David Lovia
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Capítulo 6
Los exámenes finales me salieron de maravilla, incluso mejor de lo esperado, y cuando terminé sentí que necesitaba descargar todo ese estrés que llevaba acumulado. Me acerqué a la farmacia y compré un bote para una muestra de orina.
No había dejado de pensar en Beatriz en las tres últimas semanas y la fantasía de su fecundación se repetía una y otra vez en mi cabeza, así que decidí que era un buen momento para llevarla a cabo y esperé pacientemente a que llegara la noche. Mis padres y mi hermano ya estaban dormidos y yo me entretuve viendo unas fotos de Beatriz Beguer y leyendo toda clase de artículos que tenía guardados de ella.
Me encantaba buscar información de la prima de mi novia, conocer sus nuevos proyectos, ojear las entrevistas que daba, y a cada palabra que leía de ella me parecía una mujer más sofisticada e interesante. Todavía me era imposible asimilar lo que me había pedido Hans el día que estuvimos en su mansión celebrando los cumpleaños de su mujer y de Marta.
Quizás se había pasado con el alcohol y terminó desvariando, esa era la única explicación a que me sugiriera algo tan surrealista e inverosímil, pero lo que ya me parecía imposible del todo es que Beatriz estuviera de acuerdo con aquella locura.
Sentado al borde de la cama, con la polla en una mano y el bote de muestras en la otra, cerré los ojos imaginando a Beatriz. Fantaseé que me masturbaba en una sala de hospital, sabiendo que fuera aguardaban mi inminente corrida varias enfermeras y la prima de mi novia con las piernas abiertas en una camilla, agarrando la mano del empresario alemán.
En el instante justo introduje el capullo en el bote y deposité mi descarga, soltándome la polla cuando ya brotaba mi orgasmo. Me producía un placer extraño eyacular con esa fantasía tan particular. No lo podía remediar. No sé si me excitaba más imaginarme a Beatriz desnuda de cintura para abajo o el preciso momento en el que le introducían mi semen en su delicado coño de pija.
Lavé el bote y lo escondí bien en mi armario para utilizarlo unas cuantas veces durante el verano. Y es que no podía dejar de pensar en Beatriz Beguer. La semana que entraba la íbamos a pasar en la Casona, junto a mis suegros, unos días de desconexión total antes de irnos de vacaciones a Ámsterdam y Bruselas; sin embargo, Cayetana me había dicho que el viernes por la tarde Beatriz y Hans se acercarían a cenar y despedirse de nosotros, pues tenían un importante viaje de negocios en Dubái.
Y eso me tenía alteradísimo.
No había vuelto a saber nada de ellos desde la fiesta de cumpleaños en su casa, el día en el que Hans me propuso ser el donante de semen para su futuro hijo. Y ahora me los iba a encontrar en la Casona, aunque para eso todavía faltaban unos días y, sinceramente, no esperaba que el alemán volviera a sacar el tema.
Eso sería lo más lógico.
Preparé la maleta con lo necesario para cinco días; camisetas, bermudas, ropa de deporte y un neceser. Cayetana me pasó a buscar en el coche y pusimos rumbo a su casa de verano. Sus padres ya llevaban allí una semana, los dos solos, y nos recibieron con una estupenda cena. Me sorprendió que hubieran permitido que Marta se quedara con sus amigos, pero después de aprobar la EBAU y, además, con buena nota, tenía carta blanca para hacer y deshacer lo que le diera en gana todo el verano.
Como en casa no se está en ningún sitio, pero tengo que reconocer que mis suegros siempre me trataban de manera exquisita y yo también me encontraba muy a gusto con su compañía. Era un matrimonio muy educado, sobre todo el padre de Cayetana, que hablaba por los codos y contaba anécdotas sin parar. Era un pozo de sabiduría y sabía prácticamente de todo. Su madre, más tradicional, me preparó la habitación de arriba para que durmiera yo solo. Ya estaba acostumbrado, así que no me extrañó que hiciera eso a pesar de que llevaba saliendo más de dos años con su hija.
Cuando estábamos con ellos, había que guardar las apariencias.
Lo malo es que en la planta alta de la Casona hacía bastante calor a estas alturas de verano, y por las noches me costaba conciliar el sueño. Los días allí eran muy tranquilos; por la mañana salíamos Cayetana y yo a hacer una ruta por los alrededores, regresábamos a la hora de comer, siesta, piscina y paseo por el pueblo al anochecer antes de cenar.
Y por la noche un ratito de tertulia y, cuando sus padres se acostaban, Cayetana se quedaba leyendo y yo escuchando música con mis cascos inalámbricos, junto a la piscina.
Fueron tres jornadas de paz y tranquilidad, hasta que el jueves se acabó la calma. Marta llamó a sus padres para avisar de que venía a comer y ya se quedaría a la cena del día siguiente con Hans y Beatriz. Y la hermana pequeña de mi chica aterrizó como un terremoto, como es habitual en ella.
Llegó acalorada, a la una de la tarde, con todo el sol pegando de pleno. Nosotros acabábamos de regresar de una caminata por el monte y nos la encontramos a la puerta de la Casona, arrastrando una pequeña maleta desde la parada del autobús del pueblo. Ya venía protestando.
―¡Un kilómetro me he tenido que patear y con este calorazo! Me podíais haber venido a buscar… Os he estado llamando y no me lo habéis cogido.
―No teníamos cobertura, mira, ahora me están entrando tus llamadas ―le comentó Cayetana mostrándole el móvil―. De todas formas, habérselo dicho a papá…
―No podía, había quedado con no sé quién y me dijo que te llamara a ti.
―Pues lo siento…
―Llevo una buena sudada encima ―protestó de nuevo antes de entrar en la Casona.
No dudo que tuviera calor, pero ya no podía llevar menos ropa encima. Una camiseta de tirantes con la que mostraba el ombligo y unos leggins cortos de deporte con los que lucía culazo a lo bestia. Adornaba su look con una gorra de beisbol, que se quitó para que las gotas de sudor le escurrieran por el cuello.
Me ofrecí de manera caballerosa a subir su maleta mientras ella saludaba a su madre y se la dejé a la puerta de su habitación, justo cuando Marta llegaba y me sorprendía en la planta de arriba.
―¡Vaya, vaya, así que te han vuelto a desterrar!, ja, ja, ja ―bromeó apuntando con el dedo hacia mi cuarto, que se encontraba frente al suyo―. ¡Bienvenido al club!
―Gracias.
―¡Qué bien que vayamos a ser vecinos! ―bromeó apoyando las dos manos en mi hombro y mordiéndose los labios―. Tú también llevas una buena sudada, ¿te pegas un baño conmigo antes de comer?… en la piscina quería decir, ja, ja, ja…
―Sí, sí, claro, ya te había entendido… no va a ser en la ducha... ―dije ruborizándome por su pequeña broma―. Me voy a poner el bañador, la verdad es que apetece…
―Pues ahora nos vemos. ―Regresó a su habitación y cerró la puerta.
No sé si dormir en la planta alta al lado de Marta era una buena idea. La muy cabrona iba a aprovechar cualquier oportunidad para tontear conmigo, y a los tres minutos sentí que alguien tocaba con los nudillos.
―¿Ya estás listo? ―la escuché desde el pasillo.
―Sí, voy…
Se había cambiado superrápido y me la encontré junto a la escalera con un biquini blanco. Creo que era el mismo que llevaba el día de su cumpleaños y no pude evitar fijarme en su excelso culito de niñata. Ella bajó delante de mí y yo me detuve al pasar por la habitación de Cayetana, dejando que mi cuñada se fuera adelantando. Eso sí, antes eché un último vistazo a su culo y ella me sorprendió con un giro brusco, sabiendo dónde tenía la mirada puesta.
―Ahora nos vemos… ―dijo Marta con una sonrisa picarona.
―Caye, ya estoy… ―Y llamé a su puerta.
―Vale, vete yendo, que ahora salgo.
―OK.
Mi suegra estaba preparando la comida y, cuando llegué a la piscina, Marta ya se había metido al agua.
―Vamos, tardón, está buenísima de temperatura, métete conmigo ―me pidió salpicándome desde fuera.
Y se acercó a mí en cuanto me lancé. Apenas nos cubría por la mitad, se puso delante y me miró de arriba abajo.
―Estás fuerte, pero creo que podría contigo.
―Sí, seguro…
Parecía que se volvía para alejarse de mí, pero me enganchó de la cintura, sacó el culo hacia fuera y con una fuerza que no me esperaba me volteó con una llave de judo. Tenía que estar muy potente de piernas y glúteos para revolcarme así, y se alejó sonriendo mientras yo tragaba agua.
Se dejó caer remojándose el pelo y de un salto se impulsó para salir con agilidad por un lateral. Marta estaba muy en forma. Luego se tumbó bocabajo al borde de la piscina.
―¿Qué te ha pasado, Jorge?, ja, ja, ja, pensabas que no podía contigo…
―Tengo que reconocer que me has sorprendido.
―Te sorprenderían muchas cosas de mí…
Y justo aparecieron Cayetana y su madre y yo me volví hacia ellas. Me parecía un poco violento estar así con Martita en la piscina delante de mi suegra, los dos solos, sobre todo por el biquini que ella llevaba, y mi novia se metió conmigo al agua. Ya se le había puesto la cara de pocos amigos habitual cuando su hermana se comportaba de esa manera y es que era más que evidente que le molestaba profundamente la presencia de Marta y sobre todo que se exhibiera así en público.
Comimos en el patio a la sombra en cuanto llegó su padre, y Martita siguió haciendo de las suyas. Primero se puso una mini camiseta de estas anchas con la que enseñaba el ombligo, frente a mí se hizo un churruño en el pelo, levantando los brazos y mirándome fijamente. Me sorprendió su cara pícara y sensual, mientras todos en la mesa eran ajenos al tonteo descarado que se traía conmigo. Ni su hermana, que estaba a mi lado, se dio cuenta de lo que hacía. Y lo peor fue cuando llegó el postre y se comió la sandía a bocados. Como una salvaje. Su madre partió una rodaja, Marta le pegó un mordisco, se mojó toda la cara y se limpió después con la mano. La sandía le escurría por la comisura de los labios, incluso chorreaba por su barbilla y le llegaron a caer unas gotas por el canalillo de su camiseta blanca.
Joder. Esa puta escenita me la puso dura.
―¿Quieres dejar de hacer eso y partirla a trozos con un cuchillo? ―le recriminó Cayetana.
―Así sabe mucho más rica… ―Y volvió a hacer lo mismo para desesperar a su hermana―. ¿No te parece, Jorge?
Todas las miradas de la mesa se dirigieron a mí y se hizo un silencio incómodo justo cuando su madre me partía un trozo. Dudé si seguirle el juego y posicionarme de su lado, pero tampoco era quién para decirle cómo tenía que comer. Ya era mayorcita. Quise decir que a mí me gustaba comerla así también y que me ponía cachondo verla hacer eso, pero cogí un cuchillo de la mesa y la troceé en varios cachitos.
―¡Ooooh, qué soso! ―exclamó Marta terminando de comer la sandía todavía de manera más soez y limpiándose con una servilleta―. Me piro, he quedado con estas… ―Y nos dejó plantados sin tan siquiera recoger el plato.
Después de la sobremesa, Cayetana se recostó en una tumbona a la fresca, y yo subí a lavarme los dientes y echarme un ratito la siesta en mi habitación, pero Marta ya se me había adelantado y la vi en el baño de la planta alta, frente al espejo, preparándose para salir con las amigas del pueblo.
Había dejado la puerta abierta, como esperándome, y la muy zorra estaba en ropa interior, con un sujetador blanco deportivo y un tanguita del mismo color. Eché un vistazo furtivo y luego entorné la puerta de mi habitación, esperando pacientemente a que terminara.
¡Qué culazo tenía la muy hija de puta y cómo le gustaba lucirlo!
Salí diez minutos después y Marta ya no se encontraba en el baño, por lo que pude cepillarme los dientes. Pensé que se habría ido, pero apareció de su cuarto con un mini short vaquero y una camiseta de tirantitos.
―Me piro, Jorge, he quedado a tomar algo, luego te veo…
―Vale…
Esta vez no hubo ninguna provocación por su parte y pasó de mí olímpicamente, pero yo la seguí con la mirada hasta que la perdí de vista y me fijé en cómo se le veían los glúteos por debajo del pantaloncito vaquero.
Con lo tranquilo que había estado los días previos, es que era aparecer Marta y ya estaba atacado de los nervios. Me tumbé en la cama sudado y más excitado de lo normal. Bajé la persiana y en la penumbra de la habitación me acaricié la polla por encima del pijama, pero sin llegar a correrme, pensando en el culo de Marta y en su cara llena de jugos por la fruta.
¿Cómo podía haberme puesto tan cachondo solo con verla comer sandía?
Necesitaba urgentemente un desahogo, pero era muy difícil hacer algo con Cayetana porque sus padres estaban casi de continuo en la casa. El rato que más tiempo se iban mis suegros era a media tarde, sobre las ocho, cuando salían a andar con otros amigos del pueblo.
Lo que pasa es que a esa hora nosotros también dábamos una vueltilla para hacer tiempo antes de la cena. Y cuando se fueron los padres de Cayetana y nos dejaron solos, ella se metió en la habitación para calzarse las zapatillas. Irrumpí deprisa y me senté en la cama, la cogí de la barbilla y le robé un beso.
―Me apetece mucho estar contigo…
―Y a mí también…
―¿Subimos un rato a mi habitación?
―¿Ahora?
―Sí, claro. Tus padres acaban de irse. Sabes que tardan más de una hora en volver…
―¿Y Marta?, podría venir.
―No creo, es muy pronto para ella…
―Ya sabes que mi hermana entra y sale de casa cuarenta veces…
―Joder, Caye, me apetece mucho… ―Y besé su cuello, sobando sus tetas por encima de la camiseta.
―Me gusta más cuando estamos solos. Es que me corta que nos puedan pillar…, entiéndelo…
―Ahora no hay nadie ―dije cogiendo su mano y poniéndola en mi paquete―. Vamos arriba. Te aseguro que voy a ser bastante rápido…
―¿Y si nos pillan? Si me vieran arriba contigo ya sabrían lo que estamos haciendo…
―Pues házmela aquí, ahora…
Deshice el nudo de mis bermudas y me la saqué delante de Cayetana, que miró mi polla negando con la cabeza.
―No podemos, Jorge…
―Solo un poquito. Desde aquí se escucha bien si llega alguien. Por favor, Caye ―le supliqué agarrando su mano y colocándola en mi tronco.
Cerró el puño, le pegó un par de sacudidas despacio y luego se detuvo.
―Aquí no puedes terminar… No quiero que dejes ninguna prueba, por si acaso.
―Vale…, no me importa…
―¿Y no va a ser peor si empiezo y te dejo medias? Te vas a quedar con más ganas.
―Pues haz que me corra…
―¡Jorge!, no seas soez…; además, ya te he dicho que no quiero que dejes rastros…
―¿Y cómo quieres que te lo diga?
―No podemos hacer eso ―dijo Cayetana comenzando a pajearme.
―Claro que podemos…, mmmmm, eso es, muy bien, ¿ves cómo sí que podemos?
―Yo también tengo ganas, no te creas. La semana que viene estaremos solitos de vacaciones…
―Mmmm, Caye, ¡qué rico!, me encanta cuando tú también estás así… ―dije besando su cuello y volviendo a acariciar sus pechos, esta vez por debajo de la camiseta.
Hice el amago de empujarla sobre la cama para ponerme encima, pero Cayetana se negó y se incorporó de pie.
―Jorge, ¡vale ya!
Me subí las bermudas, me acerqué despacio a ella y la arrinconé contra la pared. Le cogí un muslo, pegando mi cuerpo al suyo y apoyé mi paquete en su entrepierna. Embestí con fuerza, me froté contra su coño y Cayetana gimió. Se agarró a mi cuello, volví a mover mi culo hacia delante y arrastré mi polla entre sus labios vaginales.
―Aaaaah, Jorge, ¿qué haces? ―suspiró buscando mi boca y dándome un morreo.
Pegó un saltito, le cogí el otro muslo y Cayetana rodeó sus piernas en mi cintura. Con otra sacudida la empotré en la pared, como si estuviéramos follando, y justo en el mejor momento escuchamos el ruido de la puerta de casa.
Salimos deprisa de la habitación, tratando de recomponernos, pero no lo suficiente para que no nos pillara Marta.
―¿De dónde viene la parejita? ―preguntó de manera irónica.
―Íbamos a dar una vuelta ―le contestó su hermana arreglándose el pelo.
―Sí, ya, ya, ja, ja, ja, a dar una vuelta, por eso salíais juntos de tu habitación. No habré interrumpido nada, ¿no?
―Deja de decir tonterías ―le pidió Cayetana, a la que no le gustaban nada ese tipo de bromitas y menos por parte de su hermana pequeña.
―Si queréis me voy para que podáis terminar…
―¡¡Vale ya, Marta!! ―le gritó Cayetana enfadada.
―Bueno, no te pongas así, solo era una broma.
―¡Nos vamos!
―¡Adiós, parejita!
Y, en cuanto pusimos un pie en la calle, ya sabía lo que me tocaba.
―¡Te lo dije!, ya nos ha pillado Marta, ¿contento? Y encima me toca aguantar sus burlas…
―Bueno, Caye, que tampoco ha sido para tanto.
―A mí no me hace gracia, ¡es que cada día la soporto menos! Y menos mal que ha sido ella, porque podrían haber sido mis padres. Es por eso por lo que no estoy a gusto cuando no estamos solos…
―Lo siento…
Fuimos caminando hasta unas eras que hay en las afueras del pueblo. Después de una pequeña subidita, allí se tiene una panorámica muy bonita y nos sentamos en una roca gigante. Cayetana apoyó la cabeza en mi hombro y me pidió disculpas por lo que acababa de pasar.
―Perdona, Jorge, sé que esta situación no es nada fácil para ti.
―No te preocupes…
―Quiero que sepas que estoy poniendo mucho de mi parte…
―Lo sé, Caye.
―Quiero que lo nuestro funcione en todos los sentidos y soy consciente de que en una relación es muy importante también el tema de la sexualidad. Lo único que te pediría es que me dejases ir a mi ritmo, que no forzaras las cosas…
―Por supuesto, e intento que te sientas bien y que fluya de manera natural… Aunque a veces me cuesta, me gustas muchísimo, y ni te imaginas lo que me excitas sexualmente…
―Muchas gracias…
―Eso sí que no puedo remediarlo…
―A mí también me pasa igual, no te creas que no. ―Y me dio un beso en el hombro―, pero tenemos que saber controlarnos. La semana que viene nos vamos de vacaciones y podremos estar todas las noches solos…
―Mmmmm, ¡qué ganas!
―Te quiero, Jorge.
―Y yo más…
A la hora de la cena tuvimos que soportar las miraditas de Marta y su estúpida sonrisa burlona, que otra vez puso de los nervios a mi novia. Por suerte pudimos relajarnos al anochecer; Cayetana con su libro y yo tumbado junto a la piscina, escuchando música. Me pegué un baño refrescante antes de dormir y me despedí de mi chica con un beso en la boca sobre la una de la mañana.
Era bastante tarde, pero seguía haciendo un calor de narices, sobre todo en la parte de arriba de la Casona, y me puse a ojear el móvil hasta que me venciera el sueño. Apenas llevaba un bóxer puesto y me tapé con una fina sábana, recostado con la espalda apoyada en el cabecero, cuando escuché la puerta de casa.
Debía ser Marta, que regresaba del paseo con sus amigas, y lo confirmé al escuchar que le decía a sus padres que ya había llegado. Después se encendió la luz de la escalera y se apagó a los cinco segundos.
Yo estaba a oscuras en la habitación, aunque Marta debió ver la iluminación del móvil y sentí que se acercaba hasta mi cuarto. Tocó tímidamente con la mano en la puerta y asomó la cabeza a continuación.
―¡Jorge! ―susurró―. Estás despierto, ¿no?, he visto la luz del móvil…
―Sí ―murmuré en bajito.
Y sin pedirme permiso se coló en mi habitación. No me parecía nada apropiado que lo hiciera, estaba casi desnudo y ciertamente me puse en tensión al sentir que se sentaba en mi cama. En la penumbra apenas podía verla y la única luz era la de la luna, que entraba por la ventana.
―No estarás enfadado por lo de antes, ¿no? Solo era una broma, y quería disculparme contigo. Con Cayetana prefiero no hacerlo; si se molesta, es problema suyo…
―No, tranquila, sé que solo lo decías para fastidiarla, pero sí te pediría que no te pasaras tanto con Caye, ya sabes que no le gustan esos comentarios y que le sientan fatal… Es muy…, eeeeh…
―Pudorosa, ja, ja, ja.
―Sí, se podría decir así…
―Lo intentaré, pero no te prometo nada. En el fondo la quiero mucho, pero me gusta picarla un poquito.
―Maaaarta…, no seas mala. Bueno, disculpas aceptadas, anda, vamos a dormir…
―Tranqui, ya me voy… ―dijo apoyando una mano en mi hombro.
El simple contacto de sus dedos me erizó la piel.
Era una situación peligrosa para mí: la hermana pequeña de mi novia estaba sentada de madrugada en mi cama y no creo que le hiciera mucha gracia a sus padres o a mi novia si nos pillaran así. Mi vista ya se iba acostumbrando a la oscuridad de la habitación y empecé a vislumbrar a Martita.
Llevaba el pelo suelto, una pequeña camiseta de tirantes negra por encima del ombligo y una mini falda de color blanco. Se debía haber cambiado cuando vino por la tarde. Tenía un pie apoyado en el suelo, pero había subido la otra pierna en la cama y reposaba su muslo sobre la sábana, demasiado cerca de mí.
Su mano siguió en contacto con mi cuerpo unos segundos que se me hicieron eternos y, de repente, mi polla comenzó a crecer bajo la sábana. Yo no quería que sucediera y me pareció una situación muy violenta y vergonzosa, aunque, por suerte, la oscuridad me ayudó a proteger mi secreto.
Marta se inclinó sobre mí, descendió su mano de manera sutil por mi pecho hasta alcanzar mis abdominales y la dejó peligrosamente junto a mi polla dura. Me soltó un beso en la mejilla, a menos de dos centímetros de la boca, y sentí sus dedos recorriendo la forma de mis abdominales.
―Me caes muy bien. Se nota que eres muy buen tío, no como el ex de Caye, que era un capullo. ¡Buenas noches, Jorge! ―se despidió incorporándose con un pequeño impulso de la mano que reposaba sobre mi tableta.
La seguí con la mirada otra vez hasta que salió de mi habitación, volviendo un poco la puerta, pero sin llegar a cerrarla del todo. Y yo me quedé recostado en la cama, alterado, temblando y excitado. Era lo que me faltaba para pasar una noche de perros.
Y es que, aparte de lo de Marta, lo cachondo que estaba y el calor sofocante que hacía, al día siguiente Beatriz Beguer y Hans venían a cenar a la Casona y esa visita me tenía de los nervios, pues me preguntaba si el alemán me pediría una respuesta a su alocada propuesta de embarazar a su mujer.
Suponía que no y que la charla «informal» que tuvimos en su despacho solo habría sido un delirio del empresario, pero ¿qué pasaría si Hans insistía en el tema?
¿Qué se supone que le debía contestar?
Los exámenes finales me salieron de maravilla, incluso mejor de lo esperado, y cuando terminé sentí que necesitaba descargar todo ese estrés que llevaba acumulado. Me acerqué a la farmacia y compré un bote para una muestra de orina.
No había dejado de pensar en Beatriz en las tres últimas semanas y la fantasía de su fecundación se repetía una y otra vez en mi cabeza, así que decidí que era un buen momento para llevarla a cabo y esperé pacientemente a que llegara la noche. Mis padres y mi hermano ya estaban dormidos y yo me entretuve viendo unas fotos de Beatriz Beguer y leyendo toda clase de artículos que tenía guardados de ella.
Me encantaba buscar información de la prima de mi novia, conocer sus nuevos proyectos, ojear las entrevistas que daba, y a cada palabra que leía de ella me parecía una mujer más sofisticada e interesante. Todavía me era imposible asimilar lo que me había pedido Hans el día que estuvimos en su mansión celebrando los cumpleaños de su mujer y de Marta.
Quizás se había pasado con el alcohol y terminó desvariando, esa era la única explicación a que me sugiriera algo tan surrealista e inverosímil, pero lo que ya me parecía imposible del todo es que Beatriz estuviera de acuerdo con aquella locura.
Sentado al borde de la cama, con la polla en una mano y el bote de muestras en la otra, cerré los ojos imaginando a Beatriz. Fantaseé que me masturbaba en una sala de hospital, sabiendo que fuera aguardaban mi inminente corrida varias enfermeras y la prima de mi novia con las piernas abiertas en una camilla, agarrando la mano del empresario alemán.
En el instante justo introduje el capullo en el bote y deposité mi descarga, soltándome la polla cuando ya brotaba mi orgasmo. Me producía un placer extraño eyacular con esa fantasía tan particular. No lo podía remediar. No sé si me excitaba más imaginarme a Beatriz desnuda de cintura para abajo o el preciso momento en el que le introducían mi semen en su delicado coño de pija.
Lavé el bote y lo escondí bien en mi armario para utilizarlo unas cuantas veces durante el verano. Y es que no podía dejar de pensar en Beatriz Beguer. La semana que entraba la íbamos a pasar en la Casona, junto a mis suegros, unos días de desconexión total antes de irnos de vacaciones a Ámsterdam y Bruselas; sin embargo, Cayetana me había dicho que el viernes por la tarde Beatriz y Hans se acercarían a cenar y despedirse de nosotros, pues tenían un importante viaje de negocios en Dubái.
Y eso me tenía alteradísimo.
No había vuelto a saber nada de ellos desde la fiesta de cumpleaños en su casa, el día en el que Hans me propuso ser el donante de semen para su futuro hijo. Y ahora me los iba a encontrar en la Casona, aunque para eso todavía faltaban unos días y, sinceramente, no esperaba que el alemán volviera a sacar el tema.
Eso sería lo más lógico.
Preparé la maleta con lo necesario para cinco días; camisetas, bermudas, ropa de deporte y un neceser. Cayetana me pasó a buscar en el coche y pusimos rumbo a su casa de verano. Sus padres ya llevaban allí una semana, los dos solos, y nos recibieron con una estupenda cena. Me sorprendió que hubieran permitido que Marta se quedara con sus amigos, pero después de aprobar la EBAU y, además, con buena nota, tenía carta blanca para hacer y deshacer lo que le diera en gana todo el verano.
Como en casa no se está en ningún sitio, pero tengo que reconocer que mis suegros siempre me trataban de manera exquisita y yo también me encontraba muy a gusto con su compañía. Era un matrimonio muy educado, sobre todo el padre de Cayetana, que hablaba por los codos y contaba anécdotas sin parar. Era un pozo de sabiduría y sabía prácticamente de todo. Su madre, más tradicional, me preparó la habitación de arriba para que durmiera yo solo. Ya estaba acostumbrado, así que no me extrañó que hiciera eso a pesar de que llevaba saliendo más de dos años con su hija.
Cuando estábamos con ellos, había que guardar las apariencias.
Lo malo es que en la planta alta de la Casona hacía bastante calor a estas alturas de verano, y por las noches me costaba conciliar el sueño. Los días allí eran muy tranquilos; por la mañana salíamos Cayetana y yo a hacer una ruta por los alrededores, regresábamos a la hora de comer, siesta, piscina y paseo por el pueblo al anochecer antes de cenar.
Y por la noche un ratito de tertulia y, cuando sus padres se acostaban, Cayetana se quedaba leyendo y yo escuchando música con mis cascos inalámbricos, junto a la piscina.
Fueron tres jornadas de paz y tranquilidad, hasta que el jueves se acabó la calma. Marta llamó a sus padres para avisar de que venía a comer y ya se quedaría a la cena del día siguiente con Hans y Beatriz. Y la hermana pequeña de mi chica aterrizó como un terremoto, como es habitual en ella.
Llegó acalorada, a la una de la tarde, con todo el sol pegando de pleno. Nosotros acabábamos de regresar de una caminata por el monte y nos la encontramos a la puerta de la Casona, arrastrando una pequeña maleta desde la parada del autobús del pueblo. Ya venía protestando.
―¡Un kilómetro me he tenido que patear y con este calorazo! Me podíais haber venido a buscar… Os he estado llamando y no me lo habéis cogido.
―No teníamos cobertura, mira, ahora me están entrando tus llamadas ―le comentó Cayetana mostrándole el móvil―. De todas formas, habérselo dicho a papá…
―No podía, había quedado con no sé quién y me dijo que te llamara a ti.
―Pues lo siento…
―Llevo una buena sudada encima ―protestó de nuevo antes de entrar en la Casona.
No dudo que tuviera calor, pero ya no podía llevar menos ropa encima. Una camiseta de tirantes con la que mostraba el ombligo y unos leggins cortos de deporte con los que lucía culazo a lo bestia. Adornaba su look con una gorra de beisbol, que se quitó para que las gotas de sudor le escurrieran por el cuello.
Me ofrecí de manera caballerosa a subir su maleta mientras ella saludaba a su madre y se la dejé a la puerta de su habitación, justo cuando Marta llegaba y me sorprendía en la planta de arriba.
―¡Vaya, vaya, así que te han vuelto a desterrar!, ja, ja, ja ―bromeó apuntando con el dedo hacia mi cuarto, que se encontraba frente al suyo―. ¡Bienvenido al club!
―Gracias.
―¡Qué bien que vayamos a ser vecinos! ―bromeó apoyando las dos manos en mi hombro y mordiéndose los labios―. Tú también llevas una buena sudada, ¿te pegas un baño conmigo antes de comer?… en la piscina quería decir, ja, ja, ja…
―Sí, sí, claro, ya te había entendido… no va a ser en la ducha... ―dije ruborizándome por su pequeña broma―. Me voy a poner el bañador, la verdad es que apetece…
―Pues ahora nos vemos. ―Regresó a su habitación y cerró la puerta.
No sé si dormir en la planta alta al lado de Marta era una buena idea. La muy cabrona iba a aprovechar cualquier oportunidad para tontear conmigo, y a los tres minutos sentí que alguien tocaba con los nudillos.
―¿Ya estás listo? ―la escuché desde el pasillo.
―Sí, voy…
Se había cambiado superrápido y me la encontré junto a la escalera con un biquini blanco. Creo que era el mismo que llevaba el día de su cumpleaños y no pude evitar fijarme en su excelso culito de niñata. Ella bajó delante de mí y yo me detuve al pasar por la habitación de Cayetana, dejando que mi cuñada se fuera adelantando. Eso sí, antes eché un último vistazo a su culo y ella me sorprendió con un giro brusco, sabiendo dónde tenía la mirada puesta.
―Ahora nos vemos… ―dijo Marta con una sonrisa picarona.
―Caye, ya estoy… ―Y llamé a su puerta.
―Vale, vete yendo, que ahora salgo.
―OK.
Mi suegra estaba preparando la comida y, cuando llegué a la piscina, Marta ya se había metido al agua.
―Vamos, tardón, está buenísima de temperatura, métete conmigo ―me pidió salpicándome desde fuera.
Y se acercó a mí en cuanto me lancé. Apenas nos cubría por la mitad, se puso delante y me miró de arriba abajo.
―Estás fuerte, pero creo que podría contigo.
―Sí, seguro…
Parecía que se volvía para alejarse de mí, pero me enganchó de la cintura, sacó el culo hacia fuera y con una fuerza que no me esperaba me volteó con una llave de judo. Tenía que estar muy potente de piernas y glúteos para revolcarme así, y se alejó sonriendo mientras yo tragaba agua.
Se dejó caer remojándose el pelo y de un salto se impulsó para salir con agilidad por un lateral. Marta estaba muy en forma. Luego se tumbó bocabajo al borde de la piscina.
―¿Qué te ha pasado, Jorge?, ja, ja, ja, pensabas que no podía contigo…
―Tengo que reconocer que me has sorprendido.
―Te sorprenderían muchas cosas de mí…
Y justo aparecieron Cayetana y su madre y yo me volví hacia ellas. Me parecía un poco violento estar así con Martita en la piscina delante de mi suegra, los dos solos, sobre todo por el biquini que ella llevaba, y mi novia se metió conmigo al agua. Ya se le había puesto la cara de pocos amigos habitual cuando su hermana se comportaba de esa manera y es que era más que evidente que le molestaba profundamente la presencia de Marta y sobre todo que se exhibiera así en público.
Comimos en el patio a la sombra en cuanto llegó su padre, y Martita siguió haciendo de las suyas. Primero se puso una mini camiseta de estas anchas con la que enseñaba el ombligo, frente a mí se hizo un churruño en el pelo, levantando los brazos y mirándome fijamente. Me sorprendió su cara pícara y sensual, mientras todos en la mesa eran ajenos al tonteo descarado que se traía conmigo. Ni su hermana, que estaba a mi lado, se dio cuenta de lo que hacía. Y lo peor fue cuando llegó el postre y se comió la sandía a bocados. Como una salvaje. Su madre partió una rodaja, Marta le pegó un mordisco, se mojó toda la cara y se limpió después con la mano. La sandía le escurría por la comisura de los labios, incluso chorreaba por su barbilla y le llegaron a caer unas gotas por el canalillo de su camiseta blanca.
Joder. Esa puta escenita me la puso dura.
―¿Quieres dejar de hacer eso y partirla a trozos con un cuchillo? ―le recriminó Cayetana.
―Así sabe mucho más rica… ―Y volvió a hacer lo mismo para desesperar a su hermana―. ¿No te parece, Jorge?
Todas las miradas de la mesa se dirigieron a mí y se hizo un silencio incómodo justo cuando su madre me partía un trozo. Dudé si seguirle el juego y posicionarme de su lado, pero tampoco era quién para decirle cómo tenía que comer. Ya era mayorcita. Quise decir que a mí me gustaba comerla así también y que me ponía cachondo verla hacer eso, pero cogí un cuchillo de la mesa y la troceé en varios cachitos.
―¡Ooooh, qué soso! ―exclamó Marta terminando de comer la sandía todavía de manera más soez y limpiándose con una servilleta―. Me piro, he quedado con estas… ―Y nos dejó plantados sin tan siquiera recoger el plato.
Después de la sobremesa, Cayetana se recostó en una tumbona a la fresca, y yo subí a lavarme los dientes y echarme un ratito la siesta en mi habitación, pero Marta ya se me había adelantado y la vi en el baño de la planta alta, frente al espejo, preparándose para salir con las amigas del pueblo.
Había dejado la puerta abierta, como esperándome, y la muy zorra estaba en ropa interior, con un sujetador blanco deportivo y un tanguita del mismo color. Eché un vistazo furtivo y luego entorné la puerta de mi habitación, esperando pacientemente a que terminara.
¡Qué culazo tenía la muy hija de puta y cómo le gustaba lucirlo!
Salí diez minutos después y Marta ya no se encontraba en el baño, por lo que pude cepillarme los dientes. Pensé que se habría ido, pero apareció de su cuarto con un mini short vaquero y una camiseta de tirantitos.
―Me piro, Jorge, he quedado a tomar algo, luego te veo…
―Vale…
Esta vez no hubo ninguna provocación por su parte y pasó de mí olímpicamente, pero yo la seguí con la mirada hasta que la perdí de vista y me fijé en cómo se le veían los glúteos por debajo del pantaloncito vaquero.
Con lo tranquilo que había estado los días previos, es que era aparecer Marta y ya estaba atacado de los nervios. Me tumbé en la cama sudado y más excitado de lo normal. Bajé la persiana y en la penumbra de la habitación me acaricié la polla por encima del pijama, pero sin llegar a correrme, pensando en el culo de Marta y en su cara llena de jugos por la fruta.
¿Cómo podía haberme puesto tan cachondo solo con verla comer sandía?
Necesitaba urgentemente un desahogo, pero era muy difícil hacer algo con Cayetana porque sus padres estaban casi de continuo en la casa. El rato que más tiempo se iban mis suegros era a media tarde, sobre las ocho, cuando salían a andar con otros amigos del pueblo.
Lo que pasa es que a esa hora nosotros también dábamos una vueltilla para hacer tiempo antes de la cena. Y cuando se fueron los padres de Cayetana y nos dejaron solos, ella se metió en la habitación para calzarse las zapatillas. Irrumpí deprisa y me senté en la cama, la cogí de la barbilla y le robé un beso.
―Me apetece mucho estar contigo…
―Y a mí también…
―¿Subimos un rato a mi habitación?
―¿Ahora?
―Sí, claro. Tus padres acaban de irse. Sabes que tardan más de una hora en volver…
―¿Y Marta?, podría venir.
―No creo, es muy pronto para ella…
―Ya sabes que mi hermana entra y sale de casa cuarenta veces…
―Joder, Caye, me apetece mucho… ―Y besé su cuello, sobando sus tetas por encima de la camiseta.
―Me gusta más cuando estamos solos. Es que me corta que nos puedan pillar…, entiéndelo…
―Ahora no hay nadie ―dije cogiendo su mano y poniéndola en mi paquete―. Vamos arriba. Te aseguro que voy a ser bastante rápido…
―¿Y si nos pillan? Si me vieran arriba contigo ya sabrían lo que estamos haciendo…
―Pues házmela aquí, ahora…
Deshice el nudo de mis bermudas y me la saqué delante de Cayetana, que miró mi polla negando con la cabeza.
―No podemos, Jorge…
―Solo un poquito. Desde aquí se escucha bien si llega alguien. Por favor, Caye ―le supliqué agarrando su mano y colocándola en mi tronco.
Cerró el puño, le pegó un par de sacudidas despacio y luego se detuvo.
―Aquí no puedes terminar… No quiero que dejes ninguna prueba, por si acaso.
―Vale…, no me importa…
―¿Y no va a ser peor si empiezo y te dejo medias? Te vas a quedar con más ganas.
―Pues haz que me corra…
―¡Jorge!, no seas soez…; además, ya te he dicho que no quiero que dejes rastros…
―¿Y cómo quieres que te lo diga?
―No podemos hacer eso ―dijo Cayetana comenzando a pajearme.
―Claro que podemos…, mmmmm, eso es, muy bien, ¿ves cómo sí que podemos?
―Yo también tengo ganas, no te creas. La semana que viene estaremos solitos de vacaciones…
―Mmmm, Caye, ¡qué rico!, me encanta cuando tú también estás así… ―dije besando su cuello y volviendo a acariciar sus pechos, esta vez por debajo de la camiseta.
Hice el amago de empujarla sobre la cama para ponerme encima, pero Cayetana se negó y se incorporó de pie.
―Jorge, ¡vale ya!
Me subí las bermudas, me acerqué despacio a ella y la arrinconé contra la pared. Le cogí un muslo, pegando mi cuerpo al suyo y apoyé mi paquete en su entrepierna. Embestí con fuerza, me froté contra su coño y Cayetana gimió. Se agarró a mi cuello, volví a mover mi culo hacia delante y arrastré mi polla entre sus labios vaginales.
―Aaaaah, Jorge, ¿qué haces? ―suspiró buscando mi boca y dándome un morreo.
Pegó un saltito, le cogí el otro muslo y Cayetana rodeó sus piernas en mi cintura. Con otra sacudida la empotré en la pared, como si estuviéramos follando, y justo en el mejor momento escuchamos el ruido de la puerta de casa.
Salimos deprisa de la habitación, tratando de recomponernos, pero no lo suficiente para que no nos pillara Marta.
―¿De dónde viene la parejita? ―preguntó de manera irónica.
―Íbamos a dar una vuelta ―le contestó su hermana arreglándose el pelo.
―Sí, ya, ya, ja, ja, ja, a dar una vuelta, por eso salíais juntos de tu habitación. No habré interrumpido nada, ¿no?
―Deja de decir tonterías ―le pidió Cayetana, a la que no le gustaban nada ese tipo de bromitas y menos por parte de su hermana pequeña.
―Si queréis me voy para que podáis terminar…
―¡¡Vale ya, Marta!! ―le gritó Cayetana enfadada.
―Bueno, no te pongas así, solo era una broma.
―¡Nos vamos!
―¡Adiós, parejita!
Y, en cuanto pusimos un pie en la calle, ya sabía lo que me tocaba.
―¡Te lo dije!, ya nos ha pillado Marta, ¿contento? Y encima me toca aguantar sus burlas…
―Bueno, Caye, que tampoco ha sido para tanto.
―A mí no me hace gracia, ¡es que cada día la soporto menos! Y menos mal que ha sido ella, porque podrían haber sido mis padres. Es por eso por lo que no estoy a gusto cuando no estamos solos…
―Lo siento…
Fuimos caminando hasta unas eras que hay en las afueras del pueblo. Después de una pequeña subidita, allí se tiene una panorámica muy bonita y nos sentamos en una roca gigante. Cayetana apoyó la cabeza en mi hombro y me pidió disculpas por lo que acababa de pasar.
―Perdona, Jorge, sé que esta situación no es nada fácil para ti.
―No te preocupes…
―Quiero que sepas que estoy poniendo mucho de mi parte…
―Lo sé, Caye.
―Quiero que lo nuestro funcione en todos los sentidos y soy consciente de que en una relación es muy importante también el tema de la sexualidad. Lo único que te pediría es que me dejases ir a mi ritmo, que no forzaras las cosas…
―Por supuesto, e intento que te sientas bien y que fluya de manera natural… Aunque a veces me cuesta, me gustas muchísimo, y ni te imaginas lo que me excitas sexualmente…
―Muchas gracias…
―Eso sí que no puedo remediarlo…
―A mí también me pasa igual, no te creas que no. ―Y me dio un beso en el hombro―, pero tenemos que saber controlarnos. La semana que viene nos vamos de vacaciones y podremos estar todas las noches solos…
―Mmmmm, ¡qué ganas!
―Te quiero, Jorge.
―Y yo más…
A la hora de la cena tuvimos que soportar las miraditas de Marta y su estúpida sonrisa burlona, que otra vez puso de los nervios a mi novia. Por suerte pudimos relajarnos al anochecer; Cayetana con su libro y yo tumbado junto a la piscina, escuchando música. Me pegué un baño refrescante antes de dormir y me despedí de mi chica con un beso en la boca sobre la una de la mañana.
Era bastante tarde, pero seguía haciendo un calor de narices, sobre todo en la parte de arriba de la Casona, y me puse a ojear el móvil hasta que me venciera el sueño. Apenas llevaba un bóxer puesto y me tapé con una fina sábana, recostado con la espalda apoyada en el cabecero, cuando escuché la puerta de casa.
Debía ser Marta, que regresaba del paseo con sus amigas, y lo confirmé al escuchar que le decía a sus padres que ya había llegado. Después se encendió la luz de la escalera y se apagó a los cinco segundos.
Yo estaba a oscuras en la habitación, aunque Marta debió ver la iluminación del móvil y sentí que se acercaba hasta mi cuarto. Tocó tímidamente con la mano en la puerta y asomó la cabeza a continuación.
―¡Jorge! ―susurró―. Estás despierto, ¿no?, he visto la luz del móvil…
―Sí ―murmuré en bajito.
Y sin pedirme permiso se coló en mi habitación. No me parecía nada apropiado que lo hiciera, estaba casi desnudo y ciertamente me puse en tensión al sentir que se sentaba en mi cama. En la penumbra apenas podía verla y la única luz era la de la luna, que entraba por la ventana.
―No estarás enfadado por lo de antes, ¿no? Solo era una broma, y quería disculparme contigo. Con Cayetana prefiero no hacerlo; si se molesta, es problema suyo…
―No, tranquila, sé que solo lo decías para fastidiarla, pero sí te pediría que no te pasaras tanto con Caye, ya sabes que no le gustan esos comentarios y que le sientan fatal… Es muy…, eeeeh…
―Pudorosa, ja, ja, ja.
―Sí, se podría decir así…
―Lo intentaré, pero no te prometo nada. En el fondo la quiero mucho, pero me gusta picarla un poquito.
―Maaaarta…, no seas mala. Bueno, disculpas aceptadas, anda, vamos a dormir…
―Tranqui, ya me voy… ―dijo apoyando una mano en mi hombro.
El simple contacto de sus dedos me erizó la piel.
Era una situación peligrosa para mí: la hermana pequeña de mi novia estaba sentada de madrugada en mi cama y no creo que le hiciera mucha gracia a sus padres o a mi novia si nos pillaran así. Mi vista ya se iba acostumbrando a la oscuridad de la habitación y empecé a vislumbrar a Martita.
Llevaba el pelo suelto, una pequeña camiseta de tirantes negra por encima del ombligo y una mini falda de color blanco. Se debía haber cambiado cuando vino por la tarde. Tenía un pie apoyado en el suelo, pero había subido la otra pierna en la cama y reposaba su muslo sobre la sábana, demasiado cerca de mí.
Su mano siguió en contacto con mi cuerpo unos segundos que se me hicieron eternos y, de repente, mi polla comenzó a crecer bajo la sábana. Yo no quería que sucediera y me pareció una situación muy violenta y vergonzosa, aunque, por suerte, la oscuridad me ayudó a proteger mi secreto.
Marta se inclinó sobre mí, descendió su mano de manera sutil por mi pecho hasta alcanzar mis abdominales y la dejó peligrosamente junto a mi polla dura. Me soltó un beso en la mejilla, a menos de dos centímetros de la boca, y sentí sus dedos recorriendo la forma de mis abdominales.
―Me caes muy bien. Se nota que eres muy buen tío, no como el ex de Caye, que era un capullo. ¡Buenas noches, Jorge! ―se despidió incorporándose con un pequeño impulso de la mano que reposaba sobre mi tableta.
La seguí con la mirada otra vez hasta que salió de mi habitación, volviendo un poco la puerta, pero sin llegar a cerrarla del todo. Y yo me quedé recostado en la cama, alterado, temblando y excitado. Era lo que me faltaba para pasar una noche de perros.
Y es que, aparte de lo de Marta, lo cachondo que estaba y el calor sofocante que hacía, al día siguiente Beatriz Beguer y Hans venían a cenar a la Casona y esa visita me tenía de los nervios, pues me preguntaba si el alemán me pediría una respuesta a su alocada propuesta de embarazar a su mujer.
Suponía que no y que la charla «informal» que tuvimos en su despacho solo habría sido un delirio del empresario, pero ¿qué pasaría si Hans insistía en el tema?
¿Qué se supone que le debía contestar?