Eldric
Miembro muy activo
- Desde
- 24 Ago 2023
- Mensajes
- 51
- Reputación
- 392
Capítulo 9
Al día siguiente, volví a casa de Miriam para continuar con el proyecto. Me sorprendió cuando abrió la puerta, llevaba unos shorts de mezclilla cortos y una camiseta de tirantes que, aunque no era explícitamente provocativa, dejaba entrever sus generosos pechos de una manera que no podía pasar desapercibida. Lucía cómoda y relajada, pero también había una confianza en su postura, como si supiera perfectamente el impacto que causaba sin esforzarse demasiado.
—Pensé que te habías perdido —bromeó, apoyándose en el marco de la puerta.
—¿Decepcionada de que no lo haya hecho? —repliqué con una sonrisa, tratando de no dejar que mi mirada vagara demasiado.
Ella me estudió por un segundo, como midiendo mis palabras, y luego dejó escapar una sonrisa divertida.
—Pasa, vamos a continuar con esto. Encontré algo interesante que podría servirnos.
—Seguro algo que no vamos a usar —contesté, dejándome caer en el sofá.
—Ahí vas otra vez con tu arrogancia —respondió.
Nuestras miradas se encontraron en un desafío silencioso, pero la tensión se rompió cuando Miriam no pudo contenerse más y soltó una carcajada. Su risa contagiosa llenó el ambiente, y pronto me encontré riéndome con ella, el aire ligero entre nosotros.
—Venga ya, a ponernos serios, que si no se nos hará tarde —dijo, recuperando la compostura.
Nos sentamos a trabajar en la maqueta, pero los componentes no parecían reaccionar como se esperaba. A medida que pasaban los minutos, ambos nos frustrábamos más. Miriam, con su típica terquedad, intentó mezclar cualquier cosa, probando diferentes combinaciones, pero sin mucho éxito. Después de un rato, ambos suspiramos y decidimos tomarnos un descanso.
—A todo esto —dije, aprovechando el momento de pausa— ¿dónde están tus padres?
—Viven en otro estado. Preferí rentar sola antes que quedarme en los dormitorios de la universidad —contestó, estirándose en el sofá.
—¿Problemas con los dormitorios?
—No me agrada que sean mixtos, y bueno, prefiero tener mi propio espacio. No me imagino compartiendo habitación con alguien que probablemente no me caiga bien.
—¿Y quién te cae bien? —pregunté con una sonrisa divertida.
Miriam me lanzó una mirada burlona, pero luego sus ojos se suavizaron un poco.
—No todo el mundo me cae mal, ¿sabes? —respondió con un toque de picardía en la voz.
—¿Y qué hay de Max? —pregunté, tanteando el terreno— Nunca te había visto con él antes. Parece un buen tipo.
Miriam rodó los ojos.
—Max es un encanto. No es un arrogante como tú —respondió, alzando una ceja desafiante.
Sonreí, sabiendo que estaba provocándola.
—No es arrogancia si puedes sostenerlo.
Ella negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa traicionaba su aparente irritación.
—Conocí a Max, hace poco. Nos veíamos saliendo de la universidad antes de ser novios. Es un tipo centrado, no le van las fiestas, drogas o esas cosas por el estilo. Y tú, ¿qué me dices de la chica de las pecas? —preguntó de repente, cambiando de tema— Siempre pensé que eran algo más que compañeros de trabajo.
Recordar a Clara me trajo una sensación incómoda. Hacía tiempo que nuestra relación se había enfriado, y últimamente apenas hablábamos.
—No es ni ha sido mi novia. Últimamente ni siquiera hablamos —contesté, encogiéndome de hombros.
Miriam me miró sorprendida.
—¿En serio? Parecían bastante unidos.
—Sí, bueno… después del show que hiciste en la fiesta de Miquel…
Miriam se sonrojó al recordar lo sucedido. Había sido un episodio bochornoso, pero en su momento, ambos nos habíamos enzarzado en una especie de competencia infantil.
—Oh, venga, ahora me echas la culpa a mí —dijo, tratando de defenderse— Si te hubieras rendido antes, nada de eso habría pasado. Fue tu orgullo de macho lo que te hizo seguir adelante.
No pude evitar soltar un suspiro, reconociendo en parte que tenía razón. La situación se había salido de control por mi terquedad. Pude haber terminado el juego en cualquier momento.
—Sí, bueno, me diste unos buenos latigazos y luego no cumpliste tu parte de la apuesta —recordé.
—Ahí vas de nuevo, sacando ese tema —respondió, fingiendo fastidio— Pensé que ya lo habíamos superado.
—Entonces no me reproches mi orgullo —dije, jugando con el tono de la conversación.
—A deir verdad me sorprendiste. Eres más duro de lo que pensaba —contestó ella.
—No fue lo único duro que te sorprendió —bromeé, arqueando una ceja.
Ella me miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—Gilipollas —respondió entre risas.
La conversación había tomado un giro inesperado, pero ni Miriam ni yo parecíamos estar dispuestos a detenerla.
—¿Qué, nunca habías visto una o qué? —pregunté, provocándola aún más.
Miriam intentó mantenerse seria, pero su rostro empezaba a teñirse de un leve sonrojo.
—Claro que sí —respondió, pero su voz carecía de la seguridad habitual.
—¿En serio? Porque tu cara en ese momento decía otra cosa. ¿Tu noviecito no la tiene igual o qué?
—Pues mi novio la tiene normal —dijo, intentando defender a Max.
—¿Normal? —reí— ¿Se la has medido o qué?
—Por favor, qué tonterías dices —respondió, cruzando los brazos.
—Entre tu novio y yo, ¿quién la tiene más grande? —pregunté, fingiendo curiosidad.
Miriam me miró como si estuviera intentando decidir si tomarse en serio la pregunta o simplemente ignorarme.
—¿Y eso qué importa?
—No lo sé, solo tengo curiosidad.
Ella suspiró, pero no pudo evitar seguirme el juego.
—Pues no sé… la de Max es más o menos del tamaño de mi mano —dijo, mostrando su palma abierta.
—¿De tu manita? —pregunté entre risas— El pobre chaval la tiene chica, sin ofender.
—¿Y qué si la tiene chica? —replicó Miriam, frunciendo el ceño— A mí me gusta así.
Los intentos de Miriam por defender a Max me parecían graciosos.
—Con razón saliste huyendo cuando viste mi polla.
—Por supuesto que no fue eso. No estoy tan loca como para hacerte una mamada en público.
Me quedé en silencio un momento, observando cómo Miriam jugueteaba con un mechón de su cabello, parecía algo incómoda con la dirección que había tomado nuestra charla, pero sabía que podía seguir empujando, si lo hacía correctamente.
—Vale, creo que me pasé un poco con lo de tu novio, lo siento —dije finalmente, dándole una salida.
Ella me miró, y por un segundo pensé que se molestaría de verdad, pero luego esbozó una sonrisa pequeña, como si agradeciera el cambio de tono.
—Eres un idiota, pero te lo dejaré pasar… esta vez.
Miriam me lanzó una mirada divertida. Se levantó y caminó hasta la ventana apoyándose contra el marco, mirando hacia afuera. Desde mi posición, el sol iluminaba su figura, resaltando cada curva de su cuerpo. Era una vista difícil de ignorar. Entonces se me ocurrió algo.
—Bueno, la última vez quedamos a medias, ¿no? —le dije detrás.
—Venga ya, no terminaré de darte la mamada de aquella fiesta.
—Me refería a las fotos de ayer. Qué hoy hasta te has puesto mejor para posar eh —sonreí.
—Quisieras —Miriam hizo su mirada a un lado.
Me levanté y saqué la cámara de la mochila para ajustarla.
—Venga que esperas —le dije.
Miriam pareció dudar unos momentos pero luego me siguió la corriente.—Pensé que te habías perdido —bromeó, apoyándose en el marco de la puerta.
—¿Decepcionada de que no lo haya hecho? —repliqué con una sonrisa, tratando de no dejar que mi mirada vagara demasiado.
Ella me estudió por un segundo, como midiendo mis palabras, y luego dejó escapar una sonrisa divertida.
—Pasa, vamos a continuar con esto. Encontré algo interesante que podría servirnos.
—Seguro algo que no vamos a usar —contesté, dejándome caer en el sofá.
—Ahí vas otra vez con tu arrogancia —respondió.
Nuestras miradas se encontraron en un desafío silencioso, pero la tensión se rompió cuando Miriam no pudo contenerse más y soltó una carcajada. Su risa contagiosa llenó el ambiente, y pronto me encontré riéndome con ella, el aire ligero entre nosotros.
—Venga ya, a ponernos serios, que si no se nos hará tarde —dijo, recuperando la compostura.
Nos sentamos a trabajar en la maqueta, pero los componentes no parecían reaccionar como se esperaba. A medida que pasaban los minutos, ambos nos frustrábamos más. Miriam, con su típica terquedad, intentó mezclar cualquier cosa, probando diferentes combinaciones, pero sin mucho éxito. Después de un rato, ambos suspiramos y decidimos tomarnos un descanso.
—A todo esto —dije, aprovechando el momento de pausa— ¿dónde están tus padres?
—Viven en otro estado. Preferí rentar sola antes que quedarme en los dormitorios de la universidad —contestó, estirándose en el sofá.
—¿Problemas con los dormitorios?
—No me agrada que sean mixtos, y bueno, prefiero tener mi propio espacio. No me imagino compartiendo habitación con alguien que probablemente no me caiga bien.
—¿Y quién te cae bien? —pregunté con una sonrisa divertida.
Miriam me lanzó una mirada burlona, pero luego sus ojos se suavizaron un poco.
—No todo el mundo me cae mal, ¿sabes? —respondió con un toque de picardía en la voz.
—¿Y qué hay de Max? —pregunté, tanteando el terreno— Nunca te había visto con él antes. Parece un buen tipo.
Miriam rodó los ojos.
—Max es un encanto. No es un arrogante como tú —respondió, alzando una ceja desafiante.
Sonreí, sabiendo que estaba provocándola.
—No es arrogancia si puedes sostenerlo.
Ella negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa traicionaba su aparente irritación.
—Conocí a Max, hace poco. Nos veíamos saliendo de la universidad antes de ser novios. Es un tipo centrado, no le van las fiestas, drogas o esas cosas por el estilo. Y tú, ¿qué me dices de la chica de las pecas? —preguntó de repente, cambiando de tema— Siempre pensé que eran algo más que compañeros de trabajo.
Recordar a Clara me trajo una sensación incómoda. Hacía tiempo que nuestra relación se había enfriado, y últimamente apenas hablábamos.
—No es ni ha sido mi novia. Últimamente ni siquiera hablamos —contesté, encogiéndome de hombros.
Miriam me miró sorprendida.
—¿En serio? Parecían bastante unidos.
—Sí, bueno… después del show que hiciste en la fiesta de Miquel…
Miriam se sonrojó al recordar lo sucedido. Había sido un episodio bochornoso, pero en su momento, ambos nos habíamos enzarzado en una especie de competencia infantil.
—Oh, venga, ahora me echas la culpa a mí —dijo, tratando de defenderse— Si te hubieras rendido antes, nada de eso habría pasado. Fue tu orgullo de macho lo que te hizo seguir adelante.
No pude evitar soltar un suspiro, reconociendo en parte que tenía razón. La situación se había salido de control por mi terquedad. Pude haber terminado el juego en cualquier momento.
—Sí, bueno, me diste unos buenos latigazos y luego no cumpliste tu parte de la apuesta —recordé.
—Ahí vas de nuevo, sacando ese tema —respondió, fingiendo fastidio— Pensé que ya lo habíamos superado.
—Entonces no me reproches mi orgullo —dije, jugando con el tono de la conversación.
—A deir verdad me sorprendiste. Eres más duro de lo que pensaba —contestó ella.
—No fue lo único duro que te sorprendió —bromeé, arqueando una ceja.
Ella me miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—Gilipollas —respondió entre risas.
La conversación había tomado un giro inesperado, pero ni Miriam ni yo parecíamos estar dispuestos a detenerla.
—¿Qué, nunca habías visto una o qué? —pregunté, provocándola aún más.
Miriam intentó mantenerse seria, pero su rostro empezaba a teñirse de un leve sonrojo.
—Claro que sí —respondió, pero su voz carecía de la seguridad habitual.
—¿En serio? Porque tu cara en ese momento decía otra cosa. ¿Tu noviecito no la tiene igual o qué?
—Pues mi novio la tiene normal —dijo, intentando defender a Max.
—¿Normal? —reí— ¿Se la has medido o qué?
—Por favor, qué tonterías dices —respondió, cruzando los brazos.
—Entre tu novio y yo, ¿quién la tiene más grande? —pregunté, fingiendo curiosidad.
Miriam me miró como si estuviera intentando decidir si tomarse en serio la pregunta o simplemente ignorarme.
—¿Y eso qué importa?
—No lo sé, solo tengo curiosidad.
Ella suspiró, pero no pudo evitar seguirme el juego.
—Pues no sé… la de Max es más o menos del tamaño de mi mano —dijo, mostrando su palma abierta.
—¿De tu manita? —pregunté entre risas— El pobre chaval la tiene chica, sin ofender.
—¿Y qué si la tiene chica? —replicó Miriam, frunciendo el ceño— A mí me gusta así.
Los intentos de Miriam por defender a Max me parecían graciosos.
—Con razón saliste huyendo cuando viste mi polla.
—Por supuesto que no fue eso. No estoy tan loca como para hacerte una mamada en público.
Me quedé en silencio un momento, observando cómo Miriam jugueteaba con un mechón de su cabello, parecía algo incómoda con la dirección que había tomado nuestra charla, pero sabía que podía seguir empujando, si lo hacía correctamente.
—Vale, creo que me pasé un poco con lo de tu novio, lo siento —dije finalmente, dándole una salida.
Ella me miró, y por un segundo pensé que se molestaría de verdad, pero luego esbozó una sonrisa pequeña, como si agradeciera el cambio de tono.
—Eres un idiota, pero te lo dejaré pasar… esta vez.
Miriam me lanzó una mirada divertida. Se levantó y caminó hasta la ventana apoyándose contra el marco, mirando hacia afuera. Desde mi posición, el sol iluminaba su figura, resaltando cada curva de su cuerpo. Era una vista difícil de ignorar. Entonces se me ocurrió algo.
—Bueno, la última vez quedamos a medias, ¿no? —le dije detrás.
—Venga ya, no terminaré de darte la mamada de aquella fiesta.
—Me refería a las fotos de ayer. Qué hoy hasta te has puesto mejor para posar eh —sonreí.
—Quisieras —Miriam hizo su mirada a un lado.
Me levanté y saqué la cámara de la mochila para ajustarla.
—Venga que esperas —le dije.
—Va, pero no te confundas, solo será modelaje —dijo entrecerrando sus ojos.
Se apartó de donde estaba y se sentó en el borde del sofá, cruzando una pierna sobre la otra. Levantó un brazo, ajustando su cabello, mientras su mirada se fijaba en mí con intensidad. Estaba jugando, y lo sabía.
—¿Qué tal? —preguntó, mirando por encima del hombro mientras una pequeña sonrisa jugaba en sus labios.
—Muy bien —respondí, acercándome para tomar otra foto, capturando cómo la luz del sol acariciaba su piel.
Cada foto que tomaba hacía que Miriam se sintiera más cómoda y segura, cambiando ligeramente de postura, dejando que mi mirada dirigiera cada movimiento.
—Podrías… ponerte más cómoda —sugerí después de un rato.
Miriam se detuvo por un segundo, como si estuviera evaluando la situación. Luego, sin decir una palabra, deslizó los tirantes de su camiseta hacia abajo, dejándolos caer por sus hombros. La tela se mantuvo apenas cubriéndola, pero el gesto fue suficiente para que el ambiente se volviera aún más cargado.
—¿Así está bien? —preguntó, su voz suave pero cargada de provocación.
Mi respiración se volvió un poco más pesada mientras tomaba otra foto.
—Perfecto —murmuré, sin dejar de mirarla a través del lente.
Ella se giró hacia mí, con los tirantes aún caídos y una sonrisa que no ocultaba nada. Había un fuego en sus ojos. Me acerqué lentamente, sin dejar de observarla. Ella me sostuvo la mirada durante lo que parecieron eternos segundos. Sin decir una palabra, se llevó las manos a los tirantes de su camiseta y comenzó a jugar con el borde de su camiseta.
Con un movimiento lento y deliberado, desabrochó los tirantes y dejó que la tela resbalara, cayendo suavemente sobre el sofá. El contraste de su piel clara contra el negro de su sujetador era cautivador, resaltando la suavidad de su figura. Su piel estaba impecable, y cada curva de su figura parecía esculpida a la perfección. Me quedé embelesado al ver cómo sus pechos, plenos y firmes, se alzaban ligeramente con cada respiración.
Miriam se acomodó en el sofá, girando su cuerpo de manera que su espalda quedara apoyada en el respaldo. Sus caderas estaban ligeramente arqueadas, y la forma en que se acomodó creó un efecto hipnótico. Tomé un par de fotos, disfrutando del juego de luces y sombras sobre su figura.
Después, Miriam se movió de nuevo, esta vez sentándose un poco más al borde del sofá, dejando entrever más de sus piernas. El sujetador negro se ajustaba perfectamente a su figura, y no podía evitar notar cómo los contornos de sus tetas se dibujaban con gracia.
Mientras mi mente comenzaba a divagar, ella arqueó la espalda, haciendo que sus tetas se proyectaran hacia adelante, una invitación visual irresistible. La forma en que su cabello caía sobre sus hombros realzaba su feminidad, y cada detalle parecía capturar la esencia de su confianza.
Miriam se estiró, dejando que su cuerpo se arqueara en una curva que dejaba ver su vientre tonificado. La luz acariciaba su piel blanca, dándole un brillo que hacía que todo lo que hacía se sintiera casi etéreo.
—Quiero que te quites esos shorts —dije embobado.
Miriam titubeó por un momento, pero la chispa en su mirada era suficiente para saber que la idea le emocionaba. Con una sonrisa traviesa, se levantó lentamente y, con una habilidad cautivadora, desabrochó la hebilla de su cinturilla. Mis ojos se abrieron con interés mientras observaba cómo la tela caía suavemente, revelando sus muslos tonificados y la línea de su cintura. Llevaba unas bragas negras qué hacían juego con su sujetador. Tenía un coñazo de infarto.
—Ahora, mira hacia abajo, como si fueras consciente de tu atractivo —le sugerí.
Ella obedeció, y su expresión se tornó más suave, casi pensativa, mientras sus labios se entreabrían ligeramente. Era un espectáculo cautivador, y el bulto en mis pantalones se hacía más notorio, cosa que Miriam notó y, con una sonrisa pícara, levantó la vista. Sus ojos brillaban con malicia al fijarse en el bulto que se asomaba en mis pantalones.
—¿Qué tal? —preguntó, alzando una ceja con curiosidad.
—Nada mal, pero creo que puedes hacerlo mejor.
Ella sonrió, captando el desafío en mi voz. Se levantó del sofá y dio un par de pasos hacia la mesa, apoyándose en ella con las manos, inclinándose ligeramente hacia adelante. Sus bragas negras dejaban ver más de lo que esperaba.
—Quítate el sujetador —dije.
Con una respiración profunda, Miriam asintió, y lentamente, comenzó a desabrocharse el sujetador. Mi corazón latía con fuerza mientras veía cómo se deslizaba la tela, dejando al descubierto la suavidad de su piel. Cuando finalmente cayó al suelo, sus tetazas estaban expuestas, el aire fresco hacía que sus pezones se erguieran.
Se giró de manera que su espalda estaba hacia mí. Con una mano, se sujetó de la mesa, inclinándose hacia adelante dejando caer sus pechos por gravedad. Después Miriam se agachó lentamente, con las manos en las rodillas, dejando que su culo se realzara de una manera que era a la vez inocente y seductora. Miriam giró su cabeza, y la expresión que apareció en su rostro era una mezcla de picardía y seducción. Era imposible no notar cómo sus tetas se elevaban y caían con cada respiración. La manera en que se mordía el labio inferior mientras se acomodaba hizo que perdiera el control de la situación.
Me bajé los pantalones y los calzoncillos, dejando salir mi polla que ya estaba incomoda adentro. Los ojos de Miriam brillaban al ver como empezaba a masturbarme rapidamente.
—Ponte en 4 —le ordené— Sí, así…arquea más la espalda.
Miraba el tremendo culazo de Miram. Con unas bragas que ya estaban de más. Me acerqué a ella poniendo mis dos manos sobre su culo redondo, y sin más comencé a bajarle las bragas.
—Qué haces… —me decía Miriam— para…
Tan solo al quitar sus bragas pude ver como escurría los líquidos de su coño hacia sus piernas. Estaba tremendamente mojada. Me acerqué a su coño depilado y olí su tremendo coñazo. Saqué mi lengua y comencé a comerle el coño, haciendo que ella instintivamente soltara un gemido.
—Mmm para… que tengo novio… ahhhh —decía en su último momente de lucidez.
Yo ya no pensaba en nada más. Solo saboreaba sus fluidos que salían de a montones. Comencé a mover mi lengua en pequeños circulos haciendo que Miriam se retorciera de placer.
—Ufff joder
Entonces saqué mi cabeza de mi coño y me masturbé un poco para poner a tono mi polla. Miriam volteó y al verme sostener mi polla vi algo de preocupación en ella.
—Ni se te ocurra… me vas a partir.
No había vuelta atrás. tomé mi polla venosa y la dirigí a la entrada de su coño, que era un horno andante.
—Despacio por favor… —dijo al sentir la punta de mi polla entrando.
Movía mi polla jugando con su coño. Disfrutaba el momento. Tenía en cuatro a la niña pija de la universidad. Aquella que tenía a su merced a la mitad de la universidad. La tipa que no se había cansado de molestarme. Me hice un poco para atrás, y con un movimiento de cadera le metí un poco más la polla.
—Ahhh tranquilo, más despacio —gemía Miriam.
Su coño era tremendamente estrecho. Estiré una de mis manos y alcancé uno de sus pechos. Comencé a acariciar su enorme pezón que ya estaba duro. En cuestión de segundos, noté que por sus espasmos, que estaba teniendo su primer orgasmo. Sin darle tregua comencé a moverme rítmicamente de atras hacia delante. El placer que me generaba su coño era indescriptible, era casi como el de una virgen.
—Bufff ahhh —chillaba Miriam.
—Y aún no entra toda —le advertí con una sonrisa maliciosa.
Miriam me miró con aquel brillo en sus ojos, preguntándose si sería capaz de resistir mi polla, que con cada embestida perforaba más su coño. El sudor de ambos combinado con los flujos de su coño caía por el piso. Solté una de sus tetas y la sujeté con mis manos en sus caderas, empezando a subir el ritmo de mis embestidas.
—Paraaa aahhhh —Miriam hacía muecas de placer con los ojos cerrados.
La tomé del cabello y la hice girar su cabeza hacia mí. Le devoraba su boca con mi lengua y ella se dejaba hacer. Era un intercambio de saliva prominente. Con mis dos manos aprisionaba sus enormes tetas, aquellas que se me habían negado la última vez. Las apretaba ligeramente y a veces fuerte.
—No seas tan brusco —me decía Miriam entre suspiros al sentir que pellizcaba sus pezones.
De pronto la volví a poner en cuatro y empecé a embestirla más fuerte. Mi polla ya entraba con mayor facilidad y los gritos de Miriam se podían escuchar por toda la casa.
—Mmm no termines dentro —decía ella— joder… me vengo, me vengo otra vez cabrón ahhhh.
Ver la cara de viciosa de Miriam y sentir las contracciones de su coño en mi polla me hicieron llegar al límite. Su coño parecía devorarme, pues no me dejó salir tan fácil de buenas a primeras pero antes de sentir el orgasmo, logré sacar mi polla y comencé a masturbarme sacando toda la leche por el culo de Miriam quien yacía acostada después de la tremenda follada que le había dado.
Respiré profunda y lentamente. Inhalaba y exhalaba observando la situación. Ahí estaba Miriam boca abajo en el suelo. Desnuda, con las piernas abiertas y con su culo embarrado de mi semen. Me paré a por mi cel y le tomé unas fotos. Ella aún seguía aturdida por lo que acaba de pasar y a decir verdad, yo tampoco imaginé que llegaría a este punto.
Estaba por cambiarme cuando escucho que alguien toca la puerta. Joder y ahora qué pensé. Tocaron más fuerte y alguien alzó la voz . ¡Miriam! escuché a alguién gritar. Una voz que me resultaba familiar. Mierda. Era Max, el novio de Miriam.
Última edición: