El Juego de la Universidad

Capítulo 18



Cuando Miriam regresó del baño, me lanzó una mirada de arriba a abajo, con un deje de desdén en sus ojos.

—¿No piensas lavarte las manos? —preguntó, alzando una ceja.

—Oh, sí… —contesté, levantándome de inmediato para dirigirme al baño.

Ella soltó una risa corta y miró hacia el techo, negando con la cabeza.

—La verdad, tienes bien ganado tu apodo de puerco.

Me reí en silencio, y al volver del baño, nos sumergimos en las notas hasta dejar todo listo para el dichoso discurso de la feria de ciencias de la próxima semana. A pesar de nuestra distracción, habíamos avanzado bastante.

—Terminamos, por fin —suspiró Miriam, estirándose un poco.

—Sí, lo logramos —respondí con alivio.

—Espero no volver a hacer un trabajo contigo —dijo con una sonrisa divertida que, sin embargo, tenía un toque de verdad.

—Ja, yo podría decir lo mismo, créeme —me encogí de hombros, devolviéndole la sonrisa.

Guardamos las cosas y salimos de la biblioteca. En la entrada, nos despedimos y cada quien tomó su camino. Mi estómago rugía después de tantas horas de estudio, así que decidí darme un lujo con algo de comida en los comedores; aún tenía algo de dinero ahorrado de mis tocadas en el Media Luna.

Mientras caminaba hacia el comedor, noté cómo el frío comenzaba a instalarse en la universidad. Las faldas cortas y camisetas de tirantes empezaban a dar paso a suéteres y chaquetas. Al llegar, me topé con Simón sacando unas galletas de una máquina expendedora.

—¡Marcelo! —me saludó con una mano en alto.

—Hola, Simón. Estaba en camino a los comedores, ¿vienes?

—Por supuesto. Oye, ¿cómo te fue con el proyecto que hiciste con Miriam? —preguntó, levantando una ceja con una sonrisa de medio lado.

—Pues, hubo algún que otro contratiempo, pero al final lo logramos.

—Ya me imagino —dijo, codeándome con una sonrisa cómplice.

Ordené una hamburguesa con papas y nos sentamos en una de las mesas. Sin preguntar, Simón empezó a comer de mis papas, aunque realmente no me molestaba. De pronto, escuché unas voces familiares detrás de mí. Eran las gemelas Ari y Adri, y venían con su sarcasmo de siempre.

—Vaya, vaya, hasta que por fin encontramos a los campeones de pádel —dijo Adri, cargada de ironía.

—Creo que hasta unos mancos nos habrían dado más pelea, ¿tú qué dices, Adri? —Ari miró a su hermana con una expresión pensativa.

—Difícil saberlo —respondió Adri, llevándose un dedo a la barbilla.

—Ya, ya. Entendimos que perdimos —contesté, cansado de su mofa.

—Sí, pero con un poco más de práctica las habríamos vencido, ¿no, Marcelo? —sonrió Simón.

—¿Ah, sí? —Ari arqueó una ceja, burlona—. ¿Quieren apostar otra vez?

—Claro que sí… —empezó a decir Simón antes de que yo le pusiera una mano en el hombro, deteniéndolo. No quería entrar en otro desafío que seguramente terminaría igual.

—Eso pensé —dijo Ari, sonriendo triunfante.

—Por cierto, venimos a cobrar el favor que nos deben —dijo Adri, cambiando el tono.

—¿De qué va? —pregunté, con desconfianza.

—Preséntense en el salón de artes a las 2, en el edificio B. Lo demás lo sabrán ahí —contestó Ari, con aire de misterio.

—Suena sospechoso —comentó Simón, frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa, Simón? ¿Acaso eres…? —dijo Adri, con un tono retador.

—¿Un cobarde? Pensábamos que eran hombres de palabra —completó Ari, llevándose la mano a la frente de forma teatral.

—Que va, estaremos ahí puntuales. Somos hombres de palabra —dijo Simón con seguridad.

Yo negué con la cabeza, mientras miraba mi hamburguesa a medio terminar. Algo en esa propuesta me daba mala espina.

—Muy bien, sabíamos que podíamos contar con ustedes —dijo Ari, satisfecha.

—Ah, y otra cosa —continuó Adri—, el sábado pasen por nosotras a las 8 para la fiesta. Y solo para aclarar —hizo una pausa significativa—, esto no es una cita como tal; es una salida de amigos.

—¿Salida de amigos? —Simón no pudo ocultar la decepción en sus ojos.

—No se preocupen, nos la vamos a pasar bomba —Ari le guiñó un ojo—. En fin, eso es todo, chicos. Nos vemos en la clase de arte.

—Adiós —dijeron las gemelas al unísono, girando sobre sus talones y marchándose.

Simón y yo intercambiamos una mirada. Él parecía menos entusiasmado ahora, y yo no podía quitarme la sensación de que las gemelas tenían algo más planeado para esta tarde.

A las 2 en punto, Simón y yo llegamos al edificio B. La estructura tenía el clásico aire de la universidad, con paredes de piedra y ventanas estrechas que dejaban entrar la luz de invierno. Al entrar, nos acercamos a la recepción, donde una mujer con gafas y aspecto aburrido hojeaba una revista.

—Disculpe, ¿dónde está el salón de Artes? —preguntó Simón, con su tono más amable.

La recepcionista apenas levantó la vista antes de señalar con el dedo hacia un pasillo.

—Al fondo a la derecha —indicó—, pero necesitan autorización para entrar. ¿Cuáles son sus nombres?

—Simón —respondió él rápidamente—, y él es Marcelo.

La recepcionista asintió antes de tomar el teléfono y marcar un número. Esperamos en silencio mientras conversaba en voz baja, hasta que finalmente colgó.

—La profesora Magdalena vendrá a buscarlos —dijo, regresando a su revista sin más interés.

Unos minutos después, apareció una mujer en sus cincuentas con un aire peculiar: llevaba lentes de montura gruesa y una vestimenta que parecía sacada de una película de los setenta, con colores vibrantes y accesorios exagerados.

—¡Ah, espléndido! —exclamó, dándonos la bienvenida con besos en las mejillas—. Ustedes deben ser los modelos, ¡nada mal! —sonrió, evaluándonos con la mirada.

Simón y yo intercambiamos una mirada confusa. ¿Modelos? Esto no era lo que teníamos en mente.

Nos condujo a un amplio salón lleno de caballetes y lienzos en blanco. En las sillas, varios estudiantes estaban preparándose con sus lápices y pinceles, la mayoría de ellos chicas. Y ahí, entre ellas, estaban Ari y Adri, sonriéndonos con un aire de complicidad.

—¡Hola, chicos! —saludó Ari levantando la mano, y Adri le imitó con un movimiento casi idéntico.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer aquí? —preguntó Simón, claramente desconcertado.

La profesora Magdalena soltó una carcajada, como si la pregunta fuese una broma ingeniosa.

—¡Oh, querido! ¡Sí que tienes sentido del humor! Pónganse cómodos, que en unos momentos comenzamos.

Nos quedamos parados, sin saber qué hacer, cuando de repente, Ari se levantó de su silla y se acercó a nosotros con una expresión traviesa. Bajó la voz hasta casi un susurro.

—Chicos, se supone que tienen que modelar desnudos.

Simón y yo nos quedamos de piedra. Sentí un nudo en el estómago, y la expresión de Simón pasó de confusión a pánico absoluto en un segundo.

—¿Qué? ¿Es una broma? —musité, esperando que aquello fuera solo otra de sus bromas pesadas.

—Ni de broma —añadió Simón, dando un paso atrás—. No pienso hacer esto.

—Vamos, no se pongan nerviosos —dijo Ari con una sonrisa inocente, aunque sus ojos brillaban de pura diversión—. Es para una buena causa. Las chicas de aquí tienen que practicar dibujo anatómico para su examen. Además, ¿qué hay de malo en un poco de arte?

—Sí, claro, por el arte… —murmuré, intentando mantener la calma mientras mi mente buscaba desesperadamente una salida.

Pero antes de que pudiera pensar en una excusa para escapar, la profesora Magdalena volvió a acercarse.

—Pueden cambiarse detrás de esa cortina. ¡No se preocupen, será rápido y profesional!

Miré a Simón, que tenía los ojos tan abiertos que parecían a punto de salírsele de la cara. No quería quedarme solo en esto, pero claramente él no estaba más dispuesto que yo.

—Vamos, chicos —insistió Adri, sonriendo desde su asiento—, ¿no iban a demostrar que son hombres de palabra?

Simón soltó un suspiro resignado, como si hubiera perdido una batalla interna. Tomó la bata que la profesora le ofrecía y comenzó a caminar hacia la cortina, mirándome con desesperación. Yo, sintiendo la presión de las miradas y el orgullo herido por la insistencia de las gemelas, tomé la otra bata con un suspiro profundo.

—Esto es una locura —dije por lo bajo, mientras seguía a Simón hacia la cortina.

Las risitas ahogadas de Ari y Adri resonaron detrás de nosotros mientras desaparecíamos tras la cortina para enfrentarnos a uno de los momentos más incómodos de nuestras vidas.

Salí con una mezcla de vergüenza y resignación, deseando que todo terminara rápido. Las miradas y susurros no se hicieron esperar; algunas chicas intercambiaban miradas cómplices y otras bajaban la vista, intentando disimular. Yo miré hacia el techo de la sala, deseando que la tierra me tragara en ese momento.

Al poco rato, Simón salió también, con las mejillas encendidas de vergüenza. De inmediato, los susurros se mezclaron con unas cuantas risitas ahogadas.

—Es que soy team Sangre —soltó, encogiéndose de hombros—. Si lo vieran en…

No pude evitar soltar una risa nerviosa mientras le ponía la mano en el hombro, interrumpiéndolo.

—Ya es suficiente, amigo —dije en voz baja, tratando de que no empeorara la situación.

Ambos nos paramos en el centro de la sala, intentando aparentar que todo estaba bajo control. Magdalena comenzó a dirigir a los estudiantes, dándoles instrucciones sobre cómo capturar "la esencia" de la figura humana.

Las risas y miradas se desvanecieron poco a poco a medida que el ambiente de la sala se tornaba más serio. Aún así, Simón y yo intercambiábamos miradas, como si en silencio nos prometiéramos no volver a caer en una situación así.

Mientras Simón y yo intentábamos mantenernos firmes en nuestra incómoda postura, noté que una chica de aspecto gótico, con un piercing en el labio y mechas verdes en el cabello, levantaba la mano. Tenía una mirada intensa que contrastaba con su expresión relajada. Magdalena, la profesora, la señaló con una sonrisa curiosa.

—Sí, Kate, adelante —le cedió la palabra.

Kate nos observó con cierto aire crítico, arqueando una ceja mientras mantenía la mano en alto.

—Creo que los chicos están demasiado estáticos —dijo, con una mezcla de desafío y diversión en la voz—. Sería más interesante si adoptaran una postura más... dinámica. Algo que transmita movimiento, energía, que no solo estén ahí parados como si fueran estatuas.

Magdalena asintió, entusiasmada con la sugerencia. Kate sonrió con satisfacción, y sus ojos brillaron con una pizca de malicia mientras continuaba:

—¿Qué tal si uno se sienta en el suelo, con una pierna extendida y la otra flexionada, apoyando el codo sobre la rodilla? Y el otro... podría agacharse detrás, con una mano en el suelo y la otra apoyada sobre el hombro del compañero, como si estuviera a punto de levantarse, con el cuerpo inclinado hacia adelante. Sería una pose más interesante para dibujar, ¿no creen?

Simón y yo nos miramos, dudando si deberíamos seguir la sugerencia de Kate. Magdalena, por supuesto, estaba fascinada.

—¡Es una idea espléndida! Vamos, chicos, inténtenlo. Será mucho más expresivo —dijo, gesticulando animadamente.

Nos movimos torpemente hacia la nueva posición. Me senté en el suelo, estirando una pierna mientras la otra quedaba flexionada, apoyando el codo sobre la rodilla, intentando aparentar una comodidad que no sentía. Simón se arrodilló detrás de mí, inclinándose hacia adelante con una mano en mi hombro, como si estuviéramos en medio de una especie de acto teatral congelado.

La sala guardó silencio por un momento, mientras los estudiantes observaban la nueva pose con atención. Sentí cómo la situación se volvía aún más surrealista, y mi incomodidad crecía al notar la intensidad con la que algunos ojos nos escrutaban, como si intentaran captar cada detalle. La tensión en el aire se hizo palpable, pero no había vuelta atrás.

Cuando la sesión terminó, nos retiramos detrás de una cortina improvisada para cambiarnos, aunque la privacidad resultaba ridícula considerando que ya habíamos estado expuestos frente a todos hacía apenas unos minutos. Magdalena, con una gran sonrisa, nos agradeció nuestra "valentía" y nos invitó a recorrer la sala para ver los dibujos que los estudiantes habían realizado durante la clase.

La mayoría de las obras eran, sinceramente, mediocres. Algunos intentos de capturar nuestras posturas resultaban torpes, con proporciones extrañas y trazos inseguros. Me mordí la lengua para no decir algo cruel, reconociendo que lo que faltaba aquí era talento, no voluntad o entusiasmo. Sin embargo, mi expresión cambió al llegar a la obra de Ari. Había "retratado" a Simón, o al menos, eso era lo que aseguraba.

—¡Vamos, Ari! Ni siquiera te esforzaste. Parece que lo hiciste a propósito —Simón señaló su dibujo, medio en broma, medio en serio.

El "retrato" de Ari parecía más una caricatura hecha con palos y círculos que un dibujo serio. Las líneas eran toscas y desproporcionadas; parecía como si lo hubiera dibujado un niño de primaria con una pizca de mala leche.

—¡Ay, Simón! Pero si te ves igualito —respondió Ari, conteniendo la risa. Adri, a su lado, se unió a las carcajadas.

Simón intentó mantenerse serio, pero la burla terminó sacándole una sonrisa resignada. Estaba claro que, para Ari, el dibujo no era más que una broma.

Mientras todos bromeaban y reían, mis ojos se posaron en un dibujo diferente. Era el de Kate, la chica gótica, y lo que vi me dejó sin palabras. Era un retrato mío, pero a diferencia de los demás dibujos, su trabajo destacaba por la precisión y el detalle. Mis rasgos estaban capturados con una fidelidad asombrosa, con sombras que daban profundidad a cada línea de mi rostro, logrando una expresión casi melancólica en mi mirada. Había algo en sus trazos que me hizo sentir visto, observado de una manera más intensa de lo que imaginaba.

—¿Qué te parece? —preguntó Kate, con una sonrisa orgullosa en los labios.

—Vaya, es... es increíble. En verdad me sorprende el nivel de detalle —admití, sinceramente impresionado.

Kate inclinó ligeramente la cabeza, como si valorara mi opinión más de lo que dejaba ver.

—Gracias. Me enfoqué en captar lo que vi en tu expresión durante la sesión —explicó, sus ojos oscuros escudriñándome—. Había algo en tu mirada, como si estuvieras aquí pero no del todo presente, ¿sabes? Quería transmitir esa especie de melancolía o quizás incertidumbre. Fue algo en tu manera de mirar al frente, como si estuvieras atrapado en otro pensamiento... Me pareció interesante explorar eso. Por eso le di ese toque más oscuro y realista. Quise darle vida a esa tensión interna.

Me quedé en silencio, sin saber exactamente cómo responder. Había algo inquietantemente certero en sus palabras, como si hubiera logrado descifrar algo que yo mismo no terminaba de comprender.

—Genial, yo tengo un dibujo casi hecho por un niño y a Marcelo lo retratan de manera profesional —bufó Simón, rompiendo el momento.

Kate rio suavemente y Ari, que seguía al lado de Simón, le dio un golpecito en el hombro.

—Ya no te quejes, Simón. Te regalo mi obra de arte —dijo Ari con una gran sonrisa burlona—. Así te lo llevas de recuerdo.

Simón tomó el dibujo con resignación mientras yo seguía mirando el retrato de Kate, sin poder apartar la vista de la precisión de cada trazo. Era casi como verme a mí mismo, pero desde una perspectiva completamente diferente, más intensa y, de algún modo, vulnerable. Había algo en ese dibujo que me inquietaba, pero a la vez me fascinaba, como si hubiera descubierto una parte de mí que no sabía que existía.

El teléfono vibró en mi bolsillo, y cuando lo saqué, vi un número desconocido en la pantalla. Aun así, no necesitaba adivinar quién llamaba; reconocía el prefijo y, sobre todo, tenía una corazonada. Me despedí rápidamente de Simón y de las gemelas. Antes de salir, crucé una mirada breve con Kate, que me observaba desde la distancia con una expresión que no logré descifrar.

Contesté al teléfono mientras me alejaba.

—Hola, Marcelo.

La voz en el otro lado de la línea era inconfundible, era Samuel, el lacayo de Randal, presidente del club de fotografía. Su tono era neutro, pero en mi cabeza, siempre tenía un deje de superioridad, como si disfrutara de un pequeño poder sobre los demás solo por el hecho de estar cerca de Randal.

—¿Samuel? —pregunté, sin esfuerzo por ocultar mi falta de entusiasmo.

—Tío, Randal te pidió que siguieras de cerca a la profesora Abigail, y me encuentro con que estás tonteando con el consejo estudiantil. ¿Qué está pasando?

—Sí, tuve que tratar unos asuntos —respondí, intentando sonar más seguro de lo que realmente me sentía.

—Chaval, ten cuidado por donde pisas. Si nosotros te parecemos malos, Miquel lo es aún más. Es un narcisista sin escrúpulos. —Su tono cambió a uno más serio—. En fin, Randal quiere saber si has conseguido algún avance con la profesora Abigail. ¿Alguna foto comprometedora, algo que nos sirva? Parece que el rector la ha tenido difícil últimamente.

—¿Qué es exactamente lo que quieren de ella? —pregunté, con un nudo formándose en mi estómago. Sabía que Randal y su grupo eran manipuladores, pero la intensidad de todo esto empezaba a asustarme.

—Queremos material, contenido, ya sabes —la voz de Samuel se volvió casi siniestra—. Fotos, vídeos, lo que sea, pero especialmente algo que la vincule al rector. Queremos destruirla, corromperla. Abigail es una de las profesoras más calientes de la universidad. Si logramos pillarla en una situación comprometida, tenemos lo que necesitamos.

Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Sabía que esto no era un simple juego, pero escucharlo tan claramente me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Samuel esperaba que yo fuera capaz de hacer eso, de arruinar a alguien solo para conseguir lo que ellos querían. Era un recordatorio brutal de en qué me había metido.

—¿Y qué pasa si no encuentro nada? —pregunté, sintiendo cómo la presión se acumulaba en mis hombros.

—No puedes pensar en eso, Marcelo —dijo Samuel, su tono más cortante—. Si no lo haces tú, alguien más lo hará, y créeme, será peor para todos los involucrados. Randal te eligió porque cree que eres inteligente, porque cree que sabes cómo moverte en este tipo de situaciones. No le falles.

Me quedé mirando el suelo mientras Samuel continuaba.

—Recuerda, chico. La información es poder, y nosotros necesitamos todo el poder que podamos conseguir. No me importa cómo lo hagas, pero quiero una foto de ella lo más pronto posible. Algo que nos dé ventaja.

Colgó antes de que pudiera responder, dejándome en medio del pasillo, el teléfono aún pegado a mi oído. Sentí un escalofrío recorrerme. ¿Qué había estado pensando al involucrarme con ellos?

Suspiré y me guardé el móvil en el bolsillo. Mis pasos resonaban en el pasillo vacío, el eco se mezclaba con los pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza. Todo comenzaba a sentirse como una espiral de situaciones cada vez más enredadas. Y yo estaba en el centro de todo, como una pieza de ajedrez movida por otras manos, más poderosas y astutas que las mías.

Mientras caminaba, me preguntaba si de verdad valía la pena continuar. Podía sentir cómo la universidad y su laberinto de intrigas me estaba devorando poco a poco.

Finalmente, llegué a un parque que estaba detrás de unas oficinas, uno de los pocos lugares donde los estudiantes apenas pasaban. Me senté en un banco, observando cómo las hojas caían lentamente de los árboles. Las palabras de Samuel seguían dando vueltas en mi cabeza. ¿Realmente estaba dispuesto a hacer lo que me pedían?

¿Podía seguir con mi vida como si nada, mientras me exigían destruir la de alguien más?

El viento frío de la tarde me sacó de mis pensamientos. Tal vez, solo tal vez, debía empezar a trazar mi propio plan.​
 
Última edición:
Yo creo que está claro que cuando Marcelo dijo que solo uno de los dos se graduó se refiere a Clara.
Y la verdad que es la que más se lo merece, porque Marcelo va de lío en lío y así es muy complicado.
 
Eso es cierto. Por lo que sea tiene un éxito total con las chicas.
Clara está colada por el, Miriam me parece que también, Abigail aunque se resista creo que va a caer otra vez y una de las 2 gemelas, igual.
Graduarse creo que no se va a graduar, pero desde luego disfrutar, ha disfrutado.
 
Eso es cierto. Por lo que sea tiene un éxito total con las chicas.
Clara está colada por el, Miriam me parece que también, Abigail aunque se resista creo que va a caer otra vez y una de las 2 gemelas, igual.
Graduarse creo que no se va a graduar, pero desde luego disfrutar, ha disfrutado.
Si no se gradúa puede ser por algún follón con el club de fotografía y sus enigmáticos y poderosos miembros.
 
Última edición:
Yo creo que no se gradúa por las malas compañías de esos miserables que le han pedido fotos de Abigail bajo amenazas y chantajes. Nunca debió juntarse con esa gentuza.
 
Capítulo 19



Finalmente llegó la noche de Halloween. Las luces en el pasillo parpadeaban, lanzando sombras largas y erráticas mientras me preparaba. La conversación que había tenido días atrás seguía rondando en mi cabeza. ¿Cómo había terminado en este aprieto? No podía destruir la carrera de la profesora Abigail; eso estaba claro. Pero si no cumplía con lo que me habían pedido, aquel video en el que me colaba en los dormitorios después de la hora límite sería suficiente para que me expulsaran. Solté un suspiro pesado mientras me daba los últimos retoques frente al espejo.

Tomé mi violonchelo y me ajusté el antifaz, un accesorio negro con detalles dorados que ocultaba parte de mi rostro. Mi disfraz, un elegante atuendo de gala con capa oscura, tenía un aire gótico que hacía juego con la atmósfera de la noche. No era nada ostentoso, pero era suficiente para pasar desapercibido en la fiesta.

Al salir del cuarto, me encontré con Simón, que había decidido disfrazarse de Frankenstein. Su piel estaba pintada de un verde mortecino, con cicatrices falsas y tornillos plateados en el cuello que se veían casi reales bajo la luz tenue del pasillo. Llevaba una chaqueta oscura, rota en los hombros, que dejaba ver una camisa blanca manchada de rojo.

—Vaya, no te esforzaste mucho en tu disfraz, ¿eh? —bromeó Simón, con una sonrisa divertida mientras se sacudía un poco la pintura verde que le quedaba en las manos.

—¿Qué va? —dije encogiéndome de hombros—. Solo voy por cumplir.

Caminamos juntos hasta el primer piso, donde tocamos la puerta del dormitorio de las gemelas. Un momento después, la puerta se abrió y Ari apareció con una sonrisa de oreja a oreja. Ella y Adri habían elegido disfraces a juego, como era de esperar. Ambas llevaban trajes de ninfas del bosque: vestidos largos y vaporosos en tonos de verde y azul, con detalles dorados en el corsé. Llevaban coronas de hojas y flores oscuras, que les daban un toque misterioso y etéreo. Las capas traslúcidas de sus disfraces se movían con elegancia, permitiéndoles moverse con libertad para bailar.

—¡Qué tal, chicos! —dijo Ari, saludándonos con entusiasmo—. ¿Listos para pasarla bomba?

—Más que listos —contestó Simón, sonriendo mientras se rascaba incómodo una de las cicatrices falsas que llevaba en la frente.

Bajamos al vestíbulo y tomamos un taxi que nos llevó hasta la mansión de Miquel, el anfitrión de la fiesta. A medida que nos acercábamos, la atmósfera de la noche cambiaba. La carretera estaba llena de coches aparcados a ambos lados, y la mansión destacaba a lo lejos, bañada en luces de colores que danzaban al ritmo de la música que resonaba desde dentro. Una niebla artificial envolvía los jardines, mientras las siluetas de figuras disfrazadas se desdibujaban bajo las sombras. El olor a hojas secas, mezclado con el aroma a ponche de frutas y calabaza, flotaba en el aire. Grupos de personas disfrazadas de vampiros, piratas, esqueletos y criaturas de todo tipo se movían por la entrada principal, conversando y riendo.

Cuando llegamos a la puerta, Miquel nos recibió con los brazos abiertos. Llevaba un traje de esqueleto fluorescente, que brillaba con intensidad bajo las luces negras que iluminaban la entrada.

—¡MarChelo! —saludó Miquel, alzando la voz por encima de la música—. ¿Listo para romper la pista con el violonchelo? —Me dio una palmada en la espalda, y luego se volvió hacia las gemelas—. ¡Un placer, chicas! —Sonrió mientras les besaba la mano con una exagerada reverencia—. Y tú debes ser... Sergio, ¿verdad?

—Soy Simón —corrigió mi amigo, extendiendo la mano con expresión fría, dejando claro que no le había caído en gracia.

Miquel se rió, estrechando la mano de Simón sin perder la sonrisa.

—¡Adelante, chicos! ¡Pasen y disfruten! —dijo, abriendo la puerta con un gesto teatral—. Esta noche será difícil de olvidar.

Noté un destello extraño en sus ojos, una pizca de incertidumbre que me puso en alerta. La música nos envolvió en cuanto cruzamos la entrada, y supe que esa noche solo acababa de empezar, con todos los secretos y promesas que traería consigo.

Entramos a la mansión, y de inmediato, la atmósfera nos atrapó. La música retumbaba en las paredes y las luces de colores se mezclaban con la niebla artificial, creando un ambiente de misterio y decadencia. En el centro del salón, la pista de baile estaba llena de sombras que se movían al ritmo de la música. Sin pensarlo, las gemelas se lanzaron a bailar, sus disfraces de ninfas brillando bajo las luces parpadeantes, seguidas de un entusiasmado Simón, cuyas cicatrices verdes destacaban aún más bajo la iluminación azul.

Yo, por mi parte, preferí mantenerme al margen. Caminé hacia la mesa donde servían ponche y me serví un vaso, tratando de no pensar demasiado en el motivo oculto que me había llevado hasta esa fiesta. Fue en ese momento cuando escuché una voz familiar detrás de mí.

—Vaya, vaya, pero si es el Sapo mayor —Brandon se burló, con su tono cargado de desprecio.

Me giré lentamente, lanzándole una mirada de advertencia. Estaba listo para enfrentar cualquier comentario venenoso que soltara.

—Tranquilo —dijo, levantando las manos en señal de paz—. No vengo a pelear. Solo quiero que te quede claro algo: mantente fuera de mi camino con Clara, ¿entiendes?

Estaba a punto de contestarle con algo mordaz cuando la vi entrar. Clara, con su porte elegante y mirada enigmática, avanzaba hacia el salón tomada del brazo de un hombre desconocido. Llevaba un vestido victoriano, ajustado en la cintura y con amplias mangas de encaje que rozaban delicadamente el suelo. El corsé entallado acentuaba su figura, y su cabello, recogido en un elaborado moño con mechones sueltos, le daba un aire aún más sensual y misterioso. Pero lo que más me impactó no fue su disfraz, sino el hombre que la acompañaba. Alto, vestido también con un traje de época, elegante y oscuro, con un sombrero de copa que añadía un toque intimidante. Su mirada severa lo decía todo: era alguien con quien no se debía jugar.

Brandon, que había notado mi expresión de sorpresa, siguió mi mirada. Al ver a Clara con aquel tipo, su rostro se nubló de decepción. Intercambiamos una mirada de entendimiento y frustración antes de que se diera media vuelta y desapareciera entre la multitud.

Me quedé allí, con la vista clavada en Clara mientras se acercaban hasta detenerse frente a mí.

—¡Hola, Marcelo! —dijo con una sonrisa, aunque su tono denotaba una ligera incomodidad—. Casi no te reconocía de lejos con ese antifaz. Te presento a Luan. Luan, este es Marcelo.

Extendí la mano, tratando de mantener la compostura. Luan me examinó de arriba a abajo, evaluándome con la mirada como si intentara decidir si valía la pena estrecharme la mano. Finalmente, con un gesto de cortesía forzada, aceptó mi saludo.

—Luan Barceló —dijo en tono serio mientras estrechaba mi mano con fuerza controlada.

—Marcelo Ortega —respondí, manteniéndole la mirada firme.

El intercambio fue breve, pero sentí el peso de su mirada incluso después de que soltara mi mano.

—Bueno, con tu permiso, Marcelo —dijo Clara rápidamente, notando la tensión, antes de retirarse con Luan.

Los observé mientras se alejaban, sintiendo un nudo de frustración en el estómago. ¿Quién era ese tipo, y qué hacía con Clara? A simple vista parecía uno más de esos ricachones altaneros que solo se movían en los círculos más exclusivos.

—¿Qué pasa, Marcelo? ¿Celoso? —La voz de Miquel me sacó de mis pensamientos. Apareció a mi lado, con una sonrisa traviesa en los labios.

—Para nada —dije, tratando de ocultar mi incomodidad.

—Luan es el presidente del consejo estudiantil —comentó Miquel, sorbiendo su bebida con aire despreocupado—, y su familia probablemente tiene más dinero que la mía. —Me lanzó una mirada inquisitiva, esperando una reacción. Al ver que no respondía, continuó—. Pero no te preocupes, todavía tienes ventaja con Clara. A fin de cuentas, Luan es un aguafiestas de mente cuadrada, tan aburrido como una piedra. ¡Y ya sabes cuánto le gusta a Clara la emoción! —Me dio una palmada en la espalda, como si eso fuera suficiente para levantarme el ánimo.

Antes de que pudiera responder, vi a Miriam y Max entrar en la fiesta. Llevaban disfraces a juego, como si fueran los protagonistas de una historia romántica. Max, vestido de pirata con chaqueta de cuero y espada al cinto, tenía un aire rudo pero atractivo. Miriam, por otro lado, llevaba un traje de corsaria que dejaba poco a la imaginación. Un corpiño negro y ajustado destacaba sus curvas, mientras que una falda corta y botas altas completaban el conjunto. La pareja irradiaba una química palpable.

No mucho después, Isabella, la vicepresidenta del consejo estudiantil, apareció cerca de ellos, con un disfraz que encajaba perfectamente con su personalidad controladora. Llevaba un uniforme de policía ajustado, con esposas colgando de su cinturón y una placa falsa que relucía en la pechera. La tensión entre Max e Isabella se hizo evidente al instante. Max, que estaba hablando animadamente con Miriam, se tensó al notar la presencia de Isabella, mientras que ella sonreía con una confianza calculada, como si ya hubiera ganado la partida.

—Las próximas elecciones del consejo estudiantil serán bastante interesantes —comentó Miquel, con una sonrisa que sugería que sabía más de lo que decía—. Max, representando al rebelde equipo amarillo, y Isabella, defendiendo al siempre fiel equipo azul —Tomó otro sorbo, su mirada fija en la escena que se desarrollaba frente a nosotros.

—Bueno, ya veremos quien gana —contesté.

Me separé de Miquel sin decir una palabra más, sintiendo su mirada fija en mi espalda mientras me alejaba. Las luces de la fiesta seguían parpadeando, acompañadas del ruido ensordecedor de la música y las risas despreocupadas que llenaban la mansión. A mi alrededor, los disfraces extravagantes y coloridos se movían como sombras en un mundo que, en ese momento, me parecía irreal y distante.

Encontré un rincón oscuro cerca de una ventana, lejos del bullicio. Me dejé caer en una silla de madera antigua, medio oculta tras una cortina de terciopelo que me daba una vista privilegiada del salón sin ser visto. Desde allí, podía observar sin ser parte de la fiesta. Un rincón cómodo para alguien que solo quería desaparecer.

Mis ojos se dirigieron inmediatamente hacia Clara. La veía moverse entre la multitud con esa gracia natural que siempre me había cautivado. Reía, coqueta, mientras Luan, con su expresión impasible, se mantenía a su lado, como si fuera el dueño del lugar. Sentí una punzada en el pecho al verla tan cómoda con él, al ver la manera en la que le sonreía y cómo parecía absorber toda su atención. La forma en la que Luan la miraba, casi con propiedad, como si ella le perteneciera, hizo que mi mandíbula se tensara.

Con una mezcla de frustración y resignación, desvié la mirada hacia el otro lado del salón. Allí estaban Miriam y Max, envueltos en su propio mundo. Miriam se veía increíblemente hermosa, más de lo que nunca había querido admitir, con ese disfraz de corsaria que parecía hecho a medida para resaltar cada uno de sus atributos. Reía despreocupadamente, sus ojos brillando mientras Max le decía algo al oído que la hacía sonreír aún más. Se movían cerca, demasiado cerca, sus cuerpos casi pegados, como si no hubiera nadie más alrededor.

Y de repente, una sensación extraña y molesta se apoderó de mí. Celos. No sabía por qué me sentía así, ni quería admitirlo. Siempre había pensado que lo de Miriam y yo era puramente físico. Pero ahora, viéndolos tan unidos, me di cuenta de que mi desinterés no había sido del todo sincero. Miriam, con su risa contagiosa y su actitud desafiante, había ocupado un espacio en mi mente del que nunca había sido plenamente consciente… hasta este momento. Y eso me enfurecía.

De repente, la música se detuvo y las luces de la sala se atenuaron, dejando la pista de baile en penumbras. Una figura conocida se movió hacia el centro del escenario, destacándose bajo el único foco que ahora la iluminaba. Era Isabella, con su disfraz de policía, luciendo más segura y dominante que nunca. La multitud comenzó a calmarse, enfocando su atención en ella mientras alzaba un micrófono con una sonrisa que irradiaba autoridad.

—¡Bienvenidos todos a la fiesta de Halloween! —anunció con una voz firme y clara—. Me alegra ver que han venido con sus mejores disfraces. Espero que esta noche sea una de las que recordemos por mucho, mucho tiempo. ¡Así que prepárense para una noche de locura, baile y sorpresas!

Hubo gritos y vítores en respuesta, la energía en la sala subió momentáneamente, pero yo seguía en mi rincón, con mi ponche en la mano y la mente atrapada en la mezcla de emociones que me consumía.

—Antes de que la verdadera fiesta comience —continuó Isabella, levantando una mano para pedir silencio—, he invitado a dos estudiantes con talento para que nos deleiten con un poco de música. Así que, primero, quiero que le demos un fuerte aplauso a alguien que todos conocen bien, nuestro querido presidente del consejo estudiantil... ¡Luan Barceló!

Las palabras resonaron en la sala, y la multitud aplaudió, aunque no con el entusiasmo que Isabella probablemente esperaba. Los aplausos eran corteses, tal vez por respeto a su posición, pero no había esa chispa de entusiasmo que se siente cuando la gente realmente espera algo grandioso.

Luan, con su traje de época victoriana y su porte altivo, subió al escenario con paso tranquilo, como si fuera la cosa más natural del mundo que todos estuvieran atentos a él. Su disfraz, tan cuidadosamente elegido, hacía juego con su aire de nobleza estudiada. Se dirigió al micrófono con una sonrisa diplomática, que no lograba alcanzar sus ojos.

—Buenas noches a todos —dijo con esa voz perfectamente modulada que probablemente usaba en las reuniones del consejo—. Es un honor ser parte de esta fiesta y abrir la noche con una pieza clásica. Espero que la disfruten.

Y, con esas palabras medidas, se dirigió hacia el piano negro que se encontraba al fondo del escenario. La multitud observaba en silencio, más por curiosidad que por verdadera expectación. Luan tomó asiento, ajustó su postura, y comenzó a tocar. Sus dedos se movían con precisión sobre las teclas, arrancando una melodía que sonaba elegante, pulida, pero también carente de vida. Era una pieza clásica que reconocí de inmediato, una de esas composiciones que todo pianista aprende en sus primeras clases. Una ejecución correcta, sin errores, pero también sin pasión.

La sala se mantuvo en silencio mientras Luan tocaba, y aunque la melodía era hermosa, no logró arrancar más que una atención superficial por parte de los estudiantes. Nadie bailaba, nadie se dejaba llevar por la música. Era como si estuvieran esperando a que terminara para pasar a lo que realmente importaba. En mi rincón, sorbí otro trago de ponche, reconociendo que lo que veía era lo que siempre había sentido al respecto de Luan: alguien técnicamente perfecto, pero sin la chispa que encendiera algo en los demás.

Cuando la última nota resonó y se desvaneció en el aire, hubo un momento de silencio incómodo antes de que los aplausos secos llenaran la sala. Eran aplausos educados, nada más. Luan se levantó, hizo una ligera reverencia, y abandonó el escenario con la misma expresión tranquila, como si no le afectara en absoluto la tibia reacción de la audiencia. Clara lo recibió con una sonrisa, y él le devolvió la mirada con esa calma que me sacaba de quicio.

Perdido en mis pensamientos, aún resonando la última nota tocada por Luan y la mirada que Clara le había dirigido, sentí algo extraño, como si alguien estuviera observándome. Mi instinto me hizo levantar la cabeza, y fue entonces cuando lo vi. A lo lejos, en la penumbra de la pista, alguien con un disfraz de zorro animatrónico me miraba fijamente. Sus ojos, ocultos tras la máscara, parecían atravesarme, y sentí un escalofrío recorrerme. Estuvimos así, en un duelo silencioso de miradas durante unos segundos, hasta que algo me hizo desviar la atención.

—¡Oye, tú! —Una voz grave y autoritaria interrumpió mis pensamientos. Uno de los gorilas de Miquel me estaba llamando—. Es hora, tienes que prepararte.

Me quedé inmóvil por un instante, como si acabara de ser sacado de un trance, y luego asentí con la cabeza. Me dirigí hacia la parte trasera del escenario, donde me esperaba un espacio improvisado para afinar mi violonchelo. Pero no estaba solo.

Luan y Clara estaban allí, conversando en voz baja. Al verme llegar, Clara se volvió hacia mí con una sonrisa cálida.

—¡Suerte, Marcelo! —dijo alegremente—. Luan, ¿sabías que Marcelo también toca? Trabajamos juntos en el Media Luna, toca cada fin de semana.

Luan, con esa expresión neutral que había mantenido toda la noche, me dedicó una mirada apenas disimuladamente condescendiente.

—Oh, ¿en serio? —comentó, levantando una ceja—. Bueno, mucha suerte entonces... es difícil tocar después de alguien que ha interpretado en eventos importantes. Supongo que tienes bastante práctica tocando en un... restaurante.

El tono de su voz era suave, pero la intención era clara. Sentí un nudo formarse en mi estómago, pero me forcé a mantener la calma. Clara frunció el ceño y lo miró con desaprobación.

—Luan, eso ha sido grosero —dijo, cruzando los brazos—. Marcelo es muy talentoso, ya lo verás.

Luan levantó una mano, como disculpándose sin querer hacerlo realmente.

—No era mi intención sonar despectivo —replicó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Solo quiero que sepa la presión que es tocar después de alguien experimentado. De todos modos, mucha suerte, Marcelo.

Preferí no responder. Solo asentí con la cabeza y comencé a afinar las cuerdas de mi violonchelo, concentrándome en las notas y tratando de ahogar la rabia que empezaba a hervir dentro de mí. Podía sentir la mirada de Clara fija en mi espalda, y la sonrisa complaciente de Luan que se desvanecía cuando Isabella apareció en el escenario nuevamente.

—¡Y ahora! —anunció Isabella con entusiasmo—. Quiero presentarles a otro talentoso estudiante, que algunos de ustedes conocen como MarChelo. ¡Démosle un fuerte aplauso a Marcelo Ortega!

El sonido de los aplausos se mezcló con un murmullo de expectativa mientras subía al escenario. Respiré hondo, sintiendo que mis nervios se agitaban, pero decidí bloquear todo, enfocándome solo en la música. Coloqué el violonchelo sobre mi hombro y ajusté la posición del arco en la primera cuerda, intentando calmar la mente. Mis dedos temblaban ligeramente, pero me forcé a no pensar en ello. Todo dependía de ese momento.

Miré hacia la multitud, y al fondo, en la oscuridad, pude distinguir rostros familiares. Las gemelas y Simón estaban cerca de la pista, saludándome con entusiasmo, y podía verlos gritar algo de ánimo que apenas llegaba hasta el escenario. A la izquierda, Max levantó una mano en señal de apoyo, y Miriam, a su lado, me dedicó una mirada breve, pero llena de significado. Asintió en silencio, como si me estuviera pasando un poco de su confianza.

Eché un vistazo rápido a los estudiantes en la multitud, y reconocí a algunos que me habían visto en la novatada de la fiesta anterior. Parecían susurrar entre ellos, curiosos sobre lo que iba a pasar ahora. La tensión era palpable, una expectativa que cargaba el aire con electricidad.

Tomé aire profundamente, y luego exhalé despacio. La sala estaba en silencio, todos esperando. Levanté el arco y, antes de tocar la primera nota, dejé que mis ojos vagaran una última vez por la sala. Vi a Clara, al fondo, con Luan a su lado. Ella me sonreía, con esa mezcla de apoyo y algo más que no lograba descifrar. Luan simplemente observaba, con una expresión tranquila que casi me hizo dudar de mí mismo.

El peso de todas las miradas caía sobre mí mientras las primeras notas flotaban en el aire. Quería impresionar a Clara, quería que supiera que yo no era solo el tipo que tocaba en el Media Luna, que podía ir más allá. Quería que Luan se tragara esa sonrisa condescendiente, quería demostrarle que había subestimado a la persona equivocada. Y más que nada, quería no decepcionar a los que me miraban con expectativas, que no vieran una interpretación plana y sin alma como la de Luan.

Pero no tenía idea de qué tocar.

Había subido al escenario pensando en improvisar, en dejar que las emociones guiaran mis dedos. Pero ahora que estaba frente a todos, mi mente era un mar revuelto, incapaz de elegir una dirección. Las notas que habían estado al borde de mis labios, listas para surgir, se esfumaban entre pensamientos desordenados y recuerdos que me perseguían. Tomé aire y empecé a tocar lo primero que me vino a la cabeza, pero en cuanto mi arco rozó la cuerda, me di cuenta de que había elegido mal. Me equivoqué en un acorde, y un sonido disonante llenó la sala. Sentí un calor recorrerme la cara y la nuca, mi sudor frío aumentando, y escuché el sonido inconfundible de algunos murmullos y risitas disimuladas.

Por un instante, pensé que todo estaba perdido. Mi cuerpo se tensó, y las manos que normalmente volaban sobre el violonchelo estaban rígidas y pesadas. Miré a la multitud, y sentí que se me escapaba la oportunidad, que la noche se me resbalaba entre los dedos. Pensé en Luan, en su expresión arrogante, en cómo parecía adueñarse de la noche sin esfuerzo, y algo dentro de mí se rebeló.

“Este lugar podría ser de ellos, pero estaba decidido a hacerlo mío también”, recordé de golpe. Era lo mismo que había pensado en mi primer día en la universidad, cuando todo era nuevo y desconocido, cuando me prometí a mí mismo que no iba a quedarme en las sombras.

Entonces, tomé aire profundamente y cerré los ojos, bloqueando todo excepto mi violonchelo y mi respiración. Dejé que los recuerdos se desvanecieran y las dudas se disiparan. Y entonces supe qué iba a tocar.

Abrí los ojos, y en un movimiento decidido, cambié la melodía y comencé a tocar "Smooth Criminal", la versión movida y eléctrica que había ensayado cientos de veces pero nunca había tocado en público. Era una apuesta arriesgada, pero estaba dispuesto a hacerlo. Moví el arco con seguridad, arrancando la primera secuencia de notas rápidas y llenas de energía. Sentí cómo la sala entera se detenía, conteniendo la respiración, esperando lo que vendría.

Las cuerdas vibraban con intensidad bajo mis dedos, y mi cuerpo se movía al ritmo de la canción. No era solo música, era todo lo que sentía en ese momento: la frustración, la pasión, el deseo de destacar. Mis pies se movían al compás, y me dejé llevar, olvidándome del miedo, olvidándome de los murmullos iniciales, de la mirada de Luan, de todo. Me incliné hacia adelante, perdiéndome en la música, mientras las notas iban cobrando fuerza y velocidad.

El ritmo era contagioso. Los estudiantes comenzaron a moverse, primero tímidamente, luego con más confianza. La pista de baile, que había permanecido vacía durante la interpretación de Luan, se llenó de cuerpos que se contoneaban, dejándose llevar por el ritmo que marcaba con mi violonchelo. Cada nota parecía subir un escalón más en intensidad, arrastrando a la multitud conmigo. Sentía el peso del arco en mi mano, y lo deslizaba con precisión, con fuerza, haciendo rugir las cuerdas como si fueran parte de mí.

Podía ver a las gemelas y a Simón moverse al ritmo, sus risas animadas iluminando la pista. El público estaba conmigo, entregado a la música, y esa energía me impulsaba a tocar con más fuerza, con más pasión.

Mis dedos volaban sobre el mástil del violonchelo, y sentía que la energía en la sala iba en aumento. La canción alcanzó su punto culminante y solté una serie de notas rápidas y precisas que arrancaron vítores de la multitud. Los cuerpos saltaron al compás de la música, y el ruido de los aplausos y los gritos de ánimo se mezclaron con el sonido de mi violonchelo.

Cuando toqué la última nota, bajé el arco con un gesto dramático, y el sonido final resonó en la sala como una descarga eléctrica. Por un segundo, hubo silencio, y luego la sala estalló en aplausos y vítores. La pista de baile era un mar de caras sonrientes, de gritos, de aplausos que parecían no tener fin. La energía en el aire era casi tangible, y supe que lo había logrado.

Bajé del escenario, todavía con la adrenalina recorriéndome el cuerpo, y con una sonrisa dibujada en los labios. El violonchelo, mi fiel compañero, descansaba ahora bajo mi brazo, sus cuerdas vibrando ligeramente como si compartiera mi emoción.

Entre la multitud, vislumbré a Clara y a Luan que me esperaban al pie del escenario. Clara tenía una expresión de asombro en el rostro, sus ojos brillaban de emoción, mientras que Luan permanecía con los brazos cruzados, la mandíbula tensa y la sonrisa fría y rígida, claramente irritado por la ovación que aún no cesaba.

Me detuve frente a ellos, y antes de que Clara pudiera decir algo, incliné la cabeza hacia Luan, con una sonrisa tranquila en los labios.

—¿Sabes? —empecé, con voz firme y clara—. Tocar en el Media Luna cada semana me ha enseñado algo muy valioso. No importa si es en un restaurante o en un gran evento. Al final, la música no se trata del lugar, sino de conectar con quien escucha. Así que gracias, Luan, por darme la oportunidad de tocar después de ti. Ha sido... inspirador.

La noche apenas comenzaba, y no tenía ni la más mínima idea de lo que me esperaba.​
 
Última edición:
Y bueno, nos acercamos a la recta final de la primera parte del relato. Sí que me ha costado, así que agradezco a todos los que han seguido el relato y dejan sus comentarios, que aunque no lo parezca, se agradece un montón. ¡Saludos a todos!
 
Yo digo una cosa. Quizás debido a las amenazas de esos siniestros personajes de no acceder a lo que le pidieron para complicarle la vida a Abigail lo expulsen, pero se debería plantear dedicarse a la música que se le da bastante bien.
Si yo fuera Marcelo, no accedería al chantaje y asumía las consecuencias y creo que así va a ser por lo que dijo hace algunos capítulos.
Mejor morir de pie que vivir de rodillas.
De momento en esa noche ha demostrado que sabe de música cuando se concentra.
 
Superlativo ha sido este capítulo Eldric, has logrado transmitir cada sensación de manera exacta, igual que toda esa energía que nuestro antihéroe originó esa noche, personalmente, yo estaba ahí, sintiendo. viendo, oliendo, incluso saltando con cada acorde que Marcelo le sacó a ese violoncelo.
Qué decir de la magnífica elección de esa pieza musical de culto, Smooth Criminal.

🎵🎶Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?🎶🎵
:dancer1::dancer1:
beerchug.gif
 
Por cierto, en la canción Smoorh Criminal, siempre pensé que decía " Annie, are you walking", o algo así.
Y también recuerdo que no me atrevía a ver el vídeo de la canción thriller", y era peor porque le daba a la imaginación y me imaginaba un monstruos. Cosa de la infancia.
 
El quid de la cuestión, Clara o Miriam, Miriam o Clara.
Por cierto, en la canción Smoorh Criminal, siempre pensé que decía " Annie, are you walking", o algo así.
Y también recuerdo que no me atrevía a ver el vídeo de la canción thriller", y era peor porque le daba a la imaginación y me imaginaba un monstruos. Cosa de la infancia.
Ya somos dos con la letra :)

Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?
Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?
Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?
You've been hit by, you've been hit by, a smooth criminal

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Por cierto, en la canción Smoorh Criminal, siempre pensé que decía " Annie, are you walking", o algo así.
Y también recuerdo que no me atrevía a ver el vídeo de la canción thriller", y era peor porque le daba a la imaginación y me imaginaba un monstruos. Cosa de la infancia.
Ya somos dos con la letra :)

Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?
Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?
Annie, are you okay? So, Annie, are you okay? Are you okay, Annie?
You've been hit by, you've been hit by, a smooth criminal

En cambio mi cavernícola versión de la letra era...

🎵 Any ayuwoki...ayuwoki Any 🎵

:ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO:
 
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