La propuesta

David Lovia

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Hola!
Os dejo por aquí el primer capítulo del nuevo libro que estoy escribiendo, a ver si os gusta. Para el personaje principal de Beatriz me he inspirado fisicamente en Mar Saura.

Un saludo
 

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Capítulo 1


Llegamos veinte minutos antes de la hora del evento y el parking privado ya estaba abarrotado de coches. Cayetana aparcó su precioso Audi Q2 blanco que le habían regalado sus padres y nos dirigimos a la entrada de la mansión de Hans y Beatriz.

Nos abrió una chica del servicio y dentro estaba casi toda la familia al completo. Los Beguer.

Más de sesenta personas en la casa de lujo que se habían construido los anfitriones; el empresario alemán Hans Meyer y su mujer, la arquitecta Beatriz Beguer.

Salimos al jardín, saludamos a los padres de Cayetana y luego fuimos a ver a sus abuelos; Fernando Beguer, cardiólogo, y María Sánchez, una de las primeras mujeres que estudió Medicina en España a finales de los 50. Ambos, a sus noventa y ochenta y ocho años, respectivamente, se mantenían en una forma estupenda.

Fernando y María habían tenido ni más ni menos que once hijos, seis hombres y cinco mujeres. Todos ellos ejercían la medicina y abarcaban un amplio abanico de ramas: cirujanos, dermatólogos, pediatras, neurólogos…

Y allí estaban todos en la fiesta, con sus respectivas parejas, hijos y pretendientes de estos. Cayetana era mi chica y, por supuesto, estudiaba Medicina. A sus veintiún años era una morenaza alta y esbelta, con el pelo muy largo y ojos azules. Deslumbraba por su belleza y era frágil y educada como una princesa. Fuimos saludando a todos sus tíos, primos y, por último, a la protagonista de la fiesta.

Beatriz.

Era la prima mayor de mi novia, la primera nieta de Fernando y María, y también la primera que había elegido estudiar otra cosa, ni más ni menos que Arquitectura, con lo que había roto la tradición familiar. Y no le había ido nada mal. Con treinta y ocho años era una de las mejores arquitectos del mundo y su estudio gozaba de gran prestigio internacional.

A mí me impresionaba mucho su belleza; sobre 1,70, pelo largo y castaño, ojos grandes, labios carnosos perfectos, pechos medianos. Lucía un vestido negro ajustado de manga larga con el que realzaba las curvas de las caderas y su precioso culo, que era inevitable mirar cuando pasabas a su lado.

¡Una mujer espectacular!

Se acercó a nosotros moviendo sus largas piernas con paso firme y una sonrisa en la boca.

―Cayetana, por Dios, cada día estás más guapa y más alta… no sé cómo lo haces ―le hizo un cumplido a mi chica dándole un fuerte abrazo.
―Tengo un buen espejo donde mirarme ―le contestó.
―Jorge, bienvenido. Siempre que os veo juntos me digo «qué buena pareja hacen»… ―Y me dio dos besos.
―Muchas gracias ―dije yo de manera tímida―. Bueno, felicidades, aunque hayan pasado ya un par de días.
―Gracias; y, por cierto, ¿dónde está la otra cumpleañera?
―Creo que todavía no ha llegado. Ya sabes cómo es mi hermana…
―No me puedo creer que vaya a llegar tarde a su fiesta de dieciocho aniversario…
―Es Marta, nos puede sorprender con cualquier cosa…
―No seas mala… Perdonad, chicos, que tengo que saludar todavía a unos cuantos invitados más. Luego os veo, pasadlo bien…

Efectivamente, así era Marta, hermana de Cayetana, la pequeña de la familia y la más díscola y rebelde. Cumplía dieciocho años y, aunque en los últimos meses se había asentado, les había dado a mis suegros unos cuantos quebraderos de cabeza. Empezó haciéndose un tatuaje con dieciséis años, que fue motivo de una crisis familiar, incluso dejó unas semanas el instituto; y al final llegaron a un acuerdo para que volviera e hiciera la EBAU, para después estudiar un grado en Nutrición Humana y Dietética.

Cinco minutos más tarde de la hora citada, Marta hizo su entrada triunfal con un chico imberbe que apenas tendría la mayoría de edad y fue presentando a su nuevo novio a todos los familiares. Ya estábamos acostumbrados a que cada mes estuviera con uno distinto, así que no nos sorprendió y, cuando les dio un efusivo beso a sus abuelos, vino con nosotros.

Cayetana y Marta no se parecían nada. No podían ser más distintas, ni en lo físico ni en el carácter; ni tan siquiera en la manera de vestir. Si Cayetana era todo dulzura, elegancia, prudencia y saber estar, Marta era su contrapunto; salvaje, aguerrida, con el pelo largo y suelto, cara muy aniñada. Se había puesto un vestido negro corto de tirantes y mostraba los más de diez tatuajes pequeños que ya tenía por los dos brazos.

Con sus botas militares desentonaba en aquella fiesta de pijos. Y si el culo de Beatriz llamaba la atención, el de Marta también era una puta obra de arte. Aficionada al deporte, llevaba dos años machacándose en el gimnasio y mostrando sus progresos en las redes sociales.

Aquel culo pequeño, duro y respingón era delicioso. Casi perfecto. Y la falda de su vestidito apenas lo tapaba. Con cualquier mínimo movimiento se le asomaba la parte baja de sus glúteos, y ya la había visto unas cuantas veces tirando de la tela para cubrirse.

―Hola, cuñado, has venido muy guapo, como siempre… ―Ya estaba acostumbrado a sus tonteos conmigo y, aunque al principio me chocaba y nos costó romper el hielo, ahora nos llevábamos muy bien.
―¡Felicidades! Has elegido un vestido perfecto para la ocasión…
―¿En serio te gusta? Pensé que iba a ser demasiado…
―Sí, estás guapísima… ―intervino Cayetana en tono irónico―. ¡Felicidades, hermanita!
―Este es Álex ―y nos presentó al chavalito, que no sabía ni por dónde le daba el aire.
―Hola ―dijo de manera tímida, estrechándome la mano como si la tuviera de plastilina.

Era muy guapete el niño, pero un flojo de narices que no le pegaba nada a Marta. Otro que le iba a durar cuatro días.

―Y esta es mi hermana…
―Ho… hola ―tartamudeó y el pobre le dio dos besos a mi chica.

Enseguida llegó el catering que los anfitriones habían contratado y nos fuimos sentando en las mesas tal cual nos habían organizado. Parecía una boda de lujo y tan solo estábamos celebrando el cumpleaños conjunto de Beatriz y Marta.

Y es que allí todo era glamour y opulencia. La mansión de Hans y Beatriz era llamativa. Formada por varios módulos cuadrados de color blanco con grandes cristaleras, había sido diseñada por la propia Beatriz, y no le faltaba de nada; siete habitaciones, gimnasio, sala de cine, pista de pádel, bodega, piscina exterior e interior…

Una pasada.

Se lo podían permitir perfectamente, pues Beatriz era una prestigiosa profesional que ya se movía en círculos muy exclusivos; y Hans tenía tantos negocios que ni él mismo sabía el dinero que amasaba.

El empresario alemán era un tipo muy peculiar. Bastante mayor que su mujer, rondaba los cincuenta y cinco y, al igual que a Marta, siempre se le había considerado la oveja negra. Les costó a los Beguer admitir a Hans en la familia, y es que no eran pocos los negocios de dudosa honorabilidad en los que estaba metido; incluso se había visto envuelto en un par de casos de corrupción que le llevaron a los tribunales, y, aunque finalmente quedó absuelto, siempre planeaba la sombra de la duda sobre él.

Para desenvolverse tan bien en los negocios, y con los contactos que tenía, no me cabía duda de que tenía que ser un hijo de puta; sin embargo, Hans tenía cara de buena persona; un rostro serio y curtido. Apenas hablaba y cuando lo hacía era muy curioso ese español con acento alemán. Solía esbozar una media sonrisa y llevaba su pelo canoso engominado hacia atrás.

Desde luego que formaba una pareja peculiar con Beatriz. No pegaban para nada, pero ya llevaban muchos años juntos; once, aproximadamente, y nueve de casados.

La comida fue un éxito. No faltó ni un detalle y ya les gustaría en muchas bodas comer la mitad de bien de lo que lo hicimos nosotros. Y después llegó la hora de los regalos.

Marta y Beatriz se quedaron de pie en una mesa y abrieron pacientemente todos los paquetes que les fuimos entregando. La prima mayor y la pequeña de la familia. Otras dos que no podían ser más distintas. Beatriz, con su elegante vestido y educación exquisita, y a su lado, Marta, más bajita, con pintas de niñata consentida, que tenía que estar tirando continuamente de la falda de su vestidito para taparse su culazo.

Luego le sacaron una gran tarta y un número 18 gigante a Marta y se hizo cientos de fotos para inmortalizar ese día tan especial para ella.

Después teníamos vía libre para disfrutar de la casa y las instalaciones, pero antes una de las primas mayores de Cayetana, que se había casado hacía un par de años, anunció que estaba embarazada y todos felicitamos a la feliz pareja. Fue un final de fiesta perfecto.

Se formaron varios grupos; unos cuantos para jugar al pádel; otros para ver una película en la sala de cine; la mayoría se quedaron en la sombra, debajo de los árboles tomando un refresco y charlando con algún familiar; y otros decidieron darse un chapuzón en la piscina.

No es que hiciera un día demasiado caluroso para estar a principios de junio, pero a mí era la opción que más me apetecía. Aunque no había traído bañador, cosa que sí que habían hecho unos cuantos primos de Cayetana, que habían sido más previsores que yo.

Así que me quedé a la sombra con mi novia y sus padres, tomando una Coca-Cola hasta que se acercó Marta con su chico.

―Mamá, ¿me has traído la mochila?
―Sí, está en el coche.
―Joder, podías haberla metido en casa ―protestó Marta.
―Habla bien ―intervino su padre―. Toma las llaves del coche y ve tú a por ella…
―Trae… ―Y poco menos que se las arrebató de la mano, y se dio media vuelta sin tan siquiera despedirse.

No sabía qué había en la mochila, pero no tardé en descubrirlo, pues, a los diez minutos, Marta regresó en biquini con una toalla en la mano, acompañada por su novio también en bañador, y le devolvió la llave a su padre.

―Jorge, ¿no vienes a darte un baño? ―me preguntó de manera descarada delante de todos.

Ni me atreví a mirarla bien, pero aquel biquini blanco desde luego que no parecía nada apropiado para esa fiesta tan familiar.

―No, eh, estoy bien aquí; además, no he traído bañador…
―Por eso no te preocupes, Hans y Beatriz tienen unos cuantos nuevos para estas ocasiones…
―Puede que luego…
―Ahora se lo digo a Beatriz…
―No, de verdad, no te molestes…
―Que no es molestia.
―¡Vale ya! ―gritó Cayetana, a la que solo su hermana pequeña conseguía sacar así de quicio en tan pocos segundos―. Te ha dicho que no…

Marta y su noviete se alejaron de nosotros con una sonrisa traviesa en la boca y vi que se dirigía a hablar con Beatriz, que ya se había cambiado de ropa y se había puesto unos bonitos shorts azul marino y una blusa blanca sin mangas. Iba hablando con todos los invitados de su fiesta y al poco se sentó con nosotros, con un sugerente cruce de piernas.

―Ey, Jorge, me ha dicho Marta que querías darte un baño; mira, habla con Sonia, aquella chica del servicio que está allí, y ella te dará unos cuantos bañadores y alguna camiseta. Elige el que más te guste. Está todo sin estrenar…

Miré a mi novia y afirmó con la cabeza, dándome su visto bueno. Tampoco es que tuviéramos nada mejor que hacer.

―¿No te vienes? ―le pregunté a Cayetana.
―No, no me apetece, pero tú vete y pásalo bien…

No tardé nada en cambiarme y me acerqué a la zona de la piscina. Allí estaban unos cuantos primos de mi chica con sus parejas y Marta y su novio.

―Al final te has animado, ¿eh, Jorge? ―me dijo mi cuñada―. Haces bien, no sé cómo puedes aguantar esas conversaciones familiares aburridas e interminables como mi hermana…

Me llamó la atención que, aunque la edad de las chicas que estaban en la piscina oscilaba entre los dieciocho de Marta y los treinta y dos de una de sus primas, casi todas llevaban bañador de cuerpo entero y solo dos chicas de veintitantos se habían atrevido a ponerse biquini. Y otro dato curioso es que ninguno de los allí presentes tenía ni un solo tatuaje. Desde luego que eran una familia de las que pueden llamarse tradicionales.

Y después estaba Marta.

Salió del agua con su biquini blanco y vino hacia mí. En la parte de arriba tenía dos triángulos que ocultaban sus pequeños pechos, y la braguita era de tipo brasileña, casi como un tanga, y la cabrona lucía su culazo medio desnudo, orgullosa de sus duros glúteos.

―Venga, vamos, al agua. ―Y me agarró del brazo para lanzarme ante la atenta mirada del resto de familiares.
―Déjame, Marta, que me vaya metiendo poco a poco, que tiene pinta de estar helada…

Y de un fuerte tirón se abrazó a mí y caímos los dos juntos a la piscina.. Otra vez esbozó su media sonrisa y después regresó con su novio, que no se había perdido detalle de la escena. Yo salí rápido y me quedé sentado a la orilla, de medio lado, echando la cabeza hacia atrás, con el pelo empapado, y me recosté para tomar el sol.

Sorprendí a un par de primas de Cayetana mirando mi cuerpo y reconozco que a mí también me gustó lucirme y sentirme deseado. Pues sí, tenía buen cuerpo, no había día en el que no practicara deporte. Era el capitán del equipo de fútbol de la Facultad de Telecomunicaciones y mi tableta de abdominales estaba más marcada que nunca.

Marta se acercó nadando hasta mí y apoyó los codos en el bordillo.

―Perdona, Jorge, espero que no te haya molestado…
―Pues claro que no ―respondí sin mirarla, pero sintiendo que ella tenía su vista puesta en mi abdomen.
―¿No te metes al agua?
―Estoy bien aquí…
―Madre mía, ¡qué suerte tienen algunas! ―cuchicheó Marta.

Me dio un poco de vergüenza el tonteo que se traía conmigo delante de sus familiares y yo intenté no darle importancia. Como si se tratara de una broma entre nosotros, pero el asunto se puso más feo cuando Marta salió del agua y se tumbó junto a mí, pero al revés; es decir, con la cabeza hacia mis pies.

―Si es que Dios le da pan al que no tiene hambre ―susurró ese comentario añejo lo suficientemente alto para que yo lo escuchara. Un dicho que bien podrían haber pronunciado sus abuelos.

Yo miré hacia abajo y, joder, allí tenía su culazo, delante de mí, cubierto por una pequeña braguita blanca que se perdía entre sus glúteos. Lo tenía tan cerca que, si estiraba el brazo, podía acariciarlo sin tan siquiera inclinarme.

Cayetana y sus padres se encontraban relativamente lejos, como a unos ochenta metros, y no creo que se estuvieran percatando de lo que sucedía en la piscina; casi mejor, porque la situación era un poco violenta. Me giré hacia el otro lado, en el que unos cuantos estaban muy atentos a lo que hacíamos; y luego el noviete de Marta me miraba como si tal cosa, con una expresión de empanado bastante neutral.

No me había gustado la última frase de Marta, pues eso es que conocía datos íntimos de la relación entre su hermana y yo, y decidí terminar con aquel jueguecito absurdo dejándome caer al agua y haciéndome unos largos para tratar de calmarme.

Regresé con Cayetana y sus padres y, en cuanto comenzó a anochecer, Beatriz y Hans pidieron algo de comida rápida para todos; pizzas, perritos y hamburguesas, e hicimos una medio cena antes de la fiesta final.

Y otra vez Marta fue la protagonista. Montaron una especie de photocall y contrataron a un DJ que comenzó a amenizar la velada. Beatriz era la encargada de que todo estuviera perfecto y comprobé que había vuelto a cambiarse de ropa. Esta vez llevaba unos pantalones de cuero con una cremallera debajo y zapatos de tacón y una blusa de seda rosa metida por dentro, con la que no podía estar más guapa.

Hasta una especie de barra libre habían contratado, aunque la mayoría de los jóvenes no probó el alcohol. Todo lo contrario que Hans, que se bebía los whiskies como si nada, uno detrás de otro. Me hizo gracia verle hablando con Marta. Curiosamente siempre se habían llevado muy bien y Cayetana tenía envidia de esa relación, porque me decía que su hermana pequeña era la favorita de Hans y Beatriz.

Y pudiera ser que tuviera razón, aunque a mí no me sorprendía que tuvieran tanta afinidad, porque desde luego que los dos eran los «incomprendidos» de la familia.

Yo no podía dejar de mirar a Beatriz, moviéndose de lado a lado, comprobando que todo estuviera perfecto, con esos ajustados pantalones de cuero y yo veía cómo todos le procesaban una admiración digna de estudio a la imponente arquitecta. Ese fue el momento en el que me di cuenta de que Beatriz era el centro de gravedad de toda la familia, la más carismática, el nexo entre las tres generaciones.

La jefaza de los Beguer.

Esa mujer imponía a cualquiera no solo por su físico, es que era TODO: cómo hablaba, la seguridad con la que se movía, el control absoluto que tenía de la situación; y sin conocerla ya se podía deducir que era una persona exitosa.

Y además de todo eso, luego estaba su belleza.

Otra vez se había dejado el pelo suelto, se le marcaba la silueta de sus pechos por debajo de la tela de seda y lo mejor era el culo que le hacían esos pantalones. ¡No podía estar más buena y tener más glamour!

No tenía nada que ver con Hans y me pregunté qué es lo que una mujer como Beatriz habría visto en el alemán, aparte del dinero, porque ella tenía don de gentes y su marido apenas hablaba con nadie;, solo esbozaba ese sonrisa enigmática, estudiando el comportamiento de todos los presentes.

Cuando me giré hacia él, me sobresalté al darme cuenta de que me estaba vigilando con atención. Debía haberme visto mirar descaradamente a su mujer y me ruboricé al instante, pero eso no pareció molestarle, más bien al contrario, pues levantó el vaso en mi dirección y me pidió que me acercara a él.

Caminé despacio por detrás de los familiares que botaban al ritmo de la música del DJ y llegué a la altura de Hans.

―¿Me ayudas a subir todos los regalos y los dejamos en una habitación? Tú puedes cargar con unos cuantos, que estás muy fuerte… ―dijo con su extraño acento alemán.
―Eh, sí, claro, sin problemas…

Subimos las escaleras que daban a las habitaciones de arriba y dejamos todos los paquetes en un cuarto vacío. La música retumbaba dentro de la casa y, cuando me dirigí a la escalera para bajar al jardín, Hans volvió a llamar mi atención.

―¿Podemos hablar un momento? ―me pidió.
―Sí, claro, ¿puedo saber de qué…?
―Va a ser poco tiempo, te prometo que no me voy a demorar mucho; y tranquilo por el DJ, lo tenemos contratado tres horas, así que vas a tener tiempo de bailar hasta que te canses.
―No, no es por eso…
―Acompáñame a mi despacho, por favor…

Y entramos en aquel cuarto enorme con una mesa en el centro, y Hans me pidió que tomara asiento en unos butacones que había y cerró la puerta. Yo me senté, estaba bastante tranquilo al principio, pero, al ver aquella oficina tan grande y sobria, cuando menos nació en mi interior una pequeña intranquilidad, pues jamás había hablado con él en privado.

¿Qué es lo que querría de mí este hombre?
 
Pues ahí está el primer capítulo de La propuesta, ya sé que hay demasiados nombres al principio, pero es necesario para la presentación de los personajes.

¿Os ha gustado?
Conociendote pinta bien, pero vaya, siento que le falta algo al primer capítulo, para lectores que nunca te han leído, creo resultaría un poco complicado engancharse. Del resto, muy bien escrito.
 
Pues ahí está el primer capítulo de La propuesta, ya sé que hay demasiados nombres al principio, pero es necesario para la presentación de los personajes.
¿Os ha gustado?
Tiene pinta de que Hans le va a proponer que haga algo sexual con Beatriz.
Tiene buena pinta desde luego.

Sí, tiene buena pinta, pinta de que nos harás sufrir como condenados. :p;)

Como sea, DL, siempre es bueno leerte. :dancer1:
 
Aquí estaré hasta que lea la palabra FIN..
cierto que al principio son muchos nombres, un par de veces volví al inicio para centrarme, a medio relato, ya tienes controlados a los personajes
 
Última edición:
Sí, tiene buena pinta, pinta de que nos harás sufrir como condenados. :p;)

Como sea, DL, siempre es bueno leerte. :dancer1:
Bueno, pero al menos aquí parece que el corneador va a ser el protagonista y yo lo prefiero.
Si la mujer protagonista es Beatriz y el título ya te está dejando caer que le va a pedir algo con ella, está claro que al menos el protagonista es el corneador y así se sufre menos.
 
Capítulo 2



Lo primero que pensé fue que me iba a reprochar el haber estado mirando a su mujer. Hans no parecía tener mucha prisa en comenzar a hablar. Se notaba que ya se había tomado unas cuantas copas y lo que más me preocupaba era que se encontraba un poco alterado, algo raro en él y eso hizo que me pusiera más nervioso, pues el alemán solía ser frío como el hielo.

Cogió dos vasos de cristal de un mueble bar y sirvió un par de whiskies de una botella que estaba por la mitad. Vino a la mesa con los vasos y dejó uno en mi lado.

―No, gracias, yo no bebo alcohol, y menos un whisky así, a palo seco, sin Coca-Cola, ni hielo ni nada ―intenté excusarme.
―Prueba esto, tú hazme caso ―afirmó mirando su vaso y tomó asiento frente a mí, con su sobrio traje negro, como a unos dos metros del butacón en el que me había sentado..

Cada minuto que pasaba me ponía más y más atacado de los nervios. No entendía qué hacía en ese majestuoso despacho con el marido de Beatriz, era muy extraño. Claro que había hablado alguna vez con Hans, pero jamás en privado y mucho manos así, los dos apartados.

Se escuchaba la música en el jardín y, después de pegarle un trago a su licor, Hans comenzó a hablar, rompiendo el tenso silencio de la estancia.

―Qué tranquilidad, aquí, sin tanto agobio de gente, ¿no te parece?
―Sí, aunque supongo que debería bajar; Cayetana me estará buscando…
―No te preocupes, hombre, puedes estar diez minutos sin ella, ¿no?
―Lo decía porque me estará bus…
―¿Y qué tal te van los estudios? ―me interrumpió Hans sin dejarme terminar la frase.
―Eh, bien, bien… ahora tenemos en estas dos semanas los exámenes finales y luego a disfrutar el verano…
―Se te ve un chico inteligente y organizado, seguro que ya los tienes preparados.
―Sí, es un trabajo que hay que ir haciendo todo el año…
―Telecomunicaciones es una carrera complicada y, además, ser el número uno de la promoción, como tú, no debe ser nada fácil…
―No sé si seré el uno, por ahí por ahí andamos… cerquita.
―Y para el año que viene ya terminas.
―Sí, me quedaría el proyecto también… y luego presentar un trabajo de grado.
―Lo tienes todo, enhorabuena. Buen físico, deportista, listo, inteligente, estudiante, trabajador, serio, educado… Me encantaría felicitar a tus padres por el gran trabajo que han hecho contigo… ¿Tienes hermanos?
―Sí, uno pequeño…
―¿Y también es tan buen estudiante como tú?
―Sí, aunque él se ha decantado más por la rama empresarial.
―Para seguir el negocio de tus padres…
―No, exactamente, ninguno de los dos nos vamos a hacer cargo y es triste…; cuando se jubilen dentro de unos años, tendrán que cerrar la tienda.
―Es una pena escuchar eso, un negocio familiar de tantos años, con una repostería tan exquisita.
―Sí, pero es muy esclavo ―le expliqué yo―. Mis padres llevan años y años sin parar de trabajar…

Me sorprendió que sacara ese tema. Mis padres regentaban una panadería familiar que llevaba años funcionando y era muy famosa en la ciudad, y me supuse que quizás podría estar interesado en hacerse con el local y continuar con el negocio. Esa sería la explicación de por qué quería hablar conmigo en privado, para tantearme sobre este asunto.

―Tus abuelos también viven… ―dijo Hans.
―Sí, pero ellos ya no van por la repostería desde hace muchos años…
―¿Son muy mayores?
―Entre 80 y 75 los cuatro. La verdad es que están estupendos de salud.
―Entiendo. Y bueno, te estarás preguntando por qué quería hablar contigo, ¿no? ―comentó dándole otro trago profundo hasta el final.

Se puso de pie y se acercó despacio al mueble bar para servirse otro whisky.

―¿Quieres…?
―No, no, ya estoy servido ―afirmé mostrando mi vaso y después mojándome los labios. No me apetecía nada beber aquello a palo seco.

Hans regresó enseguida a su butacón y reanudó la conversación.

―¿Qué opinión te merece mi mujer? ―soltó de golpe.
―¡¿Beatriz?!
―Claro, o es que tengo más mujeres y no me he enterado, ja, ja, ja ―hizo una pequeña broma el alemán.

Desde luego que la pregunta era comprometida y me pilló por sorpresa. No sabía qué quería que le contestara realmente; si se refería a ella como persona, como profesional o si quería que hablara sobre su físico… Y es que cualquier cosa que dijera se podría malinterpretar por su parte, así que fui con pies de plomo.

―No entiendo la pregunta…
―Pues es muy fácil, ¿qué opinas de Beatriz?
―No sé…, es una gran profesional. He leído que es de las mejores arquitectas del mundo, ¿no?
―Sí, podría ser la mejor, pero no me refería a eso…, ¿qué te parece como persona?, por ejemplo…
―Pues muy simpática, correcta, educada, con clase… Se nota que todos en la familia le tienen gran admiración, sobre todo Cayetana; vamos, tu mujer es todo un referente para ella.
―¡Ay, Cayetana! Hacéis muy buena pareja, ¿sabes?, seguro que os lo dicen mucho, pero es cierto. Yo, en cuanto os vi juntos. le dije a Beatriz «este va a ser ya su novio definitivo».
―Muchas gracias.
―¿Y físicamente te parece atractiva?
―¡¡¿Beatriz?!!
―Sí, claro. Beatriz.

¿Qué clase de pregunta era esa?

Esta vez sí que tuve que beberme el whisky. Me estaba preguntando sobre el aspecto de Beatriz. Su mujer. Y podría haber sido sincero y decirle que era muy guapa y que me imponía mucho. Demasiado. Que a la mínima oportunidad me encantaba observar cómo se movía, sus largas piernas, sus increíbles caderas y su majestuoso culo, por no hablar de sus delicados brazos y esos pechos tan apetecibles.

Desde luego que Hans era un tipo muy afortunado por poder estar con una mujer así.

―Es obvio que es muy guapa…, lo puede ver cualquiera, pero, perdona, Hans, no me siento muy cómodo hablando de Beatriz contigo…
―Lo siento, Jorge, no quería incomodarte…, y te seguirás preguntando el porqué de esta charla informal entre nosotros ―dijo levantando el brazo para hacer un brindis forzado―. Deja que te cuente una cosa. ―Y se puso cómodo en el butacón.

Le miré atento y después al reloj, como si tuviera prisa, pero Hans no me hizo mucho caso y comenzó a hablar con la mirada atenta en su vaso y dando vueltas al licor que había en él.

―Conocí a Beatriz hace once años, no viene mucho al caso, pero es por ponerte un poco en antecedentes. Por aquel entonces ella tenía veintisiete y todavía no era la arquitecto que es hoy en día, aunque ya empezaba a llamar la atención y solo necesitaba un empujoncito. Coincidimos en una cena de negocios, por un amigo en común, y me quedé prendado en cuanto la vi. No solo fue su belleza, que es evidente, fue su personalidad tan arrolladora, cómo vestía, su carisma, la ilusión que transmitía cuando se puso a hablar de su proyecto en Abu Dabi, y yo podía proporcionarle varios contactos allí, pues tenía unos cuantos negocios. No te creas que fue amor a primera vista… al menos por su parte. ―E interrumpió su relato degustando el whisky y haciendo una breve pausa de veinte segundos―. Yo me enamoré de ella ese primer dia, pero Beatriz ni tan siquiera se fijó en un hombre como yo, de cuarenta y cuatro años, que le sacaba diecisiete y que acababa de salir de un divorcio. Me costó unos cuantos viajes con ella a Abu Dabi y Emiratos Árabes, e invitarla a cenar en los mejores restaurantes de Madrid para que Beatriz me viera de una manera distinta. Ya te digo que los primeros meses solo era el tío con pasta que podía ayudarla en su proyecto, aunque eso fue cambiando poco a poco. Soy muy persuasivo cuando quiero, y, bueno, una cosa llevó a la otra y aquí estamos, once años después. Nos casamos hace nueve, tú eras muy joven y todavía no conocías a Cayetana. Y la verdad es que no puedo estar más agradecido por la vida que he tenido. En lo personal y en lo empresarial. La familia de Beatriz terminó aceptándome a regañadientes, aunque sé que todavía no les caigo muy bien, tengo muy buena psicología con las personas y yo para ellos siempre seré el empresario corrupto alemán y estaré bajo sospecha permanentemente. En fin, que me desvío del tema, ya estoy terminando, eh, perdona…
―No pasa nada, pero sí debería ir bajando con…
―Solo hay una cosa que nos ha impedido ser plenamente felices. Beatriz está muy centrada en su trabajo, pero desde hace tres años estamos intentando ser padres y no lo hemos conseguido…
―Vaya, lo siento…
―Nos hicimos analíticas, todo tipo de pruebas y los médicos consideraron que la opción más fiable para que Beatriz se quedara embarazada era la inseminación artificial. Era un problema más mío que de ella; yo tampoco pude tener hijos en mi anterior matrimonio… ―Y volvió a beber apesadumbrado, cada vez en un estado más evidente de embriaguez―. Después de un año y de varios intentos, estuvimos muy cerca de conseguirlo; se quedó embarazada, pero al final Beatriz tuvo un aborto cuando llevaba dos meses de gestación y aquello fue muy duro para ella.

Todo lo que me estaba contando Hans me parecía muy personal y todavía no entendía qué es lo que pintaba yo en toda esa historia. Quizás solo me estaba usando para desahogarse.

―Lo dejamos estar unos años. Beatriz pasó un bache tremendo, estuvo a punto de caer en una depresión y yo no podía pedirle que volviera a pasar por eso; las pruebas, hormonarse, los pinchazos del tratamiento…, pero se recuperó rápido y ahora está en su mejor momento profesional. Hace poco quise volver a abordar el tema con ella y se negó en rotundo; además de que son una familia muy tradicional, no estaba dispuesta a volver a pasar por ese infierno y me sugirió que lo olvidara. A mí personalmente me da igual tener hijos o no, pero yo sé que Beatriz lo pasa muy mal. En cada reunión familiar una prima suya más joven anuncia su embarazo y mi mujer se alegra mucho por ella, pero luego por la noche, a solas, yo siento ese sufrimiento. Todas las primas que se han casado tienen hijos o están embarazadas, y después de lo hoy… me ha dado mucha pena mi mujer. Va a ser una noche muy dura para ella cuando se apaguen las luces y la música de la fiesta.
―Siento mucho todo eso…, espero que lo podáis solucionar de alguna manera…
―Espera, no te vayas… lo que te quería decir es que Beatriz no va a volver a pasar por ninguna clínica de fertilidad ni a someterse a ninguna fecundación artificial, jamás; pero todavía hay una opción de que ella cumpla su sueño.
―¿Ah, sí?
―Sí, ella físicamente está bien, de hecho es muy fértil según las pruebas que hicimos y estamos buscando a alguien que… ―dudó unos segundos― acepte ayudarnos a conseguir nuestro objetivo, ¿lo entiendes, Jorge? Estamos buscando un donante para Beatriz.
―¿En serio? ―pregunté alucinado con lo que acababa de escuchar.

Y de repente soltó aquella frase, que me dejó helado.

―Y tan en serio, y no creo que haya un mejor candidato…
―¿Mejor candidato que quién…?
―Pues quién va a ser, Jorge, lo tengo delante, esa persona que estamos buscando eres tú…
 
Muchas gracias por compartir tu nuevo relato. Original y con muy buen pinta. Saludos
 
Pinta muy bien la historia…
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Capítulo 3



Sobre la una de la madrugada, nos despedimos de Marta y de su novio a la salida de la mansión. A los padres de mi chica no les hizo mucha gracia ver la pequeña moto en la que se iban a ir y les pidieron por favor que tuvieran mucho cuidado. Se pusieron un casco y Marta tuvo que anudarse una sudadera en la cintura para poder sentarse detrás, o se le hubiera visto todo el culo al hacerlo.

―¿Ya vas para casa? ―le preguntó su madre.
―No, hemos quedado con unos amigos de Álex…
―De acuerdo, pero no llegues muy tarde…
―Que sí, mamá, hasta luego…

Se agarró a la cintura del imberbe y él aceleró a toda velocidad. Nosotros también nos despedimos de sus padres y me monté en el coche de Cayetana. Se formó una buena fila de vehículos que salían de la fiesta y mi novia se dispuso a llevarme a casa, aunque yo tenía otros planes.

La noche había sido muy intensa y me apetecía pasar un rato con ella. Cayetana condujo hasta mi casa y le pedí ir a un lugar más tranquilo, colocando una mano en su muslo. Ella enseguida captó mis intenciones, pero no se desvió del camino y aparcó justo enfrente de donde yo vivía. Me incliné sobre ella y le di un beso en la boca y después acaricié su pecho por encima del vestido.

―Podríamos ir a otro sitio… hoy tengo muchas ganas ―le sugerí.
―Lo sé, Jorge, pero ya sabes que en el coche no me gusta.
―¿Por qué?
―Te lo he dicho muchas veces, ¡me parece muy vulgar!
―Jo, Cayetana, es que hoy no tenemos otra alternativa: no podemos subir a mi casa, están mis padres; y en la tuya lo mismo; entonces, ¿qué hacemos?
―El finde que viene nos vamos a La Casona, solos…
―¿Y me vas a hacer esperar una semana entera?
―No sé, Jorge, no se me ocurre otra cosa.
―Hoy me apetecía estar un ratito contigo.
―Y a mí también.
―Ya sé que en el coche no te gusta, pero por un día, no sé, podríam…
―No.
―¿Y en el portal?
―Por favor…
―Es que no quieres en ningún sitio, Caye… Tampoco vamos a hacer nada raro, solo quiero estar con mi chica. No es mucho pedir después de pasar todo el día con tu familia, ¿no?
―Jorge, esto lo hemos hablado más veces y sabes lo que…
―Porfa, solo un poquito, sé que a ti también te apetece…
―Sí, claro, pero es que en el portal no quiero, y en el coche tampoco.
―No quieres en el coche ni en el portal ni en ningún sitio…
―¡Jorge!
―Bah, da igual, no quiero discutir… y ya se me han pasado las ganas ―dije haciendo el amago de bajarme.
―No te enfades, no quiero que te vayas así…
―Perdona. ―Y le di un pico rápido en los labios antes de salir del coche.
―¿Mañana nos vemos?
―Sí, claro. Cuando llegues a casa, me das un toque.
―Vale. Anda, ven… ―me pidió abriendo su ventanilla.

Fui hasta allí y bordee el coche, me puse de cuclillas y nos dimos un beso sin que ella se bajara.

―Te prometo que la semana que viene en La Casona…
―Vale.
―Te quiero, Jorge.
―Y yo.
―Hasta mañana.
―Sobre las doce te paso a buscar.

Me incorporé y eché a andar en dirección al portal. Ni tan siquiera me giré para despedirme de Cayetana, aunque noté que ella se quedó en el coche, esperando a que lo hiciera. A mis veintidós años, decepcionado y caliente a partes iguales, entré sigiloso en casa y me metí en mi cuarto sin hacer mucho ruido. Había sido una noche de demasiadas emociones y me senté en la cama a ojear el móvil, esperando a que mi novia me hiciera una llamada perdida, señal de que había llegado.

Abrí el ********* y me salieron unas cuantas fotos de la fiesta, que ya había subido Marta. Casi sin querer, de manera automática, entré en su perfil y estuve ojeando sus fotos. Me gustaban especialmente unas del verano pasado, en las que estaba en biquini, con un tanguita minúsculo, y las miré con atención. Estuve muy tentado de acariciarme por encima del pantalón, pero no lo veía nada apropiado. Incluso en la intimidad me parecía muy obsceno masturbarme con las fotos de la hermana de mi novia. Nunca lo había hecho, aunque esa noche me apetecía más que nunca.

Veinte minutos más tarde recibí un whatsapp de Cayetana y descarté lo que me estaba tentando en la cabeza.

Cayetana 1:43
Ya estoy en casa
Siento lo que ha pasado esta noche
Prometo recompensarte
Te quiero mucho
Jorge 1:44
No pasa nada
Y yo también te quiero mucho
Hasta mañana



Quizás había sido un poco injusto con Cayetana. No se lo merecía. Ella fue muy sincera en ese aspecto cuando comenzamos a salir y ahora no podía exigirle otra cosa. Tenía una novia casi perfecta: guapa, alta, esbelta, educada, de buena familia, vestía con clase, estudiante de Medicina y, además, era buena persona.

En cuanto la conocí me encapriché de Caye y comenzar a salir con ella fue un regalo inesperado. No me esperaba que se fijara en el chico guapo de Telecomunicaciones cuando nos presentaron en una fiesta universitaria.

Y al poco de empezar a salir fue muy clara conmigo. Cayetana era virgen y quería llegar así al matrimonio. Sí, lo habéis leído bien. No había tenido sexo con ningún chico ni pensaba tenerlo hasta el día de nuestra boda. Ya os podéis suponer lo que supuso para mí escuchar esas palabras con tan solo veinte años y en plena efervescencia sexual.

Ella tenía firmes convicciones religiosas, se había educado en el cristianismo y estaba dispuesta a cumplir de verdad lo que dicta la Iglesia. Para Cayetana su virginidad era como un don, un regalo o una gracia hacía mí el día de su matrimonio, y ese sacramento alcanzaría la plenitud con el sexo y los futuros hijos. Me expuso con firmeza cómo saber esperar nos haría estar mucho más unidos y me pidió respetar esas creencias.

No supe ni cómo reaccionar cuando me contó sus planes. En principio no me lo tomé mal del todo, Cayetana me gustaba mucho y estaba muy enamorado de ella; pero, claro, según fueron pasando los meses, uno no es de piedra y ella tampoco, y ese instinto sexual cada vez nos costaba más aplacarlo.

Tampoco es que yo tuviera mucha experiencia. Había tenido dos novias antes y algún rollo de una noche, y la sola idea de no volver a follar hasta nuestra boda, que se presumía todavía bastante lejana, empezó a pesar mucho en mí, sobre todo en días como el que acababa de pasar.

Y luego estaba Marta. ¿Cómo podía ser que su hermana fuera tan distinta a ella?

Por la tarde no le había importado quedarse en biquini delante de todos sus familiares, con unas braguitas con las que mostró todo el culazo de una manera sexy y espontánea. Y a mí me tenía loco. Le encantaba provocarme y tontear conmigo, aunque yo, sabiendo que era una jodida niñata, no entraba en su juego.

Pero eso no era lo peor.

En cuanto me metí en la cama, se me vino a la cabeza la conversación que había tenido con Hans. Cuando escuché esa frase me quedé en shock.

Bloqueado.

«Estamos buscando un donante de semen para Beatriz y esa persona eres tú».

Pensé que era una especie de broma pesada o que Hans había perdido la cabeza a consecuencia del alcohol. Ni tan siquiera quise imaginarme lo que tenía en mente, y él siguió hablando y yo lo «escuché» con la mirada perdida, cogiendo frases y palabras sueltas.

«Beatriz ya tiene treinta y ocho años y no podemos esperar mucho más»; «Necesito que me des una contestación cuanto antes»; «Por supuesto, no tengo que decirte que esta conversación es privada y secreta y no le puedes hablar a NADIE de ella, ni tan siquiera a Cayetana»; «Yo te recompensaría económicamente, te pagaría muy bien; y tendrías que firmar unas cláusulas de confidencialidad».

Cada frase era más disparatada y surrealista que la anterior. Hans parecía tenerlo todo muy claro y siguió tratando de convencerme. Yo no sabía qué es lo que esperaba de mí; si quería que les donara mi semen, que los acompañara a una clínica. ¡¡La sola idea era una puta locura!!

Hans me estaba pidiendo que donara el semen para embarazar a Beatriz Beguer y tener un hijo, y solo nosotros sabríamos que sería mío.

Nervioso y con las manos temblorosas, una vez que fui recordando todo el contenido de la conversación, y, aunque no estaba interesado en absoluto en su propuesta, busqué información en internet sobre Beatriz. Venían varias fotos de ella y alguna entrevista y tenía claro que no estaba dispuesto a implicarme en un asunto así, por mucho dinero que me ofreciera su marido.

Lo mejor sería dejarlo correr, como si esa conversación no hubiera existido. Y con la adrenalina recorriendo mi cuerpo y unos nervios que me tenían alteradísimo traté de dormir. Pero dos horas más tarde seguía dando vueltas en la cama.

Cogí el móvil. Redes sociales. Revisé el correo, y en ********* más y más fotos de Marta. Y mi polla dura bajo el pijama.

«No, no lo hagas, cabrón».

Vuelta a las fotos de Martita en biquini y mis dedos recorriendo mi ombligo, a escasos centímetros de mi paquete.

«No, no, no».

Dejé el móvil en la mesilla y traté de pensar en otra cosa. Necesitaba correrme para calmar mis nervios y mi excitación, o no iba a poder pegar ojo en toda la noche. Entonces me acordé de Beatriz. Pajearme pensando en la hermana pequeña de mi novia lo consideraba inmoral, aunque acabara de cumplir la mayoría de edad, pero hacerlo con Beatriz era algo superior a mí.

Esa mujer era una locura y ya me había masturbado muchísimas veces fantaseando con su belleza. Entonces me imaginé que los acompañaba a una clínica de fertilidad. Íbamos los tres, Hans, ella y yo. Una amable enfermera me acompañaba a un solitario cuarto y me pedía que echara mi semen en un bote mientras Beatriz esperaba en una sala contigua, con las piernas abiertas, hasta que depositaran mi caliente esperma en su interior.

«¿Quieres esto?, ahora tengo mucho para ti», susurré comenzando a meneármela bajo las sábanas. No podía dejar de pensar en ella, imaginándomela en una camilla, desnuda de cintura para abajo, aguardando a que yo me corriera. Entonces me acordé de que en un mueble del salón mi madre guardaba un par de botes para una muestra de orina. Llevaban muchos meses allí y no los echarían en falta.

Salí lo más sigiloso que pude al pasillo y con la luz del móvil rebusqué en el cajón. ¡Bingo!, allí estaba el botecito con el tapón rojo. Regresé a la habitación con uno en la mano y casi a oscuras, dejé la iluminación justa con la pantalla del móvil para poder atinar en mi objetivo. Desenrosqué la tapa y lo dejé preparado.

Otra vez me saqué la polla y comencé a sacudírmela a toda velocidad. Esa fantasía tan absurda había conseguido ponérmela dura de verdad. Estaba excitadísimo, muy cachondo, y mi cabeza pensó que me encontraba en una fría sala de la clínica de fertilidad. Fantaseé con Beatriz, con sus largas piernas abiertas, y sentí que ya no podía más.

Situé el capullo a la entrada del bote y me la meneé con dos dedos por la base hasta que sentí un espasmo que me hizo temblar. Una potente eyaculación golpeó el plástico transparente y fui depositando mi semen en el interior del bote mientras susurraba: «Para ti, Beatriz, tómalo, esto es para ti».

Unos segundos más tarde puse la tapa del bote y me avergoncé de mí mismo. No podía ser que aquello me hubiera gustado tanto; y, además, no podía engañarme: ya sabía que el otro bote que estaba en el salón iba a correr la misma suerte que el que tenía entre las manos.

Había sido demasiado excitante y sentí que necesitaba recrear esa fantasía otra vez.

Al día siguiente fui a buscar a Cayetana, como le había prometido, y asistimos a misa junto a sus padres. Algo que hacíamos todos los domingos. Tuve que confesarme para poder comulgar, porque ya sabía que mi chica y mis suegros iban a hacerlo y a mí me sabía muy mal quedarme sentado en el banco. Luego me invitaron al vermut y nos despedimos a la hora de la comida.

Apenas pude estar a solas con Cayetana. Eso sí, cuando nos despedimos en privado me pidió perdón otra vez por lo que había pasado por la noche y me recordó que el siguiente fin de semana lo íbamos a pasar los dos solos en La Casona, una inmensa casa rural familiar que sus padres tenían para veranear

Con la excusa de los exámenes finales, Cayetana le había comentado a mis suegros que el siguiente finde íbamos a estar allí estudiando, en una especie de retiro, y ellos ya habían dado el visto bueno. Además, les había surgido un compromiso, por lo que era seguro que estaríamos sin compañía.

Solo tenía que esperar cinco días hasta que llegara el viernes para poder disfrutar de un fin de semana junto a mi chica. Lo que no me supuse es que no íbamos a estar tan solos como me había imaginado…
 
Está más que claro que el verbo "donar"que uso Hans para referirse a lo que necesitaba de Jorge para Beatriz, eventualmente deberemos complementarlo con "introducir", y que irá acompañado de algunos quejidos, gemidos, y quizás, uno que otro grito. ;):cunao1:
 
Está más que claro que el verbo "donar"que uso Hans para referirse a lo que necesitaba de Jorge para Beatriz, eventualmente deberemos complementarlo con "introducir", y que irá acompañado de algunos quejidos, gemidos, y quizás, uno que otro grito. ;):cunao1:
¿Pero de dolor o de placer? 😂🤣
 
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