Jugando con mi novia
Mi primera novia formal era una chica muy educada, tranquila, simpática. Muy agradable y divertida. Tenía un carácter muy sereno, bastante sumiso y complaciente. Pero, vamos, que no podía deducirse lo apasionada que era cuando follábamos. Pero vaya si lo era.
Tras nuestra primera relación sexual, los dos nos prometimos ir con más cuidado ya que los dos éramos estudiantes universitarios, no trabajábamos, y bajo ningún concepto entraba en nuestros planes tener hijos en ese momento. Pero eso solo servía cuando estábamos vestidos. Después se nos olvidaba la promesa.
La siguiente vez que estuvimos a solas en su casa, nos enrollamos como hacíamos siempre, y le hice lo que comencé a hacerle cada vez a partir de entonces. Ella lo primero que hizo fue sacar un condón y dejarlo junto a la almohada (me excitaba mucho que lo hiciera, pues era parte del juego). Comenzamos a enrollarnos. Yo la besaba, la acariciaba, la besaba por todo el cuerpo y la iba desnudando muy lentamente. Le encantaba que la besara en el cuello, en los pechos...
Poco a poco la iba excitando más y más... luego comenzaba a tocarle el coño. Primero solo lo acariciaba, apenas rozándolo con la punta de los dedos. Con un único dedo pasaba lentamente por la su vulva y la entrada a su vagina, abriendo sus labios, y acariciándola poco a poco. Se volvía loca de placer. Luego, yo tenía un truco que nunca fallaba. Me colocaba encima de ella, alejando mi cadera de la suya, y la besaba en el cuello y los pechos, mientras con una mano acariciaba su sexo. Ella no hablaba, no decía nada, pero con las piernas o con las manos me agarraba del culo para hacerme bajar sobre ella. Yo no cedía al principio, la hacía sufrir, haciéndola desearlo cada vez más.
Ella seguía insistiendo. Entonces, yo me dejaba caer poco a poco, apoyando mi rabo sobre su sexo. Aquí ella siempre suspiraba y me abrazaba. Estaba comenzando a perder el control, que es lo que yo quería. En este punto, yo me separaba un poco, me agarraba la polla, que no paraba de segregar líquido preseminal y comenzaba a pasarla muy lentamente, muy despacio, por su vulva, la separaba y volvía a acercarla, le metía solo la punta y la sacaba. Aún estábamos a tiempo de usar el condón, que estaba junto a la almohada. Sus fluidos se mezclaban con los míos. Y en ese momento ella, cada vez, perdía el control.
Su mente dejaba de funcionar racionalmente, que era lo que yo quería, y agarraba mi cuerpo atrayéndome hacia ella para que la penetrara, cosa que yo hacía sin ningún remordimiento. La sensación de placer era indescriptible. Me encantaba meterle el rabo poco a poco, disfrutando de la sensación, sintiendo como ella se abría lentamente, hasta que llegaba al fondo, sabiendo que no había nada que la protegiera de mi esperma.
Otra variante que hacíamos, era que yo no la desnudaba por completo, sino que le dejaba las braguitas puestas y yo me dejaba mis calzoncillos. Ella solía quitarme mi ropa interior rápido, pero yo le dejaba la suya puesta. El condón, como siempre, al lado de la almohada. Entonces, la volvía loca frotándome largo rato contra ella, besándola y acariciándola. Pero mientras tuviera su ropa interior puesta, estaba a salvo. Pero, tarde o temprano, siempre conseguía que apartara la braga a un lado, agarrara mi polla y se la metiera a pelo. Cada vez, siempre funcionaba. Y entonces, se la iba metiendo poco a poco, para que fuera consciente de lo que estaba haciendo y de los riesgos que entrañaba.
Eso es lo que yo deseaba, que sintiera tanto placer que se olvidara completamente del riesgo que podíamos correr, y que fuera ella misma la que suplicara mi penetración sin condón. Muchas veces, ella me agarraba la polla con una mano colocándola en la entrada a su vagina, mientras con la otra mano y sus piernas me empujaba.
Yo me dejaba caer sobre ella, penetrándola a pelo, sin protección. Entonces, solía quedarme parado. Mi polla empezaba a palpitar dentro de ella, dando saltos, expulsando regueros de precum, y ella lo notaba, y gemía de placer. Muchas veces, al dejarme caer me apoyaba sobre la almohada, donde veía el condón a apenas unos centímetros de mis ojos, en su envoltorio, sin abrir, y y solía sonreír consciente de que lo había vuelto a lograr. Solo quería sentirla gozar y sentir que estábamos apenas a segundos de cometer una locura.
En ese momento comenzábamos a follar sin parar, normalmente durante media hora, incluso a veces una hora, siempre sin protección. A veces, mientras yo la bombeaba ella me decía "póntelo, póntelo", pero los dos sabíamos que ninguno quería que eso ocurriera. A veces insistía y lo cogía con la mano, acercándomelo. Entonces, yo la bombeaba aún más fuerte y, CADA VEZ, lo dejaba caer y me abrazaba, dejándome seguir. Era parte del juego.
Así, como he contado, me la follé por toda su casa: en el baño, en el comedor, en el pasillo, en el recibidor, en la cocina, en su dormitorio... También lo hice en acampadas, en el sofá de casa de mis padres, en mi dormitorio, de excursión, en la playa, en el coche, en un bosque, en el baño de una discoteca... En ocasiones, incluso, ni siquiera sacábamos el condón. Pero creo que a los dos nos excitaba mucho más que estuviera el condón presente y no lo utilizáramos.
Mi única obsesión era que fuera ella la que me obligara a penetrarla a pelo, sabiendo el riesgo que asumía. Después yo, sabiendo que era una locura, procuraba llenarla de todo el precum que podía. De hecho, muchas veces paraba, le sacaba la polla y esperaba que ella mirara, que viera cómo mi polla estaba chorreando líquido por la excitación que sentía. De mi rabo caían regueros de líquido transparente. Entonces yo la besaba y volvía retirarme. Me descapullaba el rabo (no estoy operado) para que hubiese aún menos protección posible y chorreando lo acercaba de nuevo a su vagina, para que viera que la estaba llenando. Volvía a penetrarla y seguía follándola un buen rato más. De vez en cuando paraba para no correrme, sintiendo mi rabo palpilar en su interior, liberando cada vez más y más espermatozoides, aún sin correrme. Siempre terminábamos igual, yo sacaba la polla justo en el último segundo y me corría sobre su estómago. En esta época no controlábamos ni su ciclo menstrual, ni contábamos días, ni nada de nada. Solo nos dejábamos llevar.
Cada vez que le metía la polla a pelo yo sentía una sensación de placer increíble, pero también un instinto de dominación brutal. Ahí estaba ella, debajo de mí, indefensa, a mi merced, a unos segundos de que dejara salir mi esperma en su interior y la preñara. Me encantaba sentir que ella se ha rendido, que no iba a quejarse, y que ya podía continuar sin protección. Ese era mi sentimiento y esa era mi actitud, de triunfo, pero también de dominación, al haberla sometido y haber conseguido que se dejara empalar a pelo, pasara lo que pasara. Y ella también lo disfrutaba, y lo lo deseaba, lo buscaba, aunque luego intentara disimular.
No solíamos hablar del tema en absoluto, simplemente estaba muy claro lo que nos gustaba a los dos, y yo conseguía que ella perdiera la razón y me dejara hacer. Éramos jóvenes, tímidos e inexpertos... Creo que ninguno de los dos sabíamos exactamente qué estábamos haciendo ni por qué.