8. María (reponedora de gasolinera, 24 años): “Un intercambio de parejas con mi mejor amiga y su novio es una de esas visiones que de vez en cuando se apodera de mi imaginación. La verdad es que tanto su chico como el mío son estupendos, y creo que estaríamos a gusto. Pero, por ahora, prefiero que siga siendo una fantasía, por si las moscas.”
-------------------------------------------------------------------- María. --------------------------------------------------------------------------
María ríe con una carcajada limpia y potente al unísono con su amiga Natalia, celebrando la tontería que acaba de decir Jero. Las dos ríen como solo pueden reír chicas de veinticuatro años a las que se le ha subido a la cabeza el alcohol y las ganas de vivir en aquellos locos años 80, cuando en poco más de una década la juventud se cobró la deuda que tenía con ella una España que olía a cerrado, a sacristía y a represión. Todo lo que a sus hermanos mayores les podía costar un disgusto y todo aquello que sus padres y sus abuelos ni soñaron con poder hacer, estaba al alcance de su mano. Reunirse con otros jóvenes, decir lo que quisieran, ir de fiesta a eventos no autorizados, beber, escuchar música con letras impensables, desbarrar y, sobre todo, el acceso a una sexualidad mucho más libre y viva, donde llegar virgen al matrimonio ya era más casi signo de vergüenza y de ser tonta del bote que de ser una buena chica. De hecho, ser una buena chica no se llevaba ya para nada y entre las amigas, el motivo de pavura era confesar que a partir de los dieciocho una seguía siendo virgen. Tanto Natalia como María pusieron bien pronto remedio a eso. Ambas se consideran afortunadas porque, al contrario que muchas otras amigas, no fue una experiencia desastrosa en el aseo de un bar, en una zona oscura del parque o en el asiento trasero de un coche con un polvo de esos que echas cuando estás medio colocada, un polvo de una noche, una experiencia decepcionante. Ellas se echaron novio casi a la vez. Primero Natalia y casi inmediatamente María porque Juanjo (que era su novio) tenía un amigo, Jero, con el que María había sintonizado de inmediato. A ellos les pasaba igual que a las chicas, eran amigos de toda la vida y en el momento que uno se echó novia, el otro se quedó un poco descolgado porque iban juntos a todos sitios. Así que, como la chica estaba en la misma situación, ejerciendo de celestinos al principio (solo al principio porque como ya decimos el flechazo fue mutuo e instantáneo) presentaron a Jero y María.
Las dos parejas encajan perfectamente entre ellas formando un cuarteto inseparable desde hace ya tiempo. Pubs, conciertos, tascas, discotecas, acampadas... todo el circuito de la movida lo recorren juntos disfrutando cada una de su pareja y también de la amistad de los otros dos.
Esa noche la ruta ha consistido en vinos y tapeo en una tasca del centro de la ciudad. Están a final de mes, hoy ha sido día de cobro y se pueden permitir el lujo de cenar en la calle algo más que un perrito o una hamburguesa, que no es que el trabajo de reponedora en una gasolinera con un pequeño supermercado de para mucho, pero a María, como todavía vive con sus padres, le basta para cubrir sus gastos, para poder salir a comprarse ropa e incluso ahorrar algo para irse de vacaciones, además de colaborar un poco en su casa, que una ayuda nunca viene mal. Luego han hecho la ruta de los pubs que más les gustan, donde dependiendo de la hora saben casi cada una de las canciones que van a poner. Casi siempre empiezan por el Pinky, con música española, donde suelen sonar alocados grupos como Un pingüino en mi ascensor, La Mode, Derribos Arias, o Polanski y el Ardor que tanto les gustan a las chicas y que tan bien combinan con los tercios de cerveza o las copas de sangría. Mas tarde se han dado una vuelta por El Desván, donde hacen una concesión a los chavales ya que allí suelen poner a grupos más cañeros y radicales. Nunca faltan el Sarri Sarri o Revuelta en el Frenopático de Kortatu, ni tampoco canciones de Eskorbuto, ni el imprescindible Maneras de vivir de Leño. En aquel sitio caen los primeros combinados, es como si fuera un local de transición donde entran tomando cerveza o calimocho y salen ya con la primera copa de ron cola, whisky o lo que toque. Por último, acaban en el Etc, donde ni para ti ni para mí, ahí ponen música extranjera y es un sitio donde hay hueco igual para los Stone, que para Spandau Ballet, que para OMD, que para Santana. El pinchadiscos, la verdad es que no controla demasiado y lo mismo te pone el Enola Gay que el Like a Rolling Stone o el Sympathy for the Devil. De allí ya salen bastante cargados, tanto que a las dos de la madrugada han decidido poner fin al recorrido nocturno y acaban tomando el último cacharro en el Seat 131 Supermirafiori, encaramados al mirador que está a unos dos kilómetros por encima de la ciudad en la falda de la sierra. El coche es de segunda mano y lo ha comprado Jero con los ahorros de su primer año trabajando. Bueno, al menos trabajando con contrato, porque antes hacía algunas chapuzas que solo le daban para cubrir apenas sus gastos y como María, colaborar algo en casa. Los cuatro están de buen humor y el porro que se acaba de encender Juanjo contribuye a ello. Ha raspado unas cuantas virutas de la china de hachís que aún le queda y le ha pedido a Jero que le pase un cigarro.
- ¿Tienes rubio? - le ha pedido.
- Claro - dice el otro y le pasa un Lola.
- Joder tío, casi da pena fumarse esta china con un Lola ¿no tienes Fortuna?
- Sí, no te jode, si te parece mejor te doy Winston americano...
- Tío, es que esto es polen de Ketama...
- Ya puede ser el mejor hachís de Marruecos que al final lo habrá traído un legionario en el culo, así que ¿qué más da el tabaco que le echemos? tu líalo y ya está.
Ese ha sido el comentario que ha hecho soltar la carcajada a las dos chicas que en ese momento y con el pavo que tienen, podrían reírse de cualquier cosa. Y la cosa empeora (o mejora según se mire) con cada humarada que sueltan tras las hipadas. María no fuma, pero cuando se trata de porros no le importa dar un par de caladas. Si estuviera sola con su novio a estas alturas ya habrían echado el primer polvo en el coche, pero con Juanjo y Natalia ocupando el asiento de atrás la cosa se complica. Tienen las ventanas bajadas y el ruido de los grillos se mezcla con el ronco sonido lejano de algún coche que pasa por la carretera principal. Entonces es Jero el que rompe el silencio
- Pero ¿hacemos lo de Cádiz o no?
Lo de Cádiz es una excursión el próximo fin de semana, que es festivo el viernes y la panda planea dar una escapada.
- Claro tronco, cogemos el buga y tiramos para allá.
- No hay mucha pasta.
- A ver, la gasolina hay que ponerla porque si no, no llegamos, pero podemos montar la tienda de campaña en la playa, que allí sitios no van a faltar si no hay pelas para el camping. La comida nos llevamos de casa lo que pillemos y allí nos apañamos con bocatas. Estamos hasta donde nos dé y nos volvemos. Si son dos días, pues dos días que nos hemos bañado en el mar y que éstas se han puesto las tetitas morenas.
- Yo estoy loca por ir a la playa, seguro que vamos a estar de guay. Si no hay pasta para irnos de marcha pues nos lo montamos nosotros solos.
- Pues entonces dabuti, nos piramos el jueves.
- ¿No nos dejará tirados el coche? - pregunta Natalia - es un viaje largo.
- No te preocupes que el carro aguanta. Esto es una máquina.
Juanjo les pasa al porro desde atrás. Jero da una calada y lanza el humo fuera, tienen las ventanillas bajadas, pero es un gesto inútil porque la brisa que corre vuelve a meter el humo dentro. Apenas le quedan dos caladas y se lo pasa a María.
Esta sonríe ante la pose de chico duro que intenta su novio mirando con las pupilas dilatadas las estrellas y una mano en el volante. Pero cualquiera que hable diez minutos con él se da enseguida cuenta que es un pedazo de pan. Trata de ir de duro, adoptando poses de James Dean en Rebelde sin causa, de que es de los que cortan la pana, pero esa es solo su primera fachada que cae casi enseguida a poco que rascas. Incapaz de hacerle daño a una mosca y leal como un perro, María congenió con él desde el primer momento y a la segunda cita que tuvieron con Natalia y Juanjo ejerciendo de celestinos, ya supo que había encontrado a su chico.
En el radiocassette del coche suena
“Y no amanece” de los secretos.
María se lo acaba notando el último subidón. Con lo que ha olido y sobre todo con lo que ha bebido a lo largo de la noche ya está bastante colocada. Atrás están muy callados. Vuelve a la vista y ve a Natalia y Juanjo comiéndose la boca y no se paran ahí, las manos no se están quietas: un brazo del chico desaparece entre las piernas de su amiga que tiene la minifalda prácticamente remangada. Ella lo tiene cogido de la cara y lo sujeta mientras intercambian saliva.
- Estos ya están liados - le dice a Jero.
- ¡Eh! ¿qué pasa por ahí atrás? Ya está bien que siempre me dejáis el coche hecho un asco.
- Vosotros a vuestro rollo que nosotros aquí estamos dabuti.
María suelta una risita divertida y nerviosa. Cuando está colocada siempre se ríe así. Cuando le entra el pavo junto a su amiga, igual.
Jero se da cuenta de que ellos también pueden aprovechar, no van a estar ahí como convidados de piedra, y entonces un brillo de lujuria cruza por sus ojos oscuros. Se acerca a María inclinándose hacia ella, que retrocede con otra carcajada hasta pegar la espalda contra la puerta.
Hace como que se resiste en un juego que la divierte. Le gusta ponérselo un poquito difícil a su novio, como que no quiere, aunque lo esté deseando.
- Quita, quita - le dice entre risas provocándole cosquillas cualquier caricia que le hace, ya sea en las piernas, muslos o en el pecho.
Pero Jero ya la conoce y sabe que solo tiene que insistir un poco para que ella se entregue. Pronto también están comiéndose la boca y metiéndose mano con todas las ganas que un cuerpo joven de veinte años exige. En un alarde de contorsionismo, Jero pasa a su asiento y lo echa para atrás con su mano izquierda, dando vueltas a la puñetera rueda que a veces se atranca. No del todo, pero sí en un ángulo suficiente para dejarles espacio entre el salpicadero y el respaldo. Ponerlo horizontal es imposible con la otra parejita detrás haciendo de las suyas. Los cuerpos se rozan, se palpan por encima y por debajo de la ropa, se escurren en un abrazo serpenteante y lúbrico en el que finalmente Jero acaba abajo y ella encima. Lleva un vestido ligero que le permite al chico meter mano sin dificultad. Sus tirantes quedan bajados y sus pechos están justo a la altura de la cara del muchacho, que los acaricia con la boca. Ella nunca lleva sujetador, sus tetas son pequeñas y le molesta mucho esa incómoda prenda que le aprieta los costados, la hace sudar y le raspa la espalda a veces con el broche. Así que, para alegría de su novio, prefiere llevarlos libres. En noches como esa no le importa despendolarse un poco y que se le marquen los pezones bajo la fina tela del vestido. Yendo sola no lo haría, son años de libertad sexual, incluso diríase de libertinaje, pero eso no ha venido todavía acompañado de un cambio en la mentalidad de la sociedad y los chicos pueden interpretar cualquier gesto equivocadamente o simplemente no ser capaces de controlar sus instintos. Más de una amiga se ha llevado un susto, de hecho, rara es la chica que no ha tenido que lidiar alguna vez con una situación desagradable, pero yendo con Jero y Juanjo se sienten seguras, como dicen en el anuncio de compresas que ponen a todas horas por la televisión.
Mientras su chico entretiene sus pechos con la lengua las manos se les van a las caderas. Bragas si lleva María, pero con toda la intención se ha puesto unas muy finas de lencería, todo caladitos, que apenas ofrecen ningún aislamiento al roce y es como si no llevara nada y que, además, tienen la particularidad que por su delgadez se pueden echar a un lado sin que apenas estorben, dejando libre su sexo. La mayoría de las veces, para un polvo rápido (un meteysaca como dicen ellas) no tiene ni que quitárselas. Basta apartarlas a un lado para que formen un pliegue y dejen vía libre a los dedos, a la boca o al miembro de Jero. Eso es lo que sucede tras un buen rato de morreos y de caricias en los pechos, que es ella misma la que aparta la braguita a un lado para que los dedos de su novio la acaricien íntimamente. La postura no es la más idónea, pero él se las arregla para llegar hasta su sexo húmedo y masajearlo, buscando meter un dedo como sabe que a ella le gusta. Finalmente (y como ya han probado en más de una ocasión), la fórmula que utilizan es que él adelante un poco su culo y ella se arrime estableciendo contacto con su entrepierna. Jero ya se ha sacado el pene que está duro como una piedra. Los sexos se juntan y María comienza un lento vaivén, frotando su pubis contra la polla de su novio. Si pudieran era echar el asiento totalmente para atrás u ocupar la parte trasera del coche sin duda estarían mejor, pero hoy tienen invitados y hay que adaptarse a las circunstancias y al espacio de que disponen. A pesar de todo, benditos veinte años, nada los para y el deseo y el morbo es superior a cualquier inconveniente o incomodidad. Su novio cierra los ojos disfrutando del placer que le produce el contacto íntimo con su chica. Sabe que, si continúa haciéndole eso con su almeja húmeda, él no tardará en correrse a pesar de no tenerla metida. A ella también le gusta la caricia, aunque sea en esa postura tan incómoda sin poder apoyarse bien. Tendrá que ayudarse de los dedos para llegar.
Oyen ruidos en la parte de atrás: gemidos de Natalia, roce de cuerpos contra el Skay de los asientos, que a pesar de que tienen una funda pegan un calor insoportable en esa noche de julio. Pero eso tampoco parece detener a sus amigos. María se asoma moviéndose un poco a la derecha, esquivando el reposacabezas. No puede verles la cara porque el asiento se las tapa, pero puede ver como Natalia está abierta de piernas y Juanjo sobre ella empujando. Un súbito calor se sobrepone al que siente y la recorre desde la boca del estómago hasta su garganta. No es la primera vez que los cuatro se meten mano juntos en el coche, juntos, pero no revueltos, pero sí es la primera vez que sus amigos se atreven a follar con ellos allí delante. Dentro de lo complicado que resulta montárselo en un coche, el Supermirafiori es uno de los mejores para echar un polvo: amplio por dentro y asientos grandes como si de un sofá se trataran. María trata de apartar la vista, a pesar de que comparten ese espacio reducido y ni a sus amigos ni a ellos parece importarles, no quiere ser una mirona, pero no puede evitarlo. Es un poco como la primera película porno que vio en VHS alquilada en el videoclub por sus amigas. Sexo explícito y obsceno, en aquella ocasión hubo más risas y bromas que excitación propiamente dicha. Todo les parecía demasiado friki.
Entre las sombras del interior del coche, los ojos ya acostumbrados a la oscuridad de María distinguen el pene de Juanjo que acaba de salirse de entre los muslos de su amiga y al igual que está haciendo ella con su novio, pero en distinta postura, se frota ahora contra el pubis. Natalia levanta el culo buscando un mayor contacto, su blusa ha desaparecido, su vientre sube y baja mientras tiembla de gusto. El asiento le tapa la parte superior del cuerpo, pero está casi segura que sus pechos (el doble de grandes que los de ella y con aureolas llenas de pintitas) se agitan con deseo, poniendo los pezones en punta a pesar del calor. La amiga estira la mano y toma la verga de su novio masturbándolo. Estaban follando a pelo y seguramente él la ha sacado justo a tiempo antes de correrse. Natalia termina la faena haciéndole una paja. Ya tiene experiencia y sabe cómo hacerlo para que él obtenga su orgasmo. Aumenta la frecuencia con tirones casi bruscos y al final un chorro de semen espeso brota salpicándola y perdiéndose de vista. Le ha debido llegar hasta las tetas y la cara. Se la estruja mientras continúa pajeándola y su mano restriega una papilla translúcida en la oscuridad. Juanjo permanece quieto con los muslos en tensión y los brazos extendidos, intentando mantener la postura mientras se vacía sobre el vientre de Natalia. Ella se sorprende de la cantidad de semen: la ha tenido que poner perdida y todavía sigue brotando y chorreándole por la mano, cayéndole por los huevos mientras se pega a los pelos de su coño.
María no puede evitar pensar que si le echa todo eso dentro seguro que la deja embarazada. Ella y su amiga saben que la marcha atrás no es un buen método anticonceptivo, conocen a más de una chica que se ha quedado embarazada practicándola. Siempre está la posibilidad de que de que, con tu novio en plena fiebre de la cópula se os vaya la olla y no le dé tiempo a sacarla. Es tan placentero llegar al orgasmo los dos juntos y a pelo, que muchas veces se te va el santo al cielo y para cuando quiere retirarse ya es tarde, o simplemente, pasas de todo y culminas enganchada a tu novio como una perrilla en celo. Unos segundos de placer que te pueden joder la vida y al que, sin embargo, en alguna ocasión todas han sucumbido.
Cuestión de probabilidades, de matemáticas, que diría su profesor del instituto. Alguna vez sale tu número. Y cuando te toca la lotería estás jodida, pero de verdad, porque a menos que tu padre tenga pasta (que no es el caso) y te puedas permitir un viaje a Londres con estancia en una clínica, te comes al niño con patatas. Cosas de los ochenta, donde una mayor libertad sexual no va acompañada de un entorno legal y moral que te permita disfrutar sin problemas, porque una cosa es lo que se ve en la calle, lo que todos hacen sin esconderse demasiado cuando pueden, en los sitios de ambiente con los amigos, y otra muy distinta que todavía quedan las estructuras antiguas donde tienes que comportarte, donde todavía te pueden expulsar de clase por ir con una falta demasiado corta, con camisetas de tirantes o donde te puedes llevar una buena hostia si tardas demasiado en sacar el carnet de identidad cuando te lo pide la policía o los miras con un tono de chulería en la cara. María lo ha podido comprobar bien, cuando un día se presentó a trabajar con el pelo pintado con varias mechas de color rosa y el dueño de la gasolinera la mandó de vuelta para casa y le dijo que, como volviera a venir así, la despedía.
Pero ahora María no está para muchas disquisiciones filosóficas, simplemente nota que aumenta su placer y procura rozar su nódulo directamente contra el falo de Jero. Normalmente esto es un preliminar y no basta para que ella llegue al clímax si no están en un sitio más cómodo, pero esta noche es diferente. Han bebido y fumado más de la cuenta y ella está tan desinhibida como su amiga, a quien no le importa follar en el asiento de atrás, a su vista, que no es la primera vez que se dan el lote las dos parejas juntas (que no revueltas), pero sí la primera que quilan a la vista una de la otra. O al menos a la vista de María, porque Jero tiene la cara perdida entre sus tetas y con ella encima lo tiene difícil para darse la vuelta y observar hacia atrás.
María no puede dejar de mirar el rabo de su amigo, esa polla que descansa sobre el pubis de su amiga entre restos de la eyaculación y se siente caliente, muy caliente, muy perra, como suelen referirse entre las chicas a cuando se les va la cabeza en medio del sexo. María empuja su vulva contra el falo y el glande de su novio. Nota que aquello le arde y no solo por el roce, sus labios se separan cuando se frotan humedeciendo el falo. Jero, que no se puede contener y suma sus fluidos a los de ella, empieza a agitar su respiración. Conoce a su chico y sabe que se va a correr. Demasiado ha aguantado ya esa masturbación de su coñito. Percibe el semen caliente que de repente se dispara, mojándole la barriga, llegándole hasta el ombligo para luego caer de nuevo hacia abajo mientras se frotan vientre contra vientre. María sigue con el masaje sin detenerse, añadiéndolo ahora a la lubricación el esperma que continúa brotando y que ella arrastra con sus labios vaginales. Empieza a gemir, aprieta a Jero contra sus tetas mientras observa a Juanjo introducir la cabeza entre los muslos de su amiga y comenzar a lamer. Natalia no necesita mucho porque parece estar a punto de caramelo. Otra vez se mueve, levanta su culo, se retuerce moviendo las caderas a un lado a otro, gime… “
sí, sí, sí, sí, sí, así, más abajo…” una serie de indicaciones y contraindicaciones brotan de su boca, haciendo que resulte un milagro que Juanjo atine con su lengua en el punto exacto y con la cadencia correcta para hacerla llegar al orgasmo, cosa que contra todo pronóstico y en contra de lo que pudiera parecer acaba consiguiendo. A María le daría la risa si no fuera por lo cachonda y caliente que está, tanto que no le basta con frotarse, necesita algo más fuerte. Entonces toma la verga todavía erecta de Jero y buscando el ángulo correcto la sitúa frente a la entrada de su vagina. Se mete primero el capullo y juguetea con él dentro un poco, y luego, con un golpe de cintura la empuja hacia adentro una, dos, tres veces, en lo que parece un juego que sin embargo se prolonga demasiado en el tiempo, aunque Jero no dice nada, la deja hacer. La chica es consciente de que el falo está lleno de restos de semen que se están introduciendo en su vagina, pero no le importa, solo ve a Juanjo entre las piernas de su amiga, combinando ahora su lengua sobre su clítoris con dos dedos que introduce y oye a Natalia que ya no da indicaciones, que ni siquiera puede hablar, que solo se limita a jadear indicando con la intensidad, el tono y el ritmo de sus gemidos si la cosa va bien o va mal. Y parece que va muy bien porque de repente se le escapa un grito y entonces, durante unos segundos parece volverse muda, como si se hubiera tapado la boca con la mano para luego volver a rugir a jadear, y por fin, emitir un “
para, para que me haces cosquillas” que indica que ha llegado al clímax y que insistir sobre su sensible clítoris ya no le produce placer, sino unos intensos hormigueos que le impiden disfrutar de los últimos retazos de gusto.
Es el turno de María, que con la vista puesta en sus amigos, lleva una mano la entrepierna y se masturba acariciándose por fuera mientras por dentro, la verga todavía caliente de Jero se acomoda en su vagina. Ahora le toca a ella y tiene su propio orgasmo, intenso y fuerte, que durante unos segundos le hace olvidar la postura incómoda, el calor, el dolor de las rodillas clavándose el freno de mano y el guardamanos de la puerta. Solo puede contraerse, presionando muy fuerte hacia abajo para mantener la polla de su novio dentro, mientras le tira del pelo y lo atrae hacia sí para que se introduzca buena parte de su pecho en la boca, mientras ella le jadea al oído. Cuando acaba solo se oye su respiración entrecortada y entonces sí, un minuto después la risa de Natalia vuelve a estallar en el asiento de atrás contagiándola a ella y poco después a los dos chicos.
Ya es demasiado tarde y aunque Juanjo propone ir a un garito que abre hasta el amanecer, las chicas se niegan. Están cansadas y no les apetece para nada meterse en un lugar cerrado apestando a humo, con un futbolín y una peli porno puesta en el vídeo del local, con una banda de tipos que, si bien no las van a molestar porque sus novios son habituales, no pararán de hacer comentarios sexistas y machistas sobre lo que están viendo. Eso sí, el sitio te garantiza que va a estar abierto hasta el amanecer y que las copas son muy baratas. Ellas preferirían ir a alguna de las discotecas de las afueras que también abren hasta muy tarde, donde suena buena música, pero donde tienes que pagar entrada y te cobran la consumición cuatro veces más cara. No hay ni pasta ni tampoco tienen cuerpo para eso así que toca retirada. Primero dejan a Natalia en su casa y ahora llevan a María.
- Podemos dejar a Juanjo primero, que nos pilla más cerca.
- No te preocupes, te llevamos a ti a ver si mientras convenzo este para que se tome la última conmigo.
- ¿Vais a ir al Géminis a tomar el último cacharro y a ver una porno?
- Posiblemente…
- Mira que sois cutres.
- ¿Hay algún plan mejor?
- Meterse en la cama es mejor que eso.
- Bueno, ya veremos - deja en el aire Jero, que traducido al cristiano significa que seguro que acaban allí metidos.
Se despide con un beso de su novio y le da otro a Juanjo. El chico huele a sexo, todos huelen. María sube a su casa y abre la puerta procurando hacer el mínimo ruido posible. Quiere ir directa a su habitación, pero antes tiene que pasar por el servicio porque la vejiga parece que le va a estallar. Se hace cruces esperando no haber despertado a su madre, lo último que quiere es toparse con ella y que una vez más le riña por llegar tarde. Es ya mayor, trabaja y se ha ganado a golpe de bronca y discusiones su derecho a trasnochar y hacer lo que le dé la gana. A estas alturas sus padres ya han renunciado a ponerle freno, pero una cosa es que ya no te pregunten (aunque te pongan mala cara) de dónde vienes a las cuatro de la mañana y otra muy distinta, que te presentes con las rodillas peladas, el cuello y la cara arañada de la barba de tu chico, el vestido manchado de semen y las bragas hechas una bola en el bolso después de haberte limpiado con ellas. Si ha despertado a su padre o a su hermano y se cruza ahora con ellos de camino a su habitación, lo más probable es que ni se den cuenta y en el caso de su padre, que simplemente le haga un mudo reproche, pero su madre la tiene calada y no se le pasa ni una, incluso medio dormida es capaz de echarle la radiografía y acertar en el diagnóstico. No necesita una bronca nocturna o que al día siguiente la levante temprano solo para recordarle otra vez a la Anita, la del quinto que se quedó preñada con su misma edad y tuvo que dejar el trabajo, o su prima, la que estaba aquí estudiando y que se tuvo que volver al pueblo sin acabar la carrera, con una barriga sin que el chico que la había dejado embarazada se hiciera cargo de ninguna paternidad. Así pues, María renuncia a darse una ducha rápida. Lo que hace es mojar un pañito pequeño y con él se asea lo mejor que puede. Luego, sigilosa como una gata y con los zapatos en la mano para no hacer ruido, consigue llegar a su cuarto y meterse en la cama.
A esta hora hace fresco y se queda totalmente desnuda, arropada por las sábanas. Ha sido un día muy largo y una semana también muy larga. Ha llegado al viernes cansada, el alcohol, los porros y la juerga que se ha pegado ya le están pasando factura, pero está tan cansada que no se puede dormir. Sus manos recorren su piel, se acaricia la tripa intentando relajarse a sí misma. El cuerpo reacciona. Se acuerda de Juanjo y Natalia fornicando en el coche, de como ella misma se ha follado a Jero y su joven cuerpo le pide de nuevo placer. La imaginación se pone en marcha. María ya sabe que se va a desbocar, así que no intenta refrenarla en ese estado de febril excitación en el que se encuentra, flotando entre la desconexión absoluta del sueño y la tensión acumulada que le impide alcanzarlo. Su fantasía ejerce de interruptor para alcanzar el orgasmo y este la conduce al abandono físico y mental. Otra vez la imagen de la verga de Juanjo viene a su cabeza. Entre las dos parejas hay mucha desinhibición, pero nunca se habían visto en pleno acto como hoy. Alguna vez ha cruzado por su mente la posibilidad de un intercambio, cosa con la que han bromeado los cuatro. Risas que se convierten en deseos cuando ella fantasea. En aquel lugar de sus sueños donde todo es posible, donde nada está mal, donde no hay reglas ni convenciones, donde todo sale bien, ella y Natalia intercambian novios y así puede disfrutar de dos chicos en vez de uno, de la experiencia distinta de otro cuerpo, de otro amante. A veces lo ha pensado y cree que podría salir bien porque tanto Jero como Juanjo son cariñosos y muy buena gente, incapaces de celos, envidias o de generar mal rollo entre ellos. Pero luego se lo piensa más detenidamente, es algo que puede suponer un salto al vacío, nunca se debe jugar con los sentimientos y los sentimientos y el sexo van muy unidos a unas chicas de veinticuatro años que están empezando a vivir. Sobre el papel todo podría resultar fantástico, pero luego nunca se sabe cómo pueden acabar las cosas, lo que se puede remover por dentro de una, las emociones que se pueden provocar. La verdad es que ahora están bien, así que ¿por qué arriesgarse a estropearlo?
Sin embargo, sus sueños son una cosa muy distinta. En su fantasía sí que ha probado muchas veces el intercambio y sí que se ha excitado imaginando que lo hace con Juanjo y también que Natalia copula con Jero. Como es su fantasía y ella la puede diseñar a placer, ahí si sale todo bien y todos siguen enamorados de quien deben, no hay celos ni malos rollos ni confusiones. Y eso es lo que le apetece fantasear. Ahora sabe que es la fantasía que más rápida la lleva al orgasmo porque la excita mucho. Solo que hoy hay una variante se le ha ocurrido mientras volvían, cuando iban los tres solos. Se le ha ocurrido pensar que iban al descampado, un solar donde otras veces se ha ido ella con Jero a tener sexo en el coche. En vez de irse al pub ese cutre donde se suelen meter, iban hacia allí y se enrollaba con su novio mientras Juanjo miraba y se masturbaba. Ella le susurraba que lo dejaran participar y entonces María tenía sexo con los dos. En su imaginación el asiento de atrás se volvía mucho mayor de lo que ya era. Se situaba en medio y los chicos la acariciaban a la vez, siempre había una mano entre sus piernas, en sus muslos, en sus pechos, siempre una lengua en su boca a la par que notaba dos miembros rozarse contra ella. Después, ambos la penetran alternativamente. María los recibe en su interior permitiéndoles eyacular dentro, sintiéndose plena, satisfecha, manteniendo a Juanjo atrapado entre sus muslos. Ha podido comprobar que su verga no es muy distinta en tamaño y grosor a la de su novio, pero es otra verga, es otro hombre y eso la excita muchísimo, sobre todo porque Jero no se enfada, al revés, parece excitado de verla fornicar con su mejor amigo. Todo es estupendo en su fantasía piensa mientras alcanza el clímax y ahora sí, ya por fin consigue desconectar y haciéndose un ovillo se tapa con las sábanas y entra en sueño profundo.