado caer. Me quedé ahí, ante ella, en medio de la penumbra, consciente de cada sensación, del tacto del césped bajo mis pies descalzos y de la brisa nocturna acariciando cada rincón de mi piel expuesta.

No pude resistir más. Alargué la mano hacia ella, acariciando el delicado arco de su clavícula, y seguí la línea de su piel, bajando hasta sus pechos con una lentitud calculada. Ella cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso al sentir mi contacto, y pude notar cómo su cuerpo se estremecía bajo mis dedos. La atraje hacia mí con un gesto decidido, envolviendo su cintura con mis manos, sintiendo la calidez de su piel desnuda contra la mía.

Sentía el peso de su pecho contra mi palma, cálido y firme bajo el frío de la noche. La textura de su piel era suave, casi sedosa, y mis dedos se curvaron involuntariamente, trazando el contorno que subía y bajaba al ritmo de su respiración agitada. Su pecho se arqueó bajo mi toque, como una respuesta instintiva, presionando más cerca, buscando más contacto.

Podía sentir los latidos acelerados de su corazón a través de su piel, una vibración sutil que parecía resonar en mi mano. Cuando mis dedos se deslizaron suavemente hacia arriba, encontré la tersura y la delicadeza de sus curvas, notando cómo su respiración se volvía más corta y entrecortada con cada caricia.

Sus pezones se erizaban al roce de mis dedos, y al inclinarme hacia ella, mis labios encontraron la línea suave de su cuello besándola. El calor de su cuerpo contrastaba con la frescura del aire, y mis manos se tomaron su tiempo, explorando y memorizando cada curva de sus tetas. Sentí cómo sus manos subían por mi espalda, clavando ligeramente las uñas en respuesta, aumentando la electricidad que nos envolvía.

Mis manos bajaron a su culo, sintiendo la firmeza y dureza de su culo. Los apretaba y jugaba con el hilo de su tanga. Miriam movió una de sus manos recorriendo mi pecho hasta llegar a mi polla, cuyo solo contacto, me estremeció. Acariciaba mi miembro con sus dedos. Subía y bajaba, pero al llegar a la punta de mi polla, se detenía, haciendo círculos con su pulgar.

Miriam subió su vista hacia mí e inmediatamente buscó besarme. Nuestras lenguas se enredaban en un beso ensalivado, nuestros cuerpos se apretaban con deseo. Ella rodeó su mano sobre mi polla y comenzó a masturbarme lentamente, sus dedos deslizándose con suavidad por mi piel. Bajé una de mis manos de su culo hacia la entrada de su coño por debajo del hilo que ya estaba bastante húmedo. Mis dedos se deslizaron suavemente por sus labios, recogiendo su jugo y llevándolo a su clítoris. Ella gimió en respuesta, su cuerpo temblando levemente.

Me deslicé hacia abajo, mis labios encontrando sus pechos firmes y erectos. Los lamí y los succioné, haciendo que ella jadeara y se arqueara hacia mí. Sus manos se enredaron en mi cabello, tirando de él con fuerza mientras yo seguía explorando su cuerpo. Finalmente, me agaché y removí su tanga. mis labios llegaron a su coño, lamiendo y succionando cada centímetro de ella. Ella gemía y jadeaba, sus caderas moviéndose en respuesta a mis caricias.

Con la punta de mi lengua, recorrí su clítoris, haciéndola estremecer. "Sí, así, no pares", susurró, su voz llena de deseo. Cuando estuvo lo suficientemente lubricada, me levanté y la tomé de la mano guiándome hacia un robusto árbol cercano.

Ella se apoyó en el tronco, inclinando su cuerpo hacia adelante mientras yo me colocaba detrás de ella. Mis manos recorrieron su espalda, disfrutando de la suavidad de su piel. Mis dedos se entrelazaron con los suyos, sosteniéndola firmemente mientras mi otro brazo se enrollaba alrededor de su cintura. Miriam jadeó cuando sentió mi polla presionando contra su entrada. Con una lenta y deliberada embestida, la penetré.

—Ufff sí, fóllame cabrón —dijo jadeando.

La sensación de su coño apretando mi polla era increíble. Podía sentir cada latido de su corazón resonando en mi piel, cada jadeo que escapaba de sus labios. Mis manos exploraban su cuerpo, acariciando sus pechos y sus caderas mientras continuaba follándola con una intensidad creciente. Comencé a moverme lentamente, cada empuje lleno de intención y deseo. Miriam respondió con gemidos suaves, su respiración acelerándose con cada movimiento.

—Ahhh más rápido —volteó a verme con unos ojos llenos de deseo.

Aumenté el ritmo, mis caderas golpeando las suyas con más fuerza. Ella jadeaba y gemía, sus caderas moviéndose al ritmo de mis embestidas. Miriam se arqueó hacia atrás, permitiéndome un acceso aún más profundo. Sus gemidos se volvieron más intensos, su cuerpo temblando con cada embestida.

—Sí, así, más fuerte —gritó, su voz llena de éxtasis. Sentí cómo sus músculos se contraían alrededor de mi polla.

De repente, sentí como las voces de alguien cerca y me detuve, poniendo una mano sobre la boca de Miriam.

—Menuda fiesta eh —dijo un tipo.

—Y qué lo digas, un poco más y me llevó a la rubia a casa —contestó la otra persona.

Miriam, impaciente, comenzó a moverse alternativamente, sacando y metiendo mi polla dentro de ella. Menuda zorra pensé. Con mi otra mano la sujeté de la cintura y continué follandomela.

—Mmm —se alcanzaban a escuchar sus gemidos a través de mi mano

—¿Escuchaste esto? —preguntó uno de ellos.

—¿Qué cosa?

—Escuché como un zumbido —dijo titubeante.

—Creo que te está haciendo daño el alcohol, anda vámonos.

Los escuché retirarse hacia la mansión y entonces, quité mi mano de la boca de Miriam.

—Serás zorra, podrías haberte esperado a que se fueran —le dije mientras le metía mi polla.

—Ahhh asi, no pares, ufff —gimió Miriam sin mayor reparo.

—¿Te encanta mi polla eh?

Miriam solo gemía de placer con la mirada perdida. Sus enormes tetas rebotan en cada vaivén. Yo por mi parte me sentía en un estado de éxtasis.

—No te escuché —dije azotando su culo, no tan fuerte, pero lo suficiente para crear una marca en su piel clara.

—¡Sí! ¡Me encanta tu polla joder! —dijo escapando un grito de placer.

—¿No prefieres la de tu novio?

—Mmm no… —dijo entre suspiros.

—¿No qué? —dije azotándola una vez más.

—¡Prefiero tu polla joder! ¡Deja de hablar y fóllame cabrón!

Seguí penetrándola con mayor intensidad, mi polla entraba y salía con facilidad, a diferencia de la primera vez que me la follé. Miriam se llevó una mano a su coño comenzando a masturbarse frenéticamente, ya no reparaba en ahogar sus gritos, ahora solo se dejaba llevar por el placer.

—¡Ahhh sí! —gritó Miriam.

Estaba teniendo su orgasmo mientras yo la seguía follando sin parar. Podía sentir como sus piernas comenzaban a temblar y poco después cayó de rodillas al suelo. Yo aun seguía con la polla durísima, así que la acerqué a su cara. Miriam volteó sintiendo la cercanía de mi miembro algo sorprendida, luego me miró a los ojos. Era momento de terminar lo que había quedado pendiente en la novata pasada.

Miriam tomó mi polla con cierto temor, comenzando a masturbarme lentamente. Pasó su lengua por la punta de mi polla en círculos, lo cual me hizo bufar de placer.

—Usa tus tetas… me la debes zorra —dije mirándola a los ojos.

—Si sigues llamándome zorra lo único que haré será volver a apretar tus bolas —dijo sonriente.

—Serás cabrona…

Acto seguido, Miriam tomó tus tetas y las acomodó con cuidado, aprisionando mi miembro. Podía sentir la suavidad y la presión que ejercían sobre mí. Juntó saliva y la escupió sobre mi polla, para posteriormente besar la punta con sus labios. Su boca me succionaba poco a poco, mientras me daba lametazos. Me sentía al borde, así que llevé mis manos a su cabeza, dirigiendo el ritmo de la mamada.

—Joder… —dije jadeando.

Y entonces, sin previo aviso, tuve mi orgasmo, convulsionando y sacando disparos chorros de semen dentro de la boca de Miriam.

—Ufff, eso estuvo excelente —suspiré.

Miriam tosió un poco y luego se repuso.

—¡Cabronazo! pudiste haberme avisado, idiota —me reclamó, limpiandose algo de semen que escurría por sus labios.

—Lo siento, supongo que para la próxima —dije sonriendo. Mi respiración seguía siendo entrecortada.

Miriam recogió su ropa y comenzó a cambiarse, pero en sus movimientos había una lentitud que no había notado antes. Como si las palabras que acabábamos de intercambiar aún resonaran en su mente.

 
Última edición:
Se veía venir desde hace tiempo que lo de Miriam y Marcelo era algo más.
Me da pena por Max que es un gran tipo y no se lo merece pero en los sentimientos no se manda y estos dos sienten algo fuerte, que no se si se puede considerar amor.
 
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