La fiesta

Pongo una foto de mi esposa, a ver si os gusta y os animais a pajearos con ella:
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más que animarnos me lo tomaré como una orden
 
La Fiesta VIII

La fiesta seguía, tórrida y placentera para todos –para el cornudo no sé si decir que no tanto, porque él también disfrutaba sus cuernos a su manera–, emparejados como estábamos cada cual con quien le parecía adecuado/a para darse placer mutuo. Yo cedí del todo a los requerimientos de mi afeminado, que me besaba con pasión.

Todo iba perfecto: mi esposa estaba siendo follada por el coño y por el ano por su lesbiana, la esposa del marica. El dildo le iba a medida, aunque a mí me parecía demasiado grande. La preñada estaba en posesión del amo, con el cornudo siempre a su alrededor sin perderse ninguno de sus suspiros de amor y sus gemidos de placer.

El pobre estaba deseando tocar a su mujer, pero no se atrevía. La miraba con admiración cuando ella lanzada sus ayes de gusto si el amo la embestía de pronto muy fuerte con su poderosa verga. Me extrañaba que no se hubiera sacado el miembro viril ni un momento. Se le veía jodido. Debía sufrir mucho, aunque fuese con gozo.

En cierto momento, el amo y la preñada se fueron al dormitorio, para estar más cómodos, y el cornudo, siempre empalmado, se fue con ellos como un perro fiel. Les destapó la cama matrimonial, se ofreció a ponerles videos de acompañamiento y les preguntó, muy servil, si querían otra copa de champán o una toallita o algo.

El afeminado me pedía que lo penetrara, por lo que nos fuimos a otro cuarto, uno color rosa que había en la casa, decorado con motivos adolescentes: un precioso nidito para nuestro amor. Recuerdo al excitado lector que los huevos del marica seguían atados sobre su polla como si le hubieran crecido en el pubis y no colgando.

Decidí mostrarme agresivo/a con él/ella, aunque mi natural no es ese. Pero sentí que ambos lo necesitábamos en nuestra calentura extrema. Sobre la cama, le propiné un sopapo en los testículos que él agradeció dolorido, pero sometido a mi voluntad. Me lo agradeció poniéndose de rodillas para chuparme el pito.

Mi pito, no sé si lo he dicho ya, es pequeño, unos 10 cms en total erección, por eso le llamo pito y no polla, ni siquiera picha. Siempre me he sentido humillado porque la naturaleza no me dotó virilmente como a todos los machos. Algunos se han reído de mi a lo largo de mi vida por el tamaño exiguo de mi miembro.

Quizá por eso siempre he sido bisex y no me he sentido jamás macho ni masculino. Mi pito no me enorgullecía como a todos los hombres, que más o menos se muestran ufanos de su miembro viril. De ahí a los cuernos solo había un paso. Y mi esposa me ha acompañado siempre muy deseosa de obsequiarme sus corridas.

Por eso, cuando nos casamos, acordamos mi puta y yo obtener placer de los machos que se nos pusiesen a tiro, un placer que para mí pronto consistió en verla retorcerse de gusto penetrada por el macho de turno, lo que me reportaba un gustazo tremendo siempre. Si mi pito no era suficiente, obtendríamos pollas de verdad fuera.

Le metí cuatro dedos en el ano al maricón, en venganza porque él tenía una hermosa polla y yo no. Le hice daño a propósito, y lo abofeteaba cuando gemía demasiado y lo oía su esposa desde el salón, donde se follaba a mi mujer con el hermoso arnés. Él me la chupaba con fruición, gimiendo sin cesar, pidiéndome mi leche.

No quería yo descargar mi semen todavía. El amo ya se había corrido, pero su miembro seguía duro, porque se oían sus movimientos sobre la preñada –o debajo de ella, no los veía–, es decir, se pensaba correr otra vez. Yo no me sentía capaz de dos corridas a pesar del viagra. El cornudo no se había corrido. O sí, son tocarse, no sabía.

Sentado a los pies de la cama, sufría el pobre marido el crecimiento de sus cuernos mientras el amo se follaba a su esposa, que mostraba sobre su soberbia barriga unos pechazos grandes, llenos y pesados, moviéndolos con gracia arriba y abajo en la follada. Él miraba envidioso al macho alfa que se disfrutaba a su mujer.

Cuando se corrieron los dos, le pidieron la copa de champán. Fue al salón y se quedó un poco mirando a mi esposa correrse con la lesbiana, que le daba con ímpetu mientras le mordía con apasionado fervor el cuello, los hombros y los pechos.

Cuánto hubiera dado el cornudo por ser él quien se follase a mi mujer. Qué envidia le daba la lesbiana disfrutona.

Me corrí en la boca ansiosa del afeminado, que me llamaba dulcemente cariñito y cositas así. Se embadurnó mi leche por toda la cara y se lamía lo que goteaba por sus labios. Lo despreciaba por ser tan puto, pero me dio una gran satisfacción atragantarlo con mi semen. Se lo merecía el cabrón. Y fui muy cruel con él, porque me fui.

Lo dejé sin correr, latiendo su capullo amoratado bajo sus bolas, pero no me apiadé de él, por su afeminamiento. Me siguió suplicando que lo corriera, pero no quise hacérselo. Quería que sufriera como el cornudo, no sé. Era depravado, pero me excitaba su pasión por mí y que estuviera como un esclavo a mi servicio pidiéndome amor.

Mi esposa me dijo, entre suspiros de gusto, que no le hiciera eso, que sufría mucho el pobre. Pero yo ya me había corrido y quería echar un segundo polvo con ella, sin o con la lesbiana, me daba igual.

Pero mi mujer no me dejaba follarla, prefería en ese momento a su dulce pareja, que era su macho entonces, no yo. Así que tanto el maricón como yo nos fuimos al dormitorio del amo y la preñada, a ver qué pasaba.

El cornudo se había arrodillado junto a la cama y lamía con fruición el chocho de su mujer para limpiarle el semen del amo y los propios flujos de la puta. Comía como enloquecido mientras se soltaba y abría el pantalón y se lo bajaba hasta las rodillas, loco de lujuria desenfrenada. Estaba disfrutando ahora todo lo que podía.

Pero siguió lamiendo el pubis de su mujer, la abombada barrigota tersa y brillante, llegó al abultado ombligo, donde se entretuvo un rato dándole a su lengua agilidad, y siguió hacia los pezones oscuros de los grandes pechos de la puta.

Luego, adaptándose a la voluminosa barriga y sin dejar de comerle los pezones abultados y jugosos, enfilaba su polla supererecta, muy amoratada y venosa hacia la entrada de su coño.

Solo pudo meterle la punta del capullo, porque enseguida ella le dio un bofetón y una patada, echándolo de encima de su hermosísimo cuerpo.

–¡Qué haces, cabrón, quién te ha dado permiso para eso, eh!- le gritó hecha una fiera.

Él quedó estupefacto, de pie junto a la cama: el marica y yo éramos mirones de la tensa escena, mientras el amo se lavaba los genitales en el baño contiguo.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando el afeminado se lanzó a los pies del cornudo y se puso a comerle la polla con glotonería cogiéndole los testículos y pasando la otra mano a su culo por entre los muslos. Se corrió en segundos dentro de su boca, que así obtenía el semen de un segundo macho para su placer y los flujos vaginales de la preñada junto con los restos de leche del amo que quedaran en su coño.

–¡Cómo te atreves a correrte sin mi permiso! –profirió la puta preñada poniéndose de rodillas en la cama, amenazadora y autoritaria con el puño en alto y con su enorme vientre hacia nosotros tres, sus tetones temblorosos, con los pezones intensamente empinados.

–Perdón, ama –se excusó tímidamente el reo tapándose los genitales con ambas manos, las rodillas juntas, el cuerpo empequeñecido como niño pillado en una gamberrada.

–Déjale, mujer –pidió blandamente el maricón con un gesto muy femenino–. ¡Con lo rica que es su leche! –agregó acariciándole la barbilla al acusado mientras se relamía con gusto.

El amo regresó del baño. Tenía el miembro semi erecto, notablemente grande aún, y nos hizo un gesto de desprecio. Nos fuimos. Ellos se volvieron a acostar y comenzaron a comerse los labios, mientras salíamos llevando el afeminado de la mano al marido ahora corrido.

–No podía aguantar más, no podía aguantar más –se quejaba el cornudo.

–Claro –contesté–, lo comprendemos, hombre.

–Ahora me castigará –siguió él sus lamentos–, no me dejará follarla nunca más, me seguirá torturando, me excitará más todavía y yo no podré correrme nunca con ella. No sé qué hacer, no sé qué hacer –decía lloroso.

Todos sabíamos lo que había entre ellos, el pecado repetido del agresor y la venganza terrible de la agredida.

–Y además –dije yo con crueldad–, vas a criar al hijo que espera, que no es tuyo, sino del amo.

–Una prueba grandiosa de tus cuernos, jajaja –agregó riéndose el marica con su voz aflautada.

–Siempre seré el desgraciado cornudo que soy con ella –concluyó su llanto el jodido marido–. Pero me conformo.

–A ti te gusta, ¿no? –le pregunté con retintín–. Te hace ilusión que la haya preñado el amo, ¿no?

–Sí –respondió recreándose en su suerte–. La verdad es que me gusta mucho, esa es la verdad.

–Te da placer que el amo haya fecundado a tu esposa –subrayé.

–Síiii –dijo con entusiasmo–. Quién mejor que él. Era el más idóneo para preñar a mi esposa. Es lo que a ella más ilusión le hace.

Llegados al salón, donde acabamos la conversación en presencia de nuestras putas, ellas nos invitaron a follarlas si teníamos más ganas de sexo. El maricón folló con mi mujer, y yo me acoplé a la suya, mientras el cornudo nos miraba complacido y otra vez empalmado.

Así acabó la fiesta, todos corridos y satisfechos, incluso, puedo decir, el marido de la preñada, que se había corrido a placer, aunque no fuese con su esposa, que era lo que él más deseaba.

Al día siguiente nos fuimos de aquel nidito de amor. Habíamos quedado para otro fin de semana, esta vez en la finca del amo, donde él tenía un caballo y dos perros muy interesantes. Pero esa será ya otra historia.

Fin

Cualquier consulta o aclaración, aquí mismo en comentarios o, mejor, por privado, estaremos encantados mi esposa y yo de satisfacer vuestra curiosidad. Besos.
ESPECATACULAR final de Fiesta.
Como me gustaría participar en una fiesta así, tengo experiencia y mucha imaginación para ayudar en la puesta en escena de fiestas de este tipo.
 
ESPECATACULAR final de Fiesta.
Como me gustaría participar en una fiesta así, tengo experiencia y mucha imaginación para ayudar en la puesta en escena de fiestas de este tipo.
Pues ya estamos preparando la siguiente. Asistirá el cornudo con su esposa, que nos va a dar de mamar a todos. Tambien estaran la lesbi y su marica. Y el amo, claro, que es el dueño de la finca y de todos nosotros.
 
Pues ya estamos preparando la siguiente. Asistirá el cornudo con su esposa, que nos va a dar de mamar a todos. Tambien estaran la lesbi y su marica. Y el amo, claro, que es el dueño de la finca y de todos nosotros.
Si necesitáis un sirviente estaré encantado de serviros
 
Un día de estos seguiré con mi relato, que se ha complicado mucho desde entonces.
Si os apetece, claro. Depende de la demanda.
 
La Fiesta IV

En cuanto al amo, creo que mejor presentarlo al amable y cómplice lector narrando la conversación que tuvimos él y yo cuando le presenté a mi esposa en un discreto local de nuestra ciudad. Ella estaba muy intrigada e interesada, pues ya la tenía bien informada sobre él, que era mi socio y principal cliente, y sus intenciones.

Para la ocasión le aconsejé se pusiera un vestidito negro que tenía, escotado y muy pegado, muy cortito, y se maquillase y pintase de forma muy sensual y descarada, muy sugerente. Le aconsejé unas medias negras con liguero y un tanga blanco.

Él tenía unos 50 años, no era demasiado alto y tenía un carisma especial, un magnetismo muy poco frecuente. Era entrecano y sus modales, educados y corteses, muy distinguidos. Vestía muy bien, de buenas marcas, no fumaba y bebía solo vinos o licores de alta calidad.

Cuando llegamos nos estaba esperando en el salón interior. Se puso en pie mirando a mi esposa de arriba abajo con ojos de admiración y besó su mano elevándola hasta sus labios y haciendo una ligera reverencia, lo que la subyugó, pues se sintió admirada y valorada.

Nos sentamos en aquella especie de sofá mullido y relajante, mi mujer entre los dos, y él nos pidió champán Moet&Chandon, lo que nos pareció muy bien. La música ambiental era susurrante y sensual. El ambiente, íntimo, de luz suave indirecta. El varonil perfume del macho enamoró a mi esposa desde el primer momento.

La verdad es que mi esposa lo miraba enamorada. Yo la tenía al corriente de todo respecto a él, y su presencia, aunque la intimidaba un poco, pues no lo conocía personalmente, le agradaba: el amo la atraía muchísimo. Y la mirada brillante de él me indicaba que sentía lo mismo hacia mi esposa. Me sentía muy satisfecho.

–Te felicito –empezó diciéndome él mirando a mi esposa–: tu mujer es una verdadera preciosidad. Más hermosa y bonita de lo que me habías explicado. Encantadora.

–Gracias –dijimos los dos al unísono, lo que nos produjo una risita nerviosa que delataba nuestro nerviosismo.

–Tu marido me ha hablado de ti, cariño –dijo él–, de tus… cualidades y tus… encantos.

Y diciendo esto le pasaba dos dedos por la pierna, desde la rodilla al borde del vestido.

–Bueno, hemos hablado de ti muchas veces, sí –intenté añadir fijándome en su roce al muslo de mi esposa.

–Me ha contado que eres sumisa –siguió diciendo él–. No sé hasta qué punto…

Y le subía los dedos bajo el vestido ya, lo que la puso un tanto nerviosa.

–Bueno, ella es muy sumisa, sí –dije–, sin límite, muy, muy sumisa.

–Gran muestra de amor, te felicito otra vez –dijo él tomando de nuevo la mano de mi esposa y llevándosela a los labios para besarla otra vez suavemente.

Mi mujer nos miraba, a uno y otro alternativamente sin decir nada y sin dejar de sonreír en todo momento.

–Bueno, como te dije –siguió el amo mirándome, pero reteniendo la mano de mi esposa entre las suyas–, mis necesidades de mujer son muy grandes. Estoy solo desde hace ya mucho tiempo, y no me gusta. Necesito amor. Estoy harto de putas. Necesito una mujer de verdad. Como tú, cielo.

–¿Eres soltero, viudo, separado…? –se atrevió a preguntar mi esposa sin rescatar su mano del calor de las del amo.

–Me divorcié hace ya… –respondió él soltando la mano de mi esposa y llevándose la copa a los labios. Estaba claro que le incomodaba hablar del tema–. No tengo hijos, no tengo a nadie. Pero me haría feliz tener un hijo o una hija, no sé si tu marido te lo ha dicho.

–Sí, se lo he dicho –dije.

–Pero no quiero compromisos –continuó–. Me gustaría ser padre, pero sé que sería un mal padre y no quiero que se me reprochase nada en el futuro.

–¿Entonces…? –dudó ella.

–Tendría que ser una cosa acordaba, un trato…, no sé… Yo, naturalmente, lo tendría bien provisto económicamente siempre, a mi hijo y a…

–A sus padres legales –le interrumpí yo.

–Eso es. Y sin exigirles nada a cambio, solo que pudiera ver a mi hijo o hija de vez en cuando.

–Una madre de alquiler –apostilló mi esposa.

–Bueno… Si quieres llamarlo así… Todo mi patrimonio, debo decir, sería para él y, claro, para quien lo hubiere criado, eso es natural. Sé ser generoso, muy generoso. Por ese lado no habrá problema.

El amo volvió a tomar la mano de mi esposa entre las suyas y las acarició con ternura. A ella se le notó la sensación voluptuosa que le causó el nuevo contacto. Luego posó su mirada en el escote de mi esposa.

–También me ha contado tu marido –prosiguió él como hablando con las tetas de mi mujer– que no hace tanto quisisteis ser padres.

–Sí –dije yo–, la idea surgió cuando nos encontramos por casualidad con un antiguo novio de ella. Nos propusimos que podría ser buen candidato para fecundarla, dadas las dificultades que tenemos, que tengo yo en concreto, para hacerlo de manera, digamos…

–Pero no salió bien –dijo mi esposa–. Lo estuvimos intentando mucho tiempo, pero no me quedé embarazada.

–Sí, ya sé todo eso –me interrumpió el amo–. Por eso he concebido este plan, como sabes. No sé lo que piensas ahora que me has conocido.

Y se quedó mirándola apasionadamente queriendo provocar en ella una emoción igual.

–Creo… –dudó ella– Pero, en fin…, no sé…

–Quizá debería saber también mi mujer –dije entonces– tus… preferencias…, tus…

–Ah, claro, claro –respondió el amo–. Bien, yo no soy bisex, hasta ahora. Vosotros sé que lo sois los dos y que tenéis… experiencias, pero me gusta… todo… en el sexo, no pongo reparos a nada y comprendo perfectamente a toda persona que tenga ciertas… inclinaciones, digamos, sus apetitos, sus…

–Sus perversiones –aclaré.

–Eso es. Me gusta, eso sí, ser dominador de la situación. Por eso me encantó saber que tú eres sumisa y que tu marido casi que también. Sois la pareja ideal para mí.

–Y… ¿cómo se haría? –preguntó ella mirando a uno y otro alternativamente.

–Bien –respondió el amo resolutivo–. Dispongo de una casa de campo discreta y muy confortable. Allí podemos vernos y…

–Un nido de amor –quise aclarar yo.

–Un picadero –concretó mi mujer.

–Podríamos viajar –prosiguió él sin responder–, salir, divertirnos, no sé… Yo voy con frecuencia a París y a Londres, así que… Tú serías mi esposa en nuestros viajes, venga o no tu marido.

–¿No exiges exclusividad? –preguntó mi esposa.

–Bueno, en principio sí, claro, como puedes suponer, para asegurar mi descendencia. Pero, por lo demás, vuestra libertad es total, siempre que no haya penetración que no sea la mía. Incluso os presentaré a mis amistades, y así podréis compartir mis… cosas… conmigo, siempre y cuando os parezca bien.

–De acuerdo –dije.

–Ah, y otra cosa –dijo él tomando su copa para beber–: a partir de ahora me llamaréis amo. Los dos. ¿De acuerdo?

–De acuerdo –dijo mi esposa.

–De acuerdo –la apoyé.

-Yo a vosotros os llamaré...

-Cornudo y puta -dije-. Así estará bien, no?

En ese momento él pidió bailar. La música era lentísima e íntima. Se pusieron en pie. Reparé en que mi mujer no se molestó en bajarse el vestido y se le quedó bastante subido. No había nadie en el salón, así que, abrazadísimos, se movían apenas sin salir de la losa mientras las manos del amo recorrían la espalda de mi esposa.

Luego bajó a su culo, donde subió el vestido dejándoselo descubierto, y le magreaba con fruición las nalgas, a las que daba de vez en cuando un azotito cariñoso.

–Tienes una mujer estupenda –me dijo él en uno de los giros suaves–. Está buenísima, muy rica.

–Gracias, amo –acerté a responder ensimismado en la escena de magreo que me ofrecían los dos. Mi miembro estaba ya duro entonces y me lo apretaba contra mí dándome gusto momentáneo mientras miraba y miraba, algo que siempre me ha gustado: hacer de mirón.

Me excitó muchísimo ver a mi mujer bailando con otro macho deseoso de su hermosura, con el vestido subido ya casi hasta la cintura y su culo magreado por las poderosas manos del amo. Iba ya a sacar mi miembro por la bragueta para masturbarme mirándolos cuando se separaron y vinieron a sentarse de nuevo.

Mi esposa tampoco esta vez se bajó el vestido. Se sentó a mi lado, muy pegada a mí, dejando sus muslos y sus caderas al aire. Entonces se produjo la insólita petición del amo:

–Con tu permiso –me dijo–, quiero solicitarle a tu mujer que me regale sus bragas. Serán como un trofeo para mí.

–Por mí, encantado. Si ella te las da…

Ella se bajó las bragas lentamente, se las quitó y se las ofreció al amo de forma ostensible para que yo disfrutara el momento. Y lo disfruté.

–Toma –dijo–. Para tu colección. Tendrás muchas, ¿no?

El amo las olió con unción, las lamió y se las guardó en el bolsillo interior de la chaqueta.

–Gracias, serán un bien muy preciado para mí –dijo sin responder a la pregunta insidiosa de mi esposa.

Luego abrazó a mi mujer y la besó mientras yo los miraba envidioso, no sé si celoso. Una mano se la deslizó por los muslos hasta el pubis y acariciaba con fruición su pubis depilado, intentando introducir un dedo hacia abajo para llegar al clítoris.

Pero entró gente, y la cosa se paró ahí. De vuelta a casa, pedí opinión a mi esposa, que me dijo que le parecía bien, pero que no pensaba preñarse, que eso ya tuvo su momento. Lo que no era impedimento para que jugáramos con el amo el tiempo que hiciera falta. Me pareció extraordinario. La llevé a la cama y le comí el coño.

Continuará
La primera sesión y ya estoy excitado
 
Preparando la fiesta.

Los hombres nos reunimos en la oficina del amo. Después de adoptar acuerdos sobre los negocios en común, llegó el momento de hablar de la próxima fiesta.

–¿Cómo va lo del negrito? –preguntó el afeminado haciendo un gesto de complicidad que todos comprendimos.

–No lo tenemos seguro todavía –respondió el amo–. Lo siento por ti, pero todavía no sé si vendrá.

–Oh, qué mierda –exclamó el marica, airado–, me hubiera gustado comerme una polla negra bien grande y joven, jo. Qué rico un jovencito negro con un buen pollón. Se me hace la boca aguar, uumm.

El amo fue a lo más importante:

–Ya sabéis que es mi boda con la mujer de este –dijo señalando al cornudo.

–Será una hermosa boda pervertida –casi gritó el marica–: ¡se casan el amo y la mujer del cornudo preñada por el amo, jo, qué morbo!

–Y tú, cornudo, ¿qué dices de la boda? –preguntó el amo al marido.

–Ya sabes, amo –respondió compungido–, si ella se quiere casar contigo, a mí me parece bien. Lo que ella mande, lo que tú mandes, amo. Yo solo quero que ella sea feliz.

–Quizá te gustaría que fuese otro el oficiante y tú ser solo el padrino.

–Lo que mandes, amo. Estoy para eso. Solo quiero el placer de mi mujer. Y el tuyo, claro.

–Así me gustan mis cornudos –se congratuló el amo–, complacientes y sumisos.

–Es un honor, amo –dije–, todos ponemos nuestras mujeres a tu disposición.

–Es un honor, amo –dijeron el maricón y el cornudo–, somos tus cornudos.

La sintonía nuestra con el amo era perfecta, por eso marchaban tan bien nuestros negocios en común.

–Por cierto, voy a imponer una norma nueva para esa fiesta –dijo entonces el amo.

–¿Ah, si? ¿Cuál? –preguntó el marica.

–Ya sabéis que los lazos matrimoniales quedan temporalmente rotos en nuestros encuentros, que son polígamos por naturaleza.

–Sí, eso ya lo sabemos, amo –dije yo–. Las esposas en las fiestas son tus putas, como debe ser.

–Y que no hoy reglas de ninguna clase en materia sexual.

–También lo sabemos, amo –dijo el maricón–: todos follamos con todos y todas, jajaja.

–Pues en esta fiesta, va a ser obligatorio mostrar en todo momento los genitales –afirmó el amo.

–Hombre –dije–, entonces habrá que estar empalmado siempre, ¿no?

–Eso es, no valen morcillas, ni pollas flácidas, ni decaimientos… Para eso está el viagra, que todos tomaremos, incluido yo.

–Claro, claro –dijo el cornudo–, porque si no… ¡ A ver quien aguanta tantas horas en erección!

–¿Y las putas? –pregunté.

–Las putas no necesitan tomar nada –respondió el amo.

–¡Ellas están siempre erectas, jajaja! –rió el maricón.

–Si, sobre todo la mía –dijo con desaliento el cornudo.

–No para su guerra contigo, eh –le dije.

–Cada día es peor –respondió ensombrecido el pobre cornudo–. No me permite ya ni tocarla, y ahora tampoco me deja masturbarme mirándola. ¡Es muy duro, es insoportable a veces, sobre todo por la noche al acostarnos! ¡Pero no deja de exhibirse para que yo la vea, cada día más cerda y más lejana!

–Una cosa –dijo el amo entonces–: prohibido correrse durante toda la semana anterior a la fiesta, ¿eh?

–Claro –dijo el afeminado–, para estar más… calientes, jajaja.

–Pues a mí –repuse– me va a ser difícil. Ahora viene a casa un ex suyo y la folla casi todos los días. No sé si podré aguantar sin correrme con los espectáculos que me ofrecen, joder.

–¿Tenéis ya los disfraces? –preguntó también el amo –. Yo iré de novio, y la puta del cornudo, de novia, novia preñada, claro. El cornudo irá de…

–De cornudo –dijo él muy conforme.

–Yo de criada –dije–, mi mujer de cabaretera.

–Yo de puta callejera, mi mujer no sabe todavía si de domadora o de mistress –dijo el mariquita.


En casa:

Aquella tarde todos llegué a casa un poco antes de lo previsto. Encontré a mi suegra en el salón, viendo la tele.

–¿Quieres un café, cielo? –me preguntó tendida en el sofá con una de sus camisetas habituales, cortas con grandes sisas.

Acalorada por la calefacción, me mostraba sus muslos potentes, y por la enorme sisa asomaba uno de sus grandes pechos de pezón oscuro, con su areola grande y su botón para mamar como un chupete de bebé. Estaba tremendamente buena aquella tarde mi suegra.

–Sí, gracias –respondí solo para verla levantarse y caminar–. ¿Y Ana? –le pregunté siguiéndola a la cocina, mis ojos fijos en el meneo de su apretado culo.

–Oh, se fue –respondió ella–, la llamó un amigo, se arregló y se marchó. No dijo adónde iba.

Mientras se hacía el café tuve un capricho:

–Voy a hacer pipí –le dije a mi suegra–. Estoy con ganas desde hace rato.

–Claro, cielo, haz pipí, no es bueno aguantarse tanto.

–¿Me… me ayudas, suegra? –le dije con ternura–. No sé si aguantaré hasta el baño sin mearme, tantas ganas tengo..., ufff.

–No te preocupes, eso tiene arreglo.

Cogió un vaso y vino hacia mí, con su meneo de caderas característico y el bamboleo de sus tetonas señalando ambos pezones dentro de su amplia camiseta. Con decisión, se inclinó delante de mí, me bajó la cremallera del pantalón.

Me buscó el pito dentro de la bragueta con los dedos, me lo sacó dándome tirones, me lo acomodó sobre el vaso y allí me lo sostuvo esperando mi chorrito. Justo antes de que saliera mi pipí, me descapulló un par de veces y me manoseó el glande desnudo ásperamente.

Empecé a mear y ella me dirigía el chorro hacia el vaso para que no cayeran gotas al suelo, pero yo me cogí el miembro y le dirigí el chorro a ella, `poniéndole chorreando la camiseta y los muslos.

–Me estás poniendo perdida, cielo –dijo, melosa.

–Me encanta mearte, suegra –respondí como disculpándome–, a Ana se lo hago mucho, y ella a mí. Es un placer divino –añadí–.

–Pues méame, méame si te gusta, cielo.

Pero el chorro se agotó y ella me limpió el pito con un trapo de cocina que, por lo áspero, me dio mucho placer. Me acabé de empalmar con ese manoseo de mi suegra y no me guardé la polla, dejándola a la vista, para ver qué hacía. Ella tampoco hizo ademán de guardarla dentro de mi bragueta.

Sabía que, aunque mi polla es pequeña, nada comparable a la que lucía su marido años atrás, mi suegra solo disponía de dildos más o menos realistas con los que se consolaba casi todas las noches en su cama. Mi esposa me los enseñó una vez en un cajón de la mesita de noche de su madre.

También sabíamos que le encantaba ver videos de jovencitos de grandes instrumentos de placer –así los llamaba ella– y no había disfrutado de un miembro viril real desde hacía años. Así que la visión de mi modesta polla y el toqueteo en ella debía de haberle producido un gusto casi olvidado ya.

Pero en esos momentos llegó mi mujer. Al vernos en la cocina, su madre con un vaso en la mano y a mí con el pito erecto fuera de la bragueta, mostró sorpresa, pero se repuso enseguida.

–Tenía pipí urgente –le expliqué mientras nos besábamos– y mamá me ha ayudado a aliviarme, querida.

–Ah, me parece estupendo –respondió mirando a mi suegra, que se había sonrojado–. Yo vengo de ver a… ya sabes…

–¿Estás cansada? –le pregunté con toda la intención, que los tres entendimos.

–Uff, mucho. Ya te contaré luego, en la cama.

Mi suegra fregaba el vaso dando a sus tetonas unos meneos ágiles que me encantó admirar.

–¿Te lo has pasado bien? –le pregunté a mi mujer observando los muslos de mi suegra.

–Muy bien, amor, he disfrutado mucho.

–Eso es lo importante, cariño –respondí sin dejar de mirar las tetas de mi suegra–: tu placer.

Continuará.
Leyendo tus publicaciones desconozco que sería más morboso, usar a tu esposa o a tu suegra. Ambas desprenden un morbo tremendo
 
Esto....... y no crees que este hilo pega más y es más apropiado colgarlo en el apartado específico del foro dedicado a relatos en vez de en este??? 🤔

Es por aquello de tener el foro un poco ordenado y para que la gente que busca leer relatos lo encuentre en esa sección más fácilmente.😉
 
Esto....... y no crees que este hilo pega más y es más apropiado colgarlo en el apartado específico del foro dedicado a relatos en vez de en este??? 🤔

Es por aquello de tener el foro un poco ordenado y para que la gente que busca leer relatos lo encuentre en esa sección más fácilmente.😉
Sí, lo puse cuando aún no conocía bien el foro.
Iré poniendo mis relatos donde corresponden. Los escribo sobre hechos reales siempre, protagonizados por mí, por mi esposa o por los dos. Y tú??
 
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