Fin de semana entre amigos

David estuvo unos segundos sin reaccionar, asimilando lo que estaba viendo y tratando de convencerse de que aquello era real, que no estaba soñándolo. ¿Cuántas veces se había imaginado los melones de su amiga desnudos, fantaseando cómo debían ser, y sobre todo dando por hecho que casi con toda seguridad nunca los vería? Pues ahora que los tenía a la vista y podía admirarlos, la verdad es que no decepcionaban para nada. Grandes, redondos y además bien firmes teniendo en cuenta su tamaño; una firmeza que reflejaba su juventud. Sin ninguna estría, aunque con un color de piel más claro que el resto del cuerpo debido a la falta de exposición al sol; la marca del bikini era perfectamente visible. Las areolas, de color marrón y de tamaño mediano tirando a grandes, muy bien proporcionadas con el tamaño del pecho; con bordes claramente definidos, es decir, no difuminados con la piel de la teta. Varios de esos bultitos en las areolas (las glándulas de Montgomery) rodeaban el pezón, en el centro. Los pezones ligeramente abultados, tal vez por la brisa o la excitación del momento.

Cristina se dio cuenta de que David estaba hipnotizado mirando sus tetas, observándolas al detalle. Y por una vez prácticamente desde que eran amigos, fue ella la que estaba cohibida y ruborizándose ante él. Sintió el calor subirle por el cuello hasta las mejillas, al mismo tiempo que una risa leve, temblorosa, se le escapaba por los labios. Una risa nerviosa, contenida, mezcla de vergüenza y de una excitación inesperada.

—Tío, David… —dijo un poco agobiada, pero sin cubrirse ni moverse—. Son tetas, no un informe financiero. No hace falta que las estudies.

David parpadeó como si lo hubieran despertado de golpe. Desvió la mirada con torpeza, rascándose la nuca.

—Perdona… —balbuceó, aunque le costaba mantener la compostura—. Es que… pero... no entiendo... ayer dijiste... que no harías topless ni de coña.

Cristina bajó la vista, todavía con las mejillas encendidas.

—Ya lo sé. Y en ese momento lo pensaba en serio. Pero bueno, he cambiado de idea... aunque tampoco sabía si lo haría hasta el último momento. Y también porque estamos solos, que si no... —dijo en voz baja, mirando hacia el agua.

Y aunque su sonrisa nerviosa seguía ahí, en realidad, lo había estado pensando desde hacía rato. Desde anoche, más bien.
Después de lo que ocurrió en el baño, después de verle tan expuesto, tan vulnerable, tan real… algo en ella había hecho clic.
No fue una decisión improvisada, aunque lo pareciera. Había estado dándole vueltas todo el día, midiéndolo todo en su cabeza: cómo se sentiría, cómo podría reaccionar él, cómo reaccionaría ella. Y este era el motivo real por que el que esta mañana había dicho de posponer la playa a la tarde, porque necesitaba armarse de valor para hacer esto. Porque esta vez, a pesar de las bromas y la seguridad con la que solía moverse, el atrevimiento para ella era de verdad.

David la miró, sin saber muy bien cómo procesarlo todo. Todavía le latía fuerte el pecho.

—Pues… me has dejado sin palabras —dijo sincero.

Cristina respiró hondo, y por primera vez desde que se quitó el bikini, sonrió con seguridad.
Pero antes de poder decir nada más, David vio cómo Cristina se giraba y caminaba unos pasos hacia la zona donde habían dejado las toallas. No dijo nada. Solo fue hasta allí, con la parte de arriba del bikini aún en la mano. Llegó a su toalla, se agachó, y la dejó cuidadosamente doblada sobre la tela.
David la miraba desde donde estaba, sin disimular demasiado. Cristina se enderezó, se giró de nuevo y comenzó a caminar hacia él, sonriendo. Sus pechos se movían al ritmo de sus pasos, balanceándose con naturalidad. No había ninguna pose, ningún esfuerzo por parecer provocadora.
Pero para David, que nunca la había visto así, era como ver a otra versión de su amiga.

"No me lo creo. Está caminando hacia mí como si nada. Y… joder. Está preciosa."

Cristina se mordió el labio al ver la cara de él, que intentaba mantener la compostura pero no lo conseguía del todo.

—¿Vamos al agua?

Sin decir nada más, se metieron juntos al agua. El mar estaba fresco, pero agradable.

Continuará...
 
Acabo de descubrir este bonito relato y me está encantando.
Además es más de los que me gustan, más romántico que sexual.
En cuanto a la historia, los dos está claro que están empezando a verse de otra manera y es inevitable que se va a desatar la pasión, porque los dos se están enamorando si es que no lo estaban ya.
 
El agua les llegaba por la cintura. Estaba fresquita, pero se agradecía. El sol iba cayendo poco a poco, dándole ese brillo dorado a la superficie del mar. Durante los primeros minutos, ninguno decía casi nada. Caminaban despacio dentro del agua, chapoteando, como si se estuvieran adaptando a esa nueva situación sin necesidad de hablarlo.

David la miraba de reojo de vez en cuando, pero no se atrevía a mantenerle la mirada mucho rato. Hasta ese momento no había tenido ninguna erección por el topless de su amiga, más que nada porque se había quedado pillado por la sorpresa, pero en cuanto se le pasó el aturdimiento… empezaron a aparecer, claro, bajo el agua.

De repente, sin avisar, Cristina le lanzó una buena salpicadura en la cara.

—¡Eh! —protestó David, dando un paso atrás, medio a ciegas.

Ella se rió, con esa cara de traviesa como si se hubiera quitado un peso de encima rompiendo el hielo.

—Estás tensísimo, tortuga. Relájate un poco —dijo, y le volvió a salpicar.

David se rió, por primera vez desde que habían entrado en el agua.

—¿Tú te crees que así se relaja uno?

—Pues claro. Ahora una ahogadita y te quedas nuevo.

—Ni se te ocurra.

—Demasiado tarde.

Cristina se le echó encima sin pensárselo, y David, por puro reflejo, reculó riéndose mientras se cubría la cara.

El agua salpicó por todos lados. Cristina se reía como una cría, con el pelo mojado pegado a la cara y el pecho aún al aire, tan tranquila. Y por un momento, entre risas y salpicones, la tensión cambió de forma. Se volvió más ligera. Algo nuevo que no hacía falta decir, porque ya estaba ahí. En el agua. En las miradas. En el juego.

Cristina se sumergió un segundo y apareció justo delante de él, echándose el pelo hacia atrás.

—Ahora sí que pareces menos tenso —dijo, sonriendo.

David le devolvió una mirada entre desafiante y nerviosa.

—No me das ni un respiro, ¿eh?

—¿Y para qué? —respondió ella, divertida—. Me gustas más así.

Cristina se volvió a tirar bajo el agua y, sin avisar, le rodeó por detrás, agarrándole por la cintura para hacerle una ahogadilla.

—¡Eh! —saltó David, entre carcajadas, intentando soltarse—. ¡Qué cabrona!

—No te quejes, que lo estabas pidiendo —murmuró ella al salir, pegada a su espalda.

Y entonces pasó. Notó su cuerpo entero contra el suyo. Ahí estaban: sus tetas, suaves, cálidas, presionándole la espalda. Mojadas, desnudas, tan reales como el sol que les daba en la piel. Los pezones, duros, rozándole los omóplatos. David se quedó tieso; se le tensó todo el cuerpo de golpe, y estaba tan empalmado que por un momento pensó que iba a correrse ahí mismo, con ese cosquilleo que le recorrió de arriba a abajo. Nada que ver con las veces anteriores en que había sentido algún roce de sus pechos; esta vez era piel contra piel.
Las manos de ella aún le sujetaban por los costados, y justo entonces, como si notara la sensación que había provocado en él, Cristina se apartó con un movimiento ágil y se volvió a sumergir, soltando una risita ahogada.

David se quedó quieto, con el corazón a mil y la respiración cortada.

Cristina emergió más allá, sacudiéndose el pelo hacia atrás, con una sonrisa descarada.

—¿Qué pasa, tortuga? ¿Demasiado para ti?

Cristina seguía flotando cerca, con esa sonrisa de siempre, entre pícara y tranquila. David intentó recomponerse mientras ella chapoteaba por ahí como si no hubiera pasado nada.

—¿Entonces ya no vas a atacarme más? —preguntó él, con tono medio serio, medio broma, aunque deseando como loco que volviera a pasar.

—No prometo nada —dijo ella, nadando por detrás de él como un tiburón juguetón—. Aunque ya te he pillado bastante por hoy.

—Sí… ya te vale.

Cristina se rió a carcajadas y le salpicó agua con los pies.

Y otra vez se pusieron a perseguirse, nadando entre risas, empujones suaves, alguna que otra zambullida para pillarse desprevenidos. Sus típicos juegos, con la única diferencia de que Cristina tenía los pechos al aire. David, aunque más suelto, seguía con esa electricidad bajo la piel por lo de antes. Ese momento —el cuerpo de ella pegado al suyo, mojados, sus tetas contra su espalda, los pezones fregándole— no se le iba de la cabeza.

Después de un rato de juego más tranquilo, empezaron a nadar hacia la orilla sin decir nada, como si lo hubieran decidido al mismo tiempo.

La luz ya caía un poco más. El cielo se teñía de naranja y el viento soplaba más suave.

Salieron del agua y caminaron por la orilla con el cuerpo chorreando. David se pasó las manos por el pelo para quitarse la sal, mientras Cristina iba delante en silencio. Al llegar a las toallas, cogió el top del bikini. Lo levantó, lo miró unos segundos sin decir nada, y luego se lo puso de nuevo con calma, atándoselo sin prisas.

No dijo nada. No soltó una coña por su exhibición. Solo se vistió como quien cierra un capítulo. Sin arrepentimiento, pero sin hacer un mundo del asunto.

—Bueno —dijo Cristina, dejándose caer sobre la toalla—. Esto ha sido… brutal.

—Tú lo llamas brutal. Yo diría experiencia religiosa —bromeó David, medio en serio.

Ella le miró divertida, pero no contestó. Se tumbó aún mojada, con las manos detrás de la cabeza y los ojos mirando al cielo. Cristina no lo sabía, pero en la cabeza de David algo estaba haciendo “clic”: todas esas inseguridades suyas —la torpeza con las chicas, la timidez, esa vocecilla que le decía “no hagas el ridículo”— se estaban apagando en ese momento. Desapareciendo.

Cristina, sin enterarse de todo lo que le pasaba por dentro, se movió un poco y murmuró:

—Qué gusto… estar así sin hacer nada.

David sonrió, para sí mismo.

—Sí —respondió, con una voz que ya no era la de esta mañana.

Continuará…
 
venga animarse, DAvid por pura cortesia y amistad deberia haberte quitado el bañador total si ya te ha visto el zipote, y metele la lengua hasta la campanilla que los 2 lo estais deseando, jajajaja
el nudismo es genial y bre miles de puertas, yo me desnudo en cualquier playa me da igual ser la unica tia, haya el que quiera estar con estupidas ropas
 
Después de secarse bajo el sol empezaron a vestirse lentamente, en silencio, cada uno con sus pensamientos. Cristina volvió a ponerse los pantalones cortos que había llevado, y David se puso la camiseta encima del bañador, todavía húmedo. Cuando terminaron de vestirse, caminaron de vuelta a la casa sin prisas, los pasos suaves sobre la tierra cálida, la brisa acariciándoles el rostro y la luz del sol ya menguante bañándolos en tonos dorados.

Al llegar al porche de la casa, el sonido lejano de las olas y la tranquilidad del atardecer los rodeaban. Cristina se puso la camisa que llevaba por la mañana, fue directamente a la nevera y sacó las cervezas que habían traído ayer por la mañana cuando llegaron y habían dejado enfriando, una de las pocas cosas que les apetecía después de todo el calor de la tarde y las emociones desatadas. Las destapó con un movimiento rápido y las dejó sobre la mesa de plástico que tenían en frente, al lado de dos sillas que parecían invitarlos a relajarse.

—Toma, tortuga, vamos a refrescarnos un poco, que ya toca. —Cristina le pasó una de las latas a David, que ya se había dejado caer en una de las sillas con una sonrisa.

David aceptó la cerveza, sintiendo cómo el frío del metal le daba una sensación agradable en la mano. Se acomodó mejor en la silla y, por fin, pudo dejar escapar una pequeña risa, la tensión de los últimos minutos desvaneciéndose poco a poco. Cristina se dejó caer en la otra silla, cruzando las piernas de manera relajada mientras abría la suya y tomaba un trago largo, disfrutando del sabor frío que le refrescaba la garganta.
Al principio no hablaban mucho, saboreando la cerveza relajados y disfrutando de la puesta de sol. Pero cuando ya iban los dos por la segunda lata de cerveza, el alcohol empezó a hacer de las suyas, y la conversación fue subiendo cada vez más el tono.

—Joder... cómo nos ha salido al final este fin de semana, no? —dijo Cristina, dejando la cerveza en su regazo y mirando al horizonte, donde el sol ya se había escondido detrás de las montañas. Los colores del cielo cambiaban rápidamente, pintando todo de tonos naranjas y rosados.

David asintió, sintiéndose igual. Pasó un rato mirando el paisaje antes de responder, tomando un trago de su cerveza.

—Creo que es el tipo de cosas que no puedes planear, ¿no? O sea, todo el finde ha sido... raro. Pero divertido. —David se rió de nuevo, su tono un poco más relajado.

Cristina lo miró, dejando escapar una risa nerviosa.

—Raro... es decir poco. Creo que la palabra que buscas es “surrealista”. Dos días con un nivel de incomodidad que no habíamos tenido nunca, viéndonos en bolas... y aún así, no sé... ha estado bien, no?

—Sí, aunque si me hubieras dicho hace una semana cuando me dijiste de venir aquí que iba a ver cómo te quitabas el top de bikini... —hizo una pausa y sonrió sin ninguna torpeza, con una confianza inaudita en él—, bueno, jamás me lo habría creído.

Cristina levantó una ceja y lo miró con diversión.

—Ya, porque yo tampoco me lo esperaba, sinceramente. No tenía ni idea de que iba a hacer esto. Pero, ya sabes, a veces hay que soltarse, hacer algo sin pensarlo mucho.

Entonces David soltó un comentario que le rompió los esquemas totalmente a Cristina:

—Bueno, pues ahora puedo presumir de haber visto el mejor par de tetas de la facultad de Económicas y Adminstración.

Ella estaba echando un trago de cerveza y casi se atraganta al oír eso. Lo miró con una cara de sorpresa e indignación (fingida) que no le había dirigido jamás.

"Madre mía, estoy flipando o qué? ¿Desde cuándo David es así de atrevido?"

—¡¿Perdona?!

—¡Es verdad! Vamos, Cris, no te hagas la modesta. Tú sabes perfectamente que todos lo piensan. Desde primero de carrera. —David sonrió más abiertamente— Y ahora yo tengo información privilegiada que el resto mis compañeros sólo pueden imaginar.

Cristina le miró entre sorprendida y divertida por aquella salida. En otra ocasión, esta conversación sobre la popularidad de sus pechos la habría molestado bastante, porque era un tema que en el pasado le había dado disgustos y del que normalmente no le gustaba hablar. Pero aquel fin de semana ella y David habían pasado una barrera que hasta ahora parecía infranqueable, y lo único que sintió al oír aquello fue halago y morbo.
Se echó a reír, dándole un puñetazo de broma en el brazo.

—¡Qué tonto eres! No puedo creer que estés fardando de eso.

—No estoy fardando… bueno, un poco sí —dijo con falsa seriedad—. Es que los demás se morirían de envidia si lo supieran. Voy a tener que aguantarme las ganas de contar lo que he visto hoy cuando alguno me vacile o vaya de guay conmigo.

Cristina negó con la cabeza, sonriendo con una mezcla de burla y picardía.

—Ni se te ocurra, esto tiene que ser nuestro secretito, ¿de acuerdo?

—Más que secretito, son dos secretos bastante grandes. Y muy bonitos.

—¡Ay, por Dios!—dijo Cristina, sonrojándose y riéndose fuerte, y apoyando la cabeza en el hombro de David, sin pensarlo demasiado—. Pero en serio, si oigo que alguien se ha enterado de mi topless, voy a encargarme de que sufras el resto de la carrera. Así que ten cuidado, campeón, porque si tú abres la boca y sueltas una palabra sobre mis tetas a esos babosos de la clase…

David la miró, atento, mientras le daba otro trago a su cerveza.

—¿Qué? ¿Qué harás?

Cristina sonrió con malicia pura.

—Voy a dibujar un retrato robot de tu pene. De los dos estados, flácido y tieso. Muy detallado y preciso. Y se lo voy a pasar a todas las chicas del grupo: a Silvia, a Laura, a Amaia, a Marta... Por email, con un título que dirá "así es la polla de David". Vas a tener que pedir el traslado a otra universidad y todo.

David se atragantó de la risa, tosiendo un poco, y poniéndose colorado con sólo imaginar semejante humillación.

—¡No puedes estar hablando en serio!

—¿Quieres probarme? Tengo buena memoria visual. Y buena mano para el dibujo. Especialmente… para proporciones como las tuyas.

Cristina le guiñó un ojo.

—Tú sabrás si quieres arriesgarte. No digas que no te avisé.

—Vale, vale —David levantó las manos, rendido—. Acuerdo de silencio mutuo. Nada de hablar de tus tetas ni de mi polla con los demás.

—Perfecto —dijo ella, dándole un pequeño brindis con su lata—. Aunque ahora que lo pienso… ese retrato no estaría nada mal para mi colección personal.

David la miró de reojo, alzando una ceja.

—¿Tienes una colección de dibujos de penes?

Cristina se encogió de hombros, con una sonrisa enigmática.

—Nunca es tarde para empezar. Pero si lo hago, tú serías el número uno.

Ambos estallaron en una carcajada, esta vez más relajados, con las rodillas casi tocándose y los rostros peligrosamente cerca.

Él la miró. Ella le sostuvo la mirada. Y de repente, el silencio no fue incómodo ni ligero. Fue denso. Cargado. Palpitante.
Ambos sabían que habían cruzado una línea invisible hace rato, y que lo que estaba a punto de pasar no era una sorpresa, sino el resultado inevitable de todo lo que venían acumulando.

David tragó saliva. Cristina inclinó la cabeza hacia adelante. Sus rodillas ya se tocaban.
Y entonces pasó. Sin palabras. Sin preámbulo.
Se inclinaron al mismo tiempo, como si el cuerpo hablara más claro que la mente. Los labios se encontraron con una mezcla de urgencia y temblor, como si por fin pudieran dejar de actuar y simplemente sentir.
El beso fue primero suave, inseguro. Pero en cuestión de segundos, se volvió más profundo, más sincero, más cargado de todo lo que habían callado.
David le tomó la nuca con una mano. El mundo se encogió a ese punto de contacto entre ellos.

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Cuando se separaron, apenas unos centímetros, aún con la respiración agitada y los ojos entreabiertos, ninguno dijo nada al principio. No hacía falta. Ambos sabían que, desde ese instante, todo había cambiado. Y ninguno de los dos quería volver atrás.

Cristina aún tenía la mano apoyada en la nuca de David, suave, como si no quisiera romper ese momento. Él la miraba con una mezcla de ternura y asombro, como si todavía no terminara de creerse lo que acababa de suceder.

—Bueno… —susurró David, con una sonrisa ladeada— esto no ha sido un broma...

Cristina soltó una risa corta, baja, casi tímida. Bajó la mirada un segundo y luego volvió a encontrar sus ojos.

—No. No lo ha sido...

Se quedaron así unos segundos más, sin necesidad de moverse, con las piernas aún tocándose y el cuerpo entreabierto al otro.

David:
"Estoy empezando a querer quedarme atrapado en este fin de semana con ella para siempre."

Cristina:
"Madre mía David, cómo te has soltado. Y pensar que ayer mismo me preocupaba que haberlo visto desnudo en la ducha podía romper algo entre nosotros. Si acaso, está rompiendo todo lo que nos frenaba."

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó él en voz baja, sin ansiedad, solo con esa incertidumbre honesta que se instala cuando la amistad deja de ser solo amistad.

Cristina suspiró suavemente.

—No lo sé… —dijo—.

—¿Te arrepientes?

—No —respondió ella enseguida—. Para nada. Solo… me asusta un poco lo rápido que ha pasado. Y lo bien que me ha sentado.

David asintió, bajando la mirada un momento. Rieron suavemente los dos, más relajados.

—¿Te puedo decir algo? —preguntó él, bajando un poco la voz.

—Claro.

—Siempre me has gustado un poco. Mucho, en realidad. Solo que… me daba miedo perder lo que ya teníamos, porque nuestra amistad era muy importante para mí.

Cristina lo miró con una ternura nueva, sincera.

—Yo también, David. Lo mismo. Lo sentía, pero no quería estropearlo. Y ahora… creo que solo lo hemos mejorado.

El aire nocturno se había enfriado un poco, pero ellos seguían en la terraza, abrazados, con las cervezas ya vacías a un lado y las estrellas extendiéndose sobre ellos como un manto silencioso. Cristina tenía la cabeza apoyada en el hombro de David, y él acariciaba suavemente su brazo con la yema de los dedos.

No hablaban mucho. No hacía falta. El silencio, ahora, era paz.

Después de un rato, Cristina levantó un poco la cabeza, mirándolo con una mezcla de dulzura y picardía. Sus ojos brillaban con esa chispa que él ya había aprendido a leer muy bien.

—Oye… —murmuró, bajito.

—¿Mmm? —respondió él, girando el rostro hacia ella.

—Estaba pensando… —hizo una pausa, como buscando las palabras—. Como todavía nos tenemos que duchar para quitarnos la sal de la playa... y ya que nos hemos visto medio desnudos —se rió suavemente, con tono cómplice—. Bueno, yo a ti del todo…

David la miró, entre divertido y curioso.

—Pues… ¿y si nos soltamos del todo con esto? ¿Y si… nos damos un baño juntos? La bañera del lavabo del piso de abajo es bastante grande y caben bien dos personas. Tú y yo. Un baño tranquilo sin la presión de "qué significa". Solo… compartir ese momento.

David se quedó en silencio unos segundos. No por incomodidad, sino por el peso de lo que acababa de escuchar. La miró. Ella lo miraba también, tranquila, sin vergüenza, sin forzar.

—¿Un baño contigo? —dijo él en voz baja— ¿Ahora?

—Ahora… o dentro de un rato. Cuando quieras. Si quieres. Solo si te apetece —dijo ella, acariciándole la mano—. No es una obligación, es… una propuesta. Porque me siento bien contigo. Y sí, porque ayer me gustó mucho verte desnudo y quiero volver a verte, esta vez por un rato y sin que sea un accidente incómodo. Es la verdad.

David asintió muy despacio, con el corazón latiéndole muy fuerte. Aunque no hacía ni dos horas que Cristina había estado en topless frente a él, se moría de ganas de volver a repetir la experiencia... y además ver también todo lo demás.

—Me apetece —respondió, sin pensarlo demasiado—. Mucho.

Cristina le sonrió, tranquila, sin prisa.
Y volvieron a abrazarse, más cerca aún, bajo el cielo nocturno. Ya no había juegos, ni bromas, ni tensiones. Solo dos amigos que se habían quitado, poco a poco, todas las capas… hasta quedarse frente a frente, sin miedo.


Continuará...
 
Última edición:
Carlos me ha recomendado esta historia y no he podido resistirme a ponerme al día. Me ha encantado descubrir que se trata de una relación romántica contada desde una perspectiva intimista, donde podemos acceder a los pensamientos y emociones más profundos de los personajes. Me parece especialmente bello que la trama esté situada en ese momento tan especial de toda relación: los comienzos, cuando todo es descubrimiento, ilusión y deseo contenido.

Además, me parece un acierto enorme que el relato esté acompañado de ilustraciones. Enriquecen la lectura y aportan una dimensión visual muy sugerente. Ojalá sigas con esta propuesta y que muchos otros autores se animen a seguir tu ejemplo. ¡Gracias por compartir algo tan cuidado y sensible!
 
Gracias, me alegro que guste. Lo cierto es que es una historia que me habría gustado hacerla íntegramente en formato gráfico, como un cómic, pero no domino el formato y ChatGtp, que es lo que utilizo para generar las imágenes, está muy censurada en este aspecto. No se pueden hacer desnudos íntegros o incluso escenas sugerentes, etc.
 
Última edición:
Gracias, me alegro que guste. Lo cierto es que es una historia que me habría gustado hacerla íntegramente en formato gráfico, como un cómic, pero no domino el formato y ChatGtp, que es lo que utilizo para generar las imágenes, está muy censurada en este aspecto. No se pueden hacer desnudos íntegros o incluso escenas sugerentes, etc.
Sí sí yo también he sufrido eso, lo de tanta censura en chapgpt, pero bueno, a pesar de sus limitaciones "moralistas" es una buena herramienta para crear imágenes si la sabes dominar. Y tú veo que lo dominas muy bien.
 

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