La fiesta

imaginarla gozando y gimiendo sin pudor debe ser super excitante
 
La Fiesta VIII

La fiesta seguía, tórrida y placentera para todos –para el cornudo no sé si decir que no tanto, porque él también disfrutaba sus cuernos a su manera–, emparejados como estábamos cada cual con quien le parecía adecuado/a para darse placer mutuo. Yo cedí del todo a los requerimientos de mi afeminado, que me besaba con pasión.

Todo iba perfecto: mi esposa estaba siendo follada por el coño y por el ano por su lesbiana, la esposa del marica. El dildo le iba a medida, aunque a mí me parecía demasiado grande. La preñada estaba en posesión del amo, con el cornudo siempre a su alrededor sin perderse ninguno de sus suspiros de amor y sus gemidos de placer.

El pobre estaba deseando tocar a su mujer, pero no se atrevía. La miraba con admiración cuando ella lanzada sus ayes de gusto si el amo la embestía de pronto muy fuerte con su poderosa verga. Me extrañaba que no se hubiera sacado el miembro viril ni un momento. Se le veía jodido. Debía sufrir mucho, aunque fuese con gozo.

En cierto momento, el amo y la preñada se fueron al dormitorio, para estar más cómodos, y el cornudo, siempre empalmado, se fue con ellos como un perro fiel. Les destapó la cama matrimonial, se ofreció a ponerles videos de acompañamiento y les preguntó, muy servil, si querían otra copa de champán o una toallita o algo.

El afeminado me pedía que lo penetrara, por lo que nos fuimos a otro cuarto, uno color rosa que había en la casa, decorado con motivos adolescentes: un precioso nidito para nuestro amor. Recuerdo al excitado lector que los huevos del marica seguían atados sobre su polla como si le hubieran crecido en el pubis y no colgando.

Decidí mostrarme agresivo/a con él/ella, aunque mi natural no es ese. Pero sentí que ambos lo necesitábamos en nuestra calentura extrema. Sobre la cama, le propiné un sopapo en los testículos que él agradeció dolorido, pero sometido a mi voluntad. Me lo agradeció poniéndose de rodillas para chuparme el pito.

Mi pito, no sé si lo he dicho ya, es pequeño, unos 10 cms en total erección, por eso le llamo pito y no polla, ni siquiera picha. Siempre me he sentido humillado porque la naturaleza no me dotó virilmente como a todos los machos. Algunos se han reído de mi a lo largo de mi vida por el tamaño exiguo de mi miembro.

Quizá por eso siempre he sido bisex y no me he sentido jamás macho ni masculino. Mi pito no me enorgullecía como a todos los hombres, que más o menos se muestran ufanos de su miembro viril. De ahí a los cuernos solo había un paso. Y mi esposa me ha acompañado siempre muy deseosa de obsequiarme sus corridas.

Por eso, cuando nos casamos, acordamos mi puta y yo obtener placer de los machos que se nos pusiesen a tiro, un placer que para mí pronto consistió en verla retorcerse de gusto penetrada por el macho de turno, lo que me reportaba un gustazo tremendo siempre. Si mi pito no era suficiente, obtendríamos pollas de verdad fuera.

Le metí cuatro dedos en el ano al maricón, en venganza porque él tenía una hermosa polla y yo no. Le hice daño a propósito, y lo abofeteaba cuando gemía demasiado y lo oía su esposa desde el salón, donde se follaba a mi mujer con el hermoso arnés. Él me la chupaba con fruición, gimiendo sin cesar, pidiéndome mi leche.

No quería yo descargar mi semen todavía. El amo ya se había corrido, pero su miembro seguía duro, porque se oían sus movimientos sobre la preñada –o debajo de ella, no los veía–, es decir, se pensaba correr otra vez. Yo no me sentía capaz de dos corridas a pesar del viagra. El cornudo no se había corrido. O sí, son tocarse, no sabía.

Sentado a los pies de la cama, sufría el pobre marido el crecimiento de sus cuernos mientras el amo se follaba a su esposa, que mostraba sobre su soberbia barriga unos pechazos grandes, llenos y pesados, moviéndolos con gracia arriba y abajo en la follada. Él miraba envidioso al macho alfa que se disfrutaba a su mujer.

Cuando se corrieron los dos, le pidieron la copa de champán. Fue al salón y se quedó un poco mirando a mi esposa correrse con la lesbiana, que le daba con ímpetu mientras le mordía con apasionado fervor el cuello, los hombros y los pechos.

Cuánto hubiera dado el cornudo por ser él quien se follase a mi mujer. Qué envidia le daba la lesbiana disfrutona.

Me corrí en la boca ansiosa del afeminado, que me llamaba dulcemente cariñito y cositas así. Se embadurnó mi leche por toda la cara y se lamía lo que goteaba por sus labios. Lo despreciaba por ser tan puto, pero me dio una gran satisfacción atragantarlo con mi semen. Se lo merecía el cabrón. Y fui muy cruel con él, porque me fui.

Lo dejé sin correr, latiendo su capullo amoratado bajo sus bolas, pero no me apiadé de él, por su afeminamiento. Me siguió suplicando que lo corriera, pero no quise hacérselo. Quería que sufriera como el cornudo, no sé. Era depravado, pero me excitaba su pasión por mí y que estuviera como un esclavo a mi servicio pidiéndome amor.

Mi esposa me dijo, entre suspiros de gusto, que no le hiciera eso, que sufría mucho el pobre. Pero yo ya me había corrido y quería echar un segundo polvo con ella, sin o con la lesbiana, me daba igual.

Pero mi mujer no me dejaba follarla, prefería en ese momento a su dulce pareja, que era su macho entonces, no yo. Así que tanto el maricón como yo nos fuimos al dormitorio del amo y la preñada, a ver qué pasaba.

El cornudo se había arrodillado junto a la cama y lamía con fruición el chocho de su mujer para limpiarle el semen del amo y los propios flujos de la puta. Comía como enloquecido mientras se soltaba y abría el pantalón y se lo bajaba hasta las rodillas, loco de lujuria desenfrenada. Estaba disfrutando ahora todo lo que podía.

Pero siguió lamiendo el pubis de su mujer, la abombada barrigota tersa y brillante, llegó al abultado ombligo, donde se entretuvo un rato dándole a su lengua agilidad, y siguió hacia los pezones oscuros de los grandes pechos de la puta.

Luego, adaptándose a la voluminosa barriga y sin dejar de comerle los pezones abultados y jugosos, enfilaba su polla supererecta, muy amoratada y venosa hacia la entrada de su coño.

Solo pudo meterle la punta del capullo, porque enseguida ella le dio un bofetón y una patada, echándolo de encima de su hermosísimo cuerpo.

–¡Qué haces, cabrón, quién te ha dado permiso para eso, eh!- le gritó hecha una fiera.

Él quedó estupefacto, de pie junto a la cama: el marica y yo éramos mirones de la tensa escena, mientras el amo se lavaba los genitales en el baño contiguo.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando el afeminado se lanzó a los pies del cornudo y se puso a comerle la polla con glotonería cogiéndole los testículos y pasando la otra mano a su culo por entre los muslos. Se corrió en segundos dentro de su boca, que así obtenía el semen de un segundo macho para su placer y los flujos vaginales de la preñada junto con los restos de leche del amo que quedaran en su coño.

–¡Cómo te atreves a correrte sin mi permiso! –profirió la puta preñada poniéndose de rodillas en la cama, amenazadora y autoritaria con el puño en alto y con su enorme vientre hacia nosotros tres, sus tetones temblorosos, con los pezones intensamente empinados.

–Perdón, ama –se excusó tímidamente el reo tapándose los genitales con ambas manos, las rodillas juntas, el cuerpo empequeñecido como niño pillado en una gamberrada.

–Déjale, mujer –pidió blandamente el maricón con un gesto muy femenino–. ¡Con lo rica que es su leche! –agregó acariciándole la barbilla al acusado mientras se relamía con gusto.

El amo regresó del baño. Tenía el miembro semi erecto, notablemente grande aún, y nos hizo un gesto de desprecio. Nos fuimos. Ellos se volvieron a acostar y comenzaron a comerse los labios, mientras salíamos llevando el afeminado de la mano al marido ahora corrido.

–No podía aguantar más, no podía aguantar más –se quejaba el cornudo.

–Claro –contesté–, lo comprendemos, hombre.

–Ahora me castigará –siguió él sus lamentos–, no me dejará follarla nunca más, me seguirá torturando, me excitará más todavía y yo no podré correrme nunca con ella. No sé qué hacer, no sé qué hacer –decía lloroso.

Todos sabíamos lo que había entre ellos, el pecado repetido del agresor y la venganza terrible de la agredida.

–Y además –dije yo con crueldad–, vas a criar al hijo que espera, que no es tuyo, sino del amo.

–Una prueba grandiosa de tus cuernos, jajaja –agregó riéndose el marica con su voz aflautada.

–Siempre seré el desgraciado cornudo que soy con ella –concluyó su llanto el jodido marido–. Pero me conformo.

–A ti te gusta, ¿no? –le pregunté con retintín–. Te hace ilusión que la haya preñado el amo, ¿no?

–Sí –respondió recreándose en su suerte–. La verdad es que me gusta mucho, esa es la verdad.

–Te da placer que el amo haya fecundado a tu esposa –subrayé.

–Síiii –dijo con entusiasmo–. Quién mejor que él. Era el más idóneo para preñar a mi esposa. Es lo que a ella más ilusión le hace.

Llegados al salón, donde acabamos la conversación en presencia de nuestras putas, ellas nos invitaron a follarlas si teníamos más ganas de sexo. El maricón folló con mi mujer, y yo me acoplé a la suya, mientras el cornudo nos miraba complacido y otra vez empalmado.

Así acabó la fiesta, todos corridos y satisfechos, incluso, puedo decir, el marido de la preñada, que se había corrido a placer, aunque no fuese con su esposa, que era lo que él más deseaba.

Al día siguiente nos fuimos de aquel nidito de amor. Habíamos quedado para otro fin de semana, esta vez en la finca del amo, donde él tenía un caballo y dos perros muy interesantes. Pero esa será ya otra historia.

Fin

Cualquier consulta o aclaración, aquí mismo en comentarios o, mejor, por privado, estaremos encantados mi esposa y yo de satisfacer vuestra curiosidad. Besos.
 
La fiesta.

Desde luego, fue una fiesta muy, muy especial. Iba a ser en la finca del amo, como todos nuestros encuentros anteriores, pero al final una pareja de amigos se ofreció a organizarla en su casa y correr con los gastos y todos accedimos por deferencia.

La fiesta sería para el amo, claro, y tres parejas muy conocidas y seleccionadas, las tres casadas legalmente y con una vida en común ya con alguna trayectoria. Todos somos amigos y sabemos de la vida sexual de cada pareja y como es cada cual.

Tan solo puso el amo, como director de ceremonia, dos condiciones: que nadie llegara desnudo y que se utilizaran atuendos sugerentes y, por supuesto, lencería. Todos y todas teníamos claro que en esta fiesta follar sería solo el colofón de la noche, no necesario ni exclusivo. Lo importante era el juego, las situaciones, los gestos, las palabras…

La segunda condición fue que durante la fiesta los matrimonios quedaban momentáneamente disueltos y nadie podría reclamar a su pareja en exclusiva. Así el amo se aseguraba el libre acceso a las tres mujeres sin restricciones por parte de los maridos, a la vez que variedad en los juegos y actividades amorosas que tuvieren lugar.

La cita era a las diez en el sótano de la casa. La cena sería servida por los maridos, el amo quedaba exento. Los tres preparamos todo por la tarde, la mesa, la comida y la bebida, la música… Yo me encargué de seleccionar los videos porno que se pasarían en la gran pantalla que había en el sótano, y preparé los juguetes preferidos de unos y otras, las cremas, etc.

También teníamos una dosis de viagra para cada uno. Yo había decidido tomarla. Los otros no lo tenían claro.

Pero he de poner al lector en antecedentes sobre cada uno de los asistentes a la fiesta que se preparaba. En primer lugar, hablaré de la pareja anfitriona, los dueños de la casa.

Ella estaba preñada por propia decisión, aunque tardía –teníamos todos alrededor de los 40–. Según le fue contando a mi mujer toda aquella época, la preñó el amo. La pareja andaba mal desde que ella descubrió que el marido frecuentaba un chat porno. Una noche lo descubrió hablando con una mujer por video llamada y masturbándose en el sótano de su casa.

Aunque él le quiso dar explicaciones, ella no se las aceptó. Y maquinó una venganza. Consistiría en que no lo dejaría tocarla, ni siquiera rozarla, pero seguirían durmiendo juntos. Siempre iría en lencería o batas cortas o transparentes por casa cuando él estaba, hablaría con sus amigas –con mi esposa especialmente– por móvil de forma obscena y descarada, sugerente y provocativa, sucia y pornográfica, pero no lo dejaría tocarla ni gozar un mínimo del contacto con su cuerpo.

Todas las noches, cuando se acostaban, se ponía un video porno de los que le gustaban, de jovencitos con grandes pollones, cornudos presenciando la entrega de sus esposas a hermosos bbc, etc. y se masturbaba sonoramente con gemidos y grititos de placer con su estupefacto esposo al lado en la cama sin atreverse ni a respirar.

Pero no le permitiría a él tocarla ni tocarse. Debería quedar cargado de tensión sexual todas las noches, obligándole a estar siempre pendiente de ella. Si se tocaba, se lo recriminaba agriamente y durante ese día, hasta la noche, no le permitía verla con su lencería sexy ni se paseaba delante de él moviendo las caderas y haciendo mover sus hermosas tetas al ritmo de sus altos tacones.

Lo dejaba estar presente cuando se duchaba o se arreglaba las uñas de los pies, cuando se cepillaba su hermosa cabellera en el espejo del dormitorio o seleccionaba la lencería que se iba a poner para salir o estar por casa. Incluso le pedía su opinión sobre cierto tanga o cierto liguero ensañándose con él, excitándolo hasta que el bulto bajo su pantalón lo delataba, pero negándole el acceso a su espléndido cuerpo.

Se compró mucha ropa, toda sugerente, falditas muy cortas, prendas con grandes escotes, tacones altísimos, transparencias, bodys, corsés… Se lo enseñaba todo, solo para que él se la imaginara así vestida en la calle, a la vista de todos los machos que seguramente la mirarían deseando tocarla y besarla.

Él sufría lo indecible con esta nueva táctica sexual de su esposa, de la que estaba profundamente enamorado y sentía una pasión y una excitación que ella cultivaba y acrecentaba día a día. La admiraba en su belleza, la adoraba, pero ya no se atrevía a solicitar sus servicios ni su amor.

Lo sorprendió otra vez masturbándose mirando videos en internet, esta vez en su móvil. Se fijó en que a él le gustaba la temática de embarazadas y lactantes, y comprendió que debía subir unos grados su caliente táctica de venganza:

–Carlos –le dijo una noche mientras veía cómo un negro follaba a una hermosísima esposa mientras el marido miraba al lado en la cama–, he tomado una decisión.

–Ah, sí? Tú dirás, amor mío.

Por un momento él se congratuló de que su esposa fuese a cambiar y le dejase poseerla.

–He decidido preñarme –le espetó ella de la forma más cruda.

El pobre se quedó de piedra. Luego reaccionó como ella esperaba, anteponiendo su satisfacción sexual:

–Bueno, me parece estupendo –le respondió–. Es un alivio que dejes tu desdén hacia mí y que me permitas…

–No me has entendido –cortó ella–. Quiero preñarme, pero no de ti.

Se puso pálido. Se quedó mirándola con los ojos muy abiertos mientras ella seguía observando la pantalla.

–Tú –prosiguió ella– no te mereces mi cuerpo. No serás mi preñador. Lo será…

–¿Quién? –casi gritó él con gesto de despecho e intriga.

–El amo, claro.

Siguieron unos días terribles para nuestro amigo, se sentía abandonado, fracasado, conculcados sus derechos maritales, avergonzado, humillado y sometido totalmente a los caprichos de su esposa. No quería contrariarla en nada: aún guardaba esperanzas de arreglar las cosas y ser él quien embarazara a su esposa, como era lo natural.

Se lo comían los celos cada vez que su mujer hablaba por video llamada con la mía o con el amo, lo que hizo cada vez con más frecuencia. Delante de él, una noche le dijo a mi esposa:

–No, no, él no va a ser el padre. Será el amo. ¿Te parece bien el amo, querida?



–Ah, me da igual lo que diga o haga. Él ya tiene quien lo satisfaga por internet, no me necesita.



–¿Fuerte? Claro que es fuerte. Pero no se merece fecundarme, no es digno. Lo tengo en terapia, porque prefiere desperdiciar su semen con putas por internet en vez de dármelo a mí. Y espero que no me ponga dificultades en mi propósito.



–No lo descarto, pero no creo que mi ira se calme tan pronto. Me tiene verdaderamente decepcionada. Podía hacer conmigo todos sus caprichos, todas sus perversiones, pero no. El señor no tenía bastante con su aburrida y ya demasiado vista esposa, quería sensaciones nuevas. Pues ahora las va a tener. Va a ser cornudo y consentido, y va a criar al hijo de su corneador.

Tuvo que ser él mismo el que preparase los encuentros de su esposa con el amo:

–Hola, amo. Sí, muy bien. Ella también, sí. Mira, que dice mi esposa si puedes visitarla esta tarde, que está en… esos… días…
No, no, que es fértil, digo. Es buen momento para… ya sabes. ¿Esta noche? De acuerdo. Sí, sí, te la tendré lista. Sí, claro, se ha comprado prendas nuevas, muy sugerentes. Ya las verás.

Las citas se sucedieron durante un mes entero siempre en casa de ellos. Cuando se duchaban él les tenía preparado todo en el baño. En el televisor del dormitorio, los videos de negros pollones que a ella tanto le gustaban últimamente.

Todos los días follaban. Empezaban en el sofá del salón con ruidosos besos de tornillo y manoseos, siempre con él como testigo directo.

Luego marchaban al dormitorio de matrimonio, pero a él lo dejaban en el salón, para que su cornudez fuese más sufrida, más dura: ella no le permitía satisfacerse ni excitarse con la visión de sus juegos en la cama con el amo, y él, escuchándolos, no se atrevía siquiera a tocarse, por más empalmado que su pene se le pusiera.

Cuando el test dio positivo, los encuentros siguieron, a pesar de que ya el semen del amo no era necesario, pues su cometido ya lo había cumplido: estaba preñada y bien preñada.

Ahora, en la fiesta, ella estaba embarazada de 8 meses, su vientre era muy voluminoso y sus pechos se habían desarrollado enormemente, ensanchando sus areolas y endureciendo el pezón. Sus labios rojísimos y brillantes se mostraban esplendorosos, dispuestos, parecía, a la chupada.

Vino con un negligée semitransparente blanco atado con un lacito rosa bajo los pechos, que lucían turgentes y redondos por el gran escote, y dejando su barriga a la vista de todos. Su largo pelo, casi hasta el culo, hermoseaba su figura.

Un tanga negro dejaba ver el vello rojizo de su monte de venus perfumado de Chanel entre sus hermosas ingles brasileñas. Los altos tacones rojos la hacían moverse ondulante y provocativa, las caderas a un lado y a otro, los tetones votando en su reducido espacio.

El esposo, por el contrario, lucía en su cabeza una diadema con cuernos vikingos por imposición de su hermosa mujer. Había tomado por orden de ella la viagra, y pronto sus efectos se notarían en sus pantalones, para diversión de todos. Era un cornudo en toda regla, consentidor y enamorado de su esposa hasta el punto de que se disponía a criar el fruto de su cornamenta.

Continuará.
Ufffff..... tremendo, tremendo.....la realidad supera a la fantasía.
 
Como veo que la parte de La Fiesta que mas ha gustado ha sido la de la preñada y su venganza del marido, decidme si quereis que os cuente lo que vaya pasando entre ellos durante el preñado , que ya esta en su punto álgido.
 
Como veo que la parte de La Fiesta que mas ha gustado ha sido la de la preñada y su venganza del marido, decidme si quereis que os cuente lo que vaya pasando entre ellos durante el preñado , que ya esta en su punto álgido.
continua please
 
Como veo que la parte de La Fiesta que mas ha gustado ha sido la de la preñada y su venganza del marido, decidme si quereis que os cuente lo que vaya pasando entre ellos durante el preñado , que ya esta en su punto álgido.
Si por favor
 
La próxima fiesta será por San Valentín, en la finca del Amo.
Habrá sorpresas.
Y boda. Todas ellas tienen que ir de novia erótica.
os lo cuento.
 
No dejes de contarlo
Lo contaré todo, todo. Por ahora está en preparación. Habrá mas invitados, incluso hombres solos, no solo parejas. Celebramos San Valentín, aunque sea con retraso jajaja
 
Continúo con La Fiesta. Hago un resumen para los que se incorporen ahora:

El grupo se había ido formando poco a poco. Lo iniciamos el amo, mi esposa y yo, con la propuesta de embarazo por el amo con mi consentimiento. Pronto se unió un socio del amo y mío cuya esposa, muy tetona –a los dos nos gustaban sus pezones grandes–, tendía a la dominación sobre su marido.

Lo que ocurrió en el matrimonio nada tuvo que ver con nosotros, pues fue una infidelidad, a juicio de la esposa, al sorprenderlo dos veces masturbándose a escondidas viendo videos de preñadas y lactantes, a pesar del clima de gran libertad que reinaba en la pareja. Supo que a él le gustaban las preñadas y las que dan de mamar, cosa insospechada.

Ella planeó su venganza no dejando al marido tener sexo con ella, ni siquiera tocarla y, a la vez, excitándolo cruelmente con sus exhibiciones en casa o en público y su modo de vestir y comportarse. Iba por casa siempre con transparencias, marcando en los pantalones labios del chocho, sin sujetador y bombaleando sus pechones al andar o moverse.

Le obligaba a comprarle lencería, medias y perfumes, mientras ella se dotó de ropa adecuada para exhibir sus encantos y talentos. Le exigía le presentara videos porno de hombres superdotados y se masturbaba con los juguetes que él le iba comprando por orden de ella mientras él la miraba a su lado con la prohibición de tocarse la polla.

Le permitía masturbarse, incluso a su lado en la cama, pero cuando ella hubiera acabado su paja, y se volvía de espaldas, lo que aprovechaba él para intentar regarla con su semen, aunque no siempre lo permitía ella. Pero si se la meneaba dos noches seguidas la muy zorra se lo recriminaba diciéndole que así nunca la conseguiría a ella. Es decir, que le tenía restringida la satisfacción de los apetitos que, malvada, se encargaba de excitar en él.

El éxito del tratamiento fue rotundo. El pobre hombre ya solo vivía para su esposa, anhelaba llegar a casa para saber cómo estaría vestida... o desvestida. Deseaba ardientemente empalmarse con las exhibiciones de su mujer, con sus poses desinhibidas, con sus negligencias en su atuendo... a pesar de que no la conseguiría.

No podía dejar de pensar en ella todo el día, qué haría, con quién estaría, cómo se habría vestido, cómo caminaría por la calle, qué tanga se habría puesto para ir a tal sitio... Era un sufrimiento grande el que padecía el pobre marido masturbador. Y anhelaba el momento de acostarse a su lado para disfrutar mirándola si ella se masturbaba.

Para colmo, el amo, al no resultar preñada mi esposa, se propuso embarazar a esta mujer, lo que nos pareció bien a todos. Le pidió a su socio su bendición y éste, siempre a expensas de lo que su mujer decidiera, se la dio. Prefería complicar mas el sexo con su esposa, o su no sexo con ella, para escitarse más y más cada día, aunque sufriera por no correrse con ella.

Lo único que pidió fue colaborar y saberlo todo. Se convirtió así en cornudo consentido, permitiendo su humillación con tal de no perder a su esposa, y pasando a ser temporalmente segundo marido, ya que el primero, como ella impuso, para degradarlo aun más, sería el amo.

Éste les visitaba a diario a la hora de la siesta. El cornudo les servía café con pastas y copa, les preparaba la ducha, la cama de matrimonio, las toallitas..., y les ponía la música que les gustaba si querían bailar o los videos que los excitaban. Era ya un experto en servir a su amo y su ama, para satisfacción personal suya.

Si comenzaban a morrearse y magrearse en el salón, en su presencia, miraba el espectáculo envidioso del amo, saboreando sus cuernos con los tocamientos, los besos, las lamidas y manoseos de los dos, mientras veían en el televisor toros bien dotados disfrutando a mujeres tetonas embarazadas o lechosas, sobre todo al aire libre, lo que más les ponía.

Era un gran sufrimiento, pero, como me confesó, un extremo placer también. Ya no sabría vivir sin aquella excitación que su esposa le provocaba a diario y a todas horas. Era una vida intensa, plena, cornuda al máximo, placentera, hermosa.

Luego, si follaban en la cama marital, esperaba en el salón, escuchando los gemidos de su esposa y los bramidos de placer del amo, así como los azotes que él le daba y los insultos que ella le profería.

En la próxima fiesta sería la boda entre el amo y esta extraordinaria mujer, ya que esta vez él fue muy acertado y la preñó enseguida. Asistiríamos todos y todas como testigos, y el oficiante... lo mismo sería el propio marido, para reforzarle sus cuernos. Esperábamos impacientes aquella boda erótico-porno, con el morbo de que ella estaba ya muy, muy preñada.
 
Fiesta de disfraces sexys

El matrimonio de lesbiana y afeminado tuvo un largo proceso en el que las normas sociales debieron ser esquivadas, al principio solo en la intimidad de la pareja y luego permanentemente. Pero la actitud afeminada de verdad solo la expresaba el marido cuando viajaban o cuando asistían a las fiestas del grupo, sobre todo las celebradas en la finca del amo.

Ambos tenían antecedentes incestuosos, es decir, de sexo en familia, ella con su madre y él con su padre, lo que recuerdan con cariño. Porque la madre de ella la convirtió en su marido ante el desafecto que el auténtico le mostraba siempre, y el padre de él, viudo, lo convirtió en su esposa, supliendo la falta de mujer que sufría.

Al principio, sin embargo, fueron un matrimonio más bien soso, del montón. El cambio les sobrevino un día en que ella volvió a casa temprano y lo sorprendió vestido con su lencería y mirándose en el gran espejo de la alcoba marital mientras en la tele tenía puestos videos de mariquitas. A él, tras el momento de turbación inicial, le encantó que lo “pillara”.

Se había puesto unas medias negras, un liguero rojo y un tanga azul que había cogido del canasto de la ropa sucia, todo de su esposa. Lucía una bata transparente de color blanco y se había pintado los labios. Se movía ante el espejo meneando el culo, en poses afeminadas y provocativas. Se lanzaba besos poniéndose morritos a sí mismo, y se decía “guapa”.

La esposa no dijo nada. Se condujo normal y él, ante la actitud tan positiva de ella, se movió por casa vestido con su lencería y siendo muy atento y solícito, el café y luego la cena, la ducha, la bata, las zapatillas, incluso se ofreció a peinar su hermosa melena rubia. Cuando se acostaron, ella le ordenó que no se quitara aquellas prendas tan íntimas para meterse con ella en la cama, lo que lo hizo muy feliz.

Primero se pusieron a ver videos de feminización forzada, maridos sissys, maricas en lencería erótica femenina, masajes de próstata, chicas trans, lesbianas tetonas o embarazadas o lactantes, incluso de perros comiendo coños y pollas, cornudos en castidad... Comentaron cada uno de ellos sin ocultar sus pensamientos y los deseos que les inspiraban aquellas imágenes tan duras.

Y hablaron muchísimo. Acordaron que en adelante la esposa sería él, y el marido ella. Él mismo se compraría su primera jaulita de castidad, como las que vieron en los videos. Y unos zapatos de alto tacón de su talla, pues los de la esposa no le entraban. Llevaría los tangas usados por ella para oler a puta, dijo, lo que encantó muchísimo al marido.

Él debería aprender a ser femenino, como a ella le gustaba, a hablar mariquita, a moverse amanerado, moviendo las caderas para menear el culo, a maquillarse como una muñequita y a someterse a su capricho como hembra sumisa. Ella sería su diosa de amor, su dominadora, su marido machista, su maltratadora si era necesario, su violadora y su dueña.

Cuando mi mujer y yo los conocimos a él le gusté yo, y a ella le gustó mi esposa. Nos propusieron salir, conocernos, pero entonces nosotros estábamos intentando que el amo nos preñara y éste exigía exclusividad, para asegurarse una descendencia propia. Cuando lo supieron, quedaron encantados y nos pidieron conocerlo y participar.

Les pedimos una prueba de su modo de vida, para convencernos de que no eran solo fantasías o medias verdades y que estaban de acuerdo. Acordamos hacer un viaje y lo hicieron muy en su papel sexual, él travestido en chica sexy muy llamativa y ella vestida de hombre, aunque con la camisa muy abierta para mostrar sus tetas, más bien grandes.

Comprendimos que tal atrevimiento no se podía realizar en nuestra ciudad, por el qué dirán. Y nos gustó la prueba. La voz, los modales y la forma de andar del afeminado nos parecieron un tanto exagerados, pero efectivos: se movía como una puta callejera a la caza de clientes depravados. Ella, en cambio, se sentaba con las piernas abiertas, como un tío.

La lesbiana mostró pronto su inclinación a mi esposa. Con ella no había riesgo de interferir en los planes del amo, así que nos encantaron ambos, tan metidos en su nuevo ser de sexo cruzado. Alababa sin cesar las tetas de mi esposa, su forma de vestir, con faldita corta y escote grande, y su perfume, de diosa, dijo. Sus toqueteos fueron insistentes y nos excitó.

Al afeminado le gusté mucho. Cuando supo que mi polla no pasaba de pito por su pequeñez, se decepcionó, pero dijo que todos los nabos se pueden comer. Le gustaba muchísimo el semen, dijo, degustarlo, incluso en el café, y no paraba de elogiar mi culo, “jugosito”. En el hotel, tomamos dos habitaciones, pero nos las repartiríamos a conveniencia.

Antes de cenar dimos un paseo para lucir los encantos del maricón por aquella ciudad. La gente nos miraba, parecíamos putas callejeras, eso es cierto.

Cuando cenamos en nuestra habitación el afeminado llevaba una falda cortita de tablas, como de colegiala, y un top bajo el que se puso un sujetador relleno simulando pechos adolescentes. Se veía precioso, le dije. La lesbiana vestía unos leggins super pegados y semitransparentes y un top de gran escote con espalda descubierta casi entera. Estaban los dos apetitosos.

Mi esposa se puso un pantaloncito cortísimo y metido por la raja del coño y por la del culo dejando asomar sus nalgas. Lucía sus hermosas y largas piernas. Su camisa transparente, sin sujetador, dejaba ver sus grandes pechos y señalaba sus pezones duros de grandes areolas. Con sus enormes tacones movía el culo provocando las miradas lascivas de la otra pareja, y me encantaba.

–¿Me vas a follar esta noche, querido? –me preguntó el afeminado.

–Depende de cómo te lo montes, guapa –respondí con un poco de desdén, lo que le gustó mucho.

–¿Y tú –preguntó la lesbiana a mi esposa–, quieres que te folle esta noche, verdad, amor?

–Claro que sí, amor mío –respondió ella–. Necesito ser follada, muy follada.

Ellas eran francas y salidas, sin vergüenza. Nosotros, imaginábamos cómo íbamos a pasar la noche, pero no acertábamos a explicarlo. Los tocamientos del afeminado me agobiaron un poco, pero ellas se toqueteaban sin corte alguno, se metían mano, se decían palabras soeces como perra, guarra, putona, aunque las oyera la gente. Fue excitante y divertido.

Toda la cena estuvimos hablando con palabras soeces y provocándonos, excitándonos. Nos tocábamos y besábamos.

–¿Te has puesto la jaulita, como te mandé? –preguntó la lesbi al marica.

–Sí, amor mío –respondió con su voz impostada, y luego, dirigiéndose a mí, añadió–: la he estrenado hoy para ti, cariño.

–Gracias, es un honor, querida –respondí–. ¿Te hace daño, te molesta, te oprime o algo?

–Me molesta mucho –dijo él– porque he tomado viagra y me está haciendo un efecto muy potente, pero la jaula no me deja empalmarme, me tiene oprimida, uuuffff.

–Una erección dolorosa –dijo mi esposa.

–Mejor –terció la lesbiana–, así mi cerdita no dejará de pensar ni un momento en lo que tiene que pensar, jajaja.



Mientras tanto, el amo preparaba la siguiente fiesta. Sería en su finca. Visitaríamos sus caballos y sus perros, a los que tenía aislados, sin probar hembra, con grandes dosis de excitantes para aumentarles el celo. No sé qué productos les administraba, pero era experto en eso, y los pobres animales siempre estaban empalmados sin poder satisfacerse.

Así, cuando las mujeres los vieran, ellos se excitarían al oler sus sexos de hembras, y ellas podrían admirar los miembros grandes y duros que tanto despertaba la imaginación de nosotros, los cornudos.

Y de los invitados, si finalmente los había, el amo me había hablado de invitar a cierto negrito muy dotado que había conocido. Solo faltaban los resultados de las pruebas médicas que le estaba haciendo otro invitado a la fiesta, que era médico. El negrito tenía unos 18 años y poseía un miembro de ensueño para cualquier puta nuestra.

El médico asistiría solo, pues era viudo. Nos manifestó su necesidad de hembra y lo harto que estaba de pajearse mirando porno de maduras en el ginecólogo, que era el tema que más le ponía, y nos suplicó ser invitado. Se declaraba hetero, pero estaba abierto a todo lo que fuera sexo, tantas eran sus frustraciones en este campo. Nos pareció bien.

Naturalmente, asistiría la preñada, pues había que celebrar la ceremonia de matrimonio entre ella y el amo, cosa en la que estaba de acuerdo el cornudo. Esta vez, él sí tomaría su dosis de viagra, pues ella quería someterlo a la máxima tensión que pudiera soportar. A cambio, le insinuó que igual lo dejaba follarla después del amo, pero no se lo aseguró.

La fiesta sería de disfraces sexys. Yo pensaba ir vestido de criada, con uniforme negro cortito, delantalito de encaje, cofia, medias, liguero y tanga rojo. Mi esposa, de enfermera con una batita muy, muy corta, que apenas cubría su coño y solo hasta la mitad de su culo, medias rojas con liguero, cofia y escotazo hasta el ombligo. Sin bragas ni sujetador.

La preñada iría de novia, como era de esperar, con un tul transparente ajustado bajo los pechazos ahora tan hermosos por el embarazo. Sería amplio y vaporoso, y debajo un tanga blancocon lacitos negros de raso y medias blancas con liguero. El cornudo estaba obligado a vestir de cornudo, es decir, con cuernos, pero con traje, pues era el padrino de boda y quizá también el oficiante, ofreciendo a su esposa al amo.

El afeminado iría de cabaretera, de esas que vendían cigarrillos, con un corsé entero rojo y negro, medias rojas con liguero negro. Llevaría, porque se lo pedimos, sus huevos atados como la otra vez, sobre la polla, pues le había costado un duro entrenamiento estirarse el escroto para conseguir subir las bolas a lugar tan poco usual, por eso no usaría tanga.

El amo iría de frac, que para eso era el novio. El negrito no sabíamos cómo se vestiría, pues solo aparecería al final, con la tarta y el champán francés. Y el médico iría… de médico, pero solo con su bata desabotonada por delante. La fiesta iba a ser fantástica.

Continuará.
 
Preparando la fiesta.

Los hombres nos reunimos en la oficina del amo. Después de adoptar acuerdos sobre los negocios en común, llegó el momento de hablar de la próxima fiesta.

–¿Cómo va lo del negrito? –preguntó el afeminado haciendo un gesto de complicidad que todos comprendimos.

–No lo tenemos seguro todavía –respondió el amo–. Lo siento por ti, pero todavía no sé si vendrá.

–Oh, qué mierda –exclamó el marica, airado–, me hubiera gustado comerme una polla negra bien grande y joven, jo. Qué rico un jovencito negro con un buen pollón. Se me hace la boca aguar, uumm.

El amo fue a lo más importante:

–Ya sabéis que es mi boda con la mujer de este –dijo señalando al cornudo.

–Será una hermosa boda pervertida –casi gritó el marica–: ¡se casan el amo y la mujer del cornudo preñada por el amo, jo, qué morbo!

–Y tú, cornudo, ¿qué dices de la boda? –preguntó el amo al marido.

–Ya sabes, amo –respondió compungido–, si ella se quiere casar contigo, a mí me parece bien. Lo que ella mande, lo que tú mandes, amo. Yo solo quero que ella sea feliz.

–Quizá te gustaría que fuese otro el oficiante y tú ser solo el padrino.

–Lo que mandes, amo. Estoy para eso. Solo quiero el placer de mi mujer. Y el tuyo, claro.

–Así me gustan mis cornudos –se congratuló el amo–, complacientes y sumisos.

–Es un honor, amo –dije–, todos ponemos nuestras mujeres a tu disposición.

–Es un honor, amo –dijeron el maricón y el cornudo–, somos tus cornudos.

La sintonía nuestra con el amo era perfecta, por eso marchaban tan bien nuestros negocios en común.

–Por cierto, voy a imponer una norma nueva para esa fiesta –dijo entonces el amo.

–¿Ah, si? ¿Cuál? –preguntó el marica.

–Ya sabéis que los lazos matrimoniales quedan temporalmente rotos en nuestros encuentros, que son polígamos por naturaleza.

–Sí, eso ya lo sabemos, amo –dije yo–. Las esposas en las fiestas son tus putas, como debe ser.

–Y que no hoy reglas de ninguna clase en materia sexual.

–También lo sabemos, amo –dijo el maricón–: todos follamos con todos y todas, jajaja.

–Pues en esta fiesta, va a ser obligatorio mostrar en todo momento los genitales –afirmó el amo.

–Hombre –dije–, entonces habrá que estar empalmado siempre, ¿no?

–Eso es, no valen morcillas, ni pollas flácidas, ni decaimientos… Para eso está el viagra, que todos tomaremos, incluido yo.

–Claro, claro –dijo el cornudo–, porque si no… ¡ A ver quien aguanta tantas horas en erección!

–¿Y las putas? –pregunté.

–Las putas no necesitan tomar nada –respondió el amo.

–¡Ellas están siempre erectas, jajaja! –rió el maricón.

–Si, sobre todo la mía –dijo con desaliento el cornudo.

–No para su guerra contigo, eh –le dije.

–Cada día es peor –respondió ensombrecido el pobre cornudo–. No me permite ya ni tocarla, y ahora tampoco me deja masturbarme mirándola. ¡Es muy duro, es insoportable a veces, sobre todo por la noche al acostarnos! ¡Pero no deja de exhibirse para que yo la vea, cada día más cerda y más lejana!

–Una cosa –dijo el amo entonces–: prohibido correrse durante toda la semana anterior a la fiesta, ¿eh?

–Claro –dijo el afeminado–, para estar más… calientes, jajaja.

–Pues a mí –repuse– me va a ser difícil. Ahora viene a casa un ex suyo y la folla casi todos los días. No sé si podré aguantar sin correrme con los espectáculos que me ofrecen, joder.

–¿Tenéis ya los disfraces? –preguntó también el amo –. Yo iré de novio, y la puta del cornudo, de novia, novia preñada, claro. El cornudo irá de…

–De cornudo –dijo él muy conforme.

–Yo de criada –dije–, mi mujer de cabaretera.

–Yo de puta callejera, mi mujer no sabe todavía si de domadora o de mistress –dijo el mariquita.


En casa:

Aquella tarde todos llegué a casa un poco antes de lo previsto. Encontré a mi suegra en el salón, viendo la tele.

–¿Quieres un café, cielo? –me preguntó tendida en el sofá con una de sus camisetas habituales, cortas con grandes sisas.

Acalorada por la calefacción, me mostraba sus muslos potentes, y por la enorme sisa asomaba uno de sus grandes pechos de pezón oscuro, con su areola grande y su botón para mamar como un chupete de bebé. Estaba tremendamente buena aquella tarde mi suegra.

–Sí, gracias –respondí solo para verla levantarse y caminar–. ¿Y Ana? –le pregunté siguiéndola a la cocina, mis ojos fijos en el meneo de su apretado culo.

–Oh, se fue –respondió ella–, la llamó un amigo, se arregló y se marchó. No dijo adónde iba.

Mientras se hacía el café tuve un capricho:

–Voy a hacer pipí –le dije a mi suegra–. Estoy con ganas desde hace rato.

–Claro, cielo, haz pipí, no es bueno aguantarse tanto.

–¿Me… me ayudas, suegra? –le dije con ternura–. No sé si aguantaré hasta el baño sin mearme, tantas ganas tengo..., ufff.

–No te preocupes, eso tiene arreglo.

Cogió un vaso y vino hacia mí, con su meneo de caderas característico y el bamboleo de sus tetonas señalando ambos pezones dentro de su amplia camiseta. Con decisión, se inclinó delante de mí, me bajó la cremallera del pantalón.

Me buscó el pito dentro de la bragueta con los dedos, me lo sacó dándome tirones, me lo acomodó sobre el vaso y allí me lo sostuvo esperando mi chorrito. Justo antes de que saliera mi pipí, me descapulló un par de veces y me manoseó el glande desnudo ásperamente.

Empecé a mear y ella me dirigía el chorro hacia el vaso para que no cayeran gotas al suelo, pero yo me cogí el miembro y le dirigí el chorro a ella, `poniéndole chorreando la camiseta y los muslos.

–Me estás poniendo perdida, cielo –dijo, melosa.

–Me encanta mearte, suegra –respondí como disculpándome–, a Ana se lo hago mucho, y ella a mí. Es un placer divino –añadí–.

–Pues méame, méame si te gusta, cielo.

Pero el chorro se agotó y ella me limpió el pito con un trapo de cocina que, por lo áspero, me dio mucho placer. Me acabé de empalmar con ese manoseo de mi suegra y no me guardé la polla, dejándola a la vista, para ver qué hacía. Ella tampoco hizo ademán de guardarla dentro de mi bragueta.

Sabía que, aunque mi polla es pequeña, nada comparable a la que lucía su marido años atrás, mi suegra solo disponía de dildos más o menos realistas con los que se consolaba casi todas las noches en su cama. Mi esposa me los enseñó una vez en un cajón de la mesita de noche de su madre.

También sabíamos que le encantaba ver videos de jovencitos de grandes instrumentos de placer –así los llamaba ella– y no había disfrutado de un miembro viril real desde hacía años. Así que la visión de mi modesta polla y el toqueteo en ella debía de haberle producido un gusto casi olvidado ya.

Pero en esos momentos llegó mi mujer. Al vernos en la cocina, su madre con un vaso en la mano y a mí con el pito erecto fuera de la bragueta, mostró sorpresa, pero se repuso enseguida.

–Tenía pipí urgente –le expliqué mientras nos besábamos– y mamá me ha ayudado a aliviarme, querida.

–Ah, me parece estupendo –respondió mirando a mi suegra, que se había sonrojado–. Yo vengo de ver a… ya sabes…

–¿Estás cansada? –le pregunté con toda la intención, que los tres entendimos.

–Uff, mucho. Ya te contaré luego, en la cama.

Mi suegra fregaba el vaso dando a sus tetonas unos meneos ágiles que me encantó admirar.

–¿Te lo has pasado bien? –le pregunté a mi mujer observando los muslos de mi suegra.

–Muy bien, amor, he disfrutado mucho.

–Eso es lo importante, cariño –respondí sin dejar de mirar las tetas de mi suegra–: tu placer.

Continuará.
 
Admito comentarios guarros y sugerencias obscenas. Gracias por leerlo. Quereis que siga con la fiesta o cuento otras cosas??
Acabo de descubrir el relato, creo que requiere una lectura tranquila para la que ahora no tengo tiempo. Ya te contaré, de momento, muy prometedor.
 
Acabo de descubrir el relato, creo que requiere una lectura tranquila para la que ahora no tengo tiempo. Ya te contaré, de momento, muy prometedor.
Deseamos te haya gustado, amor. Nos comentas y nos cuentas tus perversiones, si te apetece. Nosotros estamos para eso. Besos en tu glande.
 

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