La necesidad

mostoles

Miembro muy activo
Desde
24 Jun 2023
Mensajes
377
Reputación
2,696
Ubicación
Madrid
Soy Patricia, 25 años, enfermera en un hospital que huele a desinfectante y muerte aplazada. Mis días son un torbellino de camas chirriantes y monitores que pitan, un reloj que me devora viva. Hace un año, Israel y yo dimos vida a nuestra hija, una chispa que gatea entre las grietas de un hogar al borde del colapso. Él, 27, mi luz y mi cadena, diseñaba campañas en una empresa de publicidad hasta que los clientes se esfumaron y nuestro sustento se desmoronó. La hipoteca de nuestro ático nos asfixia, el coche nos desangra, y las tarjetas son un laberinto de intereses que nos traga. Mi pelo castaño, mis ojos verdes son lagunas de agotamiento, y mi cuerpo, de complexión normal pero con curvas marcadas, lleva su propio mapa: pechos operados, tensos, con un piercing en cada pezón como faros de un naufragio, y otro en la lengua, un tic metálico de un pasado que se desvanece.
Hoy, tras un turno que me dejó la piel pegajosa y el alma hueca, me hundí en el sofá con el móvil como oráculo. No buscaba redención, buscaba un hilo suelto. En un foro de liberales, un pantano de susurros y carne, lo vi: "David, 40. Masaje erótico en hotel. 200€, 2 horas. Nada más, silencio asegurado". Mi aliento se quebró. Dos horas de rendición por 200 euros que podrían calmar al banco o alimentar el motor del coche. Me arrastré al salón, donde Israel estaba delante del ordenador, con furia contenida, la pantalla reflejando su cara tensa. "Mira esta locura", susurré, mi voz un cristal roto, tendiéndole el teléfono. Lo leyó, sus ojos se nublaron, los celos arañándole la piel. "Tú mandas, Patri, pero no me mires después", dijo, seco. Nos quedamos suspendidos, el zumbido del ordenador cortando el silencio, y asentí, escribiendo una respuesta con dedos que pesaban como plomo.
David respondió como un trueno: Hotel Sercotel Princesa Móstoles, hoy, 17:00. Un masaje con aceites, piedras calientes y "cosas" que él traería. Sin sexo, pero desnuda, sin rodeos. No se me ocurrió negociar; el foro era un pacto sellado en tinta invisible. Pidió una foto, sin ropa. El aire se me escapó como un grito mudo. Miré a Israel, ,en su cara una grieta. "Hazlo rápido", gruñó, y me levanté. En el baño, me desprendí de todo, mi piel desnuda , los piercings brillando como monedas de una apuesta perdida. Israel entró, móvil en mano, su respiración un jadeo cortado. "Termina", dijo, y disparó, mi cuerpo expuesto como un lienzo roto. Envió la foto, y mi teléfono vibró: una imagen de su pene, tieso y descarado, seguida de "Hermosa. 17:00".
Me derrumbé en el borde de la bañera, las lágrimas saladas en mi boca, mientras Israel golpeaba la pared, su furia y su derrota resonando en el aire. ¿Qué me esperaba a las 17:00?
(Continuará...)
 
Soy Patricia, 25 años, enfermera en un hospital que huele a desinfectante y muerte aplazada. Mis días son un torbellino de camas chirriantes y monitores que pitan, un reloj que me devora viva. Hace un año, Israel y yo dimos vida a nuestra hija, una chispa que gatea entre las grietas de un hogar al borde del colapso. Él, 27, mi luz y mi cadena, diseñaba campañas en una empresa de publicidad hasta que los clientes se esfumaron y nuestro sustento se desmoronó. La hipoteca de nuestro ático nos asfixia, el coche nos desangra, y las tarjetas son un laberinto de intereses que nos traga. Mi pelo castaño, mis ojos verdes son lagunas de agotamiento, y mi cuerpo, de complexión normal pero con curvas marcadas, lleva su propio mapa: pechos operados, tensos, con un piercing en cada pezón como faros de un naufragio, y otro en la lengua, un tic metálico de un pasado que se desvanece.
Hoy, tras un turno que me dejó la piel pegajosa y el alma hueca, me hundí en el sofá con el móvil como oráculo. No buscaba redención, buscaba un hilo suelto. En un foro de liberales, un pantano de susurros y carne, lo vi: "David, 40. Masaje erótico en hotel. 200€, 2 horas. Nada más, silencio asegurado". Mi aliento se quebró. Dos horas de rendición por 200 euros que podrían calmar al banco o alimentar el motor del coche. Me arrastré al salón, donde Israel estaba delante del ordenador, con furia contenida, la pantalla reflejando su cara tensa. "Mira esta locura", susurré, mi voz un cristal roto, tendiéndole el teléfono. Lo leyó, sus ojos se nublaron, los celos arañándole la piel. "Tú mandas, Patri, pero no me mires después", dijo, seco. Nos quedamos suspendidos, el zumbido del ordenador cortando el silencio, y asentí, escribiendo una respuesta con dedos que pesaban como plomo.
David respondió como un trueno: Hotel Sercotel Princesa Móstoles, hoy, 17:00. Un masaje con aceites, piedras calientes y "cosas" que él traería. Sin sexo, pero desnuda, sin rodeos. No se me ocurrió negociar; el foro era un pacto sellado en tinta invisible. Pidió una foto, sin ropa. El aire se me escapó como un grito mudo. Miré a Israel, ,en su cara una grieta. "Hazlo rápido", gruñó, y me levanté. En el baño, me desprendí de todo, mi piel desnuda , los piercings brillando como monedas de una apuesta perdida. Israel entró, móvil en mano, su respiración un jadeo cortado. "Termina", dijo, y disparó, mi cuerpo expuesto como un lienzo roto. Envió la foto, y mi teléfono vibró: una imagen de su pene, tieso y descarado, seguida de "Hermosa. 17:00".
Me derrumbé en el borde de la bañera, las lágrimas saladas en mi boca, mientras Israel golpeaba la pared, su furia y su derrota resonando en el aire. ¿Qué me esperaba a las 17:00?
(Continuará...)
Me encanta, muy bien escrito… y sobretodo muy morboso…
Espero ansioso la continuación….
 
Las horas se disolvieron en un vértigo de nervios tras ese intercambio. La imagen de David, cruda y sin filtro, ardía en mi cabeza como un hierro candente, un eco que me perseguía desde el móvil. Me levanté del sofá, mis piernas temblando, y me encerré en el baño. Me lavé la cara con agua tibia, el vapor empañando el espejo, y, sin saber por qué, me pinté como si fuera una reina: base impecable para borrar el cansancio, sombras doradas y negras para encender mis ojos verdes, pestañas largas como alas, y un rojo intenso en los labios que hacía brillar el piercing en mi lengua. Me vestí espectacular: un vestido negro ajustado que abrazaba mis curvas, tacones altos que resonaban como un desafío, y un abrigo largo que caía como una sombra. Me miré al espejo, una figura deslumbrante lista para algo que no entendía, y no supe por qué lo había hecho.
Salí al pasillo, y ahí estaba Israel, todavía delante del ordenador, sus manos sudorosas buscando mi nuca desde la silla giratoria. "Si te hace daño, lo destrozo", dijo, su voz un rugido sordo, sus ojos devorando mi figura espectacular como si no me reconociera bajo tanto brillo. Asentí, pero el pánico me lamía las entrañas, el peso de esos 200 euros resonando como un tambor en mi pecho. Nuestra hija de un año dormía en su cuna, su respiración suave ajena al torbellino que nos tragaba. La lluvia golpeaba las ventanas, un tamborileo que ahogaba el silencio, y supe que no podía caminar. Llamé un taxi; el reloj marcaba las 16:00, el tiempo se retorcía, y yo con él.
Fui en taxi porque llovía, el agua azotando las ventanillas como un lamento, mis tacones resonando contra el suelo del vehículo como un tambor de guerra. Llegué al Hotel Sercotel Princesa Móstoles a las 16:50, el vestíbulo un murmullo de sombras y fluorescentes que apenas rozaban mi mente. Subí al 305, el corazón latiéndome en los dientes, y toqué. La puerta se abrió, y ahí estaba David: corpulento, pelo corto y canoso, 40 años grabados en su piel curtida, una sonrisa lenta y ojos que cortaban como alambre. "Pasa", dijo, y un olor a café rancio me envolvió, la cama mostrando un bolso abierto: aceites, piedras, juguetes. Esa foto suya, enviada esa mañana, me golpeó como un eco.
Quise evaporarme, pero murmuré: "Ya", mi voz un suspiro roto, el piercing en mi lengua chocando como un latido. Él asintió. "Quítatelo todo y échate", dijo, su tono plano como una losa. Me arranqué el abrigo, el vestido, los tacones, el sujetador —los piercings brillando como faros—, las bragas. Desnuda, como en la foto que Israel me sacó, enfrenté a un hombre que ya había visto mi piel y me había arrojado su imagen sin vergüenza. "Esos aros son un delirio", dijo, sus ojos tragándome, "y esa cara... pareces una diosa". Me ahogué en náusea y me tiré boca abajo.
El aceite cayó como un río ardiente sobre mi espalda, y sus manos, pesadas y seguras, barrieron mi carne. Era un maldito escultor, pero mi mente era un torbellino de cristales rotos. ¿Qué venía después de esas manos? ¿Qué escondían esos "juguetes" en su bolso?
(Continuará...)
 
ufff solo de pensar lo que viene me tienes a mil….
 
Necesito una continuación ya jajaaj
 
Debo confesar algo que me provocó cierta confusión, según entendí, David paga 200 euros a las mujeres para él darle "masajes eróticos" durante dos horas previa recepción de una foto de las interesadas, hmmm... eso se da???
Más parece una disfrazada y astuta forma de elegir y preparar la mujer que le servirá de escort de turno, por 200 euros. ;):rolleyes::p:adorar1:
 
Última edición:
El aceite quemaba como un río de fuego sobre mi espalda, y las manos de David, pesadas como piedras, se deslizaban por mi piel con una precisión que me helaba. Era un escultor del infierno, moldeando mi carne mientras mi mente se retorcía, un torbellino de cristales rotos que mutaba, girando hacia un calor que subía desde mi centro, un fuego que lamía mis pensamientos y los transformaba. No había espacio para la culpa, solo un deseo que crecía, un calor que me encendía bajo sus dedos. Entonces lo escuché: el roce de su ropa al caer, un susurro que llenó el aire. David se desnudaba, su camisa y pantalones deslizándose al suelo, y sentí su pene, duro y caliente, rozar mi espalda, un contacto que me arrancó un estremecimiento y avivó las llamas que ya me consumían. Mis labios se ablandaron, húmedos de deseo, y quise que me besara, que esa boca que imaginaba suave se estrellara contra la mía.
Una piedra caliente se posó en mi espina, intensificando el calor, y sus manos bajaron, abriendo mi culo con una fuerza que me hizo tensarme, pero no era resistencia, era anhelo. El aceite se deslizó como una sombra líquida, colándose donde no esperaba sentirlo, y su pene rozó más firme contra mi piel, un eco vivo de esa foto que me había enviado, ahora palpitando contra mi espalda. "Suelta", gruñó, su voz un eco que me perforaba, y mi cuerpo obedeció, mi piel vibrando bajo su toque, calentándose más con cada roce de su carne desnuda contra la mía. La lluvia golpeaba fuera, pero dentro solo había fuego, y mis labios, blandos y ansiosos, temblaban por un beso que aún no llegaba. ¿Qué eran esas "cosas" que había mencionado? El bolso sobre la cama era un enigma, y el sonido de sus manos hurgando en él me aceleró el pulso, un latido que gritaba por más.
Sacó un consolador, largo y curvado, con bolas que crecían en tamaño desde la punta hasta la base, cada una brillando con aceite bajo la luz tenue. "Para que fluyas", dijo, y lo presionó contra mi ano, la primera bola pequeña deslizándose dentro con una facilidad que me hizo jadear, un relámpago de placer subiéndome por la columna. Su pene seguía rozando mi espalda, caliente y firme, mientras la segunda bola, más grande, empujaba contra mí, abriéndome con una lentitud que me calentaba aún más. Mis labios se entreabrieron, blandos de deseo, imaginando su boca contra la mía, su aliento mezclándose con el mío mientras la tercera bola presionaba, más grande, más intensa. El piercing en mi lengua chocó contra mis dientes, un tambor que marcaba mi rendición, y el vibrador en su otra mano zumbó, rozando cerca de donde el consolador avanzaba. Mi cuerpo tembló, el calor creciendo, y deseé que me besara, que esos labios que adivinaba suaves sellaran este fuego que me consumía.
El placer me atravesó como un cuchillo, y mi cuerpo lo acogió, cada bola estirándome más, el roce de su pene en mi espalda intensificando el ansia. ¿Me besaría al fin? ¿Qué más podía avivar este incendio?
(Continuará...)
 
Un relato emocionante, lo mejor el lugar donde se desarrolla, yo soy de ahí, esperando lo que sigue
 
El consolador avanzaba, implacable, cada bola más grande que la anterior abriéndome con una presión que me cortaba el aliento. La primera había deslizado dentro con facilidad, la segunda me había estirado con un placer que me calentaba, y ahora la tercera, del tamaño de una ciruela, empujaba contra mi ano, lubricada por el aceite que chorreaba como un río ardiente. David, desnudo, rozaba su pene contra mi espalda, duro y caliente, y sentí un líquido tibio, preseminal, gotear de él, resbalando por mi piel mientras mi vagina chorreaba, un calor húmedo que traicionaba mi deseo. Mis pensamientos eran llamas, mutando en un torbellino de anhelo, mis labios blandos de deseo temblando por un beso que aún no llegaba.
"Dijiste sin penetración", le recriminé, mi voz un susurro roto, el piercing en mi lengua chocando contra mis dientes, pero el tono era débil, un eco que delataba que quería que siguiera, que este fuego no se detuviera. "Esto no es eso", gruñó él, su voz un eco grave que vibraba en mi piel, y la tercera bola se hundió dentro de mí, un estiramiento que me hizo jadear, mi cuerpo temblando bajo el roce de su pene que chorreaba más líquido preseminal, marcando mi espalda con su calor. Mi vagina palpitaba, chorreando aún más, y el vibrador zumbaba en su mano libre, rozando mi culo cerca de donde el consolador avanzaba, avivando las llamas que me consumían.
La cuarta bola, más grande, presionó contra mí, y luego la quinta, cada una estirándome más, hasta que llegó la sexta, del tamaño de una bola de golf, brillante y aceitada. "Siente esto", susurró, su aliento rozando mi nuca, y la empujó, lenta, implacable. El placer y el dolor se fundieron en un relámpago que me partió en dos, y un gemido escapó de mis labios blandos, resonando con el piercing en mi lengua como un grito que no podía contener. Su pene se deslizó más arriba, hacia mi cuello, dejando un rastro húmedo, mientras mi vagina chorreaba sin control, el calor creciendo, mi cuerpo rindiéndose al límite. La lluvia golpeaba fuera, pero dentro solo había fuego, y yo quería que me besara, que esos labios que adivinaba suaves sellaran este deseo que me desbordaba, aunque mi recriminación había sido una mentira que él ignoró.
El placer era un abismo, y yo caía sin fin, el consolador llenándome con esa bola monstruosa, su pene rozándome como una promesa viva. Pero entonces, sentí sus manos moverse otra vez, el vibrador acercándose a mi sexo chorreante, y su cuerpo inclinándose más cerca. ¿Me besaría ahora? ¿O me empujaría aún más allá?
(Continuará...)
 
El consolador vibraba dentro de mí, la bola del tamaño de una bola de golf abriéndome al límite, un placer que me desgarraba mientras el vibrador zumbaba contra mi sexo chorreante, cada roce enviando relámpagos que me partían en dos. David, desnudo, inclinaba su cuerpo sobre el mío, su pene rozando mi cuello, chorreando líquido preseminal que dejaba un rastro húmedo y caliente en mi piel, un eco vivo de esa foto que me había enviado. Mi vagina palpitaba, empapada, un río de deseo que traicionaba cada fibra de mi ser, y mis labios, blandos y temblorosos, suplicaban en silencio un beso que aún no llegaba. ¿Me besaría ahora? ¿O me empujaría aún más allá?
Sus manos se deslizaron por mi espalda, firmes y seguras, y me giró, mi cuerpo rodando sobre la cama como un títere en sus cuerdas. Quedé boca arriba, expuesta, el consolador zumbando en mi ano, su peso amplificando el fuego que me consumía. Sus ojos de alambre se clavaron en los míos, y se inclinó más cerca, su pene erecto rozando mi cara, deslizándose desde mi mejilla hasta mi boca, restregándolo con una lentitud deliberada que me hizo estremecer. El líquido preseminal goteó en mis labios, caliente y salado, y con ansia lo metió en mi boca, empujándolo profundo, llenándome con su sabor mientras yo jadeaba, el piercing en mi lengua rozando su carne. "Así, puta", gruñó, su voz un eco grave que vibraba en mi piel, "¿has chupado alguna mejor, eh?" Negué con la cabeza, un movimiento torpe, mi boca llena, el deseo y la vergüenza chocando en mi garganta.
Las ganas de que me penetrara subieron como un torrente, un ansia brutal que me atravesó, imaginándolo dentro de mí, rompiendo todo, pero con ellas vino la culpa, un peso que se enroscaba en mi pecho, susurrando nombres que no quería oír: Israel, mi hija, mi vida fuera de este cuarto. "Fóllame", le pedí, mi voz rota saliendo entre jadeos, el líquido preseminal goteando por mi barbilla, pero él se apartó un instante, su pene saliendo de mi boca con un sonido húmedo. "Ese no era el trato", dijo, su tono cortante, y luego sonrió, oscuro, inclinándose más cerca. "Súplica, puta." Mi cuerpo temblaba, atrapado entre el deseo y el remordimiento, y un gemido se me escapó, el olor a sexo intenso y crudo llenando el aire, una nube que me mareaba.
De pronto, su móvil sonó, y él soltó un "joder" entre dientes, mirando la pantalla con fastidio. Era su mujer. Sus manos me agarraron por los hombros, empujándome hacia abajo hasta ponerme de rodillas en el suelo, el consolador vibrando aún dentro de mí. "Hazlo", gruñó, y yo, con un ansia que me quemaba, me metí su pene en la boca otra vez, chupándolo con brío, mi lengua danzando alrededor mientras el líquido preseminal me llenaba de nuevo. Él contestó, su voz firme pero tensa: "¿Qué quieres, cariño?" Hice más fuerza, succionando, el piercing en mi lengua rozando su carne, y él esquivó rápido: "Estoy trabajando, una reunión larga." Colgó con un golpe seco, su mano libre enredándose en mi pelo castaño, guiándome con más intensidad mientras mi vagina chorreaba sin control, el vibrador zumbando en el suelo donde lo había dejado.
El placer era un abismo, y yo caía sin fin, el consolador zumbando en mi ano, su pene en mi boca como una promesa que no cumplía. Pero después de la llamada, un nudo de celos me apretó el pecho: ¿cómo disfrutaría su mujer con él? Era guapo, su cuerpo firme, su rostro curtido con esa mezcla de rudeza y encanto que me tenía aquí, de rodillas. Los pensamientos me confundían, un torbellino de deseo, culpa y envidia que chocaba en mi mente mientras mi lengua seguía moviéndose, mi boca llena de él. Entonces, sus ojos se oscurecieron, y su respiración se aceleró, su mano apretando mi pelo con más fuerza. ¿Qué iba a hacer ahora que su mujer ya no estaba en la línea?
(Continuará...)
 
El consolador zumbaba en mi ano, la bola del tamaño de una bola de golf vibrando sin descanso, un placer que me desgarraba mientras estaba de rodillas, mi boca llena del pene de David, su sabor salado y caliente inundándome con cada movimiento de mi lengua. El piercing en mi lengua rozaba su carne, y el líquido preseminal goteaba por mi barbilla, un río que no podía contener. Mi vagina chorreaba, empapando el suelo bajo mí, el vibrador olvidado a un lado zumbando como un eco lejano. Su mano enredada en mi pelo castaño me guiaba con fuerza, su respiración acelerándose tras colgar a su mujer, y mi mente era un torbellino: celos por cómo ella disfrutaría de este hombre guapo, su cuerpo firme y su rostro curtido, mezclados con las ganas de que me penetrara y la culpa que me ahogaba. ¿Qué iba a hacer ahora que su mujer ya no estaba en la línea?
"¡Arriba, joder!", rugió, su voz un trueno que cortó el aire cargado de sexo, y con un tirón salvaje en mi pelo me arrancó del suelo, su pene saliendo de mi boca con un chasquido húmedo. Me levantó como si no pesara nada, sus manos ásperas agarrándome por los hombros, y me lanzó contra la cama con una fuerza que hizo crujir el colchón, dejándome boca abajo, vulnerable. "Quítatelo", ordenó, su tono brutal, y antes de que pudiera reaccionar, sus dedos se clavaron en mis caderas, arrancando el consolador de mi ano de golpe. Un relámpago de dolor y placer me atravesó, algo de sangre goteando de mi ano, pero me daba igual, mi cuerpo cediendo, complaciente, temblando bajo su dominio. "Fóllame", supliqué, mi voz rota, y no paré, "por favor, fóllame, métemelo ya."
"Calla, puta", gruñó, y me dio la vuelta con un movimiento feroz, dejándome boca arriba, sus manos abriendo mis piernas con violencia. Su pene, duro y chorreante, se restregó en la entrada de mi sexo, deslizándose contra mi vagina chorreante, torturándome mientras yo seguía suplicando, "fóllame, por favor, lo necesito, métemelo." La sangre del ano manchaba las sábanas, pero no me importaba, solo quería que me follara, mi cuerpo entregado, mi mente rota por el deseo. Él me abofeteó, una palma dura contra mi mejilla que me hizo jadear, y el calor de la cachetada me puso más cachonda, mi vagina palpitando más fuerte. "Súplica más", rugió, abofeteándome otra vez, y yo obedecí, "fóllame, por favor, hazlo ya," mi voz temblando, complaciente bajo su furia.
Entonces, sin aviso, me la metió, su pene entrando en mí de un solo empujón, profundo y brutal, sin condón. No me di cuenta al principio, pero cuando lo sentí, crudo y caliente dentro de mí, me dio igual, el placer eclipsando todo, los celos por su mujer, la culpa, el riesgo. Grité, mi cuerpo arqueándose, el piercing en mi lengua chocando contra mis dientes mientras él embestía con una agresividad que me deshacía. "Así, puta", gruñó, sus manos apretando mis caderas, marcándome, y mi vagina lo acogió, chorreando sin control. El placer era un abismo, y yo caía sin fin, pero entonces, su respiración cambió, un jadeo más rápido, y sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad nueva. ¿Qué iba a hacer ahora que estaba dentro de mí?
(Continuará...)
 
Su pene estaba dentro de mí, duro y crudo, embistiendo con una furia que me deshacía, cada golpe un relámpago que me partía en dos. Mis piernas temblaban, débiles bajo su peso, pero buscaba más y más, mi cuerpo arqueándose contra él, ansioso por cada embestida, el placer consumiéndome mientras el dolor me atravesaba. El ano seguía sangrando, abierto tras el consolador arrancado de golpe, un calor húmedo que manchaba las sábanas, pero me daba igual, mi mente rota por el deseo, mi vagina chorreando sin control alrededor de él. David se volvía cada vez más agresivo, sus manos clavándose en mis caderas, sus uñas marcando mi piel, y yo estaba más cachonda, atrapada entre el dolor y el placer, un torbellino que me llevaba al borde. ¿Qué iba a hacer ahora que estaba dentro de mí?
"¡Toma, puta!", rugió, su voz un trueno que resonaba en el aire cargado de sexo, y una de sus manos voló a mi cara, abofeteándome con fuerza, el ardor en mi mejilla encendiendo un fuego que me hizo gemir, el piercing en mi lengua chocando contra mis dientes. Mis piernas temblaron más, casi cediendo, pero las abrí aún más, complaciente, suplicante, mi cuerpo entregado a su violencia. "Fóllame más fuerte", balbuceé, mi voz rota por el ansia, y él obedeció, sus embestidas volviéndose salvajes, cada una sacudiéndome, el ano sangrando más, el dolor mezclándose con un placer que me nublaba la vista. Los celos por su mujer, guapa o no, se desvanecían, su rostro curtido y atractivo sobre mí era todo lo que veía, y la culpa de antes era un eco lejano, ahogada por esta danza brutal.
Me abofeteó otra vez, el sonido seco resonando en la habitación, y mi vagina se apretó alrededor de su pene, chorreando más, el calor subiendo mientras yo gemía, cachonda hasta el delirio. "Más, por favor, no pares", supliqué, mi cuerpo temblando, buscando cada golpe, cada embestida, el ano abierto palpitando, la sangre goteando como un sacrificio que no me importaba ofrecer. Él gruñó, su agresividad escalando, y me levantó por las caderas, poniéndome a cuatro patas con un movimiento feroz, su pene saliendo un instante solo para volver a entrar con más fuerza, desgarrándome. Mis piernas apenas me sostenían, temblando como hojas, pero yo empujaba contra él, más y más, perdida en el placer que el dolor alimentaba.
El aire olía a sexo y sangre, una nube espesa que me mareaba, y mis pechos, con los piercings oscilando, rozaban las sábanas, amplificando cada sensación. David jadeaba, su respiración entrecortada, y entonces, su mano bajó al vibrador en el suelo, levantándolo con un zumbido que cortó el silencio. "¿Quieres más, eh?", rugió, y antes de que pudiera responder, lo acercó a mi sexo, rozándolo contra mí mientras seguía embistiéndome. ¿Qué iba a hacer con eso ahora que me tenía al límite?
(Continuará...)
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo