Capítulo 4
Llegamos a la Casona sobre las seis de la tarde. Abrimos la puerta del garaje y Cayetana se dispuso a aparcar su Q2.
―¡No me lo puedo creer! ―exclamó mi chica.
Miré al fondo y, cuando la vista se acostumbró a la penumbra, me di cuenta de lo que pasaba. La moto de Álex estaba aparcada dentro y eso solo podía significar una cosa.
―¡La mato! ―dijo mi chica muy enfadada, bajando la maleta del coche.
Entramos en la casa por la puerta del garaje y justo pillamos a Marta en la escalera. Venía descalza de las habitaciones de arriba, tenía el pelo mojado y llevaba puesta una camiseta blanca larga, con la que nos mostraba sus bonitas piernas.
―¡No sabía que veníais!
―¡¡¿Qué haces aquí?!!, ¿has dicho algo en casa?
―Porfa, Caye, no se lo digas a papá…
―Ya te vale, Marta, es que siempre tienes que hacer lo que te da la gana. No puedes decir que te vas a la biblioteca y luego venirte a la Casona. ¿Y si te llega a pasar algo?
―Lo siento, no sabía que tú también…
―Sí, ya os lo había dicho, que este finde veníamos a estudiar, pero como siempre vas a tu bola. ¡No te enteras de nada!
―Solo hemos venido a pegarnos un baño… y, bueno…, a estudiar también, he traído los apuntes para la EBAU…
―Sí, ya…
―Te prometo que no os vamos a molestar, pero no se lo digas a nuestros padres, Cayetana; si se enteran de que he venido sin su permiso, me castigan todo el verano.
―No es problema mío.
Yo contemplaba atónito la discusión entre las dos hermanas, preguntándome qué llevaría Marta debajo de la camiseta y si la habríamos pillado follando con su noviete cuando llegamos. Estaba realmente sexy con el pelo húmedo y desde mi posición parecía que no llevaba sujetador bajo la tela. Cuando se ponía terca, siempre se tenía que salir con la suya, pero había topado con un hueso duro de roer, pues su hermana mayor tampoco era de las que daban su brazo a torcer.
―Podrías decirles que hemos venido con vosotros a estudiar, y te prometo que mañana por la mañana nos vamos. Solo nos quedaríamos esta noche. Si estoy contigo, a papá y a mamá no les importará.
―¿Cómo les voy a decir eso? No pienso mentir por ti; además, saben que veníamos solos. Vamos, que no pienso llamarles, así que terminad de «estudiar» y os vais para casa antes de cenar.
―Caye, por favor, deja que hable yo con ellos, te prometo que solo será esta noche. Les digo que lo hemos decidido sobre la marcha y que mañana volvemos en el autobús.
―Va a ser mejor que no se enteren de esto…
―¿No se lo vas a contar?
―Debería hacerlo, porque es lo que te mereces, pero no soy una chivata como te piensas…
―Pues espera un momento… ―Y Marta se dio medio vuelta, subió por la escalera y volvió a su habitación.
Regresó a los tres minutos con el móvil en la mano y, delante de nosotros, con todo el morro del mundo, llamó a sus padres.
―Sí, mamá, estamos en la Casona con Cayetana y Jorge… Noooo…, nos los hemos encontrado y nosotros también hemos venido a estudiar… Mañana regresamos en el bus, no te preocupes, vale, adiós… ¿Que te pase con Caye?
Mi novia empezó a negar con el dedo, pero Marta le cedió el teléfono y mi chica lo cogió con cara de pocos amigos.
―Hola, eh…, sí, mamá ―tartamudeó―. Sí, ya sabes, como ellos tienen la EBAU, al final se han venido con nosotros, pero solo esta noche… Vaaaaale…, no te preocupes, que síííííí…, venga, un beso, mamá… ¡TE VOY A MATAR! ―le recriminó a su hermana en cuanto colgó la llamada y le lanzó el teléfono, que Marta atrapó con habilidad.
―Muchas gracias, hermanita, ¡te debo una! ―Y bajó la escalera para darle un abrazo―. Y a ti también, cuñado ―dijo plantándome un sonoro beso en toda la cara.
―Hemos traído la comida justa para pasar el fin de semana ―le comentó Cayetana.
―Por eso no te preocupes. Nos acercamos ahora al pueblo con la moto y pillamos unas pizzas o algo. ¿Ves?, asunto arreglado…
―Sí, hija, tú todo los ves muy fácil ―protestó su hermana metiendo la pequeña maleta en su cuarto.
La Casona tenía seis habitaciones, tres en la planta alta y otras tres en la baja. Los padres de Cayetana tenían la suya en la baja, lo mismo que mi novia, y yo, cuando iba a pasar algún fin de semana con ellos, a pesar de que llevábamos dos años juntos, todavía me mandaban a dormir solo a alguna habitación de arriba. Aunque, si no estaban mis suegros, Cayetana no tenía inconveniente en que compartiéramos cama, como teníamos pensado hacer en esta escapada.
Ya dentro de la habitación, todavía siguió protestando mientras colocaba la ropa dentro del armario.
―Es que siempre se tiene que salir con la suya. Toda la vida igual con ella…
―Bueno, ya sabes cómo es Marta.
―Sí, por desgracia, sí. Con lo bien que íbamos a estar solos ―dijo Cayetana con tristeza, abrazándome y reposando su cabeza en mi pecho―. Nosotros no vamos a cambiar los planes por ellos, mmmm, qué temperatura más agradable hace en la casa, ¡con el calor que hace fuera!
―Se está fenomenal…
―Voy a preparar el salón y ¿nos ponemos a estudiar un par de horas?
―Perfecto, aunque antes tenía pensado darme un baño en la piscina…
―Sí, yo me lo daré después de cenar.
Y llegó ese momento incómodo de cambiarme delante de Cayetana. A mí no me importaba en absoluto, es más, me gustaba y lo hacía para provocarla. Me quité las bermudas y la ropa interior, con el bañador en la mano, y me quedé desnudo unos segundos.
―Puedes mirar, ¿eh? Sé que estás deseando hacerlo, ¿o te da vergüenza?
―¡Idiota!, anda, ponte el bañador…
Me acerqué y me situé detrás de ella; la abracé y le di un beso en el cuello.
―Este fin de semana me habías prometido…
―Sííííí, lo sé, y yo siempre cumplo lo que prometo, ya lo sabes.
―Mmmmmm…
―Aunque esta noche, estando mi hermana, creo que no vamos a poder hacer nada…
―¡No me fastidies!
―No te preocupes, si mañana se van antes de comer, todavía nos quedaría un día entero para nosotros solos…
―No sabes las ganas que tengo ―afirmé restregándome contra sus shorts vaqueros.
Fue casi inmediato. Me empalmé como un burro y ni nos percatamos de que su hermana y Álex habían bajado. Me dio el tiempo justo a girarme cuando noté que Marta se acercaba a nuestra habitación y empujaba puerta.
―¡Nos vamos a por la cena, ahora ven…! ¡PERDÓN! ―gritó al darse cuenta de que yo estaba desnudo.
―¡Joder, Marta! ―le recriminó su hermana―. ¡Podías haber llamado!
―No pensé que os estaba interrumpiendo, perdón, perdón… solo quería preguntaros si queréis que compremos algo en el pueblo… ―comentó desde el otro lado de la puerta.
―No hace falta nada, hemos traído lo que necesitábamos para todo el finde…
―Tardaremos un ratito en volver, así que podéis aprovechar ―dijo Marta de forma picarona antes de irse de casa.
Nunca me había dado tanta prisa en subirme el bañador y Cayetana se dio la vuelta hacia mí. Se notaba que estaba muy enfadada y me recriminó lo que acababa de pasar, como si yo tuviera la culpa.
―¿Contento?, esto es lo que pasa cuando se hacen las cosas sin pensar…
―Lo siento, Cayetana, pero ahora no me eches a mí la bronca, y yo qué sabía que tu hermana se iba a presentar así, sin avisar…
―Con Marta por casa debemos tener cuidado. Es que le da igual todo, ¡no tiene ninguna educación! Y tienes razón, perdona, no quería enfadarme contigo ―murmuró acercándose a mí y dándome un pico.
―En una cosa sí tiene razón, mmmmm, ahora estamos solos. ―Y bajé las manos por sus costados.
―¡Joooorge!, hemos dicho que íbamos a estudiar y tú te vas a dar un baño; a ver si con eso te calmas ―dijo mirando mi erección.
―Esto no se me va a pasar hasta que tú y yo… Llevo toda la semana aguantando, pensando en este finde, así que imagínate cómo estoy…
―Lo sé…, solo tendrás que esperar un poquito más, hasta mañana, ¿de acuerdo?
―Me va a ser muy difícil, eh…
―Venga, anda, vete a la piscina, que yo voy a ir preparando el salón para estudiar.
―Está bien…
El chapuzón me vino estupendo para relajarme, aunque fuera de la casa es verdad que hacía demasiado calor. Me demoré más de lo que pensaba y al rato llegaron Marta y Álex con un par de pizzas, dos Coca-Colas de litro y medio, unos cuantos postres variados y unos donuts para el desayuno.
Todo muy sano.
―Hola, cuñado, qué bien estás ahí en la piscina. Si nos esperas, ahora bajamos ―me dijo Marta, que se había puesto un top blanco con el que enseñaba el ombligo y unos shorts vaqueros tan cortos que se le veía parte de sus glúteos.
―No, ya voy a salir, es que me está esperando Cayetana para estudiar…
―Oooooh, ¡qué aburrido eres! Si seguro que ya lo llevas todo de maravilla. Porque no saques un sobresaliente no se va a acabar el mundo…
Apoyé las manos en el bordillo y salí con un impulso de manera atlética. Fui a por la toalla, que se encontraba en la tumbona, y me eché el pelo hacia atrás; Marta se adelantó y me la entregó ella misma en la mano.
―Pareces uno de esos de un anuncio de perfumes que salen en la tele… ―susurró para que no lo escuchara su chico.
―¿Cómo dices?
―No, nada. Toma, sécate, que, como entres goteando en la casa, mi hermana te va a echar una buena bronca…
Era curiosa la pasividad de su noviete (bastante guapo, por cierto, con la cara muy aniñada como Marta, y hasta hacían buena pareja en lo físico, pero con un carácter completamente distinto), al que parecía no importarle el tonteo que su novia se traía conmigo.
―Gracias, Marta.
―No hay de que, cuñadito…
Y me echó otro repaso de arriba abajo antes de darse la vuelta y entrar en la Casona con su chico. Me sequé sin prisa y, cuando llegué al salón, Cayetana estaba superconcentrada en sus apuntes, y me senté a su lado sin hacer ruido.
Durante las siguientes dos horas, la única distracción fueron las risas que venían de la parte alta de la casa, yo veía como a Cayetana se le iba cambiando la cara, cada vez más enfadada con su hermana. Miró el reloj, cerró el portátil y recogió los folios que había distribuido por la mesa.
―Las nueve en punto. Creo que por hoy ya está bien, ¿o quieres seguir otro rato? ―me preguntó.
―Por mí no. Si quieres, cenamos, que tengo bastante hambre… Tu hermana ha comprado unas pizzas…
―Pues voy encendiendo el horno. Marta, ¡vamos a cenar! ―gritó al pasar por la escalera para llamar a su hermana.
―Ahora bajamos…
Tuvimos que cenar con la parejita en el patio trasero y, en cuanto terminamos, recogimos rápido y las dos hermanas decidieron pegarse un baño en la piscina.
Álex y yo nos quedamos tranquilamente sentados, tomando una cerveza. Ya estaba comenzando a anochecer y Marta se quitó la camiseta blanca que había llevado puesta en la cena y nos mostró un biquini negro, cuya parte de abajo era un tanguita negro con unas finas cuerdas que se ataban en sus caderas.
Antes de lanzarse al agua, se giró hacia atrás y comprobó que su novio y yo estábamos pendientes de su culo. Disimulé, tratando de ignorarla y centrándome en el móvil, pero ya le había echado un vistazo furtivo a sus prietos glúteos.
¡Aquel culito de dieciocho años era una delicia y tenía pinta de estar duro como una piedra! Y me pregunté si lo tendría igual de suave que el resto de su piel, que era una de las cosas que más me ponía de Martita.
Con una toalla blanca anudada en su cuerpo, apareció Cayetana, mucho más tímida y recatada que su hermana. En ningún momento nos dio la espalda y entró por un lateral para que no pudiéramos fijarnos en su culo; aun así, Álex observó con detenimiento a mi novia y le pegó un buen repaso sin cortarse un pelo.
Mi novia era mucho más alta que Marta, delgada, con pocas curvas, con unas piernas muy llamativas, pelo más largo; era esbelta, frágil, educada y a sus veintiún años tampoco le hacía falta practicar deporte para conservar ese cuerpazo, por lo que tenía una belleza muy natural.
Su hermana pequeña era todo lo contrario. Con esa carita tan infantil llamaba la atención por lo guapa que era, pero no tenía la elegancia ni el porte de Beatriz; y ella sí que hacía ejercicio. Mucho. Gimnasia rítmica en el colegio, atletismo en la adolescencia y ahora llevaba un par de años machacándose en crossfit, cincelando un culo que hubiera firmado la mismísima Jessica Biel.
Ese puto biquini negro no podía ser más erótico y la muy cabrona salió del agua y se quedó sentada, dándonos la espalda. Se recostó hacia atrás, dejando escurrir su pelo y se giró hacia nosotros.
―¿No os metéis?, está buenísima y con el calor que hace…, ¡uf, aquí se está de maravilla!
Su novio ni se lo pensó, sin decir nada se incorporó, se quitó la camiseta, la lanzó contra la silla y se tiró de cabeza a la piscina.
―Ya solo quedas tú, Jorge, venga, anímate y date un bañito…
―Estoy muy bien aquí…
―Mira que te gusta hacerte de rogar ―dijo poniéndose de pie y viniendo hacia mí.
Tiró despacio de mi brazo y yo negué con la cabeza.
―No, Marta, de verdad, que no me apetece…
―¡Qué soso eres!, pues tú te lo pierdes… ―Y caminó despacio hacia la piscina para mostrarme sin tapujos su cuerpo.
Lo hizo a conciencia, recreándose en cada paso que daba y quedándose a la orilla unos segundos antes de saltar al agua. Y yo caí en su juego y esta vez no lo pudo evitar y me deleité con su culo. Pero lo peor fue cuando levanté la vista y Cayetana me miró con cara de pocos amigos desde un lado. Me vi sorprendido, le guiñé el ojo y luego tiré un beso acompañado de una sonrisa, pero eso no pareció ablandar a mi chica, que no varió su gesto.
Me quedé contemplando la escena. Como si fuera una película italiana de los años 70. El sol apenas se veía en el horizonte y ya era casi de noche. Las hermanas compartían belleza en la piscina y el invitado de excepción se quedó mirando a mi novia cuando se puso a nadar de lado a lado como una sirena, sin apenas salpicar.
Marta se acercó a él y se enganchó a su cuello. Desde mi posición no podía verlo bien, pero me pareció que le pasaba las piernas alrededor de la cintura y comenzaron a comerse la boca delante de Cayetana.
La lengua de Martita apareció traviesa por toda la cara de Álex y le besuqueó el cuello, moviendo las caderas bajo el agua. Y, en cuanto Cayetana dejó de nadar, se quedó sorprendida al ver, al otro lado de la piscina, a su hermana pequeña morreándose con su novio.
Con un gesto de desagrado salió molesta del agua. Marta y Álex ni se dieron cuenta de que se quedaban solos y siguieron a lo suyo, hasta que ella dio por terminado el beso. Se quedaron abrazados de manera acaramelada y Marta no paró de hacerle arrumacos a su novio enganchada a su cuello.
El cabreo de Cayetana empezaba a ser considerable. Envolvió su cuerpo con una toalla y después se sentó a mi lado. Unos minutos más tarde los tortolitos salieron del agua, y nos quedamos de piedra al ver la erección de Álex bajo las bermudas.
¡Qué hijo de puta!
Miré a Cayetana y me sorprendió que se ruborizara con el enorme bulto que se le marcaba al novio de su hermana pequeña, pero era casi inevitable que su visión se dirigiera allí. ¡El yogurín iba a reventar las bermudas!
Y mi corazón se aceleró con la perversa sonrisa que me dedicó Marta, como diciendo, «¿has visto cómo se le ha puesto en tan solo unos minutos con unos simples besos?». Ella no se cubrió el cuerpo, de eso nada, se quedó delante de nosotros, poniéndome el culo delante de la cara, a menos de dos metros, y se agachó a escurrirse el pelo, para después secárselo con la toalla.
El hilito negro del tanga se le metía entre los cachetes y la tela se perdió entre sus glúteos. Terminó su show restregándoselo bien con la toalla, para que comprobara que aquello no podía estar más duro.
Traté de controlarme al sentir que yo también me estaba poniendo muy cachondo con la escenita de Marta. No me podía permitir el lujo de empalmarme delante de Cayetana, ya se encontraba bastante furiosa y no quería darle motivos para cabrearla más. También es verdad que llevaba una semana pensando en ese finde, arrastrando un calentón brutal y tenía unas ganas locas de estar a solas con mi novia; y no ayudaba en nada la tensión sexual que provocaba Marta en el ambiente.
―Me encanta cómo está ahora el cielo, ¿me tiras unas fotos? ―dijo cogiendo el móvil y pasándoselo a su novio.
Lo que nos faltaba. Una sesión fotográfica en la piscina. Y Cayetana y yo asistimos incrédulos a las poses de su hermana junto al agua; recostada al borde, tumbada bocabajo, apoyada en la escalerilla sacando el culazo hacia fuera. Quince, veinte fotos, que todavía me encendieron más. Un par de minutos más y no iba a poder evitar empalmarme.
Por suerte aquel suplicio no duró mucho. Se giró para quitarse la parte de arriba del biquini, con lo que nos mostró la espalda, y se puso una camiseta blanca.
―¿Vemos una peli de Netflix o algo? ―preguntó Marta cuando terminó de vestirse.
―Por mí sí ―contestó su novio.
―¿Y a vosotros?, ¿os apetece alguna en especial?
―No te preocupes, preferimos quedarnos aquí tomando el aire y luego nos vamos a acostar. Mañana queremos madrugar para estudiar, así que podéis ver lo que queráis… ―afirmó Cayetana.
Se metieron en casa de la mano y Caye y yo nos quedamos fuera, disfrutando de la ligera brisa que se había levantado y refrescaba mínimamente el día tan caluroso que acabábamos de pasar.
―De verdad que no la soporto ―dijo en alto, sin importarle que nos pudiera escuchar―. A ver si mañana se van pronto y nos dejan tranquilos.
―Bueno, pasa de ellos, como si no estuvieran.
―Es que me altera demasiado. Y luego se podía cortar. El otro día igual. Cuando esté con sus amigos, que haga lo que le dé la gana, pero con la familia tápate un poquito, hija. Me cabrea un montón con esas poses de ********* y paseándose medio desnuda delante de todos. ¡No puedo con ella!, ¡es una niñata!
―Si ya sabes cómo es, ¿para qué te enfadas?
―Es que, con la excusa esa de si ya sabes cómo es, al final, siempre se sale con la suya…
―Bueno, Caye, ¡no te enfades conmigo!, que yo no tengo la culpa…
―Ya lo sé, pero es que parece que yo soy la única que le dice las cosas y todos los demás le bailáis el agua…
―A mí no me metas, eh…
―Perdona, Jorge, tienes razón. ―Se sentó en mi regazo de medio lado y se agarró a mi cuello.
Desenvolví su toalla, metí una mano por dentro y acaricié su costado.
―Tengo muchas ganas de estar contigo…
―Lo sé, pero esta noche, con mi hermana y su amiguito en casa, no vamos a poder hacer nada…
―¡Joder, Caye!, no me digas eso…
―Hay que esperar a mañana, vamos a tener la casa para nosotros, solo tienes que aguantar un día más…
―Uffff, me va a costar, eh… ―Subí la mano despacio y acaricié uno de sus pechos por encima del bañador.
―Solo un día ―me pidió apartándome con discreción para después volver a abrazarse a mí y ponerse de pie―. Voy a leer un ratito…, me encanta hacerlo ahora, en cuanto se hace de noche, con este silencio…
―Yo me voy a poner los cascos y a escuchar un poco de música.
―¿Te importa traerme el libro que tengo en la mesilla de la habitación?
―Claro que no…
Al entrar en casa vi a Marta y su novio que se estaban poniendo cómodos en el sofá. La hermana de mi novia se había cambiado de ropa y ahora llevaba una camisetita blanca de tirantes y un pantalón corto de deportes.
―¡Ey, Jorge!, vamos a ver una de acción, por si te animas…
―Otro día.
Estuvimos más de una hora en el patio; Cayetana recostada leyendo en papel lo último de Idelfonso Falcones; y yo en la hamaca, escuchando canciones en el Spotify. Me sacó del trance una mano en mi hombro, que me zarandeó.
―¡Te has quedado dormido! ―dijo mi novia.
―Ni me había dado cuenta…
―¡Vamos a la cama, anda! Mañana pongo el despertador a las ocho para aprovechar y sacar un buen rato de estudio…
―Vale…
Pasamos por el salón y Marta y Álex tenían el televisor a todo volumen. Cayetana le pidió a su hermana que lo bajara, y yo me fijé en la parejita antes de llegar al pasillo y meternos en nuestra habitación. Marta estaba recostada en el hombro de su chico y se habían tapado con una fina mantita.
A saber qué es lo que estarían haciendo por debajo.
Me lavé los dientes y, sentado en la cama, en calzoncillos y con una camiseta vieja, esperé a que mi pudorosa novia saliera del baño, pues había entrado a cambiarse para no hacerlo delante de mí. Al salir estaba muy sexy, demasiado, y me sorprendió que se pusiera ese pijama tan veraniego, con un pantaloncito blanco muy ajustado y camiseta infantil de tirantes de color azul.
Apagamos la luz y nos tumbamos de medio lado, frente a frente. Con el calentón que tenía me apetecía jugar un poco con Cayetana y me acerqué a ella, buscando su boca; y para mi sorpresa, me correspondió el beso.
Con un ligero suspiro y la respiración acelerada me pidió que esperara a mañana, pero yo ya tenía una erección importante bajo los bóxer.
―Solo un poquito más ―le supliqué, cogiendo su mano y dirigiéndola a mi miembro, pero Cayetana se resistió y se giró para que la abrazara por detrás.
Casi fue peor el remedio que la enfermedad, como se suele decir, porque mi polla se incrustó en su culo y así me iba a ser imposible descansar. Ella se aferró a mis brazos, que envolvieron su cuerpo, y sacó las caderas hacia atrás.
―Vamos a dormir ―me pidió.
Yo no sé cómo lo hacía, pero la cabrona tenía una facilidad insultante para conciliar el sueño. Y en diez minutos sentí que no estaba allí conmigo. Me dejó cachondo y pegado a su culo, y lo peor es que no podía moverme para no despertarla.
Traté de respirar hondo, pensar en otra cosa y lentamente me fui separando de ella, hasta que pude desembarazarme de su abrazo. Mirando hacia el techo, quise dormir, pero seguía erecto, tenso, nervioso, excitado, molesto. Entonces me acordé de Marta y de Álex. Ellos sí que se lo debían estar pasando bien en el sofá, y yo teniendo que esperar hasta el día siguiente para poder descargar la tensión que había ido acumulando durante toda la semana.
¡Era muy injusto!
Se me había secado hasta la boca y me levanté despacio, en dirección a la cocina. Bebí agua y antes de volver a la cama se me ocurrió asomarme al salón. Todo estaba a oscuras, excepto la tele encendida frente a mí, por lo que ellos no podían verme, o eso pensé yo; y, además, tenían el volumen a cero.
Al asomar la cabeza, Marta estaba sentada encima de su chico. Enseguida me vio allí parado y nos quedamos mirando frente a frente, como a unos cinco metros de distancia. Ella sonrió y mi primera reacción, al verme sorprendido, fue la de irme, pero Marta se echó el dedo a la boca y me hizo el gesto de silencio, sin que lo viera Álex. Le acarició el pelo y sin dejar de mirarme comenzó a darle besitos por el cuello.
Si antes había conseguido calmarme mínimamente, aquello hizo que me empalmara casi de inmediato y me quedé allí, temblando, con el corazón a mil pulsaciones, manteniendo el duelo de miradas con la hermana pequeña de mi novia, que de repente se puso de pie y para mi sorpresa fue tirando de la tela de su camiseta hasta que me mostró el ombligo. Y no se detuvo ahí.
¡No me lo podía creer!
Continuó sacándose la camiseta por la cabeza y yo temblé todavía más. La escena era demasiado excitante. La hermana pequeña de mi novia iba a quedarse en topless delante de su novio… y también de mí…