El Juego de la Universidad

Capítulo 9



Al día siguiente, volví a casa de Miriam para continuar con el proyecto. Me sorprendió cuando abrió la puerta, llevaba unos shorts de mezclilla cortos y una camiseta de tirantes que, aunque no era explícitamente provocativa, dejaba entrever sus generosos pechos de una manera que no podía pasar desapercibida. Lucía cómoda y relajada, pero también había una confianza en su postura, como si supiera perfectamente el impacto que causaba sin esforzarse demasiado.

—Pensé que te habías perdido —bromeó, apoyándose en el marco de la puerta.

—¿Decepcionada de que no lo haya hecho? —repliqué con una sonrisa, tratando de no dejar que mi mirada vagara demasiado.

Ella me estudió por un segundo, como midiendo mis palabras, y luego dejó escapar una sonrisa divertida.

—Pasa, vamos a continuar con esto. Encontré algo interesante que podría servirnos.

—Seguro algo que no vamos a usar —contesté, dejándome caer en el sofá.

—Ahí vas otra vez con tu arrogancia —respondió.

Nuestras miradas se encontraron en un desafío silencioso, pero la tensión se rompió cuando Miriam no pudo contenerse más y soltó una carcajada. Su risa contagiosa llenó el ambiente, y pronto me encontré riéndome con ella, el aire ligero entre nosotros.

—Venga ya, a ponernos serios, que si no se nos hará tarde —dijo, recuperando la compostura.

Nos sentamos a trabajar en la maqueta, pero los componentes no parecían reaccionar como se esperaba. A medida que pasaban los minutos, ambos nos frustrábamos más. Miriam, con su típica terquedad, intentó mezclar cualquier cosa, probando diferentes combinaciones, pero sin mucho éxito. Después de un rato, ambos suspiramos y decidimos tomarnos un descanso.

—A todo esto —dije, aprovechando el momento de pausa— ¿dónde están tus padres?

—Viven en otro estado. Preferí rentar sola antes que quedarme en los dormitorios de la universidad —contestó, estirándose en el sofá.

—¿Problemas con los dormitorios?

—No me agrada que sean mixtos, y bueno, prefiero tener mi propio espacio. No me imagino compartiendo habitación con alguien que probablemente no me caiga bien.

—¿Y quién te cae bien? —pregunté con una sonrisa divertida.

Miriam me lanzó una mirada burlona, pero luego sus ojos se suavizaron un poco.

—No todo el mundo me cae mal, ¿sabes? —respondió con un toque de picardía en la voz.

—¿Y qué hay de Max? —pregunté, tanteando el terreno— Nunca te había visto con él antes. Parece un buen tipo.

Miriam rodó los ojos.

—Max es un encanto. No es un arrogante como tú —respondió, alzando una ceja desafiante.

Sonreí, sabiendo que estaba provocándola.

—No es arrogancia si puedes sostenerlo.

Ella negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa traicionaba su aparente irritación.

—Conocí a Max, hace poco. Nos veíamos saliendo de la universidad antes de ser novios. Es un tipo centrado, no le van las fiestas, drogas o esas cosas por el estilo. Y tú, ¿qué me dices de la chica de las pecas? —preguntó de repente, cambiando de tema— Siempre pensé que eran algo más que compañeros de trabajo.

Recordar a Clara me trajo una sensación incómoda. Hacía tiempo que nuestra relación se había enfriado, y últimamente apenas hablábamos.

—No es ni ha sido mi novia. Últimamente ni siquiera hablamos —contesté, encogiéndome de hombros.

Miriam me miró sorprendida.

—¿En serio? Parecían bastante unidos.

—Sí, bueno… después del show que hiciste en la fiesta de Miquel…

Miriam se sonrojó al recordar lo sucedido. Había sido un episodio bochornoso, pero en su momento, ambos nos habíamos enzarzado en una especie de competencia infantil.

—Oh, venga, ahora me echas la culpa a mí —dijo, tratando de defenderse— Si te hubieras rendido antes, nada de eso habría pasado. Fue tu orgullo de macho lo que te hizo seguir adelante.

No pude evitar soltar un suspiro, reconociendo en parte que tenía razón. La situación se había salido de control por mi terquedad. Pude haber terminado el juego en cualquier momento.

—Sí, bueno, me diste unos buenos latigazos y luego no cumpliste tu parte de la apuesta —recordé.

—Ahí vas de nuevo, sacando ese tema —respondió, fingiendo fastidio— Pensé que ya lo habíamos superado.

—Entonces no me reproches mi orgullo —dije, jugando con el tono de la conversación.

—A deir verdad me sorprendiste. Eres más duro de lo que pensaba —contestó ella.

—No fue lo único duro que te sorprendió —bromeé, arqueando una ceja.

Ella me miró con una mezcla de incredulidad y diversión.

—Gilipollas —respondió entre risas.

La conversación había tomado un giro inesperado, pero ni Miriam ni yo parecíamos estar dispuestos a detenerla.

—¿Qué, nunca habías visto una o qué? —pregunté, provocándola aún más.

Miriam intentó mantenerse seria, pero su rostro empezaba a teñirse de un leve sonrojo.

—Claro que sí —respondió, pero su voz carecía de la seguridad habitual.

—¿En serio? Porque tu cara en ese momento decía otra cosa. ¿Tu noviecito no la tiene igual o qué?

—Pues mi novio la tiene normal —dijo, intentando defender a Max.

—¿Normal? —reí— ¿Se la has medido o qué?

—Por favor, qué tonterías dices —respondió, cruzando los brazos.

—Entre tu novio y yo, ¿quién la tiene más grande? —pregunté, fingiendo curiosidad.

Miriam me miró como si estuviera intentando decidir si tomarse en serio la pregunta o simplemente ignorarme.

—¿Y eso qué importa?

—No lo sé, solo tengo curiosidad.

Ella suspiró, pero no pudo evitar seguirme el juego.

—Pues no sé… la de Max es más o menos del tamaño de mi mano —dijo, mostrando su palma abierta.

—¿De tu manita? —pregunté entre risas— El pobre chaval la tiene chica, sin ofender.

—¿Y qué si la tiene chica? —replicó Miriam, frunciendo el ceño— A mí me gusta así.

Los intentos de Miriam por defender a Max me parecían graciosos.

—Con razón saliste huyendo cuando viste mi polla.

—Por supuesto que no fue eso. No estoy tan loca como para hacerte una mamada en público.

Me quedé en silencio un momento, observando cómo Miriam jugueteaba con un mechón de su cabello, parecía algo incómoda con la dirección que había tomado nuestra charla, pero sabía que podía seguir empujando, si lo hacía correctamente.

—Vale, creo que me pasé un poco con lo de tu novio, lo siento —dije finalmente, dándole una salida.

Ella me miró, y por un segundo pensé que se molestaría de verdad, pero luego esbozó una sonrisa pequeña, como si agradeciera el cambio de tono.

—Eres un idiota, pero te lo dejaré pasar… esta vez.

Miriam me lanzó una mirada divertida. Se levantó y caminó hasta la ventana apoyándose contra el marco, mirando hacia afuera. Desde mi posición, el sol iluminaba su figura, resaltando cada curva de su cuerpo. Era una vista difícil de ignorar. Entonces se me ocurrió algo.

—Bueno, la última vez quedamos a medias, ¿no? —le dije detrás.

—Venga ya, no terminaré de darte la mamada de aquella fiesta.

—Me refería a las fotos de ayer. Qué hoy hasta te has puesto mejor para posar eh —sonreí.

—Quisieras —Miriam hizo su mirada a un lado.

Me levanté y saqué la cámara de la mochila para ajustarla.

—Venga que esperas —le dije.
Miriam pareció dudar unos momentos pero luego me siguió la corriente.

—Va, pero no te confundas, solo será modelaje —dijo entrecerrando sus ojos.

Se apartó de donde estaba y se sentó en el borde del sofá, cruzando una pierna sobre la otra. Levantó un brazo, ajustando su cabello, mientras su mirada se fijaba en mí con intensidad. Estaba jugando, y lo sabía.

—¿Qué tal? —preguntó, mirando por encima del hombro mientras una pequeña sonrisa jugaba en sus labios.

—Muy bien —respondí, acercándome para tomar otra foto, capturando cómo la luz del sol acariciaba su piel.

Cada foto que tomaba hacía que Miriam se sintiera más cómoda y segura, cambiando ligeramente de postura, dejando que mi mirada dirigiera cada movimiento.

—Podrías… ponerte más cómoda —sugerí después de un rato.

Miriam se detuvo por un segundo, como si estuviera evaluando la situación. Luego, sin decir una palabra, deslizó los tirantes de su camiseta hacia abajo, dejándolos caer por sus hombros. La tela se mantuvo apenas cubriéndola, pero el gesto fue suficiente para que el ambiente se volviera aún más cargado.

—¿Así está bien? —preguntó, su voz suave pero cargada de provocación.

Mi respiración se volvió un poco más pesada mientras tomaba otra foto.

—Perfecto —murmuré, sin dejar de mirarla a través del lente.

Ella se giró hacia mí, con los tirantes aún caídos y una sonrisa que no ocultaba nada. Había un fuego en sus ojos. Me acerqué lentamente, sin dejar de observarla. Ella me sostuvo la mirada durante lo que parecieron eternos segundos. Sin decir una palabra, se llevó las manos a los tirantes de su camiseta y comenzó a jugar con el borde de su camiseta.

Con un movimiento lento y deliberado, desabrochó los tirantes y dejó que la tela resbalara, cayendo suavemente sobre el sofá. El contraste de su piel clara contra el negro de su sujetador era cautivador, resaltando la suavidad de su figura. Su piel estaba impecable, y cada curva de su figura parecía esculpida a la perfección. Me quedé embelesado al ver cómo sus pechos, plenos y firmes, se alzaban ligeramente con cada respiración.

Miriam se acomodó en el sofá, girando su cuerpo de manera que su espalda quedara apoyada en el respaldo. Sus caderas estaban ligeramente arqueadas, y la forma en que se acomodó creó un efecto hipnótico. Tomé un par de fotos, disfrutando del juego de luces y sombras sobre su figura.

Después, Miriam se movió de nuevo, esta vez sentándose un poco más al borde del sofá, dejando entrever más de sus piernas. El sujetador negro se ajustaba perfectamente a su figura, y no podía evitar notar cómo los contornos de sus tetas se dibujaban con gracia.

Mientras mi mente comenzaba a divagar, ella arqueó la espalda, haciendo que sus tetas se proyectaran hacia adelante, una invitación visual irresistible. La forma en que su cabello caía sobre sus hombros realzaba su feminidad, y cada detalle parecía capturar la esencia de su confianza.

Miriam se estiró, dejando que su cuerpo se arqueara en una curva que dejaba ver su vientre tonificado. La luz acariciaba su piel blanca, dándole un brillo que hacía que todo lo que hacía se sintiera casi etéreo.

—Quiero que te quites esos shorts —dije embobado.

Miriam titubeó por un momento, pero la chispa en su mirada era suficiente para saber que la idea le emocionaba. Con una sonrisa traviesa, se levantó lentamente y, con una habilidad cautivadora, desabrochó la hebilla de su cinturilla. Mis ojos se abrieron con interés mientras observaba cómo la tela caía suavemente, revelando sus muslos tonificados y la línea de su cintura. Llevaba unas bragas negras qué hacían juego con su sujetador. Tenía un coñazo de infarto.

—Ahora, mira hacia abajo, como si fueras consciente de tu atractivo —le sugerí.

Ella obedeció, y su expresión se tornó más suave, casi pensativa, mientras sus labios se entreabrían ligeramente. Era un espectáculo cautivador, y el bulto en mis pantalones se hacía más notorio, cosa que Miriam notó y, con una sonrisa pícara, levantó la vista. Sus ojos brillaban con malicia al fijarse en el bulto que se asomaba en mis pantalones.

—¿Qué tal? —preguntó, alzando una ceja con curiosidad.

—Nada mal, pero creo que puedes hacerlo mejor.

Ella sonrió, captando el desafío en mi voz. Se levantó del sofá y dio un par de pasos hacia la mesa, apoyándose en ella con las manos, inclinándose ligeramente hacia adelante. Sus bragas negras dejaban ver más de lo que esperaba.

—Quítate el sujetador —dije.

Con una respiración profunda, Miriam asintió, y lentamente, comenzó a desabrocharse el sujetador. Mi corazón latía con fuerza mientras veía cómo se deslizaba la tela, dejando al descubierto la suavidad de su piel. Cuando finalmente cayó al suelo, sus tetazas estaban expuestas, el aire fresco hacía que sus pezones se erguieran.

Se giró de manera que su espalda estaba hacia mí. Con una mano, se sujetó de la mesa, inclinándose hacia adelante dejando caer sus pechos por gravedad. Después Miriam se agachó lentamente, con las manos en las rodillas, dejando que su culo se realzara de una manera que era a la vez inocente y seductora. Miriam giró su cabeza, y la expresión que apareció en su rostro era una mezcla de picardía y seducción. Era imposible no notar cómo sus tetas se elevaban y caían con cada respiración. La manera en que se mordía el labio inferior mientras se acomodaba hizo que perdiera el control de la situación.

Me bajé los pantalones y los calzoncillos, dejando salir mi polla que ya estaba incomoda adentro. Los ojos de Miriam brillaban al ver como empezaba a masturbarme rapidamente.

—Ponte en 4 —le ordené— Sí, así…arquea más la espalda.

Miraba el tremendo culazo de Miram. Con unas bragas que ya estaban de más. Me acerqué a ella poniendo mis dos manos sobre su culo redondo, y sin más comencé a bajarle las bragas.

—Qué haces… —me decía Miriam— para…

Tan solo al quitar sus bragas pude ver como escurría los líquidos de su coño hacia sus piernas. Estaba tremendamente mojada. Me acerqué a su coño depilado y olí su tremendo coñazo. Saqué mi lengua y comencé a comerle el coño, haciendo que ella instintivamente soltara un gemido.

—Mmm para… que tengo novio… ahhhh —decía en su último momente de lucidez.

Yo ya no pensaba en nada más. Solo saboreaba sus fluidos que salían de a montones. Comencé a mover mi lengua en pequeños circulos haciendo que Miriam se retorciera de placer.

—Ufff joder

Entonces saqué mi cabeza de mi coño y me masturbé un poco para poner a tono mi polla. Miriam volteó y al verme sostener mi polla vi algo de preocupación en ella.

—Ni se te ocurra… me vas a partir.

No había vuelta atrás. tomé mi polla venosa y la dirigí a la entrada de su coño, que era un horno andante.

—Despacio por favor… —dijo al sentir la punta de mi polla entrando.

Movía mi polla jugando con su coño. Disfrutaba el momento. Tenía en cuatro a la niña pija de la universidad. Aquella que tenía a su merced a la mitad de la universidad. La tipa que no se había cansado de molestarme. Me hice un poco para atrás, y con un movimiento de cadera le metí un poco más la polla.

—Ahhh tranquilo, más despacio —gemía Miriam.

Su coño era tremendamente estrecho. Estiré una de mis manos y alcancé uno de sus pechos. Comencé a acariciar su enorme pezón que ya estaba duro. En cuestión de segundos, noté que por sus espasmos, que estaba teniendo su primer orgasmo. Sin darle tregua comencé a moverme rítmicamente de atras hacia delante. El placer que me generaba su coño era indescriptible, era casi como el de una virgen.

—Bufff ahhh —chillaba Miriam.

—Y aún no entra toda —le advertí con una sonrisa maliciosa.

Miriam me miró con aquel brillo en sus ojos, preguntándose si sería capaz de resistir mi polla, que con cada embestida perforaba más su coño. El sudor de ambos combinado con los flujos de su coño caía por el piso. Solté una de sus tetas y la sujeté con mis manos en sus caderas, empezando a subir el ritmo de mis embestidas.

—Paraaa aahhhh —Miriam hacía muecas de placer con los ojos cerrados.

La tomé del cabello y la hice girar su cabeza hacia mí. Le devoraba su boca con mi lengua y ella se dejaba hacer. Era un intercambio de saliva prominente. Con mis dos manos aprisionaba sus enormes tetas, aquellas que se me habían negado la última vez. Las apretaba ligeramente y a veces fuerte.

—No seas tan brusco —me decía Miriam entre suspiros al sentir que pellizcaba sus pezones.

De pronto la volví a poner en cuatro y empecé a embestirla más fuerte. Mi polla ya entraba con mayor facilidad y los gritos de Miriam se podían escuchar por toda la casa.

—Mmm no termines dentro —decía ella— joder… me vengo, me vengo otra vez cabrón ahhhh.

Ver la cara de viciosa de Miriam y sentir las contracciones de su coño en mi polla me hicieron llegar al límite. Su coño parecía devorarme, pues no me dejó salir tan fácil de buenas a primeras pero antes de sentir el orgasmo, logré sacar mi polla y comencé a masturbarme sacando toda la leche por el culo de Miriam quien yacía acostada después de la tremenda follada que le había dado.

Respiré profunda y lentamente. Inhalaba y exhalaba observando la situación. Ahí estaba Miriam boca abajo en el suelo. Desnuda, con las piernas abiertas y con su culo embarrado de mi semen. Me paré a por mi cel y le tomé unas fotos. Ella aún seguía aturdida por lo que acaba de pasar y a decir verdad, yo tampoco imaginé que llegaría a este punto.

Estaba por cambiarme cuando escucho que alguien toca la puerta. Joder y ahora qué pensé. Tocaron más fuerte y alguien alzó la voz . ¡Miriam! escuché a alguién gritar. Una voz que me resultaba familiar. Mierda. Era Max, el novio de Miriam.​
 
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Capítulo 9



Al día siguiente, volví a la casa de Miriam para continuar con el proyecto. Me sorprendió cuando abrió la puerta, llevaba unos shorts de mezclilla cortos y una camiseta de tirantes que, aunque no era explícitamente provocativa, dejaba entrever sus generosos pechos de una manera que no podía pasar desapercibida. Lucía cómoda y relajada, pero también había una confianza en su postura, como si supiera perfectamente el impacto que causaba sin esforzarse demasiado.

—Pensé que te habías perdido —bromeó, apoyándose en el marco de la puerta, cruzando los brazos.

—¿Decepcionada de que no lo haya hecho? —repliqué con una sonrisa, tratando de no dejar que mi mirada vagara demasiado.

Ella me estudió por un segundo, como midiendo mis palabras, y luego dejó escapar una sonrisa divertida.

—Pasa, vamos a continuar con esto. Encontré algo interesante que podría servirnos.

—Seguro algo que no vamos a usar —contesté, dejándome caer en el sofá.

—Ahí vas otra vez con tu arrogancia —respondió.

Nuestras miradas se encontraron en un desafío silencioso, pero la tensión se rompió cuando Miriam no pudo contenerse más y soltó una carcajada. Su risa contagiosa llenó el ambiente, y pronto me encontré riéndome con ella, el aire ligero entre nosotros.

—Venga ya, a ponernos serios, que si no se nos hará tarde —dijo, recuperando la compostura.

Nos sentamos a trabajar en la maqueta, pero los componentes no parecían reaccionar como se esperaba. A medida que pasaban los minutos, ambos nos frustrábamos más. Miriam, con su típica terquedad, intentó mezclar cualquier cosa, probando diferentes combinaciones, pero sin mucho éxito. Después de un rato, ambos suspiramos y decidimos tomarnos un descanso.

—A todo esto —dije, aprovechando el momento de pausa— ¿dónde están tus padres?

—Viven en otro estado. Preferí rentar sola antes que quedarme en los dormitorios de la universidad —contestó, estirándose en el sofá.

—¿Problemas con los dormitorios?

—Bueno, no me agrada que sean mixtos, y bueno, prefiero tener mi propio espacio. No me imagino compartiendo habitación con alguien que probablemente no me caiga bien.

—¿Y quién te cae bien? —pregunté con una sonrisa divertida.

Miriam me lanzó una mirada burlona, pero luego sus ojos se suavizaron un poco.

—No todo el mundo me cae mal, ¿sabes? —respondió con un toque de picardía en la voz.

—¿Y qué hay de Max? —pregunté, tanteando el terreno— Nunca te había visto con él antes. Parece un buen tipo.

Miriam rodó los ojos.

—Max es un encanto. No es un arrogante como tú —respondió, alzando una ceja desafiante.

Sonreí, sabiendo que estaba provocándola.

—No es arrogancia si puedes sostenerlo.

Ella negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa traicionaba su aparente irritación.

—Conocí a Max, hace poco. Nos veíamos saliendo de la universidad. Es un tipo centrado, no le van las fiestas, drogas o esas cosas por el estilo. Y tú, ¿qué me dices de la chica de las pecas? —preguntó de repente, cambiando de tema— Siempre pensé que eran algo más que compañeros de trabajo.

Recordar a Clara me trajo una sensación incómoda. Hacía tiempo que nuestra relación se había enfriado, y últimamente apenas hablábamos.

—No es ni ha sido mi novia. Últimamente ni siquiera hablamos —contesté, encogiéndome de hombros.

Miriam me miró sorprendida.

—¿En serio? Parecían bastante unidos.

—Sí, bueno… después del show que hiciste en la fiesta de Miquel…

Miriam se sonrojó al recordar lo sucedido. Había sido un episodio bochornoso, pero en su momento, ambos nos habíamos enzarzado en una especie de competencia infantil.

—Oh, venga, ahora me echas la culpa a mí —dijo, tratando de defenderse— Si te hubieras rendido antes, nada de eso habría pasado. Fue tu orgullo de macho lo que te hizo seguir adelante.

No pude evitar soltar un suspiro, reconociendo en parte que tenía razón. La situación se había salido de control por mi terquedad. Pude haber terminado el juego en cualquier momento.

—Sí, bueno, me diste unos buenos latigazos y luego no cumpliste tu parte de la apuesta —recordé.

—Ahí vas de nuevo, sacando ese tema —respondió, fingiendo fastidio— Pensé que ya lo habíamos superado.

—Entonces no me reproches mi orgullo —dije, jugando con el tono de la conversación.

—A deir verdad me sorprendiste. Eres más duro de lo que pensaba —contestó ella.

—No fue lo único duro que te sorprendió —bromeé, arqueando una ceja.

Ella me miró con una mezcla de incredulidad y diversión.

—Gilipollas —respondió entre risas.

La conversación había tomado un giro inesperado, pero ni Miriam ni yo parecíamos estar dispuestos a detenerla.

—¿Qué, nunca habías visto una o qué? —pregunté, provocándola aún más.

Miriam intentó mantenerse seria, pero su rostro empezaba a teñirse de un leve sonrojo.

—Claro que sí —respondió, pero su voz carecía de la seguridad habitual.

—¿En serio? Porque tu cara en ese momento decía otra cosa. ¿Tu noviecito no la tiene igual o qué?

—Pues mi novio la tiene normal —dijo, intentando defender a Max.

—¿Normal? —reí— ¿Se la has medido o qué?

—Por favor, qué tonterías dices —respondió, cruzando los brazos.

—Entre tu novio y yo, ¿quién la tiene más grande? —pregunté, fingiendo curiosidad.

Miriam me miró como si estuviera intentando decidir si tomarse en serio la pregunta o simplemente ignorarme.

—¿Y eso qué importa?

—No lo sé, solo tengo curiosidad.

Ella suspiró, pero no pudo evitar seguirme el juego.

—Pues no sé… la de Max es más o menos del tamaño de mi mano —dijo, mostrando su palma abierta.

—¿De tu manita? —pregunté entre risas— El pobre chaval la tiene chica, sin ofender.

—¿Y qué si la tiene chica? —replicó Miriam, frunciendo el ceño— A mí me gusta así.

Los intentos de Miriam por defender a Max me parecían graciosos.

—Con razón saliste huyendo cuando viste mi polla.

—Por supuesto que no fue eso. No estoy tan loca como para hacerte una mamada en público.

Me quedé en silencio un momento, observando cómo Miriam jugueteaba con un mechón de su cabello, parecía algo incómoda con la dirección que había tomado nuestra charla, pero sabía que podía seguir empujando, si lo hacía correctamente.

—Vale, creo que me pasé un poco con lo de tu novio, lo siento —dije finalmente, dándole una salida.

Ella me miró, y por un segundo pensé que se molestaría de verdad, pero luego esbozó una sonrisa pequeña, como si agradeciera el cambio de tono.

—Eres un idiota, pero te lo dejaré pasar… esta vez.

Miriam me lanzó una mirada divertida. Se levantó y caminó hasta la ventana apoyándose contra el marco, mirando hacia afuera. Desde mi posición, el sol iluminaba su figura, resaltando cada curva de su cuerpo. Era una vista difícil de ignorar. Entonces se me ocurrió algo.

—Bueno, la última vez quedamos a medias, ¿no? —le dije detrás.

—Venga ya, no terminaré de darte la mamada de aquella fiesta.

—Me refería a las fotos de ayer. Qué hoy hasta te has puesto mejor para posar eh —sonreí.

—Quisieras —Miriam hizo su mirada a un lado.

Me levanté y saqué la cámara de la mochila para ajustarla.

—Venga que esperas —le dije.
Miriam pareció dudar unos momentos pero luego me siguió la corriente.

—Va, pero no te confundas, solo será modelaje —dijo entrecerrando sus ojos.

Se apartó de donde estaba y se sentó en el borde del sofá, cruzando una pierna sobre la otra. Levantó un brazo, ajustando su cabello, mientras su mirada se fijaba en mí con intensidad. Estaba jugando, y lo sabía.

—¿Qué tal? —preguntó, mirando por encima del hombro mientras una pequeña sonrisa jugaba en sus labios.

—Muy bien —respondí, acercándome para tomar otra foto, capturando cómo la luz del sol acariciaba su piel.

Cada foto que tomaba hacía que Miriam se sintiera más cómoda y segura, cambiando ligeramente de postura, dejando que mi mirada dirigiera cada movimiento.

—Podrías… ponerte más cómoda —sugerí después de un rato.

Miriam se detuvo por un segundo, como si estuviera evaluando la situación. Luego, sin decir una palabra, deslizó los tirantes de su camiseta hacia abajo, dejándolos caer por sus hombros. La tela se mantuvo apenas cubriéndola, pero el gesto fue suficiente para que el ambiente se volviera aún más cargado.

—¿Así está bien? —preguntó, su voz suave pero cargada de provocación.

Mi respiración se volvió un poco más pesada mientras tomaba otra foto.

—Perfecto —murmuré, sin dejar de mirarla a través del lente.

Ella se giró hacia mí, con los tirantes aún caídos y una sonrisa que no ocultaba nada. Había un fuego en sus ojos. Me acerqué lentamente, sin dejar de observarla. Ella me sostuvo la mirada durante lo que parecieron eternos segundos. Sin decir una palabra, se llevó las manos a los tirantes de su camiseta y comenzó a jugar con el borde de su camiseta.

Con un movimiento lento y deliberado, desabrochó los tirantes y dejó que la tela resbalara, cayendo suavemente sobre el sofá. El contraste de su piel clara contra el negro de su sujetador era cautivador, resaltando la suavidad de su figura. Su piel estaba impecable, y cada curva de su figura parecía esculpida a la perfección. Me quedé embelesado al ver cómo sus pechos, plenos y firmes, se alzaban ligeramente con cada respiración.

Miriam se acomodó en el sofá, girando su cuerpo de manera que su espalda quedara apoyada en el respaldo. Sus caderas estaban ligeramente arqueadas, y la forma en que se acomodó creó un efecto hipnótico. Tomé un par de fotos, disfrutando del juego de luces y sombras sobre su figura.

Después, Miriam se movió de nuevo, esta vez sentándose un poco más al borde del sofá, dejando entrever más de sus piernas. El sujetador negro se ajustaba perfectamente a su figura, y no podía evitar notar cómo los contornos de sus tetas se dibujaban con gracia.

Mientras mi mente comenzaba a divagar, ella arqueó la espalda, haciendo que sus tetas se proyectaran hacia adelante, una invitación visual irresistible. La forma en que su cabello caía sobre sus hombros realzaba su feminidad, y cada detalle parecía capturar la esencia de su confianza.

Miriam se estiró, dejando que su cuerpo se arqueara en una curva que dejaba ver su vientre tonificado. La luz acariciaba su piel blanca, dándole un brillo que hacía que todo lo que hacía se sintiera casi etéreo.

—Quiero que te quites esos shorts —dije embobado.

Miriam titubeó por un momento, pero la chispa en su mirada era suficiente para saber que la idea le emocionaba. Con una sonrisa traviesa, se levantó lentamente y, con una habilidad cautivadora, desabrochó la hebilla de su cinturilla. Mis ojos se abrieron con interés mientras observaba cómo la tela caía suavemente, revelando sus muslos tonificados y la línea de su cintura. Tenía unas bragas negras qué hacían juego con su sujetador. Tenía un coñazo de infarto.

—Ahora, mira hacia abajo, como si fueras consciente de tu atractivo —le sugerí.

Ella obedeció, y su expresión se tornó más suave, casi pensativa, mientras sus labios se entreabrían ligeramente. Era un espectáculo cautivador, y el bulto en mis pantalones se hacía más notorio, cosa que Miriam notó y, con una sonrisa pícara, levantó la vista. Sus ojos brillaban con malicia al fijarse en el bulto que se asomaba en mis pantalones.

—¿Qué tal? —preguntó, alzando una ceja con curiosidad.

—Nada mal, pero creo que puedes hacerlo mejor.

Ella sonrió, captando el desafío en mi voz. Se levantó del sofá y dio un par de pasos hacia la mesa, apoyándose en ella con las manos, inclinándose ligeramente hacia adelante. Sus bragas negras dejaban ver más de lo que esperaba.

—Quítate el sujetador —dije.

Con una respiración profunda, Miriam asintió, y lentamente, comenzó a desabrocharse el sujetador. Mi corazón latía con fuerza mientras veía cómo se deslizaba la tela, dejando al descubierto la suavidad de su piel. Cuando finalmente cayó al suelo, sus tetazas estaban expuestas, el aire fresco hacía que sus pezones se erguieran.

Se giró de manera que su espalda estaba hacia mí. Con una mano, se sujetó de la mesa, inclinándose hacia adelante dejando caer sus pechos por gravedad. Después Miriam se agachó lentamente, con las manos en las rodillas, dejando que su culo se realzara de una manera que era a la vez inocente y seductora. Miriam giró su cabeza, y la expresión que apareció en su rostro era una mezcla de picardía y seducción. Era imposible no notar cómo sus tetas se elevabab y caían con cada respiración. La manera en que se mordía el labio inferior mientras se acomodaba hizo que perdiera el control de la situación.

Me bajé los pantalones y los calzoncillos, dejando salir mi polla que ya estaba incomoda adentro. Los ojos de Miriam brillaban al ver como empezaba a masturbarme rapidamente.

—Ponte en 4 —le ordené— Sí, así…arquea más la espalda.

Miraba el tremendo culazo de Miram. Con unas bragas que ya estaban de más. Me acerqué a ella poniendo mis dos manos sobre su culo redondo, y sin más comencé a bajarle las bragas.

—Qué haces… —me decía Miriam— para…

Tan solo al quitar sus bragas pude ver como escurría los líquidos de su coño hacia sus piernas. Estaba tremendamente mojada. Me acerqué a su coño depilado y olí su tremendo coñazo. Saqué mi lengua y comencé a comerle el coño, haciendo que ella instintivamente soltara un gemido.

—Mmm para… que tengo novio… ahhhh —decía en su último momente de lucidez.

Yo ya no pensaba en nada más. Solo saboreaba sus fluidos que salían de a montones. Comencé a mover mi lengua en pequeños circulos haciendo que Miriam se retorciera de placer.

—Ufff joder

Entonces saqué mi cabeza de mi coño y me masturbé un poco para poner a tono mi polla. Miriam volteó y al verme sostener mi polla vi algo de preocupación en ella.

—Ni se te ocurra… me vas a partir.

No había vuelta atrás. tomé mi polla venosa y la dirigí a la entrada de su coño, que era un horno andante.

—Despacio por favor… —dijo al sentir la punta de mi polla entrando.

Movía mi polla jugando con su coño. Disfrutaba el momento. Tenía en cuatro a la niña pija de la universidad. Aquella que tenía a su merced a la mitad de la escuela. La tipa que no se había cansado de molestarme. Me hice un poco para atrás, y con un movimiento de cadera le metí un poco más la polla.

—Ahhh tranquilo, más despacio —gemía Miriam.

Su coño era tremendamente estrecho. Estiré una de mis manos y alcancé uno de sus pechos. Comencé a acariciar su enorme pezón que estaba ya estaba duro. En cuestión de segundos, noté que por los espasmos de ella estaba teniendo su primer orgasmo. Sin darle tregua comencé a moverme rítmicamente de atras hacia delante. El placer que me generaba su coño era indescriptible, era casi como el de una virgen.

—Bufff ahhh —chillaba Miriam.

—Y aún no entra toda —le advertí con una sonrisa maliciosa.

Miriam me miró con aquel brillo en sus ojos, preguntándose si sería capaz de resistir mi polla, que con cada embestida perforaba más su coño. El sudor de ambos combinado con los flujos de su coño caía por el piso. Solté una de sus tetas y la sujeté con mis manos en sus caderas, empezando a subir el ritmo de mis embestidas.

—Paraaa aahhhh —Miriam hacía muecas de placer con los ojos cerrados.

La tomé del cabello y la hice girar su cabeza hacia mí. Le devoraba su boca con mi lengua y ella se dejaba hacer. Era un intercambio de saliva prominente. Con mis dos manos aprisionaba sus enormes tetas, aquellas que se me habían negado la última vez. Las apretaba ligeramente y a veces fuerte.

—No seas tan brusco —me decía Miriam entre suspiros al sentir que pellizcaba sus pezones.

De pronto la volví a poner en cuatro y empecé a embestirla más fuerte. Mi polla ya entraba con mayor facilidad y los gritos de Miriam se podían escuchar por toda la casa.

—Mmm no termines dentro —decía ella— joder… me vengo, me vengo otra vez cabrón ahhhh.

Ver la cara de viciosa de Miriam y sentir las contracciones de su coño en mi polla me hicieron llegar al límite. El coño de Miriam parecía devorarme, pues no me dejó salir tan fácil de buenas a primeras pero antes sentir el orgasmo salir alcancé a sacar mi polla y comencé a masturbarme sacando toda la leche por el culo de Miriam quien yacía acostada después de la tremenda follada que le había dado.

Respiré profunda y lentamente. Inhalaba y exhalaba observando la situación. Ahí estaba Miriam boca abajo en el suelo. Desnuda, con las piernas abiertas y con su culo embarrado de mi semen. Me paré a por mi cel y le tomé unas fotos. Ella aún seguía aturdida por lo que acaba de pasar y a decir verdad, yo tampoco imaginé que llegaría a este punto.

Estaba por cambiarme cuando escucho que alguien toca la puerta. Joder y ahora qué pensé. Tocaron más fuerte y alguien alzó la voz . ¡Miriam! escuché a alguién gritar. Una voz que me resultaba familiar. Mierda. Era Max, el novio de Miriam.​
Tremendo!! Nos has dejado en lo mas alto y con la polla mas dura que una barra de acero!! 😏
 
Capítulo 10


Mi mente todavía procesaba lo que acababa de ocurrir entre nosotros. Comencé a cambiarme intentando regresar a la realidad.

—¡Miriam! —gritó nuevamente Max.

Miriam, sorprendida y nerviosa, rápidamente se puso de pie y buscó sus shorts, mientras yo intentaba pensar en cómo escapar de esta. No había tiempo para huir ni para salir por la puerta sin ser visto. Miriam me hacía señas para que no hiciera ruido, pero el sonido del celular de ella recibiendo la llamada de su novio nos delató.

—!Ya voy amor! —gritó ella.

—Toma la ropa del suelo y escóndete arriba —me susurró alterada mientras se ponía la camisa de tirantes.

Sin hacer ruido tomé las cosas y subí los escalones lo más rápido que pude, mientras ella terminaba de arreglarse. Me escondí en la pequeña habitación del segundo piso, donde apenas cabían algunas cajas y cosas viejas. Desde allí, podía escuchar con claridad todo lo que sucedía abajo.

Miriam abrió la puerta despacio, claramente nerviosa, mientras Max seguía llamando.

—¡Max! —dijo, intentando sonar despreocupada— ¿Qué haces aquí? No te esperaba.

—Te llamé varias veces y no contestaste —respondió Max, entrando rápidamente en la casa sin esperar una invitación. Su tono era firme, pero también mostraba cierta preocupación— Quería asegurarme de que estabas bien.

—Estoy bien, solo que estaba muy concentrada en el proyecto y no escuché el teléfono —dijo ella, caminando hacia el sofá, intentando actuar con naturalidad, aunque la tensión en su voz era evidente.

Desde mi escondite, escuchaba cada palabra. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras Max se movía por la sala de estar, inspeccionando el lugar. Miriam trataba de distraerlo, de mantener la conversación ligera.

Me terminé de poner la camiseta cuando noté que en la ropa que había tomado, estaban las bragas negras de Miriam. Las tomé con una mano y aunque no las tenía tan cerca de mi nariz, me llegaba ese olor a coño.

—¿Estás sola? —preguntó, su voz sonaba directa, casi fría.

Hubo una pausa incómoda. Pude sentir cómo Miriam tragaba saliva desde mi posición.

—Sí, claro. He estado trabajando todo el día —respondió rápidamente, aunque su tono no era del todo convincente.

Max se detuvo un momento, como si estuviera evaluando la situación. Podía escuchar sus pasos pesados al moverse.

—Huele raro—dijo Max.

—Sí, ya sabes, experimentando con el volcán —rio nerviosa.

—¿Ya terminaste con tu experimento? —preguntó él.

—Estoy en eso. Solo un par de detalles más —dijo Miriam, pero su tono tembloroso me hizo dudar de que todo estuviera bajo control.

—Voy a subir a la habitación un momento. Necesito usar el baño —dijo Max, de repente.

Mi corazón se detuvo.

—No, espera. El baño de arriba está... —Miriam comenzó a decir apresuradamente, pero él ya había comenzado a caminar hacia las escaleras.

Cada paso resonaba en mi cabeza, cada segundo parecía eterno. Si por casualidad entraba al cuarto, no había forma de salir de esta.

Escuché a Max entrar al baño y acto seguido llega Miriam al cuarto. Nuevamente con sus shorts y camisa de tirantes. Estaba algo despeinada, sudorosa y bajo esos shorts no llevaba nada. Mi polla dio un ligero respingo al pensarlo.

—¡Marcelo! —susurró, casi con desesperación— Tienes que salir de aquí. Rápido.

Sin pensarlo dos veces, me di la vuelta y salí del cuarto, despacio, intentando ser lo más silencioso posible. Me asomé antes de bajar las escaleras por el pasillo y vi a Miriam de espaldas, revisando su teléfono y vigilando en la puerta del baño a su novio.

Cuando por fin, llegué a la puerta salí con una rapidez casi instintiva. Una vez en el jardín, di un suspiro de alivio, sintiendo cómo la tensión comenzaba a desvanecerse.


Me dirigí al dormitorio de Simón, todavía seguía aturdido por lo ocurrido y necesitaba hablar con alguien de lo que sucedió.

—¡¿Qué te follaste a quíen?! —dijo Simón.

—Shhh baja la voz Simón —le hice una ademán para que se callara.

—Joder, es que lo que dices es de no creerse. Eres un buen soñador Marcelo —sonreía Simón.

—Que va. Puedo probartelo —dije enseñándole una de las fotos que le saqué con la cámara.

—Seguro que lo sacaste de una red social. No voy a caer tan fácil —Simón me miraba escéptico.

—¿Y crees que esto lo sacaría de una red social? —pregunté.

Esta vez le enseñaba la foto de Miriam tirada en el suelo con mi semen en su culo.

—Joder chaval —abría los ojos Simón al ver la foto —Joder… de no creerse, menuda foto, presta.

Simón miraba anonadado la foto que había tomado.

—Cuentamelo todo —Simón volteaba a mirarme expectante.

Comencé a contarle lo del proyecto de química, cómo habíamos hecho las paces ayer y como una cosa llevó a la otra.

—Vaya morbo, de solo ponerme en tus zapatos me he puesto a mil.

—Y eso no es todo—dije.

De mis bolsillos saqué las bragas negras de Miriam que aún seguían un poco húmedas.

—Joder, no sé si eres mi heroé o eres un cerdo —reía Simón.

—Que va, solo las quiero como un recordatorio. Como un trofeo —sonreí.

—Bueno, no eres el único que tiene noticia —agregó Simón.

—¿Así? —lo miré extrañado.

—Sí, ¡Tenemos una cita con las gemelas! —dijo sonriendo.

—¿Las gemelas del primer piso? —pregunté.

—Ni más, ni menos.

—Va, pero se puede saber por qué yo voy incluído.

—Te veía algo deprimido después de lo sucedido con Clara y pensé en subirte los ánimos —se encogió de hombros— aunque claro, eso fue antes de saber que te follaste a Miriam.

—No lo sé Simón. No me agrada la idea de una cita doble.

—Venga Marcelo, no me puedes dejar abajo. Le prometí a las gemelas que vas a ir. Por favor, lo hice pensando en ti, ahora hazlo por mí.

—Joder, ¿cuando es? —pregunté resignado.

—Este mismo Viernes.

—Bueno si no me llaman para tocar, ahí estaré.

—Eres el mejor chelo —me dio una palmada en el hombro— de ahora en adelante seremos compañeros de folladas.

—Eso no sonó tan bien… —alcé una ceja.

Simón se echó a reír.

—¿Bros te parece mejor? —repuso.

—Qué más da —me encogí de hombros.


Era una mañana más de clases, y mientras caminaba por los pasillos del campus, mi mente vagaba por todas partes menos en las materias. Había dormido poco la noche anterior, repasando algunos apuntes. Pasé por el café de la esquina, donde un grupo de chicos hacían fila para su dosis matutina de cafeína. Mi estómago gruñó, recordándome que había saltado el desayuno, pero decidí que no tenía tiempo para detenerme.

A lo lejos, en uno de los pasillos más iluminados por la luz natural que se filtraba por los ventanales, estaban Miriam y su amiga, Vivi. Las dos caminaban juntas, riéndose de algo que seguramente solo ellas entendían. Tenía que hablar con Miriam para ponernos de acuerdo con la entrega del reporte, así que me acerqué a saludar.

—¿Marcelo? —Miriam me miró sorprendida, mientras Vivi me observaba con un desprecio casi palpable.

—Lo siento, chico, pero no damos limosna —bromeó Vivi, empujando a Miriam para que se riera con ella.

—Vengo a hablar del proyecto Miriam —dije ignorando completamente a Vivi.

—Mala suerte para ti, que ya estoy hablando con Miriam. Esfúmate —replicó Vivi.

—Sí Marcelo, no ves que estoy ocupada —agregaba Miriam— Lo que tenga que ver con la escuela lo vemos en la clase, que fuera de ella no me junto con la muchedumbre.

Vivi y Miriam soltaron a reír. Me sentí atrapado entre su sarcasmo y la hostilidad de Vivi, pero intenté mantener la compostura.

—Está bien —respondí, dándome la vuelta— Ya veo cómo son las cosas.

—¡Ay, por favor! —replicó Vivi, rodando los ojos dramáticamente— Ahora te haces el interesante, vete antes de que nos aburramos más.

Pero justo cuando di un paso para marcharme, Miriam dio un pequeño paso hacia adelante.

—Espera... —dijo en voz baja, apenas audible.

—¿Espera qué? —saltó Vivi, tirando de su brazo— ¿De verdad te importa lo que este chico tenga que decir?

Miriam me miró, y por un segundo, vi algo diferente en su rostro. Un destello de duda, tal vez de arrepentimiento. Pero antes de que pudiera procesarlo, Vivi ya la había arrastrado de nuevo a su juego.

Las clases comenzaron y me senté al fondo, como de costumbre, intentando concentrarme, pero mis pensamientos no dejaban de divagar. Cada tanto, mis ojos se dirigían al otro extremo del salón, donde Miriam estaba sentada junto a Vivi. Hablaban en voz baja, y a veces veía cómo Miriam reía por algún comentario que su amiga hacía. En algunas ocasiones, Miriam me sorprendía mirándola y nuestras miradas se cruzaban por un breve segundo.

Como era de esperarse, el profesor de química nos llamó la atención por ir atrasados con los reportes del proyecto, la exposición era pronto y si no entregamos algo bien documentado, podríamos reprobar.

Por otro lado, mis calificaciones en la clase de inglés habían mejorado, no mucho, pero lo suficiente como para notar un avance. Las sesiones de asesoría con la profesora Abigail estaban dando frutos, y aunque la mejora no era drástica, me daba un pequeño alivio. Al salir de clases, la profesora se acercó a mí.

—Marcelo, no podré atenderte en mi oficina hasta nuevo aviso —me dijo Abigail mientras salíamos del aula.

Su tono era casual, pero algo en su expresión triste me hizo pensar que había más detrás de sus palabras. Me tomé unos segundos para observarla mejor, como solía hacer cuando tenía la oportunidad. A decir verdad, últimamente algo era diferente en ella. No solo era la forma de dar las clases, pues ya no se notaba ese entusiasmo característico en ella, ya ni siquiera se dignaba en callar a los alumnos que cuchicheaban entre ellos y no ponían atención, sino que también su vestimenta había cambiado.

La profesora solía vestir formal, con su chaleco, pantalones de vestir o faldas que llegaban hasta el suelo, pero últimamente vestía más “ligera”. Hoy llevaba una falda ajustada que le llegaba casi a las rodillas y una blusa que a comparación a cuando traía el chaleco, dejaba entrever más sus tetas. No tenía las curvas exuberantes de Miriam, pero su figura era esbelta, con un porte natural que exudaba confianza. Sus ojos, brillantes y llenos de inteligencia, revelaban más experiencia de la que su apariencia juvenil dejaba ver. Pasaba de los treinta, pero su cuerpo aún conservaba esa firmeza que tanto atraía a varios alumnos.

—¿Pasa algo, profesora? —pregunté, intentando sonar despreocupado.

—Oh, nada grave. Solo he estado muy ocupada últimamente —respondió, haciendo un gesto con los ojos hacia el cielo, como si la situación fuera un fastidio constante en su vida.

—Es una lástima, justo cuando estaba empezando a sentir que mejoraba —comenté, con un toque de honestidad, aunque algo más también quería decir. Mis sesiones privadas con ella me habían dado más que conocimientos de inglés.

—Lo sé, Marcelo, pero no te preocupes —dijo con una sonrisa amable— Si lo deseas, podemos continuar las sesiones en mi casa por la tarde. No es un gran cambio, y estarás más cómodo que en la oficina.

Su propuesta me tomó por sorpresa. No esperaba una oferta tan personal, pero rápidamente intenté ocultar mi sorpresa.

—Claro, veré si tengo tiempo. Estoy con un proyecto, pero podría organizarme —respondí, intentando sonar neutral, aunque la idea me parecía tentadora.

En ese momento, sentí que mi celular vibraba con frecuencia, interrumpiendo la conversación. Intenté ignorarlo, pero tras varios mensajes seguidos, no pude evitar sacar el teléfono. Era un grupo al que me habían añadido sin previo aviso, y las notificaciones no paraban. Deslicé el dedo por la pantalla y noté que los mensajes eran en su mayoría fotos, hasta que una en particular llamó mi atención, una chica de espaldas que solo llevaba una tanga, con una postura que me resultaba extrañamente familiar.

—¿Todo bien, Marcelo? —preguntó la profesora Abigail, notando mi distracción.

—Sí, profesora, todo bien... aunque debo irme ahora mismo. Disculpe la interrupción —dije, algo nervioso mientras guardaba el celular y me apresuraba a despedirme.

Apenas me alejé, volví a revisar el celular. Había un mensaje que sobresalía entre todos. “Démosle la bienvenida a Marcelo, nuestro nuevo colaborador”. Mi estómago dio un vuelco. ¿Qué diablos...? Mi primer instinto fue abandonar el grupo de inmediato, pero antes de que pudiera hacerlo, el teléfono sonó. Un número desconocido. A pesar de mi mejor juicio, contesté.

—Hola, Marcelo. Ha pasado un tiempo, ¿no?

Esa voz. No podía confundirla. Era Randal, con su tono pausado y seco, el alma del club de fotografía.

—¿Qué quieres ahora? —respondí, frustrado.

—Oh, siempre tan impaciente... —su risa breve y áspera resonó por el auricular— Mira, como nuevo miembro oficial del club, estarás en ese grupo. Es nuestra manera de mantenernos comunicados, y tenemos ciertas tradiciones. Ya lo verás. También sabemos divertirnos.

La incomodidad comenzó a asentarse en mi estómago, pero antes de que pudiera decir algo, Randal continuó.

—Mira, Marcelo, tenemos un trabajo para ti. Hay una nueva presa en la mira, la profesora Abigail. Sabemos que te llevas bien con ella, así que esto te interesará.

—¿Qué tiene que ver Abigail en todo esto? No la metas en tus tonterías —dije rápidamente.

—Queremos que la vigiles, que la observes. Confía en mí, te llevarás una sorpresa. Ten la cámara lista, ¿de acuerdo?

Sin esperar respuesta, colgó. Me quedé mirando el teléfono en silencio, incrédulo. Ahora tenía que hacer de espía, y lo peor era que la profesora Abigail, alguien que de alguna forma respetaba, estaba en el centro de esto.

Decidí seguirla a distancia mientras caminaba por el campus. Intentaba no llamar la atención, manteniendo la discreción lo mejor que podía. Abigail, sin saber que la vigilaban, caminaba con paso tranquilo, saludando a varios alumnos en el camino. Algunos chicos se giraban para mirarle el culo mientras pasaba, y aunque solían disimular, sus intenciones eran claras. Yo, sin embargo, tenía una misión diferente, aunque, por alguna razón, me sentía como uno más de esos tipos, un voyerista.

Estaba perdiendo el tiempo y tenía cosas más importantes qué hacer. Tenía que encontrar a Miriam y ponernos de acuerdo para la entrega del reporte, de cualquier forma, si no pasaba química, estaba perdido, así que lo que me pidió Randal tenía que esperar.

Volví en busca de Miriam, frustrado por la falta de avances en el proyecto de química. El tiempo apremiaba, y pronto tendríamos que mostrar resultados. Maldije nuevamente no tener su número de celular; hubiera sido más fácil evitar todo este rodeo. Pensé en dónde podría estar. Recordé que a veces entrenaba en las canchas de vóley, así que decidí empezar por ahí. Al llegar, me di cuenta de que no había nadie, el entrenamiento debió haberse cancelado. Entonces, recordé que su novio Max jugaba fútbol americano, y con la esperanza de encontrarla, me dirigí a las canchas cerca del polideportivo.

Al llegar, observé que estaban en medio de un partido. Rápidamente localicé a Max en el campo, corriendo con determinación en sus ojos. Estaba a punto de marcharme cuando, para mi sorpresa, la vi, Miriam, sola en las gradas, animando desde su lugar. Tal como había supuesto, había ido a apoyar a su novio.

Estaba parada de espaldas a mí. Llevaba unos jeans ajustados, que hacía casi imposible no desviar la mirada a su culo, además de que su crop top negro, dejaba a la imaginación sus enormes tetas. Me acerqué, aprovechando que no estaba rodeada por su grupo habitual de amigas.

—¿Qué quieres ahora? —me espetó Miriam, con el ceño fruncido, su voz cargada de irritación.

—¿Cuál es tu problema conmigo? —le respondí sin rodeos— Solo quiero hablar del proyecto, ¿o es mucho pedir?

Ella resopló y rodó los ojos con una actitud que parecía calculada para molestarme.

—Ok, hablemos, pero no aquí. No quiero que me vean contigo —dijo mientras miraba con inquietud hacia el campo, asegurándose de que Max no nos estaba prestando atención.

La seguí hasta un pasillo lateral del polideportivo, un área más apartada y semi vacía a esas horas. El lugar estaba desierto, las sombras de la tarde alargándose en los rincones.

—¿Qué fue esa actitud de mierda más temprano? —le reclamé, sin poder contener mi enfado— Te burlaste de mí con Viviana. Pensé que habíamos superado esa etapa, Miriam.

Ella me miró, con una chispa de resentimiento en los ojos.

—Te lo tienes bien merecido, idiota. Todo es por lo que pasó ayer.

—¿De qué hablas? —le respondí, confundido— ¿Ahora resulta que la culpa es mía?

—Pues claro que es tu culpa, ¡imbécil! Por poco nos descubre Max. Y encima no usaste protección. ¿Qué clase de idiota eres? Ni a mi novio le permito follarme sin protección.

Sus palabras me golpearon, pero me defendí de inmediato.

—¿Ahora vas a decir que fue todo cosa mía? —le espeté— No te vi detenerme. Estabas disfrutando igual o más que yo, no te hagas la inocente.

Su rostro se tensó de rabia, y antes de que pudiera reaccionar, intentó abofetearme. Pero fui más rápido, bloqueando su mano en el aire. La rabia en sus ojos solo creció cuando vio que no me inmutaba. Forcejeó para liberar su mano, y la solté.

—¡Eres un idiota! —gritó, su rostro enrojeciendo— Si crees que lo de ayer cambia algo, estás muy equivocado. Para mí no eres más que un error, y Max es lo único que me importa.

Sus palabras fueron como un puñetazo, pero no estaba dispuesto a quedarme callado.

—¿Ah, sí? —le respondí con frialdad— ¿Y dónde estaba todo ese amor por Max anoche? Porque no parecía importarte cuando te estaba follando. De hecho, parece que no te folla muy bien, con lo desesperada de polla que estabas.

Eso fue la gota que colmó el vaso. Miriam intentó abofetearme de nuevo, pero esta vez no solo la detuve. La tomé firmemente por la cintura y la atraje hacia mí, sin darle tiempo a reaccionar. Nuestras miradas se encontraron en un cruce de emociones, ira y algo más que no podía identificar del todo. Cuando vi que su mirada se desvió hacia mis labios, tomé la iniciativa y la besé.

Fueron solo unos segundos antes de que se apartara, con el rostro encendido.

—¡Cabronazo! —gritó, sin aliento, aunque su tono no parecía tan firme como antes— No te creas que...

No la dejé terminar. La atraje hacia mí de nuevo y la besé más intensamente, con ambas manos aferradas a su cintura. Esta vez Miriam no puso tanta resistencia y nuestras bocas se movieron al unísono, las lenguas entrelazándose en un beso cargado de deseo y rabia contenida. La arrinconé contra la pared, Miriam forcejeaba, intentando apartarse, pero no con la fuerza que habría esperado. Pude notar cómo su cuerpo se tensaba, cómo intentaba mantener la distancia, pero su resistencia parecía más mental que física. Su respiración era rápida, entrecortada, y sus manos temblaban un poco.

—¡Suéltame, gilipollas! —espetó entre jadeos, aunque sus labios no se alejaban lo suficiente para demostrar verdadero rechazo.

Yo no aflojé mi agarre, manteniéndola firme contra mí, nuestras respiraciones rápidas y descontroladas chocando entre nosotros.

—¿Es esto lo que quieres, eh? —la provocaba, mis labios rozando los suyos entre beso y beso, con una sonrisa desafiante.

Sus ojos destellaron, furiosos, mientras intentaba decir algo mordaz, pero las palabras se le ahogaban en la garganta cada vez que nuestras bocas se encontraban de nuevo.

Mis manos bajaron a su culo, acercándola más a mí, apretándola contra mi cuerpo. Podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba a pesar de sus intentos por resistirse, su respiración acelerada, su pecho subiendo y bajando con una mezcla de ira y deseo que ni ella misma podía disimular. Su orgullo luchaba por mantenerse erguido, pero cada vez que nuestras bocas se encontraban, era como si una parte de ella cediera un poco más. Miriam suspiró contra mi boca, un sonido que apenas alcanzaba a oírse, pero que decía más que cualquier insulto que me dijo antes.

Mis labios abandonaron los suyos por un momento y comenzaron a explorar su mandíbula, bajando hacia su cuello. El suave aroma de su perfume mezclado con el sudor del día me embriagaba, y no pude evitar morder suavemente la piel de su cuello. Sentí cómo su cuerpo se estremecía bajo mi toque, una clara señal de que, a pesar de todo lo que pudiera decir o pretender, estaba disfrutando tanto como yo.

—Marcelo... —murmuró entre jadeos, apenas audible.

Los ojos de Miriam estaban nublados por la mezcla de emociones. No dijo nada, pero su mirada lo decía todo. Sin pensarlo demasiado, la tomé del brazo y la llevé por el pasillo del polideportivo hasta llegar a la puerta de un baño vacío. Entramos apresurados, y luego cerré el pestillo detrás de nosotros con un clic que resonó en la pequeña habitación.

El eco de nuestras respiraciones era lo único que se escuchaba en el espacio cerrado. La luz del lugar, tenue y parpadeante, proyectaba sombras en las paredes, pero ninguno de los dos parecía notar el entorno.

Nuestros labios se volvieron a encontrar, esta vez con más urgencia. Sentí cómo sus manos bajaban lentamente hasta mi pecho, aferrándose a mi camisa con fuerza. Sus respiraciones se volvían más rápidas, y cada vez que la tocaba, su cuerpo respondía de forma aún más intensa.

Sin romper el beso, dejé que mis manos encontraran el borde de mi propia camisa. El movimiento fue casi instintivo. Deslicé la tela hacia arriba, sintiendo cómo el aire frío del baño chocaba contra mi piel mientras la retiraba. Miriam se apartó apenas unos centímetros, sus ojos recorriendo mi torso expuesto. Había un brillo en su mirada, una mezcla de sorpresa y deseo, que me hizo sentir aún más atraído hacia ella. Miram dio un paso hacia mí, colocando sus manos en mi pecho desnudo. Sus dedos eran suaves, pero su toque era firme, explorando mi piel como si quisiera memorizar cada centímetro.

Mis manos, casi de manera inconsciente, acariciaron su espalda, explorando su figura con delicadeza, pero también con una necesidad que no podía controlar. Noté cómo su cuerpo se estremecía con cada toque, sus músculos tensándose bajo mi tacto.

Miriam retrocedió apenas un paso, nuestros labios todavía cerca, y sin decir una palabra, sus manos se movieron hacia el botón de sus pantalones. Vi cómo luchaba por mantener la compostura, aunque el leve temblor de sus dedos revelaba lo nerviosa que estaba.

Con un suave clic, el botón se desabrochó. Bajó lentamente el cierre, sus ojos encontrándose con los míos mientras lo hacía. Podía ver cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración entrecortada, y sentí un nudo en el estómago, una mezcla de anticipación y deseo.

Miriam deslizó los pantalones por sus caderas con un movimiento lento, dejando que la tela cayera al suelo. El aire fresco del baño rozó su piel desnuda, haciendo que se estremeciera levemente. Estaba ahí, de pie frente a mí, más vulnerable de lo que jamás la había visto. La atraje hacia mí otra vez, mis manos encontrando su culo que solo estaba cubierto por sus bragas blancas. La besé con más profundidad, como si con ese beso quisiera decirle todo lo que no podía expresar con palabras.

Me agaché y le fui bajando las brangas. Besaba sus muslos subiendo poco a poco hasta llegar a su coño depilado. Pase mi lengua por su concha mojada y ella soltó un gemido. Saboreaba todos los fluidos que salían de ella. Miriam me tomó de la cabeza con sus manos y me apretó contra su coño. Apenas podía respirar, pero lo valía. Ella se estremecía y temblaba de placer con cada lenguetazo que le daba.

Acto seguido me levanté y me bajé los pantalones con todo y calzoncillos. Miriam bajo su mirada unos breves instantes hacia mi polla y luego volvió a mirarme a los ojos, sabiendo lo que se venía.

Con un movimiento firme, la tomé por la cintura y la levanté con suavidad, sintiendo su cuerpo contra el mío. La apoyé contra la pared, su piel caliente en contacto con la fría cerámica del baño. Nos besamos desesperadamente mientras le subía su top y noté que la muy zorra vino a clases sin sujetador por debajo. Sus enormes tetas rebotaron un poco al quitarle la prenda.

Sus brazos se enroscaron alrededor de mi cuello, y su mirada, llena de deseo, me incitó a seguir. La besé nuevamente, sintiendo cómo sus labios respondían con cada movimiento mío. La sostuve firmemente, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis manos mientras la mantenía cerca.

Con un movimiento decidido, Miriam rodeó mi cintura con sus piernas, ajustándose a mí como si supiera exactamente lo que quería. Sus muslos se apretaron a mi alrededor, atrayéndome hacia ella, y la presión de su cuerpo contra el mío era tanto seductora como electrizante.

Yo la sujetaba con mis manos en su culo, mientras que las manos de Miriam se deslizaron por mis hombros y luego a mi cuello, mientras mantenía su mirada fija en la mía, pude sentir cómo se entregaba por completo a ese momento. Su respiración se aceleraba, y cada vez que se movía, sentía su cuerpo presionando contra mi polla intentando meterla en su coño.

Hasta que por fin, mi polla encontró la entrada de su concha, estaba tan húmeda que no fue tan difícil entrar.

—Ahhh… joder… jodeeer —gemía Miriam mirando al techo.

Con mis manos la levantaba un poco y dejaba caer cada vez más su coño sobre mi polla, que a pesar de que no era la primera vez que me la follaba, aún se sentía estrecho.

—Ufff… eres un cabrón… mira que follarme sin condón… mmm.

Besaba su cuello sudoroso, besos que se convertirían en chupetones que dejaban su cuello rojo.

Mientras el calor de la conexión entre nosotros crecía, de repente, escuché un golpe en la puerta, seguido de una voz que decía:

—¿Hay alguien ahí?

El sonido me sacó momentáneamente de nuestra burbuja, pero no quise detenerme. Miriam, aún con sus piernas rodeando mi cintura, me miró con una mezcla de sorpresa y excitación. Sin embargo, en lugar de separarnos, nos besamos nuevamente, como si el mundo exterior no pudiera interrumpir lo que estábamos haciendo

—No les hagas caso —murmuré entre labios, mientras la apretaba aún más contra la pared, sintiendo su cuerpo responder al mío. Miriam sonrió con complicidad, una chispa traviesa en sus ojos, como si estuviera disfrutando del riesgo de ser descubiertos.

Con una de mis manos le tapé su boca y comencé a follármela más duro. Escuchaba los gemidos ahogados de Miriam mientras parecía tener su primer orgasmo.

No sé cuánto había pasado desde que tocaron la puerta por última vez, pero estaba cansado de sostener su culazo con una mano, así que bajé mi mano que tapaba su boca hacía su culo otra vez y empecé a acelerar el ritmo.

—¡Ahhh sí! ¡no pares! ¡no pares! —Miriam ya gritaba sin mayor reparo.

—Baja la voz… —le susurré.

Miriam arqueaba la espalda cada que mi polla llegaba hasta el fondo.

—Ufff que rico —resopló.

Miriam me clavó sus uñas en mi espalda y se pegó más a mí, poniendo su cabeza cerca de mi hombro. Mi polla, que estaba bañada completamente de sus flujos vaginales, se movía en círculos dentro de ella.

—Mmm sí… me vengo, joder ahhh —gritaba de placer mientras sus uñas bajaban por mi espalda arañandome y estremeciendome de placer.

Yo también estaba por tener mi orgasmo, pero Miriam estaba tan aferrada a mí, que tuve que levantarla más para sacar mi polla antes de que pudiera correrme dentro. Fueron unos cuantos disparos de semen que cayeron por el suelo y otro más se quedaron atrapados entre las piernas de ella.

Un segundo tarde, y me habría venido dentro de su coño.​
 
Última edición:
Marcelo va a campeonar con su profesora de Inglés Abigail.
En su casa en lugar de estudiar le va hacer todo, además tiene la tarea de seguirla y espiarla por orden del club de fotografía, les enviara alguna foto o será serio y responsable y no la hundirá a Abigail con los del club para chantajearla, que es lo más seguro que quieren de ella, por eso la tarea de Marcelo.
 
Capítulo 11


Me enjuagué la cara, tratando de despejar mi mente de lo que acababa de pasar. Mi corazón aún latía con fuerza, el eco de lo sucedido vibraba en mi pecho. Mientras me abotonaba la camisa y me acomodaba la ropa, abrí la puerta del baño solo un poco, lo suficiente para asomarme y asegurarme de que el pasillo estuviera vacío. Afortunadamente, la persona que había tocado la puerta parecía haberse marchado.

Bajé la mirada y vi a Miriam sentada contra la pared, abrazando sus rodillas y con la cabeza apoyada sobre ellas. Su postura, derrotada y vulnerable, contrastaba enormemente con la intensidad de los momentos que habíamos compartido hace apenas unos minutos.

—¿Miriam, qué haces? Tenemos que salir de aquí rápido —le dije con urgencia, consciente de que cada minuto que pasábamos ahí aumentaba el riesgo de ser descubiertos.

Ella no respondió. Solo se quedó ahí, inmóvil, como si el peso de la situación la estuviera aplastando.

—Oye, ¿qué pasa? —me acerqué a ella, algo impaciente— No te puedes poner así ahora, tenemos que irnos.

—Eres un tonto... —su voz se quebró, casi inaudible, y de pronto todo el aire pareció densificarse.

Su respuesta me desconcertó, no era un reproche, sonaba a algo más profundo, a un dolor que estaba emergiendo desde dentro.

—Venga, Miriam, tenemos que salir de aquí. Estás en un baño de hombres —Intenté inyectarle algo de urgencia a mis palabras, sin mucho éxito.

—Sal tú —repitió, esta vez con un tono más firme, pero aún cargado de tristeza.

No esperaba este cambio tan abrupto de emociones. Hace unos minutos habíamos estado entregados el uno al otro y ahora ella parecía quebrarse por dentro. Me agaché frente a ella, intentando ver sus ojos, pero seguía escondida, luchando con sus propios sentimientos.

—¿Qué pasa, Miriam? Dime, ¿estás bien? —pregunté suavemente, intentando entender el torbellino que atravesaba su mente.

—Esto está mal... lo que hicimos está mal —dijo al fin, y su voz era apenas un susurro— Max... él no merece esto. Es un buen hombre. Es amable, caballeroso... y yo...

Las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas, y sus palabras me golpearon como un puño en el estómago. Sentí un nudo en la garganta. Ella estaba comenzando a derrumbarse, consumida por la culpa que ahora la aplastaba.

—Hey, no es solo tu culpa —intenté calmarla— Ambos lo hicimos... pero si quieres culpar a alguien, échame la culpa a mí.

Pero mis palabras apenas la tocaban. Estaba inmersa en su propio remolino de emociones, enfrentando la traición que acabábamos de cometer.

—Él no merece esto... Marcelo, tenemos que parar. Esto no puede seguir —levantó la vista, sus ojos hinchados y rojos, llenos de arrepentimiento.

—Sí... lo sé. Te prometo que no intentaré nada más —le extendí la mano, en un gesto de tregua— Anda, hay que salir de aquí antes de que Max empiece a buscarte.

Dudó un momento, pero finalmente tomó mi mano y la ayudé a ponerse de pie. Sentí lo frágil que estaba en ese instante, como si cualquier movimiento brusco pudiera romperla en mil pedazos.

—Voltéate —dijo ella, con voz apenas audible, mientras comenzaba a juntar su ropa.

Me giré sin protestar. El ambiente había cambiado por completo, el deseo que nos había consumido antes había sido reemplazado por el peso de la realidad, aplastándonos. Cuando escuché que terminó de vestirse, me asomé por la puerta una vez más. El pasillo seguía vacío.

—Bien, vámonos ya. Yo me iré por la izquierda —le dije, tratando de evitar cualquier contacto visual incómodo.

Ella asintió en silencio.

Me dirigí hacia la salida del polideportivo, mis pensamientos a mil por hora. No habíamos avanzado nada en el proyecto de química, y aunque lo que acababa de pasar debería haberme dejado satisfecho, no lo estaba. Algo en mí estaba en conflicto.

Estaba tan absorto en mis pensamientos que casi no noté cuando alguien se levantó de una mesa cercana y me saludó.

—¡Hey, Marcelo! —Era Max, el novio de Miriam, caminando hacia mí con una sonrisa relajada en el rostro.

El estómago me dio un vuelco.

—Ey... —alcancé a responder, tratando de mantener la compostura.

—Venimos a comer después del entrenamiento, ¿no quieres acompañarnos? Para que conozcas a todo el equipo, anda —me animaba Max con una sonrisa sincera.

—No, gracias. Ya comí —mentí rápidamente, tratando de zafarme de la situación.

—Para la próxima, supongo. ¿Has pensado en la propuesta que te hice? Puedes venir a entrenar con nosotros un día.

—Lo pensaré, Max... pero no prometo nada. Tengo que irme —dije, dando un paso hacia atrás, queriendo desaparecer de allí lo más rápido posible.

—Oye... —me detuvo Max antes de que pudiera escaparme— ¿De casualidad no has visto a Miriam? La última vez que la vi estaba en las gradas, intento comunicarme con ella pero no me contesta los mensajes.

Mi corazón saltó en mi pecho. Tragué saliva y me encogí de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía.

—Oh, Miriam... no, ni idea.

—Entendido. Bueno, mucha suerte con el proyecto. Sé que Miriam puede ser complicada a veces, pero siempre termina cooperando —sonrió, dándome una palmada en la espalda.

—Sí... ya lo vi —murmuré, agachando un poco la cabeza— Bueno, me tengo que ir.

Finalmente, logré despedirme y salí del polideportivo. El aire fresco golpeó mi rostro, pero no logró disipar la nube de pensamientos que me envolvía. Odiaba las infidelidades. Siempre había despreciado a aquellos que caían en esa trampa, y ahora, era uno de ellos.

Sentía lástima por Max, pero otra parte de mí, esa que aún recordaba los besos y caricias de Miriam, disfrutaba de la emoción, el riesgo, y la adrenalina de ser descubiertos, lo indebido. Era embriagador, casi como una droga, y aunque lo disfrutara, sabía que si seguía por ese camino, podría perderme a mí mismo.

¿Era demasiado tarde para detenerme?


Más tarde que temprano, como había calculado, la profesora Abigail regresaría a su oficina. Seguí las órdenes de Randal y me dirigí al edificio donde se encontraba su oficina. El lugar estaba casi desierto a esa hora, lo que me facilitaba no llamar la atención.

Pasaron unos minutos y, tal como lo había predicho, la vi llegar. Subió al segundo piso con la tranquilidad que siempre la caracterizaba, y la seguí con cautela hasta verla entrar en su oficina. Según me contó Randal por mensaje, alguien iría a buscarla. Tal vez no sería hoy, pero ese “alguien” se aparecería tarde o temprano.

Me dispuse a esperar, ocultándome detrás de unas macetas grandes que decoraban el pasillo cercano a su oficina. Desde allí, podía observar sin ser visto. Sentí una mezcla de incomodidad y emoción que se acumulaba en mi pecho. La tensión de estar al acecho me mantenía alerta, como si cada pequeño ruido pudiera anunciar la llegada de algo inesperado.

No pasó mucho tiempo antes de que vi al rector subir por las escaleras. Se dirigía directamente a la oficina de la profesora. Caminaba con su característica sonrisa amable, pero siempre que me lo topaba, no podía evitar sentir que todo era una fachada.

Entró sin tocar, como si el espacio le perteneciera.

Los minutos comenzaron a pasar lentamente, y el rector no salía. Mi curiosidad y nerviosismo crecían a cada segundo. Finalmente, decidí que debía averiguar qué estaba sucediendo. Me acerqué sigilosamente a la puerta de la oficina y pegué el oído a la madera, apenas audibles las voces dentro.

—¿Has pensado en mi propuesta? —preguntó la voz autoritaria del rector.

—Ya le dije que no estoy interesada —respondió Abigail, con firmeza, pero podía notar un leve temblor en su voz.

—Vamos, Abi... ¿Te puedo llamar así? Sí, así te llamaré —el rector se contestó a sí mismo con una familiaridad que me hizo hervir la sangre— Es solo una salida, nada del otro mundo.

—No es no, señor —insistió Abigail, su tono más tajante.

—Ya te dije que no me llames señor. Llámame Gonzalo, estamos en confianza —replicó él, su tono suavemente amenazador.

Me asomé por una de las ventanas del pasillo, tratando de obtener una mejor visión de lo que ocurría dentro. El rector se había recostado de manera despreocupada, una pierna sobre el escritorio, mientras Abigail permanecía sentada con una expresión de incomodidad. Su mirada iba del suelo al rostro del rector, intentando evitar cualquier contacto visual directo.

—Abi, llegar a una universidad como esta es difícil, pero mantenerse lo es aún más. Sabes que eres una profesora brillante, y te lo digo en serio, puedes llegar muy lejos. Solo déjame ayudarte. Así es como funciona en todas partes; si no te relacionas, no puedes escalar. Es natural.

Lo vi acercarse, inclinándose hacia ella con una sonrisa falsa en los labios, esa clase de sonrisa que ocultaba una amenaza. Posó una mano sobre sus hombros, y la profesora se tensó visiblemente. La incomodidad en su rostro era evidente.

—Siento que últimamente se está pasando de la raya, Gonzalo —replicó Abigail, con la voz más firme que pudo reunir.

—¿Pasarme de la raya? —El rector fingió incredulidad— Solo estoy siendo amable contigo. Lo único que te dije es que deberías venir más presentable a la universidad.

Abigail lo miró con el ceño fruncido, claramente disgustada.

—Para gusto suyo, claro.

—Eres una belleza natural, Abi —respondió Gonzalo, ignorando completamente su incomodidad— Antes venías como una monja. Esa falda más corta y ese escote... te quedan de lujo.

Chifló descaradamente, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de la profesora sin ningún disimulo. Abigail apretaba los puños sobre su escritorio, su mirada fija en el suelo, como si intentara mantener el control en una situación que se le estaba escapando.

—Abi, no seas así —dijo Gonzalo, inclinándose aún más hacia ella, ahora rodeando su espalda con su brazo— ¿Qué te parece si un día de estos salimos a tomar unas copas? Podemos hablar del cierre de semestre, y ya sabes, pronto vendrán las evaluaciones de rendimiento. Si no haces algunos cambios, podrías encontrarte fuera. Pero si te portas bien, me encantaría recomendarte para un contrato de tiempo completo.

La oferta del rector colgó en el aire como una amenaza disfrazada. Abigail parecía quedarse sin palabras, su rostro reflejaba la lucha interna entre mantener su dignidad y el miedo a las consecuencias. Fue ese momento, ese pequeño gesto de vulnerabilidad en su expresión, lo que me impulsó a actuar.

Sin pensarlo demasiado, abrí la puerta de golpe.

—Profesora Abigail —dije, interrumpiendo lo que fuera que estaba sucediendo— He venido por las asesorías.

El rostro del rector, que unos momentos antes estaba lleno de satisfacción, se transformó en una máscara de frustración. Me miró con una mezcla de sorpresa y desprecio.

—Joven, estamos ocupados en una charla importante —dijo, con esa sonrisa falsa que tanto me repugnaba.

—¿Charla? Teníamos una cita para las asesorías. Ya me había dicho que hoy podría pasar —improvisé, tratando de sonar convincente.

—Esto es más importante, muchacho —contestó Gonzalo, sin perder la compostura, aunque su tono se volvía cada vez más irritado.

—¿Más importante que la educación de sus alumnos? —respondí, manteniendo mi mirada fija en la del rector— Unos compañeros también están por llegar. No querrá que nos quejemos de que no nos atienden, ¿verdad?

Gonzalo se quedó mirándome por unos segundos, evaluando la situación. Sabía que lo había puesto en una posición incómoda, y por un instante, me preocupó que fuera a reaccionar de manera violenta.

—Está bien —dijo finalmente, levantándose del escritorio con una expresión de disgusto— Me retiro... por ahora.

Se giró hacia Abigail, dándole una última mirada de advertencia, y luego salió de la oficina, pasando a mi lado sin decir una palabra más. Cuando estuvo fuera, me tomé un momento para respirar profundamente.

—¿Todo bien, profesora? —le pregunté.

Abigail me miró, su rostro una mezcla de alivio y exasperación.

—Sí... gracias, Marcelo —dijo, suspirando— Pero, ¿qué haces aquí? Te dije que las asesorías en mi oficina estaban suspendidas.

—Bueno, sí, lo sé —improvisé— pero se me pasó preguntarle la dirección de su casa para las futuras sesiones.

Abigail me observó por un momento, una pequeña sonrisa cruzando su rostro.

—No hace falta mentir —dijo, sacudiendo la cabeza con incredulidad— Sé por qué estás aquí, y te agradezco la intervención, pero ten cuidado. El rector no es alguien a quien le guste que lo desafíen, y esta vez te la ha dejado pasar... pero la próxima, podrías no tener tanta suerte.

Asentí, comprendiendo la seriedad de sus palabras. Había hecho lo correcto al intervenir, pero también me había metido en algo mucho más grande de lo que imaginaba.

—Gracias, profesora. Solo quería ayudar.

—Y lo has hecho, Marcelo. Ahora, vámonos antes de que vuelva.

No sería la última vez que me toparía con él.​
 
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Capítulo 12


Los días transcurrieron con una normalidad aparente hasta el viernes. Miriam y yo trabajamos cada uno por su cuenta en el proyecto de química. Al final, no nos fue tan mal como imaginé, aunque la tensión entre nosotros seguía flotando en el aire, palpable en cada intercambio de palabras y miradas esquivas. No hablamos más de lo sucedido en el baño del polideportivo, pero era como si la sombra de esa tarde nos persiguiera, agazapada, esperando un momento de debilidad para reaparecer.

Mientras estaba en clase, no podía dejar de pensar en lo mucho que había complicado las cosas en tan poco tiempo. Dos chicas, dos historias diferentes, y en ambas, la constante era yo. Cada vez que trataba de justificarme, algo en mi interior me decía que había cruzado una línea de la que difícilmente podría regresar. ¿Cómo es que llegué a este punto?

Cuando las clases terminaron, salí al pasillo principal y, al llegar a la entrada de la universidad, vi a Max esperando a Miriam. Al verla, sus ojos se iluminaron y la abrazó con una ternura que me dio un vuelco en el estómago. Ella parecía feliz, genuinamente feliz a su lado. Mientras los observaba, Miriam levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Fue solo un segundo, pero bastó para sentir esa incomodidad en el pecho. No había odio ni reproche en su expresión, solo una incómoda conciencia de lo que compartimos. Rápidamente desvió la mirada hacia Max y sonrió como si nada hubiera pasado.

Apreté los dientes y seguí mi camino, tratando de sacudir la imagen de ellos dos de mi cabeza. Tenía que concentrarme en lo que venía. Primero, la casa de la profesora Abigail para seguir con las asesorías, y después... una cita doble con las gemelas que había organizado Simón.

Atravesé los pasillos de la universidad, con el sonido de las conversaciones estudiantiles como un murmullo distante. Y entonces la vi. Clara estaba parada frente a mí, como si me esperara. Todo en ella era exactamente como la recordaba, sus ojos verdes penetrantes, las pecas que salpicaba su rostro, su cabello castaño lacio cayendo sobre sus hombros. Pero lo que faltaba era su sonrisa, esa que solía iluminar su rostro cada vez que nos cruzábamos.

—Hey... —alcancé a decir, intentando no sonar demasiado inseguro.

Nuestras interacciones se habían vuelto prácticamente inexistentes. En el trabajo, apenas me dirigía la palabra, y cada vez que lo hacía, era con monosílabos que me dejaban con la sensación de estar hablando con un fantasma del pasado. Había intentado disculparme más de una vez, pero el rechazo de Clara era inamovible.

—Hola, Marcelo —dijo con voz neutra.

—Hola —respondí, nervioso— Qué extraño verte, no es que no quiera, claro. Solo... es raro.

Clara me miró en silencio por unos segundos, como si estuviera calculando su respuesta.

—Miquel quiere hablar contigo —dijo finalmente, con una serenidad que me descolocó.

—¿Miquel? —pregunté, desconcertado.

—Acompáñame —se dio la vuelta sin esperar respuesta y comenzó a caminar.

—Espera, ¿qué? —me apresuré a alcanzarla, poniéndome delante de ella— Apareces de la nada, después de un tiempo sin dirigirme la palabra, y lo único que me dices es que Miquel quiere hablar conmigo. ¿Qué es esto?

Clara suspiró con evidente frustración y se encogió de hombros, sin detenerse.

—Es lo único que me compete —dijo con indiferencia.

—¿Y desde cuándo la haces de mensajera? —pregunté con un tono más mordaz de lo que pretendía.

—Desde que soy miembro del consejo estudiantil —respondió, mirando hacia adelante, como si la conversación no le interesara lo más mínimo.

—¿Y si me rehúso a ir? —probé, buscando algún atisbo de emoción en su rostro.

—Es tu decisión —contestó con la misma indiferencia que me estaba volviendo loco.

Me quedé caminando a su lado, sin saber muy bien qué más decir. Era como si una barrera invisible se hubiera levantado entre nosotros. Finalmente, y sin poder contenerme más, solté:

—¿Cuánto tiempo piensas seguir con esto? —pregunté, intentando mantener el control— Lo siento, Clara, de verdad.

Ella se detuvo en seco, obligándome a hacer lo mismo. Sus ojos verdes me taladraron con una intensidad que casi me hizo retroceder.

—Decir lo siento no cambia lo que pasó, Marcelo —dijo con voz firme— Dime, ¿qué pensarías tú si la persona con la que tienes una cita se deja hacer sexo oral con otra persona? Es una falta de respeto. ¿Qué esperabas, que te felicitara por cumplir un estúpido reto?

Sus palabras me golpearon como una bofetada. Me quedé en silencio, sintiendo la presión en mi pecho aumentar. Clara tenía razón, por supuesto. Siempre la había tenido, pero escucharla decirlo en voz alta, con esa mezcla de dolor y furia contenida, hacía que todo se sintiera aún más real.

A veces, lo mejor era guardar silencio.

Sin decir nada más, continuamos caminando. Pero sabía que este era solo el principio de algo más grande, algo que no podría ignorar por mucho tiempo. El peso de mis decisiones comenzaba a caer sobre mí, y cada paso que daba con Clara a mi lado lo hacía más difícil de soportar.

Llegué al edificio donde residían las oficinas del consejo estudiantil. Se encontraba en un lugar recóndito de la universidad, un poco alejado del bullicio habitual, y parecía más una casa acondicionada que un lugar de trabajo. La fachada, pintada de un blanco desvaído, contrastaba con el verde vibrante de los árboles que lo rodeaban. Lo poco que sabía del consejo estudiantil era que Miquel era parte de él, y eso ya era decir mucho.

Uno de los estudiantes me llevó al segundo piso y, con un gesto vago, me señaló el cuarto de Miquel. Creí que lo encontraría sentado en su escritorio, organizando papeles o discutiendo algún asunto de importancia. Sin embargo, al abrir la puerta, vi que le estaban haciendo una mamada de campeonato, la chica en cuestión era Emma. El espectáculo me tomó por sorpresa.

—Ufff, sí —bufó Miquel, volteando la cabeza y mirándome al entrar.

Sin pensar, me di la vuelta para salir.

—Espera, MarChelo… ya casi estoy con esto —alcanzó a decir Miquel, pero su voz sonaba lejana.

Salí al pasillo, lanzando una mirada de incredulidad al chico que me había llevado allí. Él solo encogió los hombros, como si dijera que así eran las cosas.

Emma salió poco después, y nuestras miradas se cruzaron. Ella desvió la vista al suelo, visiblemente avergonzada.

—Adelante, pasa —dijo Miquel, mientras yo permanecía en la puerta.

Entre y lo miré, aún acomodándose los pantalones frente al espejo.

—Chaval, me has encontrado en medio de algo —dijo riendo.

—Clara me dijo que querías hablar conmigo. A decir verdad, solo vine porque ella me lo pidió. Sé rápido, por favor.

—Sí, yo también estoy contento de volver a verte—sonrió con sarcasmo, su tono despreocupado chocaba con la tensión que sentía.

Dio unos pasos hacia su escritorio y bebió un trago de lo que parecía ser tequila, como si fuera lo más natural del mundo.

—Hablo con Clara y me encuentro con la sorpresa de que ahora estáis peleados. Vaya rollo, ¿no? Pero bueno, así es la vida, una puerta se cierra y otro coño se abre, o cómo era —dijo riendo, ajeno a la gravedad de la situación.

Los chicos de esta universidad tienen un don increíble para ser unos gilipollas.

—Ahora que no estáis juntos —continuó Miquel— no te importaría si intento algo con Clara, ¿o sí? —me miró con una sonrisa desafiante, como si intentara calarme.

—En primera, nunca estuvimos juntos. En segunda, esa no es mi decisión.

—Qué bien. Sabes, dicen que las chicas de ojos verdes follan muy bien —sonrió, sus ojos brillando con burla.

Otro de los dones, era hacerme hervir la sangre.

—Era una broma, tío, relájate —rió un poco antes de cambiar de tema— Pero bueno, ¿qué me cuentas de Mario? ¿Alguna novedad? —preguntó, expectante. Por primera vez, su rostro lucía serio desde que llegué.

Me detuve un poco para pensar en Mario, mi compañero de cuarto. Desde que llegué, había una mala fama que lo rodeaba, e incluso Miquel había oído de mí por ser su compañero de cuarto. ¿Qué tan especial era él? Desde mi punto de vista, solo era un bocazas alcohólico.

—A decir verdad, no le dirijo la palabra.

—De esperarse. Como dice el dicho, polos iguales se repelen —dijo moviendo su copa alternativamente— En fin, no es por eso que te traje aquí.

—¿Y bien?

—MarChelo, las novatadas no solo tienen el propósito de divertir a la multitud. Son un acto de valentía, una prueba para ver si tienes los cojones suficientes. Lo quieras o no, ahora eres parte de esta fraternidad.

—¿Fraternidad?

—Así es. Vamos, toma asiento, me desespera verte parado —dijo impaciente— Estoy planeando algo grande.

—No estás siendo claro.

—¿Alguna vez has visto Proyecto X? Quiero algo como eso, pero con una temática de Halloween, con mucho alcohol y chicas en disfraces calientes, será la mejor fiesta de Halloween en la historia de esta universidad. Es mi último año aquí y quiero hacerlo valer.

—Bien por ti, pero no estoy interesado.

—Venga, MarChelo, tienes que asistir. Quiero que toques en mi fiesta.

—Sería poco normal tocar un chelo en una fiesta así.

—¡Exacto! Es lo que busco, algo completamente fuera de lo convencional. No quiero que cantes esas canciones clásicas aburridas. ¿Has escuchado a 2CELLOS? Quiero algo así, y sé que tú lo puedes lograr.

—No.

La mirada de Miquel al recibir un "no" tan tajante lo descolocó.

—Venga ya, te pagaré lo que ganas en tres meses tocando en el restaurante y además, Clara irá a la fiesta —levantó una ceja, como si eso fuera un argumento irrefutable.

—No piensas que puedes comprarme así como así —dije, intentando mantener mi orgullo intacto, aunque era una oferta difícil de rechazar.

—Marcelin, Marcelin, Marcelin... me caes bien, chaval. Esto es una ganar-ganar para ambos, así que ¿por qué no lo piensas mejor? No espero un "no" por respuesta.

Miquel me echó una última mirada antes de salir, dejándome con un torrente de pensamientos y emociones. La idea de tocar en su fiesta era tentadora. Mientras la puerta se cerraba tras él, me quedé mirando por la ventana, perdido en mis pensamientos.

Ahora me dirigía a casa de la profesora Abigail, el día será largo, pensé.​
 
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No me había llegado ninguna notificación del relato.
Sinceramente creo que Marcelo es el típico chaval que llega a una Universidad y sin buscarlo se mete en líos y a ver cómo sale.
A pesar de la clarísima atracción que hay entre el y Miriam lo mejor es estar alejado porque Max es de los pocos buenos tipos que hay en la Universidad.
Por otra parte debe arreglar las cosas con Clara, porque entre los 2 hay algo, aunque ahora se haya estropeado.
Y, por otra parte debe ayudar a Abigail ante el acoso del rector, que es un impresentable.
 
Yo espero que a pesar de haberse metido sin que el haya querido en líos, no se deje llevar por la maldad del imbécil ese de Miquel y algunos más y no haga nada grave.
Debe hablar con Clara y mostrarle sus sentimientos.
 
Pienso que ese resentimiento social que arrastra Marcelo lo han convertido en un completo imbécil en su forma de relacionarse, en su afán de corresponder al entorno intenta adaptarse, confunde sus prioridades y termina haciendo daño a quién menos lo merece.
Lo complicado para él de entrar en esta dinámica, es que el tipo es buena gente, y termina arrepentido cada vez que es consciente de lo que hace mal.
Está pintado como para tomar el papel del anti-héroe en esta historia.
 
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Pienso que ese resentimiento social que arrastra Marcelo lo han convertido en un completo imbécil en su forma de relacionarse, en su afán de corresponder al entorno intenta adaptarse, confunde sus prioridades y termina haciendo daño a quién menos lo merece.
Lo complicado para él de entrar en esta dinámica, es que es buena gente, y termina arrepentido cada vez que es consciente de lo que hace mal.
Está pintado como para tomar el papel del anti-héroe en esta historia.
Me agrada tu análisis, onatrapse. ¡Saludos!
 
Un tema interesante, un chico pobre becado en una universidad de ricos.
Espero que sigas tratando el tema no solo en el chantaje sexual , hay otros aspectos que sufren los becados como la presión de los profesores y compañeros que no les importan los estudios.
 
Capítulo 13


Llegué a la entrada del departamento de la profesora Abigail, esperando algo más acorde a su posición, quizá un lugar más elegante o distinguido. Sin embargo, lo que me encontré fue un edificio modesto, similar a los que abundaban en los barrios donde crecí. Un bloque viejo, con paredes descoloridas por el tiempo y las inclemencias del clima. Me pareció casi irónico que una de las profesoras más influyentes de la universidad viviera aquí, en un lugar tan común.

Subí las escaleras hacia el segundo piso, los escalones crujían bajo mis pies. Al llegar, sentí una mirada fija sobre mí. Giré la cabeza y vi a una señora mayor que me observaba desde una ventana abierta, sus ojos curiosos detrás de sus lentes gruesos. La típica vecina que seguramente sabía todo lo que pasaba en el edificio. Aparté la vista rápidamente, tratando de no darle importancia, aunque sentí una leve incomodidad al saber que probablemente ya me había clasificado como "el visitante inesperado" de la tarde.

Cuando llegué a la puerta de Abigail, noté que el marco estaba desgastado, con la pintura agrietada en los bordes. Toqué un par de veces. Al principio, no escuché nada, pero justo cuando iba a tocar de nuevo, la puerta se abrió lentamente. La profesora Abigail apareció ante mí con un cigarrillo en la mano, sus ojos se abrieron con sorpresa al verme, igual que los míos al encontrarme con ella en una situación tan informal.

No estaba en la imagen seria y rígida que proyectaba en la universidad. Su cabello oscuro caía ligeramente despeinado sobre sus hombros, y llevaba una camiseta de tirantes de color rosa que se ceñía a su cuerpo, acompañada por unos jeans desgastados que le daban un aire despreocupado. No podía evitar notar el contraste entre su actitud cotidiana y la figura autoritaria que mostraba en clase.

—Oh, Marcelo —dijo, con una media sonrisa mientras soltaba el humo del cigarrillo—. No te esperaba tan temprano. Adelante pasa.

—Gracias, profesora —respondí, tratando de no mostrar lo desconcertado que estaba por su aspecto tan relajado.

Al cruzar el umbral, un leve aroma a tabaco y algo más dulce, quizás vainilla, me golpeó. No era desagradable, pero definitivamente inesperado. Su departamento, aunque pequeño, estaba lleno de detalles que hablaban de una vida distinta a la que imaginaba: libros apilados en estanterías desordenadas, cuadros de paisajes en tonos cálidos y una mesita de centro con una botella de champagne y una copa a medio vaciar. Me llamó la atención de inmediato.

—Toma asiento —me dijo, indicándome el sofá frente a la mesita y acto seguido dejó su cigarrillo en el cenicero.

Me senté, tratando de no prestar demasiada atención a la copa ni a la botella. Pero mis ojos regresaban una y otra vez. Era raro ver a alguien como ella, siempre tan controlada en la universidad, tomándose una copa de champagne a media tarde.

Abigail desapareció por un momento en otra habitación y volvió con un libro en la mano. Se sentó en el sofá junto a mí y empezó a pasar las páginas, buscando algo en particular.

—A ver dónde está... —murmuró, mientras sus dedos recorrían las páginas del libro—. Ah, aquí.

La luz suave de la tarde entraba por las ventanas y se reflejaba en su cabello, haciéndolo brillar. Por un momento, me encontré observándola más de lo necesario.

Finalmente, encontró lo que estaba buscando. Alzó la vista hacia mí, sonriendo ligeramente antes de tomar un sorbo de la copa que había dejado sobre la mesa. Mis ojos volvieron a la botella de champagne, preguntándome si había estado celebrando algo o si simplemente se trataba de una noche más en su vida. Noté que su mano temblaba ligeramente al sostener la copa.

—Bueno, ¿por dónde nos habíamos quedado en las asesorías de inglés? —dijo, como si intentara traerme de vuelta al propósito original de mi visita.

—Creo que en los phrasal verbs, profesora —respondí, algo inseguro. La verdad es que las últimas sesiones habían sido un poco dispersas. Nos habíamos desviado del material principal en varias ocasiones, y no siempre por mi culpa.

Abigail asintió lentamente, con una leve sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Tomó otro sorbo de su copa antes de hablar.

—Sí, claro... los phrasal verbs. Sabes, me gusta que te esfuerces en aprender, Marcelo. No todos los estudiantes muestran tanto interés.

Su tono era amable, pero cargado de un cansancio que se hacía más evidente con cada palabra. Mi mirada cayó de nuevo sobre la botella de champagne a medio terminar. Algo no cuadraba.

Abigail hojeaba los papeles frente a mí, pero su atención parecía divagar. Mientras repasaba las lecciones de inglés, su voz, por lo general firme y segura, sonaba desganada, como si estuviera recitando algo que ya no le importaba demasiado.

—Así que... aquí, en este ejercicio, tienes que conjugar los verbos en pasado. Es bastante sencillo, solo sigue la estructura básica que hemos estado practicando... —dijo mientras señalaba con el bolígrafo algunas líneas en mi cuaderno.

Pero incluso mientras hablaba, podía notar que su mente estaba en otro lugar. Los silencios entre sus explicaciones eran cada vez más largos, y de vez en cuando, hacía una pausa, llevándose la mano a la frente.

—Gracias, profesora. Aunque últimamente he notado que sus clases se han vuelto un poco... diferentes —dije.

Ella soltó una pequeña risa, algo amarga.

—Sí, puede que las cosas se hayan vuelto... diferentes, como dices. A veces es difícil mantener el control de todo, ¿sabes? —Su voz bajó un poco, y sus ojos se perdieron por un momento en algún lugar más allá de la ventana.

—¿Está todo bien, profesora? —pregunté al fin.

—Es solo... esto ya no tiene el mismo sentido que antes, Marcelo. —Dejó el bolígrafo sobre la mesa y se recostó en el sofá, con la mirada perdida—. ¿Sabes? A veces me pregunto para qué sigo haciendo esto. Las clases, las asesorías... Me siento atrapada en un ciclo que no termina.

Tomé el lápiz, girándolo entre mis dedos, sin saber muy bien cómo responder.

—Cuando llegué a esta universidad, nunca pensé que el rector... —su voz se quebró un poco, y se llevó la mano a la frente— ...fuera así. Al principio parecía alguien respetable, pero... poco a poco, comencé a ver su verdadero rostro. Cada vez que viene a mi oficina, siento que me está mirando de una forma... asquerosa.

Las palabras colgaban en el aire, cargadas de un resentimiento profundo. Abigail, siempre tan firme y profesional, siendo víctima de ese tipo de acoso. Ahora, todo tenía sentido. Su comportamiento distante, el alcohol en su casa, el cansancio en su voz. El rector la estaba destrozando, y nadie lo sabía. Nadie, excepto yo en ese momento.

—Eso suena... horrible, profesora. No entiendo cómo alguien puede ser tan... —empecé, pero me interrumpió con un gesto de la mano.

—Es peor de lo que imaginas. Me llama a su oficina por cualquier tontería, se inventa razones para "revisar mi rendimiento". Y no soy estúpida, sé lo que está buscando. Pero no puedo hacer nada, si me quejo, él tiene el poder de arruinarme. —Sus ojos, normalmente brillantes y atentos, ahora se veían apagados, cargados de frustración.

—No se lo puedes decir a nadie —continuó, su mirada ahora casi suplicante—. Ya es bastante con tener que lidiar con esto... no necesito que alguien más se entere.

—No diré nada —respondí casi automáticamente.

Ella asintió, agradecida.

—Pensaba que ser profesora sería diferente. Que haría una diferencia... pero ahora... —Se detuvo de nuevo, tomando aire como si estuviera reuniendo fuerzas para seguir—. Todo parece tan... vacío.

El ambiente en la habitación se sentía más denso, y no por el olor a cigarrillo que aún colgaba en el aire.

—A veces... desearía que las cosas fueran tan simples como cuando era joven —agregó.

Su cambio de tono me tomó por sorpresa. Era como si de repente, todo el peso de los años que había acumulado se hubiera hecho visible, arrastrándola a un pasado que, al parecer, anhelaba.

—¿Cómo era, profesora? —pregunté, intentando suavizar el ambiente—. ¿Cómo era cuando usted era joven?

Ella sonrió, una sonrisa nostálgica que suavizó un poco su expresión.

—Oh, Marcelo... cuando era joven todo parecía tan fácil. Salía con mis amigos todos los fines de fiesta, no nos preocupábamos por el futuro. Vivíamos en el presente, sin miedo a lo que pudiera venir después. —Hizo una pausa, mirando por la ventana como si pudiera ver esos días lejanos en su reflejo— la mejor etapa de mi vida.

—Vaya, profesora Abigail... —dije, dejando escapar una risa suave.

—Dime solo Abigail, estamos fuera de la escuela y me haces sentir vieja. —Su tono era ligero.

—Abigail, no pensé que de joven te gustara la fiesta y eso. Me parecías más bien de esas niñas bien portadas con promedios perfectos.

—¡Que va! Era una perdición. A veces me pintaba la clase y me iba de parranda con mis amigos, y una que otra vez con el novio. Tenía un don para atraer a los chicos malos, o más bien todavía lo tengo... —Se quedó pensativa por un momento.

—Vaya... es difícil de creer, considerando que ahora eres profesora. —No podía evitarlo, la imagen de ella como una joven rebelde era difícil de imaginar.

—A que sí... Mi madre siempre decía que nunca llegaría a ser nadie en la vida. La típica madre que siempre te compara con su hijo favorito. Pero al final, el tiempo siempre da la razón. Mi hermana terminó embarazada en la preparatoria y actualmente es madre soltera de dos hijos, viviendo al día. —Sus palabras tenían un peso que resonaba en la habitación, y, por un instante, el aire se volvió denso.

Inconscientemente, con la mirada perdida, Abigail tomó otro trago de su copa. Su gesto se sentía como un intento de ahogar las memorias.

—Y tú, Abigail, ¿nunca te casaste? —pregunté, sintiendo curiosidad por la vida que había vivido.

—Estoy divorciada. —Su voz se tornó más seria, casi sombría.— El maldito de mi exesposo me fue infiel con una compañera de trabajo. Al final, fui y les armé un escándalo mientras trabajaban que ni te imaginas. —Una pequeña sonrisa iluminó su rostro al recordar la venganza—. Los terminaron despidiendo a los dos.

Abigail estiró sus pies sobre la mesita, satisfecha por el recuerdo de su venganza. Yo me detuve en sus piernas, atrapado por la casualidad de su gesto.

—En fin, hombres siendo hombres —bufó, desechando el tema con desdén.

La miré, algo incrédulo.

—Pero no todos. Como tú, Marcelo, que eres un buen hombre. Gracias por defenderme del sucio rector. —El brillo en sus ojos aumentó.

Sin pensarlo, Abigail apoyó su cabeza sobre mi hombro durante unos segundos, un gesto que me tomó por sorpresa. Pero luego, como si cayera en cuenta de lo que hacía, se apartó rápidamente, volviendo a su postura más erguida y formal.

—Lo siento, eso fue... inapropiado. —Su tono se volvió defensivo, como si quisiera cubrir la vulnerabilidad que había dejado escapar.

—No tienes por qué disculparte. —Intenté suavizar el momento.

—¿Y qué me dices de ti, eh, Marcelo? —Abigail me dio un ligero codazo en las costillas, su tono juguetón, casi coqueto, mientras sus labios esbozaban una sonrisa traviesa—. No creas que se me ha olvidado esa foto tuya de la fiesta.

Sentí un calor subir desde mi cuello hasta las orejas. Tragué saliva al recordar aquella noche. La ocasión en la que, había acabado amarrado a una silla.

—Sí, bueno... —solté una risa incómoda mientras me rascaba la cabeza—. Fue una novatada. Tenía que aguantar unos... latigazos por—bueno, ya vio la foto. —Mis palabras tropezaban con la vergüenza mientras la escena volvía a mi mente.

—Siempre se pasan con las novatadas. —Abigail negó con la cabeza, pero su sonrisa no se desvanecía—. Aún recuerdo cuando... —se detuvo un segundo, llevándose una mano a la boca, su mirada perdida en el techo como si estuviera sopesando si decirlo o no—. No, mejor ni te cuento. —Recostó la cabeza en el sofá, su postura relajada, aunque sus ojos mostraban un brillo que dejaba entrever que lo que estaba a punto de confesar no era cualquier cosa.

Me incliné un poco hacia adelante, intrigado.

—Anda, cuenta. Prometo que de aquí no sale ni una palabra. —Intenté convencerla, alzando las cejas con complicidad.

—Va. —Soltó una pequeña risa, como si se estuviera preparando para revelar un secreto que llevaba tiempo guardado—. Fue en mi primer año de universidad. —Hizo una pausa—. A las chicas nos pusieron una cereza o una manzana en la entrepierna. Los chicos, arrodillados, sin usar las manos, tenían que comer la fruta... ya te imaginarás cómo terminó eso.

Rió con una mezcla de nostalgia y travesura, mientras mis pensamientos empezaban a armarse la imagen. Abigail, joven y atrevida, en medio de una fiesta descontrolada, rodeada de la energía de la juventud. Me la imaginé, un poco ebria, riendo mientras los chicos se peleaban por ser los primeros en completar la tarea.

—¿Y qué tal te fue a ti? —pregunté, contagiado por la picardía de la historia.

—Bueno, puedo decir que tuve suerte en comparación con otras chicas... —Su mirada, llena de complicidad, me atravesó con una mezcla de desafío y tentación.

—¿Por qué lo dices? —La curiosidad me ganó.

—Una amiga... bueno, no recuerdo su nombre ahora —rió, algo más relajada—. A ella le tocó un juego un poco más atrevido. Ponle la cola al burro... pero no era precisamente un burro de papel. —Sus palabras salieron lentamente, como si estuviera saboreando el impacto que tendrían en mí.

La miré, incrédulo pero a la vez atrapado en el juego de insinuaciones que estábamos creando entre los dos. Su postura, con la cabeza ladeada y una pierna sobre la otra, dejaba ver la naturalidad con la que dominaba la situación. Era como si disfrutara del ligero poder que tenía sobre mí en ese momento, sabiendo muy bien que me tenía intrigado, atrapado en su red de recuerdos.

Abigail movió los pies sobre la mesita, haciendo que mi mirada bajara por reflejo hacia sus piernas. Estaba claro que lo notó, porque su sonrisa se amplió, casi retándome a seguir la conversación sin perder la compostura. Poco después la profesora se estiró, bostezando, como si el peso del día y del alcohol finalmente estuvieran pasando factura. Llevó los brazos por encima de su cabeza, arqueando la espalda, y suspiró. Yo la observaba, tratando de mantener la compostura, aunque la situación se volvía más tensa con cada minuto que pasaba. No podía evitar notar lo atractiva que se veía en ese momento, relajada, sin preocuparse por las formalidades.

—Este sofá ya no es lo que era, me duele la espalda —dijo con una mezcla de cansancio y resignación—. Además me están matando los pies. Es un dolor estar parada todo el día dando clases —terminó de decir.

La miré un momento, observando cómo flexionaba los dedos de sus pies, claramente incómoda.

—Puedo ayudarla con un masaje, profesora —ofrecí, tratando de que mi tono sonara casual—. Es lo menos que puedo hacer por todo el apoyo con las asesorías.

Ella arqueó una ceja, mirándome con una pizca de escepticismo, como si estuviera sopesando si aceptar o no.

—¿De verdad sabes o estás intentando improvisar? —dijo con una sonrisa ladeada, desafiándome con la mirada, aunque en el fondo creo que estaba más tentada de lo que dejaba ver.

Sonreí, devolviendo la mirada con un toque de picardía. —Ya lo verá, profesora —le guiñé un ojo—. Confíe en mí.

Con una risa suave, ella se acomodó en el sofá, dejando que sus pies descansaran por completo sobre mis piernas. Deslicé mis manos con cuidado sobre sus tobillos, empezando a presionar ligeramente. Al principio, mis dedos hicieron movimientos circulares lentos y suaves, buscando deshacer la tensión acumulada en la planta de sus pies.

—Mmmm... —murmuró, casi sin querer—. No está mal, Marcelo. Nada mal.

Poco a poco, aumenté la presión con las yemas de mis dedos, deslizándome desde sus talones hasta los dedos, dedicando tiempo a cada parte de su pie. La piel de Abigail estaba suave, aunque podía sentir la rigidez debajo de la superficie, producto de las largas horas que pasaba caminando y dando clases.

Abigail dejó caer la cabeza hacia un lado, sus ojos cerrados ahora mientras se dejaba llevar por la relajación. Noté cómo sus músculos parecían aflojarse bajo mis manos, el peso de sus piernas haciéndose más ligero sobre mí.

—¿Cómo se siente ahora? —pregunté, bajando un poco la voz, consciente de que cada palabra parecía resonar más en la quietud del cuarto.

—Increíble... —murmuró Abigail—. No pensé que necesitaría esto tanto como ahora.

Seguí masajeando, moviéndome con calma desde los pies hacia los tobillos, subiendo un poco más hacia sus pantorrillas, pero siempre atento a sus reacciones. Mis manos siguieron trabajando con precisión, acariciando y presionando sus pies, notando cómo su respiración se hacía cada vez más lenta y profunda.

——Sabes, Marcelo... a veces es bueno tener a alguien con quien hablar de estas cosas. Alguien que no me juzgue... —dijo en voz baja.

El silencio que siguió fue largo, pero no incómodo. Era como si ambos estuviéramos esperando a ver qué pasaba, sin querer romper la burbuja en la que estábamos atrapados. Sentía su respiración tranquila y constante, mientras yo intentaba concentrarme en cualquier otra cosa que no fuera el hecho de que Abigail, mi profesora, tenía sus piernas sobre las mías.

—Encantado de escucharla, profesora —respondí, intentando mantener el tono ligero, pero con una curiosidad sincera. Quería saber más, entender qué era lo que realmente había detrás de esa fachada de mujer fuerte y reservada—. Un día de estos hasta podemos salir por un café, no sé... —añadí, tanteando el terreno—. ¿No ha salido con alguien desde que se divorció de su esposo? ¿Algún interés romántico? Seguro que más de un pretendiente ha tenido.

Abigail soltó una risa corta, ladeando la cabeza como si mi comentario le hubiera hecho gracia.

—¿Intereses románticos? —repitió—. Sí, he tenido varios pretendientes, pero la mayoría no vale la pena. La verdad es que después de mi divorcio me he vuelto más cautelosa, casi cínica. Ya no es tan fácil confiar en alguien.

—Eso suena... difícil. No es fácil abrirse a nuevas personas después de algo así —respondí.

—Lo es. Además, siempre están esos estudiantes que creen que pueden intentar algo con una profesora... —dijo ella, soltando una carcajada sarcástica, pero sus ojos se desviaron un segundo hacia mí, como si buscara mi reacción.

—¿Y cómo maneja eso? Me imagino que debe ser incómodo... —pregunté, intentando que la conversación siguiera fluyendo.

—Oh, al principio me reía. Pensaba que era una broma de mal gusto. Pero, con el tiempo... no sé —su voz se suavizó de nuevo—. Hay veces que hasta lo encuentro... halagador. Ya sabes, después de cierta edad, los cumplidos no vienen tan fácil. —dijo ella con un dejo de picardía—. A veces me envían mensajes... incluso fotos, algunas bastante... inapropiadas.

Me detuve un segundo, sorprendido por la confesión, aunque traté de no mostrarlo demasiado. Mis manos no dejaron de moverse, ahora masajeando suavemente la parte superior de sus pantorrillas, pero mi mente estaba enfocada en lo que acababa de decir.

—¿Fotos? —pregunté.

—Sí, fotos... —dijo, ladeando la cabeza y mirándome de reojo—. ya sabes, de esas que no deberías recibir. —Se mordió el labio, como si dudara si debería haber dicho eso. Pero el alcohol parecía estar haciendo que sus inhibiciones desaparecieran.

—¿Qué clase de fotos? —quise indagar más.

—Pues, fotos de ellos… desnudos. Los muy cerdos me envían fotos de sus pollas, aunque nunca muestran su caras. A veces son vídeos cortos donde se masturban.

Entre el masaje y lo que decía la profesora, luchaba conmigo mismo para no excitarme. Si me llegaba a empalmar, era inevitable que Abigail no lo sintiera.

—¿Sabes algo? —comenzó, su voz más suave, casi ronca—. A veces los alumnos piensan que no me doy cuenta de lo que pasa por sus cabezas. Esas miradas, esos comentarios disfrazados de cumplidos... —se rió para sí misma—. Pero claro que lo noto.

—Uno de ellos, no hace mucho, me mandó una foto... por como hablaba, digamos que, estaba muy confiado de su polla. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza—. Y lo peor es que... bueno, con todo el respeto, pero su polla no estaba para que se pusiera en plan chulito. A veces me pregunto qué les pasa por la cabeza. Aunque hay una parte de mí que...

—¿Que qué? —No pude evitar preguntar, mi voz casi un susurro.

Ella sonrió, esa sonrisa que era mitad travesura y mitad confesión.

—Que a veces... a veces me gusta. Me hace sentir... deseada. —Sus mejillas se sonrojaron ligeramente, aunque no estaba segura si era el alcohol o la confesión que acababa de hacer—. Me hace sentir joven otra vez, como si no hubiera pasado tanto tiempo desde aquellos días.

Su confesión era atrevida, cargada de una franqueza que me dejó sin palabras. El ambiente había cambiado completamente, y aunque sabía que había una línea que no debía cruzar, la situación se volvía más y más difícil de manejar.

Cada movimiento de mis manos sobre su piel hacía que la tensión en el aire se intensificara de forma imperceptible, pero constante.

—¿Nunca tuvo algo con un alumno o sí? —pregunté cuidadosamente.

—Claro que no. Por cierto, que buen masaje Marcelo —murmuró, su voz apenas audible, como si el masaje la estuviera desconectando por completo del mundo exterior.

Mis manos recorrían sus pies con movimientos firmes. Cada suspiro que soltaba parecía un reflejo del alivio que sentía, pero también de algo más.

—Creo que ha sido suficiente por hoy —dijo Abigail—. Se hace tarde. Luego continuamos con las clases de inglés.

—Sí... —respondí, mirando mi celular para ver la hora.

Cuando intentó ponerse de pie, tambaleó un poco y esbozó una sonrisa, algo mareada.

—Creo que tomé un poco más de lo que debería —dijo, con una risa tímida.

—Déjeme ayudarte —dije levantandome.

Sin esperar su respuesta, la tomé suavemente del brazo y lo pasé por mis hombros para que se apoyara en mí. Sentí su peso cálido mientras caminábamos hasta su cuarto. Se dejó caer sobre la cama, boca abajo, hundiendo su rostro en el colchón.

—Sí que necesitaba un descanso —murmuró con la voz amortiguada—. De casualidad, ¿no tendrás otro masaje por ahí? —bromeó, pero había un toque de sinceridad en su tono, como si realmente lo deseara.

—Por supuesto —respondí en un tono más serio de lo que esperaba.

Antes de que pudiera negarse, ya estaba acomodado sobre la cama, de rodillas junto a ella. Mis manos fueron a su espalda, y el contacto directo hizo que Abigail dejara escapar otro suspiro profundo, casi involuntario. Era evidente que el alcohol la había relajado.

—Te juro que tus manos son mágicas —murmuró, con un tono que era casi una confesión.

Me incliné sobre ella, mis manos se posicionaron sobre su espalda, sintiendo la calidez de su piel a través de la camiseta que aún llevaba puesta. Comencé a aplicar una presión suave, trazando círculos con las palmas de mis manos en su espalda baja, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada movimiento. La tensión que había acumulado durante la semana parecía disolverse, y podía percibir cómo su respiración se volvía más pausada.

Mis dedos subieron, buscando la línea de su cuello. El camino fue suave, como si deslizara una pluma sobre su piel. La sentí relajarse aún más, y su cuerpo se arqueó levemente. Era como si cada presión liberara no solo la tensión de su cuerpo, sino también un trozo de la carga emocional que llevaba consigo.

Mientras seguía bajando, mis manos se detuvieron en sus hombros, encontrando esos nudos que se acumulaban por el estrés. Apliqué más presión, sintiendo cómo se deshacía lentamente la rigidez bajo mis palmas. Abigail soltó un suspiro que resonó en la habitación, una mezcla de alivio y algo más que vibraba en el aire entre nosotros.

—¿Te importaría si te quitas la camisa? Creo que así será más cómodo —agregué tentando mi suerte.

Abigail levantó un poco su cuerpo un poco y comenzó a desabrocharse la camisa con movimientos lentos. La tela se deslizó suavemente sobre su piel, revelando su torso y el sujetador que llevaba.

—Ahora sí, ¿puedes seguir? —preguntó, con una sonrisa que desbordaba complicidad.

Mis manos regresaron a su espalda, pero ahora podía sentir cada músculo y cada curva bajo mis dedos. La tensión en el aire se intensificó mientras continuaba el masaje, presionando con mayor delicadeza en los puntos donde sabía que necesitaba alivio.

Lo que sucedió a continuación me tomó por sorpresa. Abigail, aún disfrutando del masaje, giró ligeramente la cabeza y, con un tono de complicidad, dijo:

—Siento que este nudo en mi espalda se hace más difícil de soportar. ¿Te importaría ayudarme con algo más?

Su mirada tenía una mezcla de picardía y vulnerabilidad que me dejó sin aliento. Sin pensarlo demasiado, asentí, sabiendo que estaba cruzando una línea que no muchos se atreverían a cruzar.

Con un gesto suave, me acerqué más a ella y, con delicadeza, empecé a desabrochar su sujetador. Cada movimiento se sentía cargado de tensión y anticipación. Abigail me miraba fijamente, como si midiera cada gesto, cada decisión que tomaba.

Cuando finalmente logré desabrocharlo, pude ver como las laterales de sus tetas se aplastaron contra la cama. Ya tenía bien dura la polla debajo de mis pantalones. El bulto era fácil de percibir y si Abigaíl volvía a voltear, podría meterme en problemas, pero me gustaba el riesgo que implicaba.

Mientras mis manos recorrían su espalda, pude notar cómo Abigail se relajaba más y más. Sus músculos, antes tensos y rígidos, comenzaron a ceder bajo la presión de mis dedos. Cada movimiento era un suave deslizamiento sobre su piel, y con cada caricia, un susurro de satisfacción escapaba de sus labios.

—Abigail, antes de continuar, creo que sería más fácil si te quitas los pantalones. Así puedo trabajar mejor en tus piernas. Te prometo que solo quiero que te sientas cómoda —le dije.

—Bueno, si insistes... pero no me quitaré las bragas —dijo, dándole un giro juguetón a sus palabras.

La vi levantarse espaldas a mí, sus movimientos eran decididos pero también ligeros. Con un gesto suave, comenzó a desabrocharse los pantalones, dejándolos caer lentamente. Mis ojos no podían apartarse de su figura. Tenía a mi profesora de inglés frente a mí, con solo unas bragas rojas.

Ella volvió a recostarse y mis manos se deslizaron lentamente por sus muslos, una sensación de calidez me envolvió al sentir la suavidad de su piel. Apliqué un poco más de presión, comenzando desde la parte superior de sus piernas y descendiendo con movimientos firmes y controlados. La suavidad de su piel contrastaba con la tensión que había acumulado en sus músculos, y cada caricia parecía liberar un poco más de esa carga que llevaba consigo.

Mis manos regresaron a sus muslos, deslizando mis dedos hacia las pantorrillas. Cada movimiento era un suave vaivén, como si estuviera dibujando en su piel. La sensación de estar tan cerca de ella, de tocarla de esa manera, creaba un halo de atracción que era difícil de ignorar.

Mis manos se trasladaron lentamente hacia los glúteos de Abigail, una transición cuidadosa que mantenía la suavidad del ambiente. Al tocar esa zona, sentí una mezcla de emoción y respeto. Era un área que requería un toque delicado, y me aseguré de que cada movimiento fuera firme pero considerado.

Mis dedos se deslizaron en círculos, explorando cada curva con cuidado, notando cómo su piel reaccionaba. Podía ver su expresión relajarse, sus ojos cerrarse nuevamente, como si se dejara llevar por el momento.

A medida que mis dedos se adentraban más, explorando la curva de sus caderas, noté cómo Abigail se movía ligeramente bajo mis manos, un gesto que podría interpretarse como un reconocimiento de su propia respuesta a la estimulación. Era una reacción natural, un impulso que la unía más a este momento.

Después de trabajar en sus muslos, cambié de dirección y comencé a masajear los laterales de sus piernas, sintiendo cómo la tensión se disolvía. Mis dedos se deslizaron hacia la parte interna de sus muslos, recorriendo todo el ancho, pero deteniendome justo a tiempo en la línea de lo que era apropiado.

Abigail cerró los ojos, disfrutando del momento. Sus labios se curvaron en una sonrisa tranquila, y su expresión era una mezcla de relajación y confianza. Me atreví a deslizar mis manos un poco más arriba, donde la piel era más suave y sensible. Sus reacciones me decían que estaba en el camino correcto.

Con cada movimiento, llegaba un poco más cerca de su coño. Ella parecía disfrutarlo así que me arriesgue a ir más cerca. Podía sentir el calor en mis manos al hacer presión. Entre el sube y baja, por accidente, llegué a tocar ligeramente su coño cubierto por las bragas.

—Mmm… —gimió Abigail.

Al escucharlo, me animé a más. Empecé a masajear alrededor de su coño sin mayor reparo. La espalda de Abigail se contraía en espasmos bajo el contacto. Con uno de mis dedos froté la raja que se marcaba en sus bragas.

—Ufff —dijo resoplando.

Podía sentir la humedad de sus bragas con mis dedos. Me llevé el dedo a la nariz y olía tremendamente a coño. Abigaíl movió sus caderas, como desesperada por la falta de tacto. Así que deslicé sus bragas hasta quitarlas. Pude ver su coño en su esplendor, no estaba depilado, pero eso no me importaba.

Acerqué uno de mis dedos y acaricié su coño. Abigail se dejó llevar y un leve gemido escapó de sus labios cuando le metí un dedo. A pesar de que solo había metido uno, se sentía estrecho. Se notaba que hacía años que no se la follaban.

—Mmm joder que bueno —Abigail levantó su mirada al techo con la boca abierta.

Intenté meter un segundo dedo, aunque con más dificultad. Me acerqué a su óido sin dejar de dedearla y le susurré.

—Desde que viste mi polla en aquella foto, supe que estabas deseosa.

Entonces la besé. Olía y sabía a alcohol. Ella bajó su mano buscando mi miembro. Cuando lo encontró, lo apretó suavemente por encima de mi pantalón. Me quité los pantalones y los calzoncillos rápidamente. Abigail miraba atónita mi polla. Sin decir nada, rodeó mi polla con su mano y comenzó a masturbarme.

—Sí… —dejé escapar un suspiró de satisfacción— hazme una mamada.

La profesora obediente se puso de rodillas y se agachó hacía mí. Realmente lo iba a hacer.

Metió mi polla dentro de su boca. La falta de experiencia o práctica, se notaba. La fui guiando mientras ponía una mano en su cabeza y ella me miraba a los ojos mientras lo hacía.

Me separé de ella y la puse contra la cama frente a mí. Me detuve un tiempo para repasarla. Sus pechos estaban algo caídos, los pezones erguidos apuntando hacía mí y su coño con considerable bello. Me tumbé sobre ella y la besé. No fueron besos tan frenéticos como los anteriores. Si no que eran más lentos y pausados, más íntimos.

Me masturbé un poco poniendo mi polla a punto. Tome mi polla y empecé a jugar con la raja de su coño, de arriba a abajo sin meterla.

—Joder… me estás matando, metemela ya —suplicaba mi profesora, quien se apretaba las cobijas de la cama con sus manos.

Me gustaba verla implorar por una buena polla.

—Entonces, ¿Quieres que te folle un alumno eh? —pregunté disfrutando del poder que ahora tenía sobre ella.

—¡Sí follame!, follame como nunca lo hizo el cabrón de mi ex —alzaba la voz con placer y algo de rencor.

Así que con un movimiento le metí la punta.

—Ahhh sí, así —dijo con su mirada perdida y la boca abierta.

Y con un movimiento de caderas empecé un vaivén en el que penetraba las entrañas de su coño de a poco. Hasta que por la misma inercia la penetré con más fuerza de la que planeaba.

—¡Ohhh! —gritó, no sé si de placer o dolor.

Me detuve un segundo, pero al ver su mirada lasciva y deseosa la abrí más de piernas y continué con mis estocadas.

Pronto sentí que estaba cerca de correrme, así que decidí cambiar de posición. Me puse a su lado y levanté una de sus piernas para poder follarmela. Con mis caderas intentaba meter mi polla dentro de su coño, aunque no lograba acertar, disfrutaba el roce de mi polla entre sus piernas.

Abigail volteó a verme, pero esta vez fue ella quien buscó mi boca. Con otra de mis manos tomé uno de sus pechos. No eran tan grandes como los de Miriam, pero tenían su encanto.

Hasta que en uno de mis intentos, por fin pude penetrar su coño. Abigail gimió mientras nos besabamos. Ahora la follaba de una manera más lenta y pausada. Me detenía un poco cuando llegaba al final de su coño y luego volvía a la carga. Estaba cerca de mi límite y quería alargar el momento lo más posible.

Mi mano bajó de su pecho a su coño, y comencé a masturbarla. Los gritos de placer de Abigail ya eran continuos. Estaba consumida por el placer, y yo al verla con esa cara no pude evitar follarla más rápido. Pronto sentí como ella tenía su primer orgasmo, y no por los gritos o las contracciones de su cuerpo, si no porqué literalmente estaba chorreando bastante líquido, como un squirt.

—¡Ohhh sí, joder Marcelo! ¡ahhh! —gritaba Abigail mientras tenía su orgasmo

Mientras mi profesora estaba en estado de éxtasis, saqué mi polla de su coño, y lo puse entre la raja de su culo. No buscaba un anal, al menos por ahora, pero me excitaba la idea de frotarme entre sus nalgas. Así que bajé mis manos para abrir su culo y empecé a pasar mi polla.

—Mmm qué haces… —dijo Abigail con la voz entrecortada.

Fueron unos breves momentos, pero al final alcancé a correrme. Mi semen escurría por su culo, y la profesora ya no decía nada. Ambos habíamos acabado exhaustos después de la tremenda follada.

Me sentía cansado y con sueño. Vi como los pechos de la profesora subían y bajaban lentamente al ritmo de su respiración, parecía conciliar el sueño después de la bebida y el sexo.

Volviendo a la realidad, noté que mi celular estaba vibrando, pero no le di mayor importancia. Cerré los ojos sin mayor preocupación y dormí al lado de mi profesora de inglés, cómo si nada más importara.

 
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