Fantasías sexuales de las españolas 2º parte (sección infidelidad)

Yo miro las vitrinas y veo que mi equipo ha ganado 11 títulos en lo que va de siglo, con 7 Europa legue y ellos cero
Así que si buscas provocar, te va a salir mal la jugada.
No ofende quien quiere, si no quien puede
Toma esto, y la próxima vez te piensas mejor provocar a un aficionado que ha visto ganar a su equipo lo que ellos van a ver en 100 vidas:
Y para que te enteres, yo ya supere las chorradas esas de que me afecte perder con esa gente, eso lo dejo para ellos que prefieren ganar un derbi y vernos en segunda ( ellos nos pueden enseñar bien el camino ya que están más acostumbrados), que conseguir logros deportivos.
 
Y para que te enteres, yo ya supere las chorradas esas de que me afecte perder con esa gente, eso lo dejo para ellos que prefieren ganar un derbi y vernos en segunda ( ellos nos pueden enseñar bien el camino ya que están más acostumbrados), que conseguir logros deportivos.
Biba er Betis manque pierda :sneaky:
 
No te piques, era broma xq estoy acojonada por algo que me pasó. Mi madre nos va a matar a mi hermano y a mi, se nos cayó el pomo de la puerta al abrir, literalmente se partió, ya me imagino a mi jefa cuando nos vea :bdsm1::bdsm1::bdsm1:
Esas cosas pasan. Se compra uno nuevo y ya está.
Yo también me lo he cargado alguna vez
 
No se salió, literalmente el metal se partió en dos por la parte donde la manilla se une a la cerradura, ahora la puerta solo se puede abrir con la llave. Estamos muertos 😵‍💫😵‍💫😵‍💫
 
Bufffff....qye has dicho!!
estás condenada, lo siento!!!!.......................te enviará todo el club de AVENGERS!!!!..........más competencia ...grrrrr
Fijate que a mí los derbis no me afectan.
Cuando estoy de bajón a, me cojo mi YouTube y no tengo más que poner:
Eindohoven 2006
Glasgow 2007
Turín 2014
Varsovia 2015
Basilea 2016
Colonia 2020
Budapest 2023
Yo me entiendo.
 

8. María (reponedora de gasolinera, 24 años): “Un intercambio de parejas con mi mejor amiga y su novio es una de esas visiones que de vez en cuando se apodera de mi imaginación. La verdad es que tanto su chico como el mío son estupendos, y creo que estaríamos a gusto. Pero, por ahora, prefiero que siga siendo una fantasía, por si las moscas.”




-------------------------------------------------------------------- María. --------------------------------------------------------------------------



María ríe con una carcajada limpia y potente al unísono con su amiga Natalia, celebrando la tontería que acaba de decir Jero. Las dos ríen como solo pueden reír chicas de veinticuatro años a las que se le ha subido a la cabeza el alcohol y las ganas de vivir en aquellos locos años 80, cuando en poco más de una década la juventud se cobró la deuda que tenía con ella una España que olía a cerrado, a sacristía y a represión. Todo lo que a sus hermanos mayores les podía costar un disgusto y todo aquello que sus padres y sus abuelos ni soñaron con poder hacer, estaba al alcance de su mano. Reunirse con otros jóvenes, decir lo que quisieran, ir de fiesta a eventos no autorizados, beber, escuchar música con letras impensables, desbarrar y, sobre todo, el acceso a una sexualidad mucho más libre y viva, donde llegar virgen al matrimonio ya era más casi signo de vergüenza y de ser tonta del bote que de ser una buena chica. De hecho, ser una buena chica no se llevaba ya para nada y entre las amigas, el motivo de pavura era confesar que a partir de los dieciocho una seguía siendo virgen. Tanto Natalia como María pusieron bien pronto remedio a eso. Ambas se consideran afortunadas porque, al contrario que muchas otras amigas, no fue una experiencia desastrosa en el aseo de un bar, en una zona oscura del parque o en el asiento trasero de un coche con un polvo de esos que echas cuando estás medio colocada, un polvo de una noche, una experiencia decepcionante. Ellas se echaron novio casi a la vez. Primero Natalia y casi inmediatamente María porque Juanjo (que era su novio) tenía un amigo, Jero, con el que María había sintonizado de inmediato. A ellos les pasaba igual que a las chicas, eran amigos de toda la vida y en el momento que uno se echó novia, el otro se quedó un poco descolgado porque iban juntos a todos sitios. Así que, como la chica estaba en la misma situación, ejerciendo de celestinos al principio (solo al principio porque como ya decimos el flechazo fue mutuo e instantáneo) presentaron a Jero y María.

Las dos parejas encajan perfectamente entre ellas formando un cuarteto inseparable desde hace ya tiempo. Pubs, conciertos, tascas, discotecas, acampadas... todo el circuito de la movida lo recorren juntos disfrutando cada una de su pareja y también de la amistad de los otros dos.

Esa noche la ruta ha consistido en vinos y tapeo en una tasca del centro de la ciudad. Están a final de mes, hoy ha sido día de cobro y se pueden permitir el lujo de cenar en la calle algo más que un perrito o una hamburguesa, que no es que el trabajo de reponedora en una gasolinera con un pequeño supermercado de para mucho, pero a María, como todavía vive con sus padres, le basta para cubrir sus gastos, para poder salir a comprarse ropa e incluso ahorrar algo para irse de vacaciones, además de colaborar un poco en su casa, que una ayuda nunca viene mal. Luego han hecho la ruta de los pubs que más les gustan, donde dependiendo de la hora saben casi cada una de las canciones que van a poner. Casi siempre empiezan por el Pinky, con música española, donde suelen sonar alocados grupos como Un pingüino en mi ascensor, La Mode, Derribos Arias, o Polanski y el Ardor que tanto les gustan a las chicas y que tan bien combinan con los tercios de cerveza o las copas de sangría. Mas tarde se han dado una vuelta por El Desván, donde hacen una concesión a los chavales ya que allí suelen poner a grupos más cañeros y radicales. Nunca faltan el Sarri Sarri o Revuelta en el Frenopático de Kortatu, ni tampoco canciones de Eskorbuto, ni el imprescindible Maneras de vivir de Leño. En aquel sitio caen los primeros combinados, es como si fuera un local de transición donde entran tomando cerveza o calimocho y salen ya con la primera copa de ron cola, whisky o lo que toque. Por último, acaban en el Etc, donde ni para ti ni para mí, ahí ponen música extranjera y es un sitio donde hay hueco igual para los Stone, que para Spandau Ballet, que para OMD, que para Santana. El pinchadiscos, la verdad es que no controla demasiado y lo mismo te pone el Enola Gay que el Like a Rolling Stone o el Sympathy for the Devil. De allí ya salen bastante cargados, tanto que a las dos de la madrugada han decidido poner fin al recorrido nocturno y acaban tomando el último cacharro en el Seat 131 Supermirafiori, encaramados al mirador que está a unos dos kilómetros por encima de la ciudad en la falda de la sierra. El coche es de segunda mano y lo ha comprado Jero con los ahorros de su primer año trabajando. Bueno, al menos trabajando con contrato, porque antes hacía algunas chapuzas que solo le daban para cubrir apenas sus gastos y como María, colaborar algo en casa. Los cuatro están de buen humor y el porro que se acaba de encender Juanjo contribuye a ello. Ha raspado unas cuantas virutas de la china de hachís que aún le queda y le ha pedido a Jero que le pase un cigarro.

- ¿Tienes rubio? - le ha pedido.

- Claro - dice el otro y le pasa un Lola.

- Joder tío, casi da pena fumarse esta china con un Lola ¿no tienes Fortuna?

- Sí, no te jode, si te parece mejor te doy Winston americano...

- Tío, es que esto es polen de Ketama...

- Ya puede ser el mejor hachís de Marruecos que al final lo habrá traído un legionario en el culo, así que ¿qué más da el tabaco que le echemos? tu líalo y ya está.

Ese ha sido el comentario que ha hecho soltar la carcajada a las dos chicas que en ese momento y con el pavo que tienen, podrían reírse de cualquier cosa. Y la cosa empeora (o mejora según se mire) con cada humarada que sueltan tras las hipadas. María no fuma, pero cuando se trata de porros no le importa dar un par de caladas. Si estuviera sola con su novio a estas alturas ya habrían echado el primer polvo en el coche, pero con Juanjo y Natalia ocupando el asiento de atrás la cosa se complica. Tienen las ventanas bajadas y el ruido de los grillos se mezcla con el ronco sonido lejano de algún coche que pasa por la carretera principal. Entonces es Jero el que rompe el silencio

- Pero ¿hacemos lo de Cádiz o no?

Lo de Cádiz es una excursión el próximo fin de semana, que es festivo el viernes y la panda planea dar una escapada.

- Claro tronco, cogemos el buga y tiramos para allá.

- No hay mucha pasta.

- A ver, la gasolina hay que ponerla porque si no, no llegamos, pero podemos montar la tienda de campaña en la playa, que allí sitios no van a faltar si no hay pelas para el camping. La comida nos llevamos de casa lo que pillemos y allí nos apañamos con bocatas. Estamos hasta donde nos dé y nos volvemos. Si son dos días, pues dos días que nos hemos bañado en el mar y que éstas se han puesto las tetitas morenas.

- Yo estoy loca por ir a la playa, seguro que vamos a estar de guay. Si no hay pasta para irnos de marcha pues nos lo montamos nosotros solos.

- Pues entonces dabuti, nos piramos el jueves.

- ¿No nos dejará tirados el coche? - pregunta Natalia - es un viaje largo.

- No te preocupes que el carro aguanta. Esto es una máquina.

Juanjo les pasa al porro desde atrás. Jero da una calada y lanza el humo fuera, tienen las ventanillas bajadas, pero es un gesto inútil porque la brisa que corre vuelve a meter el humo dentro. Apenas le quedan dos caladas y se lo pasa a María.

Esta sonríe ante la pose de chico duro que intenta su novio mirando con las pupilas dilatadas las estrellas y una mano en el volante. Pero cualquiera que hable diez minutos con él se da enseguida cuenta que es un pedazo de pan. Trata de ir de duro, adoptando poses de James Dean en Rebelde sin causa, de que es de los que cortan la pana, pero esa es solo su primera fachada que cae casi enseguida a poco que rascas. Incapaz de hacerle daño a una mosca y leal como un perro, María congenió con él desde el primer momento y a la segunda cita que tuvieron con Natalia y Juanjo ejerciendo de celestinos, ya supo que había encontrado a su chico.

En el radiocassette del coche suena “Y no amanece” de los secretos.

María se lo acaba notando el último subidón. Con lo que ha olido y sobre todo con lo que ha bebido a lo largo de la noche ya está bastante colocada. Atrás están muy callados. Vuelve a la vista y ve a Natalia y Juanjo comiéndose la boca y no se paran ahí, las manos no se están quietas: un brazo del chico desaparece entre las piernas de su amiga que tiene la minifalda prácticamente remangada. Ella lo tiene cogido de la cara y lo sujeta mientras intercambian saliva.

- Estos ya están liados - le dice a Jero.

- ¡Eh! ¿qué pasa por ahí atrás? Ya está bien que siempre me dejáis el coche hecho un asco.

- Vosotros a vuestro rollo que nosotros aquí estamos dabuti.

María suelta una risita divertida y nerviosa. Cuando está colocada siempre se ríe así. Cuando le entra el pavo junto a su amiga, igual.

Jero se da cuenta de que ellos también pueden aprovechar, no van a estar ahí como convidados de piedra, y entonces un brillo de lujuria cruza por sus ojos oscuros. Se acerca a María inclinándose hacia ella, que retrocede con otra carcajada hasta pegar la espalda contra la puerta.

Hace como que se resiste en un juego que la divierte. Le gusta ponérselo un poquito difícil a su novio, como que no quiere, aunque lo esté deseando.

- Quita, quita - le dice entre risas provocándole cosquillas cualquier caricia que le hace, ya sea en las piernas, muslos o en el pecho.

Pero Jero ya la conoce y sabe que solo tiene que insistir un poco para que ella se entregue. Pronto también están comiéndose la boca y metiéndose mano con todas las ganas que un cuerpo joven de veinte años exige. En un alarde de contorsionismo, Jero pasa a su asiento y lo echa para atrás con su mano izquierda, dando vueltas a la puñetera rueda que a veces se atranca. No del todo, pero sí en un ángulo suficiente para dejarles espacio entre el salpicadero y el respaldo. Ponerlo horizontal es imposible con la otra parejita detrás haciendo de las suyas. Los cuerpos se rozan, se palpan por encima y por debajo de la ropa, se escurren en un abrazo serpenteante y lúbrico en el que finalmente Jero acaba abajo y ella encima. Lleva un vestido ligero que le permite al chico meter mano sin dificultad. Sus tirantes quedan bajados y sus pechos están justo a la altura de la cara del muchacho, que los acaricia con la boca. Ella nunca lleva sujetador, sus tetas son pequeñas y le molesta mucho esa incómoda prenda que le aprieta los costados, la hace sudar y le raspa la espalda a veces con el broche. Así que, para alegría de su novio, prefiere llevarlos libres. En noches como esa no le importa despendolarse un poco y que se le marquen los pezones bajo la fina tela del vestido. Yendo sola no lo haría, son años de libertad sexual, incluso diríase de libertinaje, pero eso no ha venido todavía acompañado de un cambio en la mentalidad de la sociedad y los chicos pueden interpretar cualquier gesto equivocadamente o simplemente no ser capaces de controlar sus instintos. Más de una amiga se ha llevado un susto, de hecho, rara es la chica que no ha tenido que lidiar alguna vez con una situación desagradable, pero yendo con Jero y Juanjo se sienten seguras, como dicen en el anuncio de compresas que ponen a todas horas por la televisión.

Mientras su chico entretiene sus pechos con la lengua las manos se les van a las caderas. Bragas si lleva María, pero con toda la intención se ha puesto unas muy finas de lencería, todo caladitos, que apenas ofrecen ningún aislamiento al roce y es como si no llevara nada y que, además, tienen la particularidad que por su delgadez se pueden echar a un lado sin que apenas estorben, dejando libre su sexo. La mayoría de las veces, para un polvo rápido (un meteysaca como dicen ellas) no tiene ni que quitárselas. Basta apartarlas a un lado para que formen un pliegue y dejen vía libre a los dedos, a la boca o al miembro de Jero. Eso es lo que sucede tras un buen rato de morreos y de caricias en los pechos, que es ella misma la que aparta la braguita a un lado para que los dedos de su novio la acaricien íntimamente. La postura no es la más idónea, pero él se las arregla para llegar hasta su sexo húmedo y masajearlo, buscando meter un dedo como sabe que a ella le gusta. Finalmente (y como ya han probado en más de una ocasión), la fórmula que utilizan es que él adelante un poco su culo y ella se arrime estableciendo contacto con su entrepierna. Jero ya se ha sacado el pene que está duro como una piedra. Los sexos se juntan y María comienza un lento vaivén, frotando su pubis contra la polla de su novio. Si pudieran era echar el asiento totalmente para atrás u ocupar la parte trasera del coche sin duda estarían mejor, pero hoy tienen invitados y hay que adaptarse a las circunstancias y al espacio de que disponen. A pesar de todo, benditos veinte años, nada los para y el deseo y el morbo es superior a cualquier inconveniente o incomodidad. Su novio cierra los ojos disfrutando del placer que le produce el contacto íntimo con su chica. Sabe que, si continúa haciéndole eso con su almeja húmeda, él no tardará en correrse a pesar de no tenerla metida. A ella también le gusta la caricia, aunque sea en esa postura tan incómoda sin poder apoyarse bien. Tendrá que ayudarse de los dedos para llegar.

Oyen ruidos en la parte de atrás: gemidos de Natalia, roce de cuerpos contra el Skay de los asientos, que a pesar de que tienen una funda pegan un calor insoportable en esa noche de julio. Pero eso tampoco parece detener a sus amigos. María se asoma moviéndose un poco a la derecha, esquivando el reposacabezas. No puede verles la cara porque el asiento se las tapa, pero puede ver como Natalia está abierta de piernas y Juanjo sobre ella empujando. Un súbito calor se sobrepone al que siente y la recorre desde la boca del estómago hasta su garganta. No es la primera vez que los cuatro se meten mano juntos en el coche, juntos, pero no revueltos, pero sí es la primera vez que sus amigos se atreven a follar con ellos allí delante. Dentro de lo complicado que resulta montárselo en un coche, el Supermirafiori es uno de los mejores para echar un polvo: amplio por dentro y asientos grandes como si de un sofá se trataran. María trata de apartar la vista, a pesar de que comparten ese espacio reducido y ni a sus amigos ni a ellos parece importarles, no quiere ser una mirona, pero no puede evitarlo. Es un poco como la primera película porno que vio en VHS alquilada en el videoclub por sus amigas. Sexo explícito y obsceno, en aquella ocasión hubo más risas y bromas que excitación propiamente dicha. Todo les parecía demasiado friki.

Entre las sombras del interior del coche, los ojos ya acostumbrados a la oscuridad de María distinguen el pene de Juanjo que acaba de salirse de entre los muslos de su amiga y al igual que está haciendo ella con su novio, pero en distinta postura, se frota ahora contra el pubis. Natalia levanta el culo buscando un mayor contacto, su blusa ha desaparecido, su vientre sube y baja mientras tiembla de gusto. El asiento le tapa la parte superior del cuerpo, pero está casi segura que sus pechos (el doble de grandes que los de ella y con aureolas llenas de pintitas) se agitan con deseo, poniendo los pezones en punta a pesar del calor. La amiga estira la mano y toma la verga de su novio masturbándolo. Estaban follando a pelo y seguramente él la ha sacado justo a tiempo antes de correrse. Natalia termina la faena haciéndole una paja. Ya tiene experiencia y sabe cómo hacerlo para que él obtenga su orgasmo. Aumenta la frecuencia con tirones casi bruscos y al final un chorro de semen espeso brota salpicándola y perdiéndose de vista. Le ha debido llegar hasta las tetas y la cara. Se la estruja mientras continúa pajeándola y su mano restriega una papilla translúcida en la oscuridad. Juanjo permanece quieto con los muslos en tensión y los brazos extendidos, intentando mantener la postura mientras se vacía sobre el vientre de Natalia. Ella se sorprende de la cantidad de semen: la ha tenido que poner perdida y todavía sigue brotando y chorreándole por la mano, cayéndole por los huevos mientras se pega a los pelos de su coño.

María no puede evitar pensar que si le echa todo eso dentro seguro que la deja embarazada. Ella y su amiga saben que la marcha atrás no es un buen método anticonceptivo, conocen a más de una chica que se ha quedado embarazada practicándola. Siempre está la posibilidad de que de que, con tu novio en plena fiebre de la cópula se os vaya la olla y no le dé tiempo a sacarla. Es tan placentero llegar al orgasmo los dos juntos y a pelo, que muchas veces se te va el santo al cielo y para cuando quiere retirarse ya es tarde, o simplemente, pasas de todo y culminas enganchada a tu novio como una perrilla en celo. Unos segundos de placer que te pueden joder la vida y al que, sin embargo, en alguna ocasión todas han sucumbido.

Cuestión de probabilidades, de matemáticas, que diría su profesor del instituto. Alguna vez sale tu número. Y cuando te toca la lotería estás jodida, pero de verdad, porque a menos que tu padre tenga pasta (que no es el caso) y te puedas permitir un viaje a Londres con estancia en una clínica, te comes al niño con patatas. Cosas de los ochenta, donde una mayor libertad sexual no va acompañada de un entorno legal y moral que te permita disfrutar sin problemas, porque una cosa es lo que se ve en la calle, lo que todos hacen sin esconderse demasiado cuando pueden, en los sitios de ambiente con los amigos, y otra muy distinta que todavía quedan las estructuras antiguas donde tienes que comportarte, donde todavía te pueden expulsar de clase por ir con una falta demasiado corta, con camisetas de tirantes o donde te puedes llevar una buena hostia si tardas demasiado en sacar el carnet de identidad cuando te lo pide la policía o los miras con un tono de chulería en la cara. María lo ha podido comprobar bien, cuando un día se presentó a trabajar con el pelo pintado con varias mechas de color rosa y el dueño de la gasolinera la mandó de vuelta para casa y le dijo que, como volviera a venir así, la despedía.

Pero ahora María no está para muchas disquisiciones filosóficas, simplemente nota que aumenta su placer y procura rozar su nódulo directamente contra el falo de Jero. Normalmente esto es un preliminar y no basta para que ella llegue al clímax si no están en un sitio más cómodo, pero esta noche es diferente. Han bebido y fumado más de la cuenta y ella está tan desinhibida como su amiga, a quien no le importa follar en el asiento de atrás, a su vista, que no es la primera vez que se dan el lote las dos parejas juntas (que no revueltas), pero sí la primera que quilan a la vista una de la otra. O al menos a la vista de María, porque Jero tiene la cara perdida entre sus tetas y con ella encima lo tiene difícil para darse la vuelta y observar hacia atrás.

María no puede dejar de mirar el rabo de su amigo, esa polla que descansa sobre el pubis de su amiga entre restos de la eyaculación y se siente caliente, muy caliente, muy perra, como suelen referirse entre las chicas a cuando se les va la cabeza en medio del sexo. María empuja su vulva contra el falo y el glande de su novio. Nota que aquello le arde y no solo por el roce, sus labios se separan cuando se frotan humedeciendo el falo. Jero, que no se puede contener y suma sus fluidos a los de ella, empieza a agitar su respiración. Conoce a su chico y sabe que se va a correr. Demasiado ha aguantado ya esa masturbación de su coñito. Percibe el semen caliente que de repente se dispara, mojándole la barriga, llegándole hasta el ombligo para luego caer de nuevo hacia abajo mientras se frotan vientre contra vientre. María sigue con el masaje sin detenerse, añadiéndolo ahora a la lubricación el esperma que continúa brotando y que ella arrastra con sus labios vaginales. Empieza a gemir, aprieta a Jero contra sus tetas mientras observa a Juanjo introducir la cabeza entre los muslos de su amiga y comenzar a lamer. Natalia no necesita mucho porque parece estar a punto de caramelo. Otra vez se mueve, levanta su culo, se retuerce moviendo las caderas a un lado a otro, gime… “sí, sí, sí, sí, sí, así, más abajo…” una serie de indicaciones y contraindicaciones brotan de su boca, haciendo que resulte un milagro que Juanjo atine con su lengua en el punto exacto y con la cadencia correcta para hacerla llegar al orgasmo, cosa que contra todo pronóstico y en contra de lo que pudiera parecer acaba consiguiendo. A María le daría la risa si no fuera por lo cachonda y caliente que está, tanto que no le basta con frotarse, necesita algo más fuerte. Entonces toma la verga todavía erecta de Jero y buscando el ángulo correcto la sitúa frente a la entrada de su vagina. Se mete primero el capullo y juguetea con él dentro un poco, y luego, con un golpe de cintura la empuja hacia adentro una, dos, tres veces, en lo que parece un juego que sin embargo se prolonga demasiado en el tiempo, aunque Jero no dice nada, la deja hacer. La chica es consciente de que el falo está lleno de restos de semen que se están introduciendo en su vagina, pero no le importa, solo ve a Juanjo entre las piernas de su amiga, combinando ahora su lengua sobre su clítoris con dos dedos que introduce y oye a Natalia que ya no da indicaciones, que ni siquiera puede hablar, que solo se limita a jadear indicando con la intensidad, el tono y el ritmo de sus gemidos si la cosa va bien o va mal. Y parece que va muy bien porque de repente se le escapa un grito y entonces, durante unos segundos parece volverse muda, como si se hubiera tapado la boca con la mano para luego volver a rugir a jadear, y por fin, emitir un “para, para que me haces cosquillas” que indica que ha llegado al clímax y que insistir sobre su sensible clítoris ya no le produce placer, sino unos intensos hormigueos que le impiden disfrutar de los últimos retazos de gusto.

Es el turno de María, que con la vista puesta en sus amigos, lleva una mano la entrepierna y se masturba acariciándose por fuera mientras por dentro, la verga todavía caliente de Jero se acomoda en su vagina. Ahora le toca a ella y tiene su propio orgasmo, intenso y fuerte, que durante unos segundos le hace olvidar la postura incómoda, el calor, el dolor de las rodillas clavándose el freno de mano y el guardamanos de la puerta. Solo puede contraerse, presionando muy fuerte hacia abajo para mantener la polla de su novio dentro, mientras le tira del pelo y lo atrae hacia sí para que se introduzca buena parte de su pecho en la boca, mientras ella le jadea al oído. Cuando acaba solo se oye su respiración entrecortada y entonces sí, un minuto después la risa de Natalia vuelve a estallar en el asiento de atrás contagiándola a ella y poco después a los dos chicos.

Ya es demasiado tarde y aunque Juanjo propone ir a un garito que abre hasta el amanecer, las chicas se niegan. Están cansadas y no les apetece para nada meterse en un lugar cerrado apestando a humo, con un futbolín y una peli porno puesta en el vídeo del local, con una banda de tipos que, si bien no las van a molestar porque sus novios son habituales, no pararán de hacer comentarios sexistas y machistas sobre lo que están viendo. Eso sí, el sitio te garantiza que va a estar abierto hasta el amanecer y que las copas son muy baratas. Ellas preferirían ir a alguna de las discotecas de las afueras que también abren hasta muy tarde, donde suena buena música, pero donde tienes que pagar entrada y te cobran la consumición cuatro veces más cara. No hay ni pasta ni tampoco tienen cuerpo para eso así que toca retirada. Primero dejan a Natalia en su casa y ahora llevan a María.

- Podemos dejar a Juanjo primero, que nos pilla más cerca.

- No te preocupes, te llevamos a ti a ver si mientras convenzo este para que se tome la última conmigo.

- ¿Vais a ir al Géminis a tomar el último cacharro y a ver una porno?

- Posiblemente…

- Mira que sois cutres.

- ¿Hay algún plan mejor?

- Meterse en la cama es mejor que eso.

- Bueno, ya veremos - deja en el aire Jero, que traducido al cristiano significa que seguro que acaban allí metidos.

Se despide con un beso de su novio y le da otro a Juanjo. El chico huele a sexo, todos huelen. María sube a su casa y abre la puerta procurando hacer el mínimo ruido posible. Quiere ir directa a su habitación, pero antes tiene que pasar por el servicio porque la vejiga parece que le va a estallar. Se hace cruces esperando no haber despertado a su madre, lo último que quiere es toparse con ella y que una vez más le riña por llegar tarde. Es ya mayor, trabaja y se ha ganado a golpe de bronca y discusiones su derecho a trasnochar y hacer lo que le dé la gana. A estas alturas sus padres ya han renunciado a ponerle freno, pero una cosa es que ya no te pregunten (aunque te pongan mala cara) de dónde vienes a las cuatro de la mañana y otra muy distinta, que te presentes con las rodillas peladas, el cuello y la cara arañada de la barba de tu chico, el vestido manchado de semen y las bragas hechas una bola en el bolso después de haberte limpiado con ellas. Si ha despertado a su padre o a su hermano y se cruza ahora con ellos de camino a su habitación, lo más probable es que ni se den cuenta y en el caso de su padre, que simplemente le haga un mudo reproche, pero su madre la tiene calada y no se le pasa ni una, incluso medio dormida es capaz de echarle la radiografía y acertar en el diagnóstico. No necesita una bronca nocturna o que al día siguiente la levante temprano solo para recordarle otra vez a la Anita, la del quinto que se quedó preñada con su misma edad y tuvo que dejar el trabajo, o su prima, la que estaba aquí estudiando y que se tuvo que volver al pueblo sin acabar la carrera, con una barriga sin que el chico que la había dejado embarazada se hiciera cargo de ninguna paternidad. Así pues, María renuncia a darse una ducha rápida. Lo que hace es mojar un pañito pequeño y con él se asea lo mejor que puede. Luego, sigilosa como una gata y con los zapatos en la mano para no hacer ruido, consigue llegar a su cuarto y meterse en la cama.

A esta hora hace fresco y se queda totalmente desnuda, arropada por las sábanas. Ha sido un día muy largo y una semana también muy larga. Ha llegado al viernes cansada, el alcohol, los porros y la juerga que se ha pegado ya le están pasando factura, pero está tan cansada que no se puede dormir. Sus manos recorren su piel, se acaricia la tripa intentando relajarse a sí misma. El cuerpo reacciona. Se acuerda de Juanjo y Natalia fornicando en el coche, de como ella misma se ha follado a Jero y su joven cuerpo le pide de nuevo placer. La imaginación se pone en marcha. María ya sabe que se va a desbocar, así que no intenta refrenarla en ese estado de febril excitación en el que se encuentra, flotando entre la desconexión absoluta del sueño y la tensión acumulada que le impide alcanzarlo. Su fantasía ejerce de interruptor para alcanzar el orgasmo y este la conduce al abandono físico y mental. Otra vez la imagen de la verga de Juanjo viene a su cabeza. Entre las dos parejas hay mucha desinhibición, pero nunca se habían visto en pleno acto como hoy. Alguna vez ha cruzado por su mente la posibilidad de un intercambio, cosa con la que han bromeado los cuatro. Risas que se convierten en deseos cuando ella fantasea. En aquel lugar de sus sueños donde todo es posible, donde nada está mal, donde no hay reglas ni convenciones, donde todo sale bien, ella y Natalia intercambian novios y así puede disfrutar de dos chicos en vez de uno, de la experiencia distinta de otro cuerpo, de otro amante. A veces lo ha pensado y cree que podría salir bien porque tanto Jero como Juanjo son cariñosos y muy buena gente, incapaces de celos, envidias o de generar mal rollo entre ellos. Pero luego se lo piensa más detenidamente, es algo que puede suponer un salto al vacío, nunca se debe jugar con los sentimientos y los sentimientos y el sexo van muy unidos a unas chicas de veinticuatro años que están empezando a vivir. Sobre el papel todo podría resultar fantástico, pero luego nunca se sabe cómo pueden acabar las cosas, lo que se puede remover por dentro de una, las emociones que se pueden provocar. La verdad es que ahora están bien, así que ¿por qué arriesgarse a estropearlo?

Sin embargo, sus sueños son una cosa muy distinta. En su fantasía sí que ha probado muchas veces el intercambio y sí que se ha excitado imaginando que lo hace con Juanjo y también que Natalia copula con Jero. Como es su fantasía y ella la puede diseñar a placer, ahí si sale todo bien y todos siguen enamorados de quien deben, no hay celos ni malos rollos ni confusiones. Y eso es lo que le apetece fantasear. Ahora sabe que es la fantasía que más rápida la lleva al orgasmo porque la excita mucho. Solo que hoy hay una variante se le ha ocurrido mientras volvían, cuando iban los tres solos. Se le ha ocurrido pensar que iban al descampado, un solar donde otras veces se ha ido ella con Jero a tener sexo en el coche. En vez de irse al pub ese cutre donde se suelen meter, iban hacia allí y se enrollaba con su novio mientras Juanjo miraba y se masturbaba. Ella le susurraba que lo dejaran participar y entonces María tenía sexo con los dos. En su imaginación el asiento de atrás se volvía mucho mayor de lo que ya era. Se situaba en medio y los chicos la acariciaban a la vez, siempre había una mano entre sus piernas, en sus muslos, en sus pechos, siempre una lengua en su boca a la par que notaba dos miembros rozarse contra ella. Después, ambos la penetran alternativamente. María los recibe en su interior permitiéndoles eyacular dentro, sintiéndose plena, satisfecha, manteniendo a Juanjo atrapado entre sus muslos. Ha podido comprobar que su verga no es muy distinta en tamaño y grosor a la de su novio, pero es otra verga, es otro hombre y eso la excita muchísimo, sobre todo porque Jero no se enfada, al revés, parece excitado de verla fornicar con su mejor amigo. Todo es estupendo en su fantasía piensa mientras alcanza el clímax y ahora sí, ya por fin consigue desconectar y haciéndose un ovillo se tapa con las sábanas y entra en sueño profundo.
 

8. María (reponedora de gasolinera, 24 años): “Un intercambio de parejas con mi mejor amiga y su novio es una de esas visiones que de vez en cuando se apodera de mi imaginación. La verdad es que tanto su chico como el mío son estupendos, y creo que estaríamos a gusto. Pero, por ahora, prefiero que siga siendo una fantasía, por si las moscas.”




-------------------------------------------------------------------- María. --------------------------------------------------------------------------



María ríe con una carcajada limpia y potente al unísono con su amiga Natalia, celebrando la tontería que acaba de decir Jero. Las dos ríen como solo pueden reír chicas de veinticuatro años a las que se le ha subido a la cabeza el alcohol y las ganas de vivir en aquellos locos años 80, cuando en poco más de una década la juventud se cobró la deuda que tenía con ella una España que olía a cerrado, a sacristía y a represión. Todo lo que a sus hermanos mayores les podía costar un disgusto y todo aquello que sus padres y sus abuelos ni soñaron con poder hacer, estaba al alcance de su mano. Reunirse con otros jóvenes, decir lo que quisieran, ir de fiesta a eventos no autorizados, beber, escuchar música con letras impensables, desbarrar y, sobre todo, el acceso a una sexualidad mucho más libre y viva, donde llegar virgen al matrimonio ya era más casi signo de vergüenza y de ser tonta del bote que de ser una buena chica. De hecho, ser una buena chica no se llevaba ya para nada y entre las amigas, el motivo de pavura era confesar que a partir de los dieciocho una seguía siendo virgen. Tanto Natalia como María pusieron bien pronto remedio a eso. Ambas se consideran afortunadas porque, al contrario que muchas otras amigas, no fue una experiencia desastrosa en el aseo de un bar, en una zona oscura del parque o en el asiento trasero de un coche con un polvo de esos que echas cuando estás medio colocada, un polvo de una noche, una experiencia decepcionante. Ellas se echaron novio casi a la vez. Primero Natalia y casi inmediatamente María porque Juanjo (que era su novio) tenía un amigo, Jero, con el que María había sintonizado de inmediato. A ellos les pasaba igual que a las chicas, eran amigos de toda la vida y en el momento que uno se echó novia, el otro se quedó un poco descolgado porque iban juntos a todos sitios. Así que, como la chica estaba en la misma situación, ejerciendo de celestinos al principio (solo al principio porque como ya decimos el flechazo fue mutuo e instantáneo) presentaron a Jero y María.

Las dos parejas encajan perfectamente entre ellas formando un cuarteto inseparable desde hace ya tiempo. Pubs, conciertos, tascas, discotecas, acampadas... todo el circuito de la movida lo recorren juntos disfrutando cada una de su pareja y también de la amistad de los otros dos.

Esa noche la ruta ha consistido en vinos y tapeo en una tasca del centro de la ciudad. Están a final de mes, hoy ha sido día de cobro y se pueden permitir el lujo de cenar en la calle algo más que un perrito o una hamburguesa, que no es que el trabajo de reponedora en una gasolinera con un pequeño supermercado de para mucho, pero a María, como todavía vive con sus padres, le basta para cubrir sus gastos, para poder salir a comprarse ropa e incluso ahorrar algo para irse de vacaciones, además de colaborar un poco en su casa, que una ayuda nunca viene mal. Luego han hecho la ruta de los pubs que más les gustan, donde dependiendo de la hora saben casi cada una de las canciones que van a poner. Casi siempre empiezan por el Pinky, con música española, donde suelen sonar alocados grupos como Un pingüino en mi ascensor, La Mode, Derribos Arias, o Polanski y el Ardor que tanto les gustan a las chicas y que tan bien combinan con los tercios de cerveza o las copas de sangría. Mas tarde se han dado una vuelta por El Desván, donde hacen una concesión a los chavales ya que allí suelen poner a grupos más cañeros y radicales. Nunca faltan el Sarri Sarri o Revuelta en el Frenopático de Kortatu, ni tampoco canciones de Eskorbuto, ni el imprescindible Maneras de vivir de Leño. En aquel sitio caen los primeros combinados, es como si fuera un local de transición donde entran tomando cerveza o calimocho y salen ya con la primera copa de ron cola, whisky o lo que toque. Por último, acaban en el Etc, donde ni para ti ni para mí, ahí ponen música extranjera y es un sitio donde hay hueco igual para los Stone, que para Spandau Ballet, que para OMD, que para Santana. El pinchadiscos, la verdad es que no controla demasiado y lo mismo te pone el Enola Gay que el Like a Rolling Stone o el Sympathy for the Devil. De allí ya salen bastante cargados, tanto que a las dos de la madrugada han decidido poner fin al recorrido nocturno y acaban tomando el último cacharro en el Seat 131 Supermirafiori, encaramados al mirador que está a unos dos kilómetros por encima de la ciudad en la falda de la sierra. El coche es de segunda mano y lo ha comprado Jero con los ahorros de su primer año trabajando. Bueno, al menos trabajando con contrato, porque antes hacía algunas chapuzas que solo le daban para cubrir apenas sus gastos y como María, colaborar algo en casa. Los cuatro están de buen humor y el porro que se acaba de encender Juanjo contribuye a ello. Ha raspado unas cuantas virutas de la china de hachís que aún le queda y le ha pedido a Jero que le pase un cigarro.

- ¿Tienes rubio? - le ha pedido.

- Claro - dice el otro y le pasa un Lola.

- Joder tío, casi da pena fumarse esta china con un Lola ¿no tienes Fortuna?

- Sí, no te jode, si te parece mejor te doy Winston americano...

- Tío, es que esto es polen de Ketama...

- Ya puede ser el mejor hachís de Marruecos que al final lo habrá traído un legionario en el culo, así que ¿qué más da el tabaco que le echemos? tu líalo y ya está.

Ese ha sido el comentario que ha hecho soltar la carcajada a las dos chicas que en ese momento y con el pavo que tienen, podrían reírse de cualquier cosa. Y la cosa empeora (o mejora según se mire) con cada humarada que sueltan tras las hipadas. María no fuma, pero cuando se trata de porros no le importa dar un par de caladas. Si estuviera sola con su novio a estas alturas ya habrían echado el primer polvo en el coche, pero con Juanjo y Natalia ocupando el asiento de atrás la cosa se complica. Tienen las ventanas bajadas y el ruido de los grillos se mezcla con el ronco sonido lejano de algún coche que pasa por la carretera principal. Entonces es Jero el que rompe el silencio

- Pero ¿hacemos lo de Cádiz o no?

Lo de Cádiz es una excursión el próximo fin de semana, que es festivo el viernes y la panda planea dar una escapada.

- Claro tronco, cogemos el buga y tiramos para allá.

- No hay mucha pasta.

- A ver, la gasolina hay que ponerla porque si no, no llegamos, pero podemos montar la tienda de campaña en la playa, que allí sitios no van a faltar si no hay pelas para el camping. La comida nos llevamos de casa lo que pillemos y allí nos apañamos con bocatas. Estamos hasta donde nos dé y nos volvemos. Si son dos días, pues dos días que nos hemos bañado en el mar y que éstas se han puesto las tetitas morenas.

- Yo estoy loca por ir a la playa, seguro que vamos a estar de guay. Si no hay pasta para irnos de marcha pues nos lo montamos nosotros solos.

- Pues entonces dabuti, nos piramos el jueves.

- ¿No nos dejará tirados el coche? - pregunta Natalia - es un viaje largo.

- No te preocupes que el carro aguanta. Esto es una máquina.

Juanjo les pasa al porro desde atrás. Jero da una calada y lanza el humo fuera, tienen las ventanillas bajadas, pero es un gesto inútil porque la brisa que corre vuelve a meter el humo dentro. Apenas le quedan dos caladas y se lo pasa a María.

Esta sonríe ante la pose de chico duro que intenta su novio mirando con las pupilas dilatadas las estrellas y una mano en el volante. Pero cualquiera que hable diez minutos con él se da enseguida cuenta que es un pedazo de pan. Trata de ir de duro, adoptando poses de James Dean en Rebelde sin causa, de que es de los que cortan la pana, pero esa es solo su primera fachada que cae casi enseguida a poco que rascas. Incapaz de hacerle daño a una mosca y leal como un perro, María congenió con él desde el primer momento y a la segunda cita que tuvieron con Natalia y Juanjo ejerciendo de celestinos, ya supo que había encontrado a su chico.

En el radiocassette del coche suena “Y no amanece” de los secretos.

María se lo acaba notando el último subidón. Con lo que ha olido y sobre todo con lo que ha bebido a lo largo de la noche ya está bastante colocada. Atrás están muy callados. Vuelve a la vista y ve a Natalia y Juanjo comiéndose la boca y no se paran ahí, las manos no se están quietas: un brazo del chico desaparece entre las piernas de su amiga que tiene la minifalda prácticamente remangada. Ella lo tiene cogido de la cara y lo sujeta mientras intercambian saliva.

- Estos ya están liados - le dice a Jero.

- ¡Eh! ¿qué pasa por ahí atrás? Ya está bien que siempre me dejáis el coche hecho un asco.

- Vosotros a vuestro rollo que nosotros aquí estamos dabuti.

María suelta una risita divertida y nerviosa. Cuando está colocada siempre se ríe así. Cuando le entra el pavo junto a su amiga, igual.

Jero se da cuenta de que ellos también pueden aprovechar, no van a estar ahí como convidados de piedra, y entonces un brillo de lujuria cruza por sus ojos oscuros. Se acerca a María inclinándose hacia ella, que retrocede con otra carcajada hasta pegar la espalda contra la puerta.

Hace como que se resiste en un juego que la divierte. Le gusta ponérselo un poquito difícil a su novio, como que no quiere, aunque lo esté deseando.

- Quita, quita - le dice entre risas provocándole cosquillas cualquier caricia que le hace, ya sea en las piernas, muslos o en el pecho.

Pero Jero ya la conoce y sabe que solo tiene que insistir un poco para que ella se entregue. Pronto también están comiéndose la boca y metiéndose mano con todas las ganas que un cuerpo joven de veinte años exige. En un alarde de contorsionismo, Jero pasa a su asiento y lo echa para atrás con su mano izquierda, dando vueltas a la puñetera rueda que a veces se atranca. No del todo, pero sí en un ángulo suficiente para dejarles espacio entre el salpicadero y el respaldo. Ponerlo horizontal es imposible con la otra parejita detrás haciendo de las suyas. Los cuerpos se rozan, se palpan por encima y por debajo de la ropa, se escurren en un abrazo serpenteante y lúbrico en el que finalmente Jero acaba abajo y ella encima. Lleva un vestido ligero que le permite al chico meter mano sin dificultad. Sus tirantes quedan bajados y sus pechos están justo a la altura de la cara del muchacho, que los acaricia con la boca. Ella nunca lleva sujetador, sus tetas son pequeñas y le molesta mucho esa incómoda prenda que le aprieta los costados, la hace sudar y le raspa la espalda a veces con el broche. Así que, para alegría de su novio, prefiere llevarlos libres. En noches como esa no le importa despendolarse un poco y que se le marquen los pezones bajo la fina tela del vestido. Yendo sola no lo haría, son años de libertad sexual, incluso diríase de libertinaje, pero eso no ha venido todavía acompañado de un cambio en la mentalidad de la sociedad y los chicos pueden interpretar cualquier gesto equivocadamente o simplemente no ser capaces de controlar sus instintos. Más de una amiga se ha llevado un susto, de hecho, rara es la chica que no ha tenido que lidiar alguna vez con una situación desagradable, pero yendo con Jero y Juanjo se sienten seguras, como dicen en el anuncio de compresas que ponen a todas horas por la televisión.

Mientras su chico entretiene sus pechos con la lengua las manos se les van a las caderas. Bragas si lleva María, pero con toda la intención se ha puesto unas muy finas de lencería, todo caladitos, que apenas ofrecen ningún aislamiento al roce y es como si no llevara nada y que, además, tienen la particularidad que por su delgadez se pueden echar a un lado sin que apenas estorben, dejando libre su sexo. La mayoría de las veces, para un polvo rápido (un meteysaca como dicen ellas) no tiene ni que quitárselas. Basta apartarlas a un lado para que formen un pliegue y dejen vía libre a los dedos, a la boca o al miembro de Jero. Eso es lo que sucede tras un buen rato de morreos y de caricias en los pechos, que es ella misma la que aparta la braguita a un lado para que los dedos de su novio la acaricien íntimamente. La postura no es la más idónea, pero él se las arregla para llegar hasta su sexo húmedo y masajearlo, buscando meter un dedo como sabe que a ella le gusta. Finalmente (y como ya han probado en más de una ocasión), la fórmula que utilizan es que él adelante un poco su culo y ella se arrime estableciendo contacto con su entrepierna. Jero ya se ha sacado el pene que está duro como una piedra. Los sexos se juntan y María comienza un lento vaivén, frotando su pubis contra la polla de su novio. Si pudieran era echar el asiento totalmente para atrás u ocupar la parte trasera del coche sin duda estarían mejor, pero hoy tienen invitados y hay que adaptarse a las circunstancias y al espacio de que disponen. A pesar de todo, benditos veinte años, nada los para y el deseo y el morbo es superior a cualquier inconveniente o incomodidad. Su novio cierra los ojos disfrutando del placer que le produce el contacto íntimo con su chica. Sabe que, si continúa haciéndole eso con su almeja húmeda, él no tardará en correrse a pesar de no tenerla metida. A ella también le gusta la caricia, aunque sea en esa postura tan incómoda sin poder apoyarse bien. Tendrá que ayudarse de los dedos para llegar.

Oyen ruidos en la parte de atrás: gemidos de Natalia, roce de cuerpos contra el Skay de los asientos, que a pesar de que tienen una funda pegan un calor insoportable en esa noche de julio. Pero eso tampoco parece detener a sus amigos. María se asoma moviéndose un poco a la derecha, esquivando el reposacabezas. No puede verles la cara porque el asiento se las tapa, pero puede ver como Natalia está abierta de piernas y Juanjo sobre ella empujando. Un súbito calor se sobrepone al que siente y la recorre desde la boca del estómago hasta su garganta. No es la primera vez que los cuatro se meten mano juntos en el coche, juntos, pero no revueltos, pero sí es la primera vez que sus amigos se atreven a follar con ellos allí delante. Dentro de lo complicado que resulta montárselo en un coche, el Supermirafiori es uno de los mejores para echar un polvo: amplio por dentro y asientos grandes como si de un sofá se trataran. María trata de apartar la vista, a pesar de que comparten ese espacio reducido y ni a sus amigos ni a ellos parece importarles, no quiere ser una mirona, pero no puede evitarlo. Es un poco como la primera película porno que vio en VHS alquilada en el videoclub por sus amigas. Sexo explícito y obsceno, en aquella ocasión hubo más risas y bromas que excitación propiamente dicha. Todo les parecía demasiado friki.

Entre las sombras del interior del coche, los ojos ya acostumbrados a la oscuridad de María distinguen el pene de Juanjo que acaba de salirse de entre los muslos de su amiga y al igual que está haciendo ella con su novio, pero en distinta postura, se frota ahora contra el pubis. Natalia levanta el culo buscando un mayor contacto, su blusa ha desaparecido, su vientre sube y baja mientras tiembla de gusto. El asiento le tapa la parte superior del cuerpo, pero está casi segura que sus pechos (el doble de grandes que los de ella y con aureolas llenas de pintitas) se agitan con deseo, poniendo los pezones en punta a pesar del calor. La amiga estira la mano y toma la verga de su novio masturbándolo. Estaban follando a pelo y seguramente él la ha sacado justo a tiempo antes de correrse. Natalia termina la faena haciéndole una paja. Ya tiene experiencia y sabe cómo hacerlo para que él obtenga su orgasmo. Aumenta la frecuencia con tirones casi bruscos y al final un chorro de semen espeso brota salpicándola y perdiéndose de vista. Le ha debido llegar hasta las tetas y la cara. Se la estruja mientras continúa pajeándola y su mano restriega una papilla translúcida en la oscuridad. Juanjo permanece quieto con los muslos en tensión y los brazos extendidos, intentando mantener la postura mientras se vacía sobre el vientre de Natalia. Ella se sorprende de la cantidad de semen: la ha tenido que poner perdida y todavía sigue brotando y chorreándole por la mano, cayéndole por los huevos mientras se pega a los pelos de su coño.

María no puede evitar pensar que si le echa todo eso dentro seguro que la deja embarazada. Ella y su amiga saben que la marcha atrás no es un buen método anticonceptivo, conocen a más de una chica que se ha quedado embarazada practicándola. Siempre está la posibilidad de que de que, con tu novio en plena fiebre de la cópula se os vaya la olla y no le dé tiempo a sacarla. Es tan placentero llegar al orgasmo los dos juntos y a pelo, que muchas veces se te va el santo al cielo y para cuando quiere retirarse ya es tarde, o simplemente, pasas de todo y culminas enganchada a tu novio como una perrilla en celo. Unos segundos de placer que te pueden joder la vida y al que, sin embargo, en alguna ocasión todas han sucumbido.

Cuestión de probabilidades, de matemáticas, que diría su profesor del instituto. Alguna vez sale tu número. Y cuando te toca la lotería estás jodida, pero de verdad, porque a menos que tu padre tenga pasta (que no es el caso) y te puedas permitir un viaje a Londres con estancia en una clínica, te comes al niño con patatas. Cosas de los ochenta, donde una mayor libertad sexual no va acompañada de un entorno legal y moral que te permita disfrutar sin problemas, porque una cosa es lo que se ve en la calle, lo que todos hacen sin esconderse demasiado cuando pueden, en los sitios de ambiente con los amigos, y otra muy distinta que todavía quedan las estructuras antiguas donde tienes que comportarte, donde todavía te pueden expulsar de clase por ir con una falta demasiado corta, con camisetas de tirantes o donde te puedes llevar una buena hostia si tardas demasiado en sacar el carnet de identidad cuando te lo pide la policía o los miras con un tono de chulería en la cara. María lo ha podido comprobar bien, cuando un día se presentó a trabajar con el pelo pintado con varias mechas de color rosa y el dueño de la gasolinera la mandó de vuelta para casa y le dijo que, como volviera a venir así, la despedía.

Pero ahora María no está para muchas disquisiciones filosóficas, simplemente nota que aumenta su placer y procura rozar su nódulo directamente contra el falo de Jero. Normalmente esto es un preliminar y no basta para que ella llegue al clímax si no están en un sitio más cómodo, pero esta noche es diferente. Han bebido y fumado más de la cuenta y ella está tan desinhibida como su amiga, a quien no le importa follar en el asiento de atrás, a su vista, que no es la primera vez que se dan el lote las dos parejas juntas (que no revueltas), pero sí la primera que quilan a la vista una de la otra. O al menos a la vista de María, porque Jero tiene la cara perdida entre sus tetas y con ella encima lo tiene difícil para darse la vuelta y observar hacia atrás.

María no puede dejar de mirar el rabo de su amigo, esa polla que descansa sobre el pubis de su amiga entre restos de la eyaculación y se siente caliente, muy caliente, muy perra, como suelen referirse entre las chicas a cuando se les va la cabeza en medio del sexo. María empuja su vulva contra el falo y el glande de su novio. Nota que aquello le arde y no solo por el roce, sus labios se separan cuando se frotan humedeciendo el falo. Jero, que no se puede contener y suma sus fluidos a los de ella, empieza a agitar su respiración. Conoce a su chico y sabe que se va a correr. Demasiado ha aguantado ya esa masturbación de su coñito. Percibe el semen caliente que de repente se dispara, mojándole la barriga, llegándole hasta el ombligo para luego caer de nuevo hacia abajo mientras se frotan vientre contra vientre. María sigue con el masaje sin detenerse, añadiéndolo ahora a la lubricación el esperma que continúa brotando y que ella arrastra con sus labios vaginales. Empieza a gemir, aprieta a Jero contra sus tetas mientras observa a Juanjo introducir la cabeza entre los muslos de su amiga y comenzar a lamer. Natalia no necesita mucho porque parece estar a punto de caramelo. Otra vez se mueve, levanta su culo, se retuerce moviendo las caderas a un lado a otro, gime… “sí, sí, sí, sí, sí, así, más abajo…” una serie de indicaciones y contraindicaciones brotan de su boca, haciendo que resulte un milagro que Juanjo atine con su lengua en el punto exacto y con la cadencia correcta para hacerla llegar al orgasmo, cosa que contra todo pronóstico y en contra de lo que pudiera parecer acaba consiguiendo. A María le daría la risa si no fuera por lo cachonda y caliente que está, tanto que no le basta con frotarse, necesita algo más fuerte. Entonces toma la verga todavía erecta de Jero y buscando el ángulo correcto la sitúa frente a la entrada de su vagina. Se mete primero el capullo y juguetea con él dentro un poco, y luego, con un golpe de cintura la empuja hacia adentro una, dos, tres veces, en lo que parece un juego que sin embargo se prolonga demasiado en el tiempo, aunque Jero no dice nada, la deja hacer. La chica es consciente de que el falo está lleno de restos de semen que se están introduciendo en su vagina, pero no le importa, solo ve a Juanjo entre las piernas de su amiga, combinando ahora su lengua sobre su clítoris con dos dedos que introduce y oye a Natalia que ya no da indicaciones, que ni siquiera puede hablar, que solo se limita a jadear indicando con la intensidad, el tono y el ritmo de sus gemidos si la cosa va bien o va mal. Y parece que va muy bien porque de repente se le escapa un grito y entonces, durante unos segundos parece volverse muda, como si se hubiera tapado la boca con la mano para luego volver a rugir a jadear, y por fin, emitir un “para, para que me haces cosquillas” que indica que ha llegado al clímax y que insistir sobre su sensible clítoris ya no le produce placer, sino unos intensos hormigueos que le impiden disfrutar de los últimos retazos de gusto.

Es el turno de María, que con la vista puesta en sus amigos, lleva una mano la entrepierna y se masturba acariciándose por fuera mientras por dentro, la verga todavía caliente de Jero se acomoda en su vagina. Ahora le toca a ella y tiene su propio orgasmo, intenso y fuerte, que durante unos segundos le hace olvidar la postura incómoda, el calor, el dolor de las rodillas clavándose el freno de mano y el guardamanos de la puerta. Solo puede contraerse, presionando muy fuerte hacia abajo para mantener la polla de su novio dentro, mientras le tira del pelo y lo atrae hacia sí para que se introduzca buena parte de su pecho en la boca, mientras ella le jadea al oído. Cuando acaba solo se oye su respiración entrecortada y entonces sí, un minuto después la risa de Natalia vuelve a estallar en el asiento de atrás contagiándola a ella y poco después a los dos chicos.

Ya es demasiado tarde y aunque Juanjo propone ir a un garito que abre hasta el amanecer, las chicas se niegan. Están cansadas y no les apetece para nada meterse en un lugar cerrado apestando a humo, con un futbolín y una peli porno puesta en el vídeo del local, con una banda de tipos que, si bien no las van a molestar porque sus novios son habituales, no pararán de hacer comentarios sexistas y machistas sobre lo que están viendo. Eso sí, el sitio te garantiza que va a estar abierto hasta el amanecer y que las copas son muy baratas. Ellas preferirían ir a alguna de las discotecas de las afueras que también abren hasta muy tarde, donde suena buena música, pero donde tienes que pagar entrada y te cobran la consumición cuatro veces más cara. No hay ni pasta ni tampoco tienen cuerpo para eso así que toca retirada. Primero dejan a Natalia en su casa y ahora llevan a María.

- Podemos dejar a Juanjo primero, que nos pilla más cerca.

- No te preocupes, te llevamos a ti a ver si mientras convenzo este para que se tome la última conmigo.

- ¿Vais a ir al Géminis a tomar el último cacharro y a ver una porno?

- Posiblemente…

- Mira que sois cutres.

- ¿Hay algún plan mejor?

- Meterse en la cama es mejor que eso.

- Bueno, ya veremos - deja en el aire Jero, que traducido al cristiano significa que seguro que acaban allí metidos.

Se despide con un beso de su novio y le da otro a Juanjo. El chico huele a sexo, todos huelen. María sube a su casa y abre la puerta procurando hacer el mínimo ruido posible. Quiere ir directa a su habitación, pero antes tiene que pasar por el servicio porque la vejiga parece que le va a estallar. Se hace cruces esperando no haber despertado a su madre, lo último que quiere es toparse con ella y que una vez más le riña por llegar tarde. Es ya mayor, trabaja y se ha ganado a golpe de bronca y discusiones su derecho a trasnochar y hacer lo que le dé la gana. A estas alturas sus padres ya han renunciado a ponerle freno, pero una cosa es que ya no te pregunten (aunque te pongan mala cara) de dónde vienes a las cuatro de la mañana y otra muy distinta, que te presentes con las rodillas peladas, el cuello y la cara arañada de la barba de tu chico, el vestido manchado de semen y las bragas hechas una bola en el bolso después de haberte limpiado con ellas. Si ha despertado a su padre o a su hermano y se cruza ahora con ellos de camino a su habitación, lo más probable es que ni se den cuenta y en el caso de su padre, que simplemente le haga un mudo reproche, pero su madre la tiene calada y no se le pasa ni una, incluso medio dormida es capaz de echarle la radiografía y acertar en el diagnóstico. No necesita una bronca nocturna o que al día siguiente la levante temprano solo para recordarle otra vez a la Anita, la del quinto que se quedó preñada con su misma edad y tuvo que dejar el trabajo, o su prima, la que estaba aquí estudiando y que se tuvo que volver al pueblo sin acabar la carrera, con una barriga sin que el chico que la había dejado embarazada se hiciera cargo de ninguna paternidad. Así pues, María renuncia a darse una ducha rápida. Lo que hace es mojar un pañito pequeño y con él se asea lo mejor que puede. Luego, sigilosa como una gata y con los zapatos en la mano para no hacer ruido, consigue llegar a su cuarto y meterse en la cama.

A esta hora hace fresco y se queda totalmente desnuda, arropada por las sábanas. Ha sido un día muy largo y una semana también muy larga. Ha llegado al viernes cansada, el alcohol, los porros y la juerga que se ha pegado ya le están pasando factura, pero está tan cansada que no se puede dormir. Sus manos recorren su piel, se acaricia la tripa intentando relajarse a sí misma. El cuerpo reacciona. Se acuerda de Juanjo y Natalia fornicando en el coche, de como ella misma se ha follado a Jero y su joven cuerpo le pide de nuevo placer. La imaginación se pone en marcha. María ya sabe que se va a desbocar, así que no intenta refrenarla en ese estado de febril excitación en el que se encuentra, flotando entre la desconexión absoluta del sueño y la tensión acumulada que le impide alcanzarlo. Su fantasía ejerce de interruptor para alcanzar el orgasmo y este la conduce al abandono físico y mental. Otra vez la imagen de la verga de Juanjo viene a su cabeza. Entre las dos parejas hay mucha desinhibición, pero nunca se habían visto en pleno acto como hoy. Alguna vez ha cruzado por su mente la posibilidad de un intercambio, cosa con la que han bromeado los cuatro. Risas que se convierten en deseos cuando ella fantasea. En aquel lugar de sus sueños donde todo es posible, donde nada está mal, donde no hay reglas ni convenciones, donde todo sale bien, ella y Natalia intercambian novios y así puede disfrutar de dos chicos en vez de uno, de la experiencia distinta de otro cuerpo, de otro amante. A veces lo ha pensado y cree que podría salir bien porque tanto Jero como Juanjo son cariñosos y muy buena gente, incapaces de celos, envidias o de generar mal rollo entre ellos. Pero luego se lo piensa más detenidamente, es algo que puede suponer un salto al vacío, nunca se debe jugar con los sentimientos y los sentimientos y el sexo van muy unidos a unas chicas de veinticuatro años que están empezando a vivir. Sobre el papel todo podría resultar fantástico, pero luego nunca se sabe cómo pueden acabar las cosas, lo que se puede remover por dentro de una, las emociones que se pueden provocar. La verdad es que ahora están bien, así que ¿por qué arriesgarse a estropearlo?

Sin embargo, sus sueños son una cosa muy distinta. En su fantasía sí que ha probado muchas veces el intercambio y sí que se ha excitado imaginando que lo hace con Juanjo y también que Natalia copula con Jero. Como es su fantasía y ella la puede diseñar a placer, ahí si sale todo bien y todos siguen enamorados de quien deben, no hay celos ni malos rollos ni confusiones. Y eso es lo que le apetece fantasear. Ahora sabe que es la fantasía que más rápida la lleva al orgasmo porque la excita mucho. Solo que hoy hay una variante se le ha ocurrido mientras volvían, cuando iban los tres solos. Se le ha ocurrido pensar que iban al descampado, un solar donde otras veces se ha ido ella con Jero a tener sexo en el coche. En vez de irse al pub ese cutre donde se suelen meter, iban hacia allí y se enrollaba con su novio mientras Juanjo miraba y se masturbaba. Ella le susurraba que lo dejaran participar y entonces María tenía sexo con los dos. En su imaginación el asiento de atrás se volvía mucho mayor de lo que ya era. Se situaba en medio y los chicos la acariciaban a la vez, siempre había una mano entre sus piernas, en sus muslos, en sus pechos, siempre una lengua en su boca a la par que notaba dos miembros rozarse contra ella. Después, ambos la penetran alternativamente. María los recibe en su interior permitiéndoles eyacular dentro, sintiéndose plena, satisfecha, manteniendo a Juanjo atrapado entre sus muslos. Ha podido comprobar que su verga no es muy distinta en tamaño y grosor a la de su novio, pero es otra verga, es otro hombre y eso la excita muchísimo, sobre todo porque Jero no se enfada, al revés, parece excitado de verla fornicar con su mejor amigo. Todo es estupendo en su fantasía piensa mientras alcanza el clímax y ahora sí, ya por fin consigue desconectar y haciéndose un ovillo se tapa con las sábanas y entra en sueño profundo.
Eso acaba en orgía 😈
 
María dormita en el asiento trasero. Una toalla cogida con el cristal de la puerta evita que le dé el sol. El aire caliente y espeso del mediodía entra por las ventanillas delanteras que Jero y Juanjo llevan bajadas. Llevan casi cuatro horas de viaje y la euforia con la que salieron de su ciudad ha ido decayendo conforme los kilómetros iban transcurriendo. Una vez pasada Sevilla pararon para desayunar. Entre los cuatro se bebieron un par de batidos de chocolate de litro y se comieron una caja de galletas de nata que María ha sustraído del supermercado donde trabaja. Lo ha hecho sin remordimientos, sin considerarse una ladrona, demasiado poco cobra y demasiado aguanta al dueño de la gasolinera, un tipo ya mayor que, aunque nunca ha intentado sobrepasarse con ella ni la ha molestado, se muestra avaro hasta más no poder con cada céntimo que le paga, con cada hora de más que la hace trabajar o con cada día libre que le cuesta la misma vida arañarle.


- Tía ¿no te da cosa? - le ha preguntado Natalia cuando le ha mostrado algunas de las cosas que se ha traído del súper sin pasar por la caja.


- Justo castigo para su puta maldad. A cambio del viernes libre me va a hacer ir dos sábados. Más cosas me tenía que haber traído.


El viaje se vuelve monótono después de haber hecho circular cuatro cintas por el radio cassette. Cada vez le tocaba a uno poner música y en un par de horas le han dado un repaso a casi todo panorama musical del país, donde ha habido sitio para el pop, para el rock e incluso algo de rumba de Peret. Ahora han puesto la radio, han escuchado un par de boletines de noticias que no decían nada interesante y por fin han sintonizado una emisora que sí les ofrecía música. El Hotel California de Eagles suena atrapándolos a todos con su dulce melodía y con esas voces que los transportan a otro sitio, a otra realidad, aunque no entienden lo que significa la canción porque ninguno sabe inglés. Cambia la hora y entra un nuevo locutor, ahora con música española. El “Visite nuestro bar” de los Hombres G empieza a sonar y Jero (que va al volante) suelta un:


- ¡Quita eso o vomito!


- Bueno nombre, déjalo que a mí me gusta - comenta Natalia solo para hacerlo rabiar.


- Puedo tragar mierda pija pero solo hasta cierto punto: en mi coche no se escucha esta basura. Y al que no le guste que se baje.


- Cuando yo tenga mi coche tendrás que escucharlos y también a Camilo Sexto.


- Lo de Camilo Sexto es distinto, ese es un señor - dice Jero que se ha escuchado toda la discografía porque su madre es fans.


- Y lo peor es que lo dice completamente en serio - ríe María que por otro lado le da la razón a su novio: los Hombres G también se le hacen bola.


Jero apaga la radio y ahora solo oyen el ruido del motor del coche que suena como un tractor con turbo y el aire que remueve todo el interior del vehículo entrando en tromba por las ventanillas. Todo eso les provoca morriña a las chicas que, cansadas por el madrugón, se quedan en una duermevela ligera en la que no están ni del todo dormidas ni del todo despiertas.


María está contenta, pronto estará en la playa con su novio y con sus mejores amigos disfrutando de unas ansiadas vacaciones. También está contenta porque acaba de terminar con la regla. Doblemente contenta porque eso le va a permitir poder bañarse sin ninguna restricción, sin el incordio de tener que usar tampones y también porque va a poder disfrutar del sexo con su novio, y por último (y no menos importante), porque ya se queda tranquila desde aquel episodio del coche donde jugó con fuego. No dejaba de darle vueltas a que pudiera haberse quedado embarazada. Esas locuras puntuales le dan sal a su relación, pero se dice que debe tener cuidado. No quiere sustos. El tema de contenerse en momentos tan morbosos es una tarea pendiente.


También le da vueltas al tema de sus fantasías. Cada vez más se excita pensando en un intercambio de parejas y en juegos liberales subidos de todo entre los cuatro. A pesar de la gran confianza que la une a su amiga y lo inseparables que son para todo, es un tema que no se ha atrevido a plantear abiertamente y no sabe si las bromas que se dan al respecto son simplemente eso, bromas, o hay algo más, una auténtica intencionalidad de llevarlos a cabo si se dan las circunstancias adecuadas. Recuerda al comentario de Natalia cuando unos días después recordaron el episodio del coche.


- Con eso de ponernos hasta el culo de beber y de fumar cualquier día vamos a acabar los cuatro montando una orgía - dijo con ese tono medio en broma medio en serio que pone ella cuando no aclara del todo sus intenciones.


A María sigue sin desagradable la idea, todo lo contrario, ya forma parte de sus fantasías, pero sigue inquieta porque teme las consecuencias. Sobre el papel todo está muy bien y muy guay, saben que seguramente lo disfrutarían todos, hay una gran sintonía entre los cuatro, pero una vez más continúa temiendo las consecuencias. No es solo un polvo, no es sólo una descarga de adrenalina, de semen, de flujo, son algo más que piel, huesos, son personas con sentimientos y remover los sentimientos supone guisar un caldo que nunca sabes cómo va a saber, si dulce o amargo. Aspira por la ventana y cree detectar olor a sal y mar.


- ¿Estamos cerca? - pregunta desperezándose - Parece que ya huele a playa…


- Huele a marisma - contesta Jero que conoce bien la zona porque ha hecho la mili en San Fernando - La marea debe estar baja y lo que huele es al lodo que queda en los caños cuando se retira el mar. Estamos llegando a Puerto Real. Desde ahí nos desviamos a San Fernando y luego por la carretera de Tarifa. Si queréis paramos en Chiclana, en La Barrosa y almorzamos.


- ¿Es buena playa?


- De las mejores.


- Pues podemos quedarnos aquí entonces ¿no? para que ir más lejos.


- Porque allí no vamos a poder acampar, es una zona donde va la gente bien de Cádiz y también muchos militares tienen segunda casa. La Guardia civil nos saca de allí a patadas en cuanto plantemos la tienda. Hacedme caso: es mejor ir para la zona de Caños de Meca o Trafalgar. Además, allí hay un ambiente hippy muy molón, el sitio os va a gustar.


Unos tres cuartos de hora después llegan a la Barrosa. El coche parece agradecer la parada, el ventilador continúa zumbando un buen rato después de apagado el motor y el capó desprende una alta temperatura, provocando ondas de calor que difuminan la imagen de un mar azul que se adivina tras un bordillo en el paseo marítimo. Los chicos plantan la sombrilla, organizan un improvisado campamento y corren hacia el agua. Una lengua de plata destella, donde el azul del mar se junta con el azul del cielo, sin una sola nube en el horizonte y la forma parda de un islote en forma de castillo destaca a la derecha, emergiendo como si se tratara de un animal acostado. Tienen que cerrar los ojos porque no soportan tanta luz.


Al mediodía tiran de bocadillo. Hay un chiringuito en la playa pero los precios son prohibitivos, incluso de las sardinas que es lo más barato. No muy lejos, Juanjo y Natalia encuentran una bodeguilla donde compran cerveza fría y un litro de refresco. Cuando se acaban los bocadillos y uno de los paquetes de patatas que María ha cogido de la gasolinera, se echan la siesta todos apretujados bajo la sombra. O mejor dicho, se la intentan echar porque no consiguen dormir, hace demasiado calor y a pesar de que se refrescan en el agua apenas pasan unos minutos y ya están de nuevo secos gracias al viento de poniente que corre. Deciden continuar. Todavía les queda un trecho. Recorren un camino asfaltado entre los pinos buscando de nuevo la carretera general.


- Conoces bien esto - comenta Natalia a Jero.


- Pues sí. Me llevé un año como conductor recorriendo todos estos sitios.


- ¿Qué tal fue eso de servir a la patria?


- Puta mili - con estas dos palabras acaba resumiendo Jero toda su experiencia durante un año en el Tercio de Armada.


- Bueno, después de todo aquí al menos tenías playa y seguro que en un año alguna chica conocerías – pregunta dando un codazo a su amiga.


- No.


Otro monosílabo corto, seco, que deja las cosas en su sitio.


- Jopetas tío, algo habría bueno…


- Sí, el hachís que era de primera categoría, el Winston americano de contrabando, el whisky de la base de Rota que nos cambiaban los americanos por nuestras raciones de combate y poco más.


- Entonces ¿por qué has querido que volviéramos aquí?


- Ahora es diferente – contesta echando una mirada por el retrovisor a María.


Por fin salen de nuevo a la nacional de Cádiz a Algeciras que va cargada de tráfico. A los muchos camiones, autobuses y vehículos que la transitan, se unen los turistas que van de vacaciones como ellos. Sufren alguna retención, pero por fin enfilan el trayecto que los separa de Los Caños de Meca. Recorren los kilómetros impacientes, deseando llegar por fin a su destino. Jero se desvía hacia Conil y justo antes de entrar al pueblo gira en un semáforo a la izquierda, buscando una carretera que pasa por una marisma desde donde ya se ve el mar. Van paralelos a la línea de costa, entre campos de trigo seco donde vacas retintas de color marrón oscuro, tostadas por el sol, pastan. Más adelante se encuentran con un pequeño convoy, un Land Rover y dos camiones Pegaso de tres toneladas y media color verde oliva.


- Infantería de Marina - dice Jero mientras los adelanta aprovechando una recta - Van a Barbate, a la sierra del Retín.


Ellos se descuelgan al llegar a cabo de Trafalgar. Llegan a una pista de asfalto que acaba comida por una duna de arena. El Levante de días antes la ha empujado y ha hecho desaparecer el camino. Dejan el coche en una venta, allí justo donde empiezan las sillas de la terraza vacía. Hace calor incluso debajo del toldo y los pocos paisanos que hay están dentro, tomando cerveza fría y pegados a dos ventiladores que hay puestos encima de la barra.


Los chicos andan sobre la arena y suben a la duna. Desde allí se ven las primeras casas de Caños de Meca que están muy próximas, a la izquierda. A la derecha se alza la mole del faro de Trafalgar aupado en una peña rodeada de dunas.


- ¡Wow! esto es alucinante - dice Natalia.


- Vamos a subir al faro, ya veréis que vista hay desde allí.


Lo hacen animados pero con paso lento. La arena no permite correr, los pies se entierran y quema por el sol. Pronto pasan el tramo y el asfalto vuelve a aparecer en una carretera que va ganando altura hasta llegar al mismo faro. Lo rodean porque hay una valla que impide la entrada. Dos pequeñas calitas con aguas transparentes rodeadas de piedras llaman su atención. Enfrente sólo el mar, un mar azul oscuro, profundo, con el viento de poniente levantando crestas en las olas que acaban por romper en la playa de Trafalgar que se extiende casi ocho kilómetros hasta Conil, enlazando con el Palmar a través de Zahora.


Se ve alguna sombrilla y algunos refugios circulares de piedra, pero a partir de quinientos metros más hacia el sur la playa aparece desierta. El paisaje es imponente como había adelantado Jero y los cuatro chicos contienen la respiración mientras se dan un festín visual y también en todos sus sentidos, porque notan el aire en su cuerpo, el salitre sobre la piel, el olor a mar.


- ¡No fastidies que toda esa playa es para nosotros!


- No sé, podemos montar la tienda esta noche allí, estaríamos prácticamente solos – propone Juanjo.


- No me gusta dejar el coche tan lejos. La venta cierra por la noche e igual mañana no encontramos ni las ruedas. Hay un montón de caminos y de carriles con aparcamiento cercanos a la playa, podemos investigar y acoplarnos en un sitio mejor. Para bañarnos tenemos kilómetros de playa sin tener que darnos la caminata.


María observa al mar. Realmente impresiona, no es una lámina como en algunas playas de Levante, sino algo vivo que se parece al agua que pone a hervir su madre para cocer huevos.


- No sé si me atrevo a bañarme, ahí debe haber corrientes.


- Puede haber resaca. Esta playa está muy expuesta, no tiene nada que ver con la Barrosa o la de Conil – explica Jero mientras se sume en un breve silencio - Aquí fue la famosa batalla de Trafalgar.


- ¿Por eso le pusieron el nombre al faro?


-Creo que fue al reves, la batalla lleva el nombre del Cabo donde está el faro. Fue justo enfrente de donde estamos ahora. A esa playa llegaron los restos de los barcos hundidos y también la gente que se ahogaba y que el mar devolvía.


- Tío, que siniestro…


- Siniestro pero real.


No hace falta que Jero lo certifique, todos se encogen de hombros como si de repente el viento fuera fresco. Solo pensar en estar en una batalla en medio de ese mar, en que se hunda tu nave y en que tú te veas ahí flotando a merced de las olas, provoca un escalofrío que estruja el alma. Desde la arena de la Barrosa con un litro de cerveza en la mano, uno no es consciente de lo que tiene enfrente, de la inmensidad del océano. Allí sí están en un otero desde donde pueden ver bien, alcanzar a imaginar aunque solo sea una porción del océano Atlántico, en un sitio traspasado por la historia.


Pero el momento pasa, son jóvenes y no están allí para dar una clase de historia ni echar la vista atrás, vienen a pasárselo bien y ahora la prioridad es montar su campamento. Deshacen el camino dejando las dunas a su derecha. Años después, aquellas dunas descubrirán lo que esconden: dólmenes, una factoría de salazón romana, termas, restos que prueban que el sitio había llamado la atención del ser humano desde hacía mucho tiempo. Cuando llegan al coche entran en la venta y se permiten el lujo de pedir dos botellines y unas coca-colas para las chicas, están muy sedientos.


- Jefe ¿usted sabe si se puede acampar por aquí?


- Tenéis el camping aquí al lado.


- Me refiero por libre.


- A la Guardia civil no le gustan las acampadas por libre. Los dueños de los terrenos y los ganaderos suelen avisarlos cuando ven una tienda de campaña. Si cogéis en dirección a Zahora por cualquiera de esos carriles de tierra acabéis saliendo a la playa. Podéis montar la tienda para pasar la noche, no suele haber problema, pero una vez de día puede ser que recibáis una visita de los verdes.


- ¿Multan?


- Depende de cómo les pille el cuerpo y de lo bien o mal que le caigáis. Lo normal es que te den un aviso y si al día siguiente te vuelven a coger ya te empapelan.


Los chicos se miran entre ellos, es un rollo tener que andar montando y desmontando el campamento a diario.


- ¿Y en el pueblo? - dice señalando a Caños de Meca.


- Hay una pequeña parcela en la entrada que hace de camping. El dueño te cobra por montar la tienda pero es más barato que el camping de aquí. Por el pinar yendo a Barbate también hay sitios donde podéis acampar. Hay un par de campamentos hippies que no suelen poner pegas si os acopláis. En general en Caños vais a tener menos problemas, allí los turistas son bien recibidos si consumen y se dejan el dinero. Hay otro ambiente. A la gente del pueblo le da un poco más igual, siempre que os comportéis.


- Pues muchas gracias, jefe.


- Nada, no olvidéis pasaros por aquí el sábado que con la cerveza ponemos una tapita de arroz.


- Vale.


El trayecto hasta caños pasa en un suspiro, están al lado.


- ¡Mira, mira! - grita Natalia.


Justo a la entrada del pueblo a la derecha, en una playa rocosa donde no parece fácil bañarse, hay varias tiendas de campaña y algunas furgonetas aparcadas.


- A lo mejor ahí podemos quedarnos.


Jero frena, da marcha atrás y toma por un carril que aparece llevar hacia el agua. Efectivamente acierta, los últimos metros los hacen circulando entre la arena y la pista de tierra.


- Buenas - saludan a una familia que ha montado un campamento uniendo una tienda de campaña familiar y dos más pequeñas.


- Hola - los saluda una señora mayor que está haciendo un picadillo de tomate y lechuga en un balde grande.


- ¿Se puede acampar por aquí?


- Sí, sin problema - dice después de echarle una ojeada inquisitoria a ver qué pinta tienen. Que vengan con chicas parece tranquilizarla.


- ¿Venís para muchos días?


- Un par de noches.


- Vale, si no dais mucho ruido podéis quedaros.


- Que va, si somos muy formalitos…


A todos les viene bien el acuerdo y pronto congenian. Las chicas se hacen querer y se ofrecen a echar una mano a la mujer, una vez que tienen instaladas sus propias tiendas para traer agua de una fuente cercana.


- Mira, prefiero tener de vecinos a unas parejitas como vosotros antes de que vengan algunos hippies o gente rara y nos planten la tienda al lado.


A los chicos les viene bien tener de vecinos a una familia que puedan echarle un ojo a su campamento cuando salgan de playa o de marcha por la noche. Porque pronto descubren que esa zona de la costa es impracticable para el baño. Más allá de darte un remojón echándote tú mismo agua, no se puede uno meter. Hay demasiadas rocas, ostión de Cádiz con conchas afiladas incrustadas que te hacen resbalar y con las que puedes tener un mal tropiezo. Sólo con la marea baja quedan algunas charcas y zonas donde puedes meterte con algo más de seguridad.


- Lo mejor es que vayáis para Trafalgar con el coche o andando a la playa de Caños.
 
Eso es lo que hacen una vez que tienen ya todo montado. Se preparan unos bocadillos, cargan la mochila y suben por la pista de tierra hacia la carretera de Caños a Barbate que atraviesa el pueblo. Como Jero les había adelantado, pueden ver mucho ambiente. A pesar de ser un pueblillo se nota que hay mucha gente de fuera y diversidad a tope. Un par de tascas con terraza ya enseñan la fauna que se van a encontrar por los alrededores. Gitaneo, hippies, modernos, algunos con pintas de rockeros, incluso algún que otro pijo con náuticos, bermudas y niki de Lacoste. Suena Triana en uno de los bares y más adelante, una chica sentada en la acera muy morena y tostada por el sol, con un vestido de tirantes remangado por encima de las rodillas que prácticamente les enseña los pechos morenos, toca “knockin' on heaven's door” de Bob Dylan y les lanza una mirada furtiva, esperando a ver si hay suerte y le cae una moneda. María le pregunta por una bodeguilla donde comprar cerveza fría y ella le indica en dirección a una sombrilla de helados Camy de un azul ya desvaído por muchas horas de sol y con el filo hecho flecos por el Levante, que señala el lugar.


- ¿No tendréis cinco duros para echarme un quinto?


- No tenemos nada suelto, perdona.


- Vale, guay, no hay problema - dice ella mientras sus dedos arrancan de nuevo y continúan por donde lo había dejado.


Cuando llegan al localucho, una especie de tiendecilla donde hay de todo un poco, se pillan dos litros bien fríos y un paquete patatas fritas. Antes de ir a pagar María toma de la nevera un quinto de Cruzcampo.


- ¿Y eso?


- Para la artista.


- Claro, como nos sobra el dinero…


- No seas rata tío, que luego siempre andas tú acercándote a los colegas del parque para que te inviten a un buchito de litrona y eso que no tocas la guitarra ni nada.


Cuando salen a la calle, le da el quinto a la chica, abre el paquete de patatas y le echa un puñado encima del pañuelo que tiene en suelo.


- Gracias - le sonríe ella.


- No hay de qué.


- Oye ¿para bajar a la playa?


- No tiene pérdida, si seguís por la carretera veréis a la derecha una especie de rampa con unas escaleras para bajar. Hay dos o tres, yo recomiendo la última, la que está pegando al acantilado. Allí tendréis más sombras si os pegáis a la pared y hay varios caños donde luego os podéis duchar. Si pilláis la marea baja, podéis andar hasta un par de calitas que forma el acantilado. Si os va el rollo, allí es zona nudista.


- Gracias tía, nos vemos…


- ¿Veis cómo hay que hacer amigos? - les dice María cuando se junta con ellos - ya me ha dicho la colega cual es el mejor sitio para ponernos.


De camino hacia la playa siguen cruzando por la calle principal, por la que van cogiendo altura. A la derecha, una jaima se alza al borde de un pequeño acantilado.


- ¿Y esto?


- Esto es el pub de moda aquí.


- No jodas.


- Las mejores puestas de sol de toda la zona.


- ¿Tú ya has estado aquí antes?


- Vinimos una noche que estábamos de maniobras, acampados entre Barbate y Zahara de los atunes. Tuvimos un herido, un cabo primero que se jodió la pierna haciendo rapel y lo llevamos en la ambulancia a San Fernando, al hospital San Carlos. A la vuelta el Malaguita, un curso de mi compañía y yo, paramos aquí. Nos habían hablado del sitio los camaradas de Cádiz y decidimos hacer una visita. Cuando aparecimos de uniforme por poco se lía parda, pero a la media hora ya nos habíamos tomado tres o cuatro cervezas y nos habían invitado a fumar. Aquí se junta lo mejorcito de caños.


- Pues habrá que hacer una visita.


- Claro, esta noche venimos.


Un poco más adelante ya se vislumbra el pinar y los acantilados de la Breña que separan Barbate de Caños. Unas escaleras bajan haciendo zig zag hacia la playa que no está muy llena por esa zona. No obstante, andan un poco hacia la izquierda en la dirección que les ha dicho la chica hippy. Pasan delante de una oquedad donde las paredes rezuman agua con verdina y un chorro cae del techo.


- ¿Qué es eso?


- Eso es uno de los caños, hay varios.


- ¿Por eso se llama así la playa?


- Sí, es el agua de la montaña donde hay varios arroyos y veneros subterráneos. Es agua dulce. Los compañeros de Cádiz me dijeron que te puedes duchar e incluso se puede beber.


- ¡Qué sitio más curioso! me da que aquí nos vamos a divertir.


- De eso se trata ¿no?


Los chicos por fin se detienen, pinchan la sombrilla y delimitan con toallas un espacio alrededor. Las chicas corren hacia el agua deseando darse un baño. Allí salpican, juegan y retan a sus novios a bañarse. Estos pronto se unen y hay risas, abrazos, ahora sí que de verdad empiezan sus vacaciones.


- ¿Dónde vais? ¿ya os vais a salir?


- Es que se calienta la birra, vamos a bebernos por lo menos una ¿no os parece?


Natalia y María todavía retozan un poco más disfrutando del mar. Cuando se reúnen con ellos un cigarro humea y el litro está ya bastante mediado. Ellas beben y se lo acaban mientras Jero abre el otro y Juanjo les pasa el porro.


- Es muy temprano, ahora no me apetece - rechaza María.


- A mí tampoco – secunda su amiga – Oye, nos han dicho que más para allá hay nudismo ¿queréis que demos un paseo? - propone picarona.


- Yo estoy molido de conducir, me quedo aquí tomando jarabe de litrona.


Juanjo tampoco parece muy entusiasmado, de momento prefiere terminarse el petardo que se está fumando.


- Sois unos muermos - dice Natalia mientras se levanta, se coloca un sombrero y se desabrocha la parte de arriba del bikini.


- ¿Qué haces?


- Pues quitarme esto para que me dé el sol, no pienso volver a casa con las tetas más blancas que las de una monja.


María la imita. Sus pechos son más pequeños, pero más simétricos. Botan como dos pelotitas con cada paso que da. Las dos caminan mientras los chicos fijan la vista en sus pechos y también en sus culos, donde todavía queda un rastro de arena y los cachetes asoman entre la tela del bikini. Andan por la playa y llegan a una zona donde la lengua de arena se estrecha. Tienen que pasar entre arena mojada y rocas. Hay bajamar. Se supone que con la marea alta a aquella parte no se puede acceder. A partir de ahí el ambiente, ya de por sí liberal y despreocupado donde abundan los topless, deja paso a una zona más salvaje y también más desinhibida.


Lo primero que ven es a un chico totalmente desnudo, pelo largo y agua hasta las rodillas mirando hacia el mar. Se dan cuenta pronto que, aunque también hay chicas, la mayoría son hombres.


- Mejor para nosotras - parece decirle Natalia con una mirada pícara.


Los chicos también las observan a ellas que se juntan y pegan hombro con hombro como si no hubiera playa para andar separadas. Finalmente llegan a un sitio donde las olas acaban por romper contra el acantilado: ya no se puede continuar. Es una pequeña cala donde la arena está salpicada de piedras y donde la bajamar ha dejado hueco para que se instale gente que parece salida de una comuna hippie. La mayoría están desnudos y lo que a ellas les llama la atención, allí parece tan normal que son ellas mismas las que distorsionan el paisaje con su bikini puesto en la parte de abajo. Se sientan un rato en la arena dejando que las olas bañen sus muslos. Están tranquilas, nadie las molesta ni se pone pesado, simplemente algunos chicos se acercan y se meten en el agua alrededor como tratando de llamar su atención. Las chicas sonríen y les vuelve a dar la risa floja. Cuando tras un rato los moscones ven que no tienen intención de coquetear, les dejan espacio y ya no insisten.


Entonces, Natalia se incorpora y camina metiéndose en el agua. Cuando le llega hasta el pecho se detiene y bracea un poco manteniendo el equilibrio entre las olas. María la imita, intentando llegar hasta ella. Es un error de cálculo porque su amiga es más alta y ella no sabe nadar. Piensa que aquello es como una piscina, pero el terreno es irregular y las olas hacen subir y bajar el nivel, sumergiéndola de repente. Se asusta y traga un poco de agua, pero enseguida sale a flote. María trata de llamar la atención de Natalia, pero ésta mira hacia el mar. Intenta gritar, sin embargo las olas le dan por encima de la barbilla, de modo que cierra la boca para no volver a tragar agua mientras hace gestos con la mano esperando que Natalia se gire y la vea. Se da cuenta que está en una especie de hondonada, posiblemente formada por el oleaje con la marea baja que su amiga ha pasado sin dificultad pero que a ella le está costando un buen tropiezo. Con alguna que otra tragantada y unas pocas inmersiones consigue finalmente que Natalia se fije en ella. Ha conseguido mantener la compostura y no ponerse nerviosa, pero su situación es delicada porque no puede mantenerse allí mucho tiempo. Casi a la vez que su amiga empieza a nadar en su dirección para ayudarla nota como unos brazos la levantan y la elevan sin dificultad en el agua. Un hombre la sostiene tomándola por la espalda y por debajo de las rodillas. Es un tipo fuerte, con mucho vello en el pecho, pelo rubio, es lo único que María puede ver mientras la saca hasta la orilla y la deja en la arena.


- ¿Tú bien? - pregunta con un acento extraño, casi quebrando las vocales.


- Sí, sí, gracias.


Está más aturdida que asustada y la sensación que ha tenido entre los brazos de aquel tipo mayor que ella, alto, con bigote, barba rubia y cabello largo no contribuye demasiado a tranquilizarla. Ella es más bien delgada y bajita en comparación con él. Se ha sentido como una muñeca en sus brazos. Ahora lo puede mirar y descubre que el tipo es guapo, que debe tener treinta y tantos años y los ojos de un azul profundo. Se estremece pensando en los minutos que ha pasado en sus brazos, cortos pero intensos. Mientras salía del agua no ha tenido tiempo de recapacitar ni de sentir demasiado, solo quería que la llevaran a la orilla, pero ahora su cuerpo se rebela y se niega a permanecer tranquilo. La piel se le eriza, no sabe si por frío o por lo que le provoca aquel hombre al que sigue investigando con los ojos, alto, de cuerpo macizo, torso ancho y brazos y piernas musculosos. Parece un vikingo. Quizás un poquito de grasa en la cintura, pero el conjunto no desmerece. Su vientre le provoca un pequeño movimiento sísmico en el cuerpo y a pesar del agua helada del Atlántico siente calor en el pecho.


- ¿Que te ha pasado tía?


- Es que no hacía pie.


- ¿Estás bien?


- Sí, solo ha sido un pequeño susto.


- ¿Y este maromo es el que te ha salvado? - dice Natalia mientras le hace un escáner al rubio - Pues muchas gracias guapo por sacar a mi amiga del agua.


- Gracias por nada- consigue construir el otro retorciendo un poco las sílabas.


Luego les hace un guiño y se marcha en dirección a la pared de roca donde una gente lo espera.


- Vaya tipo, a mí también me gustaría que me salvara un par de veces.


Las dos ríen y vuelven sobre sus pasos dando por zanjado el incidente. Lo hacen por la parte más alejada de la orilla, siguiendo la roca de la pared quebrada.


- ¿Cuantos penes has visto tú?


- Hasta ahora creo que cinco.


- ¡Uy, qué mala rima tiene eso!


Les vuelve a dar la risa.


Mientras bordean pegadas al acantilado, ven que hay entrantes en la roca formando minúsculas playitas y que también se forman cuevas, en las que hay gente que ha echado la toalla y buscan algo de intimidad. Natalia se detiene y le tira del brazo. Entre unas piedras, una chica rubia, oronda, con bastante pecho y muslos gruesos se sube encima de su pareja. Mueve la cintura apretando las nalgas hacia adelante y atrás, parece que solo están jugueteando pero ella mete la mano en su entrepierna, busca algo que ambas saben sin necesidad de verlo y se lo introduce.


- ¿Están follando?


- ¿A ti qué te parece?


La mujer empieza a culear, las tetas se balancean al compás mientras que con golpes de cintura se mueve encima del chaval. Se detiene un momento y toma un pareo que tiene sobre la arena. Se lo coloca alrededor de la cintura para tapar un poco sus muslos y las nalgas y que no resulte tan evidente lo que están haciendo, aunque es la única medida de precaución que toma porque luego siguen como si nada.


- Hala hija ¡a disfrutarlo! - exclama María mientras las dos continúan su camino haciendo bromas.


- Pues sí que hay ambiente aquí - comenta Natalia mientras ambas se fijan ahora más en cada recodo y en cada roca se encuentran.


Casi al final, otra sorpresa. Un cuerpo se aplasta contra la roca en la sombra, en una de las oquedades. Está de pie y parece querer fundirse contra la piedra. Detrás, otro cuerpo empuja y se restriega contra él mientras lo besa en el cuello. Son dos cuerpos morenos, musculosos, chicos con el pelo corto, a lo militar.


- ¡Osti tú! Tía, dos parguelas.


- Pues parece que se lo están pasando bien.


- Qué lástima chiquilla, con lo buenos que están.


- Pues sí, vaya desperdicio, pero también tienen derecho ¿no?


Cuando llegan donde están los chicos ambas vienen alteradas y excitadas.


- Joder, tenéis que ir a dar una vuelta un poco más adelante: hay de todo.


- Uy, estas dos vienen muy aceleradas…


- ¿Qué, habéis visto algún nabo?


- Unos pocos. Y también hay chicas y una parejita dándose caña y hasta dos tíos follando.


- ¡No jodas!


- Ahí mismo, en la playa. Bueno, ocultos entre las rocas…


- Pues ya sí que no me muevo de aquí.


- ¿Qué pasa? ¿tienes miedo de que te metan mano?


- Cádiz tiene fama de mariconeo así que mejor me estoy aquí quieto.


- ¿Es verdad que en Cádiz hay tantos homosexuales? - pregunta Natalia a Jero.


- No sabría decirte si hay más o menos que en otros sitios, lo que sí es cierto es que quizás por el tema del carnaval, las fiestas, lo de travestirse y todo eso, destacan más. Como que no se esconden tanto, pero bueno, ya habéis visto que en los sitios de movida ahora salen como setas.


Era cierto. Sin ser todavía algo aceptado plenamente, en determinados ambientes sí que se consentía e incluso parece que estaba de moda que la gente exhibiera su homosexualidad, tanto chicos como chicas, o que jugaran a la sexualidad ambigua.


- Entonces ¿por eso es la fama de Cádiz?


- Bueno, a mí me contaron una historia durante la mili, pero no sé si es verdadera o no.


Las chicas se acomodan junto a ellos con las piernas cruzadas. Deciden volver a ponerse crema, con el baño anterior y la caminata están expuestas y solo el aire ya te quema la piel si no tienes cuidado.


- Venga, a ver esa historia - reclama Natalia que se ha quedado con la curiosidad.


- Me lo dijo un subteniente cuando estaba haciendo la mili, quien por cierto creo que perdía más aceite que alguno de los camiones que teníamos allí en el taller mecánico para reparar. Antiguamente, cuando la época del Imperio español, ser homosexual era algo que estaba penado.


- Joder, como hasta hace poco…


- Sí, pues eso, pero entonces el castigo que había para la homosexualidad parece ser que era el destierro. Te mandaban al Nuevo Mundo, a las Indias como ellos decían. Una vez al año, todos aquellos que habían sido castigados con esa pena eran embarcados en un navío y los enviaban a América. Pues parece ser que ese barco salía de Cádiz, así que por eso dicen que Cádiz tiene fama de mariconeo, porque allí concentraban a todos los homosexuales de España antes de largarlos.


- ¿Y será verdad?


- Pues no lo sé, pero si algún día me encuentro con un historiador le pregunto.


Una hora después, los chicos emprenden el camino de vuelta. Pronto anochecerá. Antes han aprovechado uno de los caños de agua que caen del acantilado para ducharse con agua dulce y quitarse la sal y la arena. María, previsora, se había llevado un bote de gel. Todavía quedaban algunas personas en la playa aprovechando la tranquilidad y esperando ver el atardecer, pero a ellos no les ha importado quitarse los bañadores mojados y ponerse pantalones cortos y camisetas, quedando desnudos y desnudas a la vista de todos, aunque solo sea unos instantes. Lo han visto hacer a un montón de gente que incluso se han duchado completamente en pelotas.
 
El pueblo ahora se ve más bullicioso. Se prepara para la noche, para servir alguna que otra cena y para la fiesta. Los garitos empiezan a ocupar las terrazas y cuando pasan por la jaima observan que ya suena música, aunque un vistazo al interior les permite comprobar que todavía está vacía.

- Es pronto para que esto se anime - comenta Jero.

Al llegar a su campamento comprueban que todo está en orden. La vecina los saluda, rodeada prácticamente de toda la familia.

- ¿Qué tal la playa chicos?

- Dabuti ¿todo bien?

- Sí, todo muy tranquilo como siempre, aquí los que estamos nos llevamos bien - comenta la mujer.

- Nosotros vamos a cenar y a descansar un poco que esta noche queremos salir.

- Bueno, no hace falta que os digamos los sitios, esto es tan pequeño que solo tenéis que dar una vuelta y vosotros mismos veréis dónde está el ambiente.

Jero observa que uno de los hombres batalla con un Citroën CX. Tiene el capó levantado e intenta hacerlo arrancar. Se acerca seguido de Juanjo y se ofrece a echar una mano. Tiene el primer grado en automoción y también los conocimientos que aprendió durante un año de mili en el taller mecánico. Mientras las chicas organizan una pequeña merienda cena, ellos traban amistad con los hombres de la familia de al lado. En apenas una hora han conseguido hacer que el coche funcione y los están invitando a cerveza. La Mari, que es la mujer con la que ellos han hablado, llama a las chicas y las invita a que se acerquen también a tomar algo y a cenar.

- Hemos hecho papas con alioli y ensalada para un regimiento - les dice cuando ve que, un poco cortadas, no se deciden.

Prácticamente se las lleva del brazo hacia el espacio entre las tiendas, donde las otras familias que hay allí acampadas han montado una verbena. Han sido oficialmente adoptadas por ellos y se dan cuenta que ya no tienen que preocuparse porque les vigilen las cosas, ni siquiera por la comida, aquella gente de espíritu hospitalario y abierto no les van a dejar pasar fatigas. A cambio, ellas ayudan a todo lo que pueden y Juanjo y Jero igual, se ofrecen a arrimar el hombro para cambiar el aceite a los coches o hacer lo que sea necesario.

El buen rollo fluye y cuando deciden ir de marcha es casi la media noche. Se han acicalado un poco para salir. Juanjo lleva unos pantalones vaqueros ajustados, con camisa de manga corta remangada al estilo Bruce Springsteen. Jero, buen conocedor de Cádiz, se camufla mejor en el ambiente y va con unos pantalones cortos de pirata y una camiseta a rayas horizontales. El pelo negro largo y la incipiente barba le permitirían camuflarse perfectamente, si no fuera por el acento, como un nativo de Barbate. Las chicas no se han arreglado mucho, están en la playa y van cómodas. En vez de las minifaldas, los vestidos cortos y ajustados, los pelos cardados y los tonos negros y siniestros que se llevan en los sitios de ambiente de su ciudad, han decidido ir más frescas, con un vestido corto de verano María y sandalias planas. Natalia lleva otro vestido largo, muy pegado y bastante fresco porque tiene rajas hasta medio muslo por los lados, muy escotado por la espalda y con tirantes que dejan sus hombros al aire. Las dos parejitas podrían combinar casi en cualquiera de los ambientes que puedan encontrarse, pero allí nadie mira raro a nadie, no llamarían la atención, aunque fueran vestidos de etiqueta.

La primera parada es en un pub. La terraza está llena y en el interior suena música. Eligen meterse dentro, está orientado entre la carretera y la playa de forma que el aire que viene del mar se cuela por uno de los ventanales abiertos. Ayudado por un ventilador, mete una brisa que refresca y renueva el aire del local, que es estrecho y alargado. Allí se toman la primera cerveza y además les ponen un chupito de tequila de regalo. La música es buena. Suena Jimi Hendrix, los Creedence Clearwater Revival, éxitos de los sesenta y setenta que le gustan especialmente a Jero porque tienen mucho guitarreo eléctrico. Las chicas no están tan entusiasmadas, pero reconocen algunos de los clásicos que están sonando. Un par de rondas más y salen buscando el aire fresco.

La siguiente parada es en una terraza en el lado izquierdo, el que da al pinar. Un chaval joven, como si fuera Tomatito, desgrana notas flamencas en la guitarra. Ahí la estrella es el vino de Chiclana pero ellos, con buen criterio, deciden no mezclar y piden jarabe de litrona. El dueño les sirve un litro bien frío y les pone de tapa un plato de altramuces. La limpieza de los vasos deja mucho que desear así que los chicos se la pasan y van bebiendo a morro mientras se comen los chochos, que es como los llaman en su ciudad. El ambiente es agradable y algo mágico flota en el aire. Si no fuera por los mosquitos que vienen de los pinos y empiezan a molestar, allí se estaría genial.

- Vámonos que me estoy amuermando dice Natalia.

- El pavo toca de puta madre...

- Sí, pero después de la paliza del viaje y de toda la semana currando, como no me den algo de marcha me voy a quedar durmiendo aquí sentada.

Salen y deciden bajar a la playa a ver si se espabilan un poco con la brisa marina. Nuevo sonido de guitarras y un corro de jóvenes alrededor de las brasas de lo que no hace mucho fue una hoguera. Suena “Los tiempos están cambiando” de Bob Dylan en acordes no muy elaborados y tarareada más que cantada. Se ve que el inglés no es el fuerte del grupito. Una chica con un vestido de gasa juega con una cinta haciendo malabares. Ellos se ponen al lado y de repente una muchacha se levanta. Lleva pantalones piratas, ombligo al aire y una blusa corta en la que un buen par de pechos se mueven libres, marcando pezón. Es la chica a la que han invitado a cerveza esta tarde.

- ¡Hey hola! - les saluda - ¿queréis veniros con nosotros?

Los cuatro se miran entre sí, aunque los ojos de los chavales están más bien puestos en los pechos de la chica.

- Claro - dice María dándole un empujón con la mano en el hombro a su novio – Venga, espabila que se te van los ojos.

En el corro les hacen sitio y suenan más canciones mientras se pasan un canuto de María y todos beben de una botella de vino. Hacen buenas migas de modo que cuando por fin levantan el campamento y los invitan a subir con ellos a la jaima, nadie pone pegas. A pesar de ser una tienda y estar en lo alto del acantilado cuando entran notan el ambiente muy cargado. Allí todo el mundo está fumando y no precisamente tabaco.

Los hippies son conocidos y habituales del lugar y entran como Pedro por su casa, ocupando un rincón lleno de almohadones con una especie de brasero de bronce que hace de cenicero y sirve para apoyar las bebidas. Una pequeña barra que es a la vez una antigua nevera de hielo, proporciona la bebida fresca y un equipo de música enchufado a un prolongador cuyo rastro se pierde fuera de la lona y serpentea seguramente hacía una casa cercana, la banda sonora, que en ese momento consiste en Kiko veneno cantando la canción de Joselito.

Por ahí viene Joselito

Con los ojos brillantitos

Por la calle Peñón…


Los chicos se embuten en la movida de la mano de su nueva amiga. Casi en seguida, una cerveza aparece en sus manos y se envuelven en el humo y las risas de la parroquia que por allí pulula.

Vigilancia reforzada

En el puente el ambiente

Es en technicolor

Esto era muchos grados

De marea al sur

De Fernando Poo

Ya llegó la hora

De la Zarzamora y sube

La atmósfera del bar

En el tubo traqueado

El salitre le ha dejado

Rumor de alta mar


Efectivamente allí dentro también el ambiente parece que es en tecnicolor. El humo que les había provocado alguna tos e irritación de ojos ya no se siente una vez que se han sumergido y se han aclimatado. Por el contrario, la risa, el flipe y el colocón rápido hacen mella en la pandilla de amigos.

Jero y Juanjo no parecen perder de vista a la chica que conocieron este mediodía. Sus dos grandes pechos se mueven libres y quedan a su vista cada vez que esta se agacha. No es la única chavala de la pandilla hippie, ni tampoco la única mujer que hay por allí. El ambiente de colocón facilita la desinhibición y una parejita se mete mano descaradamente en otra de las esquinas de la jaima.

- ¿Aquí se folla? - pregunta descarado Juanjo que ya ha pasado el límite de la prudencia verbal.

La chica, que dice llamarse Yaiza, ríe.

- Normalmente no. Para eso está la playa. Aquí para quilar hay que hacer paracaidismo.

- ¿Y eso qué es?

- Salir de la jaima y tirarte por el terraplén hasta llegar a la arena.

- O sea que para echar un polvo hay que arriesgarse a romperte una pierna o un hueso.

- Cuestión de práctica. Es fácil que esta noche tengáis que hacerlo.

- Preferimos follar en nuestra tienda, se está más cómodo.

- El paracaidismo también se practica cuando pasa la Guardia civil y hoy es viernes, así que no sería extraño que nos hiciera una visita.

- Pero no estamos haciendo nada ilegal ¿no?

- Fumar no es ilegal si es para consumo propio, pero como te cojan una china un poco más grande de lo normal o simplemente decidan dar un escarmiento, vas para el cuartelillo.

- ¿Y allí qué pasa?

- Te pegas un día encerrado, multa y a la calle, eso si te portas bien…

- ¡Coño!

- Nosotros ya estamos acostumbrados y además, cuando entran al pueblo generalmente alguien da la voz de alarma. Entonces hay que salir corriendo y tirarte por el terraplén a la playa.

- Joder, pues esperemos que no haya que salir por patas que no tengo yo el cuerpo para tirarme por un barranco.

- ¡Que poco os va la aventura!

- No, si la aventura nos va, pero tampoco queremos complicaciones para tres días que vamos a estar aquí.

Conforme avanza la madrugada el ambiente se va cargando, pero cuanto más humo y más alcohol, más livianos se sienten todos. María está colocadísima, le han pasado un canuto de hierba y ella no está acostumbrada a la marihuana. Al principio notaba como dolor de cabeza, pero ahora se siente flotar. La vista se le nubla algunas veces como si la luz que hay en la jaima perdiera intensidad. Sus amigos también están colocados y pronto allí todo el mundo se relaciona con todo el mundo. No hay planes, ni pandillas, parece que aquel es un territorio donde nadie tiene la exclusividad de nadie y donde todos están deseando intercambiar historias y enterarse de quien es cada quien.

La parejita que estaba haciendo manos se levanta y salen cogidos de la cintura en dirección al acantilado. María ríe con su nueva amiga Yaiza, tontea con ella simulando darle un beso. Nadie se ofende, todos ríen. De repente entran dos hombres en la jaima. Hay uno que llama la atención con barba, bigotes, ojos increíblemente azules, muy rubio, corpulento…

- Es tu vikingo - comenta Natalia en voz alta a María.

- Casi casi. Es alemán y se llama Sven - dice Yaiza que parece conocer a todos los que están por allí - Tiene aquí una casita y pasa todo el verano. El otro es un amigo suyo al que se ve que ha invitado.

- El amigo no nos interesa - ríe Natalia - ¡Qué tío, menudo cuerpazo! Es como un oso, pero en guapo.

El hombre las saluda con la mano y ellas responden con una sonrisa. Pareciera que quisiera acercarse, pero otros conocidos los reclaman y pronto se enredan en conversaciones con una cerveza en la mano.

Juanjo y Jero se han enrollado con unos tipos de aspecto árabe que al final resultan ser algecireños. Les cuentan historias sobre contrabando, droga y pirateo que los tienen embelesados durante un buen rato hasta que sus novias los reclaman. Como si fueran adolescentes, inician un juego de la botella. Los chicos acceden porque solo están ellas dos y Yaiza. Pronto pierden la vergüenza, tienen tal subidón encima y tal colocón que se atreven a jugar medio en serio medio broma.

La primera que cae es Natalia que le toca besar a alguno de los que están allí. Cuando elije a su novio todos la abuchean. Ella se gira y entonces besa a Jero en la boca. Apenas es un beso, labio contra labio rápido y sin profundizar. Luego se ríe y rápidamente besa a su chico esta vez más profundamente, con lengua. Juanjo acepta el desagravio, aunque no parece muy enfadado. Luego es el turno de Yaiza a quién la suerte designa como depositaria de otro beso. Para sorpresa de todos elige a María. La chica se deja besar y esta vez sí, mete lengua o, mejor dicho, es ella la que le come los labios. La tensión sexual sube y no pueden evitar que les dé la risa cuando ven la cara que ha puesto Jero que sin embargo no protesta. En la siguiente es María la que pierde y ya puestas y para evitar cierta tensión, decide besar a otra chica, en este caso Natalia. Las dos se comen la boca con muchas ganas de cachondeo, pero al final todo acaba en un beso húmedo y con una buena dosis de pasión que sorprende a ambas.

A estas alturas María ya está muy mareada. Flota como en una nube y no es muy consciente de cómo continua el juego, solo piensa como entre brumas que está besando a Jero. En este caso es un sabor masculino, su mano toca un cuello y una mejilla áspera de barba. El muerdo es profundo e intenso y cuando se separa con un chupetón ve que se trata de Juanjo. Sobresaltada mira alrededor casi sin reconocer el sitio donde está con sus hermanos de fiesta y ve a Jero besándose con Yaiza. Todo es muy confuso pero a la vez muy morboso y excitante. Está muy caliente. Se levanta y se acerca a su novio, lo tomas de la mano y él la sigue deshaciendo el abrazo con la chica hippie.

- Vamos a la playa, quiero follar - dice casi sin poder creerse su desparpajo.

Sus amigos la siguen.

- ¿Dónde vais? ¿nos volvemos ya?

- Vamos a la playa a echar un polvo.

Natalia ríe con la risa floja de las chicas que están colocadas. Tira de Juanjo y salen detrás de ellos despidiéndose de Yaiza.

- Nos vemos mañana en la playa ¿vale?

Cuando salen afuera se quedan sorprendidos. Una intensa luna llena brilla entre jirones de nubes. El Faro de Trafalgar emite destellos sobre el mar y la vista sobrecoge.

- Ostia, esto es precioso - balbucea María.

Siente una gran ligereza, como si los pies se despegaran del suelo y pudiera volar desde el acantilado hacia el océano. Andan apenas unos metros hasta que aquello se vuelve pendiente fuerte. Un ruido a la derecha llama su atención, parecieran pequeños ladridos. Se dan cuenta que es la parejita que había salido antes: no han llegado ni siquiera a la playa, están copulando en el suelo. Ella abierta de piernas, él tendido encima empujando. No se apresuran, seguramente llevan ya un rato follando y no tienen prisa. Siguen haciéndolo despacito, con cadencia, buscando el roce y la penetración profunda. Si se han dado cuenta que están allí parece importarles bien poco.

Natalia da un pequeño traspiés. Está mareada, ahora que se ha puesto de pie y está al aire libre se siente regular.

- Yo por ahí no bajo que me mato. Oye, y si nos vamos a la tienda ¿no estaremos mejor?

- Sí perfecto - se apresura a decir María a la que de repente se le han pasado ya también las ganas de bajar a la playa.

El camino hasta el campamento lo hacen de bajón, todo el cansancio acumulado, todo lo que han vivido, lo que han fumado, la paliza de la playa, todo se conjura para que a pesar de su juventud lleguen agotados. Se despiden y cada pareja se mete en su tienda. María se saca el vestido quedándose en bragas y se tiende sobre la colchoneta, tapándose con el saco de dormir solo hasta la cintura. Jero se pega a ella haciéndole la cucharita. La besa en el hombro y le acaricia el costado. Normalmente esto le provoca unas fuertes cosquillas a su chica, pero María no se cosca, simplemente pega el culo contra él y toma su brazo y lo pone en su cintura para que tire de ella. Quiere sentir a su novio, pero solo desea dormir.

- Oye ¿tú no tenías ganas de echar un polvo?

- Mañana, necesito dormir.

- Vale tranqui – responde Jero que parece casi aliviado porque el cuerpo le pide también más cama que otra cosa.
 
La pareja cae rendida enseguida. María se abandona a un sueño profundo que desconecta su mente del cuerpo mientras este descansa. Su mente quedará libre para imaginar, para vivir a través de los sueños todas aquellas aventuras que los límites de la realidad le impiden ser. Caen también los límites morales y sociales. En el sueño su mente no le pone freno a nada, sus deseos no se recortan ni se encorsetan, incluso le vienen a la cabeza situaciones que no sabe porque suceden porque ella no las había imaginado antes, ni tampoco las había deseado, pero es que los sueños son así. No siempre responden a un anhelo, a veces nuestro cerebro se entretiene en probarnos, en ocupar las horas de ensueño imaginando cosas absurdas y otras no tanto. Las primeras imágenes que produce su mente una vez que el cuerpo desconecta es la de las dos parejas de nuevo en la jaima, riendo, bebiendo y fumando, con Yaiza al lado. La chica les explica que en la comuna donde está practican el amor libre. Aunque acaban formando parejas más o menos estables, eso no impide que, si a alguien le apetece montárselo con otra persona, lo haga en momentos puntuales o especiales. María se atreve a confesar que ella ha pensado alguna vez en el intercambio de parejas. Es la primera vez que lo habla con Natalia en serio, como una posibilidad real y ella, tras su clásica risa floja, la mira con intensidad y luego mira a Jero y a su novio.

-No sé yo estos dos… - exclama como dando a entender que duda más por ellos que por ella misma. Es como si también lo hubiera pensado y tuviera claro que quiere probar.

- No pasa nada, dejaros llevar - los anima Yaiza dándoles una clase de amor liberal y explicándoles como el sexo no tiene porqué influir en los sentimientos.

Los chicos se encogen de hombros un poco cortados. Jero, sin mostrar iniciativa pero tampoco enfado ni rechazo. Más decidido Juanjo, que la mira de una forma bastante descarada, por primera vez no como a la novia de su amigo, sino como un objeto de deseo, con un brillo lujurioso en los ojos que hace que María se excite mucho.

En el sueño vuelven los cuatro y (como ha sucedido esa noche) se acuestan muy cansados cada pareja en su tienda. María sueña que cae en un sopor profundo. Se despierta sobresaltada. Oye soplar el aire fuera y también las olas romper y una especie de gemido quedo. Pone el oído y reconoce a su amiga jadeando. Se pega contra su chico y nota que su miembro está erecto y muy duro. Ella se baja el pantalón corto con el que está durmiendo y restriega las nalgas contra él, notando como se endurece todavía más y un líquido pegajoso se adhiere entre sus cachetes.

Una mano la recorre y le acaricia los pechos pequeños, es una caricia distinta, extraña. Gira un poco el cuello y se da cuenta que quien está abrazado a ella es Juanjo. Un estremecimiento la recorre de pies a cabeza. Se muestra muy turbada, pero a la vez muy excitada y no se opone a que los dedos de su amigo acaricien su vientre, su ombligo y desaparezcan en su entrepierna haciéndole un mimo mucho más directo y profundo mientras exhala el primer gemido de la noche.

Si Juanjo está con ella es que Natalia está follando con Jero. Los oye jadear y gemir al otro lado de la fina lona. Una vez más eso la turba, pero también la pone muy caliente. No sabe en qué momento de la vuelta acordaron ni decidieron que iban a intercambiar las parejas, solo recuerda que cuando se acostó lo hizo al lado de su novio. Pero ahora es el miembro de Juanjo el que empuja entre sus nalgas y son sus dedos los que le acarician la vulva y es su boca la que le da besos en el cuello. Decide no cuestionarse nada más: simplemente aquello está pasando así que se deja llevar. Mueve su culo, excitada y entonces el falo de su amigo sustituye a su dedo en la caricia, rozándose contra la entrada de su vagina, empujando y abriendo los labios hasta que todo el glande está dentro. Ahora es ella la que lleva la mano entre las piernas y toma la verga, sujetándola, mientras aprieta con el culo para que entre del todo. Un gemido de placer se le escapa cuando el chico con un movimiento de cintura consigue introducírsela hasta el fondo. Sus suspiros ahora se mezclan con los de su amiga en la tienda de al lado. Su novio y Natalia cada vez aumentan más el ritmo. Ella siente mucho placer y Juanjo le pellizca los pezones mientras se lo hace desde atrás, pero así no puede llegar al orgasmo, le cuesta mucho, de manera que se separa tendiéndose boca abajo y abre bien los muslos. Juanjo se echa encima y la busca con su pene. No tardan en acoplarse y ahora las embestidas son más directas y profundas, el roce más intenso y el placer se dispara. María sigue enardecida, multiplicándose sus ganas al oír gritar a su amiga y a su novio que ya llegan al orgasmo, pareciera que a la vez. Se acuerda de cuando los vio follar en el coche y de cómo Juanjo se vació sobre su cuerpo poniéndola perdida de semen. No necesita ningún estímulo más, ni siquiera necesita tocarse, se corre también con un alarido, un grito que le sale de las entrañas y que la hace chillar varias veces. El chico no puede aguantar mucho más y se corre mientras ella aprieta los muslos manteniéndolo en su interior, pegado, mientras respira afanosamente, sintiendo como la llena.

En su sueño no siente preocupación por quedar embarazada, ni se lo plantea. En la fantasía que su cerebro ha elaborado todo está bien, todo es solo placer. Finalmente afloja el abrazo y Juanjo se echa a un lado saliendo de ella que vuelve a caer en un sopor profundo del que despierta para encontrarse a Jero de nuevo a su lado. Siente cierta inquietud y se queda muy quieta, sin atreverse a decir ni preguntar nada mientras su chico le pone el brazo sobre el pecho y como ha hecho tantas veces, le acaricia un pezón mientras la besa en el hombro y se acurruca junto a ella.

¿Lo que ha pasado ha sido soñado o ha sido cierto? Ese despertar ¿es un sueño dentro de un sueño o es real?

Se sorprende a mí a sí misma diciéndole a su novio

- Anoche os oí follar.

- Nosotros también os oímos.

Parece haber un cierto embarazo contenido entre ambos, una inquietud y un deseo de que todo esté bien, de que nada haya cambiado.

- ¿Como estuvo? - Pregunta María.

- Guay ¿y vosotros?

- También guay. Fue... - Mari no sabe si es mejor dejarlo ahí o dar detalles - …fue rápido e intenso, me puse cachonda al oíros - acaba confesando.

Su novio asiente y la estrecha aún más entre sus brazos. Ella nota su cuerpo duro, su aliento y sobre todo su necesidad de abrazarla y de que ella le diga que todo continua igual entre ambos. Entonces se vuelve, lo besa y con la mano de acaricia el pene que reacciona rápidamente. Pronto están comiéndose la boca y ella se pone encima. Se abre de piernas e introduce el falo en la vagina que todavía está húmeda. Probablemente haya restos de semen del polvo anterior. Comienza a cabalgarle con un deseo y una furia incontenibles. Vuelve a estar caliente igual que anoche. Lo folla de forma tan intensa que Jero no tarda en correrse. Apenas nota que se derrama en su interior ella comienza a jadear intensamente culeando y aumentando aún más el ritmo hasta que también llega al orgasmo. Se derrumba sobre su novio todavía empalada, abrazándose a él. Luego, se produce un fundido negro y el sueño continua.

Hay sueños que transcurren en un instante, noches que se pasan tan rápidas que apenas sientes que has parpadeado. Y hay otras en las que el tiempo se detiene mientras sueñas y parece que has vivido toda una vida cuando por fin despiertas. Esta noche es para María de esas. Encadena sueños, uno detrás de otro, mientras su mente (libre de toda moral y norma) le presenta un relato de lo que podría ser su vida.

Ahora se ve acompañada de sus amigos en el campamento hippie. Se le aparece como una casa en medio del pinar. Es pequeña, no muy grande. Cuando hace buen tiempo todos hacen vida fuera, alrededor se está más fresco a la sombra de los pinos, sobre todo cuando corre algo de brisa. Varias tiendas y algunos techos de chamizo improvisados sobre unos hierros les dan sombra. Telas colgadas alrededor y colchas en el suelo componen una especie de tiendas de campaña comunitarias que todos usan para dormir, comer o simplemente como zona común.

Están con Yaiza que les presenta a todos. A nadie parece extrañarle ni sentarle mal ver por allí a gente desconocida siempre que vayan de la mano de alguien de la comuna. Les reciben bien, comparten con ellos su comida y aceptan alegres la bebida que traen los chicos. Natalia y María juegan a creerse hippies, a que viven allí con Yaiza y se integran perfectamente con los demás. Bromean diciendo que si se quedan no tendrán que volver a sus trabajos de mierda y que podrán vivir todo el año en la playa. Cuando cae la noche todo son risas, charlas abiertas, pipas de marihuana, sonido de bongos y guitarra. Sopla una brisa fresca entre los pinos y pronto se encienden fuegos alrededor de los cuales se forman varios grupos. Habrá unas veinte personas y todo parece ser buen rollo. María sueña con vestidos de gasa ligeros, de tirantes, chicas que no usan sostén, chavales que van en pantalón corto y descamisados. Pelos largos, mirada alegre, los muchachos las observan a ellas, dos chavalas nuevas en el campamento y eso las hace reír. Ríen para ocultar que en cierta manera el sentirse protagonistas las pone cachondas. María tampoco ignora que a sus chicos se le van los ojos de vez en cuando con algunas de las mujeres que andan por el campamento, en especial un extranjera rubia, madura, alta, con dos pechos que desafían a la gravedad. Yaiza, juguetona, les propone pasar allí la noche.

- Esto se anima mucho a partir de la medianoche - les dice – y hoy es un día especial: celebramos las Perseidas.

- ¿Y en qué consiste esa celebración?

- Miramos hacia el espacio y contamos las estrellas fugaces. Es la noche de San Lorenzo y hoy el cielo está despejado, veremos muchas.

- ¿Y pedís deseos?

- Pues claro. Y bailamos, y bebemos, y cantamos, y hacemos el amor… esta noche todo está permitido - dice con una mirada enigmática y profunda que cautiva a María.

“Es una de esas noches que pueden cambiar tu vida” cree escuchar, aunque Yaiza no ha despegado los labios, como si sus últimas palabras fueran dirigidas solo a ella y nada más que a ella.

El programa más o menos se va cumpliendo y cuando llegan a la madrugada han comido, bebido, fumando, bailado y cantado hasta quedar roncos. La rubia inglesa hace el amor con un joven moreno de pelo largo junto a la hoguera, ella subida encima, cabalgándolo despacio, la mirada puesta en el cielo, sus pechos al aire, listos para ser acariciados. Se ha dejado puesto el vestido, pero por sus movimientos no cabe duda de que tiene al chico dentro. Otras parejas que se han formado (imposible distinguir cuáles son habituales y cuáles no) buscan algo más de intimidad y se alejan de la luz, aunque igualmente se les oye copular.

Yaiza está juguetona. Natalia, incorregible e indiscreta, le ha contado lo del intercambio de parejas.

- Bienvenidos al amor libre - les anuncia mientras exhala una calada de humo blanco y le pasa el porro a Jero. Las pupilas se le dilatan al chico que aspira también y asiente con aire aprobador.

- Buena hierba - murmura con voz ronca.

- ¿Queréis profundizar más o ya habéis tenido bastante?

- ¿A qué te refieres? - pregunta Natalia.

Yaiza ríe.

- El amor solo es completamente libre cuando no hay ataduras morales ni físicas. Si habéis sido capaces de follar con otra persona que no es vuestra pareja sin sentiros mal y sin que haya celos, significa que estáis preparados para seguir explorando. Habéis roto la limitación de la pareja convencional. Vuestro cuerpo es ya libre, aunque vuestros corazones continúen atados.

- ¿Y qué propones? ¿qué nos liemos con algunos de tus amigos de por aquí? - pregunta Juanjo.

- Esto no se trata sólo de liarse unos con otros, sino de romper también todos los roles y las reglas que hasta ahora limitaban vuestra sexualidad.

- Y eso ¿qué quiere decir?

- Pues que podemos llevar un poco más allá el juego del otro día - responde acariciando el pelo de María - habéis roto el tabú de la pareja: ahora podéis romper el tabú del género.

La toma por el cuello y la besa en la mejilla. No es un beso inocente, ni buscando hacer gracia como la vez anterior, ni siquiera es un beso provocador solo para ver cómo reaccionan los chicos. Es un beso lascivo, húmedo, que pone la piel de gallina a María cuando los labios de Yaiza dejan un rastro de saliva en su piel, chupándole la tetilla de su oreja y después se dirigen a su cuello bajando poco a poco hasta su hombro. Pronto no es solo el contacto de sus labios lo que siente la chica, sino que las yemas de los dedos recorren su tripa al aire entre el pantalón corto que lleva y la camiseta ajustada.

- Cierra los ojos - le pide.

Y ella obedece dejándose acariciar. Son mimos suaves, preñados de intenciones pero que solo anuncian sin entrar a fondo. La chica sabe hacerlo de forma que ella va aceptando la situación, se va olvidando de que las manos que la tocan no son de un hombre sino de una mujer y se concentra solo en sentir, en disfrutar de la extraordinaria delicadeza con que los dedos recorren su cuerpo.

Pronto nota una presencia, un contacto: son otras manos menos sabias, más indecisas, con un punto nervioso y sin embargo con un toque dulce y cuidadoso. Abre los ojos y allí está Natalia a quien Yaiza ha empujado hacia ella y le muestra el camino a seguir, el recorrido que tiene que andar sobre el cuerpo de su amiga. A las dos les da un conato de risa como siempre que conectan o hacen una travesura, pero pronto la cosa se pone seria. Los dedos que trazan caminos en su piel buscan surcos más profundos en los que enterrarse. El canal de sus pechos, las aureolas de sus pezones, el sexo entre sus piernas, son recorridos y visitados arrancándole suspiros a María, quien por fin reacciona y también empieza a tocar a su amiga de una forma que no la había tocado nunca. Sus bocas se encuentran. Se besan y se meten la lengua en un gesto nervioso. María vuelve la vista hacia los chicos, preocupada, pero estos sonríen uno junto a otro.

- Tranquila, todo está bien, a ellos les gusta. Continuad - le susurra Yaiza al oído mientras se aparta para dejarlas solas.

Ahora están las dos de rodillas, besándose, acariciándose, la mano de cada una en la entrepierna de la otra y enterrando los dedos en el interior húmedo de cada una de ellas. Sexo convexo que las hace gemir. Algo que solo es posible por el lugar donde están y el ambiente, porque mira que han hecho cosas juntas y mira que se han colocado veces, incluso se han atrevido a intercambiar parejas, pero es la primera vez que se lo montan juntas. Yaiza ríe mientras las anima con palabras dulces y se sitúa junto a los dos chicos. También los invita, para sorpresa de María, a derribar el tabú (en ellos quizá mucho más fuerte) de acariciar un cuerpo del mismo sexo.

Todo parece posible en su sueño y efectivamente los jóvenes también se enrollan entre ellos. Hay algo distinto, más animal, menos delicado, en la forma que tienen de besarse que despierta los más bajos instintos de María. Sus pechos se juntan con los de Natalia, sus vientres se mueven al compás que marca la masturbación de sus dedos, sus bocas se separan y se encuentran varias veces, pero mientras Natalia mira hacia atrás ella lo hace hacia donde están los chicos, viendo cómo se besan, como se tocan los paquetes, cómo se acarician de una forma un tanto brusca pero decidida. No se siente ofendida, ni le molesta, ni los cuestiona (al fin y al cabo, ella está haciendo lo mismo con su amiga), por el contrario, todo le parece muy excitante, muy nuevo, muy rompedor. Yaiza tiene toda la razón: hay que liberarse, hay que dejar al cuerpo hacer lo que pide, no hay que poner etiquetas ¿qué más da qué dedos te acaricien si lo hacen bien? Esa liberación, ese no juzgar, hace que se le ponga la libido por las nubes y consigue llegar con la caricia de su amiga al clímax, corriéndose abrazada a ella con uno de sus dedos en la vagina y con el otro frotándole el clítoris.

Como en el resto de sueños, la noche parece transcurrir bien, pero de repente las cosas se tuercen. A pesar de ser un sueño no todo es perfecto. Nota a su amiga agarrotada, tensa, ella no ha llegado al orgasmo. La percibe fría, como si hubiera bajado la temperatura entre ellas. Natalia mira fijamente a los dos chicos, a su novio y a Jero, que se besan y se masturban mutuamente.

- Pero ¿qué hacen estos?

Se queda ojiplática mientras los señala y balbucea:

- ¡No jodas que nuestros novios son maricones!

María niega con la cabeza, ella sabe que puede haber ambigüedad pero que su chico no es 100% homosexual. Se lo demuestra cada vez que se acuestan.

- Solo están jugando, igual que hemos hecho nosotras…

- Eso es diferente.

- ¿En qué es diferente?

- ¡Joder María! ¡En que dos tíos no se meten mano si no son mariquitas!

Ahora levanta la voz y los chicos la miran sorprendidos y a la vez un poco avergonzados.

- No estás siendo justa. Nosotras hemos jugado para ponerlos cachondos y también hemos disfrutado ¿por qué ellos no pueden hacer lo mismo?

- ¡Porque no! - resume ella sin ser capaz de explicarse.

Lo que sí parece cierto es que, el que su novio y el de María se estén metiendo mano, incluso en medio de lo que puede acabar siendo una orgía hippie, le ha causado un rechazo inmediato que no sabe cómo gestionar. De repente se gira y se marcha del círculo cercano al fuego donde están, desapareciendo en la oscuridad.

- ¡Natalia! - grita María sin que el eco le devuelva respuesta.

- Tranquila, déjame a mí - le dice Yaiza - Quédate con los chicos y disfrutad los tres. Simplemente es que ella todavía no está lista.

A partir de ese momento el sueño recupera su tono lúbrico. La imagen de su amiga desconcertada, enfadada y tal vez herida se difumina y María se encuentra entre Juanjo y Jero siendo destinataria de su atención y de sus caricias, porque se ha situado en medio de ambos. Disfruta de los dos, pero sin erigirse en una barrera sino más bien en un puente que utilizan cada uno para cruzar al otro lado y acariciarse también entre ellos. La situación es excitante, muy excitante. María se deja mecer por las caricias como un barco entre dos aguas, empujada por un lado y por otro al gozo, recibiendo el masaje íntimo en sus pechos, en su vientre, entre sus muslos, tanto de Jero como del novio de su amiga. El novio de su amiga… la frase suena como un canto a la impudicia que la enciende aún más. No siente culpa ni remordimiento, solo un intenso calor y un fuerte deseo que la empuja a abrazar a los dos chicos, buscar sus vergas, tomar una con cada mano y tratar de masturbarlos declarando que es capaz de darle placer a los dos a la vez.

Ríe igual que lo hace cuando está con su amiga y hacen una travesura, quizás sea porque está en un sueño, pero todo encaja la perfección: que sus amigos se acaricien los miembros, se agarren los testículos o incluso enreden sus lenguas no le produce rechazo, ni asco, sino un morbo intenso. A ella tampoco la dejan de lado, desde que se ha situado entre medias uno de ellos siempre la está acariciando, turnándose con el otro, buscando satisfacerla, casi con ternura su novio, con deseo inusitado Juanjo que por segunda vez puede follar con ella. Es su novio precisamente el que le separa las piernas permitiendo que su amigo acceda a su intimidad, dejando sus pequeños y castigados pechos que han sido pellizcados, lamidos e incluso mordisqueados, para bajar por su vientre y llegar hasta su sexo. María pasa de la sonrisa al gesto contraído y al gemido claro y alto cuando los labios de Juanjo se cierran sobre su capuchón y empiezan a succionar, alternando con lamidas a lo largo de sus labios vaginales, empapándola y haciendo que ella se retuerza de placer mientras su novio le besa el cuello, la abraza desde atrás y le acaricia el vientre y los menudos pechos, recorriendo el territorio que Juanjo había abandonado para internarse entre sus muslos. Ella misma es una ola que se ondula, se mece, sube y baja al compás del placer. Se revuelve y procurando no perder la postura de cintura para abajo para que Juanjo siga con su faena, se introduce la verga de Jero en su boca. Chupa mientras la chupan a ella, está tan caliente, está tan encendida que cree que va a llegar al orgasmo, pero Juanjo tiene otra idea para culminar. Se sitúa entre sus piernas abandonando su boca el dulce sexo de María ya chorreante y preñado de deseo, y golpea su pubis con su polla dura y erecta, anticipando sus intenciones. La chica nota un espasmo de placer que se repite a intervalos regulares. Es como si su matriz lo estuviera llamando desde el fondo de su vagina, invocándolo, deseando que la penetre, que le dé placer, que descargue dentro de ella. Su rostro se desfigura en una expresión obscena de gozo cuando nota que por fin entra, que se desliza en su interior, que la dilata y que roza con la parte de arriba de su vagina y las paredes laterales, que es donde más siente el contacto, provocándole un gozo y un placer inmenso. El chico no se detiene y llega un momento en que ella demanda más cadencia, más fuerza, más impulso, porque está a punto de llegar. Juanjo la lee perfectamente, entiende su mirada suplicante y se vuelve más brusco, más intenso, cosa que lejos de molestar a María hace que se enerve más. No siente dolor ni molestia, solo placer, un placer que va in crescendo hasta que por fin estalla. Se corre abrazada por Jero mientras Juanjo continúa follándola hasta que él mismo se corre también.

María se siente plena, inundada, satisfecha, se siente querida, amada, se siente protagonista y a la vez partícipe de ese trío tan especial. Todas estas sensaciones la hacen concebirse plena, satisfecha. No sabe el tiempo que pasa ahí, con su amigo dentro de ella, abrazada a Jero, todavía convulsionando de gusto. Si en esas situaciones es difícil medir el tiempo, en un sueño más todavía.
 
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