El Juego de la Universidad

La verdad es la que es. Otra cosa es que los dos quieran dar el paso.
Porque yo mucho me temo que Marcelo no se va a graduar y no lo hará seguramente por los líos en los que se mete y por estar con la gente poco recomendable de allí.
 
Yo es que desde el momento que Marcelo dijo que uno de los 2 no conseguirá graduarse tenía claro que se refiere a él.
Es una pena que por meterse sin querer con esos depravados que le piden cosas bajo chantaje y coacción, me temo que no lo va a conseguir.
Por eso creo que debe seguir los consejos que le dio Kate sobre dedicarse a la música.
 
Ah bien. Es que pareció que se había contradicho.
A lo mejor lo he mal interpretado
Me parece que a lo que se refiere Miriam, es a preparar el terreno para terminar su relación con Max, al darse cuenta que sus encuentros con Marcelo se le han ido de las manos, casi llegando a una aventura, lo que le ha hecho tomar conciencia de que su corazón no siente por Max lo necesario como para haberse negado desde un principio.:oops:
 
¿Podrá Miriam mantenerse lejos de Marcelo?
Ni lo desea Marcelo, ni lo desea Miriam.
En la práctica no existe distancia suficiente si estudian lo mismo, y si no definen sus prioridades esto rápidamente se puede volver tóxico, no sólo afectando sus vidas privadas, también las académicas, y ya eso es arriesgar el futuro que intentan forjarse.

En términos objetivos, la atracción que sienten es difícil de gestionar, han logrado una conexión sexual que se vuelve irrefrenable, en situaciones así la sola distancia puede llegar a ser insuficiente, a lo más, retrasaría o entorpecería la consumación de sus deseos, no sirve una distancia de metros, sólo la ausencia es una solución, una escapatoria, la de alguno de ellos. :oops:
 
Aunque seguro que lo intente, al final siempre cae.
Hasta que se dé cuenta que está enamorada o algo parecido de él.
Es innegable que las emociones y sensaciones en juego han ido tomando cada vez más fuerza, evolucionado a sentimientos que ninguno se atreve a desnudar, parecen temer la sensación de vulnerabilidad que da la entrega del corazón a otro, y cuando están presente otros factores, como el clasismo, la discriminación, el resentimiento, ambición, intereses aspiracionales, y las escalas sociales, todo se puede hacer más complicado. :cool:
 
La verdad es la que es. Otra cosa es que los dos quieran dar el paso.
Porque yo mucho me temo que Marcelo no se va a graduar y no lo hará seguramente por los líos en los que se mete y por estar con la gente poco recomendable de allí.
Le tengo fe a Marcelo, un tipo que con esfuerzo se ha incrustado en la élite formativa, y puede que él se busque muchos de los líos en que se mete, pero no por eso los sufre menos. ;)
Existe la posibilidad que sea ella quien decida dejar los estudios, quizás temporalmente para ordenar su mente y otras cosas de su vida, considerando que no tiene una necesaria urgencia por generar sus propios recursos. :cool:
 
Le tengo fe a Marcelo, un tipo que con esfuerzo se ha incrustado en la élite formativa, y puede que él se busque muchos de los líos en que se mete, pero no por eso los sufre menos. ;)
Existe la posibilidad que sea ella quien decida dejar los estudios, quizás temporalmente para ordenar su mente y otras cosas de su vida, considerando que no tiene una necesaria urgencia por generar sus propios recursos. :cool:
A mí me daría pena que una buena chica como Clara no se graduará a no ser que sea decisión suya.
 
...
Existe la posibilidad que sea ella quien decida dejar los estudios, quizás temporalmente para ordenar su mente y otras cosas de su vida, considerando que no tiene una necesaria urgencia por generar sus propios recursos. :cool:

A mí me daría pena que una buena chica como Clara no se graduará a no ser que sea decisión suya.
Creo que me he equivocado, consideré a Miriam, la estudiante de familia rica, con la otra opción a no graduarse, y en el relato a quien mencionan en esa posibilidad junto a Marcelo es a Clara, otra de las becadas.
 
También hay que tener en cuanta que el que da siempre el paso adelante es Marcelo. Miriam se deja llevar pero nunca toma la iniciativa, aunque tampoco sabe pararlo.
 
Capítulo 22



El regreso a la mansión me dejó con una sensación extraña, como si las luces y los sonidos de la fiesta fueran irreales, un eco distorsionado de lo que había vivido minutos antes. Mis pasos eran lentos, no tanto por cansancio, sino porque cada rincón parecía vigilarme. Los destellos de las luces de colores danzaban en las ventanas, y las sombras parecían alargarse de forma antinatural a medida que me acercaba a la entrada.

Dentro, el calor de los cuerpos y el estruendo de la música me envolvieron de inmediato. Intenté concentrarme, encontrar algún rostro familiar que pudiera apartarme de la sensación de inquietud que aún llevaba encima, pero todo parecía una marea de disfraces y risas ajenas.

Miré en todas direcciones, buscando al hombre disfrazado de zorro animatrónico entre la multitud, pero no había rastro de él. Quizá, pensé, lo había imaginado... aunque el nudo en mi estómago decía lo contrario.

En mi desesperación por moverme rápido entre la gente, choqué de frente con alguien.

—¡Cuidado, imbécil! —gruñó una voz conocida.

Era Mario, mi compañero de cuarto. Nos miramos con esa mezcla de incomodidad y desdén que siempre había definido nuestra relación.

—¿Qué haces aquí, Mario? —pregunté, incapaz de contener el tono cortante.

—Lo mismo que tú, disfrutar la fiesta —respondió, una sonrisa burlona en su rostro—. ¿Te pasó algo? Pareces asustado.

—Nada que te importe —respondí, dando un paso hacia atrás para continuar mi camino.

Mario hizo un ademán como si fuera a decir algo más, pero al final solo resopló y se alejó, perdiéndose entre la gente.

Antes de que pudiera decidir mi siguiente movimiento, alguien más captó mi atención. Isabella apareció de la nada, su figura llamativa destacando incluso entre el caos de disfraces alrededor.

Su uniforme de policía estaba más desordenado que antes: la chaqueta ajustada estaba ligeramente abierta, revelando un top negro que apenas cubría lo necesario. Las medias de red se habían rasgado en un par de lugares, y las esposas en su cinturón tintineaban con cada movimiento. Se quitó el pequeño sombrero de policía, dejando que su cabello rubio, que caía en suaves ondas, se deslizara por sus hombros.

—¡Marcelo! —exclamó, con una sonrisa amplia y ojos chispeantes—. Por fin te encuentro.

—Isabella... —respondí, aún tratando de calmarme del todo.

—¿Estás bien? —preguntó, su tono casual pero con una pizca de interés que no me esperaba.

—Sí... estoy bien —mentí, desviando la mirada hacia el suelo.

—¿Seguro? —insistió, dando un par de pasos hacia mí—. Pareces... no sé, distraído.

Su cercanía me puso un poco nervioso. Era difícil no sentirme fuera de lugar frente a alguien como ella. Isabella tenía esa forma de moverse, de hablar, que parecía hecha para ser el centro de atención sin esfuerzo alguno.

—Solo necesitaba un poco de aire —dije finalmente, tratando de sonar casual.

—Ah, entiendo —respondió, inclinando la cabeza mientras me observaba con detenimiento—. La mansión puede ser abrumadora si no estás acostumbrado. Aunque, con tu talento, pensé que estarías disfrutando de la fama.

La mención de mi actuación al violonchelo me hizo tensar. No estaba seguro de si lo decía como un cumplido o un comentario al azar, pero su tono era lo suficientemente amable como para que quisiera creer lo primero.

—Supongo que no estoy acostumbrado a tanta... atención —admití, rascándome la nuca.

—Eso se aprende —dijo Isabella con una sonrisa, ahora más cálida. Dio un paso más cerca, casi imperceptible, pero lo suficiente como para que su perfume, un aroma dulce con un toque especiado, llegara hasta mí—. ¿Por qué no damos un paseo? Este lugar tiene sus rincones interesantes, lejos del ruido.

Algo en su tono era una invitación, pero también una pequeña orden disfrazada de sugerencia. Dudé por un momento, mirando hacia las escaleras que llevaban al piso superior y luego hacia la sala llena de gente. Antes de que pudiera responder, Isabella me tomó suavemente del brazo.

—Vamos, no muerdo... mucho —bromeó, guiñándome un ojo mientras tiraba de mí con una fuerza suave pero decidida.

Caminamos por los pasillos de la mansión, alejándonos del bullicio principal. Las paredes estaban decoradas con retratos antiguos, cada uno de ellos con rostros que parecían observarnos mientras pasábamos. Isabella caminaba con confianza, como si conociera cada rincón del lugar.

—Siempre me ha gustado esta casa —comentó, mirando de reojo uno de los cuadros—. Tiene historia, ¿sabes? Cosas que la mayoría no nota.

—¿Historia? —pregunté, intrigado por su tono.

—Sí, detalles. Mira esto, por ejemplo.

Se detuvo frente a una mesa decorada con un candelabro antiguo y algunos objetos curiosos: relojes de bolsillo, una pluma de escribir, y un libro con letras doradas en el lomo. Isabella tomó uno de los relojes, dándole vueltas entre sus dedos.

—Todo aquí tiene su propósito. Pero la gente solo ve lo superficial. Se pierden las cosas interesantes porque están demasiado ocupados luciendo bien o tratando de impresionar.

Seguimos caminando por los pasillos, y aunque trataba de enfocarme en lo que Isabella decía, mis pensamientos seguían regresando a esa figura en los árboles, al disfraz de zorro y a la forma en que había desaparecido entre las sombras. Pero Isabella tenía una forma de acaparar toda la atención, de hacer que incluso lo más inquietante quedara relegado a un segundo plano.

Nos detuvimos frente a una gran puerta doble que daba a lo que parecía ser una biblioteca. Isabella empujó una de las hojas con un gesto despreocupado, y la luz de la fiesta quedó atrás, sustituida por una penumbra cálida, iluminada por lámparas de pie y el resplandor de una chimenea al fondo.

—Esta es mi parte favorita de la mansión —dijo, entrando con una familiaridad que no esperaba. Sus pasos resonaron suavemente contra el suelo de madera mientras pasaba la mirada por las estanterías llenas de libros antiguos—. A veces, cuando todo se vuelve demasiado... abrumador, me gusta escaparme en el maravilloso mundo de los libros.

No estaba seguro de si me hablaba a mí o simplemente estaba pensando en voz alta, pero la seguí, casi sin darme cuenta. La biblioteca tenía un aire solemne, como si estuviera fuera del tiempo. El aroma a papel viejo y cuero llenaba el aire, y las paredes, cubiertas de estanterías, parecían envolvernos en un abrazo silencioso.

—¿Lees mucho? —preguntó de repente, girándose hacia mí con una sonrisa casi traviesa.

—No tanto como me gustaría —admití, sintiendo una punzada de inseguridad—. Aunque, cuando cada que puedo, me pierdo en algunos libros.

—Eso lo explica —dijo Isabella, su tono curioso pero juguetón.

—¿Qué explica?

—Esa forma en la que tocas el violonchelo. Es como si estuvieras contando una historia, como si cada nota estuviera llena de algo más profundo.

No supe qué decir. Era extraño escuchar algo así de alguien como Isabella, alguien que parecía superficial a primera vista.

—Deberías leer más —añadió, acercándose a una de las estanterías y sacando un libro al azar—. La música y los libros son lo mismo, ¿no crees? Ambos te llevan a lugares que no conocías, te hacen sentir cosas que no sabías que podías sentir.

—Vamos, todavía hay más que ver —continuó Isabella, girándose hacia la puerta con ese aire despreocupado que parecía natural en ella.

Caminaba por delante de mí con pasos seguros, el eco de sus tacones resonando suavemente en los pasillos vacíos de la mansión. A cada paso que daba, parecía que el aire a su alrededor cambiaba, como si ella misma dictara el ambiente de donde estuviera.

Llegamos a una pequeña sala con un piano de cola en el centro. La luz era tenue, solo un par de lámparas iluminaban la estancia, y las sombras parecían bailar en las paredes como si estuvieran vivas. Isabella se acercó al piano y deslizó los dedos por las teclas sin presionarlas, como si estuviera sopesando una melodía que aún no existía.

—Tú tienes secretos, ¿verdad, Marcelo? —preguntó, sin levantar la vista del piano.

—¿Quién no los tiene? —respondí, tratando de sonar despreocupado, aunque mi voz salió más tensa de lo que hubiera querido.

Ella sonrió levemente, un gesto apenas visible en la penumbra. Luego giró la cabeza hacia mí, inclinándola con esa expresión de curiosidad calculada que ya empezaba a reconocer.

—Tal vez, pero los tuyos parecen pesados. Algo que llevas contigo todo el tiempo.

—No creo que me conozcas lo suficiente como para decir eso.

—Tal vez no. Pero soy buena leyendo a las personas —replicó, dando un paso hacia mí.

El espacio entre nosotros pareció reducirse de golpe. No era solo físico; era como si su presencia misma invadiera la mía, dejándome sin escapatoria.

—¿Sabes algo, Marcelo? —comenzó, con un tono casual, casi como si estuviéramos en medio de una charla irrelevante—. Siempre he creído que las personas más interesantes no son las que nacen con todo, sino las que tienen que ganárselo.

Sus palabras me hicieron mirar hacia ella, pero su rostro seguía dirigido hacia adelante, estudiando las paredes decoradas con retratos antiguos y lámparas que arrojaban sombras alargadas.

—¿Eso crees? —respondí, tratando de sonar neutral, aunque el comentario me caló más de lo que habría admitido.

—Claro. Quiero decir, mira a los demás aquí —continuó, haciendo un gesto con la mano como si pudiera abarcar a toda la fiesta detrás de nosotros—. Todos tienen dinero, contactos, apellidos que abren puertas. Pero, ¿qué han hecho realmente para conseguirlo? Nada. Simplemente nacieron con suerte.

—Y tú también, ¿no? —pregunté antes de poder detenerme. Había algo en su tono que me había parecido demasiado condescendiente.

Isabella se detuvo un instante y giró hacia mí. Su sonrisa era suave, casi indulgente, como si hubiera esperado mi comentario.

—Supongo que sí —admitió, inclinando la cabeza ligeramente—. Pero, a diferencia de ellos, yo entiendo cómo funciona todo esto. Por eso sé reconocer el verdadero valor cuando lo veo.

Sus ojos se clavaron en los míos al decir esto, y una sensación incómoda se apoderó de mí, como si estuviera siendo evaluado bajo una lupa.

—Tú, por ejemplo, Marcelo —dijo, dando un paso más cerca de mí—. Tienes algo que ellos nunca tendrán.

—¿Ah, sí? ¿Y qué sería eso?

—Una historia —contestó sin dudar—. Algo real. Algo que te hace diferente.

No supe qué responder. Había algo casi hipnótico en su voz, una mezcla de halago y desafío que hacía difícil mirar más allá de la superficie de sus palabras.

—Ellos no te ven ahora, claro. Para ellos eres solo "el chico del violonchelo". Pero si les demuestras lo que vales, créeme, no solo te aceptarán. Te respetarán.

—No estoy buscando su respeto —mentí, aunque incluso al decirlo supe que no sonaba convincente.

—No deberías mentirte a ti mismo, Marcelo. Todos buscamos algo. Y tú, más que nadie, deberías buscar que te escuchen. Que te vean.

Había algo en sus palabras que tocaba un punto débil en mí, un rincón que siempre había intentado ignorar. Tal vez porque sabía que tenía razón, aunque no quisiera admitirlo. Siempre había estado ahí, ese anhelo silencioso de ser algo más que el "becario", de demostrar que no era menos que los demás.

—¿Y por qué te importa tanto? —pregunté finalmente, más por curiosidad que por desafío.

Isabella sonrió de nuevo, esta vez con algo de picardía.

—Porque sé lo que podrías ser. Eres inteligente, tienes talento, y lo más importante... sabes cómo ganarte a la gente. Como en la fiesta, con tu actuación en el violonchelo. Aún están hablando de eso, ¿sabes?

Mi rostro se calentó ligeramente al recordar los aplausos de más temprano. Había sido un momento improvisado, casi accidental, pero parecía que había dejado huella.

—¿Y qué quieres de mí? —pregunté finalmente, aunque mi voz sonó más baja de lo que esperaba.

—Solo ayudarte a encontrar tu lugar aquí —respondió con una sonrisa que parecía cargada de significados ocultos—. Mira, Marcelo, las elecciones del consejo estudiantil están a la vuelta de la esquina. Estoy pensando en postularme, y creo que alguien como tú podría ser mi mejor aliado.

—¿Aliado?

—Sí. Piensa en esto: un consejo que represente no solo a los chicos privilegiados de esta escuela, sino también a los que tienen que esforzarse para estar aquí. Alguien que pueda unir ambos mundos. Tú podrías ser esa persona.

Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Había algo tentador en su propuesta, una promesa de reconocimiento, de pertenencia. Pero también había algo más, algo que no terminaba de entender.

—¿Por qué yo? —pregunté, casi en un susurro.

—Porque eres diferente, Marcelo. Y en un lugar como este, ser diferente puede ser la clave para cambiar las reglas del juego.

Su mirada estaba fija en mí, y por un momento sentí que el peso de sus palabras era casi tangible. Había algo hipnótico en la forma en que hablaba, en cómo lograba que todo lo que decía pareciera tanto un desafío como una promesa.

Me giré hacia el ventanal, observando las luces parpadeantes en la distancia. En el reflejo del cristal, pude ver su silueta a mi lado, inmóvil, esperando mi respuesta. Pero no tenía una respuesta, no todavía. Había algo en su propuesta, en su presencia, que me inquietaba y me atraía al mismo tiempo.

La sensación de estar atrapado entre dos mundos, entre lo que era y lo que podría ser, se hizo más fuerte. Y aunque aún no sabía cuál sería mi próximo movimiento, una cosa era segura: Isabella no se detendría hasta conseguir lo que quería. Y yo... yo no estaba seguro de si eso era algo bueno o malo.​
 
Última edición:
A ver. Está claro que En esa Universidad se puede fiar de muy poca gente, pero la propuesta como mínimo debería considerarla, porque el puede mejorar las cosas y que haya más igualdad entre los ricos y privilegiados y la gente humilde y sencilla.
 
Esperaba la continuación, la leeremos atentamente. Gracias por compartir un nuevo capitulo.
 
Isabella, tercera pieza del puzzle para Marcelo. Habrá que ver como las va encajando.
 
Capítulo 23



La verdad es que no sabía qué decir. "No tienes que responder ahora", me había dicho con una sonrisa tranquilizadora, pero había algo en su tono que sugería que ya sabía cuál sería mi respuesta, incluso antes de que yo mismo lo supiera.

Sin darme tiempo a protestar o analizar lo que sentía, Isabella me tomó del brazo con una familiaridad que me descolocó y me llevó hacia una puerta lateral del salón principal. La música retumbaba menos aquí, aunque los murmullos de conversaciones y risas se intensificaban a medida que nos adentrábamos en una zona que parecía mucho más exclusiva.

Pasamos junto a una cortina pesada de terciopelo que bloqueaba parcialmente la vista y entramos a una sala más pequeña, iluminada con una tenue luz cálida que contrastaba con los estallidos de neón de la fiesta afuera. Aquí, todo parecía más íntimo, más calculado.

Un grupo de personas estaba reunido en un círculo improvisado alrededor de una mesa baja, cargada de botellas, copas y una bandeja de bocadillos que nadie parecía tocar.

Reconocí a Miquel de inmediato. Estaba inclinado hacia atrás en un sofá de cuero, con su sonrisa socarrona de siempre y un vaso en la mano que agitaba despreocupadamente.

—¡Qué bueno que viniste! —gritó al verme, levantando su vaso en un saludo que parecía más burla que bienvenida—. Esto se va a poner interesante.

Mi mirada recorrió al resto del grupo, intentando no parecer demasiado fuera de lugar. Los chicos vestían disfraces igualmente elaborados: uno estaba vestido de ratón, mientras que otro iba como vampiro, con una capa negra que le envolvía casi por completo.

Pero fueron las chicas las que realmente me hicieron sentir como si estuviera en un lugar completamente distinto. Una llevaba un disfraz de diablita que apenas dejaba algo a la imaginación, con cuernos brillantes y una falda diminuta que revelaba más de lo que cubría. Otra, vestida de enfermera, se inclinaba sobre uno de los chicos con una sonrisa coqueta, su estetoscopio de juguete oscilando peligrosamente cerca de derramar la copa que él sostenía. La tercera, con un atuendo de sirvienta francesa, se entretenía golpeando juguetonamente con un pequeño plumero a un chico sentado a su lado, sus risas llenaban la habitación.

—Relájate —me susurró Isabella, inclinándose un poco hacia mí mientras mantenía una mano ligera en mi brazo—. Ellos no muerden... mucho.

No pude evitar sonreír, aunque el gesto se sintió torpe en mi rostro.

—Chicos, este es Marcelo —anunció Isabella con una energía que parecía contagiarse a todos—. El chico que tocó el violonchelo al principio de la noche.

Las miradas se volvieron hacia mí, algunas evaluadoras, otras ligeramente interesadas, pero todas marcadas por la misma curiosidad que había sentido desde que crucé esa puerta.

—Impresionante, ¿eh? —comentó Miquel, inclinándose hacia adelante con una sonrisa burlona—. ¿Quién diría que Isabella nos traería un músico de verdad?

Las risas llenaron la sala, no burlonas, pero tampoco completamente amigables. Isabella me dio una palmadita en el hombro, como si quisiera asegurarse de que entendiera que todo era parte del juego.

—No les hagas caso —susurró con una sonrisa que parecía sincera—. Te acostumbrarás.

Los demás me saludaron con entusiasmo, algunos más efusivos que otros, pero todos con una curiosa mezcla de diversión y expectación en sus rostros. Raquel, la enfermera, me ofreció una sonrisa juguetona, mientras Mireya, la sirvienta, levantaba una ceja, como si la situación estuviera a punto de volverse más interesante.

Me senté con cierta reticencia mientras Isabella se acomodaba a mi lado, todavía con una sonrisa radiante. El ambiente en la sala estaba cargado de energía y algo más... una tensión que no podía definir del todo.

Miquel fue el primero en hablar después de que Isabella se sentara junto a mí, cruzando una pierna sobre la otra con una gracia casual que parecía innata. Agitó su vaso, observando cómo el líquido oscuro se remolinaba antes de anunciar, con una sonrisa que prometía problemas.

—Bueno, creo que es hora de animar esto un poco. ¿Qué les parece un juego de “Reto o Tomas”?

El ambiente en la sala cambió al instante. Las miradas se encendieron con una mezcla de entusiasmo y anticipación. Las chicas intercambiaron sonrisas cómplices, mientras uno de los chicos, el que iba disfrazado de gladiador, levantó su copa en señal de aprobación.

—Siempre tan predecible, Miquel —dijo Isabella con una risa suave, aunque había un destello de aprobación en su mirada. Luego, volvió sus ojos hacia mí—. ¿Qué dices, Marcelo? ¿Te animas?

Sabía que decir que no sería lo más sensato. Pero también sabía que no quería ser el único en rechazar. Esta era una de esas situaciones donde la presión social se sentía como una ola que te empujaba hacia la orilla, quieras o no.

—Supongo que podría intentarlo —respondí, intentando sonar despreocupado.

—Eso es, chico nuevo —dijo Miquel, dándome una palmada en el hombro que me hizo tambalearme ligeramente en mi asiento. Luego comenzó a explicar las reglas, aunque eran lo suficientemente simples para que cualquiera las entendiera: si alguien te daba un reto y no querías hacerlo, tenías que beber.

—Y no vale hacer trampas con sorbos pequeños —añadió la chica disfrazada de diablita, inclinándose hacia adelante para enfatizar sus palabras.

La botella fue colocada en el centro de la mesa, girando con un movimiento rápido de Miquel. El sonido del cristal rozando la superficie de la mesa resonó en la sala, silenciando brevemente las risas y conversaciones.

El primer giro apuntó al chico disfrazado de vampiro. Isabella lo desafió a cantar el estribillo de una canción pop conocida mientras hacía una imitación exagerada de un murciélago. Él rió, aceptó el reto y lo ejecutó con un entusiasmo que arrancó aplausos y carcajadas.

Miquel, con su característico aire de mando, tomó la botella vacía y la giró con energía, mirando de reojo a los demás, asegurándose de que todos prestaran atención. La botella giró con rapidez, y finalmente se detuvo señalando a Raquel.

—¡Raquel! —dijo Miquel con una sonrisa traviesa—, es tu turno. Tienes que darle un buen beso a Mireya. No acepto excusas.

Raquel se quedó mirando a Mireya, la sirvienta, por un momento, sonriendo con malicia, mientras la sirvienta mantenía su postura altiva. Un silencio extraño se instaló en el aire, cargado de una tensión palpable.

—Esto se va a poner divertido —dijo Raquel, sin perder la compostura.

Raquel se acercó a Mireya con una sonrisa pícara, mientras los demás observaban en silencio, expectantes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, las dos se miraron a los ojos, un destello de diversión en sus miradas, pero también una chispa de desafío. Raquel tomó la cara de Mireya con una mano, inclinándose hacia ella con la otra mano en su cintura.

El beso comenzó con suavidad, casi como un roce, pero pronto se intensificó. Los labios se entrelazaron con fuerza, y en un instante, Raquel deslizó su lengua entre los labios de Mireya, explorando con un toque que fue a la vez atrevido y provocador. Los murmullos en la sala se intensificaron, y las chicas, inmersas en el momento, no parecían dispuestas a separarse.

Los demás no pudieron evitar soltar silbidos y risitas. Algunos se apoyaron en los hombros de los demás, otros incluso aplaudieron. La atmósfera en la sala se volvió aún más cargada, como si el beso hubiera desatado una ola de energía latente. Raquel y Mireya, aún abrazadas, se separaron finalmente, ambas respirando pesadamente, con sonrisas juguetonas y una mirada de complicidad que no pasó desapercibida.

—¡Eso estuvo caliente! —gritó Miquel, riendo mientras algunos chicos seguían silbando y otros aplaudían.

—Tu turno, Victor —sonrió Isabella, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desafío.

Victor, un tipo alto disfrazado de ratón, dio un paso al frente con una sonrisa confiada. Su disfraz estaba lo suficientemente ajustado como para mostrar su figura atlética, y su presencia ya marcaba un tono de arrogancia. Tomó la botella entre sus manos, la hizo girar con un movimiento decidido y, al final, el dedo de todos se detuvo en mí.

—Muy bien, Marcelo —dijo Victor, su voz grave y llena de intenciones—, veremos si eres tan valiente como cuentan.

El resto del grupo se quedó en silencio, todos observando con atención. Isabella, de pie junto a mí, me lanzó una mirada rápida, y Miquel se inclinó hacia adelante, esperando que no escapara de la apuesta.

—¿Y bien? —pregunté, cruzando los brazos y tratando de mantener la calma, aunque sabía que el ambiente se había tensado.

Victor sonrió de manera burlona y levantó una ceja, disfrutando de mi incertidumbre.

—Te reto a que te bajes los pantalones... con todo y calzoncillos —dijo, y en su voz había un tono tan seguro que hacía imposible ignorarlo.

El grupo soltó un par de risitas nerviosas, algunas chicas se cubrieron la boca mientras otros se intercambiaban miradas cómplices. La propuesta, aunque absurda, parecía hecha a propósito para meterme en un aprieto. Mi rostro se tensó, y mi primera reacción fue negarme rotundamente.

—Estás loco —refuté, mirando a Victor con incredulidad. No podía creer lo que acababa de escuchar.

Victor soltó una risa burlona, y sus ojos brillaron con picardía.

—¿Qué? ¿Acaso te apena lo que tienes de bajo? —dijo con desdén, y en cuanto las palabras salieron de su boca, las risas se extendieron por el círculo. Algunos de los chicos no pudieron contenerse, soltando carcajadas a su alrededor.

Era una invitación tácita: si rechazaba, quedaría como el cobarde del grupo, el que no tenía agallas. Pero también sabía que no tenía nada que demostrar, y menos ante Victor, cuyo egocentrismo lo hacía aún más insoportable.

Me senté de nuevo, dando un paso atrás y cruzando los brazos.

—Paso —respondí con firmeza, acercándome a la mesa para tomar el vaso que había quedado frente a mí.

Se escuchó el sonido de un abucheo colectivo, como si todos esperaran que aceptara el reto y me avergonzara. Levanté el vaso, dispuesto a que mi decisión no quedara en la memoria de nadie. Pero al acercarlo a mi boca y dar el primer trago, el sabor me golpeó de inmediato, una mezcla desagradable de alcohol fuerte y algo que no podía identificar.

No pude evitar hacer una mueca al sentir que el líquido bajaba por mi garganta, y me detuve, incapaz de tragar más.

—¿Qué pasa, Marcelo? ¿No puedes con una sola bebida? —sonrió Miquel, divertido, desde su lugar en el círculo.

—No eres tan valiente como dicen después de todo —agregó Victor, con una sonrisa cargada de ironía. Sus palabras fueron como un pequeño dardo envenenado, y sentí la presión del grupo sobre mí, esperando que sucumbiera ante la presión.

Algunos me miraron con desaprobación, otros con diversión, y la tensión aumentó a medida que el ambiente se cargaba con las expectativas del grupo. No podía quedarme ahí, parado, con los ojos de todos sobre mí. Así que, sin pensarlo mucho más, llevé el vaso a mi boca nuevamente y me lo bebí de un solo trago.

Un grito de aprobación surgió de varios, y el ruido aumentó, una mezcla de vítores y risas. Isabella me miró, satisfecha, asintiendo con la cabeza.

—¡Excelente, Marcelo! —me dijo, su mirada brillando con una chispa de aprobación—. Lo hiciste bien.

Miré alrededor, intentando recuperar la compostura mientras el sudor me caía por la frente. Sin embargo, la pequeña victoria personal no duró mucho. Isabella, con una sonrisa traviesa, giró la botella una vez más.

—Continuemos —dijo, y el grupo volvió a enmudecer, expectante, mientras la botella giraba en el aire.

El ambiente se había vuelto aún más cargado, como si el beso hubiera marcado un antes y un después en la fiesta, y todos esperaban ver qué ocurriría a continuación. Esta vez, la botella se detuvo frente a Isabella. Su mirada chispeante recorrió al grupo antes de posar sus ojos en Miquel, que sonreía con esa arrogancia que parecía inherente a él.

—A ver, Miquel, —dijo Isabella, arrastrando las palabras con un tono deliberadamente seductor—. Te reto a que le quites con los dientes el liguero a Mireya.

Hubo un estallido de risas, silbidos y un coro de "¡Sí, sí!" mientras Mireya, fingía sorpresa cubriéndose el rostro con las manos. Sin embargo, su sonrisa traicionaba cualquier intención de parecer ofendida.

—¿Con los dientes? —preguntó Miquel, con una ceja levantada y su sonrisa de pirata en pleno apogeo—. ¿Premio o castigo?

Se levantó con teatralidad, inclinándose hacia Mireya mientras ella se reclinaba contra el respaldo del sofá, extendiendo una pierna con una elegancia descarada. El plumero que sostenía en la mano jugueteó contra el sombrero de Miquel, que él se quitó antes de agacharse hacia el liguero de su muslo. La tensión en la sala era casi palpable mientras él deslizaba el liguero con cuidado, primero atrapándolo entre los dientes y luego tirando de él con movimientos lentos y exagerados.

Los aplausos y silbidos del grupo resonaron en mis oídos, cada sonido haciendo que mi corazón latiera más rápido. Mireya reía a carcajadas, y Miquel, triunfante, levantó el liguero como si fuera un trofeo antes de regresar a su lugar.

La botella giró lentamente, deteniéndose con una precisión casi teatral. Su cuello apuntó directo a Víctor, quien alzó una ceja y dejó escapar una sonrisa segura, como si estuviera listo para cualquier cosa. Sofía, la diablita, no esperó ni un segundo. Se levantó de su lugar con una elegancia provocativa, sus tacones resonando en el suelo, captando la atención de todos los presentes.

—Muy bien, Víctor, —dijo Sofía mientras se colocaba frente a él—. Mi reto es simple, si logro ponertela dura, entonces tendrás que tomar doble.

Las risas y comentarios cómplices llenaron el aire mientras Sofía caminaba lentamente hacia él. Sus caderas se balanceaban al ritmo de la música, la falda roja ajustada se movía con cada paso, dejando entrever más de lo que ocultaba. Víctor se recostó en el sofá, con una sonrisa arrogante, esperando lo que estaba por venir.

Sofía se detuvo frente a él, apoyando una mano en el respaldo del sofá y otra en su propia cadera. Sus ojos lo desafiaron mientras la música cambiaba a un ritmo más lento, más sensual. Comenzó a moverse, sus caderas marcando cada golpe del bajo, los movimientos fluidos pero deliberadamente provocativos.

Se inclinó hacia delante, acercándose a Víctor lo suficiente para que pudiera sentir su aliento. Deslizó su mano desde su propio cuello hasta el borde de su corsé, jugando con los lazos mientras mantenía la mirada fija en él. El grupo observaba en silencio, atrapados por la tensión eléctrica que llenaba la sala.

Sofía giró lentamente, dándole la espalda a Víctor. Bajó con un movimiento controlado, sus rodillas doblándose mientras sus caderas seguían moviéndose al ritmo de la música. Se arqueó hacia delante, la curva de su espalda marcándose mientras sus manos acariciaban sus propios muslos.

Víctor no podía apartar los ojos de ella. cse levantó con la misma elegancia con la que se había bajado, girándose hacia él de nuevo. Se inclinó hacia delante, sus labios quedando peligrosamente cerca de los suyos, pero sin llegar a tocarlos. Sus dedos recorrieron suavemente su mandíbula antes de deslizarse hacia su cuello, provocándolo con un toque tan ligero que casi parecía un susurro.

Para el gran final, Sofía se sentó a horcajadas sobre sus piernas, sin romper el contacto visual. Movió las caderas en pequeños círculos, apenas rozándolo, mientras su cabello caía como una cortina oscura alrededor de su rostro. La sala estalló en aplausos, vítores y gritos cuando Sofía finalmente se apartó, dejando a Víctor visiblemente impactado y con un bulto entre sus piernas.

—Eso fue... intenso —murmuró Víctor, tratando de recuperar la compostura, mientras las risas y los comentarios llenaban la sala—. Ni hablar —dijo antes de tomar.

Mientras todos coreaban “fondo”, Sofía simplemente se encogió de hombros al volver a su lugar. La botella giró de nuevo, pero la sala todavía vibraba con la energía de su actuación.Todos contenían la respiración mientras disminuía su movimiento hasta detenerse, ahora era Sofía quién debía cumplir un reto a manos de Miquel.

—Sofía, sí, nuevamente tú. Te reto a quitarte una prenda —dijo él, inclinándose ligeramente hacia ella—. Y que sea algo más que esos cuernos.

El grupo estalló en risitas y silbidos, algunos chocando sus vasos en señal de aprobación. Sofía alzó una ceja, claramente calculando su siguiente movimiento. Se puso de pie lentamente, dejando que el suspenso impregnara la habitación.

—¿Quieres espectáculo eh? —preguntó, su tono cargado de provocación.

Con movimientos deliberados, llevó las manos a los tirantes de su ajustado vestido rojo y comenzó a deslizar uno por uno por sus hombros. La habitación quedó en un silencio expectante, roto únicamente por los susurros de la tela contra su piel. Se detuvo a mitad del camino, dejando al descubierto su clavícula y una insinuación del borde de su lencería.

—¿Así está bien? —preguntó, jugando con los tirantes sin terminar de quitárselo.

—No te detengas ahora —intervino Isabella, sus ojos brillando con picardía mientras alzaba su vaso en señal de ánimo.

Sofía sonrió y, sin más demora, dejó que el vestido cayera hasta sus pies, revelando un conjunto negro de encaje que apenas dejaba algo a la imaginación. Los vítores y los silbidos inundaron la habitación, la energía del grupo subiendo varios niveles.

—Bueno, creo que pasé el reto con creces —dijo Sofía, recogiendo el vestido del suelo con una elegancia desafiante antes de sentarse de nuevo, como si nada hubiera pasado.

Miquel se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con una mezcla de admiración y atrevimiento.

—Definitivamente has dejado el listón alto. ¿Quién es el siguiente?

La botella giró de nuevo, pero esta vez nadie podía apartar la vista de Sofía, cuya confianza parecía haberse apoderado del ambiente. La sala, que antes parecía un simple lugar de juego, ahora estaba cargada de algo mucho más visceral, un sentimiento compartido que se apoderaba de todos los presentes.

Los retos continuaban y yo solo me limitaba a tomar. El calor del cuarto, la música de fondo, y la mezcla de risas y provocaciones se sentían más intensos. Cada trago que había dado parecía amplificar esa desconexión entre mis pensamientos y mis acciones. Me gustaba sentirme parte de este grupo, de algo exclusivo, donde cada risa y cada mirada me incluían, aunque sabía que estaba cruzando límites que antes no habría considerado.

La botella giro nuevamente y se detuvo señalando a Raquel, la enfermera. Sus mejillas se tiñeron de un leve rojo, pero su sonrisa denotaba que no iba a retroceder, sin importar el desafío que le tocara enfrentar. Isabella, siempre la más audaz del grupo, se inclinó hacia adelante con un brillo travieso en sus ojos.

—Bien, Raquel... —dijo Isabella, dejando que el suspense se prolongara—. Mi reto para ti es que le quites una prenda a alguien más. Y no estoy hablando de un sombrero o unos zapatos, querida. Hazlo interesante.

El grupo estalló en risas y murmullos, los ojos ahora fijos en Raquel, quien alzó una ceja con una mezcla de sorpresa y desafío.

—¿A alguien en particular? —preguntó, su tono juguetón.

Isabella sonrió, claramente disfrutando de la atención.

—Déjame elegir por ti. ¿Qué tal… Marcelo? —dijo, girando la mirada hacia mí con una expresión que era mitad burla, mitad reto.

El grupo se unió en vítores y silbidos, y de repente me sentí como el centro de atención, una sensación que me resultaba incómodamente familiar. Intenté mantener una sonrisa tranquila, pero podía sentir el calor subiendo por mi cuello.

Raquel se levantó lentamente, el ruido de sus tacones resonando en el piso mientras se acercaba a mí. Su disfraz de enfermera, ajustado y revelador, parecía adquirir un aura aún más desafiante con cada paso.

—Bueno, Marcelo, parece que eres mi paciente esta noche —dijo, inclinándose ligeramente hacia mí.

Sentí el cosquilleo de su mirada mientras sus manos se dirigían a mi cinturón. El grupo estalló en gritos y risas, algunos golpeando el suelo o sus vasos en señal de apoyo.

—¿Seguro que quieres hacer esto? —pregunté, intentando parecer despreocupado, aunque mi voz salió un poco más grave de lo normal.

—Un reto es un reto —replicó Raquel, guiñándome un ojo mientras sus manos iban directamente a la hebilla de mi cinturón.

Con movimientos deliberados y seguros, desabrochó el cinturón y lo deslizó lentamente fuera de los pasadores de mis pantalones, disfrutando de las exclamaciones de emoción del grupo. Pero no se detuvo allí. Con una sonrisa que mezclaba burla y sensualidad, colocó sus manos en el botón de mis pantalones y lo desabrochó con precisión.

—Vamos, Marcelo, no lo hagas más difícil —bromeó Miquel desde el otro lado, provocando otra ronda de carcajadas.

Raquel, sin perder tiempo, tomó los costados de mis pantalones y los bajó hasta mis rodillas de un solo tirón. El grupo reaccionó con una mezcla de silbidos, aplausos y gritos exagerados. Algunos se inclinaban hacia adelante para no perder detalle mientras yo, con las mejillas ardiendo, intentaba mantener una postura relajada.

Quedarme allí en medio del círculo, con solo mi ropa interior cubriendo lo esencial, me hizo sentir al borde de la humillación, pero también había algo adictivo en ser el foco de atención.

Raquel dio un paso atrás, sosteniendo mis pantalones como si fueran un trofeo. Luego los dejó caer al suelo junto a su silla y se sentó con una sonrisa victoriosa mientras el grupo la aplaudía como si acabara de ganar un premio.

La botella giró nuevamente, pero mi atención apenas lograba seguir el movimiento. Todo empezaba a parecer un remolino: las risas se mezclaban con la música, las luces parpadeantes de colores convertían las caras en sombras y destellos. El alcohol, que seguía fluyendo sin pausa, comenzaba a nublar mi percepción.

Cuando se detuvo, apuntó a Miquel.

—Bueno, bueno —dijo con una sonrisa ladeada, mirando a su alrededor—, ¿quién se atreve a desafiar al capitán esta vez?

Isabella no perdió el tiempo. Se inclinó hacia adelante y, con un tono lleno de malicia, propuso:

—Miquel, te reto a que hagas un striptease para todos.

La sala estalló en vítores y gritos de aprobación. Miquel, siempre seguro de sí mismo, se levantó sin dudar y comenzó a moverse al ritmo de la música, quitándose lentamente su chaqueta mientras todos aplaudían y reían. Sus movimientos eran exagerados, pero su actitud descarada mantenía al grupo en su palma.

Yo observaba, riendo junto con los demás, pero sentía cómo la habitación comenzaba a girar ligeramente. El vodka, el tequila, la mezcla de lo que había en esos vasos oscuros, todo empezaba a pesar. Mis pensamientos eran cada vez más confusos, como si un velo borroso cubriera mi mente.

El siguiente reto implicó bailar en el centro del círculo con Isabella, pegados uno al otro mientras los demás aplaudían al ritmo de la música. Sentí sus manos sobre mi pecho, sus movimientos sincronizándose con los míos, y aunque intenté mantenerme firme, el mareo comenzaba a hacer mella en mí. Cada trago que había tomado antes parecía acumularse de golpe, como si el mundo girara más rápido de lo que podía soportar.

—¡Eres todo un bailarín, Marcelo! —gritó Isabella al separarse, dándome un suave empujón que casi me hizo caer. Las risas me rodearon como una marea, pero en lugar de molestarme, me dejé llevar.

Volví a mi lugar tambaleándome un poco, los rostros a mi alrededor se veían borrosos, pero sus expresiones eran las mismas: expectación, emoción, burla. Perdí la cuenta de cuántas rondas más pasaron. Los retos se sucedían, cada uno más atrevido que el anterior. Un beso aquí, una prenda menos allá, y todo parecía convertirse en un juego sin límites ni consecuencias.

Cuando la botella giró de nuevo, su punta se detuvo señalándome. La multitud rugió de aprobación mientras Isabella, siempre dispuesta a elevar las apuestas, me miró con una sonrisa que anticipaba el desenlace.

—Marcelo, estás on fire esta noche —dijo, inclinándose hacia mí con ese tono que hacía difícil negarse—. Pero creo que ya es hora de que cambies de nivel.

—¿Qué tienes en mente? —pregunté, o más bien balbuceé. Mi voz me sonaba distante, como si perteneciera a alguien más.

—Un brindis especial antes de tu reto —interrumpió Miquel, entregándome un vaso lleno de un líquido más oscuro de lo habitual.

Lo tomé sin pensar, sin importar el ardor que me quemaba la garganta mientras lo bebía de un trago. Unos segundos después, sentí el vértigo golpearme como una ola, los sonidos y las luces se mezclaban en un caleidoscopio de confusión.

—El reto es sencillo —continuó Isabella, su voz más suave, casi hipnótica—. Raquel te llevará a otro nivel de diversión.

Antes de que pudiera preguntar qué significaba eso, sentí una mano firme en mi brazo. Raquel me guiaba fuera de la sala, con una sonrisa que mezclaba complicidad y picardía. La música y las risas se desvanecieron mientras nos adentrábamos en el pasillo.

—Estás bien, ¿verdad? —preguntó Raquel, girando la cabeza hacia mí mientras me llevaba hacia una habitación.

Asentí, aunque no estaba seguro de la respuesta. Mi cuerpo estaba pesado, mi mente confusa, pero había algo en su presencia que me mantenía en movimiento. Entramos al cuarto, y ella cerró la puerta detrás de nosotros, aislándonos del ruido de la fiesta.

El lugar era pequeño, con una cama cubierta por una colcha roja, luces cálidas que daban un aire íntimo al ambiente. Raquel se acercó a mí con calma, sus ojos brillando con una mezcla de alcohol y emoción.

—No tienes que hacer nada que no quieras —dijo, su voz suave, mientras deslizaba sus dedos por mi brazo—. Pero parece que la botella quiso que nos divirtiéramos un poco más.

La intensidad del momento me abrumó. Podía sentir el calor de su cuerpo a centímetros del mío, su perfume envolviéndome mientras el mundo seguía girando a mi alrededor, cada vez más lento, más confuso. Me dejé caer en la cama, incapaz de procesar dónde terminaba el reto y dónde empezaba la realidad.

La habitación parecía respirar con nosotros, cargada de una tensión que se sentía más viva que el aire. Yo estaba sentado al borde de la cama, con la cabeza embotada por el alcohol y la sensación de que el suelo bajo mis pies no dejaba de moverse. Raquel, de pie frente a mí, sonreía con una confianza desbordante, su mirada chispeante dejaba claro que tenía el control absoluto del momento.

Con un gesto lento y deliberado, comenzó a desabotonar su uniforme de enfermera. El primero botón se soltó, seguido del segundo, y así uno tras otro, revelando poco a poco una piel que brillaba bajo la tenue luz del cuarto. Su sonrisa se amplió al notar mi atención fija, sin que yo pudiera siquiera pestañear.

—¿Marcelo, sigues conmigo? —bromeó, inclinando la cabeza con coquetería.

Asentí, incapaz de decir nada coherente, mientras mi corazón parecía latir al ritmo de sus movimientos.

Raquel dio un paso hacia atrás, girando sobre sus talones para dejar que el uniforme blanco cayera por sus hombros, como una ola deslizándose con suavidad. La prenda terminó en el suelo, y allí estaba ella, con un conjunto de lencería negra que parecía hecho para ese momento, realzando cada curva como si supiera exactamente cómo robarme el aliento.

Se movía con una cadencia hipnótica, sus caderas describiendo pequeños círculos mientras daba una vuelta lenta, permitiéndome admirar cada ángulo. Su falda, ajustada y apenas en su sitio, no tardó en deslizarse también, como si hubiese perdido la batalla contra la gravedad y contra ella misma. La forma en que se inclinó para recogerla, solo para enderezarse con una sonrisa juguetona, me dejó sin palabras.

—Parece que no me has quitado los ojos de encima, ¿eh? —dijo entre risas suaves, mientras jugaba con el borde de sus bragas, alargando el momento.

Sus pasos la llevaron más cerca, lo suficiente como para que su perfume, un aroma dulce y ligeramente especiado, llenara cada rincón de mi mente. Sus manos acariciaban su propio cuerpo, desde los hombros hasta las caderas, mientras mantenía sus ojos en los míos.

El alcohol en mis venas hacía todo más irreal, como si estuviera flotando en un sueño del que no quería despertar. Raquel parecía más un espejismo que una persona real, y cada movimiento suyo era un recordatorio de cuánto me había perdido en esta noche y lo fácil que era dejarme llevar.

Con una sonrisa enigmática, se detuvo justo frente a mí. Se inclinó lentamente, apoyando sus manos en mis hombros, y su cabello cayó como una cortina oscura alrededor de su rostro. Su proximidad hizo que todo lo demás desapareciera: el ruido, las dudas, incluso el leve mareo que sentía, todo se desvaneció ante el roce de su piel contra la mía.

—Relájate —murmuró, su voz un susurro que parecía vibrar directamente en mi pecho.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, Raquel subió una rodilla al borde de la cama, seguida por la otra, hasta quedar encima de mí. Sus movimientos eran lentos, como si estuviera marcando el ritmo de una melodía invisible. Sentí sus piernas firmes a ambos lados de las mías, encerrándome en un espacio donde solo existíamos ella y yo.

Raquel apoyó suavemente sus manos en mi pecho, ejerciendo una ligera presión, y se inclinó hacia adelante. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía sentir su respiración cálida contra mi piel, mezclándose con el aroma dulce de su perfume. Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras sus dedos trazaban un camino casi imperceptible por mi camisa, deslizándose con la familiaridad de quien sabe exactamente qué efecto está teniendo.

El mundo a mi alrededor giraba más rápido, pero no podía apartar la vista de ella. Raquel empezó a balancearse suavemente, sus movimientos eran un vaivén que parecía sincronizado con mi respiración entrecortada.

—Sabes, Marcelo... —dijo con un tono que era mitad burla, mitad desafío—. Tienes una forma muy particular de perderte en el momento.

Intenté responder, pero las palabras no salían. Todo lo que podía hacer era mirarla, atrapado en el instante, mientras el peso de su cuerpo sobre el mío, combinado con el calor de su piel, hacía que todo lo demás dejara de importar.

Ella inclinó su rostro hacia mi cuello con una suavidad casi felina. Sentí el roce de su aliento, cálido y pausado, contra mi piel antes de que sus labios la tocaran. El primer beso fue ligero, apenas un roce que parecía una pregunta silenciosa. Mi piel se estremeció al contacto, y mi respiración, ya de por sí desordenada, se volvió aún más errática.

Se tomó su tiempo, dejando que la anticipación se mezclara con el efecto embriagador del alcohol que aún corría por mis venas. Sus labios se movían con una cadencia que alternaba entre firmeza y ternura, dejando un rastro ardiente desde la base de mi mandíbula hasta el punto donde mi cuello se unía con mi hombro.

Raquel no se detenía solo en los labios. De vez en cuando, sentía el roce apenas perceptible de sus dientes, una ligera mordida que hacía que mi corazón se acelerara aún más. Luego, suavizaba el momento con la calidez de su lengua, trazando un camino que parecía encender cada fibra de mi ser.

Mi cabeza cayó hacia atrás casi de manera involuntaria, dándole más acceso mientras mis manos se aferraban a las sábanas, buscando un ancla en medio de las sensaciones. Ella lo notó y sonrió contra mi piel, una sonrisa que podía sentir tanto como imaginar.

Sus besos se volvieron más intensos, más decididos, como si quisiera dejar una marca invisible que solo nosotros conoceríamos. Su cabello rozaba mi rostro mientras continuaba, envolviéndome en su fragancia y completando esa sensación de estar atrapado en un sueño del que no quería despertar.

Las manos de ella se deslizaron lentamente hacia mi pecho, cada movimiento deliberado, como si estuviera explorando un mapa secreto. Sus dedos eran suaves, pero seguros, trazando líneas invisibles sobre mi piel. Al principio, sus caricias eran ligeras, apenas un roce que hacía que cada músculo de mi cuerpo se tensara en respuesta.

Con la yema de sus dedos, dibujaba círculos perezosos alrededor de mi pecho, a veces siguiendo el contorno de mis hombros y clavícula, otras veces deteniéndose justo en el centro, donde podía sentir los latidos acelerados de mi corazón.

Sus uñas, apenas presionando, añadieron una pizca de electricidad al contacto, arrancándome un suspiro involuntario. Raquel lo notó y sonrió, una sonrisa que hablaba de confianza y de que estaba disfrutando tanto como yo.

Raquel inclinó su rostro nuevamente hacia el mío, y esta vez, sus labios parecían estar cargados de una urgencia distinta. Cuando nuestros labios se encontraron, el beso fue intenso y desbordante, cada movimiento de su boca se sentía más decidido, más apasionado.

Sus labios estaban húmedos, dejando un rastro que hacía que el beso se sintiera aún más profundo, más vívido. La sensación de su saliva, cálida y suave, se mezclaba con la mía, y cada movimiento de nuestras lenguas añadía una capa más de intensidad a ese intercambio. Podía sentir cómo exploraba cada rincón, cómo marcaba cada momento con una precisión casi desesperada.

El sonido de los besos, ese eco húmedo y ligeramente entrecortado, llenaba el espacio, creando una atmósfera electrizante. Su lengua jugaba con la mía en un ritmo que oscilaba entre la suavidad y la voracidad, como si quisiera devorar cada instante.

De vez en cuando, se separaba apenas un centímetro, dejando que un delgado hilo de saliva conectara nuestros labios por un breve segundo antes de volver a encontrarse conmigo, con más hambre que antes. Sus manos seguían en mi pecho, pero ahora se movían en sincronía con el beso, creando un sinfín de sensaciones que hacían que mi mente se desvaneciera en la niebla del momento.

Lentamente, el tiempo comenzó a desdibujarse, como si cada segundo se alargara y se desvaneciera en una especie de trance. Las caricias de Raquel, sus besos, el calor de su cuerpo sobre el mío… todo parecía fundirse en una niebla espesa que hacía que el mundo exterior se desvaneciera por completo. Ya no podía escuchar las risas lejanas, ni la música que antes retumbaba en mis oídos. Solo existía el contacto, el roce de su piel contra la mía, y la sensación creciente de su boca sobre la mía.

Cada beso, cada toque de sus manos, se sentía como si fuera la última, como si el mundo entero se redujera a esa habitación, a esa atmósfera cargada de deseo. Estaba atrapado, no solo físicamente, sino también mentalmente, arrastrado por la marea de sensaciones que me embriagaban.

El tiempo ya no tenía sentido, ni las horas ni los minutos. Todo se volvía borroso, como si estuviéramos en una burbuja donde solo importaba lo que estaba pasando entre nosotros, ese intercambio de caricias y besos que me envolvía completamente.

Mi respiración se volvía irregular, entrecortada, a medida que me perdía en la sensación de su cuerpo, en la suavidad de su piel, en el calor de sus besos. Mis pensamientos se volvían más difusos, mis recuerdos se deslizaban hacia el olvido. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni siquiera si lo que estaba ocurriendo era real o una ilusión provocada por la combinación de la pasión y el alcohol. Todo lo que sabía era que, por fin, estaba completamente fuera de mi mente y solo existía en ese instante, con ella.
 
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