La sobri

Capítulo 8


La Navidad había caído sobre la ciudad como un manto de luces, villancicos y postureo desenfrenado. Las calles estaban llenas de un frío húmedo que se colaba por las rendijas, mezclado con el olor a castañas asadas, perfume caro y el bullicio de las multitudes en los centros comerciales. Itziar, igual de caprichosa y un armario repleto de trofeos como el bolso Michael Kors, seguía siendo la reina pija que sabía cómo salirse con la suya. El verano, con sus fiestas en Ibiza, las fotos en la playa que habían reventado el insta, y los billetes arrugados de Ricardo, era ya un recuerdo lejano. Ahora, en diciembre, con los escaparates brillando y las listas de regalos circulando, Itziar tenía un nuevo capricho: unas gafas de sol Gucci, negras, con cristales polarizados y un logo dorado que gritaba lujo. Costaban 350 euros, más de lo que podía sacar de su cuenta o de los morros de Maite, su madre, que seguía con su rollo de “gánatelo tú”. Joder, siempre la misma historia, le gustaría ver la cara de su madre cuando se enterara de que su cuerpo pagaba sus caprichos, que se follaba a su cuñado y que su niña es una zorrita.

Estaba en su cuarto, sentada en la cama con un pijama de satén rosa, mirando las fotos de las gafas en la web de la tienda. Eran perfectas para el postureo, perfectas para ella. Pero la pasta no caía del cielo, y Álvaro, aunque era un cielo, no tenía ni idea de cómo financiar sus caprichos y llegaba donde llegaba. Itziar suspiró, mordiéndose el labio, y abrió WhatsApp. La conversación con Ricardo estaba ahí, con el último mensaje de hacía meses, después de aquella noche en el descampado. “Eres una zorra”, le había dicho, con un cachete en el culo que todavía le resonaba. La idea de escribirle le daba un nudo en el estómago, pero también un cosquilleo que no podía ignorar. Era un cerdo, pero útil. Y, joder, cada vez que hablaban, sentía ese subidón de poder, de saber que lo tenía en la palma de la mano, aunque él pensara lo contrario. Era un juego donde ambos ganaban, ella la pasta y el su cuerpo.

Tecleó rápido, sin pensarlo demasiado: “Oye, Richi, te apetece un café? Necesito hablar de una cosa”. Pulsó enviar y dejó el móvil en la mesilla, con el corazón latiéndole un poco más rápido. La respuesta llegó en diez minutos: “Joder, princesa, cuánto tiempo. Mañana a las 4 en el bar de siempre? Qué quieres, otro bolso?”. Itziar sonrió, mordiéndose el labio cómo hacía siempre. “Cállate, gilipollas. Ahí estaré”, respondió, y se metió bajo las sábanas, con la sensación de que algo nuevo y morboso se avecinaba.


Al día siguiente, el bar estaba más tranquilo que en verano, con las mesas medio vacías y un árbol de Navidad cutre en una esquina, parpadeando con luces de colores. El aire olía a café, a canela de los postres navideños y al humo de los cigarros que algunos fumaban fuera. Itziar llegó con un abrigo negro que le llegaba a las rodillas, unos vaqueros ajustados que marcaban el culo, y un jersey rojo que dejaba un hombro al aire, con la tira del sujetador negro asomando justo lo suficiente. Ricardo estaba en la misma mesa de siempre, con una cerveza en la mano, una cazadora de cuero y un jersey que se le pegaba al pecho. Su barba seguía con ese toque de canas, y sus ojos tenían el mismo brillo cabrón, aunque ahora había algo más, una familiaridad que hacía que sus piques fueran casi cómodos.

—Llegas tarde, reina —dijo, con una sonrisa torcida, mientras ella se sentaba frente a él.

—Cállate, que he tenido que pelearme con el tráfico, cada vez es más difícil aparcar en el centro —replicó Itziar, quitándose el abrigo y colgándolo en la silla. Pidió un café con leche al camarero, un tío con pinta de aburrido, y se recostó, cruzando los brazos bajo las tetas, sabiendo que él lo notaría.

—Estás guapa sobri —dijo Ricardo, dando un trago a la cerveza—. ¿Qué tal tu novio? ¿Sigue siendo el niño bueno que no sabe lo que tienes entre manos?

Itziar se rió, mirándolo con esa cara que ponía que a Ricardo le ponía malo. —Álvaro está bien. Es majo, me lleva a cenar, me hace reír. Pero, joder, no tiene ni idea de cómo pagar mis caprichos, llega donde llega —dijo, con una sonrisa que era mitad broma, mitad verdad—. ¿Y tú? ¿Cómo está el bebé? ¿Ya te tiene loco? Espero que no sea un cabrón como su padre.

Ricardo sonrió, con un brillo de orgullo que no esperaba. —Pablo es un terremoto. No duerme una mierda, pero es una pasada. Laura está todo el día con él, así que yo me escapo cuando puedo —dijo, guiñándole un ojo—. Aunque, joder, ser padre es un curro. ¿Y tú, qué tal? Además de querer sacarme pasta, claro.

Itziar se rió, dando un sorbo al café. —Pues mira, me estoy haciendo el láser —dijo, señalándose las piernas con un gesto casual—. Adiós al pelo para siempre. Es un coñazo, pero merece la pena. Ya voy por la tercera sesión, y se nota. Después me haré el coño y el culo.

—Joder, nena, siempre perfeccionándote —dijo Ricardo, con una risa grave—. Aunque no te hace falta, que ya estás para comerte.

—Cállate, cerdo —replicó ella, pero la confianza entre ellos era palpable, como si cada encuentro los hubiera llevado a un terreno donde podían hablar de cualquier cosa, desde el láser hasta el bebé, sin perder el filo de sus piques—. Venga, suelta, ¿qué tal te va con Laura? ¿O sigues babeando por las tetas de mi madre?

Ricardo se rió, inclinándose hacia ella. —Tu madre es un chotazo, no lo niego. La vi el otro día en el súper, con sus tacones y su escote. Joder, esas tetas son de otro nivel ¿que talla de sujetador lleva? —dijo, con un guiño—. Pero tu tía, ya sabes, es un cielo. Aunque, ya sabes, a veces necesito un poco de… diversión.

Itziar puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar una risita. —Eres un guarro degenerado —dijo, tamborileando los dedos en la mesa—. Mi madre lleva una 105 o 110 de tetas, dependiendo del suje. Pero hablando de diversión, necesito pasta. Quiero unas gafas de sol Gucci, son una pasada, pero valen un ojo de la cara. Trescientos pavos, más o menos. Y mi madre, la reina de las ratas, no suelta ni un euro.

Ricardo alzó una ceja, con una sonrisa que era puro morbo. —Trescientos pavos, ¿eh? Puedo dártelos, pero ya sabes cómo va esto, princesita. Nada es gratis. Sabes que tu chochito aún no me lo he follado.

Itziar suspiró, aunque el corazón le dio un vuelco, aunque se lo esperaba porque ya se lo dijo en el descampado.

Él se rió, inclinándose más cerca, con la voz baja y cargada de intención. Le encantaba cuando se hacía la dura. —Pues eso, quiero tu coño, putita. Quiero follarte como está mandado, no solo mamadas o por detrás. Trescientos pavos, y me dejas metértela.

Itziar sintió un calor subiéndole por el pecho, una mezcla de rabia, morbo y algo que no podía nombrar. Lo miró, con los ojos verdes brillando de desafío. —Vale, pero con condón —dijo, firme—. No quiero problemas, ni embarazos ni hostias. ¿Entendido?

Ricardo sonrió, con esa calma de quien sabe que puede negociar. —Sin condón, guapa. Termino fuera, te lo juro. Quiero sentirte de verdad, nada de goma. Y si no, no hay gafas.

—Venga va, no me jodas. ¿Y si te corres sin querer?. Con globo Ricardo.

—Sin globo niña, de verdad te lo prometo que tengo cuidado, hazme caso. No voy a apurar hasta el final, cuando noté que me corro me salgo antes.

Ella lo miró, con la mandíbula tensa, y por un segundo pensó en mandarlo a la mierda. Pero luego pensó en las gafas, en el brillo del logo Gucci, en la cara de envidia de Lucía, en el bolso que ya tenía gracias a él. Y, joder, una parte de ella quería saber cómo sería, quería sentirlo, aunque fuera por el dinero. —Eres un puto enfermo —dijo, pero su voz no tenía fuerza, y él lo notó—. Vale, me follas sin condón, pero como no te corras fuera, te juro que te mato.

Ricardo se rió, con una satisfacción que era puro veneno. —Trato hecho —dijo, levantando la cerveza como si brindara—. Pero antes, tengo un regalito para ti. Entonces, Ricardo sacó una cajita negra del bolsillo de la cazadora y la deslizó por la mesa, con una sonrisa que era pura provocación.

Itziar frunció el ceño, cogiendo la caja con dedos cuidadosos, como si pudiera morder. La abrió y encontró un vibrador pequeño, rosa, con un diseño elegante, hecho de silicona suave con un acabado mate. Sus ojos se abrieron, y un calor le subió por las mejillas, mezcla de incredulidad y un morbo que no podía ignorar.

—¿Qué coño es esto? —preguntó, aunque ya lo sabía, cerrando la caja rápido y mirando alrededor, asegurándose de que nadie en las mesas cercanas —una pareja mayor y un tío leyendo el periódico— hubiera visto nada.

Ricardo se rió, sacando su móvil y enseñándole una app con un diseño minimalista, con controles de intensidad y patrones de vibración. —Es un vibrador. Se conecta a mi móvil —dijo, deslizando el dedo por la pantalla, con un guiño que era puro veneno—. Quiero que te lo metas ahora mismo. En el baño. Y vamos a jugar mientras estamos aquí, en la cafetería.

Itziar lo miró, con la boca entreabierta, atrapada entre la indignación y un cosquilleo que le bajaba por el vientre. —Eres un puto enfermo —siseó, pero su voz temblaba un poco, y él lo notó. La idea era una locura, pero también un desafío, y ella nunca había sido de las que se echaban atrás. Además, el vibrador, con su promesa de placer controlado por él, en un sitio donde cualquiera podía sospechar, le daba un subidón que no podía negar. Se mordió el labio, mirando la caja, y luego a Ricardo, cuyos ojos brillaban con una mezcla de diversión y lujuria.

—Que cabrón —murmuró, cogiendo la caja y metiéndola en el bolso con un movimiento rápido—. Pero como alguien se dé cuenta, me muero de vergüenza, capullo.

Ricardo se rió, dando un trago a la cerveza. —Tranquila, peque. Disfruta sobre —dijo, abriendo la app y apoyando el móvil en la mesa, como si fuera lo más normal del mundo.

Itziar se levantó, con el corazón latiéndole en la garganta, y caminó hacia el baño, con los vaqueros marcando cada paso y el jersey rojo resbalándole un poco más por el hombro. El baño era un cubículo pequeño, con azulejos blancos que olían a desinfectante y un jabón líquido barato en el lavabo. Cerró la puerta con pestillo, sintiendo el aire frío contra la piel, y se apoyó en la pared, respirando hondo. Sacó el vibrador, suave y frío al tacto, y se bajó los vaqueros y las braguitas negras hasta los tobillos, sentándose en el váter, con el plástico frío contra su culo. El coño ya estaba húmedo, solo por la idea de lo que iba a pasar, y el vibrador entró fácil, ajustándose contra su clítoris y la pared interna, con una presión que le arrancó un jadeo bajo. Lo colocó bien, asegurándose de que no se moviera, y se subió la ropa, con el corazón latiéndole tan fuerte que lo sentía en los oídos. Se lavó las manos, se miró en el espejo —el eyeliner perfecto, el gloss brillando— y salió, con una calma fingida que no engañaba a nadie, mucho menos a Ricardo.

—Listo —dijo, sentándose frente a él, cruzando las piernas con cuidado, sintiendo el vibrador dentro, una presencia constante que la mantenía al borde. Cogió su café con leche, que ya estaba tibio, y dio un sorbo, intentando actuar normal, aunque el calor en sus mejillas la delataba.

Ricardo sonrió, con una calma que era casi insultante, y cogió su móvil. —A ver qué tal, nena —dijo, pulsando la pantalla con el dedo. El vibrador cobró vida, con una vibración suave, un zumbido bajo que le golpeó el clítoris, haciéndola tensarse en la silla. Contuvo un jadeo, apretando los muslos bajo la mesa, y lo miró, con los ojos verdes brillando de rabia y algo más, algo que él reconoció al instante.

—Joder, Ricardo —siseó, con la voz baja, clavando las uñas en la mesa, donde una servilleta de papel se arrugó un poco. La cafetería seguía con su ruido de fondo: tazas chocando, la pareja mayor hablando de las noticias, el camarero limpiando la barra con un trapo. Pero para Itziar, el mundo se reducía a la vibración, a la presión en su coño, a la mirada de Ricardo, que deslizaba el dedo por la pantalla como si estuviera tocando su piel.

—Qué cara, putita —dijo él, con la voz baja, casi un susurro, inclinándose un poco hacia ella—. ¿Te gusta?

—Cállate, cerdo —murmuró, pero su voz temblaba, y el vibrador subió de intensidad, un pulso constante que le hacía apretar los dientes para no gemir. Se recostó en la silla, intentando mantener la postura, con una mano en el café y la otra en el regazo, apretando el muslo para controlarse. La vibración era precisa, golpeando justo donde más lo sentía, y el calor le subía por el pecho, haciéndole la piel sensible, los pezones duros bajo el jersey. Miró alrededor, paranoica, pero nadie parecía notar nada: la pareja seguía charlando, el tío del periódico pasaba una página, el camarero tarareaba una canción navideña.

Ricardo, con una sonrisa que era puro veneno, cambió el patrón en la app, haciendo que el vibrador alternara entre pulsos rápidos y una vibración más lenta, profunda, que le llegaba hasta el alma. Itziar se mordió el labio, tan fuerte que temió hacerse sangre, y bajó la mirada al café, fingiendo interés en la taza, aunque sus manos temblaban ligeramente. —Para, joder —siseó, pero no había fuerza en su voz, solo una súplica que él ignoró.

—No pienso parar —dijo, subiendo la intensidad otra vez, con los ojos fijos en su cara, buscando cada microexpresión: el rubor en las mejillas, el brillo en los ojos, la forma en que su boca se entreabría un instante antes de cerrarse. Itziar apretó los muslos más fuerte, cruzando las piernas con tanta fuerza que la silla crujió, y se llevó la mano a la boca, fingiendo un bostezo para tapar un jadeo que se le escapó. El vibrador pulsaba ahora en un ritmo rápido, como un latido, y el placer crecía, un calor que le subía por el vientre, haciendo que su coño se contrajera alrededor del juguete.

—Ricardo, por favor —murmuró, con la voz rota, inclinándose hacia adelante, como si quisiera acercarse al café, pero en realidad intentando esconder el temblor de sus hombros. Él sonrió, deslizando el dedo por la pantalla, y el vibrador cambió a un patrón de olas, subiendo y bajando, llevándola al borde y luego retrocediendo, una tortura que la hacía sudar bajo el jersey. Itziar cerró los ojos un segundo, respirando hondo, intentando contar hasta diez, pero el placer era demasiado, y su cuerpo la traicionaba. Abrió los ojos, mirando a Ricardo, con una mezcla de odio y súplica, y él subió la intensidad al máximo, sin piedad.

—Vamos, princesita, córrete para mí —susurró, con la voz baja, asegurándose de que solo ella lo oyera. Itziar sintió el orgasmo acercarse, un tsunami que no podía parar, y se agarró a la mesa. Intentó disimular, cogiendo el café con una mano temblorosa, llevándoselo a los labios, pero el líquido se derramó un poco, salpicando la mesa. Su cuerpo se tensó, los muslos apretados, el coño palpitando alrededor del vibrador, y el orgasmo la golpeó, un calor que le explotó en el vientre, subiéndole por el pecho, haciéndola jadear. Cubrió el sonido con una tos fingida, fuerte, que hizo que el tío del periódico levantara la vista un segundo antes de volver a su lectura.

Itziar se inclinó hacia adelante, con la frente casi tocando la mesa, respirando entrecortada, con el pelo castaño cayéndole sobre la cara, escondiendo el rubor que le quemaba las mejillas. Sus piernas temblaban bajo la mesa, y el vibrador seguía zumbando, sacándole espasmos pequeños que la hacían morderse el labio para no gemir. Miró a Ricardo, con los ojos vidriosos, y siseó: —Apaga eso, joder, ya está.

Ricardo se rió, pulsando un botón en la app para bajar la intensidad hasta detenerlo, dejando solo un leve cosquilleo que la mantenía sensible. —Joder, qué espectáculo —dijo, con una satisfacción que era puro veneno, recostándose en la silla como si acabara de ganar una partida—. Nadie se ha dado cuenta, tranquila. Eres una actriz de Oscar.

Itziar respiró hondo, enderezándose, con el cuerpo todavía temblando, y se ajustó el jersey, sintiendo la humedad en las bragas, que lo mismo hasta habría mojado los pantalones, menos mal que llevaba un abrigo largo. El vibrador todavía dentro, una presencia que la hacía consciente de cada movimiento. —Eres un hijo de puta —dijo, con la voz baja, pero no había rabia, solo esa complicidad que se había colado entre ellos. Cogió una servilleta, limpiando el café derramado, y lo miró, con una sonrisa torcida que era puro desafío—. De esto te acuerdas, cerdo.

Ricardo alzó la cerveza, con un guiño. —¿Te ha gustado,eh? —dijo, guardando el móvil—. Te escribo luego para concretar lo nuestro. Disfruta del juguetito. Es mi regalo de Navidad.

Ella le sacó el dedo, pero no dijo nada más. Se quedó un momento en la cafetería, con el café frío y el cuerpo sensible, intentando recomponerse, con el vibrador todavía dentro y el recuerdo del orgasmo quemándole la piel. Joder, Ricardo era un cerdo, pero sabía cómo jugar. Y ella, aunque no lo admitiera, también.


Esa noche, Itziar estaba en su cuarto, con el móvil para escribir a Ricardo.

Itziar (21:03): Oye, capullo, dónde lo hacemos? Tu casa o qué? Quiero esos 300 pavos, así que no me falles.

Ricardo (21:05): Joder, princesa, qué directa. En mi casa no puede ser, Laura y el crío están siempre. Qué tal en la tuya? En tu cama, para que tenga más morbo. 😈

Itziar (21:07): Eres un puto enfermo, lo sabías? Vale, en mi casa, pero mis padres no pueden enterarse. Y en mi cama, joder, qué obsesión tienes. 😒 Prepárate, que te voy a dejar seco por esos 300.

Ricardo (21:09): Seco, dice. Zorra, te voy a follar tan duro que vas a suplicar más. Tengo unas ganas de metértela que no me aguanto. Ese coño tuyo me tiene loco desde que lo vi. 😏

Itziar (21:11): Cállate, guarro, que te embalas. 😆 Mira, este sábado no puede ser, me tiene que bajar la regla. Tiene que ser otro día. Elige uno y no me hagas esperar, que quiero mis gafas Gucci ya.

Ricardo (21:13): ¿La regla? Joder, me la suda. Te follaría hasta con la regla, putita. Ese coño tiene que estar igual de rico, rojo o no. 😈 Venga, dime que sí y lo hacemos el sábado, que estoy que me subo por las paredes.

Itziar (21:15): Eres un guarro degenerado, Ricardo, en serio. 🤮 Ni de coña, con la regla no, que es un puto desastre. Espera al viernes que viene, a las 7. Mis padres se van al pueblo y la casa está libre. Pero te lo digo ya: sin condón, vale, pero te corres fuera, ¿entendido?

Ricardo (21:17): Joder, qué mandona. Vale, el viernes a las 7, en tu cama. Y tranquila que me correré fuera. No quiero ser otra vez papá. ¿dónde quieres que me corra? En esas tetas ricas, en el la rajita del culete, en la cara? 😏 Dime, que me estoy poniendo malo solo de pensarlo.

Itziar (21:20): Madre mía, eres un cerdo nivel experto. 😆 Me da igual donde, pero fuera del coño, que no quiero líos. En la cara, en las tetas, en el culo, donde te dé la gana, pero ni una gota dentro, ¿vale? Y ponte colonia, que la última vez olías a tabaco.

Ricardo (21:22): Ja ja, qué pija eres, cabrona. Tranquila, me echaré la colonia buena, la que te pone cachonda. 😏 Y vale, me correré en… tu cara, que me va a flipar verte con mi leche. Prepárate, zorra, que el viernes te voy a abrir ese coño como nunca. Vas a gemir tan alto que despertarás al vecino.

Itziar (21:24): Vete a la mierda, capullo. 😜 Vas a flipar tú cuando me folles. Pero te lo repito: fuera, Ricardo, o te corto los huevos. Nos vemos el viernes, no llegues tarde, que odio esperar. 😘

Ricardo (21:26): Joder, qué carácter. Vale, el viernes a las 7, puntual como un reloj. Ponte algo sexy, que quiero babear antes de follarte. Y depiladita que te quiero bien limpia. 😈 Nos vemos, zorra.

Itziar (21:28): Eres lo peor, en serio. 😆 Nos vemos, cerdo. Y dúchate, que no quiero oler a gimnasio. 😝

El viernes estaba a la vuelta de la esquina, y con él, la promesa de los trescientos euros, las gafas Gucci, y un nuevo límite que Itziar estaba a punto de cruzar. Pero por ahora, se quedó en su cuarto, con el vibrador guardado en la mesilla y el recuerdo del orgasmo en la cafetería todavía fresco. Ricardo era un cerdo, pero joder, sabía cómo jugar. Y ella, aunque no lo admitiera, también.


Continuará…
Impresionante, esperando con ansia la siguiente entrega
 
La historia es real o inventada ?
Es totalmente ficción. Aunque para los personajes me baso en personas que conozco, ya sean amigos, vecinos, compañeros, familiares incluso. Aunque cambiando los nombres y lugares lógicamente.
Por ejemplo, aquí Ricardo es un compañero de trabajo y Itziar es la hija de unos vecinos
 

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