La propuesta

Capítulo 6



Los exámenes finales me salieron de maravilla, incluso mejor de lo esperado, y cuando terminé sentí que necesitaba descargar todo ese estrés que llevaba acumulado. Me acerqué a la farmacia y compré un bote para una muestra de orina.

No había dejado de pensar en Beatriz en las tres últimas semanas y la fantasía de su fecundación se repetía una y otra vez en mi cabeza, así que decidí que era un buen momento para llevarla a cabo y esperé pacientemente a que llegara la noche. Mis padres y mi hermano ya estaban dormidos y yo me entretuve viendo unas fotos de Beatriz Beguer y leyendo toda clase de artículos que tenía guardados de ella.

Me encantaba buscar información de la prima de mi novia, conocer sus nuevos proyectos, ojear las entrevistas que daba, y a cada palabra que leía de ella me parecía una mujer más sofisticada e interesante. Todavía me era imposible asimilar lo que me había pedido Hans el día que estuvimos en su mansión celebrando los cumpleaños de su mujer y de Marta.

Quizás se había pasado con el alcohol y terminó desvariando, esa era la única explicación a que me sugiriera algo tan surrealista e inverosímil, pero lo que ya me parecía imposible del todo es que Beatriz estuviera de acuerdo con aquella locura.

Sentado al borde de la cama, con la polla en una mano y el bote de muestras en la otra, cerré los ojos imaginando a Beatriz. Fantaseé que me masturbaba en una sala de hospital, sabiendo que fuera aguardaban mi inminente corrida varias enfermeras y la prima de mi novia con las piernas abiertas en una camilla, agarrando la mano del empresario alemán.

En el instante justo introduje el capullo en el bote y deposité mi descarga, soltándome la polla cuando ya brotaba mi orgasmo. Me producía un placer extraño eyacular con esa fantasía tan particular. No lo podía remediar. No sé si me excitaba más imaginarme a Beatriz desnuda de cintura para abajo o el preciso momento en el que le introducían mi semen en su delicado coño de pija.

Lavé el bote y lo escondí bien en mi armario para utilizarlo unas cuantas veces durante el verano. Y es que no podía dejar de pensar en Beatriz Beguer. La semana que entraba la íbamos a pasar en la Casona, junto a mis suegros, unos días de desconexión total antes de irnos de vacaciones a Ámsterdam y Bruselas; sin embargo, Cayetana me había dicho que el viernes por la tarde Beatriz y Hans se acercarían a cenar y despedirse de nosotros, pues tenían un importante viaje de negocios en Dubái.

Y eso me tenía alteradísimo.

No había vuelto a saber nada de ellos desde la fiesta de cumpleaños en su casa, el día en el que Hans me propuso ser el donante de semen para su futuro hijo. Y ahora me los iba a encontrar en la Casona, aunque para eso todavía faltaban unos días y, sinceramente, no esperaba que el alemán volviera a sacar el tema.

Eso sería lo más lógico.

Preparé la maleta con lo necesario para cinco días; camisetas, bermudas, ropa de deporte y un neceser. Cayetana me pasó a buscar en el coche y pusimos rumbo a su casa de verano. Sus padres ya llevaban allí una semana, los dos solos, y nos recibieron con una estupenda cena. Me sorprendió que hubieran permitido que Marta se quedara con sus amigos, pero después de aprobar la EBAU y, además, con buena nota, tenía carta blanca para hacer y deshacer lo que le diera en gana todo el verano.

Como en casa no se está en ningún sitio, pero tengo que reconocer que mis suegros siempre me trataban de manera exquisita y yo también me encontraba muy a gusto con su compañía. Era un matrimonio muy educado, sobre todo el padre de Cayetana, que hablaba por los codos y contaba anécdotas sin parar. Era un pozo de sabiduría y sabía prácticamente de todo. Su madre, más tradicional, me preparó la habitación de arriba para que durmiera yo solo. Ya estaba acostumbrado, así que no me extrañó que hiciera eso a pesar de que llevaba saliendo más de dos años con su hija.

Cuando estábamos con ellos, había que guardar las apariencias.

Lo malo es que en la planta alta de la Casona hacía bastante calor a estas alturas de verano, y por las noches me costaba conciliar el sueño. Los días allí eran muy tranquilos; por la mañana salíamos Cayetana y yo a hacer una ruta por los alrededores, regresábamos a la hora de comer, siesta, piscina y paseo por el pueblo al anochecer antes de cenar.

Y por la noche un ratito de tertulia y, cuando sus padres se acostaban, Cayetana se quedaba leyendo y yo escuchando música con mis cascos inalámbricos, junto a la piscina.

Fueron tres jornadas de paz y tranquilidad, hasta que el jueves se acabó la calma. Marta llamó a sus padres para avisar de que venía a comer y ya se quedaría a la cena del día siguiente con Hans y Beatriz. Y la hermana pequeña de mi chica aterrizó como un terremoto, como es habitual en ella.

Llegó acalorada, a la una de la tarde, con todo el sol pegando de pleno. Nosotros acabábamos de regresar de una caminata por el monte y nos la encontramos a la puerta de la Casona, arrastrando una pequeña maleta desde la parada del autobús del pueblo. Ya venía protestando.

―¡Un kilómetro me he tenido que patear y con este calorazo! Me podíais haber venido a buscar… Os he estado llamando y no me lo habéis cogido.
―No teníamos cobertura, mira, ahora me están entrando tus llamadas ―le comentó Cayetana mostrándole el móvil―. De todas formas, habérselo dicho a papá…
―No podía, había quedado con no sé quién y me dijo que te llamara a ti.
―Pues lo siento…
―Llevo una buena sudada encima ―protestó de nuevo antes de entrar en la Casona.

No dudo que tuviera calor, pero ya no podía llevar menos ropa encima. Una camiseta de tirantes con la que mostraba el ombligo y unos leggins cortos de deporte con los que lucía culazo a lo bestia. Adornaba su look con una gorra de beisbol, que se quitó para que las gotas de sudor le escurrieran por el cuello.

Me ofrecí de manera caballerosa a subir su maleta mientras ella saludaba a su madre y se la dejé a la puerta de su habitación, justo cuando Marta llegaba y me sorprendía en la planta de arriba.

―¡Vaya, vaya, así que te han vuelto a desterrar!, ja, ja, ja ―bromeó apuntando con el dedo hacia mi cuarto, que se encontraba frente al suyo―. ¡Bienvenido al club!
―Gracias.
―¡Qué bien que vayamos a ser vecinos! ―bromeó apoyando las dos manos en mi hombro y mordiéndose los labios―. Tú también llevas una buena sudada, ¿te pegas un baño conmigo antes de comer?… en la piscina quería decir, ja, ja, ja…
―Sí, sí, claro, ya te había entendido… no va a ser en la ducha... ―dije ruborizándome por su pequeña broma―. Me voy a poner el bañador, la verdad es que apetece…
―Pues ahora nos vemos. ―Regresó a su habitación y cerró la puerta.

No sé si dormir en la planta alta al lado de Marta era una buena idea. La muy cabrona iba a aprovechar cualquier oportunidad para tontear conmigo, y a los tres minutos sentí que alguien tocaba con los nudillos.

―¿Ya estás listo? ―la escuché desde el pasillo.
―Sí, voy…

Se había cambiado superrápido y me la encontré junto a la escalera con un biquini blanco. Creo que era el mismo que llevaba el día de su cumpleaños y no pude evitar fijarme en su excelso culito de niñata. Ella bajó delante de mí y yo me detuve al pasar por la habitación de Cayetana, dejando que mi cuñada se fuera adelantando. Eso sí, antes eché un último vistazo a su culo y ella me sorprendió con un giro brusco, sabiendo dónde tenía la mirada puesta.

―Ahora nos vemos… ―dijo Marta con una sonrisa picarona.
―Caye, ya estoy… ―Y llamé a su puerta.
―Vale, vete yendo, que ahora salgo.
―OK.

Mi suegra estaba preparando la comida y, cuando llegué a la piscina, Marta ya se había metido al agua.

―Vamos, tardón, está buenísima de temperatura, métete conmigo ―me pidió salpicándome desde fuera.

Y se acercó a mí en cuanto me lancé. Apenas nos cubría por la mitad, se puso delante y me miró de arriba abajo.

―Estás fuerte, pero creo que podría contigo.
―Sí, seguro…

Parecía que se volvía para alejarse de mí, pero me enganchó de la cintura, sacó el culo hacia fuera y con una fuerza que no me esperaba me volteó con una llave de judo. Tenía que estar muy potente de piernas y glúteos para revolcarme así, y se alejó sonriendo mientras yo tragaba agua.

Se dejó caer remojándose el pelo y de un salto se impulsó para salir con agilidad por un lateral. Marta estaba muy en forma. Luego se tumbó bocabajo al borde de la piscina.

―¿Qué te ha pasado, Jorge?, ja, ja, ja, pensabas que no podía contigo…
―Tengo que reconocer que me has sorprendido.
―Te sorprenderían muchas cosas de mí…

Y justo aparecieron Cayetana y su madre y yo me volví hacia ellas. Me parecía un poco violento estar así con Martita en la piscina delante de mi suegra, los dos solos, sobre todo por el biquini que ella llevaba, y mi novia se metió conmigo al agua. Ya se le había puesto la cara de pocos amigos habitual cuando su hermana se comportaba de esa manera y es que era más que evidente que le molestaba profundamente la presencia de Marta y sobre todo que se exhibiera así en público.

Comimos en el patio a la sombra en cuanto llegó su padre, y Martita siguió haciendo de las suyas. Primero se puso una mini camiseta de estas anchas con la que enseñaba el ombligo, frente a mí se hizo un churruño en el pelo, levantando los brazos y mirándome fijamente. Me sorprendió su cara pícara y sensual, mientras todos en la mesa eran ajenos al tonteo descarado que se traía conmigo. Ni su hermana, que estaba a mi lado, se dio cuenta de lo que hacía. Y lo peor fue cuando llegó el postre y se comió la sandía a bocados. Como una salvaje. Su madre partió una rodaja, Marta le pegó un mordisco, se mojó toda la cara y se limpió después con la mano. La sandía le escurría por la comisura de los labios, incluso chorreaba por su barbilla y le llegaron a caer unas gotas por el canalillo de su camiseta blanca.

Joder. Esa puta escenita me la puso dura.

―¿Quieres dejar de hacer eso y partirla a trozos con un cuchillo? ―le recriminó Cayetana.
―Así sabe mucho más rica… ―Y volvió a hacer lo mismo para desesperar a su hermana―. ¿No te parece, Jorge?

Todas las miradas de la mesa se dirigieron a mí y se hizo un silencio incómodo justo cuando su madre me partía un trozo. Dudé si seguirle el juego y posicionarme de su lado, pero tampoco era quién para decirle cómo tenía que comer. Ya era mayorcita. Quise decir que a mí me gustaba comerla así también y que me ponía cachondo verla hacer eso, pero cogí un cuchillo de la mesa y la troceé en varios cachitos.

―¡Ooooh, qué soso! ―exclamó Marta terminando de comer la sandía todavía de manera más soez y limpiándose con una servilleta―. Me piro, he quedado con estas… ―Y nos dejó plantados sin tan siquiera recoger el plato.

Después de la sobremesa, Cayetana se recostó en una tumbona a la fresca, y yo subí a lavarme los dientes y echarme un ratito la siesta en mi habitación, pero Marta ya se me había adelantado y la vi en el baño de la planta alta, frente al espejo, preparándose para salir con las amigas del pueblo.

Había dejado la puerta abierta, como esperándome, y la muy zorra estaba en ropa interior, con un sujetador blanco deportivo y un tanguita del mismo color. Eché un vistazo furtivo y luego entorné la puerta de mi habitación, esperando pacientemente a que terminara.

¡Qué culazo tenía la muy hija de puta y cómo le gustaba lucirlo!

Salí diez minutos después y Marta ya no se encontraba en el baño, por lo que pude cepillarme los dientes. Pensé que se habría ido, pero apareció de su cuarto con un mini short vaquero y una camiseta de tirantitos.

―Me piro, Jorge, he quedado a tomar algo, luego te veo…
―Vale…

Esta vez no hubo ninguna provocación por su parte y pasó de mí olímpicamente, pero yo la seguí con la mirada hasta que la perdí de vista y me fijé en cómo se le veían los glúteos por debajo del pantaloncito vaquero.

Con lo tranquilo que había estado los días previos, es que era aparecer Marta y ya estaba atacado de los nervios. Me tumbé en la cama sudado y más excitado de lo normal. Bajé la persiana y en la penumbra de la habitación me acaricié la polla por encima del pijama, pero sin llegar a correrme, pensando en el culo de Marta y en su cara llena de jugos por la fruta.

¿Cómo podía haberme puesto tan cachondo solo con verla comer sandía?

Necesitaba urgentemente un desahogo, pero era muy difícil hacer algo con Cayetana porque sus padres estaban casi de continuo en la casa. El rato que más tiempo se iban mis suegros era a media tarde, sobre las ocho, cuando salían a andar con otros amigos del pueblo.

Lo que pasa es que a esa hora nosotros también dábamos una vueltilla para hacer tiempo antes de la cena. Y cuando se fueron los padres de Cayetana y nos dejaron solos, ella se metió en la habitación para calzarse las zapatillas. Irrumpí deprisa y me senté en la cama, la cogí de la barbilla y le robé un beso.

―Me apetece mucho estar contigo…
―Y a mí también…
―¿Subimos un rato a mi habitación?
―¿Ahora?
―Sí, claro. Tus padres acaban de irse. Sabes que tardan más de una hora en volver…
―¿Y Marta?, podría venir.
―No creo, es muy pronto para ella…
―Ya sabes que mi hermana entra y sale de casa cuarenta veces…
―Joder, Caye, me apetece mucho… ―Y besé su cuello, sobando sus tetas por encima de la camiseta.
―Me gusta más cuando estamos solos. Es que me corta que nos puedan pillar…, entiéndelo…
―Ahora no hay nadie ―dije cogiendo su mano y poniéndola en mi paquete―. Vamos arriba. Te aseguro que voy a ser bastante rápido…
―¿Y si nos pillan? Si me vieran arriba contigo ya sabrían lo que estamos haciendo…
―Pues házmela aquí, ahora…

Deshice el nudo de mis bermudas y me la saqué delante de Cayetana, que miró mi polla negando con la cabeza.

―No podemos, Jorge…
―Solo un poquito. Desde aquí se escucha bien si llega alguien. Por favor, Caye ―le supliqué agarrando su mano y colocándola en mi tronco.

Cerró el puño, le pegó un par de sacudidas despacio y luego se detuvo.

―Aquí no puedes terminar… No quiero que dejes ninguna prueba, por si acaso.
―Vale…, no me importa…
―¿Y no va a ser peor si empiezo y te dejo medias? Te vas a quedar con más ganas.
―Pues haz que me corra…
―¡Jorge!, no seas soez…; además, ya te he dicho que no quiero que dejes rastros…
―¿Y cómo quieres que te lo diga?
―No podemos hacer eso ―dijo Cayetana comenzando a pajearme.
―Claro que podemos…, mmmmm, eso es, muy bien, ¿ves cómo sí que podemos?
―Yo también tengo ganas, no te creas. La semana que viene estaremos solitos de vacaciones…
―Mmmm, Caye, ¡qué rico!, me encanta cuando tú también estás así… ―dije besando su cuello y volviendo a acariciar sus pechos, esta vez por debajo de la camiseta.

Hice el amago de empujarla sobre la cama para ponerme encima, pero Cayetana se negó y se incorporó de pie.

―Jorge, ¡vale ya!

Me subí las bermudas, me acerqué despacio a ella y la arrinconé contra la pared. Le cogí un muslo, pegando mi cuerpo al suyo y apoyé mi paquete en su entrepierna. Embestí con fuerza, me froté contra su coño y Cayetana gimió. Se agarró a mi cuello, volví a mover mi culo hacia delante y arrastré mi polla entre sus labios vaginales.

―Aaaaah, Jorge, ¿qué haces? ―suspiró buscando mi boca y dándome un morreo.

Pegó un saltito, le cogí el otro muslo y Cayetana rodeó sus piernas en mi cintura. Con otra sacudida la empotré en la pared, como si estuviéramos follando, y justo en el mejor momento escuchamos el ruido de la puerta de casa.

Salimos deprisa de la habitación, tratando de recomponernos, pero no lo suficiente para que no nos pillara Marta.

―¿De dónde viene la parejita? ―preguntó de manera irónica.
―Íbamos a dar una vuelta ―le contestó su hermana arreglándose el pelo.
―Sí, ya, ya, ja, ja, ja, a dar una vuelta, por eso salíais juntos de tu habitación. No habré interrumpido nada, ¿no?
―Deja de decir tonterías ―le pidió Cayetana, a la que no le gustaban nada ese tipo de bromitas y menos por parte de su hermana pequeña.
―Si queréis me voy para que podáis terminar…
―¡¡Vale ya, Marta!! ―le gritó Cayetana enfadada.
―Bueno, no te pongas así, solo era una broma.
―¡Nos vamos!
―¡Adiós, parejita!

Y, en cuanto pusimos un pie en la calle, ya sabía lo que me tocaba.

―¡Te lo dije!, ya nos ha pillado Marta, ¿contento? Y encima me toca aguantar sus burlas…
―Bueno, Caye, que tampoco ha sido para tanto.
―A mí no me hace gracia, ¡es que cada día la soporto menos! Y menos mal que ha sido ella, porque podrían haber sido mis padres. Es por eso por lo que no estoy a gusto cuando no estamos solos…
―Lo siento…

Fuimos caminando hasta unas eras que hay en las afueras del pueblo. Después de una pequeña subidita, allí se tiene una panorámica muy bonita y nos sentamos en una roca gigante. Cayetana apoyó la cabeza en mi hombro y me pidió disculpas por lo que acababa de pasar.

―Perdona, Jorge, sé que esta situación no es nada fácil para ti.
―No te preocupes…
―Quiero que sepas que estoy poniendo mucho de mi parte…
―Lo sé, Caye.
―Quiero que lo nuestro funcione en todos los sentidos y soy consciente de que en una relación es muy importante también el tema de la sexualidad. Lo único que te pediría es que me dejases ir a mi ritmo, que no forzaras las cosas…
―Por supuesto, e intento que te sientas bien y que fluya de manera natural… Aunque a veces me cuesta, me gustas muchísimo, y ni te imaginas lo que me excitas sexualmente…
―Muchas gracias…
―Eso sí que no puedo remediarlo…
―A mí también me pasa igual, no te creas que no. ―Y me dio un beso en el hombro―, pero tenemos que saber controlarnos. La semana que viene nos vamos de vacaciones y podremos estar todas las noches solos…
―Mmmmm, ¡qué ganas!
―Te quiero, Jorge.
―Y yo más…

A la hora de la cena tuvimos que soportar las miraditas de Marta y su estúpida sonrisa burlona, que otra vez puso de los nervios a mi novia. Por suerte pudimos relajarnos al anochecer; Cayetana con su libro y yo tumbado junto a la piscina, escuchando música. Me pegué un baño refrescante antes de dormir y me despedí de mi chica con un beso en la boca sobre la una de la mañana.

Era bastante tarde, pero seguía haciendo un calor de narices, sobre todo en la parte de arriba de la Casona, y me puse a ojear el móvil hasta que me venciera el sueño. Apenas llevaba un bóxer puesto y me tapé con una fina sábana, recostado con la espalda apoyada en el cabecero, cuando escuché la puerta de casa.

Debía ser Marta, que regresaba del paseo con sus amigas, y lo confirmé al escuchar que le decía a sus padres que ya había llegado. Después se encendió la luz de la escalera y se apagó a los cinco segundos.

Yo estaba a oscuras en la habitación, aunque Marta debió ver la iluminación del móvil y sentí que se acercaba hasta mi cuarto. Tocó tímidamente con la mano en la puerta y asomó la cabeza a continuación.

―¡Jorge! ―susurró―. Estás despierto, ¿no?, he visto la luz del móvil…
―Sí ―murmuré en bajito.

Y sin pedirme permiso se coló en mi habitación. No me parecía nada apropiado que lo hiciera, estaba casi desnudo y ciertamente me puse en tensión al sentir que se sentaba en mi cama. En la penumbra apenas podía verla y la única luz era la de la luna, que entraba por la ventana.

―No estarás enfadado por lo de antes, ¿no? Solo era una broma, y quería disculparme contigo. Con Cayetana prefiero no hacerlo; si se molesta, es problema suyo…
―No, tranquila, sé que solo lo decías para fastidiarla, pero sí te pediría que no te pasaras tanto con Caye, ya sabes que no le gustan esos comentarios y que le sientan fatal… Es muy…, eeeeh…
―Pudorosa, ja, ja, ja.
―Sí, se podría decir así…
―Lo intentaré, pero no te prometo nada. En el fondo la quiero mucho, pero me gusta picarla un poquito.
―Maaaarta…, no seas mala. Bueno, disculpas aceptadas, anda, vamos a dormir…
―Tranqui, ya me voy… ―dijo apoyando una mano en mi hombro.

El simple contacto de sus dedos me erizó la piel.

Era una situación peligrosa para mí: la hermana pequeña de mi novia estaba sentada de madrugada en mi cama y no creo que le hiciera mucha gracia a sus padres o a mi novia si nos pillaran así. Mi vista ya se iba acostumbrando a la oscuridad de la habitación y empecé a vislumbrar a Martita.

Llevaba el pelo suelto, una pequeña camiseta de tirantes negra por encima del ombligo y una mini falda de color blanco. Se debía haber cambiado cuando vino por la tarde. Tenía un pie apoyado en el suelo, pero había subido la otra pierna en la cama y reposaba su muslo sobre la sábana, demasiado cerca de mí.

Su mano siguió en contacto con mi cuerpo unos segundos que se me hicieron eternos y, de repente, mi polla comenzó a crecer bajo la sábana. Yo no quería que sucediera y me pareció una situación muy violenta y vergonzosa, aunque, por suerte, la oscuridad me ayudó a proteger mi secreto.

Marta se inclinó sobre mí, descendió su mano de manera sutil por mi pecho hasta alcanzar mis abdominales y la dejó peligrosamente junto a mi polla dura. Me soltó un beso en la mejilla, a menos de dos centímetros de la boca, y sentí sus dedos recorriendo la forma de mis abdominales.

―Me caes muy bien. Se nota que eres muy buen tío, no como el ex de Caye, que era un capullo. ¡Buenas noches, Jorge! ―se despidió incorporándose con un pequeño impulso de la mano que reposaba sobre mi tableta.

La seguí con la mirada otra vez hasta que salió de mi habitación, volviendo un poco la puerta, pero sin llegar a cerrarla del todo. Y yo me quedé recostado en la cama, alterado, temblando y excitado. Era lo que me faltaba para pasar una noche de perros.

Y es que, aparte de lo de Marta, lo cachondo que estaba y el calor sofocante que hacía, al día siguiente Beatriz Beguer y Hans venían a cenar a la Casona y esa visita me tenía de los nervios, pues me preguntaba si el alemán me pediría una respuesta a su alocada propuesta de embarazar a su mujer.

Suponía que no y que la charla «informal» que tuvimos en su despacho solo habría sido un delirio del empresario, pero ¿qué pasaría si Hans insistía en el tema?

¿Qué se supone que le debía contestar?
 
Capítulo 7



Sobre las ocho de la tarde llegaron Hans y Beatriz. Él de oscuro, como casi siempre, con un pantalón de vestir de lino, mocasines y un polo sin botones de seda que le sentaba como un guante y disimulaba su incipiente barriguita. Iban cogidos de la mano y me quedé prendado de la belleza de Beatriz.

En cuanto la veía siempre me pasaba lo mismo.

Cada día con un modelito nuevo. Daba igual si vestía arreglada, informal, deportiva…, con cualquier cosa proyectaba mucha clase. Esta vez se había puesto una falda negra larga ajustada de lino con rayas horizontales, lo que la hacía todavía más estilizada, y con una abertura lateral con la que mostraba una de sus piernas, y lo complementaba con un top blanco sin mangas y unas sandalias veraniegas con un poquito de cuña.

Me encantaba cuando llevaba el pelo suelto sin ningún tipo de peinado o recogido y apenas se había maquillado, lo justo para estar perfecta. La contemplé absorto con ese caminar seguro y elegante y, en cuanto se acercó a unos metros, me envolvió su perfume.

―¿Qué tal, familia? ―nos saludó con dos besos y un abrazo a todos.

Hans me estrechó la mano con firmeza y luego le dio un tierno beso en la mejilla a mi chica.

―Muchas gracias por la invitación, tía ―le dijo Beatriz a mi suegra―. ¿Y dónde está Marta?, no me digáis que no ha venido…
―Sí, está por ahí con sus amigas, no creo que tarde mucho en volver, está deseando veros y ha venido al pueblo exclusivamente porque sabía que veníais, si no, no le vemos el pelo en todo el fin de semana… ―aseguró la madre de mi chica.
―Bueno, pues veo que aquí seguís tan estupendamente, ¡qué envidia me ha dado siempre esta Casona! ―exclamó Beatriz.
―Podéis venir cuando queráis, ¡estáis en vuestra casa!
―Si le ponéis un precio, yo estaría dispuesto a pagarlo, ¡me encanta este lugar! ―bromeó Hans con su español particular.
―¿Cuánto estarías dispuesto a ofrecer? ―quiso bromear el padre de Caye.

Se le iluminó la cara al alemán, bastante experto en este tipo de negociaciones. Sacó una libreta pequeña y arrancó una hoja en blanco.

―Escribe el precio que quieras… ―le retó a mi suegro.

Todos nos quedamos mirando su respuesta y el padre de mi chica cogió el papelito. Hizo el amago de poner una cantidad y entonces le interrumpió mi suegra.

―Ni por todo el dinero del mundo vendería la Casona…
―Todo tiene un precio ―aseguró Hans―. ¿No crees, Jorge?

No sé por qué se dirigió directamente a mí, ¿es que en esta familia siempre tenían que pedirme opinión? Y todas las miradas se volvieron en mi dirección.

―Hay cosas que no se pueden comprar, Hans… ―afirmé con rotundidad, remarcando bien su nombre y manteniendo la mirada al alemán.
―Yo creo que sí, solo hay que saber esperar el momento y poner la cifra adecuada ―dijo cogiendo el papelito y sacando un boli.

Puso una cifra que no pudimos ver y después le entregó la hoja a mi suegra.

―¿En serio estarías dispuesto a pagar esto? ―preguntó con los ojos abiertos como platos.
―Ni lo dudes…
―Es demasiado.
―Vale ya, Hans ―les interrumpió Beatriz―. Hemos venido a pasar un rato en familia, no a negociar…
―Es solo para que lo piense ―insistió el alemán.
―Prefiero que esta casa sea de mis tíos… y venir de visita cuando quiera… Ellos la disfrutan más, aparte del valor familiar que tiene.

Salimos a cenar al jardín, y Beatriz nos estuvo contando su nueva ilusión. Quería construir un megacentro comercial en Dubái y su proyecto estaba entre los cinco finalistas. La semana siguiente viajaban a ese país y pensaban quedarse más de un mes, ya que Hans también tenía unos cuantos negocios allí.

Me supuse que no les saldría nada barato quedarse tanto tiempo en uno de esos hotelazos de lujo. Y yo me fijé detenidamente en Beatriz mientras hablaba. Ese cruce de piernas no podía ser más sensual, y enseñaba tanto que se le veía hasta la parte de arriba del muslo. Llevaba un collar de piedras y la pulsera a juego, típicos de los puestos de playa; y cuando iba así, tan natural, sin su ropa de marca, sin esos peinados tan refinados, sin sus relojes de miles de euros… todavía me parecía más atractiva.

Interrumpió su interesante discurso la llegada de Marta, a la que tuvo que llamar su madre para que viniera a cenar. Pasamos una agradable velada en el jardín a pesar de que hacía calor, y, en cuanto se metió el sol, se quedó una noche estupenda. Enseguida nos abandonó Marta, que nos dijo que iba a salir de fiesta con sus amigas, y nosotros nos quedamos de tertulia junto a la piscina.

Cayetana y yo apenas interveníamos y la conversación giró en torno a Beatriz, Hans y mi suegro. Al parecer el padre de Cayetana sabía más de Dubái que el propio alemán, que llevaba unos cuantos años haciendo negocios en ese país.

―Si sale adelante el proyecto, no descartamos mudarnos un par de años a Dubái ―aseguró Beatriz―, así que puede que aprovechemos este mes para buscar alojamiento también…

Todo lo que contaba sobre su trabajo era muy interesante y nos hizo un pequeño boceto del centro comercial que pensaban construir allí. Un proyecto faraónico, que incluía hasta una pista de esquí. Algo fuera de lo normal.

Ya pasadas las doce de la noche, mis suegros nos ofrecieron tomar una copa y, mientras tanto, Beatriz y Cayetana les ayudaron a recoger la mesa. Hans ni hizo el ademán de levantarse, y yo, por no faltarle al respeto y dejarle solo, me quedé sentado con él.

―No me extraña que este sitio le guste tanto a mi mujer, se respira paz en este lugar ―me dijo―. ¿Vamos a dar una vuelta en lo que regresan?, me gusta ver lo cuidado que lo tienen todo…

Me inquietó mucho su petición y el gesto que adoptó, pero no supe decirle que no cuando se puso de pie. Tampoco es que el jardín fuera muy grande, aunque sí tenían un terreno de casi cien metros de largo por unos cincuenta de ancho. Comenzamos a andar hacia la zona del cobertizo y Hans me puso una mano al hombro, como si fuéramos colegas.

El muy cabrón no se anduvo con rodeos. Le gustaba ir directo al grano.

―¿Ya has decidido lo que hablamos la última vez?
―Eeeeh, bueno…, nooo, eeeeh, buenooo, eeeeh… ―tartamudeé sin saber qué contestar.
―Ha pasado casi un mes. Has tenido tiempo más que de sobra para pensarlo, ¿no? Solo tienes que decirme sí o no. Y, sinceramente, me gustaría que dijeras que sí.

Esta vez Hans no estaba borracho ni parecía estar bajo los efectos de ninguna droga. Su tono me indicaba que aquello no era ninguna broma. Y se quedó en silencio, esperando mi respuesta.

Ese fue el instante clave. El punto de inflexión. Si hubiera dicho que NO con firmeza en ese momento, nada de lo que vino a continuación hubiera sucedido, pero, como se suele decir, la curiosidad mató al gato. Sí, todo este asunto me tenía intrigadísimo. Es que me parecía tan surrealista que no me cabía en la cabeza que aquello me estuviera pasando.

Debía ser una especie de conspiración de la familia Beguer contra mí, una prueba de fidelidad o algo así, entre los jueguecitos que se traía Marta conmigo y la propuesta de Hans. Era lo único que se me ocurría.

Yo solo quería avanzar un poquito más y no pensé que esa situación, una vez que llegara a cierto punto, ya sería un viaje sin retorno. No podía pensar con claridad, me puse demasiado nervioso y Hans notó cómo temblaba de la emoción. No confirmé nada, pero tampoco le dije que no. Necesitaba saber más del asunto, de qué se trataba exactamente, qué era lo que Hans y Beatriz tenían en mente hacer conmigo.

Eran tantas y tantas interrogantes.

―Me halaga que hayáis pensado en mí, pero, no sé, quizás sería mejor que vuestro candidato no fuera de la familia ―intenté argumentar.
―Es evidente, pero no te creas que es nada fácil dar con la persona idónea, y yo tengo clarísimo que el candidato perfecto eres tú.
―Bueno, ¿y de qué se trataría?, ¿qué tendría que hacer?, y con esto no te estoy diciendo que sí, eh…, todavía no lo tengo claro.
―Pásate por mi trabajo la semana que viene y lo hablamos.
―El lunes nos vamos de vacaciones después de comer…
―Pues ven a primera hora… Nosotros también estaremos casi todo el verano a Dubái, así que podríamos empezar ya a finales de agosto. Tampoco lo quiero demorar más tiempo.
―Es que el lunes tengo que hacer cosillas…
―Lo dejamos zanjado a primera hora. A partir de las siete de la mañana puedes venir cuando quieras a mi oficina, ¿de acuerdo? Luego te mando la dirección al móvil ―me dijo con unas palmaditas en el hombro.

Llegamos andando hasta la zona de la piscina y nos quedamos parados como a unos veinte metros de la familia. Allí estaban de pie Beatriz y Cayetana, hablando, mientras mis suegros sacaban unas cuantas copas del interior de la casa.

―Son como dos gotas de agua, ¿no crees? ―me preguntó Hans.

Nunca lo había pensado, pero el alemán tenía razón, físicamente las primas se parecían bastante, sobre todo en el cuerpo: las dos eran altas, frágiles, delgadas, esbeltas, tenían el pelo largo, pero Beatriz era mucho más mujer y se notaba que hacía deporte, todo lo contrario que mi novia, con muy poquitas curvas y una belleza muy natural. Quizás, cuando Beatriz tuvo veinte años, no me cabía ninguna duda de que su complexión física era igual que la de Caye, pero ahora estaba mucho más formada en sus brazos, en el pecho, las piernas, y sobre todo en las caderas y ese trasero tan potente que se había trabajado.

―Sí, se parecen ―dije todavía temblando sin pensar en las consecuencias de lo que estaba haciendo.

Mi único pensamiento era imaginar que dejaba embarazada a aquella diosa, aportando mi granito de arena y me excitaba una barbaridad fantasear con que mi semen terminaba dentro de Beatriz Beguer, aunque en mi fuero interno sabía que no era posible que sucediera aquella locura y, si por un casual llegáramos a un acuerdo, al final yo no me iba a atrever y terminaría echándome atrás.

―Me alegro que al final hayas aceptado… y ya sabes, eh, de esto ni una palabra a nadie… y cuando digo a nadie es a nadie… ―afirmó Hans con un par de golpecitos en la espalda antes de dejarme y caminar hacia su mujer y Cayetana.

Me dejó con la palabra en la boca y eso que le iba a decir que todavía no lo tenía decidido del todo, pero Hans ya lo daba por supuesto y llegó por detrás para abrazar a Beatriz y robarle un beso en la mejilla. Un morbo insano estaba creciendo dentro de mí y esa especie de fetiche de que mi semillita creciera dentro de aquella diosa se había apoderado de mi razón.

Imaginaba a Beatriz con su barriga abultada, sus pechos hinchados, a punto de dar a luz, y toda la familia reunida, preguntándole qué tal se encontraba y por el nombre del niño o la niña; y yo estaría viendo la escena, sabiendo que ese bebé era mío y que lo habían fecundado gracias a mí. Eso me excitaba de una manera sobrenatural, y solo con pensar en Beatriz en ese estado alcancé una tremenda erección.

Tomé asiento justo cuando mi suegra nos servía unas copas, e incluso Cayetana se animó a beber un poco de alcohol. Beatriz, mi novia y sus padres se habían enfrascado en una conversación sobre vivir en el extranjero y la arquitecto le recomendaba a Caye que se fuera un par de años a EE. UU. como había hecho ella. A mí esa idea no me gustó mucho, pues si ya era difícil mantener una relación sin follar, añadir la dificultad de la distancia supondría nuestro final.

Cayetana me gustaba mucho y por ella estaría dispuesto a cualquier cosa, pero creo que, si se fuera a vivir al extranjero, se llevaría por delante nuestra relación. Y mientras hablaban no podía dejar de mirar a Beatriz. La tenía a un par de metros y ese cruce de piernas me estaba volviendo loco.

Literalmente.

Observé minuciosamente cada detalle; las pulseras, el collar, el movimiento de sus manos, cómo jugaba con su pelo o pasaba un dedo por el borde de la copa, cómo cambiaba el cruce de sus piernas, ocultándolas bajo la falda; pero a mí me encantaba cuando asomaba todo el muslo por la abertura y nos deleitaba con sus mejores armas.

Por la forma de mirarme estaba convencido de que ella no sabía nada de las intenciones de su marido. Se comportaba conmigo con normalidad y era imposible que estuviera al corriente del plan de Hans o no actuaría de una manera tan natural. O eso, o era una actriz candidata al Óscar.

Durante casi dos horas estuve prendado de la belleza de Beatriz, y el alemán me sorprendió varias veces mirándola con detenimiento, aunque esta vez no me inmuté e incluso lo hice más a propósito para comprobar su reacción. Era una especie de juego psicológico que nos traíamos entre los dos.

Se fueron de la Casona casi a las dos de la mañana y nos despedimos de ellos hasta la vuelta de su viaje a Dubái. Recogimos las copas del jardín y, como ya era muy tarde, no nos quedamos disfrutando del silencio de la noche. Con un beso dejé a Cayetana en su habitación y subí a la mía.

No tenía nada que ver la temperatura del patio con la que hacía en mi cuarto y, en cuanto me metí en la cama, sentí la puerta de la entrada. Marta ya había regresado y, como la noche anterior, escuché que hablaba con su madre y acto seguido subía por la escalera hasta la planta alta.

Esta vez no pasó por mi habitación y se metió al baño a lavarse los dientes. Luego la sentí trasteando unos minutos. Entonces recordé lo que me había comentado cuando estaba sentada en mi cama antes de irse. Lo del exnovio de Cayetana. En principio no le había dado importancia, pues solo estaba pendiente de su mano tocando mi abdomen, y bastante lío tenía en la cabeza con todo el asunto de Beatriz y Hans; pero en ese instante me pareció llamativo.

Me había dicho que el anterior novio de Caye era un capullo.

No desaproveché la ocasión cuando se acercó a la puerta al ver el destello de mi móvil y se asomó con timidez para darme las «buenas noches», pero sin entrar en la habitación.

―Marta…
―¿Sí?
―¿Te puedo preguntar una cosa?
―Sí, claro. ―Y se quedó de pie, junto al marco.
―Pasa si quieres…

No se lo tuve que repetir, Marta se metió en mi cuarto y volvió la puerta, aunque sin llegar a cerrarla del todo.

―Dime, ¿qué quieres, Jorge? ―me preguntó sentándose en mi cama.

En cuanto lo hizo, adiviné el motivo por el que había mantenido las distancias, y es que ya estaba con la ropa con la que iba a dormir. Una camiseta, por llamarla algo, porque era un trapito ancho con el que enseñaba todo el ombligo y unas mini braguitas blancas, que más bien parecían un tanga, aunque no lo pude comprobar porque ya había tomado asiento.

Tragué saliva al verla así vestida y enseguida me di cuenta de que no había sido muy buena idea invitarla a pasar, pues yo tan solo llevaba un bóxer y apenas me cubría mis partes con una fina sábana, así que fui directo al grano.

―Ayer comentaste que el ex de Caye era un capullo…
―Ah, era eso. Mmmm, te ha picado la curiosidad, ¿eh?
―Sí, tu hermana nunca me ha hablado de él.
―¿No sabías que tuvo un novio antes que tú?
―Sí, eso sí, y que estuvo con él un año y medio…, pero no sé nada más.
―¿Y qué más quieres saber?
―Por qué cortaron, sobre todo eso…
―Cortaron porque era un capullo, ya te lo he dicho, ja, ja, ja. Pues mira, su ex era un puto pijo de mierda, sí, de los de polo Lacoste y pelo largo con raya a un lado. Vamos, un cayetano de manual, con su jersey anudado a la espalda. Era muy guapo, no sé si tanto como tú, pero bastante también. Lo que pasa es que a este le gustaban mucho las chicas. Demasiado diría yo…
―¿Le fue infiel a tu hermana?
―Sí, muchas veces.
―¿Y tú por qué sabes eso?
―Porque ya me lo habían dicho varias amigas, que le veían por la noche con otras en plan tonteo y tal. Más o menos nos movemos por los mismos ambientes y su ex no se cortaba un pelo, y al final, cuando el río suena, agua lleva y Caye se enteró de que le había puesto los cuernos con unas cuantas.
―¡Qué cabrón!
―Tú se nota que eres diferente y nunca le harías eso a mi hermana…
―No, no, claro…
―Aunque, bueno, yo también pienso que es normal lo que pasó, no todos están dispuestos a esperar al matrimonio, ya me entiendes…
―Bueno, eso es algo entre Caye y yo…
―Sé lo que piensa mi hermana al respecto y cuáles son sus planes, tranquilo, estoy bastante al corriente; incluso, bueno…, eeeeeh, da igual, eeeeeh, prefiero no seguir hablando…, es mejor que me vaya ―dijo Marta haciendo el amago de levantarse.
―Espera, no te vayas, por favor…, ¿qué ibas a decir?
―A ver, esa es la historia muy resumida con Borja ―pronunció su nombre por primera vez―. Si quieres más detalles, quizás se los deberías preguntar a Caye.
―¿Tú los sabes?, te los contó tu hermana…
―No, a ver, que me estás liando, eeeeh, mira, yo me llevaba bien con Borja, me caía simpático y tal. Era una niñata de quince años, una cría ―afirmó como si ahora hubiera madurado―, y me metí donde no me llamaban.
―¿Ah, sí?, ¿y eso?
―Ya eran tantos los rumores de infidelidad que un día se lo pregunté directamente porque tenía mucha confianza con él. Le dije que le habían visto con una rubia flirteando descaradamente en una disco y tampoco me lo negó, pero al parecer era solo una amiga y yo le creí, le veía muy bien con mi hermana, de hecho hasta un día los había pillado, ya sabes…, eeeeeeh, perdón, perdón, quizás no debería haber dicho esto…
―¿Cómo que los pillaste?, eso sí me interesa…
―Ni se te ocurra decirle nada a Caye, porque me mata, eh…
―Tranquila, que no le digo nada…
―¿En serio quieres saberlo?
―Sí…
―Pues eso, que un día llegué a casa antes de lo que se esperaba y me los encontré en el sofá; o sea, no estaban haciendo nada y tal, tenían la ropa interior puesta. Se estaban así restregando, simulando que lo hacían. Borja estaba encima de Caye y se movía como si… Bueno, ya me entiendes, como si estuvieran follando pero sin follar…

Me quedé mudo con la confesión de Marta y ella entendió lo que sucedía.

―También lo hacéis vosotros, ¿verdad? Joder, no sé cómo te puedes conformar con eso ―susurró mordiéndose los labios―. Lo que te quiero decir es que me llevaba genial con Borja y un día lo comentamos. Salió el tema y me confesó que esa era su manera de tener relaciones, y, bueno, lo que te quiero decir es que tenía confianza con él para tratar cualquier tema, por eso le pregunté si le era infiel a Cayetana…
―Vale, gracias, Marta… Pues sí, por lo que me has contado, el tal Borja era un capullo…
―Lo peor es cómo se enteró Caye…
―¿Y eso?
―Fue por una amiga suya.
―¿Los pilló?
―No, peor, se acostó con él… y luego, como Borja pasó de ella, se sintió tan despechada que le fue con el cuento a Cayetana. Fue muy duro para mi hermana.
―¡Qué hijo de puta!
―De esto no le digas nada a Caye, eh…
―No, tranqui, yo como si no lo supiera… Por cierto, y cambiando de tema, ¿ya no estás con Álex?
―Se ha ido con los amigos a un festival, pero sí, seguimos juntos…
―Ah, vale, vale, solo era por curiosidad, como has venido sola estos días.
―Sí, qué le vamos a hacer… Oye, ¿te cae bien mi novio?
―Parece majo y tal…
―Le echo bastante de menos… sobre todo estas noches tan calurosas, ja, ja, ja… ―murmuró pasando un dedo entre medias de mis abdominales.
―Maaaarta, ¿qué haces?
―¿Sabes?, ya que estamos de confesiones, me gustó el día que nos pillaste en el sofá ―me susurró al oído inclinándose sobre mí.
―Ahora sí que deberías irte ―dije agarrando su mano y separándola de mi cuerpo.
―Ja, ja, ja, solo era una broma, buenas noches, Jorge. ―Y me dio un beso en la mejilla tirando del hilo de sus braguitas hacia arriba, colocándoselas, antes de ponerse de pie.

Y al girarse comprobé que aquello no era lo que me pensaba. La muy zorra llevaba un tanguita y se lo había incrustado en todo el coño, subiéndoselo lo máximo que le permitía la tela y mostrándome su culazo sin ningún tipo de pudor.

Cerró la puerta de mi habitación al salir y me quedé en la cama, saboreando la visión que acababa de contemplar y con una buena erección bajo los bóxer. Habían sido demasiadas emociones por un día y cogí el móvil, para revisar el ********* de Marta y terminar de ponerme cachondo mirando sus fotos.

No sé por qué lo hacía, porque al final ni me masturbaba ni me corría y me quedaba con un calentón descomunal toda la noche. Y esa excitación se prolongó lo que quedaba de fin de semana. El domingo llegué a casa y preparé la maleta para irme de vacaciones con Cayetana, y sobre las diez de la noche me llegó un whatsapp del marido de Beatriz.

Hans 22:03
Te envío la ubicación, pásate pronto
Hasta mañana…


Me quedé pensando, con el móvil en la mano. Ahí tenía una nueva oportunidad de negarme y decirle que se buscara a otro para preñar a su mujer, y comencé a escribir «Lo siento, Hans, al final he pensado que no lo voy a hacer. Yo creo que es lo mejor para todos. Tranquilo, que no voy a decir nada de esto…».

Borrar, borrar, borrar.

Jorge 22:06
Sobre las ocho estoy allí.

Dejé el móvil en la mesilla en cuanto envié el mensaje. Ya no había marcha atrás. Al día siguiente por fin iba a saber exactamente en qué consistía la propuesta de Hans para fecundar a su mujer, y qué papel me habían reservado en todo este asunto.

Antes de dormir, cogí el bote de muestras que tenía escondido en el armario y descargué toda la tensión acumulada durante el fin de semana, pensando en Beatriz Beguer, aunque lo mejor era que en poquitas semanas ya no haría falta que lo imaginara.

Mi fantasía con la imponente prima de mi chica estaba a punto de hacerse realidad.
 
La sorpresa que se va a llevar Jorge cuando la propuesta de Hans sea que tiene que tener sexo con Beatriz hasta dejarla embarazada.
Si ya está nervioso, eso lo va a dejar frenético.


A ver si solo tendrá que menearsela y donar su semilla para una fecundación in vitro... :rolleyes::rolleyes::rolleyes::rolleyes::rolleyes:;);););););):unsure::unsure::unsure::unsure::unsure::unsure::unsure::unsure:
 
Última edición:
La sorpresa que se va a llevar Jorge cuando la propuesta de Hans sea que tiene que tener sexo con Beatriz hasta dejarla embarazada.
Si ya está nervioso, eso lo va a dejar frenético.
A ver si solo tendrá que menearsela y donar su semilla para una fecundación in vitro...

Sería una decepcionante propuesta que fuera una donación de envasado esperma, entendiendo que de cualquier forma involucrará algún tipo de ganancia para Jorge, hacerlo a granel sería su mayor premio, en este relato Beatriz es como nuestro santo grial.

Veremos como se van dando las cosas, sabemos que al final ...el relato nos los dirá. :rolleyes:;):unsure:
 
Última edición:
Sería una decepcionante propuesta que fuera una donación de envasado esperma, entendiendo que de cualquier forma involucrará algún tipo de ganancia para Jorge, hacerlo a granel sería su mayor premio, en este relato Beatriz es como nuestro santo grial.

Veremos como se van dando las cosas, sabemos que al final ...el relato nos los dirá. :rolleyes:;):unsure:
Parece que los métodos ¨artificiales¨ no funcionan, así que por lo que Hans da a entender... :oops:
 
Capítulo 8



Si por lo general me gusta ser puntual, aquella mañana me adelanté con impaciencia y llegué diez minutos antes de la hora. Entré en la moderna torre en pleno centro financiero, construida unos poquitos años atrás, y pregunté al de seguridad por Hans. Me indicó amablemente que cogiera un ascensor y subiera hasta la planta 42.

Le debió dar el aviso o algo, porque cuando se abrió la puerta, el empresario alemán ya me estaba esperando.

―Sígueme, por favor ―me indicó después de darme la mano.

Atravesamos una oficina que era la sede de la marca principal de su grupo y me llevó hasta sus aposentos. Un enorme despacho de unos noventa metros cuadrados con una inmensa cristalera, cuyas vistas de la ciudad eran espectaculares.

―¿Te gusta?
―Sí, claro…
―Pedí expresamente este sitio y con esta orientación. Ya entenderás por qué… ―dijo mirando por la ventana―. Por favor, toma asiento…, supongo que es muy pronto para ofrecerte algo de beber, ¿un café?
―No, ya he desayunado y, además, tengo prisa, el avión a Ámsterdam sale a las dos y media y todavía tengo cosillas que preparar…
―De acuerdo ―afirmó poniéndose cómodo a mi lado en un butacón.

Nos separaba una mesita de cristal y estábamos apenas a un metro y medio de distancia. Esa cercanía me ponía nervioso, aunque así podía ver mejor la cara de Hans y lo primero que hizo fue sacar unos documentos y dejarlos extendidos en la mesa.

―Esto es solo una formalidad, entenderás que este asunto debe ser altamente confidencial.
―Yo no voy a decir nada. Puedes confiar en mí. Para firmar eso tendría que leerlo atentamente, ¿me lo puedes resumir?
―Es una especie de contrato con varias partes y cláusulas, y luego te hemos redactado un contrato de trabajo para así poder ejecutar los pagos sin problemas.
―¿Los pagos?
―Sí, por tus servicios. Quedamos en eso, ¿no?
―Algo hablaste de dinero, pero yo no lo hago por pasta, sino por ayudaros…; prefiero que no me pagues nada.
―Lo que vas a hacer yo creo que merece una contraprestación…
―Tampoco es para tanto, al fin y al cabo se trata de donar un poco de semen y ya está.
―¿Donar semen? ―preguntó frunciendo el ceño.
―Sí, ¿no queríais que fuera vuestro donante? Yo os acompaño a la clínica que me digas y…
―No, no se trata de eso, pensé que lo habías entendido. Beatriz no quiere ni oír hablar de esas clínicas ni yo tampoco. Nada de fecundaciones, nada de pinchazos. No está dispuesta a volver a pasar por ese infierno.
―Y, entonces, ¿cómo lo vamos a hacer?
―Pensé que no tenías dudas. Te dije que preferíamos que sea lo más natural posible. Ya me entiendes.

Esas palabras hicieron que me pusiera en tensión. ¿Lo estaba entendiendo bien? ¿Es que acaso Hans me estaba pidiendo que me acostara con Beatriz y me corriera dentro de ella? Apenas me dio tiempo a pensarlo, porque Hans enseguida siguió hablando.

―Tendrías que penetrarla y eyacular en su interior… ―dijo mirándome fijamente a los ojos.
―Pe… pero, pero yo no puedo hacer eso, ¡es una locura!, ¡eso sí que no!, no, no, no, Hans, ¡no puedo!
―Aquí está todo detallado. ―Y cogió una hoja―. Te hemos hecho un contrato de trabajo como ingeniero de telecomunicaciones, aunque en realidad los pagos son por cada encuentro que tengas con Beatriz. Yo había pensado en 3000 euros, ¿te parece bien?
―¿3000 euros?
―Sí, cada vez que vengas a casa se te ingresará esa cantidad, aunque espero que no tengas que venir muchas veces…
―No, Hans, paso, esto es un lío y no estoy dispuesto a… ¡busca a otro! ―E hice el amago de ponerme de pie.
―Por favor, siéntate, deja que te lo explique bien. Yo realmente tampoco quiero que te acuestes con mi mujer, por supuesto. Prefiero que tengáis el mínimo contacto físico posible y que no lo disfrutéis, así que había pensado en un método que…
―Creo que prefiero no escucharlo, Hans, no voy a acostarme con Beatriz…
―Deja que te cuente lo que había pensado, verás…, solo tendrías que masturbarte y esperar justo hasta el momento final y, cuanto estés a punto, la penetras y dejas tu semen dentro. Es decir, no tienes que acostarte con Beatriz, solo terminar en su interior, ¿de acuerdo?, y por eso te pagaré 3000 euros con cada encuentro.
―¿Que me masturbe delante de Beatriz y se la meta justo antes…?, pero… que no, no, no, ¡¡¡¿y Beatriz está de acuerdo con esto?!!!, ¡pero si es una locura!
―Por mi mujer no te preocupes, de eso me encargo yo.
―O sea, que todavía no sabe nada…
―Te he dicho que eso es asunto mío, tú solo tienes que firmar aquí…

Entonces empecé a visualizar lo que me pedía Hans. Ni más ni menos que me metiera en una habitación con su mujer, con Beatriz Beguer, la tía que más me imponía del mundo, que me hiciera una paja en su presencia y en el momento de eyacular se la clavara hasta el fondo y me derramara en su coño. Así los días que fueran necesarios hasta que se quedara embarazada.

Y, además, me pagaba una buena pasta por cada encuentro.

Me imaginé por unos instantes a Beatriz Beguer, tumbada en la cama, abierta de piernas, desnuda y esperando por mi semen mientras me masturbaba delante de ella y me entró un temblor descontrolado. Hans extendió una lujosa pluma para que firmara el documento que tenía delante y casi en estado de shock la cogí entre mis dedos.

―Esto es un contrato de trabajo, ¿no?
―Sí, eso es, si quieres, no firmes lo de la cláusula de confidencialidad ni nada de eso, solo el contrato para poder hacerte el pago de manera legal. Lo dejaremos en un pacto entre caballeros. Tú y yo. Y Beatriz, claro. Nadie sabrá nunca nada de todo este asunto. ¿Te parece mejor así?
―No sé, Hans, sigo sin verlo claro. Y Beatriz no va a aceptar esto. ¡Seguro!
―Ya te he dicho que por mi mujer no te preocupes, de verdad que no te lo pediría si no fueras el candidato perfecto. Y Beatriz y a mí nos gustan las cosas perfectas. No vamos a encontrar a nadie mejor que tú.
―Seguro que sí…
―Venga, firma y ya está. El tiempo no corre a nuestro favor y esto tenemos que hacerlo cuanto antes. Ya podríamos ir pensando en el primer encuentro en cuanto regresemos de Dubái, a mediados de agosto, ¿te parece bien? Habría que ver el ciclo menstrual de Beatriz y buscar cuando esté más fértiles. Por supuesto te pediría que los días anteriores te reservaras para mi mujer. Tres o cuatro días sin hacer nada, ya me entiendes… Te mandaré un mensaje la primera semana de agosto y te confirmaré fecha para que no hagas planes, ¿de acuerdo?
―Tengo muchísimas dudas, no sé, Hans, estoy muy nervioso. ¿Lo habéis pensado bien? Si dejara embarazada a Beatriz, en un futuro, cuando vea a ese niño, sabré que es mío y…
―Tú solo serás el donante, y le criaremos mi mujer y yo. No tienes que darle vueltas… Lo importante es la confidencialidad en todo este asunto, ¿de acuerdo?
―No sé…
―Firma, Jorge, no te lo pediría si no fuera tan importante para nosotros… Nos estás haciendo un gran favor y eso no lo olvidaré jamás.

Desde luego que el alemán tenía poder de convicción y me vi en una encerrona en aquel despacho tan lujoso. No supe decir que no y casi de manera autómata estampé mi rúbrica sobre el papel. Luego lo pensé bien y tampoco significaba nada esa firma, solo un imaginario contrato de trabajo que no iba a realizar jamás.

Salí del despacho de Hans emocionado, temblando, asustado, tenso, nervioso, excitado. Una mezcla de sentimientos a los que me tendría que acostumbrar en las próximas semanas. Lo primero que hice para calmarme fue llamar a Cayetana y escuché su dulce voz al otro lado del teléfono.

―Buenos días, cariño, ¿ya estás levantado? ―me preguntó.
―Sí, he salido a correr un poco y quiero dejarlo todo preparado para el viaje, ¿tú, qué tal?
―Deseando irme de vacaciones contigo… y también repasando la maleta.
―Pues luego nos vemos.
―Vale, te quiero…
―Y yo también…

Las vacaciones con Caye me iban a venir muy bien para desconectar del monumental lío en el que me estaba metiendo. Sabía que aquello no iba a ser nada fácil. No podía hablarle a nadie de este asunto, pedir una opinión, desahogarme con algún amigo… Me lo tenía que gestionar como pudiera y yo solo era un chico de apenas veintidós años, que en un mes y medio tenía que ir a casa de Hans y Beatriz y comenzar con aquella locura. Dejar embarazada a la prima de mi novia, la mujer más guapa, espectacular y sofisticada que había conocido.

Una jodida diosa.

Beatriz Beguer.


PARTE 2
 
Capítulo 8


.....Desde luego que el alemán tenía poder de convicción y me vi en una encerrona en aquel despacho tan lujoso. No supe decir que no y casi de manera autómata estampé mi rúbrica sobre el papel.... :eek::eek::eek::eek::eek::eek::eek:

Tampoco yo habría sabido negarme ante semejante hembra y que encima el marido me de un pastón 💴💴💴💴💴cada vez que la llene bien llena... 🤪🤪🤪🤪🤪 vamos, firmo con los ojos cerrados 😌😌😌😌😌 y con la huella dactilar si hace falta... ;);););)

Ayyyyyyyynnnnsssssssssss....!!!! por que nunca me han hecho una oferta así... :rolleyes::rolleyes::rolleyes::rolleyes::rolleyes::rolleyes::unsure::unsure::unsure::unsure::unsure::LOL::LOL::LOL::LOL::LOL::dancer1::dancer1::dancer1::dancer1::dancer1::dancer1::eek::eek:🍻🍻🍻🍻🍻🍻🍻🍻🍻🍻
 
Vamos, que al final con el calentón no van a tener sexo no se lo creen ni ellos.
Y si además Beatriz está al tanto y es ella la que lo ha elegido es evidente que aquí hay algo más que eso
Veremos a ver si no se desata algo entre Jorge y Beatriz.
 
Es que es absurdisima la propuesta.
De verdad se cree Hans que no se van a calentar en algún momento y van a terminar follando?. Es que es imposible que no pase.
 
Atrás
Top Abajo