El Apartamento.
-¡Perdona!. Es que me hago pis también. Jaja. No puedo aguantar. ¿Te queda mucho?.
-¡Qué susto!. No, no. Ya termino. No te preocupes.
-Vale. Entonces te espero. Voy a lavarme las manos, que las tengo pegajosas de la lima. Dijo Luis Alberto, dirigiéndose al lavabo.
-¡Pero no mires!. Expresó Isa, que si algo parecía, era más sorprendida que interrumpida.
Durante el rato que empleó en asearse las manos, no dejó de escuchar aquel sonido, el mismo que indicaba no solo que ella estaba allí, sino que seguía haciendo lo que hacía, a expensas de una presencia que, de ningún modo, había conseguido alterarla lo más mínimo.
Cuando cesó el chorro de su orina, se puso en pie, dejando que sin más urgencia de la intencional, su vestido se desprendiera hasta adquirir de nuevo su original largura...
Luis Alberto no pudo contenerse.
-Ummm. Tienes una tripa muy bonita, Isa. Que lo sepas.
-Jaja. ¡Pues gracias oye!. Un poco grande para mi gusto.
-No es verdad. Tienes una figura muy atractiva, que además, sabes mover muy bien. Aunque no tanto como yo. Terminó diciendo Luis Alberto de manera abobada.
-Jaja. Bueno. Tampoco es que pusieras el listón muy alto. Parecía que te ibas a desmontar.
Rio Isa, mientras acababa de recolocarse bien las bragas y se dirigía hacia la puerta del baño.
En cuanto le dio la espalda, se acercó a ella por detrás y la tomó de las caderas, para susurrarle al oído a continuación.
-Umm. También el culo lo tienes bonito.
-¡Calla, bobo!. Yo que voy a tener... Dejó caer Isa, mientras lo acompañaba con un delicado movimiento de caderas que le permitía zafarse de aquellas manos.
De vuelta al salón, enseguida fue avistada por José Antonio y Mateo, que la hicieron sentarse de nuevo en el sofá, en el mismo lugar donde antes había estado.
Antes de que pudiera abrir la boca para decir nada, fueron ellos los que tomaron la iniciativa.
-Pues les estaba comentando a estos como nos conocimos esta mañana.
-Ajam. ¿Qué les has contado?. Dijo ella un tanto desconcertada.
-Nada, eso, que nos encontramos hoy en la piscina del camping nudista y que te gusta mucho este mundillo. ¿Verdad, cielo?. Dijo José Antonio, mientras posaba su mano sobre la rodilla izquierda de Isa.
-¡Ah, sí!. Sí, practico nudismo desde hace un tiempo. Pero ha sido la primera vez que he venido a un camping de estos. Exclamó Isa, amparada por una actitud más relajada.
-Mateo y Luis Alberto también son del mundillo. Les conozco desde hace muchos años. De coincidir en otros campings, además de en playas de aquí y de allá. ¿Verdad, Mateo?.
-Así es. Afirmó su amigo.
-Ya lo ves, cielo. Somos todos del mismo gremio, por decirlo de alguna manera. Estás entre amigos, Jaja. También les he comentado lo que me dijiste, que normalmente hacías nudismo sola.
-Es verdad. Aunque aquí hemos venido un amigo y yo. Pero cuando voy a playas nudistas acostumbro a hacerlo sola. Dijo Isa, alternando el final de la frase con un sorbito de su vaso.
Mientras hablaban, Luis Alberto apareció en la estancia, el cual se dirigió directamente a ocupar su antiguo asiento.
-¿De qué estabais hablando?. Preguntó nada más acomodarse.
-Pues de que todos los aquí presentes somos nudistas, jaja. Le respondió Mateo entre risas.
-¡Así es!. No sé qué hacemos vestidos, tendría que darnos vergüenza. Expresó Luis Alberto.
Nada más concluir su frase, se levantó de un salto del sofá. Era el que se mostraba más ebrio de los cuatro, y además, tenía sentido que así fuese. Mateo estaba bastante gordo, por lo que su tolerancia al alcohol resultaba ser superior a la de los demás. Por otro lado, si bien José Antonio había consumido también lo suyo, no lo había llevado a cabo de una manera tan desmesurada. De hecho, no llegó a terminarse ninguna de las copas que obraron en su poder aquella noche, por lo que, aun tomado como estaba, mantenía las formas y controlaba bastante mejor los impulsos que sus homólogos.
Sin embargo, Luis Alberto no se había privado lo más mínimo. No por ingerir como el que más, sino que encima, lo había hecho de manera convulsiva, propinando largos tragos a cada uno de los vasos que pasaron por su lado.
Nada más haberse despegado de su asiento, volvió a repetir las mismas palabras que acababa de decir. -Debería daros vergüenza. Para a continuación, quitarse su camisa hawaiana y dejarla caer sobre la pequeña mesa situada enfrente del sofá.
Mientras lo llevaba a término, Mateo comenzó a reírse, al tiempo que José Antonio asentía con la mirada y le daba la razón.
-Cuando estás en lo cierto te lo reconozco, jaja. Yo también voy a desnudarme, que para algo somos nudistas de verdad y no unos farsantes. Terminó vociferando José Antonio.
Cuando los tres hubieron retirado sus camisas, Luis Alberto se acercó a Isa, la tomó de las manos y tiró hacia arriba, consiguiendo que emergiera de su asiento y se pusiese en pie. Nada más hacerlo, se dirigió a ella en un tono juerguero y algo alborozado.
-Jaja. No nos dejes en mal lugar, pequeña. Formas parte de nuestro selecto mundillo. ¡Que no se diga que somos unos falsos!. Afirmó, finalizando la frase con tal intensidad que a punto estuvo de desgañitarse.
-Jaja. Que locos estais. ¿En serio os vais a desnudar?.
-Claro, pequeña. No me digas que tienes vergüenza. ¿Eh?. Le tentó Mateo.
- No es eso. Es que... O sea. ¿Nos vamos a desnudar aquí en casa?. Yo estoy acostumbrada a hacerlo en exteriores. Manifestó Isa.
-¡Con más razón!. Si no te da corte que te vean desconocidos, que lo hagamos nosotros, que somos tus amigos, aún debería dártelo menos. Le espetó de nuevo Mateo.
En cuanto su comentario concluyó, todos empezaron a vitorearla, con intención de animarla y de desdramatizar un momento, que en ningún caso pretendían que abandonase su carácter vivaracho.
Isa dirigió sus ojos a José Antonio, al que respondió con una especie de sonrisa cuando este hizo lo propio. Roja como un tomate, se aproximó primero a la mesa, tomó su copa, y tras arremeterle un trago lo suficientemente largo como para vaciarla por completo, se echó para atrás, llevó las manos a sus caderas y pinzó con sus dedos los laterales del vestido.
Nada más percatarse de su acción, empezaron a tararear entre risotadas la típica melodía que a todos se nos viene a la cabeza cuando alguna chica se encamina a realizar un striptease. Ella sonrió, mientras elevaba los brazos, arrastrando con ellos la tela del vestido. Cuando este alcanzó la altura de su cabeza, la sobrepasó con ayuda de sus manos y dejó que cayera sobre la mesa, donde también se acumulaba el resto de las camisas.
Por primera vez, la lencería que venía adherida a su piel pudo ser vislumbrada por todos ellos. Un sujetador de color beige cubría sus voluminosos pechos, amén de incluir en el vistazo el fino culote que escondía tras de sí la vagina de aquella chica.
Una vez superada la primera impresión, le dedicaron un breve aplauso, durante el cual José Antonio la tomaba de una de sus manos y la hacía girar sobre sí misma, para que su cuerpo alcanzara a verse como debía desde todas las direcciones.
Aunque su tez seguía manteniendo una tonalidad rojiza, su estado anímico no se hallaba ni alterado ni tan avergonzado como sus mofletes parecían delatar. Precisamente por eso, a la vez que llevó a cabo aquel giro propiciado por José Antonio, salió de ella contonear un poco sus caderas, perpetuando no solo aquellos aplausos, si no la admiración y atención de un grupo de hombres del que no solo formaba parte; también comenzaba a sentir predilección tanto por ellos como por su desinhibido y singular estilo de vida.
Nada más detenerse los aplausos, como si sus mentes estuvieran conectadas por Bluetooth, los tres se arrancaron a desprenderse de sus pantalones, junto con los zapatos y calcetines que los albergaban.
Esta vez, no se detuvieron allí. Se agacharon una última vez, movimiento que emplearon para deshacerse de sus calzoncillos y quedar completamente desnudos a ojos de una Isa, a la que tal espectáculo de exhibición le estaba haciendo especial gracia.
En el instante en que sus cuerpos dejaron de ocultar ningún secreto, fue ella misma la que se animó a aplaudirles, mimetizándose con el ambiente saleroso que desde hacía un rato lo permeaba todo.
Unos calores provenientes de su tren inferior comenzaban a elevarse y a extenderse por todo su cuerpo. Desde siempre, el alcohol había procurado que este tipo de reacciones la invadieran, debilitando sus defensas y propulsando su libido a unos niveles que no serían admisibles por ningún organismo regulador.
Su sexualidad había sido superior a la media desde que tenía uso de razón, por lo que un potenciador como lo era la ginebra no hacía sino completar a una chica que, ya de por sí, necesitaba muy poco para ponerse a tono y desplegar el tipo de sensaciones que a cualquiera nublaría su voluntad.
Cuando apenas comenzaba a ser plenamente consciente de sus propios estímulos, dos manos anexadas a sus caderas conseguían devolverla al presente. Era José Antonio, que no satisfecho con eso, se inclinaba para depositar un par de besos en su cuello, acto que ella favoreció, ladeando un poco la cabeza para procurar un mejor acceso.
Mientras era besada, su mirada revoloteaba a lo largo y ancho de todo el apartamento, hasta que, sin pretenderlo, recayó en aquellos dos hombres, que de pie frente a ella la observaban de arriba abajo con la fascinación de quien presencia algo inusitado.
Se sorprendió con Mateo, pues a pesar de contar con una contundente barriga, su pene gozaba de buena largura, pero sobre todo, lo que más llamó su atención fue su grosor, el cual era prominente, algo que resultaba chocante teniendo en cuenta el resto de la complexión que aquel hombre poseía. También pudo distinguir con claridad cómo una cubierta de vello se extendía por gran parte de su torso y piernas, algo que tampoco habría sido imposible de adivinar, ya que en el transcurso de esa noche se habían hecho notar, dejándose ver a través de la parte superior de su camisa hawaiana.
Luis Alberto, ahora desprovisto de su atuendo, revelaba también detentar barriga, pero de ningún modo tan pronunciada como la de su amigo. Su cuerpo mostraba una menor densidad de vello y su pene, si bien se preciaba de alcanzar cualquier media en cuanto a largura, la anchura en su caso era más corriente.
Su análisis se detuvo en seco en cuanto apreció cómo aquellos labios, que hasta entonces se habían ubicado en el entorno de sus clavículas, se desplazaban ahora hacia uno de sus oídos, para susurrarle algo inmediatamente después.
-Ahora te toca a ti, cielo. Murmuró José Antonio de forma sinuosa.
Mientras llevaba a cabo dicha interacción, sus manos, que seguían yaciendo alrededor de sus caderas, comenzaron a descender, arrastrando con ellas su culote.
Isa no se inmutó. Incluso podría jurar haberla escuchado proferir un esquivo jadeo, qué pasó inadvertido para todos menos para él, cuya cabeza y la de ella se encontraban tan unidas, que ni siquiera una brizna de hierba podría haber sido capaz de entrometerse entre ellas.
Cuando su culote tocó el suelo, se agachó para sortear sus botines dorados con más facilidad, los cuales también fueron desprendidos de sus pies por indicación de José Antonio.
Lo siguiente que faltaba por quitarse era el sujetador, para lo cual no hizo falta que interviniera nadie. A esas alturas, su coño palpitaba con una frecuencia tal, que de haber habido cerca una estación de radio, habría causado seguro todo tipo de interferencias.
En cuanto aquel sostén se posó sobre la mesa, sus tetas se convirtieron en el inequívoco centro de atención de todas las miradas. Unos pechos que, con el paso de los años y a medida que el resto de su constitución había ido engordando, fueron aumentando de copa hasta detener su crecimiento y asentarse en una abultada talla 110C.
José Antonio ya las conocía. Se las había besado y sobado aquella tarde durante todo el tiempo que tuvo para hacerlo, pero Mateo y Luis Alberto, aparte de presenciarlas formando parte de su escote bajo el vestido, era la primera vez que podían disfrutarlas en todo su esplendor.
Incluso acogiendo tal volumen, su pezón aún resistía el peso de la gravedad; eso, sumado a su juventud, permitía que todavía se mantuvieran erguidas y bien dispuestas para contemplarse. Estaban algo separadas entre sí, lo que favorecía que se le desplazasen hacia los costados, lo cual implicaba que si se la observaba de espaldas y con los brazos levantados, pudiera apreciarse su contorno, asomando tímidamente por los laterales.
Los pezones ya mencionados, gozaban de buen tamaño, proporcional al de las ubres que los albergaban, y con un diámetro de aréola para el cual haría falta abrir bien la boca si se pretendía abarcar entero.
Nada más recomponerse del shock del primer vistazo, se dispusieron a alabarla.
-Menudo cuerpazo tienes, pequeña. Eres una preciosidad. Ganas mucho más desnuda. Expresó Mateo, adornando la oración con un par de sinceras sonrisas.
-Es verdad. Ya habíamos notado que tenías buenas tetas, pero lucen muchísimo mejor así, sin nada por encima. Apuntó también Luis Alberto.
-Jaja. Gracias, gracias. Ya será para menos. Se excusó Isa, algo aturdida por tanto cumplido.
-Es una belleza. Sí ya sé lo he venido diciendo yo a lo largo de todo el día. Decídselo vosotros más veces, a ver si así se lo termina de creer. Espetó José Antonio.
Nada más hacerlo, aprovechó que seguía detrás de ella para rodearla con sus brazos y abrazarla por debajo de los pechos, de modo que estos se levantaron un poco, luciendo, si cabe, un mayor tamaño del que aparentaban tener cuando mantenían su postura natural.
Aplicó un par de besitos más en su cuello, y por medio de un pequeño cachete propinado contra su culo, la hizo sentarse de nuevo, acto que acompañaron todos, quedando Isa agazapada entre José Antonio y Mateo.
Mientras Mateo y Luis Alberto comentaban una serie de cuestiones ajenas al resto, José Antonio aprovechó para hospedar la mano derecha sobre su pierna, de modo que algunos de sus dedos quedasen alojados en el hueco inferior de su pelvis, casi en contacto con su vagina.
Nada más llevarlo a cabo, se aproximó a su oído para expresar lo orgulloso que estaba de ella, así como lo bien que se había portado hasta ese entonces y lo cómoda que parecía encontrarse, amén de intercalar todos aquellos reconocimientos con algún que otro morreo ocasional y con su mano, que no cesó de desplazarse en ningún momento hasta terminar colocándose completamente sobre su coño.
En cuanto Isa abandonó el embrujo verbal al que ese hombre la tenía sometida, corrió a sujetar su mano con intención de retirarla antes de que los otros dos pudieran darse cuenta, pero él se lo impidió. Esta vez, murmurando a su oído tan solo dos palabras, las cuales bastaron para que su mano se alejara de allí sin lograr su cometido, dejando que ese hombre siguiese acaparando su intimidad.
-Shhh. Tranquila.
En cuanto los otros terminaron de hablar y volvieron a dirigir sus ojos hacia ella, se percataron de aquel hecho, algo a lo que no tardaron en aludir.
-Jaja. ¿La agarras así para que no se escape?. Exclamó riendo Mateo.
-Quita la mano, egoísta, que si no no la vemos del todo. Añadió un ebrio Luis Alberto, empleando un volumen de voz algo por encima del que hubiese sido necesario.
-Pues... Aquí donde la veis, tan calladita, esta mañana me ha estado comiendo la polla. ¿Verdad, cariño?. Soltó de pronto José Antonio.
-Jaja. Pero qué vergüenza. ¡Cómo les cuentas eso!. Respondió Isa, bajando la cabeza en clara señal de timidez.
-No digas tonterías, cielo. ¿Qué hemos estado hablando de la vergüenza?. Estas entre amigos, no pasa nada. Además, es algo natural. Ya somos mayores, no nos vamos a escandalizar por eso. Dijo José Antonio, con la intención de naturalizar su comentario anterior.
-Es verdad, pequeña. No pasa nada. No creo que haya sido la primera polla que te comes. ¿Cierto?. Añadió Mateo.
- Claro que no. Pero me ha cogido por sorpresa. No sabía que iba a mencionar eso con vosotros delante. Dijo Isa defendiéndose.
A continuación, intervino Luis Alberto, interrupción y planteamiento que se vieron claramente influidos por el alterado estado en el que se encontraba.
Se levantó de la mesa, alzó su copa y propuso brindar por la mamada que le había hecho a José Antonio. A pesar de lo estrambótico de la situación, Mateo no dudó ni un instante en ponerse de pie y en apoyar de esa manera la fantástica moción que a su juicio formulaba su compañero.
El aludido les miró, y sin poder contener la risa, se sumó también a la corriente.
Isa, todavía sentada, les observaba con incredulidad, negando con la cabeza varias veces e insistiendo en que no, que no iba a brindar por eso por lo mucho que le avergonzaba.
Pero llegó un momento en el que no fue capaz de evitar que las risas del resto se le terminasen contagiando. Momento en que aprovechó José Antonio para cogerla del brazo y levantarla con cariño, mientras compartía con ella un gesto de acercamiento que terminó por decidirla a adherirse a la tendencia.
Una vez erguidos y con las copas en sus manos, Luis Alberto hizo los honores.
-Por la mamada de Isa a José Antonio. Por la de hoy y por todas las que vendrán. ¡Salud!
-¡Salud!. Gritaron todos.
-Que corte, por favor. No me creo que hayamos hecho esto. Aportó Isa nada más haber acabado de brindar.
-Jaja. Ha sido muy divertido. De corte nada. Pero... A todo esto... ¿Te ha gustado mamársela o no?. Eso es lo que queremos saber. Preguntó Mateo, al cual tal acto planteado por su amigo parecía seguir suscitando entusiasmo...
-Jaja. No sé... Ha estado bien. ¿No?. Terminó de expresar Isa, mientras cobijaba su mirada al abrigo de José Antonio.
-Me ha gustado mucho. La mamas muy bien. Aunque aquí donde la veis es un poco babosa. ¿Verdad?. Jaja. Pero en general, me la chupaste muy bien.
-Gracias. Me esforcé mucho. Dijo ella, bromeando.
Luis Alberto, que no fallaba nunca cuando de subir el nivel en cualquier ámbito se trataba, ya fuese el del ridículo en un bar, gritos en la calle o planteando propuestas de lo más surrealistas e inoportunas, remitió lo siguiente al grupo.
-Lo suyo es que nos haga una demostración. Si no... ¿Cómo sabemos que dices la verdad?. ¡Aquí queremos pruebas!.
-Tiene razón. Demuéstrales cómo lo haces. Que no crean que miento y que lo haces mal. Vamos, cielo. Le insistió José Antonio.
-¿Ahora quieres que lo haga?. Dijo ella, mientras buscaba en su rostro alguna mueca o signo que indicase que todo aquello estaba a punto de estallar y convertirse en una inocentada más.
Pero no ocurrió así. No halló señal alguna de titubeo en sus ojos, los cuales se mantuvieron firmes, sin apartarse de ella ni flaquear lo más mínimo.
Viéndose en semejante tesitura, lo único que alcanzó a decir fue que antes necesitaba ir al lavabo, a lo cual, mientras se alejaba, le gritaron que no tardase demasiado.
Una vez sola, frente al espejo, se quedó observando su reflejo por varios minutos. Por su mente pasaban muchas cosas. ¿Se estaría enfrentando a un momento de inflexión de los que tanto mencionábamos, mientras nos tocábamos juntos en la cama y fantaseábamos sobre su proceso de emputecimiento?. ¿Se trataba de eso?. ¿Estaba ocurriendo al fin?. Y si era así... ¿Debía darse de esa manera?. ¿Seguir adelante era lo correcto?.
Cuanto más recapacitaba, con mayor celeridad se enterraba en un psicotrópico lodazal, del que ni las reflexiones ni las suposiciones iban a proporcionar ninguna ayuda.
Se agachó hasta que su frente quedó por debajo del grifo, lo abrió y dejó que su mente quedase en blanco durante unos instantes.
De pronto, un grito proveniente del fondo del apartamento se personó para requerir su atención.
-¡Vamos, Isaaa!. Que dice Luis Alberto que si no vienes, te saca él en brazos. Voz que achacó a Mateo, aunque sin estar segura del todo.
Terminó de lavarse la cara, echó un último vistazo en dirección al cristal, y en cuanto este se la devolvió supo que ya estaba preparada para hacer lo que debía. Apagó la luz y traspasó el marco de la puerta.
En cuanto alcanzó el salón, se encontró a los tres situados en la parte más alargada de la ele del sofá, hallándose José Antonio en medio de los dos. Aquella disposición ocultaba un significado que no tardaría mucho en descubrir cuál era.
-¿Dónde me siento?. ¿Aquí al lado?.
En ese momento, se levantó José Antonio, que sin mediar palabra comenzó a besarla apasionadamente. Al principio, se quedó un poco en shock, ya que era algo que no se esperaba venir en absoluto. Pero enseguida se recompuso y correspondió, introduciendo también la lengua en su boca y entrelazándola de esa manera con la suya.
Luego de un par de minutos besándose y antes de echarse para atrás, aproximó sus labios a su oído izquierdo y le susurró.
-Vamos.
Acto seguido, se dejó caer sobre el asiento, agarró su polla desde la base y abrió las piernas con la voluntad de hacerle un hueco.
Enseguida comprendió todo. Volvían a pasar por su mente toda clase de excusas y evasivas que le imploraban esfumarse de allí. Que reconociera que no era una buena idea y que obrara en consecuencia. Era mejor arrepentirse por algo no realizado que de una acción acometida, que una vez llevada a cabo, sería imposible borrar después.
Estaba decidida. Se ceñiría a las cavilaciones a las que había llegado en aquel baño, sin saltarse una sola coma o guion de la decisión tomada en aquel espacio.
Reflexiones aparte, recogió su pelo con la ayuda de una goma que llevaba enroscada en su muñeca, se puso de rodillas entre los cuádriceps de José Antonio, y tras compartir una última conexión ocular con él, abrió su boca y la introdujo en su interior, flexionando un poco el cuello para poderse ayudar.
Nada más haber empezado a mamársela, la mano de derecha de aquel hombre se dirigía a ceñirse alrededor de su nuca, desde la cual comenzaba a controlar no solo la velocidad con que debía hacerlo, sino sobre todo, la longitud de polla que debía tragarse.
No demoraron en exhibirse los primeros comentarios, que, como no podía ser de otra manera, derrochaban agudeza y afanosos arrebatos repletos de frenesí.
-Umm. No mentías, macho. Esta chica la chupa de miedo. Apuntó Mateo.
-Se nota que no es la primera polla que se mete en la boca. Comentó Luis Alberto, ocurrencia que suscitó risas en sus dos amigos.
Mientras desplazaba su cuello de arriba abajo, todas esas frases venían a parar a ella, que convertida en el receptáculo tanto de las palabras como de sus miradas, la encumbraban de un protagonismo al que no solía estar acostumbrada.
Reacciones que no procuraban en ella mal estar de ningún tipo. No se sentía denostada ni mucho menos afrentada por cómo esos hombres describían lo que estaba haciendo.
Si en algún momento del pasado había estado cachonda, aquella manifestación cobraba verdadero impulso ahora, tomando la batuta tanto de sus emociones como de sus impulsos más primarios, convirtiéndola en lo que tantas veces habíamos estado hablando. En una verdadera puta.
Se desenvolvía con diligencia; incluso respondía con sonrisillas a algunas de las consideraciones que expresaban sobre lo que estaba llevando a cabo. Esos ojos que la observaban sin parpadear, no solo no la empequeñecían, lograban encenderla todavía más, hasta el punto de ser enfrentados por ella sin apenas temblarle las pupilas.
Una de las veces en que cruzaba la mirada con Mateo, este no pudo evitar extender su mano, acariciando con ella su mejilla derecha. Un gesto tan tierno como sibilino, pues no mucho después, se hizo oír en aquella estancia exclamando lo siguiente.
-Qué maravilla de chica. Se nota que tenías hambre, ¿Eh?. Jaja. Pero oye, todavía no sé si la chupas bien o mal. Tendrás que probar conmigo. Expresó Mateo, al tiempo que se giraba hacia José Antonio y este le regresaba un gesto de aprobación.
-Jaja. ¡Qué cara tienes!. Espera, que voy ahora. Dijo Isa, mientras se introducía por última vez media polla dentro de su boca, para después pasarse la muñeca con sutileza por sus labios para asearse, y avanzar gateando hasta situarse ahora entre las piernas de Mateo.
Él se recolocó en su asiento, echando el culo hacia delante de modo que su abultada barriga no sobresaliera tanto, permitiéndole así disponer de un mejor acceso a su polla.
En cuanto estuvo lo suficientemente cerca de su pelvis, volvió a arreglarse un poco la coleta, colocó ambas manos sobre sus velludos cuádriceps y albergó entre sus labios el capullo de aquel señor.
No habían transcurrido ni diez segundos cuando un brazo seguido de su zarpa tomó de nuevo el control de su cabeza, guiándola de modo que se acompasase a sus ritmos y voluntades.
En este caso, Mateo comenzó aplicando más presión sobre su nuca de la que había empleado su predecesor, obligándola a alojar su capullo dentro de su cavidad mucho antes de lo que ella pensaba hacerlo. Aquello la sobresaltó, pero todavía lo hizo más al advertir como seguía empujándola con fuerza, con la aparente intención de querer verla desaparecer entera en el interior de su garganta.
Cuando apenas se había conseguido tragar su capullo y algún centímetro más de polla, una tremebunda arcada ensordeció a todos los allí presentes, ocasionando que Isa se retirara para atrás con tal arranque, que a punto estuvo de golpearse con la mesa y hacerse daño.
-Jaja. No abuses tanto, Mateo, que tienes la chorra muy gorda. Deja que se adapte poco a poco. Intercedió José Antonio.
-¡Cállate!. Mi rabo, mis normas. Le contestó Mateo, en un tono del que no se podía extraer con claridad si escondía más cólera que ironía.
Tardó un par de minutos en recobrar el aliento, periplo durante el cual no dejó de estar auspiciada por las estruendosas carcajadas que habían poseído a un Luis Alberto que se mostraba fuera de sí.
Tras inhalar aire por última vez, volvió a reclinarse sobre la polla de Mateo, regresando de esta manera a donde lo habían dejado. Esta vez, y a sabiendas de por donde podía ir la cosa, colocó sus manos sobre la parte baja de su barriga para tener donde sostenerse en caso de que acometiera otro empentón.
-¡Aparta las manos, no quiero verlas!. Bramó Mateo, para tomarla de la nuca de inmediato y volver a colocar su capullo entre sus carnosos labios.
Tal grado de agresividad, lejos de desalentarla, parecía conducirle justo a lo contrario.
Su coño palpitaba con la resonancia de unas castañuelas y su cara adquiría por momentos el aspecto que presentaría una ninfómana en cautividad, liberada de repente en una playa de Gandía.