Después de secarse bajo el sol empezaron a vestirse lentamente, en silencio, cada uno con sus pensamientos. Cristina volvió a ponerse los pantalones cortos que había llevado, y David se puso la camiseta encima del bañador, todavía húmedo. Cuando terminaron de vestirse, caminaron de vuelta a la casa sin prisas, los pasos suaves sobre la tierra cálida, la brisa acariciándoles el rostro y la luz del sol ya menguante bañándolos en tonos dorados.
Al llegar al porche de la casa, el sonido lejano de las olas y la tranquilidad del atardecer los rodeaban. Cristina se puso la camisa que llevaba por la mañana, fue directamente a la nevera y sacó las cervezas que habían traído ayer por la mañana cuando llegaron y habían dejado enfriando, una de las pocas cosas que les apetecía después de todo el calor de la tarde y las emociones desatadas. Las destapó con un movimiento rápido y las dejó sobre la mesa de plástico que tenían en frente, al lado de dos sillas que parecían invitarlos a relajarse.
—Toma, tortuga, vamos a refrescarnos un poco, que ya toca. —Cristina le pasó una de las latas a David, que ya se había dejado caer en una de las sillas con una sonrisa.
David aceptó la cerveza, sintiendo cómo el frío del metal le daba una sensación agradable en la mano. Se acomodó mejor en la silla y, por fin, pudo dejar escapar una pequeña risa, la tensión de los últimos minutos desvaneciéndose poco a poco. Cristina se dejó caer en la otra silla, cruzando las piernas de manera relajada mientras abría la suya y tomaba un trago largo, disfrutando del sabor frío que le refrescaba la garganta.
Al principio no hablaban mucho, saboreando la cerveza relajados y disfrutando de la puesta de sol. Pero cuando ya iban los dos por la segunda lata de cerveza, el alcohol empezó a hacer de las suyas, y la conversación fue subiendo cada vez más el tono.
—Joder... cómo nos ha salido al final este fin de semana, no? —dijo Cristina, dejando la cerveza en su regazo y mirando al horizonte, donde el sol ya se había escondido detrás de las montañas. Los colores del cielo cambiaban rápidamente, pintando todo de tonos naranjas y rosados.
David asintió, sintiéndose igual. Pasó un rato mirando el paisaje antes de responder, tomando un trago de su cerveza.
—Creo que es el tipo de cosas que no puedes planear, ¿no? O sea, todo el finde ha sido... raro. Pero divertido. —David se rió de nuevo, su tono un poco más relajado.
Cristina lo miró, dejando escapar una risa nerviosa.
—Raro... es decir poco. Creo que la palabra que buscas es “surrealista”. Dos días con un nivel de incomodidad que no habíamos tenido nunca, viéndonos en bolas... y aún así, no sé... ha estado bien, no?
—Sí, aunque si me hubieras dicho hace una semana cuando me dijiste de venir aquí que iba a ver cómo te quitabas el top de bikini... —hizo una pausa y sonrió sin ninguna torpeza, con una confianza inaudita en él—, bueno, jamás me lo habría creído.
Cristina levantó una ceja y lo miró con diversión.
—Ya, porque yo tampoco me lo esperaba, sinceramente. No tenía ni idea de que iba a hacer esto. Pero, ya sabes, a veces hay que soltarse, hacer algo sin pensarlo mucho.
Entonces David soltó un comentario que le rompió los esquemas totalmente a Cristina:
—Bueno, pues ahora puedo presumir de haber visto el mejor par de tetas de la facultad de Económicas y Adminstración.
Ella estaba echando un trago de cerveza y casi se atraganta al oír eso. Lo miró con una cara de sorpresa e indignación (fingida) que no le había dirigido jamás.
"Madre mía, estoy flipando o qué? ¿Desde cuándo David es así de atrevido?"
—¡¿Perdona?!
—¡Es verdad! Vamos, Cris, no te hagas la modesta. Tú sabes perfectamente que todos lo piensan. Desde primero de carrera. —David sonrió más abiertamente— Y ahora yo tengo información privilegiada que el resto mis compañeros sólo pueden imaginar.
Cristina le miró entre sorprendida y divertida por aquella salida. En otra ocasión, esta conversación sobre la popularidad de sus pechos la habría molestado bastante, porque era un tema que en el pasado le había dado disgustos y del que normalmente no le gustaba hablar. Pero aquel fin de semana ella y David habían pasado una barrera que hasta ahora parecía infranqueable, y lo único que sintió al oír aquello fue halago y morbo.
Se echó a reír, dándole un puñetazo de broma en el brazo.
—¡Qué tonto eres! No puedo creer que estés fardando de eso.
—No estoy fardando… bueno, un poco sí —dijo con falsa seriedad—. Es que los demás se morirían de envidia si lo supieran. Voy a tener que aguantarme las ganas de contar lo que he visto hoy cuando alguno me vacile o vaya de guay conmigo.
Cristina negó con la cabeza, sonriendo con una mezcla de burla y picardía.
—Ni se te ocurra, esto tiene que ser nuestro secretito, ¿de acuerdo?
—Más que secretito, son dos secretos bastante grandes. Y muy bonitos.
—¡Ay, por Dios!—dijo Cristina, sonrojándose y riéndose fuerte, y apoyando la cabeza en el hombro de David, sin pensarlo demasiado—. Pero en serio, si oigo que alguien se ha enterado de mi topless, voy a encargarme de que sufras el resto de la carrera. Así que ten cuidado, campeón, porque si tú abres la boca y sueltas una palabra sobre mis tetas a esos babosos de la clase…
David la miró, atento, mientras le daba otro trago a su cerveza.
—¿Qué? ¿Qué harás?
Cristina sonrió con malicia pura.
—Voy a dibujar un retrato robot de tu pene. De los dos estados, flácido y tieso. Muy detallado y preciso. Y se lo voy a pasar a
todas las chicas del grupo: a Silvia, a Laura, a Amaia, a Marta... Por email, con un título que dirá "así es la polla de David". Vas a tener que pedir el traslado a otra universidad y todo.
David se atragantó de la risa, tosiendo un poco, y poniéndose colorado con sólo imaginar semejante humillación.
—¡No puedes estar hablando en serio!
—¿Quieres probarme? Tengo buena memoria visual. Y buena mano para el dibujo. Especialmente… para proporciones como las tuyas.
Cristina le guiñó un ojo.
—Tú sabrás si quieres arriesgarte. No digas que no te avisé.
—Vale, vale —David levantó las manos, rendido—. Acuerdo de silencio mutuo. Nada de hablar de tus tetas ni de mi polla con los demás.
—Perfecto —dijo ella, dándole un pequeño brindis con su lata—. Aunque ahora que lo pienso… ese retrato no estaría nada mal para mi colección personal.
David la miró de reojo, alzando una ceja.
—¿Tienes una colección de dibujos de penes?
Cristina se encogió de hombros, con una sonrisa enigmática.
—Nunca es tarde para empezar. Pero si lo hago, tú serías el número uno.
Ambos estallaron en una carcajada, esta vez más relajados, con las rodillas casi tocándose y los rostros peligrosamente cerca.
Él la miró. Ella le sostuvo la mirada. Y de repente, el silencio no fue incómodo ni ligero. Fue denso. Cargado. Palpitante.
Ambos sabían que habían cruzado una línea invisible hace rato, y que lo que estaba a punto de pasar no era una sorpresa, sino el resultado inevitable de todo lo que venían acumulando.
David tragó saliva. Cristina inclinó la cabeza hacia adelante. Sus rodillas ya se tocaban.
Y entonces pasó. Sin palabras. Sin preámbulo.
Se inclinaron al mismo tiempo, como si el cuerpo hablara más claro que la mente. Los labios se encontraron con una mezcla de urgencia y temblor, como si por fin pudieran dejar de actuar y simplemente sentir.
El beso fue primero suave, inseguro. Pero en cuestión de segundos, se volvió más profundo, más sincero, más cargado de todo lo que habían callado.
David le tomó la nuca con una mano. El mundo se encogió a ese punto de contacto entre ellos.
Cuando se separaron, apenas unos centímetros, aún con la respiración agitada y los ojos entreabiertos, ninguno dijo nada al principio. No hacía falta. Ambos sabían que, desde ese instante, todo había cambiado. Y ninguno de los dos quería volver atrás.
Cristina aún tenía la mano apoyada en la nuca de David, suave, como si no quisiera romper ese momento. Él la miraba con una mezcla de ternura y asombro, como si todavía no terminara de creerse lo que acababa de suceder.
—Bueno… —susurró David, con una sonrisa ladeada— esto no ha sido un broma...
Cristina soltó una risa corta, baja, casi tímida. Bajó la mirada un segundo y luego volvió a encontrar sus ojos.
—No. No lo ha sido...
Se quedaron así unos segundos más, sin necesidad de moverse, con las piernas aún tocándose y el cuerpo entreabierto al otro.
David:
"Estoy empezando a querer quedarme atrapado en este fin de semana con ella para siempre."
Cristina:
"Madre mía David, cómo te has soltado. Y pensar que ayer mismo me preocupaba que haberlo visto desnudo en la ducha podía romper algo entre nosotros. Si acaso, está rompiendo todo lo que nos frenaba."
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó él en voz baja, sin ansiedad, solo con esa incertidumbre honesta que se instala cuando la amistad deja de ser solo amistad.
Cristina suspiró suavemente.
—No lo sé… —dijo—.
—¿Te arrepientes?
—No —respondió ella enseguida—. Para nada. Solo… me asusta un poco lo rápido que ha pasado. Y lo bien que me ha sentado.
David asintió, bajando la mirada un momento. Rieron suavemente los dos, más relajados.
—¿Te puedo decir algo? —preguntó él, bajando un poco la voz.
—Claro.
—Siempre me has gustado un poco. Mucho, en realidad. Solo que… me daba miedo perder lo que ya teníamos, porque nuestra amistad era muy importante para mí.
Cristina lo miró con una ternura nueva, sincera.
—Yo también, David. Lo mismo. Lo sentía, pero no quería estropearlo. Y ahora… creo que solo lo hemos mejorado.
El aire nocturno se había enfriado un poco, pero ellos seguían en la terraza, abrazados, con las cervezas ya vacías a un lado y las estrellas extendiéndose sobre ellos como un manto silencioso. Cristina tenía la cabeza apoyada en el hombro de David, y él acariciaba suavemente su brazo con la yema de los dedos.
No hablaban mucho. No hacía falta. El silencio, ahora, era paz.
Después de un rato, Cristina levantó un poco la cabeza, mirándolo con una mezcla de dulzura y picardía. Sus ojos brillaban con esa chispa que él ya había aprendido a leer muy bien.
—Oye… —murmuró, bajito.
—¿Mmm? —respondió él, girando el rostro hacia ella.
—Estaba pensando… —hizo una pausa, como buscando las palabras—. Como todavía nos tenemos que duchar para quitarnos la sal de la playa... y ya que nos hemos visto medio desnudos —se rió suavemente, con tono cómplice—. Bueno, yo a ti del todo…
David la miró, entre divertido y curioso.
—Pues… ¿y si nos soltamos del todo con esto? ¿Y si… nos damos un baño juntos? La bañera del lavabo del piso de abajo es bastante grande y caben bien dos personas. Tú y yo. Un baño tranquilo sin la presión de "qué significa". Solo… compartir ese momento.
David se quedó en silencio unos segundos. No por incomodidad, sino por el peso de lo que acababa de escuchar. La miró. Ella lo miraba también, tranquila, sin vergüenza, sin forzar.
—¿Un baño contigo? —dijo él en voz baja— ¿Ahora?
—Ahora… o dentro de un rato. Cuando quieras. Si quieres. Solo si te apetece —dijo ella, acariciándole la mano—. No es una obligación, es… una propuesta. Porque me siento bien contigo. Y sí, porque ayer me gustó mucho verte desnudo y quiero volver a verte, esta vez por un rato y sin que sea un accidente incómodo. Es la verdad.
David asintió muy despacio, con el corazón latiéndole muy fuerte. Aunque no hacía ni dos horas que Cristina había estado en topless frente a él, se moría de ganas de volver a repetir la experiencia... y además ver también todo lo demás.
—Me apetece —respondió, sin pensarlo demasiado—. Mucho.
Cristina le sonrió, tranquila, sin prisa.
Y volvieron a abrazarse, más cerca aún, bajo el cielo nocturno. Ya no había juegos, ni bromas, ni tensiones. Solo dos amigos que se habían quitado, poco a poco, todas las capas… hasta quedarse frente a frente, sin miedo.
Continuará...