Soy Patricia, 25 años, enfermera en un hospital que huele a desinfectante y muerte aplazada. Mis días son un torbellino de camas chirriantes y monitores que pitan, un reloj que me devora viva. Hace un año, Israel y yo dimos vida a nuestra hija, una chispa que gatea entre las grietas de un hogar al borde del colapso. Él, 27, mi luz y mi cadena, diseñaba campañas en una empresa de publicidad hasta que los clientes se esfumaron y nuestro sustento se desmoronó. La hipoteca de nuestro ático nos asfixia, el coche nos desangra, y las tarjetas son un laberinto de intereses que nos traga. Mi pelo castaño, mis ojos verdes son lagunas de agotamiento, y mi cuerpo, de complexión normal pero con curvas marcadas, lleva su propio mapa: pechos operados, tensos, con un piercing en cada pezón como faros de un naufragio, y otro en la lengua, un tic metálico de un pasado que se desvanece.
Hoy, tras un turno que me dejó la piel pegajosa y el alma hueca, me hundí en el sofá con el móvil como oráculo. No buscaba redención, buscaba un hilo suelto. En un foro de liberales, un pantano de susurros y carne, lo vi: "David, 40. Masaje erótico en hotel. 200€, 2 horas. Nada más, silencio asegurado". Mi aliento se quebró. Dos horas de rendición por 200 euros que podrían calmar al banco o alimentar el motor del coche. Me arrastré al salón, donde Israel estaba delante del ordenador, con furia contenida, la pantalla reflejando su cara tensa. "Mira esta locura", susurré, mi voz un cristal roto, tendiéndole el teléfono. Lo leyó, sus ojos se nublaron, los celos arañándole la piel. "Tú mandas, Patri, pero no me mires después", dijo, seco. Nos quedamos suspendidos, el zumbido del ordenador cortando el silencio, y asentí, escribiendo una respuesta con dedos que pesaban como plomo.
David respondió como un trueno: Hotel Sercotel Princesa Móstoles, hoy, 17:00. Un masaje con aceites, piedras calientes y "cosas" que él traería. Sin sexo, pero desnuda, sin rodeos. No se me ocurrió negociar; el foro era un pacto sellado en tinta invisible. Pidió una foto, sin ropa. El aire se me escapó como un grito mudo. Miré a Israel, ,en su cara una grieta. "Hazlo rápido", gruñó, y me levanté. En el baño, me desprendí de todo, mi piel desnuda , los piercings brillando como monedas de una apuesta perdida. Israel entró, móvil en mano, su respiración un jadeo cortado. "Termina", dijo, y disparó, mi cuerpo expuesto como un lienzo roto. Envió la foto, y mi teléfono vibró: una imagen de su pene, tieso y descarado, seguida de "Hermosa. 17:00".
Me derrumbé en el borde de la bañera, las lágrimas saladas en mi boca, mientras Israel golpeaba la pared, su furia y su derrota resonando en el aire. ¿Qué me esperaba a las 17:00?
(Continuará...)
Hoy, tras un turno que me dejó la piel pegajosa y el alma hueca, me hundí en el sofá con el móvil como oráculo. No buscaba redención, buscaba un hilo suelto. En un foro de liberales, un pantano de susurros y carne, lo vi: "David, 40. Masaje erótico en hotel. 200€, 2 horas. Nada más, silencio asegurado". Mi aliento se quebró. Dos horas de rendición por 200 euros que podrían calmar al banco o alimentar el motor del coche. Me arrastré al salón, donde Israel estaba delante del ordenador, con furia contenida, la pantalla reflejando su cara tensa. "Mira esta locura", susurré, mi voz un cristal roto, tendiéndole el teléfono. Lo leyó, sus ojos se nublaron, los celos arañándole la piel. "Tú mandas, Patri, pero no me mires después", dijo, seco. Nos quedamos suspendidos, el zumbido del ordenador cortando el silencio, y asentí, escribiendo una respuesta con dedos que pesaban como plomo.
David respondió como un trueno: Hotel Sercotel Princesa Móstoles, hoy, 17:00. Un masaje con aceites, piedras calientes y "cosas" que él traería. Sin sexo, pero desnuda, sin rodeos. No se me ocurrió negociar; el foro era un pacto sellado en tinta invisible. Pidió una foto, sin ropa. El aire se me escapó como un grito mudo. Miré a Israel, ,en su cara una grieta. "Hazlo rápido", gruñó, y me levanté. En el baño, me desprendí de todo, mi piel desnuda , los piercings brillando como monedas de una apuesta perdida. Israel entró, móvil en mano, su respiración un jadeo cortado. "Termina", dijo, y disparó, mi cuerpo expuesto como un lienzo roto. Envió la foto, y mi teléfono vibró: una imagen de su pene, tieso y descarado, seguida de "Hermosa. 17:00".
Me derrumbé en el borde de la bañera, las lágrimas saladas en mi boca, mientras Israel golpeaba la pared, su furia y su derrota resonando en el aire. ¿Qué me esperaba a las 17:00?
(Continuará...)

