Botic
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Al llegar a casa estaba mi novia; no vivíamos juntos, pero tenía llave de mi casa y muchas noches venía para estar juntos. Estaba en el salón; nada más llegar me dirigí hacia ella y follamos directamente. Yo estaba muy excitado por lo que había pasado y fue un gran polvo. La vida sexual con mi pareja, desde que comenzó todo con la mujer de mi amigo, no se resintió, sino que fue a más. La excitación que me provocaba cada conversación con ella daba como resultado que siempre tuviera ganas de hacerlo.
Al día siguiente, como de costumbre, quedé con mi amigo. Ella libraba y no tenía que ir al trabajo, así que no quedamos en su casa, sino que fuimos a tomarnos un par de cervezas por ahí.
—Estoy harto, tío. Ayer llegó más tarde. Me dijo que tuvo que estar más tiempo en el trabajo. ¿No sabe decir que no? Parece que no tiene personalidad… y llega y directamente a dormir. Ni me toca, joder.
Normalmente participaba en la conversación y daba mi opinión, pero en esta ocasión guardé silencio y escuché. De hecho, empecé a notar que me molestaba que hablara mal de ella.
—Marcho, tengo que ir a comprar y a hacer un par de recados.
Nos despedimos. Al poco de salir del bar y, dejándome llevar por el deseo, la llamé. Desde nuestro encuentro estaba ansioso por volver a verla.
—Te espero. Es una locura, pero quiero verte —respondió ella.
Llegué y esta vez no hubo titubeos. Ella tenía una bata y se intuía que por debajo solo llevaba la ropa interior. Nada más cerró la puerta la besé. Abrí la bata y comprobé que solo llevaba el sujetador. No esperé más; tenía muchas ganas de probar sus tetas. Las apreté y empecé a comer la zona del canalillo. Se quitó el sujetador y quedaron descubiertas: grandes y con un pezón rosadito y erecto que empecé a rozar con la lengua. Cogí todo su pecho y lo cubrí con mí boca. Ella gemía y la respiración era cada vez más intensa. Me cogió de la mano y me llevó a la habitación. La excitación me cegaba tanto que ni me planteé el dilema moral de follarme a la mujer de mi amigo en su propia cama.
Se tumbó y se quitó el tanga, quedando completamente desnuda.
—Fóllame ya —dijo.
—¿Dónde están los condones? —pregunté.
—Quiero sentir esa polla. Fóllame así —respondió.
Sabía por mi amigo que ella tenía un DIU, pero me sorprendió porque él siempre se quejaba de que, aun teniendo un método anticonceptivo, le pedía que usara condón “para minimizar riesgos”.
No me lo pensé y me puse encima de ella. Estaba tan cachondo que, en el primer intento de meterla, empujé sobre su pelvis; ella cogió mi polla y la metió dentro suya. De repente noté su calor. La humedad hacía que entrara sin ningún tipo de fricción; podía escuchar cómo sonaba su flujo chocando contra mi polla. Follamos intensamente.
—Me voy a correr, ¿la saco? —pregunté.
—Sigue —respondió.
—¿Segura? —insistí.
—No pares, quiero toda tu corrida dentro de mí.
En ese mismo momento mi polla empezó a sacudirse y a correrse. Al notarlo, ella empezó a gemir, me apretó y noté cómo por su cuerpo recorría un escalofrío de placer.
Al día siguiente, como de costumbre, quedé con mi amigo. Ella libraba y no tenía que ir al trabajo, así que no quedamos en su casa, sino que fuimos a tomarnos un par de cervezas por ahí.
—Estoy harto, tío. Ayer llegó más tarde. Me dijo que tuvo que estar más tiempo en el trabajo. ¿No sabe decir que no? Parece que no tiene personalidad… y llega y directamente a dormir. Ni me toca, joder.
Normalmente participaba en la conversación y daba mi opinión, pero en esta ocasión guardé silencio y escuché. De hecho, empecé a notar que me molestaba que hablara mal de ella.
—Marcho, tengo que ir a comprar y a hacer un par de recados.
Nos despedimos. Al poco de salir del bar y, dejándome llevar por el deseo, la llamé. Desde nuestro encuentro estaba ansioso por volver a verla.
—Te espero. Es una locura, pero quiero verte —respondió ella.
Llegué y esta vez no hubo titubeos. Ella tenía una bata y se intuía que por debajo solo llevaba la ropa interior. Nada más cerró la puerta la besé. Abrí la bata y comprobé que solo llevaba el sujetador. No esperé más; tenía muchas ganas de probar sus tetas. Las apreté y empecé a comer la zona del canalillo. Se quitó el sujetador y quedaron descubiertas: grandes y con un pezón rosadito y erecto que empecé a rozar con la lengua. Cogí todo su pecho y lo cubrí con mí boca. Ella gemía y la respiración era cada vez más intensa. Me cogió de la mano y me llevó a la habitación. La excitación me cegaba tanto que ni me planteé el dilema moral de follarme a la mujer de mi amigo en su propia cama.
Se tumbó y se quitó el tanga, quedando completamente desnuda.
—Fóllame ya —dijo.
—¿Dónde están los condones? —pregunté.
—Quiero sentir esa polla. Fóllame así —respondió.
Sabía por mi amigo que ella tenía un DIU, pero me sorprendió porque él siempre se quejaba de que, aun teniendo un método anticonceptivo, le pedía que usara condón “para minimizar riesgos”.
No me lo pensé y me puse encima de ella. Estaba tan cachondo que, en el primer intento de meterla, empujé sobre su pelvis; ella cogió mi polla y la metió dentro suya. De repente noté su calor. La humedad hacía que entrara sin ningún tipo de fricción; podía escuchar cómo sonaba su flujo chocando contra mi polla. Follamos intensamente.
—Me voy a correr, ¿la saco? —pregunté.
—Sigue —respondió.
—¿Segura? —insistí.
—No pares, quiero toda tu corrida dentro de mí.
En ese mismo momento mi polla empezó a sacudirse y a correrse. Al notarlo, ella empezó a gemir, me apretó y noté cómo por su cuerpo recorría un escalofrío de placer.