El mirón del cine

David Lovia

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Pasé a recoger a mi mujer a la puerta del gimnasio, cada vez se estaba tomando más en serio lo de ponerse en forma. Silvia había pasado una mala temporada, pero esa etapa ya estaba superada; hacía seis meses que había empezado a trabajar de nuevo como abogada, después de muchos años de excedencia, y había cogido con ganas el entrenamiento físico.

A raíz del nacimiento de nuestra segunda hija, Silvia se veía cada vez más gorda y necesitaba un cambio de estilo de vida. Decía que le sobraban quince kilos, es verdad que había engordado un poco, pero yo la veía estupenda. En los últimos meses, gracias al gimnasio, ya había perdido seis o siete, pero ella seguía disciplinada en su entrenamiento.

A pesar de ser sábado, ella le había dedicado dos horitas a entrenar duro por la tarde, y mientras tanto yo había dejado a nuestras hijas en casa de mis padres. Aquella noche nos la íbamos a tomar de relax; desde que nació la peque, hacía casi cuatro años, no habíamos tenido una noche para nosotros solos. Tampoco es que fuéramos a hacer nada especial, cenar tranquilamente en un centro comercial y luego ver una película en el cine.

Pité con el claxon cuando la vi salir del gimnasio y Silvia vino rápido hacia el coche. Estaba estupenda a sus 36 años, rubia, 1,65, pelo largo y mojado, brazos anchos, tetas muy grandes y generosas, un culo potente con caderas anchas y unas piernas regordetas cada vez más fibradas. Se había puesto una camisa blanca, minifalda vaquera y botas marrones estilo cowboy. Lo que más me gustaba de su vestuario era cómo se le transparentaba el sujetador negro debajo de la camisa.

Ella sabía que lo mejor de su anatomía eran sus inmensas y desproporcionadas tetas y le encantaba lucirlas a la mínima ocasión.

Llegamos al centro comercial y estuvimos dando una vuelta por las tiendas. Me gustaba presumir de mujer; no fueron pocos los tíos que se quedaron mirando cómo se le bamboleaban los pechos al andar e incluso me fijé en que alguno se giraba para ver su culazo. La falda vaquera era muy cortita y Silvia no pasaba desapercibida en ninguna de las tiendas en las que entrábamos.

Compramos algo de ropa y luego subimos a cenar a un restaurante mexicano de la planta alta. Dejé que fuera Silvia a pedir y yo me quedé en la mesa, observando a mi mujer en la caja. Un par de chicos de unos 20 años que había a su lado le pegaron un buen repaso de arriba abajo y, cuando ella vino a la mesa con la cena en una bandeja, se le quedaron mirando el culo descaradamente.

Tengo que reconocerlo, me encanta que miren y deseen a mi mujer. Desde siempre me ha excitado mucho.

Cuando terminamos de cenar, a eso de las 22:40, nos acercamos a las salas de cine. Tampoco es que hubiera una película que tuviéramos especial interés por ver; a mí, sinceramente, me daba igual, yo lo único que quería era estar a solas con mi mujer y recordar nuestra época universitaria, cuando íbamos al cine a magrearnos un poco.

Era mi intención esa noche, jugar un poco con ella y romper la monotonía de la pareja.



2


Al final elegimos una película de acción que llevaba tiempo en cartelera, y me imaginé que tendría pocos espectadores. No me importaba en absoluto, cuanta menos gente hubiera en el cine, mejor para lo que me proponía.

Como había pensado, efectivamente había muy poca gente; pude contar tres parejas, sumándonos a nosotros éramos ocho. La sala de cine era muy pequeña; dos columnas, con unas quince filas a cada lado. Estábamos espaciados, dos en cada columna, y bastante separados entre nosotros. Nos sentamos a la izquierda y, en cuanto se apagaron las luces, me pareció ver que entraba otra pareja, aunque no los pude ver bien. Por desgracia se pusieron en la misma fila que nosotros, pero al otro lado, a unos diez o doce metros de distancia.

Yo estaba sentado a la izquierda de mi mujer y miré para ver si podía ver a los nuevos que habían llegado, pero solo veía al hombre, que parecía mayor, y me imaginé que su mujer estaría junto a él. Eso sí, en cuanto empezó la película, me despreocupé de ellos.

Solo tenía ojos para las piernas de Silvia, que había cruzado en una pose muy erótica. Con la excusa de compartir palomitas y beber Coca-Cola, estábamos pegados y yo le puse una mano sobre el muslo.

―Vale, Santi, estate quieto, que acaba de empezar la película ―me pidió Silvia retirándome la mano.

Pero yo no estaba muy por la labor, la película me importaba una mierda, y solo quería sobar a mi mujer. Ella se dio cuenta enseguida de mis intenciones y cuando apartamos el cubo de palomitas se acercó a mí y entrelazamos los dedos.

Estuvimos un rato así, viendo la película y acariciándonos, pero yo quería más.

―¡Estás increíble hoy!
―Shhhh, calla…
―En cuanto te he visto salir del gimnasio, me has puesto, uffffff, con esa faldita y esas botas ―dije intentando tocar sus tetas por encima de la camisa.
―¡Santi!, vale ya ―dijo ella apartándome la mano.
―Venga, Silvia, ¿no te acuerdas de jóvenes lo que hacíamos en el cine?
―Sí, claro que me acuerdo.
―Hoy podríamos…, mmmm, ya sabes, la peli es muy mala y casi no hay gente…
―¿Y para eso querías venir tú al cine?
―Pues sí, hace mucho que no morboseamos un poco ―le recordé volviendo a acariciar sus pechos por encima de la camisa.

Silvia miró a los lados, esta vez dejándose hacer, para comprobar si había gente que pudiera vernos.

―¡Shhh, calla, que nos van a oír!, anda, vamos a ver la película…
―Lo que tú digas ―dije sin dejar de magrear sus tetas.

Yo sabía perfectamente cuándo le apetecía a mi mujer, aunque protestara, solo tenía que ir calentándola poco a poco. Tampoco había ninguna prisa, la película apenas llevaba media hora y teníamos casi una hora por delante para disfrutar de la intimidad del cine.

Seguíamos con los dedos entrelazados y yo, de medio lado, con la mano izquierda, le tocaba las tetas por encima de la camisa; y, cuando intenté meterla bajo la falda, ella me la apartó inmediatamente.

―¡No corras tanto! ―exclamó Silvia palpándome la polla por encima del pantalón y volviendo a echar una ojeada a los lados.

Teníamos las cabezas casi pegadas y nos dimos un pequeño beso en la boca cuando Silvia me agarró la polla por encima. Yo no pude aguantarme más y volví a bajar la mano para acariciar sus muslos, llevaba toda la noche queriendo tocar esas piernazas, y clavé mis dedos en ellos.

―¡Estás estupenda!
―Todavía tengo que bajar diez kilos más…
―¡Ni se te ocurra!, a mí me gustas así y tener de donde agarrar…
―¡No seas bobo!, sabes que estoy gorda…, pero me encanta que digas eso.
―¿Qué coño vas a estar gorda?, ¡¡pero si estás buenísima, joder!!
―Ya veo que te gusto, ya, la tienes bastante dura ―afirmó sin dejar de pajearme por encima del pantalón.

Yo mismo me desabroché los botones y con disimulo me saqué la polla. Echaba de menos cuando estábamos en la universidad y Silvia me hacía unas pajas y unas mamadas tremendas en el cine. De eso hacía muchos años y Silvia había cambiado. Nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, incluso hacía topless en la playa en aquella época de novios y mostraba sus enormes tetas; pero, en cuanto tuvimos a la mayor, se volvió más recatada y nuestra vida sexual fue cayendo poco a poco.

No tardó en rodear mi polla con sus dedos y comenzó a masturbarme despacio. Yo subí las manos y le fui desabrochando los botones de su camisa blanca uno a uno.

―Pero ¿qué haces? ―me preguntó Silvia cuando se dio cuenta de mis intenciones.
―¡Quiero verte las tetas!, desnudarte aquí…
―¡Estás tonto, aquí hay gente, pueden vernos!
―Tranquila, nadie nos va a ver…
―¡Te voy a matar! ―me amenazó Silvia girándose un poco hacia mí.

Se dejó soltar cuatro botones y yo metí la mano por dentro para agarrar uno de sus pechos desde abajo. Las tetas de Silvia eran grandes, calientes y muy pesadas. Cuando quise seguir desabrochando su camisa, ella me lo impidió.

―¡Vale ya, joder!
―Deja que te los quite todos, me apetece verte con la camisa abierta…, por favor…, ¡me estoy poniendo muy cachondo!

Silvia me agarró la polla con más fuerza y me miró directamente a los ojos sin decirme nada, pegándome unas cuantas sacudidas con lentitud.

―Entonces, ¿puedo? ―pregunté con insistencia mientras abría otro botón más.

Mi mujer ya estaba casi con la camisa abierta, apenas le faltaban un par de botones más, que solté sin esfuerzo. Cuando lo hice, miré hacia abajo y le abrí un poco la camisa apartándola hacia fuera. Las tetazas de Silvia lucían poderosas, embutidas en un sujetador negro que parecía dos tallas más pequeño.

Silvia apoyó la espalda en su asiento y se echó hacia atrás, luciendo orgullosa sus pechos. Por un momento me soltó la polla.

―¿Esto es lo que querías? ―dijo exhibiéndose delante de mí.
―¡Joder, sí, qué buena estás!

En ese momento, el señor que estaba sentado a nuestra derecha se puso de pie. Al levantarse me di cuenta de que estaba solo y echó a andar por el pasillo en dirección hacia nosotros.

―¡Mierda, tápate, que viene alguien! ―dije girando el cuerpo de mi mujer hacia mí, a la vez que ocultaba mi polla como buenamente podía.

El señor se quedó mirando detenidamente hacia donde estábamos nosotros, estaba claro que nos había pillado, pero no dijo ni hizo nada. Y, en cuanto llegó al pasillo central, subió por las escaleras en dirección a la salida.




3


El corazón se me puso a mil pulsaciones y creo que a Silvia le pasó lo mismo. Pero, pasado el susto inicial, me dio morbo la situación y me calentó mucho pensar que aquel tío había visto a mi mujer en sujetador.

―¡Anda, vamos a dejar de hacer el tonto, que ya tenemos una edad! ―dijo Silvia comenzando a abrocharse los botones de su camisa.
―Estate quieta, deja eso ―dije yo impidiéndoselo―. Ya se ha ido, ahora sí que nadie puede vernos…
―¡Saaaaaanti, para ya!
―Venga, ¡no me digas que no estás un poco caliente!
―Pues claro, un poco sí, pero es que…
―Aquí no puede vernos nadie, venga, no me dejes así ―le rogué echándome hacia atrás para enseñarle la erección que tenía―. Además, si te digo la verdad, me ha puesto mucho que ese tío casi nos pille, ¿te imaginas que te hubiera visto las tetas?
―¿Eso te pone?, que ese tío me hubiera visto así, mostrándome como una cualquiera…
―Un poco sí, no me digas que te va a dar vergüenza ahora, ¿cuántas veces has hecho topless en la playa?
―No es lo mismo la playa que aquí. Y ya sabes que hace muchos años que no hago eso.
―Pues deberías…, ¡¡porque estás buenísima!!
―Ahora estoy gorda y tengo las tetas caídas…
―¡Deja de decir tonterías!, ¡tienes unas tetazas de impresión! ¿No te has fijado en cómo te miraban en el centro comercial los tíos? Anda, ven aquí, que me estoy poniendo cerdísimo ―dije soltándole el último botón de la camisa.

Silvia se acercó a mí y me dio un morreo mientras me volvía a agarrar la polla. Yo metí la mano bajo su camisa y le apreté con ganas sus tetazas. Fue la primera vez que mi mujer gimió y cerró los ojos mordiéndose los labios.

No sé si eran imaginaciones mías, pero parecía que Silvia también estaba más cachonda desde que el desconocido nos había interrumpido.

―¡Venga, córrete! ―me ordenó incrementando el ritmo de su paja.
―Espera, espera, no tan deprisa, joder, más despacio…, todavía tenemos tiempo…

Puse mi antebrazo derecho sobre su pecho y la empujé, haciendo que apoyara la espalda en el asiento. Silvia me soltó la polla al caer hacia atrás.

―¡No te muevas! ―Y aparté despacio la camisa.

Con tranquilidad eché la tela de su camisa a ambos lados y descubrí sus tetas, que seguían cubiertas tan solo por el sujetador. La respiración de Silvia se había acelerado y parecía que el pecho se le iba a salir por la boca. Me miró inquieta, nerviosa y excitada.

―¿Qué haces?
―Nada, solo estoy disfrutando lo buena que está mi mujer…

Ahora fui yo el que se inclinó sobre ella y colocó la mano bajo su falda. No me costó llegar a sus braguitas e hice presión, intentando meter un dedo sin tan siquiera apartar la tela.

―Aaaaah ―gimió Silvia sujetándome por el brazo.

Ella quiso agarrarme la polla, pero yo se lo impedí, quería que estuviera más caliente todavía. Aparté sus braguitas y conseguí llegar hasta su coño, que me esperaba ansioso, húmedo y abierto. Silvia se escurrió un poco en el asiento y abrió las piernas para facilitarme el trabajo. Introduje un dedo dentro de ella, pero eso pareció saberle a poco a mi mujer.

―Joder, Santi…, mmmmmm, te estás pasando…, ¡¡joder, qué gusto!!
―¿Quieres más?
―Sí ―suspiró mirándome con una cara mezcla de placer y súplica.
―Espera, quiero hacer algo…

Subí su minifalda vaquera, metí la mano por los laterales y tiré de sus braguitas hacia abajo. Quería dejarla desnuda, cosa que no pareció gustarle mucho a Silvia.

―¡¿Qué haces?!
―¡Quitarte las braguitas, para tocarte mejor!, me están molestando…
―¿Qué pasa, me quieres desnudar o qué?
―¡Uffffff, no me importaría!, no lo había pensado, pero imaginarte aquí desnuda…
―Ni lo pienses, eso no va a pasar ―dijo cruzando la camisa sobre sus pechos y bajándose la falda.

No había soltado el elástico de sus braguitas y seguí tirando hacia sus pies. Silvia protestó, pero a la vez levantó las caderas para facilitarme el trabajo. Poco a poco fui deslizando las braguitas por sus muslos, por sus rodillas y bajé por sus piernas hasta que conseguí quitárselas.

Ahora tenía mi trofeo en la mano.

―¡Te voy a matar! ―me riñó otra vez Silvia, abierta de piernas en el asiento.

Me incliné sobre ella, aparté la camisa y me fijé otra vez en sus tetas. Luego metí la mano bajo su falda y, cuando alcancé su coño, la penetré con dos dedos. Silvia me agarró por el brazo.

―¡¡Aaaaah, Diossss!! ¡¡Ufffff, qué bueno!!, ahhhhgggg… ―gimió en alto.

Yo me asusté, no pensé que se le iba a escapar ese gemido; por suerte el volumen de la película era muy alto y seguramente nadie se hubiera percatado de lo sucedido, pero al mirar hacia atrás me encontré con el señor de antes. Se había sentado en nuestra misma columna de filas, pero tres asientos por detrás y a nuestra derecha.

Cruzó la mirada conmigo y sonrió. Silvia estaba medio desnuda, abierta de piernas y ajena a que estaba siendo observada por aquel tío.

Estaba claro que nos habíamos encontrado con un puto mirón.



4


Mi primera reacción fue terminar aquello y decirle a mi mujer que se vistiera, pero estaba muy excitado y siempre había sido una de las fantasías que había compartido con Silvia, que alguien nos viera follar o manteniendo relaciones. Y ahora aquel mirón estaba en el sitio exacto, en el momento oportuno.

La sonrisa con la que me obsequió me descolocó un poco, pero la primera impresión que tuve de él solo me pareció un pobre pervertido. No era más que un viejo, vestido con una camisa de franela a cuadros. Tendría sobre 60 años y pinta de rural. Un cateto de pueblo.

Yo seguí masturbando a mi mujer, pero estuve unos segundos con la mente en otra parte, pensando en qué debía hacer. Al final le comenté a Silvia lo que estaba pasando.

―¡¡Joder, el tío ese ha vuelto, está detrás de nosotros!!

Silvia se giró a la derecha y miró hacia atrás, entonces vio al mirón a unos cuatro metros de nuestra posición.

―¡¡Mierda!!, ¡¡ahora sí que te mato!! ―protestó volviéndose hacia mí para taparse los pechos.
―¡No le hagas caso, solo es un viejo mirón!
―¿Tú estás tonto?, ¿y qué hacemos, seguimos como si nada?
―Desde allí casi no puede vernos. A mí no me importa si te digo la verdad, casi mejor, me da mucho morbo que esté ahí ese cerdo mirando…
―Dame las bragas, que voy a vestirme…
―Venga, Silvia, no me dejes así, lo estábamos pasando de puta madre, ¡¡no le hagas caso!! ―le pedí, agarrándola de la mano para ponerla sobre mi polla.
―¡Te corres rápido y nos vamos!

Comenzó de nuevo a pajearme, esta vez más deprisa, quería que me corriera y que todo terminara; sin embargo, a mí me daba mucho morbo que el viejo estuviera tan cerca de nosotros, pendiente de nuestros juegos. Pero no quería disfrutar yo solo, quería que Silvia también se lo pasara bien y estaba convencido de que allí, en la sala oscura de cine, con la camisa abierta, sin braguitas y con mi polla en la mano, ella también se encontraba muy cachonda.

Metí la mano bajo su falda, Silvia me lo intentó impedir, pero yo hice fuerza para llegar hasta su coño.

―Santi, ¡estate quieto, no quiero hacer nada con ese tío aquí!

Yo miré hacia atrás y él seguía en la misma posición, atento a nosotros. Por unos segundos cruzamos la mirada y me pareció que hasta me sonreía, que estuviera allí me estaba excitando sobremanera. Silvia nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, en la playa haciendo topless o llevando mallas ajustadas en el gimnasio. Le encantaba lucir sus tremendas curvas, por eso sabía que en el fondo aquella situación a ella también le gustaba.

En cuanto llegué a su coño, le introduje un dedo dentro y ella gimió, cerró los ojos y me siguió pajeando duro al mismo ritmo. Yo no iba a tardar mucho en correrme, por lo que le dije a mi mujer que aflojara un poco.

Aquello tenía que durar más.

Otra vez volví a acariciar sus tetas apartando la camisa a los lados, Silvia se cubrió con la mano que tenía libre, pero abrió un poco las piernas y facilitó que pudiera meter otro dedo en su coño.

―¡Estate quieto, deja la camisa!, no quiero que me vea ese…
―¡Y qué más te da!, has hecho topless en la playa, ¿ahora te va a dar vergüenza que un viejo te vea en sujetador?
―¡No es lo mismo, Santi!
―Pues claro que es lo mismo, además, ¿no te da un poco de morbo que ese viejo nos esté mirando?, a mí me está excitando mucho…, voy a correrme de un momento a otro.
―Pues venga, termina y vámonos…
―No tengas prisa, que para una vez que salimos…

Como no me dejaba sobar sus tetas, subí para acariciarle la mejilla y luego rodeé sus labios con el pulgar empezando a follármela más fuerte con los dedos que tenía en su coño. Esto hizo que abriera la boca, momento que aproveché para meterle el pulgar dentro.

Silvia me miró sorprendida y otra vez aceleró el ritmo al que me pajeaba, succionó profundamente mi pulgar y me miró a los ojos. Luego pasó la lengua haciendo círculos sobre mi dedo y se lo volvió a meter en la boca.

Era como si me la estuviera chupando.

―Joder, Silvia, mmmmm, ¡me estás poniendo a mil!

Me eché hacia atrás, apoyé la espalda en el asiento y apunté con la polla hacia arriba. Silvia tan solo me la sujetaba y había dejado de pajearme hacía un par de minutos, estaba demasiado concentrada en disfrutar con mis dedos en su coño y me miraba con cara de guarra mientras simulaba lamerme la polla.

Otra vez me giré hacia atrás, él no se había movido de su posición y volvimos a cruzar la mirada.

―¡Chúpamela, Silvia, chúpamela, por favor!, hace mucho que no me lo haces…
―No pienso hacer eso, y menos con ese tío ahí detrás…
―Vamos, cómeme la polla, por favor, cuando éramos jóvenes, me lo hacías siempre en el cine y ahora, ¿por qué no? Ya ni en casa, ni en ningún sitio…, ya no me la chupas…
―No te pongas pesado, Santi, anda, córrete ―me ordenó comenzando a pajearme otra vez.

Aquello estaba a punto de terminar, entonces el viejo mirón se levantó, yo me giré y lo seguí con la mirada, bajó las escaleras hasta que se quedó a nuestra altura. Dudó qué hacer. Luego se sentó en nuestra misma fila, apenas había cuatro asientos de separación entre él y mi mujer, que lo tenía sentado a su espalda.

―¡Ha bajado! ―le dije a ella.
―¡Venga, termina ya o nos vamos! ―me apremió Silvia incrementando el ritmo de su paja.

Alcé la vista por encima de mi mujer para fijarme en lo que estaba haciendo el viejo. Silvia se dio cuenta de que estaba pendiente de él.

―¡Deja de mirarlo y termina!

Mi mujer estaba recostada de lado, de espaldas al mirón. Yo seguía con la mano metida bajo su falda y volví a masturbarla con rapidez, follándomela con los dedos. No me quedaba nada para correrme y ya me daba todo igual. Estaba en ese instante cuando estás tan cachondo que haces cualquier cosa.

Silvia me sujetó el brazo para que no lo sacara de debajo de su falda y me dejó hacer; ella también se iba a correr. Nos quedamos mirando fijamente a los ojos, pajeándonos mutuamente, a punto de llegar al orgasmo. Acaricié sus tetas y luego me acerqué a ella para apartar su camisa, desnudarle un hombro y morderla unos segundos.

Sinceramente, estábamos tan concentrados en corrernos que ya no nos importaba que estuviera ese mirón allí, a tres metros de nosotros. Entonces, no me lo esperaba, pero el viejo se levantó otra vez y se acercó. Se escuchó perfectamente el ruido de la butaca al bajar, antes de que él se volviera a sentar.

Ahora solo había un espacio de separación entre Silvia y el viejo mirón.




5


El corazón se me puso a mil pulsaciones, podía verlo a tan solo un metro y medio de mí. Era muy morboso y excitante estar metiendo mano a mi mujer delante de aquel tío, que se inclinó hacia delante para mirar cómo Silvia me pajeaba.

―¡Está detrás de ti! ―le jadeé al oído.

Pensé que se iba a asustar o algo parecido, sin embargo, su respuesta estuvo a punto de hacerme explotar.

―Lo sé…, ufffffff, Santi, estoy…, joder…, aaaaaaaaaaaaaaah…, sigueeeee….

Lo siguiente que escuchamos fue la hebilla de su cinturón y luego el ruido de los botones desabrochándose de un solo tirón. No podía creérmelo. Me parecía hasta surrealista. Aquel pervertido iba a sacarse la polla.

¿De verdad iba a ser tan descarado de hacerse una paja delante de nosotros?

Ahora pude verlo bien, era un tío mayor, de unos 60 años, llevaba una camisa a cuadros, parecía un hombre de campo, tenía las manos fuertes, grandes y curtidas, con unos dedos anchos, complexión media, algo de barriga y un frondoso pelo canoso.

Sin pensárselo dos veces, se sacó la polla a la espalda de mi mujer y comenzó a meneársela. Joder, ¡¡el viejo mirón tenía una verga increíble!!, era exageradamente grande y ancha y, además, tenía pinta de estar muy dura. Era como si tuviera vida propia, le palpitaba y se le marcaban las putas venas por todo el tronco. Se la sujetó con sus rudas manos y se pegó un par de sacudidas mirándome a los ojos.

Me quedé turbado ante aquella escena, por unos segundos incluso me olvidé de que estaba pajeando a mi mujer y volví a mirar sus pechos, ahora parcialmente ocultos por su camisa.

―¡Se la ha sacado el muy cabrón! ―la informé.

Silvia no quiso mirar hacia atrás y comenzó a mover las caderas al ritmo al que mis dedos la follaban. Yo sabía perfectamente cuándo ella estaba a punto de llegar al orgasmo. Entonces el mirón se levantó y se sentó en la butaca que estaba al lado de mi mujer.

Todo fue demasiado deprisa y yo no supe reaccionar cuando vi las manos del viejo tocando el hombro desnudo de Silvia, que a punto de correrse se giró.

―¡No me toques, joder!, ¡¿pero qué haces?! ―protestó apartando la mano del mirón.

Luego cerró los ojos, dejando que yo la siguiera masturbando, y aceleró el ritmo de mi paja. La imagen de aquel viejo tocando a mi mujer fue demasiado para mí; normalmente le hubiera dicho algo por haber molestado a Silvia, pero a punto de correrme me pareció muy morboso.

Y el mirón no se quedó quieto, volvió a pasar las manos hacia delante, solo que esta vez las colocó sobre las tetazas de Silvia, que protestó cuando sintió que el viejo la estaba sobando con todo el descaro del mundo.

―¡Quita, joder, aparta! ―exclamó ella intentando zafarse de su abrazo.

Silvia se echó hacia atrás y me soltó la polla, la mano que yo tenía bajo su falda se salió y dejé de acariciar su coño. El viejo había arruinado el orgasmo de mi mujer y ahora forcejeaba levemente con él.

―¡Para, joder!, estate quieto. ¿Y tú no vas a decirle nada? ―me dijo Silvia sorprendida cuando vio como yo mismo me agarraba la polla.

A punto de correrme, empecé a pajearme observando al viejo mirón sobar las tetazas de mi mujer con sus gruesas y rudas manos. Le apretaba los pechos con dureza, clavando los dedos tan fuerte que parecía que se los iba a hacer explotar. Aunque Silvia forcejeaba con él, cerró los ojos y abrió la boca, en una mueca de placer instantánea que no pudo reprimir.

Y el que exploté fui yo, que me corrí sobre mí estómago viendo cómo aquel desconocido sobaba a mi mujer, que seguía tratando de librarse de él.

―¡Y encima te corres! ―protestó Silvia muy enfadada.

Ese momento de desconcierto de mi mujer ante lo que estaba pasando fue aprovechado por el viejo mirón, que se abalanzó sobre ella, besó su cuello y volvió a acariciar sus tetas, esta vez subiéndolas y bajándolas, comprobando lo pesadas que eran.

Una vez que me había corrido intenté reaccionar y ya no me gustó ver al viejo forcejeando con mi mujer. Había apartado un poco su camisa para besuquearla por el hombro y seguía amasando sus pechos. Silvia se movía intentando escapar de sus garras, pero aquel hombre estaba muy fuerte y mi mujer apenas se podía mover.

Estiré el brazo para ayudar a Silvia, agarré la mano del viejo y tiré para que la dejara en paz, pero él insistía. Iba a ponerme de pie para encararme definitivamente con el mirón, pero entonces Silvia me apartó la mano. Me quedé sorprendido y paralizado otra vez, era como si mi mujer no quisiera que interviniese.

Me quedé mirándola y ahora su cara era una mezcla de placer y miedo. No me lo podía creer, no era posible.

¡Estaba empezando a gustarle que aquel viejo la sobara delante de mí!

Volví a agarrar las manos del viejo, pero Silvia me apartó otra vez.

―¡Ahora te estás quieto!, ¿esto es lo que querías, no? ―me gritó enfadada.

Entonces nos quedamos mirando fijamente, de repente Silvia dejó de forcejear y el viejo mirón siguió magreando sus tetas con ganas. Apretándoselas duro. Haciendo que se bambolearan delante de mi cara.

―Je, je, je, en cuanto te vi fuera, sabía que necesitabas un hombre de verdad ―gruñó el viejo antes de poner su boca sobre el cuello de Silvia.



6


Fue cuando nos enteramos de que el mirón nos había estado siguiendo antes de entrar al cine y de que ya se había fijado en Silvia, que, por cierto, empezó a gemir ante las caricias que le estaba dando. Yo seguía mirando aquellas manos tan fuertes que no paraban de tocar las tetas de mi mujer, que abrió la boca buscando poder respirar y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el viejo siguiera babeando su cuello y el hombro.

En ese momento crucé la mirada con el viejo, que me sonrió con superioridad; me imaginé las pintas que debía tener con la polla flácida y la corrida encima de mi ropa. Seguro de sí mismo le cogió la mano a mi mujer y se la puso en la polla.

Me dio vergüenza hacerlo, pero aquello tenía que verlo bien, me incliné hacia delante y vi cómo Silvia se agarraba a aquella verga dura y palpitante. Las venas del tronco se le marcaban como si fuera a reventar y esa visión hizo que me volviera a empalmar.

Apenas aguanté unos segundos viendo esa escena, luego me dejé caer otra vez en el asiento, observando al viejo, que seguía jugando con los pechos de mi mujer.

―¡Menuda hembra, vaya tetazas tienes! ―alardeó con una voz socarrona.

Silvia llevaba un par de minutos en los que había dejado de forcejear, entonces el viejo tiró de su minifalda hacia arriba y se sorprendió al ver que no llevaba ropa interior. Agachó la vista para mirar su culo y no tardó en bajar una mano para comprobar el tacto y la dureza de las nalgas de mi mujer.

―¡Encima vienes sin braguitas!, ¡menuda golfa estás tú hecha!, ¿te gusta esto, verdad?

El viejo quiso asegurarse de que ella no iba a volver a intentar escaparse y con un brazo rodeó su estómago, justo por debajo de los pechos, luego bajó la otra mano hasta que llegó al pubis de Silvia.

―¡Mmmmmm, me encanta cuando lo lleváis tan depilado!

No tardó en empezar a acariciar el coño de mi mujer, que se agarró a su brazo, gimiendo más alto y se abrió un poco de piernas, lo que facilitó que el viejo pudiera alcanzar su objetivo.

El mirón hizo como una especie de gancho, metiendo los dedos corazón y anular en el coño de mi mujer, luego movió el brazo tirando hacia arriba y hacia abajo a toda velocidad, e increíblemente aquello empezó a chapotear.

Abrí los ojos como platos cuando Silvia se puso a gemir en alto, miré alrededor y una pareja se había girado para ver de dónde venían esos gemidos. El viejo también se dio cuenta y antes de que nos pudieran llamar la atención le tapó la boca a mi mujer.

―¡Cállate, rubia, no chilles, que nos van a echar!

Sin embargo, siguió masturbándola, la acariciaba por encima del coño y luego le metía un par de dedos; cuando se los sacaba le daba golpecitos con toda la mano, como si le diera azotes, y otra vez volvía a meter los dos dedos. No tuvo ni que incrementar la velocidad de sus caricias, en apenas un minuto la cadera de Silvia se tensó hacia delante y el cuerpo de mi mujer comenzó a temblar con unos movimientos espasmódicos que incluso me llegaron a asustar.

Jamás en mi vida la había visto correrse así.

En todo el proceso, el viejo no la dejó apenas respirar y le siguió tapando la boca hasta que Silvia pareció estar más relajada. Entonces se dejó caer un poco en el asiento, seguía de medio lado, mirando hacia mí y pude ver como la mano de mi mujer seguía aferrada a su polla. No solo eso.

¡Se la estaba meneando muy despacio!

Ni me acordaba de que Silvia tenía la mano en la polla del mirón, y ahora lo pajeaba lentamente, disfrutando de la sensación de tener aquel trozo caliente y palpitante entre sus dedos. Era mucho más grande que la mía y desde mi posición tenía pinta de estar dura como una piedra.

Yo quería que ya se terminara la aventura con ese desconocido, pero posiblemente Silvia iba a meneársela hasta hacer que se corriera. Era mi castigo por haber dejado que el mirón le metiera mano delante de mí y por haberme corrido mirando cómo lo hacía.

Sin embargo, el viejo tenía otras intenciones.

―¡Dale más rápido, mmmmmm, qué mano tienes! ―le pidió cogiendo por el brazo a mi mujer y haciendo que acelerara el ritmo al que lo pajeaba.

Silvia me miró, seguía de espaldas al mirón; ni tan siquiera le había visto la cara y aun así se había corrido, dejando que un desconocido jugara con su coño. Estaba tranquila, pero vi en sus ojos que seguía encendida, caliente, con ganas de más. Tenía la camisa abierta y una mano del viejo seguía manoseando sus pechos, la minifalda vaquera se le había subido y le enseñaba los glúteos sin ningún pudor y, además, cada vez lo pajeaba más rápido, cerrando la mano fuerte sobre aquella enorme polla, que parecía que iba a reventar.

Entonces el viejo mirón levantó el reposabrazos que lo separaba de mi mujer y se puso de medio lado detrás de ella. Pensé que querría estar más cómodo a punto de llegar al orgasmo, pero lo que hizo fue situar su verga entre las piernas de Silvia, que gimió cuando sintió aquel trozo caliente de carne rozar sus labios vaginales.

―¡No te muevas, rubia, te voy a follar! ―afirmó lo suficientemente alto para que yo pudiera escucharlo.




7


Silvia me miró de nuevo, estaba asustada, expectante, ansiosa, se mordió los labios esperando que yo detuviera aquella locura, cuando entonces vio que mi polla se había vuelto a poner dura. Y en ese momento comprendió que aquello me estaba gustando mucho, igual que a ella, y sin soltarle la polla le pegó varias sacudidas rápidas y echó el culo hacia atrás, intentando acoplarse a él. Silvia giró un poco el cuello, sin llegar a verle la cara, y le susurró:

―¡Métemela!

El viejo sonrió, luego con calma se bajó un poco los pantalones, se desabrochó lentamente la camisa y me enseñó su peluda barriga. Después se escupió en la mano, se agarró la polla y la guio hacia el coño de Silvia.

―¡Ahora vas a saber lo que es un polvo de verdad, zorra!

A pesar del insulto, mi mujer le siguió ofreciendo su generoso trasero, que el viejo no paraba de mirar y de sobar con ansia. Parecía que el haberle llamado zorra le hubiera excitado más. Entonces mi mujer gimió en alto al sentir su verga a punto de penetrarla.

―¡Con cuidado, despacio! ―le imploró Silvia poniendo una mano sobre el muslo del viejo.

Pensé que era imposible que el viejo pudiera meter aquella polla tan gorda con esa postura que tenían, pues los dos estaban medio recostados y era muy difícil hacerlo así. De repente Silvia cerró los ojos y con toda la facilidad del mundo la verga del viejo se fue abriendo paso lentamente en su interior. Silvia nunca había tenido una polla así de grande dentro de ella. A decir verdad, era la segunda que se la follaba, después de la mía.

―¡Aaaaaaah, despacio, despacio! ―volvió a gemir.

El viejo mirón le tapó la boca con la mano y soltó una embestida fuerte y seca, que hizo que en el culo de mi mujer sonara un PLOP muy característico. Luego la cogió por la cintura, pasó la otra mano hacia delante y manoseó sus tetazas cuando se la empezó a follar.

Lo hacía de manera muy peculiar, con embestidas secas, duras y espaciadas, aproximadamente unos dos segundos entre sí.

Silvia cerró los ojos y abrió la boca buscando aire, pues la mano del viejo ahogaba los gemidos, que hubieran provocado un pequeño escándalo en la sala del cine. El mirón seguía follándose a mi mujer a su ritmo, cada dos segundos una embestida, y ella sacaba el culo hacia atrás, buscando encontrarse con la polla del viejo, que se vio con la suficiente confianza para girar el cuello a mi mujer e intentar morrearse con ella, pero Silvia le apartó la cara y volvió a mirar hacia delante.

Entonces el mirón comenzó a acelerar, no mucho, pero lo suficiente para que Silvia se abandonara al placer que estaba recibiendo. Las acometidas del viejo se hicieron más frecuentes; primero cada segundo y medio; luego un segundo entre cada embestida. Silvia gritó, apenas podía respirar, y el viejo tiró con fuerza del sujetador hacia abajo hasta que se le salió un pecho, para luego pellizcarle el pezón que había asomado.

―¡¡Ahhhhhgggggg!!
―¡¡No grites, puta, que nos van a echar!!

Pero Silvia se estaba corriendo por segunda vez, moviendo el culo en círculos, acoplándose al ritmo al que se la estaba follando. Entonces el viejo comenzó a gruñir como un cerdo.

―Oooooooooh, ooooooooooh…

Silvia todavía jadeaba y giró el cuello para pedirle:

―No te corras dentro…

El viejo me miró sonriendo con su enorme polla dentro de mi mujer, y, con toda la tranquilidad del mundo, siguió acariciando sus tetazas hasta que detuvo sus golpes de cadera. Estaba a punto de llegar al orgasmo.

―Si no quieres que me corra, tendrás que chupármela…

Ahora el que sonrió fui yo, el viejo mirón la había cagado pero bien, mi mujer no iba a hacerle eso. Era el final de aquella aventura. Silvia hacía años que no me chupaba la polla, desde antes de que naciera nuestra primera hija, pues me decía que ya no le gustaba hacer esas cosas.

El viejo sacó la polla de dentro de su coño, se lo veía confiado, y se apoyó en el respaldo de su butaca, esperando que Silvia hiciera lo que le había pedido. Mi mujer se colocó el sujetador volviendo a meter sus tetazas dentro, pero no se molestó en colocarse la falda. Luego me miró con cara de culpabilidad y sin decir nada se giró. No podía creérmelo cuando sin dudar se agachó sobre el regazo del él y se metió su enorme polla en la boca.

¡Mi mujer se la estaba mamando a ese desconocido!

El viejo la sujetó por el pelo y bajó una mano para volver a comprobar el tamaño y peso de sus enormes tetas. Yo desde mi asiento contemplé el culo desnudo de mi mujer. Estaba tan excitado que ni me lo pensé cuando vi su coño abierto; me acerqué a ella e intenté metérsela, pero ella me apartó con la mano.

Tan solo me quedaba pajearme viendo cómo se la chupaba al mirón, que sonrió al verme masturbándome mientras Silvia luchaba por intentar meterse su pollón en la boca. Con la mano sujetando su pelo la guiaba a la velocidad que le gustaba y mi mujer, sumisa, le estaba brindando una mamada lenta, disfrutando de su polla.

Una felación como no me había hecho a mí en la vida.

Los besos y los muerdos por su polla retumbaban por toda la sala de cine, luego le pasaba la lengua de arriba abajo, saboreando aquel tronco tan duro y lleno de venas, y cuando llegaba al capullo hacía círculos sobre él y se la volvía a meter en la boca. Entonces me sorprendió cuando vi la mano de Silvia aparecer entre sus labios vaginales.

¡Se estaba masturbando a la vez que se la chupaba!

El viejo mirón gruñó otra vez como antes, era la señal inequívoca de que se iba a correr.

―Ohhhhhhhhggggg, ¡joder, la chupas increíble, rubia!

Le sujetó fuerte el pelo y se aseguró de que yo lo viera bien. Con sus enormes manazas se cogió la polla y comenzó a meneársela delante de su cara mientras Silvia sacaba la lengua y rozaba su capullo.

―¡¡Me corro, tomaaaa, chupaaaa, aaaaaaah!! ―gruñó el viejo mirón metiendo su polla en la boca de mi mujer a la vez que la agarraba por el pelo.

El primer disparo de su corrida fue directo a la garganta de Silvia. Yo también comencé a eyacular, casi a la vez que él. Entonces el viejo sacó la polla de la boca de mi mujer y siguió descargando por la boca y la cara de Silvia, que ansiosa sacaba la lengua para recibir el caliente y espeso semen del mirón.

El cabrón no paraba de correrse, sujetaba con fuerza el pelo de mi mujer y le iba restregando la polla por sus dos mejillas, la nariz, la boca, incluso le soltó un pequeño azote con su verga en la cara cuando terminó.

―¡¡Uffffffffff, qué gustazo!!, ¡has estado increíble!

Todavía, antes de incorporarse, Silvia seguía masturbándose ella misma y le lamió un poco más la polla, limpiando el semen que había quedado en ella, y así continuó hasta que llegó al orgasmo por tercera vez, moviendo su tremendo culo delante de mi cara.

―¡¡¡Ahhhgggg, me corro, me corro!!!

Sin duda alguna mi mujer estaba disfrutando como nunca de una verga de semejante tamaño. Mientras se recuperaba del orgasmo, se la siguió chupando, aunque la polla del viejo había caído en tamaño y dureza. Antes de incorporarse le pegó un sonoro beso en el capullo. Luego se levantó y se giró.

Me miró con cara de puta. Tenía la camisa abierta, la falda levantada, el pecho le latía con fuerza y su cara estaba llena de semen. Abrió la boca y un pequeño hilo de lefa le cayó entre las dos tetazas. No supe ni qué decir. Acabábamos de cumplir una de nuestras fantasías más ocultas.

El viejo mirón se fue subiendo los pantalones y se los abrochó, antes de decirnos:

―Suelo estar por aquí los sábados, por si queréis repetir otro día…

Luego se agachó para besar el hombro desnudo de mi mujer.

―Me ha encantado follarte, rubia…

Y como vino se fue, y nos dejó allí plantados. Todavía quedaban diez minutos de película, que aprovechamos para limpiarnos un poco y salir rápido, pues no queríamos que las otras personas que estaban en el cine se fijaran en nosotros. Las otras tres parejas seguro que habían escuchado los gemidos de mi mujer y nos fuimos antes de que se encendieran las luces.




8


Unos meses más tarde fuimos a pasar el día al centro comercial con nuestras hijas. Casi por la noche, después de cenar en el Burger, y, cuando ya nos íbamos para casa, pasamos por delante del cine. Y entonces lo vi. No había duda de que era él, estaba por la zona de las taquillas, fijándose en las parejas que sacaban la entrada, seguramente buscando unas nuevas víctimas con las que jugar. El viejo mirón salió justo hacia fuera en el momento en el que pasábamos. Se quedó mirando cómo le botaban las tetas a mi mujer a cada paso que daba y su culazo apretado en unos pantalones vaqueros muy ajustados. Luego me miró a mí y sonrió. Estaba claro que nos había reconocido y se acordaba de nosotros.

Silvia ni se dio cuenta de que ese era el tío que se la había follado meses atrás en la oscuridad del cine. Yo creo que ni le llegó a ver la cara aquel día.

Seguimos andando y el viejo nos persiguió unos minutos, me giré y tenía la mirada fija en los glúteos de mi mujer; estaría recordando cómo sus huevos rebotaban contra el culo de Silvia mientras se la metía desde atrás. Me puso nervioso que nos siguiera durante unos metros, ya que íbamos con las peques, pero a la vez me dio un poco de morbo.

Cuando bajamos por la escalera en dirección al parking, el mirón ya se quedó arriba y yo lo miré por última vez antes de que él me saludara con la mano.

Quién sabía si alguna vez volveríamos a encontrarnos con él…
 

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Aprovechando que mañana sale ya publicado el sexto relato de esta serie, os dejo la primera parte por si alguno no lo ha leído todavía. La verdad es que mi idea principal era escribir solo un relato cortito de El mirón del cine, pero me gustó tanto la historia que poco a poco me fui adentrando en la vida de Silvia y Santi, con relatos cada vez más largos y profundizando en su vida y su relación de pareja y al final voy a terminar escribiendo siete relatos sobre ellos.

Espero que os guste...
 

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1



Pasé a recoger a mi mujer a la puerta del gimnasio, cada vez se estaba tomando más en serio lo de ponerse en forma. Silvia había pasado una mala temporada, pero esa etapa ya estaba superada; hacía seis meses que había empezado a trabajar de nuevo como abogada, después de muchos años de excedencia, y había cogido con ganas el entrenamiento físico.

A raíz del nacimiento de nuestra segunda hija, Silvia se veía cada vez más gorda y necesitaba un cambio de estilo de vida. Decía que le sobraban quince kilos, es verdad que había engordado un poco, pero yo la veía estupenda. En los últimos meses, gracias al gimnasio, ya había perdido seis o siete, pero ella seguía disciplinada en su entrenamiento.

A pesar de ser sábado, ella le había dedicado dos horitas a entrenar duro por la tarde, y mientras tanto yo había dejado a nuestras hijas en casa de mis padres. Aquella noche nos la íbamos a tomar de relax; desde que nació la peque, hacía casi cuatro años, no habíamos tenido una noche para nosotros solos. Tampoco es que fuéramos a hacer nada especial, cenar tranquilamente en un centro comercial y luego ver una película en el cine.

Pité con el claxon cuando la vi salir del gimnasio y Silvia vino rápido hacia el coche. Estaba estupenda a sus 36 años, rubia, 1,65, pelo largo y mojado, brazos anchos, tetas muy grandes y generosas, un culo potente con caderas anchas y unas piernas regordetas cada vez más fibradas. Se había puesto una camisa blanca, minifalda vaquera y botas marrones estilo cowboy. Lo que más me gustaba de su vestuario era cómo se le transparentaba el sujetador negro debajo de la camisa.

Ella sabía que lo mejor de su anatomía eran sus inmensas y desproporcionadas tetas y le encantaba lucirlas a la mínima ocasión.

Llegamos al centro comercial y estuvimos dando una vuelta por las tiendas. Me gustaba presumir de mujer; no fueron pocos los tíos que se quedaron mirando cómo se le bamboleaban los pechos al andar e incluso me fijé en que alguno se giraba para ver su culazo. La falda vaquera era muy cortita y Silvia no pasaba desapercibida en ninguna de las tiendas en las que entrábamos.

Compramos algo de ropa y luego subimos a cenar a un restaurante mexicano de la planta alta. Dejé que fuera Silvia a pedir y yo me quedé en la mesa, observando a mi mujer en la caja. Un par de chicos de unos 20 años que había a su lado le pegaron un buen repaso de arriba abajo y, cuando ella vino a la mesa con la cena en una bandeja, se le quedaron mirando el culo descaradamente.

Tengo que reconocerlo, me encanta que miren y deseen a mi mujer. Desde siempre me ha excitado mucho.

Cuando terminamos de cenar, a eso de las 22:40, nos acercamos a las salas de cine. Tampoco es que hubiera una película que tuviéramos especial interés por ver; a mí, sinceramente, me daba igual, yo lo único que quería era estar a solas con mi mujer y recordar nuestra época universitaria, cuando íbamos al cine a magrearnos un poco.

Era mi intención esa noche, jugar un poco con ella y romper la monotonía de la pareja.



2


Al final elegimos una película de acción que llevaba tiempo en cartelera, y me imaginé que tendría pocos espectadores. No me importaba en absoluto, cuanta menos gente hubiera en el cine, mejor para lo que me proponía.

Como había pensado, efectivamente había muy poca gente; pude contar tres parejas, sumándonos a nosotros éramos ocho. La sala de cine era muy pequeña; dos columnas, con unas quince filas a cada lado. Estábamos espaciados, dos en cada columna, y bastante separados entre nosotros. Nos sentamos a la izquierda y, en cuanto se apagaron las luces, me pareció ver que entraba otra pareja, aunque no los pude ver bien. Por desgracia se pusieron en la misma fila que nosotros, pero al otro lado, a unos diez o doce metros de distancia.

Yo estaba sentado a la izquierda de mi mujer y miré para ver si podía ver a los nuevos que habían llegado, pero solo veía al hombre, que parecía mayor, y me imaginé que su mujer estaría junto a él. Eso sí, en cuanto empezó la película, me despreocupé de ellos.

Solo tenía ojos para las piernas de Silvia, que había cruzado en una pose muy erótica. Con la excusa de compartir palomitas y beber Coca-Cola, estábamos pegados y yo le puse una mano sobre el muslo.

―Vale, Santi, estate quieto, que acaba de empezar la película ―me pidió Silvia retirándome la mano.

Pero yo no estaba muy por la labor, la película me importaba una mierda, y solo quería sobar a mi mujer. Ella se dio cuenta enseguida de mis intenciones y cuando apartamos el cubo de palomitas se acercó a mí y entrelazamos los dedos.

Estuvimos un rato así, viendo la película y acariciándonos, pero yo quería más.

―¡Estás increíble hoy!
―Shhhh, calla…
―En cuanto te he visto salir del gimnasio, me has puesto, uffffff, con esa faldita y esas botas ―dije intentando tocar sus tetas por encima de la camisa.
―¡Santi!, vale ya ―dijo ella apartándome la mano.
―Venga, Silvia, ¿no te acuerdas de jóvenes lo que hacíamos en el cine?
―Sí, claro que me acuerdo.
―Hoy podríamos…, mmmm, ya sabes, la peli es muy mala y casi no hay gente…
―¿Y para eso querías venir tú al cine?
―Pues sí, hace mucho que no morboseamos un poco ―le recordé volviendo a acariciar sus pechos por encima de la camisa.

Silvia miró a los lados, esta vez dejándose hacer, para comprobar si había gente que pudiera vernos.

―¡Shhh, calla, que nos van a oír!, anda, vamos a ver la película…
―Lo que tú digas ―dije sin dejar de magrear sus tetas.

Yo sabía perfectamente cuándo le apetecía a mi mujer, aunque protestara, solo tenía que ir calentándola poco a poco. Tampoco había ninguna prisa, la película apenas llevaba media hora y teníamos casi una hora por delante para disfrutar de la intimidad del cine.

Seguíamos con los dedos entrelazados y yo, de medio lado, con la mano izquierda, le tocaba las tetas por encima de la camisa; y, cuando intenté meterla bajo la falda, ella me la apartó inmediatamente.

―¡No corras tanto! ―exclamó Silvia palpándome la polla por encima del pantalón y volviendo a echar una ojeada a los lados.

Teníamos las cabezas casi pegadas y nos dimos un pequeño beso en la boca cuando Silvia me agarró la polla por encima. Yo no pude aguantarme más y volví a bajar la mano para acariciar sus muslos, llevaba toda la noche queriendo tocar esas piernazas, y clavé mis dedos en ellos.

―¡Estás estupenda!
―Todavía tengo que bajar diez kilos más…
―¡Ni se te ocurra!, a mí me gustas así y tener de donde agarrar…
―¡No seas bobo!, sabes que estoy gorda…, pero me encanta que digas eso.
―¿Qué coño vas a estar gorda?, ¡¡pero si estás buenísima, joder!!
―Ya veo que te gusto, ya, la tienes bastante dura ―afirmó sin dejar de pajearme por encima del pantalón.

Yo mismo me desabroché los botones y con disimulo me saqué la polla. Echaba de menos cuando estábamos en la universidad y Silvia me hacía unas pajas y unas mamadas tremendas en el cine. De eso hacía muchos años y Silvia había cambiado. Nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, incluso hacía topless en la playa en aquella época de novios y mostraba sus enormes tetas; pero, en cuanto tuvimos a la mayor, se volvió más recatada y nuestra vida sexual fue cayendo poco a poco.

No tardó en rodear mi polla con sus dedos y comenzó a masturbarme despacio. Yo subí las manos y le fui desabrochando los botones de su camisa blanca uno a uno.

―Pero ¿qué haces? ―me preguntó Silvia cuando se dio cuenta de mis intenciones.
―¡Quiero verte las tetas!, desnudarte aquí…
―¡Estás tonto, aquí hay gente, pueden vernos!
―Tranquila, nadie nos va a ver…
―¡Te voy a matar! ―me amenazó Silvia girándose un poco hacia mí.

Se dejó soltar cuatro botones y yo metí la mano por dentro para agarrar uno de sus pechos desde abajo. Las tetas de Silvia eran grandes, calientes y muy pesadas. Cuando quise seguir desabrochando su camisa, ella me lo impidió.

―¡Vale ya, joder!
―Deja que te los quite todos, me apetece verte con la camisa abierta…, por favor…, ¡me estoy poniendo muy cachondo!

Silvia me agarró la polla con más fuerza y me miró directamente a los ojos sin decirme nada, pegándome unas cuantas sacudidas con lentitud.

―Entonces, ¿puedo? ―pregunté con insistencia mientras abría otro botón más.

Mi mujer ya estaba casi con la camisa abierta, apenas le faltaban un par de botones más, que solté sin esfuerzo. Cuando lo hice, miré hacia abajo y le abrí un poco la camisa apartándola hacia fuera. Las tetazas de Silvia lucían poderosas, embutidas en un sujetador negro que parecía dos tallas más pequeño.

Silvia apoyó la espalda en su asiento y se echó hacia atrás, luciendo orgullosa sus pechos. Por un momento me soltó la polla.

―¿Esto es lo que querías? ―dijo exhibiéndose delante de mí.
―¡Joder, sí, qué buena estás!

En ese momento, el señor que estaba sentado a nuestra derecha se puso de pie. Al levantarse me di cuenta de que estaba solo y echó a andar por el pasillo en dirección hacia nosotros.

―¡Mierda, tápate, que viene alguien! ―dije girando el cuerpo de mi mujer hacia mí, a la vez que ocultaba mi polla como buenamente podía.

El señor se quedó mirando detenidamente hacia donde estábamos nosotros, estaba claro que nos había pillado, pero no dijo ni hizo nada. Y, en cuanto llegó al pasillo central, subió por las escaleras en dirección a la salida.




3


El corazón se me puso a mil pulsaciones y creo que a Silvia le pasó lo mismo. Pero, pasado el susto inicial, me dio morbo la situación y me calentó mucho pensar que aquel tío había visto a mi mujer en sujetador.

―¡Anda, vamos a dejar de hacer el tonto, que ya tenemos una edad! ―dijo Silvia comenzando a abrocharse los botones de su camisa.
―Estate quieta, deja eso ―dije yo impidiéndoselo―. Ya se ha ido, ahora sí que nadie puede vernos…
―¡Saaaaaanti, para ya!
―Venga, ¡no me digas que no estás un poco caliente!
―Pues claro, un poco sí, pero es que…
―Aquí no puede vernos nadie, venga, no me dejes así ―le rogué echándome hacia atrás para enseñarle la erección que tenía―. Además, si te digo la verdad, me ha puesto mucho que ese tío casi nos pille, ¿te imaginas que te hubiera visto las tetas?
―¿Eso te pone?, que ese tío me hubiera visto así, mostrándome como una cualquiera…
―Un poco sí, no me digas que te va a dar vergüenza ahora, ¿cuántas veces has hecho topless en la playa?
―No es lo mismo la playa que aquí. Y ya sabes que hace muchos años que no hago eso.
―Pues deberías…, ¡¡porque estás buenísima!!
―Ahora estoy gorda y tengo las tetas caídas…
―¡Deja de decir tonterías!, ¡tienes unas tetazas de impresión! ¿No te has fijado en cómo te miraban en el centro comercial los tíos? Anda, ven aquí, que me estoy poniendo cerdísimo ―dije soltándole el último botón de la camisa.

Silvia se acercó a mí y me dio un morreo mientras me volvía a agarrar la polla. Yo metí la mano bajo su camisa y le apreté con ganas sus tetazas. Fue la primera vez que mi mujer gimió y cerró los ojos mordiéndose los labios.

No sé si eran imaginaciones mías, pero parecía que Silvia también estaba más cachonda desde que el desconocido nos había interrumpido.

―¡Venga, córrete! ―me ordenó incrementando el ritmo de su paja.
―Espera, espera, no tan deprisa, joder, más despacio…, todavía tenemos tiempo…

Puse mi antebrazo derecho sobre su pecho y la empujé, haciendo que apoyara la espalda en el asiento. Silvia me soltó la polla al caer hacia atrás.

―¡No te muevas! ―Y aparté despacio la camisa.

Con tranquilidad eché la tela de su camisa a ambos lados y descubrí sus tetas, que seguían cubiertas tan solo por el sujetador. La respiración de Silvia se había acelerado y parecía que el pecho se le iba a salir por la boca. Me miró inquieta, nerviosa y excitada.

―¿Qué haces?
―Nada, solo estoy disfrutando lo buena que está mi mujer…

Ahora fui yo el que se inclinó sobre ella y colocó la mano bajo su falda. No me costó llegar a sus braguitas e hice presión, intentando meter un dedo sin tan siquiera apartar la tela.

―Aaaaah ―gimió Silvia sujetándome por el brazo.

Ella quiso agarrarme la polla, pero yo se lo impedí, quería que estuviera más caliente todavía. Aparté sus braguitas y conseguí llegar hasta su coño, que me esperaba ansioso, húmedo y abierto. Silvia se escurrió un poco en el asiento y abrió las piernas para facilitarme el trabajo. Introduje un dedo dentro de ella, pero eso pareció saberle a poco a mi mujer.

―Joder, Santi…, mmmmmm, te estás pasando…, ¡¡joder, qué gusto!!
―¿Quieres más?
―Sí ―suspiró mirándome con una cara mezcla de placer y súplica.
―Espera, quiero hacer algo…

Subí su minifalda vaquera, metí la mano por los laterales y tiré de sus braguitas hacia abajo. Quería dejarla desnuda, cosa que no pareció gustarle mucho a Silvia.

―¡¿Qué haces?!
―¡Quitarte las braguitas, para tocarte mejor!, me están molestando…
―¿Qué pasa, me quieres desnudar o qué?
―¡Uffffff, no me importaría!, no lo había pensado, pero imaginarte aquí desnuda…
―Ni lo pienses, eso no va a pasar ―dijo cruzando la camisa sobre sus pechos y bajándose la falda.

No había soltado el elástico de sus braguitas y seguí tirando hacia sus pies. Silvia protestó, pero a la vez levantó las caderas para facilitarme el trabajo. Poco a poco fui deslizando las braguitas por sus muslos, por sus rodillas y bajé por sus piernas hasta que conseguí quitárselas.

Ahora tenía mi trofeo en la mano.

―¡Te voy a matar! ―me riñó otra vez Silvia, abierta de piernas en el asiento.

Me incliné sobre ella, aparté la camisa y me fijé otra vez en sus tetas. Luego metí la mano bajo su falda y, cuando alcancé su coño, la penetré con dos dedos. Silvia me agarró por el brazo.

―¡¡Aaaaah, Diossss!! ¡¡Ufffff, qué bueno!!, ahhhhgggg… ―gimió en alto.

Yo me asusté, no pensé que se le iba a escapar ese gemido; por suerte el volumen de la película era muy alto y seguramente nadie se hubiera percatado de lo sucedido, pero al mirar hacia atrás me encontré con el señor de antes. Se había sentado en nuestra misma columna de filas, pero tres asientos por detrás y a nuestra derecha.

Cruzó la mirada conmigo y sonrió. Silvia estaba medio desnuda, abierta de piernas y ajena a que estaba siendo observada por aquel tío.

Estaba claro que nos habíamos encontrado con un puto mirón.



4


Mi primera reacción fue terminar aquello y decirle a mi mujer que se vistiera, pero estaba muy excitado y siempre había sido una de las fantasías que había compartido con Silvia, que alguien nos viera follar o manteniendo relaciones. Y ahora aquel mirón estaba en el sitio exacto, en el momento oportuno.

La sonrisa con la que me obsequió me descolocó un poco, pero la primera impresión que tuve de él solo me pareció un pobre pervertido. No era más que un viejo, vestido con una camisa de franela a cuadros. Tendría sobre 60 años y pinta de rural. Un cateto de pueblo.

Yo seguí masturbando a mi mujer, pero estuve unos segundos con la mente en otra parte, pensando en qué debía hacer. Al final le comenté a Silvia lo que estaba pasando.

―¡¡Joder, el tío ese ha vuelto, está detrás de nosotros!!

Silvia se giró a la derecha y miró hacia atrás, entonces vio al mirón a unos cuatro metros de nuestra posición.

―¡¡Mierda!!, ¡¡ahora sí que te mato!! ―protestó volviéndose hacia mí para taparse los pechos.
―¡No le hagas caso, solo es un viejo mirón!
―¿Tú estás tonto?, ¿y qué hacemos, seguimos como si nada?
―Desde allí casi no puede vernos. A mí no me importa si te digo la verdad, casi mejor, me da mucho morbo que esté ahí ese cerdo mirando…
―Dame las bragas, que voy a vestirme…
―Venga, Silvia, no me dejes así, lo estábamos pasando de puta madre, ¡¡no le hagas caso!! ―le pedí, agarrándola de la mano para ponerla sobre mi polla.
―¡Te corres rápido y nos vamos!

Comenzó de nuevo a pajearme, esta vez más deprisa, quería que me corriera y que todo terminara; sin embargo, a mí me daba mucho morbo que el viejo estuviera tan cerca de nosotros, pendiente de nuestros juegos. Pero no quería disfrutar yo solo, quería que Silvia también se lo pasara bien y estaba convencido de que allí, en la sala oscura de cine, con la camisa abierta, sin braguitas y con mi polla en la mano, ella también se encontraba muy cachonda.

Metí la mano bajo su falda, Silvia me lo intentó impedir, pero yo hice fuerza para llegar hasta su coño.

―Santi, ¡estate quieto, no quiero hacer nada con ese tío aquí!

Yo miré hacia atrás y él seguía en la misma posición, atento a nosotros. Por unos segundos cruzamos la mirada y me pareció que hasta me sonreía, que estuviera allí me estaba excitando sobremanera. Silvia nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, en la playa haciendo topless o llevando mallas ajustadas en el gimnasio. Le encantaba lucir sus tremendas curvas, por eso sabía que en el fondo aquella situación a ella también le gustaba.

En cuanto llegué a su coño, le introduje un dedo dentro y ella gimió, cerró los ojos y me siguió pajeando duro al mismo ritmo. Yo no iba a tardar mucho en correrme, por lo que le dije a mi mujer que aflojara un poco.

Aquello tenía que durar más.

Otra vez volví a acariciar sus tetas apartando la camisa a los lados, Silvia se cubrió con la mano que tenía libre, pero abrió un poco las piernas y facilitó que pudiera meter otro dedo en su coño.

―¡Estate quieto, deja la camisa!, no quiero que me vea ese…
―¡Y qué más te da!, has hecho topless en la playa, ¿ahora te va a dar vergüenza que un viejo te vea en sujetador?
―¡No es lo mismo, Santi!
―Pues claro que es lo mismo, además, ¿no te da un poco de morbo que ese viejo nos esté mirando?, a mí me está excitando mucho…, voy a correrme de un momento a otro.
―Pues venga, termina y vámonos…
―No tengas prisa, que para una vez que salimos…

Como no me dejaba sobar sus tetas, subí para acariciarle la mejilla y luego rodeé sus labios con el pulgar empezando a follármela más fuerte con los dedos que tenía en su coño. Esto hizo que abriera la boca, momento que aproveché para meterle el pulgar dentro.

Silvia me miró sorprendida y otra vez aceleró el ritmo al que me pajeaba, succionó profundamente mi pulgar y me miró a los ojos. Luego pasó la lengua haciendo círculos sobre mi dedo y se lo volvió a meter en la boca.

Era como si me la estuviera chupando.

―Joder, Silvia, mmmmm, ¡me estás poniendo a mil!

Me eché hacia atrás, apoyé la espalda en el asiento y apunté con la polla hacia arriba. Silvia tan solo me la sujetaba y había dejado de pajearme hacía un par de minutos, estaba demasiado concentrada en disfrutar con mis dedos en su coño y me miraba con cara de guarra mientras simulaba lamerme la polla.

Otra vez me giré hacia atrás, él no se había movido de su posición y volvimos a cruzar la mirada.

―¡Chúpamela, Silvia, chúpamela, por favor!, hace mucho que no me lo haces…
―No pienso hacer eso, y menos con ese tío ahí detrás…
―Vamos, cómeme la polla, por favor, cuando éramos jóvenes, me lo hacías siempre en el cine y ahora, ¿por qué no? Ya ni en casa, ni en ningún sitio…, ya no me la chupas…
―No te pongas pesado, Santi, anda, córrete ―me ordenó comenzando a pajearme otra vez.

Aquello estaba a punto de terminar, entonces el viejo mirón se levantó, yo me giré y lo seguí con la mirada, bajó las escaleras hasta que se quedó a nuestra altura. Dudó qué hacer. Luego se sentó en nuestra misma fila, apenas había cuatro asientos de separación entre él y mi mujer, que lo tenía sentado a su espalda.

―¡Ha bajado! ―le dije a ella.
―¡Venga, termina ya o nos vamos! ―me apremió Silvia incrementando el ritmo de su paja.

Alcé la vista por encima de mi mujer para fijarme en lo que estaba haciendo el viejo. Silvia se dio cuenta de que estaba pendiente de él.

―¡Deja de mirarlo y termina!

Mi mujer estaba recostada de lado, de espaldas al mirón. Yo seguía con la mano metida bajo su falda y volví a masturbarla con rapidez, follándomela con los dedos. No me quedaba nada para correrme y ya me daba todo igual. Estaba en ese instante cuando estás tan cachondo que haces cualquier cosa.

Silvia me sujetó el brazo para que no lo sacara de debajo de su falda y me dejó hacer; ella también se iba a correr. Nos quedamos mirando fijamente a los ojos, pajeándonos mutuamente, a punto de llegar al orgasmo. Acaricié sus tetas y luego me acerqué a ella para apartar su camisa, desnudarle un hombro y morderla unos segundos.

Sinceramente, estábamos tan concentrados en corrernos que ya no nos importaba que estuviera ese mirón allí, a tres metros de nosotros. Entonces, no me lo esperaba, pero el viejo se levantó otra vez y se acercó. Se escuchó perfectamente el ruido de la butaca al bajar, antes de que él se volviera a sentar.

Ahora solo había un espacio de separación entre Silvia y el viejo mirón.




5


El corazón se me puso a mil pulsaciones, podía verlo a tan solo un metro y medio de mí. Era muy morboso y excitante estar metiendo mano a mi mujer delante de aquel tío, que se inclinó hacia delante para mirar cómo Silvia me pajeaba.

―¡Está detrás de ti! ―le jadeé al oído.

Pensé que se iba a asustar o algo parecido, sin embargo, su respuesta estuvo a punto de hacerme explotar.

―Lo sé…, ufffffff, Santi, estoy…, joder…, aaaaaaaaaaaaaaah…, sigueeeee….

Lo siguiente que escuchamos fue la hebilla de su cinturón y luego el ruido de los botones desabrochándose de un solo tirón. No podía creérmelo. Me parecía hasta surrealista. Aquel pervertido iba a sacarse la polla.

¿De verdad iba a ser tan descarado de hacerse una paja delante de nosotros?

Ahora pude verlo bien, era un tío mayor, de unos 60 años, llevaba una camisa a cuadros, parecía un hombre de campo, tenía las manos fuertes, grandes y curtidas, con unos dedos anchos, complexión media, algo de barriga y un frondoso pelo canoso.

Sin pensárselo dos veces, se sacó la polla a la espalda de mi mujer y comenzó a meneársela. Joder, ¡¡el viejo mirón tenía una verga increíble!!, era exageradamente grande y ancha y, además, tenía pinta de estar muy dura. Era como si tuviera vida propia, le palpitaba y se le marcaban las putas venas por todo el tronco. Se la sujetó con sus rudas manos y se pegó un par de sacudidas mirándome a los ojos.

Me quedé turbado ante aquella escena, por unos segundos incluso me olvidé de que estaba pajeando a mi mujer y volví a mirar sus pechos, ahora parcialmente ocultos por su camisa.

―¡Se la ha sacado el muy cabrón! ―la informé.

Silvia no quiso mirar hacia atrás y comenzó a mover las caderas al ritmo al que mis dedos la follaban. Yo sabía perfectamente cuándo ella estaba a punto de llegar al orgasmo. Entonces el mirón se levantó y se sentó en la butaca que estaba al lado de mi mujer.

Todo fue demasiado deprisa y yo no supe reaccionar cuando vi las manos del viejo tocando el hombro desnudo de Silvia, que a punto de correrse se giró.

―¡No me toques, joder!, ¡¿pero qué haces?! ―protestó apartando la mano del mirón.

Luego cerró los ojos, dejando que yo la siguiera masturbando, y aceleró el ritmo de mi paja. La imagen de aquel viejo tocando a mi mujer fue demasiado para mí; normalmente le hubiera dicho algo por haber molestado a Silvia, pero a punto de correrme me pareció muy morboso.

Y el mirón no se quedó quieto, volvió a pasar las manos hacia delante, solo que esta vez las colocó sobre las tetazas de Silvia, que protestó cuando sintió que el viejo la estaba sobando con todo el descaro del mundo.

―¡Quita, joder, aparta! ―exclamó ella intentando zafarse de su abrazo.

Silvia se echó hacia atrás y me soltó la polla, la mano que yo tenía bajo su falda se salió y dejé de acariciar su coño. El viejo había arruinado el orgasmo de mi mujer y ahora forcejeaba levemente con él.

―¡Para, joder!, estate quieto. ¿Y tú no vas a decirle nada? ―me dijo Silvia sorprendida cuando vio como yo mismo me agarraba la polla.

A punto de correrme, empecé a pajearme observando al viejo mirón sobar las tetazas de mi mujer con sus gruesas y rudas manos. Le apretaba los pechos con dureza, clavando los dedos tan fuerte que parecía que se los iba a hacer explotar. Aunque Silvia forcejeaba con él, cerró los ojos y abrió la boca, en una mueca de placer instantánea que no pudo reprimir.

Y el que exploté fui yo, que me corrí sobre mí estómago viendo cómo aquel desconocido sobaba a mi mujer, que seguía tratando de librarse de él.

―¡Y encima te corres! ―protestó Silvia muy enfadada.

Ese momento de desconcierto de mi mujer ante lo que estaba pasando fue aprovechado por el viejo mirón, que se abalanzó sobre ella, besó su cuello y volvió a acariciar sus tetas, esta vez subiéndolas y bajándolas, comprobando lo pesadas que eran.

Una vez que me había corrido intenté reaccionar y ya no me gustó ver al viejo forcejeando con mi mujer. Había apartado un poco su camisa para besuquearla por el hombro y seguía amasando sus pechos. Silvia se movía intentando escapar de sus garras, pero aquel hombre estaba muy fuerte y mi mujer apenas se podía mover.

Estiré el brazo para ayudar a Silvia, agarré la mano del viejo y tiré para que la dejara en paz, pero él insistía. Iba a ponerme de pie para encararme definitivamente con el mirón, pero entonces Silvia me apartó la mano. Me quedé sorprendido y paralizado otra vez, era como si mi mujer no quisiera que interviniese.

Me quedé mirándola y ahora su cara era una mezcla de placer y miedo. No me lo podía creer, no era posible.

¡Estaba empezando a gustarle que aquel viejo la sobara delante de mí!

Volví a agarrar las manos del viejo, pero Silvia me apartó otra vez.

―¡Ahora te estás quieto!, ¿esto es lo que querías, no? ―me gritó enfadada.

Entonces nos quedamos mirando fijamente, de repente Silvia dejó de forcejear y el viejo mirón siguió magreando sus tetas con ganas. Apretándoselas duro. Haciendo que se bambolearan delante de mi cara.

―Je, je, je, en cuanto te vi fuera, sabía que necesitabas un hombre de verdad ―gruñó el viejo antes de poner su boca sobre el cuello de Silvia.



6


Fue cuando nos enteramos de que el mirón nos había estado siguiendo antes de entrar al cine y de que ya se había fijado en Silvia, que, por cierto, empezó a gemir ante las caricias que le estaba dando. Yo seguía mirando aquellas manos tan fuertes que no paraban de tocar las tetas de mi mujer, que abrió la boca buscando poder respirar y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el viejo siguiera babeando su cuello y el hombro.

En ese momento crucé la mirada con el viejo, que me sonrió con superioridad; me imaginé las pintas que debía tener con la polla flácida y la corrida encima de mi ropa. Seguro de sí mismo le cogió la mano a mi mujer y se la puso en la polla.

Me dio vergüenza hacerlo, pero aquello tenía que verlo bien, me incliné hacia delante y vi cómo Silvia se agarraba a aquella verga dura y palpitante. Las venas del tronco se le marcaban como si fuera a reventar y esa visión hizo que me volviera a empalmar.

Apenas aguanté unos segundos viendo esa escena, luego me dejé caer otra vez en el asiento, observando al viejo, que seguía jugando con los pechos de mi mujer.

―¡Menuda hembra, vaya tetazas tienes! ―alardeó con una voz socarrona.

Silvia llevaba un par de minutos en los que había dejado de forcejear, entonces el viejo tiró de su minifalda hacia arriba y se sorprendió al ver que no llevaba ropa interior. Agachó la vista para mirar su culo y no tardó en bajar una mano para comprobar el tacto y la dureza de las nalgas de mi mujer.

―¡Encima vienes sin braguitas!, ¡menuda golfa estás tú hecha!, ¿te gusta esto, verdad?

El viejo quiso asegurarse de que ella no iba a volver a intentar escaparse y con un brazo rodeó su estómago, justo por debajo de los pechos, luego bajó la otra mano hasta que llegó al pubis de Silvia.

―¡Mmmmmm, me encanta cuando lo lleváis tan depilado!

No tardó en empezar a acariciar el coño de mi mujer, que se agarró a su brazo, gimiendo más alto y se abrió un poco de piernas, lo que facilitó que el viejo pudiera alcanzar su objetivo.

El mirón hizo como una especie de gancho, metiendo los dedos corazón y anular en el coño de mi mujer, luego movió el brazo tirando hacia arriba y hacia abajo a toda velocidad, e increíblemente aquello empezó a chapotear.

Abrí los ojos como platos cuando Silvia se puso a gemir en alto, miré alrededor y una pareja se había girado para ver de dónde venían esos gemidos. El viejo también se dio cuenta y antes de que nos pudieran llamar la atención le tapó la boca a mi mujer.

―¡Cállate, rubia, no chilles, que nos van a echar!

Sin embargo, siguió masturbándola, la acariciaba por encima del coño y luego le metía un par de dedos; cuando se los sacaba le daba golpecitos con toda la mano, como si le diera azotes, y otra vez volvía a meter los dos dedos. No tuvo ni que incrementar la velocidad de sus caricias, en apenas un minuto la cadera de Silvia se tensó hacia delante y el cuerpo de mi mujer comenzó a temblar con unos movimientos espasmódicos que incluso me llegaron a asustar.

Jamás en mi vida la había visto correrse así.

En todo el proceso, el viejo no la dejó apenas respirar y le siguió tapando la boca hasta que Silvia pareció estar más relajada. Entonces se dejó caer un poco en el asiento, seguía de medio lado, mirando hacia mí y pude ver como la mano de mi mujer seguía aferrada a su polla. No solo eso.

¡Se la estaba meneando muy despacio!

Ni me acordaba de que Silvia tenía la mano en la polla del mirón, y ahora lo pajeaba lentamente, disfrutando de la sensación de tener aquel trozo caliente y palpitante entre sus dedos. Era mucho más grande que la mía y desde mi posición tenía pinta de estar dura como una piedra.

Yo quería que ya se terminara la aventura con ese desconocido, pero posiblemente Silvia iba a meneársela hasta hacer que se corriera. Era mi castigo por haber dejado que el mirón le metiera mano delante de mí y por haberme corrido mirando cómo lo hacía.

Sin embargo, el viejo tenía otras intenciones.

―¡Dale más rápido, mmmmmm, qué mano tienes! ―le pidió cogiendo por el brazo a mi mujer y haciendo que acelerara el ritmo al que lo pajeaba.

Silvia me miró, seguía de espaldas al mirón; ni tan siquiera le había visto la cara y aun así se había corrido, dejando que un desconocido jugara con su coño. Estaba tranquila, pero vi en sus ojos que seguía encendida, caliente, con ganas de más. Tenía la camisa abierta y una mano del viejo seguía manoseando sus pechos, la minifalda vaquera se le había subido y le enseñaba los glúteos sin ningún pudor y, además, cada vez lo pajeaba más rápido, cerrando la mano fuerte sobre aquella enorme polla, que parecía que iba a reventar.

Entonces el viejo mirón levantó el reposabrazos que lo separaba de mi mujer y se puso de medio lado detrás de ella. Pensé que querría estar más cómodo a punto de llegar al orgasmo, pero lo que hizo fue situar su verga entre las piernas de Silvia, que gimió cuando sintió aquel trozo caliente de carne rozar sus labios vaginales.

―¡No te muevas, rubia, te voy a follar! ―afirmó lo suficientemente alto para que yo pudiera escucharlo.




7


Silvia me miró de nuevo, estaba asustada, expectante, ansiosa, se mordió los labios esperando que yo detuviera aquella locura, cuando entonces vio que mi polla se había vuelto a poner dura. Y en ese momento comprendió que aquello me estaba gustando mucho, igual que a ella, y sin soltarle la polla le pegó varias sacudidas rápidas y echó el culo hacia atrás, intentando acoplarse a él. Silvia giró un poco el cuello, sin llegar a verle la cara, y le susurró:

―¡Métemela!

El viejo sonrió, luego con calma se bajó un poco los pantalones, se desabrochó lentamente la camisa y me enseñó su peluda barriga. Después se escupió en la mano, se agarró la polla y la guio hacia el coño de Silvia.

―¡Ahora vas a saber lo que es un polvo de verdad, zorra!

A pesar del insulto, mi mujer le siguió ofreciendo su generoso trasero, que el viejo no paraba de mirar y de sobar con ansia. Parecía que el haberle llamado zorra le hubiera excitado más. Entonces mi mujer gimió en alto al sentir su verga a punto de penetrarla.

―¡Con cuidado, despacio! ―le imploró Silvia poniendo una mano sobre el muslo del viejo.

Pensé que era imposible que el viejo pudiera meter aquella polla tan gorda con esa postura que tenían, pues los dos estaban medio recostados y era muy difícil hacerlo así. De repente Silvia cerró los ojos y con toda la facilidad del mundo la verga del viejo se fue abriendo paso lentamente en su interior. Silvia nunca había tenido una polla así de grande dentro de ella. A decir verdad, era la segunda que se la follaba, después de la mía.

―¡Aaaaaaah, despacio, despacio! ―volvió a gemir.

El viejo mirón le tapó la boca con la mano y soltó una embestida fuerte y seca, que hizo que en el culo de mi mujer sonara un PLOP muy característico. Luego la cogió por la cintura, pasó la otra mano hacia delante y manoseó sus tetazas cuando se la empezó a follar.

Lo hacía de manera muy peculiar, con embestidas secas, duras y espaciadas, aproximadamente unos dos segundos entre sí.

Silvia cerró los ojos y abrió la boca buscando aire, pues la mano del viejo ahogaba los gemidos, que hubieran provocado un pequeño escándalo en la sala del cine. El mirón seguía follándose a mi mujer a su ritmo, cada dos segundos una embestida, y ella sacaba el culo hacia atrás, buscando encontrarse con la polla del viejo, que se vio con la suficiente confianza para girar el cuello a mi mujer e intentar morrearse con ella, pero Silvia le apartó la cara y volvió a mirar hacia delante.

Entonces el mirón comenzó a acelerar, no mucho, pero lo suficiente para que Silvia se abandonara al placer que estaba recibiendo. Las acometidas del viejo se hicieron más frecuentes; primero cada segundo y medio; luego un segundo entre cada embestida. Silvia gritó, apenas podía respirar, y el viejo tiró con fuerza del sujetador hacia abajo hasta que se le salió un pecho, para luego pellizcarle el pezón que había asomado.

―¡¡Ahhhhhgggggg!!
―¡¡No grites, puta, que nos van a echar!!

Pero Silvia se estaba corriendo por segunda vez, moviendo el culo en círculos, acoplándose al ritmo al que se la estaba follando. Entonces el viejo comenzó a gruñir como un cerdo.

―Oooooooooh, ooooooooooh…

Silvia todavía jadeaba y giró el cuello para pedirle:

―No te corras dentro…

El viejo me miró sonriendo con su enorme polla dentro de mi mujer, y, con toda la tranquilidad del mundo, siguió acariciando sus tetazas hasta que detuvo sus golpes de cadera. Estaba a punto de llegar al orgasmo.

―Si no quieres que me corra, tendrás que chupármela…

Ahora el que sonrió fui yo, el viejo mirón la había cagado pero bien, mi mujer no iba a hacerle eso. Era el final de aquella aventura. Silvia hacía años que no me chupaba la polla, desde antes de que naciera nuestra primera hija, pues me decía que ya no le gustaba hacer esas cosas.

El viejo sacó la polla de dentro de su coño, se lo veía confiado, y se apoyó en el respaldo de su butaca, esperando que Silvia hiciera lo que le había pedido. Mi mujer se colocó el sujetador volviendo a meter sus tetazas dentro, pero no se molestó en colocarse la falda. Luego me miró con cara de culpabilidad y sin decir nada se giró. No podía creérmelo cuando sin dudar se agachó sobre el regazo del él y se metió su enorme polla en la boca.

¡Mi mujer se la estaba mamando a ese desconocido!

El viejo la sujetó por el pelo y bajó una mano para volver a comprobar el tamaño y peso de sus enormes tetas. Yo desde mi asiento contemplé el culo desnudo de mi mujer. Estaba tan excitado que ni me lo pensé cuando vi su coño abierto; me acerqué a ella e intenté metérsela, pero ella me apartó con la mano.

Tan solo me quedaba pajearme viendo cómo se la chupaba al mirón, que sonrió al verme masturbándome mientras Silvia luchaba por intentar meterse su pollón en la boca. Con la mano sujetando su pelo la guiaba a la velocidad que le gustaba y mi mujer, sumisa, le estaba brindando una mamada lenta, disfrutando de su polla.

Una felación como no me había hecho a mí en la vida.

Los besos y los muerdos por su polla retumbaban por toda la sala de cine, luego le pasaba la lengua de arriba abajo, saboreando aquel tronco tan duro y lleno de venas, y cuando llegaba al capullo hacía círculos sobre él y se la volvía a meter en la boca. Entonces me sorprendió cuando vi la mano de Silvia aparecer entre sus labios vaginales.

¡Se estaba masturbando a la vez que se la chupaba!

El viejo mirón gruñó otra vez como antes, era la señal inequívoca de que se iba a correr.

―Ohhhhhhhhggggg, ¡joder, la chupas increíble, rubia!

Le sujetó fuerte el pelo y se aseguró de que yo lo viera bien. Con sus enormes manazas se cogió la polla y comenzó a meneársela delante de su cara mientras Silvia sacaba la lengua y rozaba su capullo.

―¡¡Me corro, tomaaaa, chupaaaa, aaaaaaah!! ―gruñó el viejo mirón metiendo su polla en la boca de mi mujer a la vez que la agarraba por el pelo.

El primer disparo de su corrida fue directo a la garganta de Silvia. Yo también comencé a eyacular, casi a la vez que él. Entonces el viejo sacó la polla de la boca de mi mujer y siguió descargando por la boca y la cara de Silvia, que ansiosa sacaba la lengua para recibir el caliente y espeso semen del mirón.

El cabrón no paraba de correrse, sujetaba con fuerza el pelo de mi mujer y le iba restregando la polla por sus dos mejillas, la nariz, la boca, incluso le soltó un pequeño azote con su verga en la cara cuando terminó.

―¡¡Uffffffffff, qué gustazo!!, ¡has estado increíble!

Todavía, antes de incorporarse, Silvia seguía masturbándose ella misma y le lamió un poco más la polla, limpiando el semen que había quedado en ella, y así continuó hasta que llegó al orgasmo por tercera vez, moviendo su tremendo culo delante de mi cara.

―¡¡¡Ahhhgggg, me corro, me corro!!!

Sin duda alguna mi mujer estaba disfrutando como nunca de una verga de semejante tamaño. Mientras se recuperaba del orgasmo, se la siguió chupando, aunque la polla del viejo había caído en tamaño y dureza. Antes de incorporarse le pegó un sonoro beso en el capullo. Luego se levantó y se giró.

Me miró con cara de puta. Tenía la camisa abierta, la falda levantada, el pecho le latía con fuerza y su cara estaba llena de semen. Abrió la boca y un pequeño hilo de lefa le cayó entre las dos tetazas. No supe ni qué decir. Acabábamos de cumplir una de nuestras fantasías más ocultas.

El viejo mirón se fue subiendo los pantalones y se los abrochó, antes de decirnos:

―Suelo estar por aquí los sábados, por si queréis repetir otro día…

Luego se agachó para besar el hombro desnudo de mi mujer.

―Me ha encantado follarte, rubia…

Y como vino se fue, y nos dejó allí plantados. Todavía quedaban diez minutos de película, que aprovechamos para limpiarnos un poco y salir rápido, pues no queríamos que las otras personas que estaban en el cine se fijaran en nosotros. Las otras tres parejas seguro que habían escuchado los gemidos de mi mujer y nos fuimos antes de que se encendieran las luces.




8


Unos meses más tarde fuimos a pasar el día al centro comercial con nuestras hijas. Casi por la noche, después de cenar en el Burger, y, cuando ya nos íbamos para casa, pasamos por delante del cine. Y entonces lo vi. No había duda de que era él, estaba por la zona de las taquillas, fijándose en las parejas que sacaban la entrada, seguramente buscando unas nuevas víctimas con las que jugar. El viejo mirón salió justo hacia fuera en el momento en el que pasábamos. Se quedó mirando cómo le botaban las tetas a mi mujer a cada paso que daba y su culazo apretado en unos pantalones vaqueros muy ajustados. Luego me miró a mí y sonrió. Estaba claro que nos había reconocido y se acordaba de nosotros.

Silvia ni se dio cuenta de que ese era el tío que se la había follado meses atrás en la oscuridad del cine. Yo creo que ni le llegó a ver la cara aquel día.

Seguimos andando y el viejo nos persiguió unos minutos, me giré y tenía la mirada fija en los glúteos de mi mujer; estaría recordando cómo sus huevos rebotaban contra el culo de Silvia mientras se la metía desde atrás. Me puso nervioso que nos siguiera durante unos metros, ya que íbamos con las peques, pero a la vez me dio un poco de morbo.

Cuando bajamos por la escalera en dirección al parking, el mirón ya se quedó arriba y yo lo miré por última vez antes de que él me saludara con la mano.

Quién sabía si alguna vez volveríamos a encontrarnos con él…
buuuuff...ha sido tremendo. Me ha encantado la historia y la forma de contarla. Estoy deseando leer el resto de capítulos. Un saludo.
 
Que maravilla de relato... hacia mucho que no vivía tanto un relato como este!!!
 
1



Pasé a recoger a mi mujer a la puerta del gimnasio, cada vez se estaba tomando más en serio lo de ponerse en forma. Silvia había pasado una mala temporada, pero esa etapa ya estaba superada; hacía seis meses que había empezado a trabajar de nuevo como abogada, después de muchos años de excedencia, y había cogido con ganas el entrenamiento físico.

A raíz del nacimiento de nuestra segunda hija, Silvia se veía cada vez más gorda y necesitaba un cambio de estilo de vida. Decía que le sobraban quince kilos, es verdad que había engordado un poco, pero yo la veía estupenda. En los últimos meses, gracias al gimnasio, ya había perdido seis o siete, pero ella seguía disciplinada en su entrenamiento.

A pesar de ser sábado, ella le había dedicado dos horitas a entrenar duro por la tarde, y mientras tanto yo había dejado a nuestras hijas en casa de mis padres. Aquella noche nos la íbamos a tomar de relax; desde que nació la peque, hacía casi cuatro años, no habíamos tenido una noche para nosotros solos. Tampoco es que fuéramos a hacer nada especial, cenar tranquilamente en un centro comercial y luego ver una película en el cine.

Pité con el claxon cuando la vi salir del gimnasio y Silvia vino rápido hacia el coche. Estaba estupenda a sus 36 años, rubia, 1,65, pelo largo y mojado, brazos anchos, tetas muy grandes y generosas, un culo potente con caderas anchas y unas piernas regordetas cada vez más fibradas. Se había puesto una camisa blanca, minifalda vaquera y botas marrones estilo cowboy. Lo que más me gustaba de su vestuario era cómo se le transparentaba el sujetador negro debajo de la camisa.

Ella sabía que lo mejor de su anatomía eran sus inmensas y desproporcionadas tetas y le encantaba lucirlas a la mínima ocasión.

Llegamos al centro comercial y estuvimos dando una vuelta por las tiendas. Me gustaba presumir de mujer; no fueron pocos los tíos que se quedaron mirando cómo se le bamboleaban los pechos al andar e incluso me fijé en que alguno se giraba para ver su culazo. La falda vaquera era muy cortita y Silvia no pasaba desapercibida en ninguna de las tiendas en las que entrábamos.

Compramos algo de ropa y luego subimos a cenar a un restaurante mexicano de la planta alta. Dejé que fuera Silvia a pedir y yo me quedé en la mesa, observando a mi mujer en la caja. Un par de chicos de unos 20 años que había a su lado le pegaron un buen repaso de arriba abajo y, cuando ella vino a la mesa con la cena en una bandeja, se le quedaron mirando el culo descaradamente.

Tengo que reconocerlo, me encanta que miren y deseen a mi mujer. Desde siempre me ha excitado mucho.

Cuando terminamos de cenar, a eso de las 22:40, nos acercamos a las salas de cine. Tampoco es que hubiera una película que tuviéramos especial interés por ver; a mí, sinceramente, me daba igual, yo lo único que quería era estar a solas con mi mujer y recordar nuestra época universitaria, cuando íbamos al cine a magrearnos un poco.

Era mi intención esa noche, jugar un poco con ella y romper la monotonía de la pareja.



2


Al final elegimos una película de acción que llevaba tiempo en cartelera, y me imaginé que tendría pocos espectadores. No me importaba en absoluto, cuanta menos gente hubiera en el cine, mejor para lo que me proponía.

Como había pensado, efectivamente había muy poca gente; pude contar tres parejas, sumándonos a nosotros éramos ocho. La sala de cine era muy pequeña; dos columnas, con unas quince filas a cada lado. Estábamos espaciados, dos en cada columna, y bastante separados entre nosotros. Nos sentamos a la izquierda y, en cuanto se apagaron las luces, me pareció ver que entraba otra pareja, aunque no los pude ver bien. Por desgracia se pusieron en la misma fila que nosotros, pero al otro lado, a unos diez o doce metros de distancia.

Yo estaba sentado a la izquierda de mi mujer y miré para ver si podía ver a los nuevos que habían llegado, pero solo veía al hombre, que parecía mayor, y me imaginé que su mujer estaría junto a él. Eso sí, en cuanto empezó la película, me despreocupé de ellos.

Solo tenía ojos para las piernas de Silvia, que había cruzado en una pose muy erótica. Con la excusa de compartir palomitas y beber Coca-Cola, estábamos pegados y yo le puse una mano sobre el muslo.

―Vale, Santi, estate quieto, que acaba de empezar la película ―me pidió Silvia retirándome la mano.

Pero yo no estaba muy por la labor, la película me importaba una mierda, y solo quería sobar a mi mujer. Ella se dio cuenta enseguida de mis intenciones y cuando apartamos el cubo de palomitas se acercó a mí y entrelazamos los dedos.

Estuvimos un rato así, viendo la película y acariciándonos, pero yo quería más.

―¡Estás increíble hoy!
―Shhhh, calla…
―En cuanto te he visto salir del gimnasio, me has puesto, uffffff, con esa faldita y esas botas ―dije intentando tocar sus tetas por encima de la camisa.
―¡Santi!, vale ya ―dijo ella apartándome la mano.
―Venga, Silvia, ¿no te acuerdas de jóvenes lo que hacíamos en el cine?
―Sí, claro que me acuerdo.
―Hoy podríamos…, mmmm, ya sabes, la peli es muy mala y casi no hay gente…
―¿Y para eso querías venir tú al cine?
―Pues sí, hace mucho que no morboseamos un poco ―le recordé volviendo a acariciar sus pechos por encima de la camisa.

Silvia miró a los lados, esta vez dejándose hacer, para comprobar si había gente que pudiera vernos.

―¡Shhh, calla, que nos van a oír!, anda, vamos a ver la película…
―Lo que tú digas ―dije sin dejar de magrear sus tetas.

Yo sabía perfectamente cuándo le apetecía a mi mujer, aunque protestara, solo tenía que ir calentándola poco a poco. Tampoco había ninguna prisa, la película apenas llevaba media hora y teníamos casi una hora por delante para disfrutar de la intimidad del cine.

Seguíamos con los dedos entrelazados y yo, de medio lado, con la mano izquierda, le tocaba las tetas por encima de la camisa; y, cuando intenté meterla bajo la falda, ella me la apartó inmediatamente.

―¡No corras tanto! ―exclamó Silvia palpándome la polla por encima del pantalón y volviendo a echar una ojeada a los lados.

Teníamos las cabezas casi pegadas y nos dimos un pequeño beso en la boca cuando Silvia me agarró la polla por encima. Yo no pude aguantarme más y volví a bajar la mano para acariciar sus muslos, llevaba toda la noche queriendo tocar esas piernazas, y clavé mis dedos en ellos.

―¡Estás estupenda!
―Todavía tengo que bajar diez kilos más…
―¡Ni se te ocurra!, a mí me gustas así y tener de donde agarrar…
―¡No seas bobo!, sabes que estoy gorda…, pero me encanta que digas eso.
―¿Qué coño vas a estar gorda?, ¡¡pero si estás buenísima, joder!!
―Ya veo que te gusto, ya, la tienes bastante dura ―afirmó sin dejar de pajearme por encima del pantalón.

Yo mismo me desabroché los botones y con disimulo me saqué la polla. Echaba de menos cuando estábamos en la universidad y Silvia me hacía unas pajas y unas mamadas tremendas en el cine. De eso hacía muchos años y Silvia había cambiado. Nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, incluso hacía topless en la playa en aquella época de novios y mostraba sus enormes tetas; pero, en cuanto tuvimos a la mayor, se volvió más recatada y nuestra vida sexual fue cayendo poco a poco.

No tardó en rodear mi polla con sus dedos y comenzó a masturbarme despacio. Yo subí las manos y le fui desabrochando los botones de su camisa blanca uno a uno.

―Pero ¿qué haces? ―me preguntó Silvia cuando se dio cuenta de mis intenciones.
―¡Quiero verte las tetas!, desnudarte aquí…
―¡Estás tonto, aquí hay gente, pueden vernos!
―Tranquila, nadie nos va a ver…
―¡Te voy a matar! ―me amenazó Silvia girándose un poco hacia mí.

Se dejó soltar cuatro botones y yo metí la mano por dentro para agarrar uno de sus pechos desde abajo. Las tetas de Silvia eran grandes, calientes y muy pesadas. Cuando quise seguir desabrochando su camisa, ella me lo impidió.

―¡Vale ya, joder!
―Deja que te los quite todos, me apetece verte con la camisa abierta…, por favor…, ¡me estoy poniendo muy cachondo!

Silvia me agarró la polla con más fuerza y me miró directamente a los ojos sin decirme nada, pegándome unas cuantas sacudidas con lentitud.

―Entonces, ¿puedo? ―pregunté con insistencia mientras abría otro botón más.

Mi mujer ya estaba casi con la camisa abierta, apenas le faltaban un par de botones más, que solté sin esfuerzo. Cuando lo hice, miré hacia abajo y le abrí un poco la camisa apartándola hacia fuera. Las tetazas de Silvia lucían poderosas, embutidas en un sujetador negro que parecía dos tallas más pequeño.

Silvia apoyó la espalda en su asiento y se echó hacia atrás, luciendo orgullosa sus pechos. Por un momento me soltó la polla.

―¿Esto es lo que querías? ―dijo exhibiéndose delante de mí.
―¡Joder, sí, qué buena estás!

En ese momento, el señor que estaba sentado a nuestra derecha se puso de pie. Al levantarse me di cuenta de que estaba solo y echó a andar por el pasillo en dirección hacia nosotros.

―¡Mierda, tápate, que viene alguien! ―dije girando el cuerpo de mi mujer hacia mí, a la vez que ocultaba mi polla como buenamente podía.

El señor se quedó mirando detenidamente hacia donde estábamos nosotros, estaba claro que nos había pillado, pero no dijo ni hizo nada. Y, en cuanto llegó al pasillo central, subió por las escaleras en dirección a la salida.




3


El corazón se me puso a mil pulsaciones y creo que a Silvia le pasó lo mismo. Pero, pasado el susto inicial, me dio morbo la situación y me calentó mucho pensar que aquel tío había visto a mi mujer en sujetador.

―¡Anda, vamos a dejar de hacer el tonto, que ya tenemos una edad! ―dijo Silvia comenzando a abrocharse los botones de su camisa.
―Estate quieta, deja eso ―dije yo impidiéndoselo―. Ya se ha ido, ahora sí que nadie puede vernos…
―¡Saaaaaanti, para ya!
―Venga, ¡no me digas que no estás un poco caliente!
―Pues claro, un poco sí, pero es que…
―Aquí no puede vernos nadie, venga, no me dejes así ―le rogué echándome hacia atrás para enseñarle la erección que tenía―. Además, si te digo la verdad, me ha puesto mucho que ese tío casi nos pille, ¿te imaginas que te hubiera visto las tetas?
―¿Eso te pone?, que ese tío me hubiera visto así, mostrándome como una cualquiera…
―Un poco sí, no me digas que te va a dar vergüenza ahora, ¿cuántas veces has hecho topless en la playa?
―No es lo mismo la playa que aquí. Y ya sabes que hace muchos años que no hago eso.
―Pues deberías…, ¡¡porque estás buenísima!!
―Ahora estoy gorda y tengo las tetas caídas…
―¡Deja de decir tonterías!, ¡tienes unas tetazas de impresión! ¿No te has fijado en cómo te miraban en el centro comercial los tíos? Anda, ven aquí, que me estoy poniendo cerdísimo ―dije soltándole el último botón de la camisa.

Silvia se acercó a mí y me dio un morreo mientras me volvía a agarrar la polla. Yo metí la mano bajo su camisa y le apreté con ganas sus tetazas. Fue la primera vez que mi mujer gimió y cerró los ojos mordiéndose los labios.

No sé si eran imaginaciones mías, pero parecía que Silvia también estaba más cachonda desde que el desconocido nos había interrumpido.

―¡Venga, córrete! ―me ordenó incrementando el ritmo de su paja.
―Espera, espera, no tan deprisa, joder, más despacio…, todavía tenemos tiempo…

Puse mi antebrazo derecho sobre su pecho y la empujé, haciendo que apoyara la espalda en el asiento. Silvia me soltó la polla al caer hacia atrás.

―¡No te muevas! ―Y aparté despacio la camisa.

Con tranquilidad eché la tela de su camisa a ambos lados y descubrí sus tetas, que seguían cubiertas tan solo por el sujetador. La respiración de Silvia se había acelerado y parecía que el pecho se le iba a salir por la boca. Me miró inquieta, nerviosa y excitada.

―¿Qué haces?
―Nada, solo estoy disfrutando lo buena que está mi mujer…

Ahora fui yo el que se inclinó sobre ella y colocó la mano bajo su falda. No me costó llegar a sus braguitas e hice presión, intentando meter un dedo sin tan siquiera apartar la tela.

―Aaaaah ―gimió Silvia sujetándome por el brazo.

Ella quiso agarrarme la polla, pero yo se lo impedí, quería que estuviera más caliente todavía. Aparté sus braguitas y conseguí llegar hasta su coño, que me esperaba ansioso, húmedo y abierto. Silvia se escurrió un poco en el asiento y abrió las piernas para facilitarme el trabajo. Introduje un dedo dentro de ella, pero eso pareció saberle a poco a mi mujer.

―Joder, Santi…, mmmmmm, te estás pasando…, ¡¡joder, qué gusto!!
―¿Quieres más?
―Sí ―suspiró mirándome con una cara mezcla de placer y súplica.
―Espera, quiero hacer algo…

Subí su minifalda vaquera, metí la mano por los laterales y tiré de sus braguitas hacia abajo. Quería dejarla desnuda, cosa que no pareció gustarle mucho a Silvia.

―¡¿Qué haces?!
―¡Quitarte las braguitas, para tocarte mejor!, me están molestando…
―¿Qué pasa, me quieres desnudar o qué?
―¡Uffffff, no me importaría!, no lo había pensado, pero imaginarte aquí desnuda…
―Ni lo pienses, eso no va a pasar ―dijo cruzando la camisa sobre sus pechos y bajándose la falda.

No había soltado el elástico de sus braguitas y seguí tirando hacia sus pies. Silvia protestó, pero a la vez levantó las caderas para facilitarme el trabajo. Poco a poco fui deslizando las braguitas por sus muslos, por sus rodillas y bajé por sus piernas hasta que conseguí quitárselas.

Ahora tenía mi trofeo en la mano.

―¡Te voy a matar! ―me riñó otra vez Silvia, abierta de piernas en el asiento.

Me incliné sobre ella, aparté la camisa y me fijé otra vez en sus tetas. Luego metí la mano bajo su falda y, cuando alcancé su coño, la penetré con dos dedos. Silvia me agarró por el brazo.

―¡¡Aaaaah, Diossss!! ¡¡Ufffff, qué bueno!!, ahhhhgggg… ―gimió en alto.

Yo me asusté, no pensé que se le iba a escapar ese gemido; por suerte el volumen de la película era muy alto y seguramente nadie se hubiera percatado de lo sucedido, pero al mirar hacia atrás me encontré con el señor de antes. Se había sentado en nuestra misma columna de filas, pero tres asientos por detrás y a nuestra derecha.

Cruzó la mirada conmigo y sonrió. Silvia estaba medio desnuda, abierta de piernas y ajena a que estaba siendo observada por aquel tío.

Estaba claro que nos habíamos encontrado con un puto mirón.



4


Mi primera reacción fue terminar aquello y decirle a mi mujer que se vistiera, pero estaba muy excitado y siempre había sido una de las fantasías que había compartido con Silvia, que alguien nos viera follar o manteniendo relaciones. Y ahora aquel mirón estaba en el sitio exacto, en el momento oportuno.

La sonrisa con la que me obsequió me descolocó un poco, pero la primera impresión que tuve de él solo me pareció un pobre pervertido. No era más que un viejo, vestido con una camisa de franela a cuadros. Tendría sobre 60 años y pinta de rural. Un cateto de pueblo.

Yo seguí masturbando a mi mujer, pero estuve unos segundos con la mente en otra parte, pensando en qué debía hacer. Al final le comenté a Silvia lo que estaba pasando.

―¡¡Joder, el tío ese ha vuelto, está detrás de nosotros!!

Silvia se giró a la derecha y miró hacia atrás, entonces vio al mirón a unos cuatro metros de nuestra posición.

―¡¡Mierda!!, ¡¡ahora sí que te mato!! ―protestó volviéndose hacia mí para taparse los pechos.
―¡No le hagas caso, solo es un viejo mirón!
―¿Tú estás tonto?, ¿y qué hacemos, seguimos como si nada?
―Desde allí casi no puede vernos. A mí no me importa si te digo la verdad, casi mejor, me da mucho morbo que esté ahí ese cerdo mirando…
―Dame las bragas, que voy a vestirme…
―Venga, Silvia, no me dejes así, lo estábamos pasando de puta madre, ¡¡no le hagas caso!! ―le pedí, agarrándola de la mano para ponerla sobre mi polla.
―¡Te corres rápido y nos vamos!

Comenzó de nuevo a pajearme, esta vez más deprisa, quería que me corriera y que todo terminara; sin embargo, a mí me daba mucho morbo que el viejo estuviera tan cerca de nosotros, pendiente de nuestros juegos. Pero no quería disfrutar yo solo, quería que Silvia también se lo pasara bien y estaba convencido de que allí, en la sala oscura de cine, con la camisa abierta, sin braguitas y con mi polla en la mano, ella también se encontraba muy cachonda.

Metí la mano bajo su falda, Silvia me lo intentó impedir, pero yo hice fuerza para llegar hasta su coño.

―Santi, ¡estate quieto, no quiero hacer nada con ese tío aquí!

Yo miré hacia atrás y él seguía en la misma posición, atento a nosotros. Por unos segundos cruzamos la mirada y me pareció que hasta me sonreía, que estuviera allí me estaba excitando sobremanera. Silvia nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, en la playa haciendo topless o llevando mallas ajustadas en el gimnasio. Le encantaba lucir sus tremendas curvas, por eso sabía que en el fondo aquella situación a ella también le gustaba.

En cuanto llegué a su coño, le introduje un dedo dentro y ella gimió, cerró los ojos y me siguió pajeando duro al mismo ritmo. Yo no iba a tardar mucho en correrme, por lo que le dije a mi mujer que aflojara un poco.

Aquello tenía que durar más.

Otra vez volví a acariciar sus tetas apartando la camisa a los lados, Silvia se cubrió con la mano que tenía libre, pero abrió un poco las piernas y facilitó que pudiera meter otro dedo en su coño.

―¡Estate quieto, deja la camisa!, no quiero que me vea ese…
―¡Y qué más te da!, has hecho topless en la playa, ¿ahora te va a dar vergüenza que un viejo te vea en sujetador?
―¡No es lo mismo, Santi!
―Pues claro que es lo mismo, además, ¿no te da un poco de morbo que ese viejo nos esté mirando?, a mí me está excitando mucho…, voy a correrme de un momento a otro.
―Pues venga, termina y vámonos…
―No tengas prisa, que para una vez que salimos…

Como no me dejaba sobar sus tetas, subí para acariciarle la mejilla y luego rodeé sus labios con el pulgar empezando a follármela más fuerte con los dedos que tenía en su coño. Esto hizo que abriera la boca, momento que aproveché para meterle el pulgar dentro.

Silvia me miró sorprendida y otra vez aceleró el ritmo al que me pajeaba, succionó profundamente mi pulgar y me miró a los ojos. Luego pasó la lengua haciendo círculos sobre mi dedo y se lo volvió a meter en la boca.

Era como si me la estuviera chupando.

―Joder, Silvia, mmmmm, ¡me estás poniendo a mil!

Me eché hacia atrás, apoyé la espalda en el asiento y apunté con la polla hacia arriba. Silvia tan solo me la sujetaba y había dejado de pajearme hacía un par de minutos, estaba demasiado concentrada en disfrutar con mis dedos en su coño y me miraba con cara de guarra mientras simulaba lamerme la polla.

Otra vez me giré hacia atrás, él no se había movido de su posición y volvimos a cruzar la mirada.

―¡Chúpamela, Silvia, chúpamela, por favor!, hace mucho que no me lo haces…
―No pienso hacer eso, y menos con ese tío ahí detrás…
―Vamos, cómeme la polla, por favor, cuando éramos jóvenes, me lo hacías siempre en el cine y ahora, ¿por qué no? Ya ni en casa, ni en ningún sitio…, ya no me la chupas…
―No te pongas pesado, Santi, anda, córrete ―me ordenó comenzando a pajearme otra vez.

Aquello estaba a punto de terminar, entonces el viejo mirón se levantó, yo me giré y lo seguí con la mirada, bajó las escaleras hasta que se quedó a nuestra altura. Dudó qué hacer. Luego se sentó en nuestra misma fila, apenas había cuatro asientos de separación entre él y mi mujer, que lo tenía sentado a su espalda.

―¡Ha bajado! ―le dije a ella.
―¡Venga, termina ya o nos vamos! ―me apremió Silvia incrementando el ritmo de su paja.

Alcé la vista por encima de mi mujer para fijarme en lo que estaba haciendo el viejo. Silvia se dio cuenta de que estaba pendiente de él.

―¡Deja de mirarlo y termina!

Mi mujer estaba recostada de lado, de espaldas al mirón. Yo seguía con la mano metida bajo su falda y volví a masturbarla con rapidez, follándomela con los dedos. No me quedaba nada para correrme y ya me daba todo igual. Estaba en ese instante cuando estás tan cachondo que haces cualquier cosa.

Silvia me sujetó el brazo para que no lo sacara de debajo de su falda y me dejó hacer; ella también se iba a correr. Nos quedamos mirando fijamente a los ojos, pajeándonos mutuamente, a punto de llegar al orgasmo. Acaricié sus tetas y luego me acerqué a ella para apartar su camisa, desnudarle un hombro y morderla unos segundos.

Sinceramente, estábamos tan concentrados en corrernos que ya no nos importaba que estuviera ese mirón allí, a tres metros de nosotros. Entonces, no me lo esperaba, pero el viejo se levantó otra vez y se acercó. Se escuchó perfectamente el ruido de la butaca al bajar, antes de que él se volviera a sentar.

Ahora solo había un espacio de separación entre Silvia y el viejo mirón.




5


El corazón se me puso a mil pulsaciones, podía verlo a tan solo un metro y medio de mí. Era muy morboso y excitante estar metiendo mano a mi mujer delante de aquel tío, que se inclinó hacia delante para mirar cómo Silvia me pajeaba.

―¡Está detrás de ti! ―le jadeé al oído.

Pensé que se iba a asustar o algo parecido, sin embargo, su respuesta estuvo a punto de hacerme explotar.

―Lo sé…, ufffffff, Santi, estoy…, joder…, aaaaaaaaaaaaaaah…, sigueeeee….

Lo siguiente que escuchamos fue la hebilla de su cinturón y luego el ruido de los botones desabrochándose de un solo tirón. No podía creérmelo. Me parecía hasta surrealista. Aquel pervertido iba a sacarse la polla.

¿De verdad iba a ser tan descarado de hacerse una paja delante de nosotros?

Ahora pude verlo bien, era un tío mayor, de unos 60 años, llevaba una camisa a cuadros, parecía un hombre de campo, tenía las manos fuertes, grandes y curtidas, con unos dedos anchos, complexión media, algo de barriga y un frondoso pelo canoso.

Sin pensárselo dos veces, se sacó la polla a la espalda de mi mujer y comenzó a meneársela. Joder, ¡¡el viejo mirón tenía una verga increíble!!, era exageradamente grande y ancha y, además, tenía pinta de estar muy dura. Era como si tuviera vida propia, le palpitaba y se le marcaban las putas venas por todo el tronco. Se la sujetó con sus rudas manos y se pegó un par de sacudidas mirándome a los ojos.

Me quedé turbado ante aquella escena, por unos segundos incluso me olvidé de que estaba pajeando a mi mujer y volví a mirar sus pechos, ahora parcialmente ocultos por su camisa.

―¡Se la ha sacado el muy cabrón! ―la informé.

Silvia no quiso mirar hacia atrás y comenzó a mover las caderas al ritmo al que mis dedos la follaban. Yo sabía perfectamente cuándo ella estaba a punto de llegar al orgasmo. Entonces el mirón se levantó y se sentó en la butaca que estaba al lado de mi mujer.

Todo fue demasiado deprisa y yo no supe reaccionar cuando vi las manos del viejo tocando el hombro desnudo de Silvia, que a punto de correrse se giró.

―¡No me toques, joder!, ¡¿pero qué haces?! ―protestó apartando la mano del mirón.

Luego cerró los ojos, dejando que yo la siguiera masturbando, y aceleró el ritmo de mi paja. La imagen de aquel viejo tocando a mi mujer fue demasiado para mí; normalmente le hubiera dicho algo por haber molestado a Silvia, pero a punto de correrme me pareció muy morboso.

Y el mirón no se quedó quieto, volvió a pasar las manos hacia delante, solo que esta vez las colocó sobre las tetazas de Silvia, que protestó cuando sintió que el viejo la estaba sobando con todo el descaro del mundo.

―¡Quita, joder, aparta! ―exclamó ella intentando zafarse de su abrazo.

Silvia se echó hacia atrás y me soltó la polla, la mano que yo tenía bajo su falda se salió y dejé de acariciar su coño. El viejo había arruinado el orgasmo de mi mujer y ahora forcejeaba levemente con él.

―¡Para, joder!, estate quieto. ¿Y tú no vas a decirle nada? ―me dijo Silvia sorprendida cuando vio como yo mismo me agarraba la polla.

A punto de correrme, empecé a pajearme observando al viejo mirón sobar las tetazas de mi mujer con sus gruesas y rudas manos. Le apretaba los pechos con dureza, clavando los dedos tan fuerte que parecía que se los iba a hacer explotar. Aunque Silvia forcejeaba con él, cerró los ojos y abrió la boca, en una mueca de placer instantánea que no pudo reprimir.

Y el que exploté fui yo, que me corrí sobre mí estómago viendo cómo aquel desconocido sobaba a mi mujer, que seguía tratando de librarse de él.

―¡Y encima te corres! ―protestó Silvia muy enfadada.

Ese momento de desconcierto de mi mujer ante lo que estaba pasando fue aprovechado por el viejo mirón, que se abalanzó sobre ella, besó su cuello y volvió a acariciar sus tetas, esta vez subiéndolas y bajándolas, comprobando lo pesadas que eran.

Una vez que me había corrido intenté reaccionar y ya no me gustó ver al viejo forcejeando con mi mujer. Había apartado un poco su camisa para besuquearla por el hombro y seguía amasando sus pechos. Silvia se movía intentando escapar de sus garras, pero aquel hombre estaba muy fuerte y mi mujer apenas se podía mover.

Estiré el brazo para ayudar a Silvia, agarré la mano del viejo y tiré para que la dejara en paz, pero él insistía. Iba a ponerme de pie para encararme definitivamente con el mirón, pero entonces Silvia me apartó la mano. Me quedé sorprendido y paralizado otra vez, era como si mi mujer no quisiera que interviniese.

Me quedé mirándola y ahora su cara era una mezcla de placer y miedo. No me lo podía creer, no era posible.

¡Estaba empezando a gustarle que aquel viejo la sobara delante de mí!

Volví a agarrar las manos del viejo, pero Silvia me apartó otra vez.

―¡Ahora te estás quieto!, ¿esto es lo que querías, no? ―me gritó enfadada.

Entonces nos quedamos mirando fijamente, de repente Silvia dejó de forcejear y el viejo mirón siguió magreando sus tetas con ganas. Apretándoselas duro. Haciendo que se bambolearan delante de mi cara.

―Je, je, je, en cuanto te vi fuera, sabía que necesitabas un hombre de verdad ―gruñó el viejo antes de poner su boca sobre el cuello de Silvia.



6


Fue cuando nos enteramos de que el mirón nos había estado siguiendo antes de entrar al cine y de que ya se había fijado en Silvia, que, por cierto, empezó a gemir ante las caricias que le estaba dando. Yo seguía mirando aquellas manos tan fuertes que no paraban de tocar las tetas de mi mujer, que abrió la boca buscando poder respirar y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el viejo siguiera babeando su cuello y el hombro.

En ese momento crucé la mirada con el viejo, que me sonrió con superioridad; me imaginé las pintas que debía tener con la polla flácida y la corrida encima de mi ropa. Seguro de sí mismo le cogió la mano a mi mujer y se la puso en la polla.

Me dio vergüenza hacerlo, pero aquello tenía que verlo bien, me incliné hacia delante y vi cómo Silvia se agarraba a aquella verga dura y palpitante. Las venas del tronco se le marcaban como si fuera a reventar y esa visión hizo que me volviera a empalmar.

Apenas aguanté unos segundos viendo esa escena, luego me dejé caer otra vez en el asiento, observando al viejo, que seguía jugando con los pechos de mi mujer.

―¡Menuda hembra, vaya tetazas tienes! ―alardeó con una voz socarrona.

Silvia llevaba un par de minutos en los que había dejado de forcejear, entonces el viejo tiró de su minifalda hacia arriba y se sorprendió al ver que no llevaba ropa interior. Agachó la vista para mirar su culo y no tardó en bajar una mano para comprobar el tacto y la dureza de las nalgas de mi mujer.

―¡Encima vienes sin braguitas!, ¡menuda golfa estás tú hecha!, ¿te gusta esto, verdad?

El viejo quiso asegurarse de que ella no iba a volver a intentar escaparse y con un brazo rodeó su estómago, justo por debajo de los pechos, luego bajó la otra mano hasta que llegó al pubis de Silvia.

―¡Mmmmmm, me encanta cuando lo lleváis tan depilado!

No tardó en empezar a acariciar el coño de mi mujer, que se agarró a su brazo, gimiendo más alto y se abrió un poco de piernas, lo que facilitó que el viejo pudiera alcanzar su objetivo.

El mirón hizo como una especie de gancho, metiendo los dedos corazón y anular en el coño de mi mujer, luego movió el brazo tirando hacia arriba y hacia abajo a toda velocidad, e increíblemente aquello empezó a chapotear.

Abrí los ojos como platos cuando Silvia se puso a gemir en alto, miré alrededor y una pareja se había girado para ver de dónde venían esos gemidos. El viejo también se dio cuenta y antes de que nos pudieran llamar la atención le tapó la boca a mi mujer.

―¡Cállate, rubia, no chilles, que nos van a echar!

Sin embargo, siguió masturbándola, la acariciaba por encima del coño y luego le metía un par de dedos; cuando se los sacaba le daba golpecitos con toda la mano, como si le diera azotes, y otra vez volvía a meter los dos dedos. No tuvo ni que incrementar la velocidad de sus caricias, en apenas un minuto la cadera de Silvia se tensó hacia delante y el cuerpo de mi mujer comenzó a temblar con unos movimientos espasmódicos que incluso me llegaron a asustar.

Jamás en mi vida la había visto correrse así.

En todo el proceso, el viejo no la dejó apenas respirar y le siguió tapando la boca hasta que Silvia pareció estar más relajada. Entonces se dejó caer un poco en el asiento, seguía de medio lado, mirando hacia mí y pude ver como la mano de mi mujer seguía aferrada a su polla. No solo eso.

¡Se la estaba meneando muy despacio!

Ni me acordaba de que Silvia tenía la mano en la polla del mirón, y ahora lo pajeaba lentamente, disfrutando de la sensación de tener aquel trozo caliente y palpitante entre sus dedos. Era mucho más grande que la mía y desde mi posición tenía pinta de estar dura como una piedra.

Yo quería que ya se terminara la aventura con ese desconocido, pero posiblemente Silvia iba a meneársela hasta hacer que se corriera. Era mi castigo por haber dejado que el mirón le metiera mano delante de mí y por haberme corrido mirando cómo lo hacía.

Sin embargo, el viejo tenía otras intenciones.

―¡Dale más rápido, mmmmmm, qué mano tienes! ―le pidió cogiendo por el brazo a mi mujer y haciendo que acelerara el ritmo al que lo pajeaba.

Silvia me miró, seguía de espaldas al mirón; ni tan siquiera le había visto la cara y aun así se había corrido, dejando que un desconocido jugara con su coño. Estaba tranquila, pero vi en sus ojos que seguía encendida, caliente, con ganas de más. Tenía la camisa abierta y una mano del viejo seguía manoseando sus pechos, la minifalda vaquera se le había subido y le enseñaba los glúteos sin ningún pudor y, además, cada vez lo pajeaba más rápido, cerrando la mano fuerte sobre aquella enorme polla, que parecía que iba a reventar.

Entonces el viejo mirón levantó el reposabrazos que lo separaba de mi mujer y se puso de medio lado detrás de ella. Pensé que querría estar más cómodo a punto de llegar al orgasmo, pero lo que hizo fue situar su verga entre las piernas de Silvia, que gimió cuando sintió aquel trozo caliente de carne rozar sus labios vaginales.

―¡No te muevas, rubia, te voy a follar! ―afirmó lo suficientemente alto para que yo pudiera escucharlo.




7


Silvia me miró de nuevo, estaba asustada, expectante, ansiosa, se mordió los labios esperando que yo detuviera aquella locura, cuando entonces vio que mi polla se había vuelto a poner dura. Y en ese momento comprendió que aquello me estaba gustando mucho, igual que a ella, y sin soltarle la polla le pegó varias sacudidas rápidas y echó el culo hacia atrás, intentando acoplarse a él. Silvia giró un poco el cuello, sin llegar a verle la cara, y le susurró:

―¡Métemela!

El viejo sonrió, luego con calma se bajó un poco los pantalones, se desabrochó lentamente la camisa y me enseñó su peluda barriga. Después se escupió en la mano, se agarró la polla y la guio hacia el coño de Silvia.

―¡Ahora vas a saber lo que es un polvo de verdad, zorra!

A pesar del insulto, mi mujer le siguió ofreciendo su generoso trasero, que el viejo no paraba de mirar y de sobar con ansia. Parecía que el haberle llamado zorra le hubiera excitado más. Entonces mi mujer gimió en alto al sentir su verga a punto de penetrarla.

―¡Con cuidado, despacio! ―le imploró Silvia poniendo una mano sobre el muslo del viejo.

Pensé que era imposible que el viejo pudiera meter aquella polla tan gorda con esa postura que tenían, pues los dos estaban medio recostados y era muy difícil hacerlo así. De repente Silvia cerró los ojos y con toda la facilidad del mundo la verga del viejo se fue abriendo paso lentamente en su interior. Silvia nunca había tenido una polla así de grande dentro de ella. A decir verdad, era la segunda que se la follaba, después de la mía.

―¡Aaaaaaah, despacio, despacio! ―volvió a gemir.

El viejo mirón le tapó la boca con la mano y soltó una embestida fuerte y seca, que hizo que en el culo de mi mujer sonara un PLOP muy característico. Luego la cogió por la cintura, pasó la otra mano hacia delante y manoseó sus tetazas cuando se la empezó a follar.

Lo hacía de manera muy peculiar, con embestidas secas, duras y espaciadas, aproximadamente unos dos segundos entre sí.

Silvia cerró los ojos y abrió la boca buscando aire, pues la mano del viejo ahogaba los gemidos, que hubieran provocado un pequeño escándalo en la sala del cine. El mirón seguía follándose a mi mujer a su ritmo, cada dos segundos una embestida, y ella sacaba el culo hacia atrás, buscando encontrarse con la polla del viejo, que se vio con la suficiente confianza para girar el cuello a mi mujer e intentar morrearse con ella, pero Silvia le apartó la cara y volvió a mirar hacia delante.

Entonces el mirón comenzó a acelerar, no mucho, pero lo suficiente para que Silvia se abandonara al placer que estaba recibiendo. Las acometidas del viejo se hicieron más frecuentes; primero cada segundo y medio; luego un segundo entre cada embestida. Silvia gritó, apenas podía respirar, y el viejo tiró con fuerza del sujetador hacia abajo hasta que se le salió un pecho, para luego pellizcarle el pezón que había asomado.

―¡¡Ahhhhhgggggg!!
―¡¡No grites, puta, que nos van a echar!!

Pero Silvia se estaba corriendo por segunda vez, moviendo el culo en círculos, acoplándose al ritmo al que se la estaba follando. Entonces el viejo comenzó a gruñir como un cerdo.

―Oooooooooh, ooooooooooh…

Silvia todavía jadeaba y giró el cuello para pedirle:

―No te corras dentro…

El viejo me miró sonriendo con su enorme polla dentro de mi mujer, y, con toda la tranquilidad del mundo, siguió acariciando sus tetazas hasta que detuvo sus golpes de cadera. Estaba a punto de llegar al orgasmo.

―Si no quieres que me corra, tendrás que chupármela…

Ahora el que sonrió fui yo, el viejo mirón la había cagado pero bien, mi mujer no iba a hacerle eso. Era el final de aquella aventura. Silvia hacía años que no me chupaba la polla, desde antes de que naciera nuestra primera hija, pues me decía que ya no le gustaba hacer esas cosas.

El viejo sacó la polla de dentro de su coño, se lo veía confiado, y se apoyó en el respaldo de su butaca, esperando que Silvia hiciera lo que le había pedido. Mi mujer se colocó el sujetador volviendo a meter sus tetazas dentro, pero no se molestó en colocarse la falda. Luego me miró con cara de culpabilidad y sin decir nada se giró. No podía creérmelo cuando sin dudar se agachó sobre el regazo del él y se metió su enorme polla en la boca.

¡Mi mujer se la estaba mamando a ese desconocido!

El viejo la sujetó por el pelo y bajó una mano para volver a comprobar el tamaño y peso de sus enormes tetas. Yo desde mi asiento contemplé el culo desnudo de mi mujer. Estaba tan excitado que ni me lo pensé cuando vi su coño abierto; me acerqué a ella e intenté metérsela, pero ella me apartó con la mano.

Tan solo me quedaba pajearme viendo cómo se la chupaba al mirón, que sonrió al verme masturbándome mientras Silvia luchaba por intentar meterse su pollón en la boca. Con la mano sujetando su pelo la guiaba a la velocidad que le gustaba y mi mujer, sumisa, le estaba brindando una mamada lenta, disfrutando de su polla.

Una felación como no me había hecho a mí en la vida.

Los besos y los muerdos por su polla retumbaban por toda la sala de cine, luego le pasaba la lengua de arriba abajo, saboreando aquel tronco tan duro y lleno de venas, y cuando llegaba al capullo hacía círculos sobre él y se la volvía a meter en la boca. Entonces me sorprendió cuando vi la mano de Silvia aparecer entre sus labios vaginales.

¡Se estaba masturbando a la vez que se la chupaba!

El viejo mirón gruñó otra vez como antes, era la señal inequívoca de que se iba a correr.

―Ohhhhhhhhggggg, ¡joder, la chupas increíble, rubia!

Le sujetó fuerte el pelo y se aseguró de que yo lo viera bien. Con sus enormes manazas se cogió la polla y comenzó a meneársela delante de su cara mientras Silvia sacaba la lengua y rozaba su capullo.

―¡¡Me corro, tomaaaa, chupaaaa, aaaaaaah!! ―gruñó el viejo mirón metiendo su polla en la boca de mi mujer a la vez que la agarraba por el pelo.

El primer disparo de su corrida fue directo a la garganta de Silvia. Yo también comencé a eyacular, casi a la vez que él. Entonces el viejo sacó la polla de la boca de mi mujer y siguió descargando por la boca y la cara de Silvia, que ansiosa sacaba la lengua para recibir el caliente y espeso semen del mirón.

El cabrón no paraba de correrse, sujetaba con fuerza el pelo de mi mujer y le iba restregando la polla por sus dos mejillas, la nariz, la boca, incluso le soltó un pequeño azote con su verga en la cara cuando terminó.

―¡¡Uffffffffff, qué gustazo!!, ¡has estado increíble!

Todavía, antes de incorporarse, Silvia seguía masturbándose ella misma y le lamió un poco más la polla, limpiando el semen que había quedado en ella, y así continuó hasta que llegó al orgasmo por tercera vez, moviendo su tremendo culo delante de mi cara.

―¡¡¡Ahhhgggg, me corro, me corro!!!

Sin duda alguna mi mujer estaba disfrutando como nunca de una verga de semejante tamaño. Mientras se recuperaba del orgasmo, se la siguió chupando, aunque la polla del viejo había caído en tamaño y dureza. Antes de incorporarse le pegó un sonoro beso en el capullo. Luego se levantó y se giró.

Me miró con cara de puta. Tenía la camisa abierta, la falda levantada, el pecho le latía con fuerza y su cara estaba llena de semen. Abrió la boca y un pequeño hilo de lefa le cayó entre las dos tetazas. No supe ni qué decir. Acabábamos de cumplir una de nuestras fantasías más ocultas.

El viejo mirón se fue subiendo los pantalones y se los abrochó, antes de decirnos:

―Suelo estar por aquí los sábados, por si queréis repetir otro día…

Luego se agachó para besar el hombro desnudo de mi mujer.

―Me ha encantado follarte, rubia…

Y como vino se fue, y nos dejó allí plantados. Todavía quedaban diez minutos de película, que aprovechamos para limpiarnos un poco y salir rápido, pues no queríamos que las otras personas que estaban en el cine se fijaran en nosotros. Las otras tres parejas seguro que habían escuchado los gemidos de mi mujer y nos fuimos antes de que se encendieran las luces.




8


Unos meses más tarde fuimos a pasar el día al centro comercial con nuestras hijas. Casi por la noche, después de cenar en el Burger, y, cuando ya nos íbamos para casa, pasamos por delante del cine. Y entonces lo vi. No había duda de que era él, estaba por la zona de las taquillas, fijándose en las parejas que sacaban la entrada, seguramente buscando unas nuevas víctimas con las que jugar. El viejo mirón salió justo hacia fuera en el momento en el que pasábamos. Se quedó mirando cómo le botaban las tetas a mi mujer a cada paso que daba y su culazo apretado en unos pantalones vaqueros muy ajustados. Luego me miró a mí y sonrió. Estaba claro que nos había reconocido y se acordaba de nosotros.

Silvia ni se dio cuenta de que ese era el tío que se la había follado meses atrás en la oscuridad del cine. Yo creo que ni le llegó a ver la cara aquel día.

Seguimos andando y el viejo nos persiguió unos minutos, me giré y tenía la mirada fija en los glúteos de mi mujer; estaría recordando cómo sus huevos rebotaban contra el culo de Silvia mientras se la metía desde atrás. Me puso nervioso que nos siguiera durante unos metros, ya que íbamos con las peques, pero a la vez me dio un poco de morbo.

Cuando bajamos por la escalera en dirección al parking, el mirón ya se quedó arriba y yo lo miré por última vez antes de que él me saludara con la mano.

Quién sabía si alguna vez volveríamos a encontrarnos con él…
ha sido la polla tío, me ha puesto cachondisimo
 
1



Pasé a recoger a mi mujer a la puerta del gimnasio, cada vez se estaba tomando más en serio lo de ponerse en forma. Silvia había pasado una mala temporada, pero esa etapa ya estaba superada; hacía seis meses que había empezado a trabajar de nuevo como abogada, después de muchos años de excedencia, y había cogido con ganas el entrenamiento físico.

A raíz del nacimiento de nuestra segunda hija, Silvia se veía cada vez más gorda y necesitaba un cambio de estilo de vida. Decía que le sobraban quince kilos, es verdad que había engordado un poco, pero yo la veía estupenda. En los últimos meses, gracias al gimnasio, ya había perdido seis o siete, pero ella seguía disciplinada en su entrenamiento.

A pesar de ser sábado, ella le había dedicado dos horitas a entrenar duro por la tarde, y mientras tanto yo había dejado a nuestras hijas en casa de mis padres. Aquella noche nos la íbamos a tomar de relax; desde que nació la peque, hacía casi cuatro años, no habíamos tenido una noche para nosotros solos. Tampoco es que fuéramos a hacer nada especial, cenar tranquilamente en un centro comercial y luego ver una película en el cine.

Pité con el claxon cuando la vi salir del gimnasio y Silvia vino rápido hacia el coche. Estaba estupenda a sus 36 años, rubia, 1,65, pelo largo y mojado, brazos anchos, tetas muy grandes y generosas, un culo potente con caderas anchas y unas piernas regordetas cada vez más fibradas. Se había puesto una camisa blanca, minifalda vaquera y botas marrones estilo cowboy. Lo que más me gustaba de su vestuario era cómo se le transparentaba el sujetador negro debajo de la camisa.

Ella sabía que lo mejor de su anatomía eran sus inmensas y desproporcionadas tetas y le encantaba lucirlas a la mínima ocasión.

Llegamos al centro comercial y estuvimos dando una vuelta por las tiendas. Me gustaba presumir de mujer; no fueron pocos los tíos que se quedaron mirando cómo se le bamboleaban los pechos al andar e incluso me fijé en que alguno se giraba para ver su culazo. La falda vaquera era muy cortita y Silvia no pasaba desapercibida en ninguna de las tiendas en las que entrábamos.

Compramos algo de ropa y luego subimos a cenar a un restaurante mexicano de la planta alta. Dejé que fuera Silvia a pedir y yo me quedé en la mesa, observando a mi mujer en la caja. Un par de chicos de unos 20 años que había a su lado le pegaron un buen repaso de arriba abajo y, cuando ella vino a la mesa con la cena en una bandeja, se le quedaron mirando el culo descaradamente.

Tengo que reconocerlo, me encanta que miren y deseen a mi mujer. Desde siempre me ha excitado mucho.

Cuando terminamos de cenar, a eso de las 22:40, nos acercamos a las salas de cine. Tampoco es que hubiera una película que tuviéramos especial interés por ver; a mí, sinceramente, me daba igual, yo lo único que quería era estar a solas con mi mujer y recordar nuestra época universitaria, cuando íbamos al cine a magrearnos un poco.

Era mi intención esa noche, jugar un poco con ella y romper la monotonía de la pareja.



2


Al final elegimos una película de acción que llevaba tiempo en cartelera, y me imaginé que tendría pocos espectadores. No me importaba en absoluto, cuanta menos gente hubiera en el cine, mejor para lo que me proponía.

Como había pensado, efectivamente había muy poca gente; pude contar tres parejas, sumándonos a nosotros éramos ocho. La sala de cine era muy pequeña; dos columnas, con unas quince filas a cada lado. Estábamos espaciados, dos en cada columna, y bastante separados entre nosotros. Nos sentamos a la izquierda y, en cuanto se apagaron las luces, me pareció ver que entraba otra pareja, aunque no los pude ver bien. Por desgracia se pusieron en la misma fila que nosotros, pero al otro lado, a unos diez o doce metros de distancia.

Yo estaba sentado a la izquierda de mi mujer y miré para ver si podía ver a los nuevos que habían llegado, pero solo veía al hombre, que parecía mayor, y me imaginé que su mujer estaría junto a él. Eso sí, en cuanto empezó la película, me despreocupé de ellos.

Solo tenía ojos para las piernas de Silvia, que había cruzado en una pose muy erótica. Con la excusa de compartir palomitas y beber Coca-Cola, estábamos pegados y yo le puse una mano sobre el muslo.

―Vale, Santi, estate quieto, que acaba de empezar la película ―me pidió Silvia retirándome la mano.

Pero yo no estaba muy por la labor, la película me importaba una mierda, y solo quería sobar a mi mujer. Ella se dio cuenta enseguida de mis intenciones y cuando apartamos el cubo de palomitas se acercó a mí y entrelazamos los dedos.

Estuvimos un rato así, viendo la película y acariciándonos, pero yo quería más.

―¡Estás increíble hoy!
―Shhhh, calla…
―En cuanto te he visto salir del gimnasio, me has puesto, uffffff, con esa faldita y esas botas ―dije intentando tocar sus tetas por encima de la camisa.
―¡Santi!, vale ya ―dijo ella apartándome la mano.
―Venga, Silvia, ¿no te acuerdas de jóvenes lo que hacíamos en el cine?
―Sí, claro que me acuerdo.
―Hoy podríamos…, mmmm, ya sabes, la peli es muy mala y casi no hay gente…
―¿Y para eso querías venir tú al cine?
―Pues sí, hace mucho que no morboseamos un poco ―le recordé volviendo a acariciar sus pechos por encima de la camisa.

Silvia miró a los lados, esta vez dejándose hacer, para comprobar si había gente que pudiera vernos.

―¡Shhh, calla, que nos van a oír!, anda, vamos a ver la película…
―Lo que tú digas ―dije sin dejar de magrear sus tetas.

Yo sabía perfectamente cuándo le apetecía a mi mujer, aunque protestara, solo tenía que ir calentándola poco a poco. Tampoco había ninguna prisa, la película apenas llevaba media hora y teníamos casi una hora por delante para disfrutar de la intimidad del cine.

Seguíamos con los dedos entrelazados y yo, de medio lado, con la mano izquierda, le tocaba las tetas por encima de la camisa; y, cuando intenté meterla bajo la falda, ella me la apartó inmediatamente.

―¡No corras tanto! ―exclamó Silvia palpándome la polla por encima del pantalón y volviendo a echar una ojeada a los lados.

Teníamos las cabezas casi pegadas y nos dimos un pequeño beso en la boca cuando Silvia me agarró la polla por encima. Yo no pude aguantarme más y volví a bajar la mano para acariciar sus muslos, llevaba toda la noche queriendo tocar esas piernazas, y clavé mis dedos en ellos.

―¡Estás estupenda!
―Todavía tengo que bajar diez kilos más…
―¡Ni se te ocurra!, a mí me gustas así y tener de donde agarrar…
―¡No seas bobo!, sabes que estoy gorda…, pero me encanta que digas eso.
―¿Qué coño vas a estar gorda?, ¡¡pero si estás buenísima, joder!!
―Ya veo que te gusto, ya, la tienes bastante dura ―afirmó sin dejar de pajearme por encima del pantalón.

Yo mismo me desabroché los botones y con disimulo me saqué la polla. Echaba de menos cuando estábamos en la universidad y Silvia me hacía unas pajas y unas mamadas tremendas en el cine. De eso hacía muchos años y Silvia había cambiado. Nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, incluso hacía topless en la playa en aquella época de novios y mostraba sus enormes tetas; pero, en cuanto tuvimos a la mayor, se volvió más recatada y nuestra vida sexual fue cayendo poco a poco.

No tardó en rodear mi polla con sus dedos y comenzó a masturbarme despacio. Yo subí las manos y le fui desabrochando los botones de su camisa blanca uno a uno.

―Pero ¿qué haces? ―me preguntó Silvia cuando se dio cuenta de mis intenciones.
―¡Quiero verte las tetas!, desnudarte aquí…
―¡Estás tonto, aquí hay gente, pueden vernos!
―Tranquila, nadie nos va a ver…
―¡Te voy a matar! ―me amenazó Silvia girándose un poco hacia mí.

Se dejó soltar cuatro botones y yo metí la mano por dentro para agarrar uno de sus pechos desde abajo. Las tetas de Silvia eran grandes, calientes y muy pesadas. Cuando quise seguir desabrochando su camisa, ella me lo impidió.

―¡Vale ya, joder!
―Deja que te los quite todos, me apetece verte con la camisa abierta…, por favor…, ¡me estoy poniendo muy cachondo!

Silvia me agarró la polla con más fuerza y me miró directamente a los ojos sin decirme nada, pegándome unas cuantas sacudidas con lentitud.

―Entonces, ¿puedo? ―pregunté con insistencia mientras abría otro botón más.

Mi mujer ya estaba casi con la camisa abierta, apenas le faltaban un par de botones más, que solté sin esfuerzo. Cuando lo hice, miré hacia abajo y le abrí un poco la camisa apartándola hacia fuera. Las tetazas de Silvia lucían poderosas, embutidas en un sujetador negro que parecía dos tallas más pequeño.

Silvia apoyó la espalda en su asiento y se echó hacia atrás, luciendo orgullosa sus pechos. Por un momento me soltó la polla.

―¿Esto es lo que querías? ―dijo exhibiéndose delante de mí.
―¡Joder, sí, qué buena estás!

En ese momento, el señor que estaba sentado a nuestra derecha se puso de pie. Al levantarse me di cuenta de que estaba solo y echó a andar por el pasillo en dirección hacia nosotros.

―¡Mierda, tápate, que viene alguien! ―dije girando el cuerpo de mi mujer hacia mí, a la vez que ocultaba mi polla como buenamente podía.

El señor se quedó mirando detenidamente hacia donde estábamos nosotros, estaba claro que nos había pillado, pero no dijo ni hizo nada. Y, en cuanto llegó al pasillo central, subió por las escaleras en dirección a la salida.




3


El corazón se me puso a mil pulsaciones y creo que a Silvia le pasó lo mismo. Pero, pasado el susto inicial, me dio morbo la situación y me calentó mucho pensar que aquel tío había visto a mi mujer en sujetador.

―¡Anda, vamos a dejar de hacer el tonto, que ya tenemos una edad! ―dijo Silvia comenzando a abrocharse los botones de su camisa.
―Estate quieta, deja eso ―dije yo impidiéndoselo―. Ya se ha ido, ahora sí que nadie puede vernos…
―¡Saaaaaanti, para ya!
―Venga, ¡no me digas que no estás un poco caliente!
―Pues claro, un poco sí, pero es que…
―Aquí no puede vernos nadie, venga, no me dejes así ―le rogué echándome hacia atrás para enseñarle la erección que tenía―. Además, si te digo la verdad, me ha puesto mucho que ese tío casi nos pille, ¿te imaginas que te hubiera visto las tetas?
―¿Eso te pone?, que ese tío me hubiera visto así, mostrándome como una cualquiera…
―Un poco sí, no me digas que te va a dar vergüenza ahora, ¿cuántas veces has hecho topless en la playa?
―No es lo mismo la playa que aquí. Y ya sabes que hace muchos años que no hago eso.
―Pues deberías…, ¡¡porque estás buenísima!!
―Ahora estoy gorda y tengo las tetas caídas…
―¡Deja de decir tonterías!, ¡tienes unas tetazas de impresión! ¿No te has fijado en cómo te miraban en el centro comercial los tíos? Anda, ven aquí, que me estoy poniendo cerdísimo ―dije soltándole el último botón de la camisa.

Silvia se acercó a mí y me dio un morreo mientras me volvía a agarrar la polla. Yo metí la mano bajo su camisa y le apreté con ganas sus tetazas. Fue la primera vez que mi mujer gimió y cerró los ojos mordiéndose los labios.

No sé si eran imaginaciones mías, pero parecía que Silvia también estaba más cachonda desde que el desconocido nos había interrumpido.

―¡Venga, córrete! ―me ordenó incrementando el ritmo de su paja.
―Espera, espera, no tan deprisa, joder, más despacio…, todavía tenemos tiempo…

Puse mi antebrazo derecho sobre su pecho y la empujé, haciendo que apoyara la espalda en el asiento. Silvia me soltó la polla al caer hacia atrás.

―¡No te muevas! ―Y aparté despacio la camisa.

Con tranquilidad eché la tela de su camisa a ambos lados y descubrí sus tetas, que seguían cubiertas tan solo por el sujetador. La respiración de Silvia se había acelerado y parecía que el pecho se le iba a salir por la boca. Me miró inquieta, nerviosa y excitada.

―¿Qué haces?
―Nada, solo estoy disfrutando lo buena que está mi mujer…

Ahora fui yo el que se inclinó sobre ella y colocó la mano bajo su falda. No me costó llegar a sus braguitas e hice presión, intentando meter un dedo sin tan siquiera apartar la tela.

―Aaaaah ―gimió Silvia sujetándome por el brazo.

Ella quiso agarrarme la polla, pero yo se lo impedí, quería que estuviera más caliente todavía. Aparté sus braguitas y conseguí llegar hasta su coño, que me esperaba ansioso, húmedo y abierto. Silvia se escurrió un poco en el asiento y abrió las piernas para facilitarme el trabajo. Introduje un dedo dentro de ella, pero eso pareció saberle a poco a mi mujer.

―Joder, Santi…, mmmmmm, te estás pasando…, ¡¡joder, qué gusto!!
―¿Quieres más?
―Sí ―suspiró mirándome con una cara mezcla de placer y súplica.
―Espera, quiero hacer algo…

Subí su minifalda vaquera, metí la mano por los laterales y tiré de sus braguitas hacia abajo. Quería dejarla desnuda, cosa que no pareció gustarle mucho a Silvia.

―¡¿Qué haces?!
―¡Quitarte las braguitas, para tocarte mejor!, me están molestando…
―¿Qué pasa, me quieres desnudar o qué?
―¡Uffffff, no me importaría!, no lo había pensado, pero imaginarte aquí desnuda…
―Ni lo pienses, eso no va a pasar ―dijo cruzando la camisa sobre sus pechos y bajándose la falda.

No había soltado el elástico de sus braguitas y seguí tirando hacia sus pies. Silvia protestó, pero a la vez levantó las caderas para facilitarme el trabajo. Poco a poco fui deslizando las braguitas por sus muslos, por sus rodillas y bajé por sus piernas hasta que conseguí quitárselas.

Ahora tenía mi trofeo en la mano.

―¡Te voy a matar! ―me riñó otra vez Silvia, abierta de piernas en el asiento.

Me incliné sobre ella, aparté la camisa y me fijé otra vez en sus tetas. Luego metí la mano bajo su falda y, cuando alcancé su coño, la penetré con dos dedos. Silvia me agarró por el brazo.

―¡¡Aaaaah, Diossss!! ¡¡Ufffff, qué bueno!!, ahhhhgggg… ―gimió en alto.

Yo me asusté, no pensé que se le iba a escapar ese gemido; por suerte el volumen de la película era muy alto y seguramente nadie se hubiera percatado de lo sucedido, pero al mirar hacia atrás me encontré con el señor de antes. Se había sentado en nuestra misma columna de filas, pero tres asientos por detrás y a nuestra derecha.

Cruzó la mirada conmigo y sonrió. Silvia estaba medio desnuda, abierta de piernas y ajena a que estaba siendo observada por aquel tío.

Estaba claro que nos habíamos encontrado con un puto mirón.



4


Mi primera reacción fue terminar aquello y decirle a mi mujer que se vistiera, pero estaba muy excitado y siempre había sido una de las fantasías que había compartido con Silvia, que alguien nos viera follar o manteniendo relaciones. Y ahora aquel mirón estaba en el sitio exacto, en el momento oportuno.

La sonrisa con la que me obsequió me descolocó un poco, pero la primera impresión que tuve de él solo me pareció un pobre pervertido. No era más que un viejo, vestido con una camisa de franela a cuadros. Tendría sobre 60 años y pinta de rural. Un cateto de pueblo.

Yo seguí masturbando a mi mujer, pero estuve unos segundos con la mente en otra parte, pensando en qué debía hacer. Al final le comenté a Silvia lo que estaba pasando.

―¡¡Joder, el tío ese ha vuelto, está detrás de nosotros!!

Silvia se giró a la derecha y miró hacia atrás, entonces vio al mirón a unos cuatro metros de nuestra posición.

―¡¡Mierda!!, ¡¡ahora sí que te mato!! ―protestó volviéndose hacia mí para taparse los pechos.
―¡No le hagas caso, solo es un viejo mirón!
―¿Tú estás tonto?, ¿y qué hacemos, seguimos como si nada?
―Desde allí casi no puede vernos. A mí no me importa si te digo la verdad, casi mejor, me da mucho morbo que esté ahí ese cerdo mirando…
―Dame las bragas, que voy a vestirme…
―Venga, Silvia, no me dejes así, lo estábamos pasando de puta madre, ¡¡no le hagas caso!! ―le pedí, agarrándola de la mano para ponerla sobre mi polla.
―¡Te corres rápido y nos vamos!

Comenzó de nuevo a pajearme, esta vez más deprisa, quería que me corriera y que todo terminara; sin embargo, a mí me daba mucho morbo que el viejo estuviera tan cerca de nosotros, pendiente de nuestros juegos. Pero no quería disfrutar yo solo, quería que Silvia también se lo pasara bien y estaba convencido de que allí, en la sala oscura de cine, con la camisa abierta, sin braguitas y con mi polla en la mano, ella también se encontraba muy cachonda.

Metí la mano bajo su falda, Silvia me lo intentó impedir, pero yo hice fuerza para llegar hasta su coño.

―Santi, ¡estate quieto, no quiero hacer nada con ese tío aquí!

Yo miré hacia atrás y él seguía en la misma posición, atento a nosotros. Por unos segundos cruzamos la mirada y me pareció que hasta me sonreía, que estuviera allí me estaba excitando sobremanera. Silvia nunca había tenido problema en enseñar su cuerpo, en la playa haciendo topless o llevando mallas ajustadas en el gimnasio. Le encantaba lucir sus tremendas curvas, por eso sabía que en el fondo aquella situación a ella también le gustaba.

En cuanto llegué a su coño, le introduje un dedo dentro y ella gimió, cerró los ojos y me siguió pajeando duro al mismo ritmo. Yo no iba a tardar mucho en correrme, por lo que le dije a mi mujer que aflojara un poco.

Aquello tenía que durar más.

Otra vez volví a acariciar sus tetas apartando la camisa a los lados, Silvia se cubrió con la mano que tenía libre, pero abrió un poco las piernas y facilitó que pudiera meter otro dedo en su coño.

―¡Estate quieto, deja la camisa!, no quiero que me vea ese…
―¡Y qué más te da!, has hecho topless en la playa, ¿ahora te va a dar vergüenza que un viejo te vea en sujetador?
―¡No es lo mismo, Santi!
―Pues claro que es lo mismo, además, ¿no te da un poco de morbo que ese viejo nos esté mirando?, a mí me está excitando mucho…, voy a correrme de un momento a otro.
―Pues venga, termina y vámonos…
―No tengas prisa, que para una vez que salimos…

Como no me dejaba sobar sus tetas, subí para acariciarle la mejilla y luego rodeé sus labios con el pulgar empezando a follármela más fuerte con los dedos que tenía en su coño. Esto hizo que abriera la boca, momento que aproveché para meterle el pulgar dentro.

Silvia me miró sorprendida y otra vez aceleró el ritmo al que me pajeaba, succionó profundamente mi pulgar y me miró a los ojos. Luego pasó la lengua haciendo círculos sobre mi dedo y se lo volvió a meter en la boca.

Era como si me la estuviera chupando.

―Joder, Silvia, mmmmm, ¡me estás poniendo a mil!

Me eché hacia atrás, apoyé la espalda en el asiento y apunté con la polla hacia arriba. Silvia tan solo me la sujetaba y había dejado de pajearme hacía un par de minutos, estaba demasiado concentrada en disfrutar con mis dedos en su coño y me miraba con cara de guarra mientras simulaba lamerme la polla.

Otra vez me giré hacia atrás, él no se había movido de su posición y volvimos a cruzar la mirada.

―¡Chúpamela, Silvia, chúpamela, por favor!, hace mucho que no me lo haces…
―No pienso hacer eso, y menos con ese tío ahí detrás…
―Vamos, cómeme la polla, por favor, cuando éramos jóvenes, me lo hacías siempre en el cine y ahora, ¿por qué no? Ya ni en casa, ni en ningún sitio…, ya no me la chupas…
―No te pongas pesado, Santi, anda, córrete ―me ordenó comenzando a pajearme otra vez.

Aquello estaba a punto de terminar, entonces el viejo mirón se levantó, yo me giré y lo seguí con la mirada, bajó las escaleras hasta que se quedó a nuestra altura. Dudó qué hacer. Luego se sentó en nuestra misma fila, apenas había cuatro asientos de separación entre él y mi mujer, que lo tenía sentado a su espalda.

―¡Ha bajado! ―le dije a ella.
―¡Venga, termina ya o nos vamos! ―me apremió Silvia incrementando el ritmo de su paja.

Alcé la vista por encima de mi mujer para fijarme en lo que estaba haciendo el viejo. Silvia se dio cuenta de que estaba pendiente de él.

―¡Deja de mirarlo y termina!

Mi mujer estaba recostada de lado, de espaldas al mirón. Yo seguía con la mano metida bajo su falda y volví a masturbarla con rapidez, follándomela con los dedos. No me quedaba nada para correrme y ya me daba todo igual. Estaba en ese instante cuando estás tan cachondo que haces cualquier cosa.

Silvia me sujetó el brazo para que no lo sacara de debajo de su falda y me dejó hacer; ella también se iba a correr. Nos quedamos mirando fijamente a los ojos, pajeándonos mutuamente, a punto de llegar al orgasmo. Acaricié sus tetas y luego me acerqué a ella para apartar su camisa, desnudarle un hombro y morderla unos segundos.

Sinceramente, estábamos tan concentrados en corrernos que ya no nos importaba que estuviera ese mirón allí, a tres metros de nosotros. Entonces, no me lo esperaba, pero el viejo se levantó otra vez y se acercó. Se escuchó perfectamente el ruido de la butaca al bajar, antes de que él se volviera a sentar.

Ahora solo había un espacio de separación entre Silvia y el viejo mirón.




5


El corazón se me puso a mil pulsaciones, podía verlo a tan solo un metro y medio de mí. Era muy morboso y excitante estar metiendo mano a mi mujer delante de aquel tío, que se inclinó hacia delante para mirar cómo Silvia me pajeaba.

―¡Está detrás de ti! ―le jadeé al oído.

Pensé que se iba a asustar o algo parecido, sin embargo, su respuesta estuvo a punto de hacerme explotar.

―Lo sé…, ufffffff, Santi, estoy…, joder…, aaaaaaaaaaaaaaah…, sigueeeee….

Lo siguiente que escuchamos fue la hebilla de su cinturón y luego el ruido de los botones desabrochándose de un solo tirón. No podía creérmelo. Me parecía hasta surrealista. Aquel pervertido iba a sacarse la polla.

¿De verdad iba a ser tan descarado de hacerse una paja delante de nosotros?

Ahora pude verlo bien, era un tío mayor, de unos 60 años, llevaba una camisa a cuadros, parecía un hombre de campo, tenía las manos fuertes, grandes y curtidas, con unos dedos anchos, complexión media, algo de barriga y un frondoso pelo canoso.

Sin pensárselo dos veces, se sacó la polla a la espalda de mi mujer y comenzó a meneársela. Joder, ¡¡el viejo mirón tenía una verga increíble!!, era exageradamente grande y ancha y, además, tenía pinta de estar muy dura. Era como si tuviera vida propia, le palpitaba y se le marcaban las putas venas por todo el tronco. Se la sujetó con sus rudas manos y se pegó un par de sacudidas mirándome a los ojos.

Me quedé turbado ante aquella escena, por unos segundos incluso me olvidé de que estaba pajeando a mi mujer y volví a mirar sus pechos, ahora parcialmente ocultos por su camisa.

―¡Se la ha sacado el muy cabrón! ―la informé.

Silvia no quiso mirar hacia atrás y comenzó a mover las caderas al ritmo al que mis dedos la follaban. Yo sabía perfectamente cuándo ella estaba a punto de llegar al orgasmo. Entonces el mirón se levantó y se sentó en la butaca que estaba al lado de mi mujer.

Todo fue demasiado deprisa y yo no supe reaccionar cuando vi las manos del viejo tocando el hombro desnudo de Silvia, que a punto de correrse se giró.

―¡No me toques, joder!, ¡¿pero qué haces?! ―protestó apartando la mano del mirón.

Luego cerró los ojos, dejando que yo la siguiera masturbando, y aceleró el ritmo de mi paja. La imagen de aquel viejo tocando a mi mujer fue demasiado para mí; normalmente le hubiera dicho algo por haber molestado a Silvia, pero a punto de correrme me pareció muy morboso.

Y el mirón no se quedó quieto, volvió a pasar las manos hacia delante, solo que esta vez las colocó sobre las tetazas de Silvia, que protestó cuando sintió que el viejo la estaba sobando con todo el descaro del mundo.

―¡Quita, joder, aparta! ―exclamó ella intentando zafarse de su abrazo.

Silvia se echó hacia atrás y me soltó la polla, la mano que yo tenía bajo su falda se salió y dejé de acariciar su coño. El viejo había arruinado el orgasmo de mi mujer y ahora forcejeaba levemente con él.

―¡Para, joder!, estate quieto. ¿Y tú no vas a decirle nada? ―me dijo Silvia sorprendida cuando vio como yo mismo me agarraba la polla.

A punto de correrme, empecé a pajearme observando al viejo mirón sobar las tetazas de mi mujer con sus gruesas y rudas manos. Le apretaba los pechos con dureza, clavando los dedos tan fuerte que parecía que se los iba a hacer explotar. Aunque Silvia forcejeaba con él, cerró los ojos y abrió la boca, en una mueca de placer instantánea que no pudo reprimir.

Y el que exploté fui yo, que me corrí sobre mí estómago viendo cómo aquel desconocido sobaba a mi mujer, que seguía tratando de librarse de él.

―¡Y encima te corres! ―protestó Silvia muy enfadada.

Ese momento de desconcierto de mi mujer ante lo que estaba pasando fue aprovechado por el viejo mirón, que se abalanzó sobre ella, besó su cuello y volvió a acariciar sus tetas, esta vez subiéndolas y bajándolas, comprobando lo pesadas que eran.

Una vez que me había corrido intenté reaccionar y ya no me gustó ver al viejo forcejeando con mi mujer. Había apartado un poco su camisa para besuquearla por el hombro y seguía amasando sus pechos. Silvia se movía intentando escapar de sus garras, pero aquel hombre estaba muy fuerte y mi mujer apenas se podía mover.

Estiré el brazo para ayudar a Silvia, agarré la mano del viejo y tiré para que la dejara en paz, pero él insistía. Iba a ponerme de pie para encararme definitivamente con el mirón, pero entonces Silvia me apartó la mano. Me quedé sorprendido y paralizado otra vez, era como si mi mujer no quisiera que interviniese.

Me quedé mirándola y ahora su cara era una mezcla de placer y miedo. No me lo podía creer, no era posible.

¡Estaba empezando a gustarle que aquel viejo la sobara delante de mí!

Volví a agarrar las manos del viejo, pero Silvia me apartó otra vez.

―¡Ahora te estás quieto!, ¿esto es lo que querías, no? ―me gritó enfadada.

Entonces nos quedamos mirando fijamente, de repente Silvia dejó de forcejear y el viejo mirón siguió magreando sus tetas con ganas. Apretándoselas duro. Haciendo que se bambolearan delante de mi cara.

―Je, je, je, en cuanto te vi fuera, sabía que necesitabas un hombre de verdad ―gruñó el viejo antes de poner su boca sobre el cuello de Silvia.



6


Fue cuando nos enteramos de que el mirón nos había estado siguiendo antes de entrar al cine y de que ya se había fijado en Silvia, que, por cierto, empezó a gemir ante las caricias que le estaba dando. Yo seguía mirando aquellas manos tan fuertes que no paraban de tocar las tetas de mi mujer, que abrió la boca buscando poder respirar y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el viejo siguiera babeando su cuello y el hombro.

En ese momento crucé la mirada con el viejo, que me sonrió con superioridad; me imaginé las pintas que debía tener con la polla flácida y la corrida encima de mi ropa. Seguro de sí mismo le cogió la mano a mi mujer y se la puso en la polla.

Me dio vergüenza hacerlo, pero aquello tenía que verlo bien, me incliné hacia delante y vi cómo Silvia se agarraba a aquella verga dura y palpitante. Las venas del tronco se le marcaban como si fuera a reventar y esa visión hizo que me volviera a empalmar.

Apenas aguanté unos segundos viendo esa escena, luego me dejé caer otra vez en el asiento, observando al viejo, que seguía jugando con los pechos de mi mujer.

―¡Menuda hembra, vaya tetazas tienes! ―alardeó con una voz socarrona.

Silvia llevaba un par de minutos en los que había dejado de forcejear, entonces el viejo tiró de su minifalda hacia arriba y se sorprendió al ver que no llevaba ropa interior. Agachó la vista para mirar su culo y no tardó en bajar una mano para comprobar el tacto y la dureza de las nalgas de mi mujer.

―¡Encima vienes sin braguitas!, ¡menuda golfa estás tú hecha!, ¿te gusta esto, verdad?

El viejo quiso asegurarse de que ella no iba a volver a intentar escaparse y con un brazo rodeó su estómago, justo por debajo de los pechos, luego bajó la otra mano hasta que llegó al pubis de Silvia.

―¡Mmmmmm, me encanta cuando lo lleváis tan depilado!

No tardó en empezar a acariciar el coño de mi mujer, que se agarró a su brazo, gimiendo más alto y se abrió un poco de piernas, lo que facilitó que el viejo pudiera alcanzar su objetivo.

El mirón hizo como una especie de gancho, metiendo los dedos corazón y anular en el coño de mi mujer, luego movió el brazo tirando hacia arriba y hacia abajo a toda velocidad, e increíblemente aquello empezó a chapotear.

Abrí los ojos como platos cuando Silvia se puso a gemir en alto, miré alrededor y una pareja se había girado para ver de dónde venían esos gemidos. El viejo también se dio cuenta y antes de que nos pudieran llamar la atención le tapó la boca a mi mujer.

―¡Cállate, rubia, no chilles, que nos van a echar!

Sin embargo, siguió masturbándola, la acariciaba por encima del coño y luego le metía un par de dedos; cuando se los sacaba le daba golpecitos con toda la mano, como si le diera azotes, y otra vez volvía a meter los dos dedos. No tuvo ni que incrementar la velocidad de sus caricias, en apenas un minuto la cadera de Silvia se tensó hacia delante y el cuerpo de mi mujer comenzó a temblar con unos movimientos espasmódicos que incluso me llegaron a asustar.

Jamás en mi vida la había visto correrse así.

En todo el proceso, el viejo no la dejó apenas respirar y le siguió tapando la boca hasta que Silvia pareció estar más relajada. Entonces se dejó caer un poco en el asiento, seguía de medio lado, mirando hacia mí y pude ver como la mano de mi mujer seguía aferrada a su polla. No solo eso.

¡Se la estaba meneando muy despacio!

Ni me acordaba de que Silvia tenía la mano en la polla del mirón, y ahora lo pajeaba lentamente, disfrutando de la sensación de tener aquel trozo caliente y palpitante entre sus dedos. Era mucho más grande que la mía y desde mi posición tenía pinta de estar dura como una piedra.

Yo quería que ya se terminara la aventura con ese desconocido, pero posiblemente Silvia iba a meneársela hasta hacer que se corriera. Era mi castigo por haber dejado que el mirón le metiera mano delante de mí y por haberme corrido mirando cómo lo hacía.

Sin embargo, el viejo tenía otras intenciones.

―¡Dale más rápido, mmmmmm, qué mano tienes! ―le pidió cogiendo por el brazo a mi mujer y haciendo que acelerara el ritmo al que lo pajeaba.

Silvia me miró, seguía de espaldas al mirón; ni tan siquiera le había visto la cara y aun así se había corrido, dejando que un desconocido jugara con su coño. Estaba tranquila, pero vi en sus ojos que seguía encendida, caliente, con ganas de más. Tenía la camisa abierta y una mano del viejo seguía manoseando sus pechos, la minifalda vaquera se le había subido y le enseñaba los glúteos sin ningún pudor y, además, cada vez lo pajeaba más rápido, cerrando la mano fuerte sobre aquella enorme polla, que parecía que iba a reventar.

Entonces el viejo mirón levantó el reposabrazos que lo separaba de mi mujer y se puso de medio lado detrás de ella. Pensé que querría estar más cómodo a punto de llegar al orgasmo, pero lo que hizo fue situar su verga entre las piernas de Silvia, que gimió cuando sintió aquel trozo caliente de carne rozar sus labios vaginales.

―¡No te muevas, rubia, te voy a follar! ―afirmó lo suficientemente alto para que yo pudiera escucharlo.




7


Silvia me miró de nuevo, estaba asustada, expectante, ansiosa, se mordió los labios esperando que yo detuviera aquella locura, cuando entonces vio que mi polla se había vuelto a poner dura. Y en ese momento comprendió que aquello me estaba gustando mucho, igual que a ella, y sin soltarle la polla le pegó varias sacudidas rápidas y echó el culo hacia atrás, intentando acoplarse a él. Silvia giró un poco el cuello, sin llegar a verle la cara, y le susurró:

―¡Métemela!

El viejo sonrió, luego con calma se bajó un poco los pantalones, se desabrochó lentamente la camisa y me enseñó su peluda barriga. Después se escupió en la mano, se agarró la polla y la guio hacia el coño de Silvia.

―¡Ahora vas a saber lo que es un polvo de verdad, zorra!

A pesar del insulto, mi mujer le siguió ofreciendo su generoso trasero, que el viejo no paraba de mirar y de sobar con ansia. Parecía que el haberle llamado zorra le hubiera excitado más. Entonces mi mujer gimió en alto al sentir su verga a punto de penetrarla.

―¡Con cuidado, despacio! ―le imploró Silvia poniendo una mano sobre el muslo del viejo.

Pensé que era imposible que el viejo pudiera meter aquella polla tan gorda con esa postura que tenían, pues los dos estaban medio recostados y era muy difícil hacerlo así. De repente Silvia cerró los ojos y con toda la facilidad del mundo la verga del viejo se fue abriendo paso lentamente en su interior. Silvia nunca había tenido una polla así de grande dentro de ella. A decir verdad, era la segunda que se la follaba, después de la mía.

―¡Aaaaaaah, despacio, despacio! ―volvió a gemir.

El viejo mirón le tapó la boca con la mano y soltó una embestida fuerte y seca, que hizo que en el culo de mi mujer sonara un PLOP muy característico. Luego la cogió por la cintura, pasó la otra mano hacia delante y manoseó sus tetazas cuando se la empezó a follar.

Lo hacía de manera muy peculiar, con embestidas secas, duras y espaciadas, aproximadamente unos dos segundos entre sí.

Silvia cerró los ojos y abrió la boca buscando aire, pues la mano del viejo ahogaba los gemidos, que hubieran provocado un pequeño escándalo en la sala del cine. El mirón seguía follándose a mi mujer a su ritmo, cada dos segundos una embestida, y ella sacaba el culo hacia atrás, buscando encontrarse con la polla del viejo, que se vio con la suficiente confianza para girar el cuello a mi mujer e intentar morrearse con ella, pero Silvia le apartó la cara y volvió a mirar hacia delante.

Entonces el mirón comenzó a acelerar, no mucho, pero lo suficiente para que Silvia se abandonara al placer que estaba recibiendo. Las acometidas del viejo se hicieron más frecuentes; primero cada segundo y medio; luego un segundo entre cada embestida. Silvia gritó, apenas podía respirar, y el viejo tiró con fuerza del sujetador hacia abajo hasta que se le salió un pecho, para luego pellizcarle el pezón que había asomado.

―¡¡Ahhhhhgggggg!!
―¡¡No grites, puta, que nos van a echar!!

Pero Silvia se estaba corriendo por segunda vez, moviendo el culo en círculos, acoplándose al ritmo al que se la estaba follando. Entonces el viejo comenzó a gruñir como un cerdo.

―Oooooooooh, ooooooooooh…

Silvia todavía jadeaba y giró el cuello para pedirle:

―No te corras dentro…

El viejo me miró sonriendo con su enorme polla dentro de mi mujer, y, con toda la tranquilidad del mundo, siguió acariciando sus tetazas hasta que detuvo sus golpes de cadera. Estaba a punto de llegar al orgasmo.

―Si no quieres que me corra, tendrás que chupármela…

Ahora el que sonrió fui yo, el viejo mirón la había cagado pero bien, mi mujer no iba a hacerle eso. Era el final de aquella aventura. Silvia hacía años que no me chupaba la polla, desde antes de que naciera nuestra primera hija, pues me decía que ya no le gustaba hacer esas cosas.

El viejo sacó la polla de dentro de su coño, se lo veía confiado, y se apoyó en el respaldo de su butaca, esperando que Silvia hiciera lo que le había pedido. Mi mujer se colocó el sujetador volviendo a meter sus tetazas dentro, pero no se molestó en colocarse la falda. Luego me miró con cara de culpabilidad y sin decir nada se giró. No podía creérmelo cuando sin dudar se agachó sobre el regazo del él y se metió su enorme polla en la boca.

¡Mi mujer se la estaba mamando a ese desconocido!

El viejo la sujetó por el pelo y bajó una mano para volver a comprobar el tamaño y peso de sus enormes tetas. Yo desde mi asiento contemplé el culo desnudo de mi mujer. Estaba tan excitado que ni me lo pensé cuando vi su coño abierto; me acerqué a ella e intenté metérsela, pero ella me apartó con la mano.

Tan solo me quedaba pajearme viendo cómo se la chupaba al mirón, que sonrió al verme masturbándome mientras Silvia luchaba por intentar meterse su pollón en la boca. Con la mano sujetando su pelo la guiaba a la velocidad que le gustaba y mi mujer, sumisa, le estaba brindando una mamada lenta, disfrutando de su polla.

Una felación como no me había hecho a mí en la vida.

Los besos y los muerdos por su polla retumbaban por toda la sala de cine, luego le pasaba la lengua de arriba abajo, saboreando aquel tronco tan duro y lleno de venas, y cuando llegaba al capullo hacía círculos sobre él y se la volvía a meter en la boca. Entonces me sorprendió cuando vi la mano de Silvia aparecer entre sus labios vaginales.

¡Se estaba masturbando a la vez que se la chupaba!

El viejo mirón gruñó otra vez como antes, era la señal inequívoca de que se iba a correr.

―Ohhhhhhhhggggg, ¡joder, la chupas increíble, rubia!

Le sujetó fuerte el pelo y se aseguró de que yo lo viera bien. Con sus enormes manazas se cogió la polla y comenzó a meneársela delante de su cara mientras Silvia sacaba la lengua y rozaba su capullo.

―¡¡Me corro, tomaaaa, chupaaaa, aaaaaaah!! ―gruñó el viejo mirón metiendo su polla en la boca de mi mujer a la vez que la agarraba por el pelo.

El primer disparo de su corrida fue directo a la garganta de Silvia. Yo también comencé a eyacular, casi a la vez que él. Entonces el viejo sacó la polla de la boca de mi mujer y siguió descargando por la boca y la cara de Silvia, que ansiosa sacaba la lengua para recibir el caliente y espeso semen del mirón.

El cabrón no paraba de correrse, sujetaba con fuerza el pelo de mi mujer y le iba restregando la polla por sus dos mejillas, la nariz, la boca, incluso le soltó un pequeño azote con su verga en la cara cuando terminó.

―¡¡Uffffffffff, qué gustazo!!, ¡has estado increíble!

Todavía, antes de incorporarse, Silvia seguía masturbándose ella misma y le lamió un poco más la polla, limpiando el semen que había quedado en ella, y así continuó hasta que llegó al orgasmo por tercera vez, moviendo su tremendo culo delante de mi cara.

―¡¡¡Ahhhgggg, me corro, me corro!!!

Sin duda alguna mi mujer estaba disfrutando como nunca de una verga de semejante tamaño. Mientras se recuperaba del orgasmo, se la siguió chupando, aunque la polla del viejo había caído en tamaño y dureza. Antes de incorporarse le pegó un sonoro beso en el capullo. Luego se levantó y se giró.

Me miró con cara de puta. Tenía la camisa abierta, la falda levantada, el pecho le latía con fuerza y su cara estaba llena de semen. Abrió la boca y un pequeño hilo de lefa le cayó entre las dos tetazas. No supe ni qué decir. Acabábamos de cumplir una de nuestras fantasías más ocultas.

El viejo mirón se fue subiendo los pantalones y se los abrochó, antes de decirnos:

―Suelo estar por aquí los sábados, por si queréis repetir otro día…

Luego se agachó para besar el hombro desnudo de mi mujer.

―Me ha encantado follarte, rubia…

Y como vino se fue, y nos dejó allí plantados. Todavía quedaban diez minutos de película, que aprovechamos para limpiarnos un poco y salir rápido, pues no queríamos que las otras personas que estaban en el cine se fijaran en nosotros. Las otras tres parejas seguro que habían escuchado los gemidos de mi mujer y nos fuimos antes de que se encendieran las luces.




8


Unos meses más tarde fuimos a pasar el día al centro comercial con nuestras hijas. Casi por la noche, después de cenar en el Burger, y, cuando ya nos íbamos para casa, pasamos por delante del cine. Y entonces lo vi. No había duda de que era él, estaba por la zona de las taquillas, fijándose en las parejas que sacaban la entrada, seguramente buscando unas nuevas víctimas con las que jugar. El viejo mirón salió justo hacia fuera en el momento en el que pasábamos. Se quedó mirando cómo le botaban las tetas a mi mujer a cada paso que daba y su culazo apretado en unos pantalones vaqueros muy ajustados. Luego me miró a mí y sonrió. Estaba claro que nos había reconocido y se acordaba de nosotros.

Silvia ni se dio cuenta de que ese era el tío que se la había follado meses atrás en la oscuridad del cine. Yo creo que ni le llegó a ver la cara aquel día.

Seguimos andando y el viejo nos persiguió unos minutos, me giré y tenía la mirada fija en los glúteos de mi mujer; estaría recordando cómo sus huevos rebotaban contra el culo de Silvia mientras se la metía desde atrás. Me puso nervioso que nos siguiera durante unos metros, ya que íbamos con las peques, pero a la vez me dio un poco de morbo.

Cuando bajamos por la escalera en dirección al parking, el mirón ya se quedó arriba y yo lo miré por última vez antes de que él me saludara con la mano.

Quién sabía si alguna vez volveríamos a encontrarnos con él…
Un relato realmente excitante. Enhorabuena.
 
Me encantan las tardes lluviosas. Siempre son un buen momento para compartir un café con un amigo o quedarte en casa leyendo un libro mientras las gotas golpean en la ventana. Aquel día caía agua a mares, y desde la enorme cristalera observábamos la tromba que paralizaba la ciudad.

Dos chicas pasaron corriendo por delante y no les quedó más remedio que entrar en la cafetería en la que mi mejor amigo, Martín, y yo, terminábamos nuestra tercera cerveza. Las dos jóvenes cerraron los paraguas, se quitaron la cazadora y pidieron un par de cafés.

Se quedaron en la barra, sentadas en un taburete alto, y mi colega, un ligón empedernido, afirmó con la cabeza.

―¿No te suenan esas? ―me preguntó.
―Pues no.
―¡No me fastidies, Santi!, suelen estar en la biblioteca de derecho...
―¡Ah sí!, ahora que lo dices, no las había reconocido.
―Deben estar en primero, porque el año pasado no las había visto, la morena está muy buena, buenísima, pero se lo tiene muy creído..., y es un poco pija.
―Esa está fuera de mi alcance, está demasiado..., pero quizás tú...
―Me he follado a tías más guapas que esa.
―Ya lo sé.
―Aunque a mí la que me gusta es la otra...
―¿La rubia?
―Sí, ¡no me digas que no está potente!
―Sí, quizás un poco rellenita...
―¿Rellenita?, ¡tú estás tonto!, estas gordibuenas son las mejores, y mira qué carita de ángel tiene, con esos ojos azules, ¡joder, me pone muchísimo!, mataría por follarme ese culo...

La rubia se giró casualmente como si nos hubiera escuchado, aunque no fuera posible y acto seguido volvió a la conversación con su amiga. Es verdad que la había visto varias veces por la biblioteca de la facultad de derecho, en la que pasábamos muchas horas estudiando, pero no me había llamado la atención como a mi amigo.

Era atractiva, con unos ojos muy bonitos y un voluminoso trasero que amenazaba con reventar las costuras de su pantalón vaquero. Estaba de espaldas a mí, pero por el lateral se le intuían unos pechos muy generosos, percepción que se encargó de confirmar mi amigo.

―Y esas tetas, ¡ufff, son enormes! Y ya te digo yo que tienen que estar duras como piedras y firmes..., suele llevar unos escotes tremendos, ¡madre mía, Santi!, esa te hace un hombre en una noche...
―Ja, ja, ja, ¡qué cabrón eres!, si es que te gustan todas...
―Unas más que otras... pero sí, me follaría a las dos. Sin ninguna duda.
―Pues si tanto te gustan vete a hablar con ellas.
―Iba a hacerlo, pero..., pufff, estoy pelado para lo que tenía en mente, ¿me prestas diez euros para invitarles a algo?
―¿En serio vas a entrarlas aquí?, te lo decía de coña...
―¿Por qué no?, es tan buen sitio como otro cualquiera.
―No sé, no parece que quieran compañía, están muy entretenidas en la conversación.
―Pero tienes que venir conmigo para hacerme la cobertura.
―¿Yooo?, ni de coña.
―Venga, tío, no seas cabrón, ¿no me vas a acompañar?
―Pues no.
―Vale, vale, lo tendré en cuenta..., así no vas a ligar en la vida, Santi, tienes que espabilar.
―Ya, ya, oye, ¿y a cuál de las dos vas a entrar?
―Me pone mucho más la rubia, pero me da igual, si cae cualquiera de las dos no le voy a hacer ascos, ja, ja, ja...
―¡Qué cabrón!

Y Martín se levantó decidido. Lo conocía desde hacía dos años, cuando comenzamos empresariales y nos habíamos hecho muy amigos. Él vivía en un piso de estudiantes y prácticamente todos los fines de semana organizaba una fiesta.

Sabía que las posibilidades de ligar con alguna de esas dos chicas eran pequeñas, pero yo le había visto ya en muchas ocasiones en situaciones parecidas y más de una vez había terminado consiguiendo su objetivo. Y es que Martín era todo un guaperas, moreno, alto, muy delgado, desgarbado, peinado de manera impecable con el pelo rizado y sobre todo, tenía mucha labia.

En dos años de carrera se debía haber follado ya a más de veinte chicas, y ahora había fijado su objetivo en aquellas dos pijas de derecho. Con la camisa de cuadros por fuera se puso al lado de ellas, como si fuera a pedir algo en la barra, y en cuanto las chicas repararon en él Martín les dijo algo que yo no pude escuchar desde mi posición.

La rubia estaba de espaldas en el medio de los tres, y se giró para ver con quién estaba hablando su amiga la pija. Igual que digo que Martín es un puto ligón también afirmo que no sabe captar muy bien las indirectas cuando las pretendientas pasan de su culo.

Y es que solo había que ver la cara que puso la rubia y cómo se volvió igual de rápido, dándole la espalda, sin hacer el más mínimo caso a mi amigo. La otra le mantuvo la conversación más por educación que por otra cosa, pero también se notaba que quería deshacerse de Martín y tres o cuatro minutos más tarde, viendo que él seguía insistiendo, la voluptuosa rubia se giró de nuevo y le echó una mirada que casi le fulmina.

Ni tan siquiera tuvo que abrir la boca y esta vez sí, Martín se dio por aludido.

Con la cabeza entre las piernas regresó y me devolvió el billete de diez euros. Las dos chicas sonrieron, le siguieron con la vista hasta que se sentó conmigo, y luego volvieron a retomar la conversación tan interesante que se traían entre manos.

―No ha habido suerte, la morena parecía algo más interesada, pero la rubia tetuda es una estrecha de cojones... no me han querido ni decir cómo se llaman..., ¡vaya dos imbéciles! ―dijo Martín.
―No todos los días son fiesta.
―Me ha jodido mucho porque la rubia me pone de verdad, hacía tiempo que no me encontraba a una tía así, como me gustan a mí, de las de cara fina y culo gordo, ¡uffff, esas son las mejores!
―Ja, ja, ja... ¿te quieres tomar otra birra?
―No, paso, que mañana a primera hora quiero levantarme a entrenar.., venga, vámonos, que parece que ya no llueve..., aunque antes voy a echar un meo...
―Vale, te espero fuera.

Al salir pasé delante de las dos chicas y todavía sin poner un pie en la calle me volví y me acerqué a ellas.

―Perdonad...
―Venga, y ahora el otro... ―cuchicheó la rubia en bajito, pero no lo suficiente para que no lo escuchara.

Me quedé unos segundos en silencio, cortado, yo solo iba a pedirles perdón por lo pesado que se había puesto mi amigo con ellas, pero con aquella impertinencia se me quitaron las ganas, aun así lo hice, aunque no se lo merecieran.

―Nada, solo quería pediros disculpas por lo de antes..., ya sé que Martín a veces se pone muy plasta..., ¿me dejaríais invitaros a un café?
―Ya tenemos uno... ―contestó la morena levantando su taza.
―Claro, perdón..., no quería molestar ―y me volví hacia la salida.

Ni tan siquiera me despedí. Me dio tanta vergüenza el corte que me pegaron que ya no me atreví ni a decir adiós.

A partir de ese día me fijé mucho más en la rubia cuando me la encontraba en la biblioteca, tenía razón mi amigo en que estaba muy buena. En la época de exámenes finales hacía demasiado calor en la facultad y la voluptuosa chiquilla de ojos azules lucía unos escotes exagerados.

¡A sus 18 años tenía unas tetas impresionantes!

Al que le tocaba sentarse en frente de ella le tenía que resultar imposible concentrarse en los apuntes con semejantes tetazas. Y curiosamente, la rubia comenzó a saludarme cuando nos cruzábamos por los pasillos durante los descansos de estudio. Se debía acordar de mí, aunque me extrañaba, porque aquel día lluvioso ni tan siquiera me miró a la cara.

Y una tarde me la encontré por casualidad en la cafetería de la facultad, estaba sola en la barra y al verme entrar sonrió. Me chocó bastante y yo también le puse una media sonrisa, pero no me atreví a acercarme. Cuando le fui a pedir al camarero me sirvió un café con leche y me quedé sorprendido, pues yo no le había dicho nada.

―Te ha invitado esa chica tan guapa ―me dijo.

Con la taza tintineando encima del platito me acerqué hasta la rubia.

―Muchas gracias, aunque no hacía falta.
―Tú también nos invitaste a uno.
―Fue hace bastante, me sorprende que lo recuerdes... y además, no lo aceptasteis...
―Sí, estuvimos un poco bordes, bueno... bastante, lo siento... ―se disculpó ella.
―Vale, muchas gracias por el café ―me despedí deprisa para no molestar con la taza en la mano y ocupando una mesita mientras sacaba el libro de bolsillo de Los pilares de la tierra.

Al parecer yo tampoco era tan bueno como me creía captando indirectas y ella se acercó hasta la mesa.

―¿Te importa si me siento contigo? ―me preguntó.
―No, claro que no.
―Te va a encantar el libro, es uno de mis favoritos...
―Me está gustando mucho lo que llevo leído... ―y lo cerré para entablar conversación con aquella rubia.
―Por cierto, me llamo Silvia...
―Yo Santiago, encantado... ―y me inc
liné sobre ella para darle dos besos.
 
1


Salimos del cine con las niñas, no era muy tarde, sobre las ocho y media, acabábamos de ver la última peli de los Minions y en lo que íbamos debatiendo sobre dónde cenar nos topamos de frente con aquel tipo.

Había pasado casi un año y aunque yo le había visto en otras ocasiones, casi siempre merodeando por la zona de la entrada de los cines, esta vez Silvia se fijó en él, notando el repaso visual que le pegaba y cómo la traspasaba con la mirada. Mi mujer se puso más tensa de lo normal, cogió a las niñas de la mano y salió de allí como alma que lleva el diablo.

Fue la primera vez que ella vio al mirón que se la había follado delante de mí.

Como decía, había pasado mucho tiempo, aquello fue un incidente que nos dejó muy marcados interiormente, aunque preferimos pasar página como si no hubiera sucedido nada y jamás habíamos hablado de ello.

Pero yo no había día en que no me acordara de la polla de aquel señor en la boca de mi mujer, ¡menuda mamada le había hecho Silvia! Y lo que era peor, terminó metiéndosela delante de mis narices y yo no es que no protestara, es que además, me hice una paja. También es verdad que en las siguientes semanas en casa, follamos casi a diario, llevando un ritmo que ni en nuestros mejores años de universidad, y es que Silvia parecía estar excitada continuamente, aunque no me dijera nada.

Ese sábado, en cuanto acostamos a las niñas le pedí a Silvia que se pusiera guapa, me apetecía acostarme con ella y unos minutos más tarde apareció en el salón con un conjuntito negro, tipo corsé, con unas medias hasta medio muslo y un liguero que se enganchaba con unas tiras finas con las medias.

El body negro parecía a punto de reventar en el cuerpo de Silvia, que había vuelto a coger los siete kilos que perdió, pues primero una lesión en la espalda y luego la carga de trabajo en el bufete de abogados, habían hecho que mi mujer dejara de ir al gimnasio. Pero a mí me daba igual, es más, casi lo prefería, me encantaba ver sus curvas y cuando se ponía así lo primero que le crecía eran las tetas.

Ahora sus tetazas eran todavía más grandes y pesadas y se le salían una parte por los laterales del body.

―Joder, casi no me vale ya esto... ―protestó Silvia tumbándose a mi lado.
―Anda, no digas tonterías, te vale perfectamente, ¡estás imponente!
―¿En serio que me sienta bien?
―Joder, te queda impresionante...
―Mmmm, sí, ya veo que dices la verdad, esta nunca miente ―susurró Silvia sacándome la polla del pantalón y pegándome un par de sacudidas.

Entonces se me ocurrió tocar el tema prohibido. Quizás no debería haberlo hecho, pues fue como abrir la caja de Pandora.

―¿Esta tarde lo has visto, verdad? ―pregunté a Silvia.
―¿A quién? ―contestó haciéndose la tonta, pero sabiendo de sobra a lo que me refería.
―En el cine, al tío ese..., se te ha quedado mirando...
―No me he dado cuenta...
―Sí que te has dado cuenta, Silvia, se te ha cambiado la cara y has salido a toda leche de allí...
―No sé a quién...
―Has visto al viejo en el cine, ya sabes... el que te...
―Está bien, Santi, vale, sí, lo he visto..., y me he puesto un poco nerviosa, no me ha hecho mucha gracia encontrarme con ese cerdo delante de las niñas..., además, creo que nos ha reconocido.
―Yo creo que también, por cierto, después de casi un año..., nunca hemos hablado de lo que sucedió...
―Mejor, ya ha pasado mucho tiempo, no quiero remover ese tema...
―Quería disculparme por lo que hice, me comporté como un cretino dejándote en manos de ese cabrón...
―Pues sí, pero ahora ya es tarde...

Silvia me soltó la polla y se quedó parada, quizás lo último que se esperara es que termináramos hablando de la noche en la que el viejo se la folló en medio del cine. Sin embargo, yo la seguía teniendo muy dura.

Hacía mucho que no estaba tan empalmado.

―¿Qué te pasa? ―pregunté yo.
―Nada, es que no me apetece recordar aquello..., aunque a ti ya veo que sí...
―Lo siento, no estoy así por eso... bueno, puede que un poco sí, pero estoy excitado porque estás increíble con ese conjuntito..., ¡ni te imaginas el morbo que me das!
―¿Qué pasa? ¿Te pone recordar que ese viejo casi me obligó a la fuerza mientras tú te hacías una paja como un salido?
―Bueno... ehhh... tanto como a la fuerza, yo creo que lo disfrutaste, los dos..., yo también, eh...
―No sabía que te gustaran esas cosas...
―¿Qué cosas?
―Pues eso, ya sabes, verme con otro... eso solo lo hacen los degenerados...
―¿Los degenerados?, lo siento de verdad, yo tampoco sabía que me gustara..., no sé si fue por el momento, te recuerdo que estábamos muy cachondos cuando apareció, quizá fue eso..., ¡tuvo que ser eso!
―O quizás es que te gusta mirar cómo otros me follan...
―¡Joder, Silvia!, no digas eso...
―¿Por qué? ¿Se te pone más dura? ―dijo agarrándome la polla otra vez y pegándole cinco o seis sacudidas para volverla a soltar.
―Mmmmmm, uf, cómo me estás poniendo...
―¿Ves cómo te gusta?
―¿Y a ti, qué? ¿Te excita que te vea con otros?
―A mí, no. Eso no me va nada..., yo quiero que mi marido sea un tío de verdad, un hombre que me proteja, y no que cuando otro me mete mano en sus narices se saque la polla y se haga una paja..., fue patético...
―Lo siento, Silvia, me he disculpado muchas veces, y ya no puedo arreglarlo... bueno, quizás, podría haber una manera...
―¿Una manera de qué...?
―Pues de ser todas esas cosas que me acabas de decir, de protegerte, de ser un hombre de verdad... había pensado que podíamos volver y..., darle un escarmiento a ese tío..., me da asco cómo te mira, cómo le mira a todas las mujeres cuando pasan a su lado, ¡es un cerdo!
―¿Darle un escarmiento?, ¿tú te estás escuchando?, quedaste como un panoli, como un cornudo, ¿qué puedes hacer ahora?
―Volver al cine y demostrarle que eres mía, que vea quién te folla, y si quiere que se haga una paja mirándonos...
―Anda, deja de decir tonterías... no vamos a volver al cine a follar delante de ese..., y que encima se haga una paja para darle el gusto... mira cómo terminamos la otra vez...
―Pero ahora sería distinto... ya estaríamos preparados... sabríamos que está ahí esperando a que bajemos la guardia...
―¿Y sí se acerca y me vuelve a tocar? ¿Se lo vas a impedir? ―me preguntó Silvia muy seria volviéndome a agarrar la polla.
―Sí, desde luego que si te tocara sin tu permiso no se lo iba a decir por las buenas, quizás tendría que echarle la mano al pescuezo.
―Mmmm, ¡qué maridito más duro tengo!

Bajé los dos tirantes de su body, deslizándolos por un costado y de un tirón aparecieron sus inmensas tetas que acaricié con devoción. Era increíble, pero Silvia se había puesto cachonda fantaseando con el viejo mirón.

―Entonces, ¿te gustaría volver al cine? ―insistí de nuevo.
―Nooo..., no te preocupes por lo que pasó, a ver si ahora por querer arreglarlo vas a terminar peleándote en medio del cine, además, te recuerdo que el viejo estaba bastante fuerte...
―¿Y crees que no podría con ese anciano?, ja, ja, ja, por favor, Silvia...
―Tenías las manos grandes, ásperas, y... mmmm, prefiero no hablar de él...
―¿Por qué? ¿Te pone cachonda?
―No, el único que se pone cachondo eres tú, pero si quieres que me folle a otros tíos dímelo, cuando vuelva al gimnasio seguro que hay unos cuantos jovencitos a los que no les importaría...
―Joder, Silvia...
―¿Ves cómo te excitas? ―dijo acelerando el ritmo de su paja―. Lo mismo te gustaría saber que llevo unos meses follando con mi jefe...
―Mmmmm, ¿ah, sí?, no me lo creo, pero seguro que el muy cabrón te mira esas tetas que tienes...
―Pues claro que me las mira, cornudo cabrón... entonces, ¿quieres que me tire a algún jovencito del gym?
―Noooo, solo te voy a follar yo ―aseguré poniéndome encima de ella y restregándome contra su coño.
―¿Me la vas a meter?
―Por supuesto ―dije apartando la tela de su body y clavándosela de un solo empujón.
―Ahhhggg, ¡qué bueno!, venga, fóllame...
―¿Te gusta mi polla, eh?
―Me encanta...
―Nunca te ha follado una polla así, dímelo...
―Nunca me ha follado una polla como la tuya, nunca me ha follado un hombre como tú...
―Te vas a enterar, zorra...

La embestí con golpes secos, haciendo bambolear sus pechos a cada acometida. Silvia se reprimía los gemidos todo lo que podía, para no despertar a las niñas y me puso las dos manos en el culo guiando el ritmo que a ella le gustaba.

―Vamos, sigueee, sigueeee...
―Quiero enseñarle a ese cerdo cómo hay que follarte para hacer que te corras...
―Cállate ya y sigueeee, vamosssss...
―¿Así te gusta?
―Sí, síííí, sigueeee... ―me pidió agarrando con fuerza mis glúteos para empujarlos contra su cuerpo.
―Lo tengo a punto, aaaah...
―No te pares, sigueeee, aaaah, sigueeeee...
―Diossss, Silvia, me corro, aaaah, aaaaah, aaaah, me corrooooo, ¡¡¡aaaah!!!
―¡¡Ay qué rico!!, muy biennn, mmmmmm, un poco mááááás, échamelo todo dentro..., muy bien, cariño...

Me quedé varios segundos más moviéndome lentamente sobre mi mujer, que acababa de gozar como una loca del polvazo que le había echado. Con la respiración agitada me pidió que me quitara de encima y se volvió a meter las tetas dentro del body.

―Venga, anda, vamos a la cama ―dijo Silvia.

Yo me levanté del sofá completamente desnudo y me pegué a su espalda, abrazándola satisfecho.

―Ha estado bien, ¿eh?, ufff, ¡vaya polvazo! ―afirmé orgulloso.
―Sí, sí, ha sido una pasada...
 
1


Salimos del cine con las niñas, no era muy tarde, sobre las ocho y media, acabábamos de ver la última peli de los Minions y en lo que íbamos debatiendo sobre dónde cenar nos topamos de frente con aquel tipo.

Había pasado casi un año y aunque yo le había visto en otras ocasiones, casi siempre merodeando por la zona de la entrada de los cines, esta vez Silvia se fijó en él, notando el repaso visual que le pegaba y cómo la traspasaba con la mirada. Mi mujer se puso más tensa de lo normal, cogió a las niñas de la mano y salió de allí como alma que lleva el diablo.

Fue la primera vez que ella vio al mirón que se la había follado delante de mí.

Como decía, había pasado mucho tiempo, aquello fue un incidente que nos dejó muy marcados interiormente, aunque preferimos pasar página como si no hubiera sucedido nada y jamás habíamos hablado de ello.

Pero yo no había día en que no me acordara de la polla de aquel señor en la boca de mi mujer, ¡menuda mamada le había hecho Silvia! Y lo que era peor, terminó metiéndosela delante de mis narices y yo no es que no protestara, es que además, me hice una paja. También es verdad que en las siguientes semanas en casa, follamos casi a diario, llevando un ritmo que ni en nuestros mejores años de universidad, y es que Silvia parecía estar excitada continuamente, aunque no me dijera nada.

Ese sábado, en cuanto acostamos a las niñas le pedí a Silvia que se pusiera guapa, me apetecía acostarme con ella y unos minutos más tarde apareció en el salón con un conjuntito negro, tipo corsé, con unas medias hasta medio muslo y un liguero que se enganchaba con unas tiras finas con las medias.

El body negro parecía a punto de reventar en el cuerpo de Silvia, que había vuelto a coger los siete kilos que perdió, pues primero una lesión en la espalda y luego la carga de trabajo en el bufete de abogados, habían hecho que mi mujer dejara de ir al gimnasio. Pero a mí me daba igual, es más, casi lo prefería, me encantaba ver sus curvas y cuando se ponía así lo primero que le crecía eran las tetas.

Ahora sus tetazas eran todavía más grandes y pesadas y se le salían una parte por los laterales del body.

―Joder, casi no me vale ya esto... ―protestó Silvia tumbándose a mi lado.
―Anda, no digas tonterías, te vale perfectamente, ¡estás imponente!
―¿En serio que me sienta bien?
―Joder, te queda impresionante...
―Mmmm, sí, ya veo que dices la verdad, esta nunca miente ―susurró Silvia sacándome la polla del pantalón y pegándome un par de sacudidas.

Entonces se me ocurrió tocar el tema prohibido. Quizás no debería haberlo hecho, pues fue como abrir la caja de Pandora.

―¿Esta tarde lo has visto, verdad? ―pregunté a Silvia.
―¿A quién? ―contestó haciéndose la tonta, pero sabiendo de sobra a lo que me refería.
―En el cine, al tío ese..., se te ha quedado mirando...
―No me he dado cuenta...
―Sí que te has dado cuenta, Silvia, se te ha cambiado la cara y has salido a toda leche de allí...
―No sé a quién...
―Has visto al viejo en el cine, ya sabes... el que te...
―Está bien, Santi, vale, sí, lo he visto..., y me he puesto un poco nerviosa, no me ha hecho mucha gracia encontrarme con ese cerdo delante de las niñas..., además, creo que nos ha reconocido.
―Yo creo que también, por cierto, después de casi un año..., nunca hemos hablado de lo que sucedió...
―Mejor, ya ha pasado mucho tiempo, no quiero remover ese tema...
―Quería disculparme por lo que hice, me comporté como un cretino dejándote en manos de ese cabrón...
―Pues sí, pero ahora ya es tarde...

Silvia me soltó la polla y se quedó parada, quizás lo último que se esperara es que termináramos hablando de la noche en la que el viejo se la folló en medio del cine. Sin embargo, yo la seguía teniendo muy dura.

Hacía mucho que no estaba tan empalmado.

―¿Qué te pasa? ―pregunté yo.
―Nada, es que no me apetece recordar aquello..., aunque a ti ya veo que sí...
―Lo siento, no estoy así por eso... bueno, puede que un poco sí, pero estoy excitado porque estás increíble con ese conjuntito..., ¡ni te imaginas el morbo que me das!
―¿Qué pasa? ¿Te pone recordar que ese viejo casi me obligó a la fuerza mientras tú te hacías una paja como un salido?
―Bueno... ehhh... tanto como a la fuerza, yo creo que lo disfrutaste, los dos..., yo también, eh...
―No sabía que te gustaran esas cosas...
―¿Qué cosas?
―Pues eso, ya sabes, verme con otro... eso solo lo hacen los degenerados...
―¿Los degenerados?, lo siento de verdad, yo tampoco sabía que me gustara..., no sé si fue por el momento, te recuerdo que estábamos muy cachondos cuando apareció, quizá fue eso..., ¡tuvo que ser eso!
―O quizás es que te gusta mirar cómo otros me follan...
―¡Joder, Silvia!, no digas eso...
―¿Por qué? ¿Se te pone más dura? ―dijo agarrándome la polla otra vez y pegándole cinco o seis sacudidas para volverla a soltar.
―Mmmmmm, uf, cómo me estás poniendo...
―¿Ves cómo te gusta?
―¿Y a ti, qué? ¿Te excita que te vea con otros?
―A mí, no. Eso no me va nada..., yo quiero que mi marido sea un tío de verdad, un hombre que me proteja, y no que cuando otro me mete mano en sus narices se saque la polla y se haga una paja..., fue patético...
―Lo siento, Silvia, me he disculpado muchas veces, y ya no puedo arreglarlo... bueno, quizás, podría haber una manera...
―¿Una manera de qué...?
―Pues de ser todas esas cosas que me acabas de decir, de protegerte, de ser un hombre de verdad... había pensado que podíamos volver y..., darle un escarmiento a ese tío..., me da asco cómo te mira, cómo le mira a todas las mujeres cuando pasan a su lado, ¡es un cerdo!
―¿Darle un escarmiento?, ¿tú te estás escuchando?, quedaste como un panoli, como un cornudo, ¿qué puedes hacer ahora?
―Volver al cine y demostrarle que eres mía, que vea quién te folla, y si quiere que se haga una paja mirándonos...
―Anda, deja de decir tonterías... no vamos a volver al cine a follar delante de ese..., y que encima se haga una paja para darle el gusto... mira cómo terminamos la otra vez...
―Pero ahora sería distinto... ya estaríamos preparados... sabríamos que está ahí esperando a que bajemos la guardia...
―¿Y sí se acerca y me vuelve a tocar? ¿Se lo vas a impedir? ―me preguntó Silvia muy seria volviéndome a agarrar la polla.
―Sí, desde luego que si te tocara sin tu permiso no se lo iba a decir por las buenas, quizás tendría que echarle la mano al pescuezo.
―Mmmm, ¡qué maridito más duro tengo!

Bajé los dos tirantes de su body, deslizándolos por un costado y de un tirón aparecieron sus inmensas tetas que acaricié con devoción. Era increíble, pero Silvia se había puesto cachonda fantaseando con el viejo mirón.

―Entonces, ¿te gustaría volver al cine? ―insistí de nuevo.
―Nooo..., no te preocupes por lo que pasó, a ver si ahora por querer arreglarlo vas a terminar peleándote en medio del cine, además, te recuerdo que el viejo estaba bastante fuerte...
―¿Y crees que no podría con ese anciano?, ja, ja, ja, por favor, Silvia...
―Tenías las manos grandes, ásperas, y... mmmm, prefiero no hablar de él...
―¿Por qué? ¿Te pone cachonda?
―No, el único que se pone cachondo eres tú, pero si quieres que me folle a otros tíos dímelo, cuando vuelva al gimnasio seguro que hay unos cuantos jovencitos a los que no les importaría...
―Joder, Silvia...
―¿Ves cómo te excitas? ―dijo acelerando el ritmo de su paja―. Lo mismo te gustaría saber que llevo unos meses follando con mi jefe...
―Mmmmm, ¿ah, sí?, no me lo creo, pero seguro que el muy cabrón te mira esas tetas que tienes...
―Pues claro que me las mira, cornudo cabrón... entonces, ¿quieres que me tire a algún jovencito del gym?
―Noooo, solo te voy a follar yo ―aseguré poniéndome encima de ella y restregándome contra su coño.
―¿Me la vas a meter?
―Por supuesto ―dije apartando la tela de su body y clavándosela de un solo empujón.
―Ahhhggg, ¡qué bueno!, venga, fóllame...
―¿Te gusta mi polla, eh?
―Me encanta...
―Nunca te ha follado una polla así, dímelo...
―Nunca me ha follado una polla como la tuya, nunca me ha follado un hombre como tú...
―Te vas a enterar, zorra...

La embestí con golpes secos, haciendo bambolear sus pechos a cada acometida. Silvia se reprimía los gemidos todo lo que podía, para no despertar a las niñas y me puso las dos manos en el culo guiando el ritmo que a ella le gustaba.

―Vamos, sigueee, sigueeee...
―Quiero enseñarle a ese cerdo cómo hay que follarte para hacer que te corras...
―Cállate ya y sigueeee, vamosssss...
―¿Así te gusta?
―Sí, síííí, sigueeee... ―me pidió agarrando con fuerza mis glúteos para empujarlos contra su cuerpo.
―Lo tengo a punto, aaaah...
―No te pares, sigueeee, aaaah, sigueeeee...
―Diossss, Silvia, me corro, aaaah, aaaaah, aaaah, me corrooooo, ¡¡¡aaaah!!!
―¡¡Ay qué rico!!, muy biennn, mmmmmm, un poco mááááás, échamelo todo dentro..., muy bien, cariño...

Me quedé varios segundos más moviéndome lentamente sobre mi mujer, que acababa de gozar como una loca del polvazo que le había echado. Con la respiración agitada me pidió que me quitara de encima y se volvió a meter las tetas dentro del body.

―Venga, anda, vamos a la cama ―dijo Silvia.

Yo me levanté del sofá completamente desnudo y me pegué a su espalda, abrazándola satisfecho.

―Ha estado bien, ¿eh?, ufff, ¡vaya polvazo! ―afirmé orgulloso.
―Sí, sí, ha sido una pasada...
Buenísimo

Eres un gran escritor David enhorabuena.
Aunque ya lo había leído me vuelvo a poner a cien y ya sabes que acabo pajeándome imaginando que somos mi mujer y yo los protagonistas
Um abrazo amigo
 
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