Mi hija y Vanessa, la profe de danza que me ponía cachondo en el instituto – Lo que nunca me atreví a imaginar (Relato real – barrio de toda la vida)

Luisignacio13

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Por razones obvias, mi hija tendrá en el relato 18 y los nombres y lugares serán cambiados o ficticios. El resto está algo aumentado, pero pasó.

CAPÍTULO 1 – “Cuando vi el nombre de la academia casi me da algo”​


Todo esto pasa en el barrio donde me crié, en Aluche (Madrid). El mismo puto barrio donde iba al instituto a finales de los 90.

Cuando mi hija Lucía cumplió años y me dijo que se había apuntado a clases de twerk y danza urbana en “Black Sugar Dance”, me quedé blanco.Esa academia la abrió Vanessa. Vanessa “la loca” del instituto. La misma que en 4º de ESO ya tenía fama de comerse a medio curso de tías y de que más de una salía llorando del baño de chicas después de “hablar” con ella. Todos sabíamos que era lesbiana y que se le iba la mano (y la lengua) con las alumnas que le gustaban. Yo, que era un pringao tímido, me pasaba las clases mirando cómo se mordía el labio inferior cuando alguna compañera se agachaba a coger algo del suelo. Nunca me miró a mí… hasta ahora.

Lucía me pidió que la recogiera los martes y jueves a las 22:30 porque el metro ya no le pillaba bien. Accedí, claro. Padre separado, 45 años, curro de comercial… qué iba a decir.

El primer jueves que fui, aparqué el Golf negro en la misma calle donde antes estaba el bar donde nos tomábamos las primeras litronas. Cuando Lucía salió corriendo con la mochila, sudada y con el pelo recogido en una coleta alta, Vanessa salió detrás de ella.

Joder. 20 años después y estaba todavía más buena. 1,75, morena con mechas rojizas, tatuaje de serpiente que le sube desde la cadera hasta debajo de la teta (lo vi porque llevaba un top cortito), piercing en la lengua que se le nota cuando habla y esas mallas negras que parecen pintadas. Me reconoció al instante.

—¿Rubén? ¿Rubén “el callao” de 4ºB? Hostia, qué fuerte —soltó con esa sonrisa de mala leche que yo recordaba perfectamente.

Nos dimos dos besos. Olía a vainilla y a sudor. Lucía se reía sin entender nada.

Desde ese día empecé a ir antes para verla. Siempre me saludaba con un “qué pasa, Rubén” y un repaso de arriba abajo que me ponía nervioso perdido. Sabía que seguía siendo lesbiana declarada, pero también sabía (porque el barrio es pequeño) que con algunas alumnas se le seguía “yendo la mano”. Y ahora mi Lucía estaba ahí dentro tres horas por semana… con ella.

El tercer jueves Lucía salió y me dijo:—Papá, Vanessa quiere que subas un momento, que te enseña la coreografía nueva para el festival.

Subí. El local estaba vacío. Olía a suelo de madera y a ellas dos. Lucía llevaba unas mallas gris perla que se le transparentaban cuando sudaba y un top deportivo blanco. Vanessa cerró la puerta y echó llave.

Puso una canción lenta, sensual, y le dijo a mi hija:—Venga, Lu, enséñale a tu padre lo que habéis montado… la parte sexy.

Lucía se puso en el centro, frente al espejo. Empezó a moverse: caderas lentas, culo hacia fuera, manos por el pelo… Yo intentaba mirar al suelo pero era imposible. Vanessa se colocó detrás de ella, corrigiendo posturas.

—Más abajo, preciosa… abre más las piernas… así, que se note todo.

Y de repente le puso las manos en las caderas a mi hija y marcó el movimiento pegando su pelvis a la de Lucía. Las dos se movían juntas. Vanessa levantó la vista y me pilló mirando. Sonrió de medio lado, esa sonrisa de depredadora que yo conocía del instituto.

—¿Te gusta lo que ves, Rubén? —me soltó sin dejar de mover las caderas contra el culo de mi hija—. Tu niña tiene un talento natural… y un culito que quita el sentido.

Lucía se rió nerviosa, colorada hasta las orejas. Yo balbuceé algo.

Cuando terminó la música, Vanessa se acercó a mí, se puso de puntillas (me saca casi una cabeza) y me susurró al oído mientras me rozaba disimuladamente el brazo con sus tetas:

—La semana que viene empezamos la coreo en pareja. Necesito un hombre de verdad para practicar ciertos roces…Y tú siempre me mirabas en clase, ¿te acuerdas? Ahora vas a poder mirar todo lo que quieras… y más.

Después se giró hacia Lucía, le dio una palmada suave en el culo y le dijo:—Vete duchando, cielo. Tu padre y yo tenemos que hablar de adultos.

Lucía obedeció sin rechistar.

Vanessa me miró fijamente, se mordió el labio inferior y añadió bajito:

—Y tráela el jueves con el conjunto negro que le regalé… el de encaje.Te prometo que no vas a poder apartar la vista ni un segundo.

Salí del local con la mayor erección que recuerdo desde los 90 y la cabeza llena de imágenes que no debería tener.

El martes que viene vuelvo.Y ya no sé si tengo más ganas de ver a mi hija bailar… o de ver qué es capaz de hacer Vanessa después de 25 años de tenerme en el punto de mira.

Continuará…
 

CAPÍTULO 2 – “El conjunto negro, el primer roce y lo que pasó en la oficina”​


El martes llegó y yo ya llevaba desde el lunes con el estómago revuelto, como si estuviera de nuevo en el instituto esperando a que Vanessa me mirara por primera vez.

Todo empezó con el WhatsApp al final de la clase del jueves pasado. Después de que Lucía saliera al vestuario, Vanessa me había pedido el móvil “para añadirte al grupo de la clase, por si hay cambios de horario o algo”. Se lo di sin pensar, todavía con la cabeza en el baile que acababa de ver. Ella sonrió con esa cara de mala, tecleó su número y me devolvió el teléfono. Esa misma noche me llegó un mensaje de un número desconocido: “Soy Vanessa. Bienvenido al grupo VIP ”. Al día siguiente, el viernes, creó un grupo solo entre ella y yo (sin Lucía), y el primer mensaje fue esa foto bomba: Lucía en el vestuario, de espaldas, probándose el conjunto negro de encaje que le había regalado. La braguita era un hilo dental y el top… dos triángulos que apenas cubrían nada. Debajo ponía:

«Mira lo que va a llevar tu niña el martes… ¿Te gusta el regalo, Rubén?Ya verás cuando lo veas en movimiento.PD: No le digas nada, es sorpresa para papá »

No contesté. No podía. Me masturbé tres veces esa noche mirando la foto, ampliando cada detalle: el encaje clavándose en su culito, la curva de su espalda…

El martes aparqué el Golf a las 22:10. El local estaba casi a oscuras, solo las luces de la sala principal filtrándose por las persianas. Entré y allí estaba Lucía, saliendo del vestuario con el famoso conjunto negro de encaje. Joder, era peor de lo que imaginaba: la braguita era un hilo dental que se perdía entre sus nalgas redondas y firmes, y el top apenas cubría sus tetas pequeñas pero perfectas, con los pezones marcándose a través de la tela fina como si estuviera pidiendo atención. Tenía el pelo suelto y húmedo cayéndole por la espalda, y se había echado un aceite o algo que hacía brillar sus piernas largas y su vientre plano. Me miró con esa mezcla de vergüenza e inocencia que me volvía loco, y dijo bajito:

—¿Qué tal, papá? Vanessa dice que así es como van las bailarinas profesionales en los vídeos de Los Ángeles… ¿Te gusta?

No pude ni responder. Mi polla ya estaba medio dura solo de verla.

Vanessa apareció por detrás, con unas mallas cortas negras que se le clavaban en el coño –se notaba el bulto de los labios mayores– y un top de red que dejaba ver sus pezones perforados con barritas plateadas. Me dio dos besos, rozándome la comisura de los labios con la lengua, y me susurró al oído:

—Qué puntual, Rubén… me pones cachonda cuando obedeces. Vamos a empezar.

Puso una canción lenta, con un bajo profundo que vibraba en el suelo, algo como un remix oscuro de reggaetón. Me colocó en el centro, frente al espejo gigante. Lucía delante de mí, a medio metro, respirando rápido.

—Primer paso: Lucía, camina despacio hacia tu padre, como si te diera vergüenza mirarlo a los ojos —ordenó Vanessa.

Lucía obedeció, paso a paso, con las caderas moviéndose ligeramente bajo el encaje negro. Cuando llegó a mí, olí su sudor dulce mezclado con el perfume que le había regalado su madre para su cumpleaños.

Vanessa se colocó detrás de ella y le habló al oído, pero lo suficientemente alto para que yo lo oyera todo:

—Ahora pega tu culito a la entrepierna de papá… despacito… hasta que notes que se pone dura por ti. Es normal, cielo, a todos los papás les pasa cuando ven a sus hijitas vestidas así.

Lucía dudó un segundo, mordiéndose el labio inferior como hacía cuando era pequeña y se ponía nerviosa. Vanessa le empujó suavemente las caderas hacia atrás. Sentí el calor de su culo pegado a mi paquete, el hilo dental rozando la tela de mis vaqueros. Mi polla se endureció al instante, presionando contra ella como una barra de hierro. Lucía dio un pequeño respingo, pero no se apartó. Noté cómo su respiración se aceleraba, y juraría que movió un poco las caderas, frotándose apenas.

Vanessa se rio bajito, esa risa ronca que me ponía los pelos de punta en el instituto.

—Tranquila, preciosa… eso significa que lo estás haciendo perfecto. Mira cómo le late la polla a tu papá contra tu culito.

Después agarró las manos de Lucía y las puso en mis hombros, con las uñas pintadas de rojo rozándome la piel a través de la camisa.

—Ahora bajas… rozando todo el cuerpo de tu padre… despacito, como si estuvieras saboreando cada centímetro… hasta quedar de rodillas.

Lucía empezó a bajar, lenta, torturantemente lenta. Sus tetas rozaron mi pecho, los pezones duros como piedrecitas contra mi camisa. Su cara pasó por mi abdomen, su aliento caliente filtrándose a través de la tela. Y cuando llegó a la altura de mi bragueta, se quedó quieta un segundo, mirando directamente la erección que se marcaba como un bulto enorme. Vanessa se agachó a su lado, con la cara a centímetros de la de Lucía, y le susurró (pero mirándome a mí fijamente):

—¿Notas lo gorda que se le pone a papá cuando te ve así, Lu? Mira esa vena latiendo… es por ti, cielo… siempre ha sido por ti. Imagínate si se la sacas y la pruebas… sería como un secreto solo nuestro.

Lucía se quedó quieta, de rodillas frente a mi polla dura, con los ojos muy abiertos. Yo estaba paralizado, sudando, con la cabeza dando vueltas.

Vanessa dio una palmada y dijo en tono normal, como si nada:

—¡Perfecto! Lo habéis clavado. El jueves repetimos, pero con vendas en los ojos para que sea todo por sensaciones. Vete al vestuario, Lu, dúchate y cámbiate. Tu papá y yo tenemos que hablar un momentito.

Lucía se levantó, colorada hasta las orejas, con los pezones todavía más marcados bajo el encaje. Me dio un beso rápido en la mejilla –noté que temblaba– y salió corriendo al vestuario, con el culo meneándose bajo el hilo dental.

Yo me quedé allí, con la polla dolorosamente dura dentro de los vaqueros, incapaz de moverme. Vanessa me miró de arriba abajo, se mordió el labio mostrando el piercing de la lengua, y dijo:

—Pobre Rubén… no puedes salir a la calle en ese estado. La gente del barrio te vería con esa tienda de campaña en los pantalones y pensaría que eres un pervertido. Ven, vamos a mi oficina para que te relajes un poco.

Me agarró del brazo y me llevó por un pasillo estrecho hasta una puerta al fondo. La abrió y encendió la luz tenue. La oficina era pequeña pero cómoda: un escritorio de madera con dos sillas giratorias, un sillón de cuero negro de tres plazas contra la pared, una mesa ratona con revistas y una botella de agua, y una TV de 52 pulgadas colgada en la pared opuesta. Me empujó suavemente hacia el sillón y me senté, con las piernas abiertas porque la erección no me dejaba cerrarlas.

Vanessa se sentó a mi lado, tan cerca que su muslo rozaba el mío, y cogió el mando de la TV.

—Relájate, Rubén… déjame que te ayude a bajar esa tensión.

Encendió la tele y puso un canal de fitness. Era una clase de pilates en directo: cinco mujeres en mallas ajustadas y tops minúsculos, sudadas, estirándose en posturas que dejaban ver todo. Una rubia se agachaba con el culo en pompa, los labios del coño marcándose bajo la tela fina; otra se abría de piernas en el suelo, con los pezones duros visibles.

—¿Te gusta esto, Rubén? —me preguntó Vanessa, con la voz ronca—. ¿Te pone ver a mujeres flexibles y sudadas moviéndose así? En el instituto siempre te pillaba mirando a las chicas en educación física…

Tragué saliva. Mi polla dio un salto dentro de los pantalones.

—Sí… me gusta —murmuré, sin poder apartar la vista.

Vanessa se rio y cambió de canal con un clic. La pantalla se llenó de imágenes en vivo y directo del vestuario: múltiples cámaras HD en color, colocadas en ángulos estratégicos –una desde arriba, otra a nivel del suelo, una en la ducha–. Allí estaba Lucía, sola, de espaldas a una de las cámaras, desvistiéndose despacio.

Primero se quitó el top de encaje, dejando caer los tirantes por los hombros. Sus tetas pequeñas pero firmes quedaron al aire, con los pezones rosados y erectos, apuntando hacia arriba. Se giró un poco y vi su reflejo en el espejo: el vientre plano, el ombligo perfecto, y el hilo dental negro clavándose entre sus labios vaginales hinchados por el sudor y la excitación. Se lo quitó despacio, bajándolo por las caderas, revelando su coñito depilado, con los labios mayores rosados y brillantes, un poco abiertos como si estuviera húmeda.

Vanessa se acercó más a mí, pegando su boca a mi oreja, y empezó a susurrar perversiones mientras veíamos:

—Mira a tu hijita, Rubén… mira cómo se desviste para ti sin saberlo. Ese coñito tan apretado… imagínatelo alrededor de tu polla gorda, latiendo mientras la follas despacito. En el instituto yo me comía a tías como ella, les metía la lengua hasta el fondo mientras lloraban de placer. Ahora voy a hacer lo mismo con Lucía… y tú vas a mirar. Vas a ver cómo le chupo los pezones hasta que se corra, cómo le meto los dedos en ese culito virgen mientras grita “papá”…

Mi polla estaba a punto de explotar. Vanessa bajó la mano despacio, la puso sobre mi bragueta y empezó a masturbarme por encima del pantalón, apretando la tela contra mi verga dura, frotando la cabeza hinchada con el pulgar.

Lucía entró en la ducha en la pantalla. El agua caliente cayó sobre su cuerpo, resbalando por sus tetas, por su vientre, entre sus piernas. Se enjabonó despacio, pasando las manos por los pezones, pellizcándolos un poco. Luego bajó una mano al coño, abrió los labios con dos dedos y empezó a frotarse el clítoris en círculos lentos. Su cara se contorsionó de placer, mordiéndose el labio, y juraría que murmuró algo como “papá…” mientras se metía un dedo dentro, follándose a sí misma bajo el agua.

Vanessa aceleró el ritmo en mi polla, apretando más fuerte, susurrándome:

—Correte mirando a tu hija masturbándose, Rubén… imagínate que es tu polla la que entra en ese coñito mojado. Voy a convertirla en mi putita personal, y luego te la presto para que la folles mientras yo miro… vas a correrte dentro de ella, a llenarla de leche…

No aguanté más. Me corrí en seco dentro de los calzoncillos, con espasmos brutales, manchando la ropa interior y filtrándose una mancha húmeda y pegajosa en los vaqueros, justo en la bragueta.

Vanessa se rio, apagó la TV y cogió un vaso de agua de la mesa ratona. Me lo tiró “accidentalmente” encima de la mancha, empapándome el pantalón.

—Ups… qué torpe soy —dijo con una sonrisa perversa.

Salimos de la oficina. Lucía ya estaba vestida con ropa normal, esperándonos en la entrada. Vanessa le dijo:

—Cariño, sin querer le volqué agua en el pantalón a tu papá. Qué desastre.

Lucía miró la mancha en mi bragueta y se puso colorada, pero se rio nerviosa.

—Hay papá, qué va a pensar la gente… pareces un niño que se ha meado. Mejor te escondes detrás mío hasta el auto, así nadie te ve.

Salimos así: Lucía delante, yo pegado a su espalda, notando su calor contra mi polla todavía sensible, y Vanessa despidiéndonos con un guiño.

Llegué a casa con la mancha de agua disimulando la de semen, pero la cabeza llena de imágenes que no podía borrar.

Y lo peor de todo… es que ya estoy deseando que llegue el jueves para las vendas y el tanga rojo.
 
CAPÍTULO 3 – “Las vendas, el tanga rojo y lo que vi en la oficina esa noche”
El jueves no pude concentrarme en nada. El curro se me hizo eterno, y cada vez que miraba el móvil esperaba un mensaje de Vanessa en el chat privado. Llegó a las 19:00: una foto de un tanga rojo de encaje, minúsculo, con un lazo en la parte de atrás. Debajo: “Para tu niña esta noche. Dile que se lo ponga antes de venir. Y tú… sin calzoncillos, como te dije. Quiero que lo sienta todo 😉”.
Le pasé el mensaje a Lucía por el grupo familiar, fingiendo que era de la academia: “Vanessa dice que lleves esto para la clase de hoy”. Ella contestó con un “ok papá 😊” y un emoji de baile. No tenía idea de lo que me estaba haciendo.
Llegué a las 22:10, como siempre. El local olía a sudor fresco y a esa vainilla que usaba Vanessa. Lucía ya estaba allí, con el tanga rojo debajo de unas mallas grises ajustadas que se transparentaban lo justo para volverte loco. El top era el mismo negro de encaje del martes, pero ahora con el tanga a juego parecía una puta diosa de 18 años. Me miró nerviosa cuando entré, y juraría que se mordió el labio al ver que yo llevaba vaqueros sin nada debajo –se me marcaba todo con solo caminar.
Vanessa cerró la puerta con pestillo. Llevaba un body negro semitransparente que dejaba ver sus tetas grandes y sus pezones perforados, y abajo un tanga a juego que se le clavaba en el coño depilado. Nos miró a los dos y sonrió como una depredadora.
—Hoy el ejercicio es de autoreconocimiento con vendas. Para que sintáis cada roce sin ver nada. Es sensorial puro… y muy íntimo.
Nos vendó los ojos a los dos con pañuelos negros suaves. Todo se volvió oscuridad, solo oídos, tacto y olores. Puso una música lenta, hipnótica, con gemidos lejanos en el fondo –como un porno suave disfrazado de playlist de baile.
Primero nos colocó de pie, uno frente al otro, a un metro. Vanessa se movía alrededor, guiándonos con la voz ronca.
Se acercó primero a Lucía y le habló al oído, pero lo suficientemente alto para que yo lo oyera todo, como si quisiera que supiera que estaba escuchando:
—Empezad respirando profundo… sentid el aire en vuestros cuerpos. Lucía, toca tu propio cuerpo despacio… pasa las manos por tus tetas, por tus pezones… pellízcalos un poco hasta que se pongan duros.
Oí la respiración de Lucía acelerarse. Juraría que gemía bajito mientras se tocaba, el sonido de sus dedos rozando la tela del top. Luego Vanessa se acercó a mí y me susurró al oído, tan bajito que solo yo podía oírlo, su aliento caliente rozándome la oreja:
—Tú también, Rubén… toca esa polla dura que se te marca en los vaqueros. Frota despacio por encima… imagina que es la mano de tu hijita la que te aprieta. Ella no sabe lo que estás haciendo… pero tú sí.
Obedecí sin pensar. Mi polla ya estaba como una piedra, latiendo bajo la tela. La froté lento, sintiendo la cabeza hinchada, las venas marcadas. Vanessa volvió a Lucía y le habló al oído de nuevo, alto para mí:
—Ahora tú, preciosa… baja la mano a tu tanga rojo. Ábrete los labios del coño con dos dedos… siente lo mojada que estás. Frota el clítoris en círculos, imagina que es mi lengua la que te lame…
Lucía gimió más fuerte. Oí el sonido húmedo de sus dedos moviéndose en su coño, el chapoteo ligero de sus jugos. Vanessa se acercó a mí otra vez y susurró solo para mí:
—Bien, así… ahora baja la cremallera, saca esa verga gorda al aire. Mírala en tu mente: gruesa, con el glande rojo y brillante de precum. Acaríciala de arriba abajo, despacito, como si estuvieras en el instituto masturbándote pensando en mí comiéndome a una alumna. Tu niña está a un metro, tocándose sin saber que tú tienes la polla fuera… qué morbo, ¿eh?
La saqué. El aire fresco del local me dio un escalofrío. Empecé a pajearme lento, con la mano envolviendo el tronco, subiendo y bajando mientras oía a Lucía tocarse a un metro de mí. Notaba su olor, ese sudor dulce mezclado con excitación, flotando en el aire, y su excitación parecía crecer precisamente porque no sabía del todo qué estaba pasando conmigo –solo oía mi respiración agitada, sin imaginar que tenía la polla en la mano.
Vanessa volvió a ella y le habló al oído, alto para que yo captara cada palabra:
—Más profundo, Lu… métete un dedo dentro de ese coñito apretado. Fóllate despacio… ahora dos dedos. Siente cómo te estiras, cómo chorreas jugos por las piernas.
Yo aceleré mi paja, imaginando todo. Vanessa nos acercó más, hasta que sentí el calor de Lucía a centímetros, su aliento rozándome la cara, el olor de su coño mojado invadiéndome. Pero no nos tocamos –ella se masturbaba furiosamente, yo igual, guiados por su voz. Los gemidos de Lucía llenaban la sala, entrecortados, inocentes en su confusión, como si parte de su excitación viniera de no saber a dónde la estaba llevando Vanessa con todo esto.
Vanessa se acercó a mí y susurró bajito, solo para mis oídos:
—Ahora al máximo: dile que se arrodille y siga follándose el coño con los dedos. Tú pajea esa polla gorda apuntando hacia ella… siente el aire entre vosotros, el morbo de no tocaros pero saber que estáis a un centímetro. Ella no sabe que estás a punto de correrte mirándola en tu mente.
Luego le dijo a Lucía al oído, alto:
—Arrodíllate, preciosa, y sigue follándote el coño con los dedos… siente el suelo bajo ti, el ritmo de la música.
Los gemidos de Lucía se volvieron gritos ahogados. Oí cómo se corría: un chorro húmedo salpicando el suelo, su cuerpo temblando, el olor a sexo intensificándose. Yo estuve a punto, la polla latiendo en mi mano, pero Vanessa me paró la mano con un toque suave, susurrándome:
—Para, Rubén… no te corras todavía. Esto es solo el calentamiento. Ahora arreglaos la ropa antes de que os quite las vendas. Lucía, sube el tanga y acomódate el top. Rubén, guarda esa verga dura en los vaqueros… déjala latiendo ahí dentro.
Obedecí a ciegas, metiendo la polla todavía dura y húmeda dentro de los pantalones, notando cómo se marcaba el bulto enorme y pegajoso. Oí a Lucía ajustándose la ropa, respirando agitada, el roce de la tela contra su piel mojada.
Vanessa nos quitó las vendas despacio. La luz me cegó un segundo. Lucía estaba de rodillas todavía, con el tanga rojo corrido un poco pero ya ajustado, el coño escondido aunque se notaba la humedad filtrándose por las mallas. Sus pezones duros marcándose bajo el encaje, la cara colorada y los ojos brillantes de excitación y confusión –como si supiera que algo más había pasado, pero no qué. Yo con la polla latiendo visible bajo los vaqueros, una mancha húmeda en la bragueta. Nos miramos un segundo, sabiendo exactamente lo que había pasado sin haberlo visto del todo –eso me dejó aún más caliente, la tensión en el aire espesa como miel.
Vanessa apagó la música y dijo como si nada:
—Clase terminada. ¿Me podéis llevar a casa? Vivo aquí cerca, en el barrio.
Lucía y yo dijimos que sí al unísono, todavía jadeando. Vanessa sonrió.
—Venga, que me baño contigo entonces, Lu. Vamos al vestuario a refrescarnos. Rubén, espera en la oficina… relájate un rato, que sé que lo necesitas.
Lucía dudó un segundo, mirándome con los ojos muy abiertos, pero Vanessa la agarró de la mano y se la llevó al vestuario, cerrando la puerta. Yo fui a la oficina, encendí la TV y puse las cámaras HD del vestuario. Me senté en el sillón de cuero, saqué la polla otra vez –todavía dura como una roca, goteando precum– y empecé a pajearme despacio mientras veía, la mano subiendo y bajando por el tronco venoso.
En la pantalla, todo en vivo y con detalles nítidos: Vanessa empujó a Lucía contra la pared del vestuario, bajo una de las cámaras principales. Lucía se resistió un poco al principio, cruzando los brazos sobre el pecho y murmurando:
—Vanessa… espera, no sé si… mi papá está fuera, esto es demasiado rápido…
Vanessa no le hizo caso. La doblegó físicamente primero: le agarró las muñecas con una mano fuerte, inmovilizándola contra la pared, y con la otra le quitó el top de encaje de un tirón lento, revelando sus tetas pequeñas y firmes, los pezones rosados todavía erectos del ejercicio anterior. Lucía forcejeó un poco más, girando la cabeza:
—No… por favor, no ahora…
Pero Vanessa era más fuerte, con años de baile y esa actitud dominante del instituto. La besó en la boca para callarla, metiendo la lengua profunda, mientras le bajaba las mallas grises despacio, centímetro a centímetro, revelando el tanga rojo empapado. Lucía se resistió mordiendo el labio, pero su cuerpo la traicionaba –las caderas se movieron solas hacia adelante.
Vanessa rompió el beso y le susurró al oído, mordisqueándole el lóbulo:
—Shhh, preciosa… relájate. Sabes que lo quieres. Mira cómo chorreas… tu coñito está pidiendo que te folle.
Le bajó el tanga rojo despacio, arrodillándose frente a ella. Lucía intentó cerrar las piernas, pero Vanessa se las abrió de un tirón firme, exponiendo su coño depilado, los labios hinchados y brillantes de jugos, el clítoris asomando rojo e hinchado. Lucía gimió “no…”, pero su voz ya era débil.
Vanessa empezó lento: pasó la lengua por los muslos internos primero, lamiendo los jugos que chorreaban, subiendo despacio hacia el coño. Lucía temblaba, resistiéndose todavía con las manos en la pared, pero cuando Vanessa abrió los labios con dos dedos y metió la lengua en el agujero mojado, lamiendo profundo en círculos, la resistencia se rompió. Lucía soltó un gemido largo, las rodillas flojeando.
—Así, mi putita… siente cómo te como el coño. Nadie te ha lamido así, ¿verdad?
Vanessa aceleró: chupaba el clítoris con succión fuerte, mordisqueándolo suave con los dientes, mientras metía un dedo en el coño, curvándolo para rozar el punto G. Lucía ya no se resistía –al contrario, empujaba las caderas contra la boca de Vanessa, gimiendo “sí… dios… más…”. Vanessa metió un segundo dedo, follándola despacio al principio, luego más rápido, el sonido chapoteante llenando el vestuario.
—Mírame, Lu… vas a correrte en mi boca como una buena alumna. Pero primero, dime que lo quieres.
Lucía jadeaba, el placer doblegándola por completo: “Sí… lo quiero… no pares…”. Vanessa sonrió, miró directamente a una cámara –sabía que yo estaba viendo– y metió tres dedos en el coño de Lucía, follándola duro mientras le lamía el clítoris sin piedad. Lucía se corrió con un grito, chorros de jugo salpicando la cara de Vanessa, el cuerpo convulsionando.
Pero no paró: la giró contra la pared despacio, le abrió el culo con las manos y pasó la lengua por el ano, lamiendo el agujerito virgen en círculos lentos. Lucía gimió “Vanessa… eso no…”, pero ya era placer puro –empujaba el culo hacia atrás, pidiendo más. Vanessa metió un dedo mojado en el ano, despacio, mientras con la otra mano frotaba el coño hinchado, metiendo y sacando.
—Siente cómo te abro el culito, preciosa… pronto te voy a follar por aquí también.
Lucía se corrió por segunda vez, las piernas temblando, gritando de placer mientras Vanessa la doblegaba completamente.
Yo en la oficina me pajeaba como un loco: mano arriba y abajo en mi polla gorda, frotando la cabeza sensible con el pulgar, imaginando que era yo el que la sometía. No aguanté: me corrí en espasmos brutales, semen blanco y espeso salpicando mi mano, el suelo y hasta el sillón. Limpié como pude con un kleenex de la mesa ratona, el corazón a mil.
Salieron del vestuario quince minutos después. Lucía colorada, con el pelo mojado y una sonrisa tonta, caminando un poco inestable. Vanessa me guiñó el ojo disimuladamente.
—Venga, llévanos a casa.
En el coche no dijimos nada. Dejamos a Vanessa en su portal, y ella me mandó un mensaje al móvil antes de bajar: “La semana que viene… traes lubricante. Vamos a jugar de verdad”.
No sé cómo voy a mirar a Lucía hasta el martes.




¿Y ahora.. que les gustaría que pase? Acepto sugerencias.....
 
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CAPÍTULO 3 – “Las vendas, el tanga rojo y lo que vi en la oficina esa noche”
El jueves no pude concentrarme en nada. El curro se me hizo eterno, y cada vez que miraba el móvil esperaba un mensaje de Vanessa en el chat privado. Llegó a las 19:00: una foto de un tanga rojo de encaje, minúsculo, con un lazo en la parte de atrás. Debajo: “Para tu niña esta noche. Dile que se lo ponga antes de venir. Y tú… sin calzoncillos, como te dije. Quiero que lo sienta todo 😉”.
Le pasé el mensaje a Lucía por el grupo familiar, fingiendo que era de la academia: “Vanessa dice que lleves esto para la clase de hoy”. Ella contestó con un “ok papá 😊” y un emoji de baile. No tenía idea de lo que me estaba haciendo.
Llegué a las 22:10, como siempre. El local olía a sudor fresco y a esa vainilla que usaba Vanessa. Lucía ya estaba allí, con el tanga rojo debajo de unas mallas grises ajustadas que se transparentaban lo justo para volverte loco. El top era el mismo negro de encaje del martes, pero ahora con el tanga a juego parecía una puta diosa de 18 años. Me miró nerviosa cuando entré, y juraría que se mordió el labio al ver que yo llevaba vaqueros sin nada debajo –se me marcaba todo con solo caminar.
Vanessa cerró la puerta con pestillo. Llevaba un body negro semitransparente que dejaba ver sus tetas grandes y sus pezones perforados, y abajo un tanga a juego que se le clavaba en el coño depilado. Nos miró a los dos y sonrió como una depredadora.
—Hoy el ejercicio es de autoreconocimiento con vendas. Para que sintáis cada roce sin ver nada. Es sensorial puro… y muy íntimo.
Nos vendó los ojos a los dos con pañuelos negros suaves. Todo se volvió oscuridad, solo oídos, tacto y olores. Puso una música lenta, hipnótica, con gemidos lejanos en el fondo –como un porno suave disfrazado de playlist de baile.
Primero nos colocó de pie, uno frente al otro, a un metro. Vanessa se movía alrededor, guiándonos con la voz ronca.
Se acercó primero a Lucía y le habló al oído, pero lo suficientemente alto para que yo lo oyera todo, como si quisiera que supiera que estaba escuchando:
—Empezad respirando profundo… sentid el aire en vuestros cuerpos. Lucía, toca tu propio cuerpo despacio… pasa las manos por tus tetas, por tus pezones… pellízcalos un poco hasta que se pongan duros.
Oí la respiración de Lucía acelerarse. Juraría que gemía bajito mientras se tocaba, el sonido de sus dedos rozando la tela del top. Luego Vanessa se acercó a mí y me susurró al oído, tan bajito que solo yo podía oírlo, su aliento caliente rozándome la oreja:
—Tú también, Rubén… toca esa polla dura que se te marca en los vaqueros. Frota despacio por encima… imagina que es la mano de tu hijita la que te aprieta. Ella no sabe lo que estás haciendo… pero tú sí.
Obedecí sin pensar. Mi polla ya estaba como una piedra, latiendo bajo la tela. La froté lento, sintiendo la cabeza hinchada, las venas marcadas. Vanessa volvió a Lucía y le habló al oído de nuevo, alto para mí:
—Ahora tú, preciosa… baja la mano a tu tanga rojo. Ábrete los labios del coño con dos dedos… siente lo mojada que estás. Frota el clítoris en círculos, imagina que es mi lengua la que te lame…
Lucía gimió más fuerte. Oí el sonido húmedo de sus dedos moviéndose en su coño, el chapoteo ligero de sus jugos. Vanessa se acercó a mí otra vez y susurró solo para mí:
—Bien, así… ahora baja la cremallera, saca esa verga gorda al aire. Mírala en tu mente: gruesa, con el glande rojo y brillante de precum. Acaríciala de arriba abajo, despacito, como si estuvieras en el instituto masturbándote pensando en mí comiéndome a una alumna. Tu niña está a un metro, tocándose sin saber que tú tienes la polla fuera… qué morbo, ¿eh?
La saqué. El aire fresco del local me dio un escalofrío. Empecé a pajearme lento, con la mano envolviendo el tronco, subiendo y bajando mientras oía a Lucía tocarse a un metro de mí. Notaba su olor, ese sudor dulce mezclado con excitación, flotando en el aire, y su excitación parecía crecer precisamente porque no sabía del todo qué estaba pasando conmigo –solo oía mi respiración agitada, sin imaginar que tenía la polla en la mano.
Vanessa volvió a ella y le habló al oído, alto para que yo captara cada palabra:
—Más profundo, Lu… métete un dedo dentro de ese coñito apretado. Fóllate despacio… ahora dos dedos. Siente cómo te estiras, cómo chorreas jugos por las piernas.
Yo aceleré mi paja, imaginando todo. Vanessa nos acercó más, hasta que sentí el calor de Lucía a centímetros, su aliento rozándome la cara, el olor de su coño mojado invadiéndome. Pero no nos tocamos –ella se masturbaba furiosamente, yo igual, guiados por su voz. Los gemidos de Lucía llenaban la sala, entrecortados, inocentes en su confusión, como si parte de su excitación viniera de no saber a dónde la estaba llevando Vanessa con todo esto.
Vanessa se acercó a mí y susurró bajito, solo para mis oídos:
—Ahora al máximo: dile que se arrodille y siga follándose el coño con los dedos. Tú pajea esa polla gorda apuntando hacia ella… siente el aire entre vosotros, el morbo de no tocaros pero saber que estáis a un centímetro. Ella no sabe que estás a punto de correrte mirándola en tu mente.
Luego le dijo a Lucía al oído, alto:
—Arrodíllate, preciosa, y sigue follándote el coño con los dedos… siente el suelo bajo ti, el ritmo de la música.
Los gemidos de Lucía se volvieron gritos ahogados. Oí cómo se corría: un chorro húmedo salpicando el suelo, su cuerpo temblando, el olor a sexo intensificándose. Yo estuve a punto, la polla latiendo en mi mano, pero Vanessa me paró la mano con un toque suave, susurrándome:
—Para, Rubén… no te corras todavía. Esto es solo el calentamiento. Ahora arreglaos la ropa antes de que os quite las vendas. Lucía, sube el tanga y acomódate el top. Rubén, guarda esa verga dura en los vaqueros… déjala latiendo ahí dentro.
Obedecí a ciegas, metiendo la polla todavía dura y húmeda dentro de los pantalones, notando cómo se marcaba el bulto enorme y pegajoso. Oí a Lucía ajustándose la ropa, respirando agitada, el roce de la tela contra su piel mojada.
Vanessa nos quitó las vendas despacio. La luz me cegó un segundo. Lucía estaba de rodillas todavía, con el tanga rojo corrido un poco pero ya ajustado, el coño escondido aunque se notaba la humedad filtrándose por las mallas. Sus pezones duros marcándose bajo el encaje, la cara colorada y los ojos brillantes de excitación y confusión –como si supiera que algo más había pasado, pero no qué. Yo con la polla latiendo visible bajo los vaqueros, una mancha húmeda en la bragueta. Nos miramos un segundo, sabiendo exactamente lo que había pasado sin haberlo visto del todo –eso me dejó aún más caliente, la tensión en el aire espesa como miel.
Vanessa apagó la música y dijo como si nada:
—Clase terminada. ¿Me podéis llevar a casa? Vivo aquí cerca, en el barrio.
Lucía y yo dijimos que sí al unísono, todavía jadeando. Vanessa sonrió.
—Venga, que me baño contigo entonces, Lu. Vamos al vestuario a refrescarnos. Rubén, espera en la oficina… relájate un rato, que sé que lo necesitas.
Lucía dudó un segundo, mirándome con los ojos muy abiertos, pero Vanessa la agarró de la mano y se la llevó al vestuario, cerrando la puerta. Yo fui a la oficina, encendí la TV y puse las cámaras HD del vestuario. Me senté en el sillón de cuero, saqué la polla otra vez –todavía dura como una roca, goteando precum– y empecé a pajearme despacio mientras veía, la mano subiendo y bajando por el tronco venoso.
En la pantalla, todo en vivo y con detalles nítidos: Vanessa empujó a Lucía contra la pared del vestuario, bajo una de las cámaras principales. Lucía se resistió un poco al principio, cruzando los brazos sobre el pecho y murmurando:
—Vanessa… espera, no sé si… mi papá está fuera, esto es demasiado rápido…
Vanessa no le hizo caso. La doblegó físicamente primero: le agarró las muñecas con una mano fuerte, inmovilizándola contra la pared, y con la otra le quitó el top de encaje de un tirón lento, revelando sus tetas pequeñas y firmes, los pezones rosados todavía erectos del ejercicio anterior. Lucía forcejeó un poco más, girando la cabeza:
—No… por favor, no ahora…
Pero Vanessa era más fuerte, con años de baile y esa actitud dominante del instituto. La besó en la boca para callarla, metiendo la lengua profunda, mientras le bajaba las mallas grises despacio, centímetro a centímetro, revelando el tanga rojo empapado. Lucía se resistió mordiendo el labio, pero su cuerpo la traicionaba –las caderas se movieron solas hacia adelante.
Vanessa rompió el beso y le susurró al oído, mordisqueándole el lóbulo:
—Shhh, preciosa… relájate. Sabes que lo quieres. Mira cómo chorreas… tu coñito está pidiendo que te folle.
Le bajó el tanga rojo despacio, arrodillándose frente a ella. Lucía intentó cerrar las piernas, pero Vanessa se las abrió de un tirón firme, exponiendo su coño depilado, los labios hinchados y brillantes de jugos, el clítoris asomando rojo e hinchado. Lucía gimió “no…”, pero su voz ya era débil.
Vanessa empezó lento: pasó la lengua por los muslos internos primero, lamiendo los jugos que chorreaban, subiendo despacio hacia el coño. Lucía temblaba, resistiéndose todavía con las manos en la pared, pero cuando Vanessa abrió los labios con dos dedos y metió la lengua en el agujero mojado, lamiendo profundo en círculos, la resistencia se rompió. Lucía soltó un gemido largo, las rodillas flojeando.
—Así, mi putita… siente cómo te como el coño. Nadie te ha lamido así, ¿verdad?
Vanessa aceleró: chupaba el clítoris con succión fuerte, mordisqueándolo suave con los dientes, mientras metía un dedo en el coño, curvándolo para rozar el punto G. Lucía ya no se resistía –al contrario, empujaba las caderas contra la boca de Vanessa, gimiendo “sí… dios… más…”. Vanessa metió un segundo dedo, follándola despacio al principio, luego más rápido, el sonido chapoteante llenando el vestuario.
—Mírame, Lu… vas a correrte en mi boca como una buena alumna. Pero primero, dime que lo quieres.
Lucía jadeaba, el placer doblegándola por completo: “Sí… lo quiero… no pares…”. Vanessa sonrió, miró directamente a una cámara –sabía que yo estaba viendo– y metió tres dedos en el coño de Lucía, follándola duro mientras le lamía el clítoris sin piedad. Lucía se corrió con un grito, chorros de jugo salpicando la cara de Vanessa, el cuerpo convulsionando.
Pero no paró: la giró contra la pared despacio, le abrió el culo con las manos y pasó la lengua por el ano, lamiendo el agujerito virgen en círculos lentos. Lucía gimió “Vanessa… eso no…”, pero ya era placer puro –empujaba el culo hacia atrás, pidiendo más. Vanessa metió un dedo mojado en el ano, despacio, mientras con la otra mano frotaba el coño hinchado, metiendo y sacando.
—Siente cómo te abro el culito, preciosa… pronto te voy a follar por aquí también.
Lucía se corrió por segunda vez, las piernas temblando, gritando de placer mientras Vanessa la doblegaba completamente.
Yo en la oficina me pajeaba como un loco: mano arriba y abajo en mi polla gorda, frotando la cabeza sensible con el pulgar, imaginando que era yo el que la sometía. No aguanté: me corrí en espasmos brutales, semen blanco y espeso salpicando mi mano, el suelo y hasta el sillón. Limpié como pude con un kleenex de la mesa ratona, el corazón a mil.
Salieron del vestuario quince minutos después. Lucía colorada, con el pelo mojado y una sonrisa tonta, caminando un poco inestable. Vanessa me guiñó el ojo disimuladamente.
—Venga, llévanos a casa.
En el coche no dijimos nada. Dejamos a Vanessa en su portal, y ella me mandó un mensaje al móvil antes de bajar: “La semana que viene… traes lubricante. Vamos a jugar de verdad”.
No sé cómo voy a mirar a Lucía hasta el martes.




¿Y ahora.. que les gustaría que pase? Acepto sugerencias.....
A estas alturas, tendrás que usar el lubricante...
 
CAPÍTULO 4

La semana se me hizo eterna. No paraba de mirar el mensaje de Vanessa en el chat privado: “La semana que viene… traes lubricante. Vamos a jugar de verdad”. Cada noche me masturbaba recordando lo del jueves –las vendas, los gemidos de Lucía sin que ella supiera del todo lo que yo hacía, y luego esa escena brutal en el vestuario que vi en la TV de la oficina. Como vivo solo desde que me separé de su madre hace años, no veía a Lucía a diario, pero empezamos un jueguito por WhatsApp que me volvía loco. El viernes me mandó una foto “inocente”: ella en leggings ajustados practicando baile en su habitación, con el culo marcado y un top cortito. “¿Qué tal, papá? Vanessa dice que practique en casa 😘”. Yo respondí con un “Muy bien, hija… se te ve genial”. Pero por la noche me mandó otra: de cerca, el sudor resbalando por su cuello, con un emoji de fuego. “Calentita después de bailar… ¿vienes a buscarme el martes?”. Contesté “Claro, preciosa… no puedo esperar”. Y así seguimos: fotos cada vez más sugerentes, ella posando con las mallas transparentes, yo respondiendo con halagos que disimulaban el morbo. Sabía que Vanessa la estaba guiando por detrás –un mensaje de ella lo confirmó: “Le estoy enseñando a provocarte… ¿te gusta el juego?”.

El martes compré el lubricante en una farmacia del barrio –uno neutro, de base agua, en un paquete discreto. Lo metí en el bolsillo del vaquero antes de salir. Aparqué a las 22:10, como siempre. El local estaba iluminado solo por luces rojas tenues, como si Vanessa lo hubiera preparado para algo especial. Lucía salió del vestuario con un conjunto nuevo: un body rojo de encaje que se ataba con lazos en los lados, dejando el coño y el culo casi al descubierto –solo una tira fina cubriendo lo esencial. Me miró con vergüenza, pero había algo nuevo en sus ojos: curiosidad, excitación contenida, como si el jueguito de WhatsApp la hubiera calentado durante la semana.

Vanessa cerró la puerta. Llevaba un arnés negro con un dildo morado atado, colgando entre sus piernas como una amenaza. Nos miró y dijo con esa voz ronca:

—Hoy la clase es de “juegos en pareja”. Trajiste el lubricante, ¿verdad, Rubén?

Saqué el bote del bolsillo y se lo di. Ella sonrió, lo abrió y lo olió como si fuera vino.

—Perfecto. Vamos a empezar suave… o no tan suave.

Nos colocó en el centro, frente al espejo. Puso una música más oscura, con bajos pesados y gemidos explícitos en el fondo. Empezó guiando a Lucía: se puso detrás de ella y le desató los lazos del body despacio, revelando sus tetas, su vientre, y finalmente su coño depilado todavía brillante del sudor. Lucía no protestó –solo respiraba rápido, mirando al suelo.

Vanessa me miró y me ordenó:

—Desnúdate, Rubén. Quiero verte esa polla dura de cerca.

Obedecí, quitándome la camisa, los vaqueros –sin calzoncillos, como siempre ahora–. Mi polla saltó libre, ya medio erecta. Lucía levantó la vista un segundo y se mordió el labio, pero Vanessa la giró para que no me viera del todo.

Empezó el “baile”: Vanessa untó lubricante en sus dedos y se los metió a Lucía en el coño, despacio, uno primero, luego dos, follándola con la mano mientras le susurraba al oído (alto para que yo oyera):

—Siente cómo te abro, preciosa… esto es solo el principio. Imagina algo más gordo entrando… algo como la polla de papá.

Lucía gimió, empujando las caderas hacia atrás. Vanessa me miró y me susurró bajito, solo para mí:

—Mira cómo se moja tu niña… está pensando en ti, Rubén. Pronto vas a follarla mientras yo miro.

Luego sacó los dedos, untó el dildo del arnés con lubricante y se lo metió a Lucía por detrás, despacio, centímetro a centímetro. Lucía gritó de placer y sorpresa, arqueando la espalda:

—Vanessa… es demasiado grande… dios…

Vanessa la follaba lento al principio, con embestidas profundas, mientras le pellizcaba los pezones. Yo me pajeeaba mirando, la polla dura en la mano, pero Vanessa me paró:

—No te toques todavía. Ven aquí… ayúdame.

Me acercó y me puso la mano en el culo de Lucía, guiándome para que lo masajeara mientras ella la follaba. Sentí el calor de mi hija, el movimiento de sus nalgas contra el dildo. Lucía gemía “papá…”, o eso juraría que oí entre los jadeos.

Vanessa aceleró, follándola más duro, el sonido del lubricante chapoteando. Lucía se corrió con un grito, chorros salpicando el suelo. Vanessa sacó el dildo, brillante de jugos, y me lo acercó a la cara:

—Prueba, Rubén… lame el sabor de tu niña.

Lo hice, la lengua rozando el juguete, saboreando el dulce salado de Lucía. Vanessa sonrió perversa.

Pero no terminó ahí. Me tumbó en el suelo y sentó a Lucía sobre mi cara, al revés –su coño mojado contra mi boca, pero sin tocar mi polla. Le susurró a Lucía al oído (alto para mí):

—Baja despacio, preciosa… deja que papá te lama el coñito. Es parte del baile… siente su lengua.

Lucía dudó, pero el placer la ganó: se sentó, su coño hinchado rozando mis labios. Lamí despacio, la lengua entrando en su agujero, chupando el clítoris, saboreando sus jugos dulces y salados que me inundaban la boca. Ella gemía “sí… papá…”, moviéndose sobre mi cara, frotándose más fuerte, su clítoris latiendo contra mi lengua. Vanessa se arrodilló y empezó a chuparme la polla, su boca caliente envolviéndome, metiendo y sacando con succión perfecta, el piercing de su lengua rozándome la cabeza sensible.

El placer era demasiado: el coño de Lucía en mi boca, sus gemidos inocentes, el olor de su excitación, y la boca experta de Vanessa en mi verga. Intenté aguantar, pero no pude. Me corrí en seco dentro de la boca de Vanessa, espasmos brutales, semen espeso y caliente saliendo a chorros sin control, manchándole los labios y la barbilla. Ella se apartó un segundo, tragando lo que pudo, y soltó una risa ronca, mirándome con ojos de victoria:

—Pobre Rubén… no aguantaste ni dos minutos chupando el coñito de tu hija. Qué vergüenza… pero me encanta verte así, humillado y corriéndote como un adolescente.

Me ardía la cara de vergüenza, la polla todavía latiendo sensible, pero Vanessa tenía ese poder sobre mí –su mirada de dominación me ponía aún más. Lucía se corrió justo después en mi boca, inundándome de jugos, gritando de placer sin saber del todo lo que había pasado abajo.

Vanessa paró todo, nos dejó jadeando en el suelo. Lucía se levantó temblando, me miró con ojos vidriosos y salió al vestuario sin decir nada, colorada hasta las orejas.

Vanessa me susurró al oído antes de abrir la puerta, limpiándose el semen de la barbilla con el dedo y lamiéndolo:

—El martes… traes condones. Vamos a cruzar la línea de verdad, y esta vez aguantas hasta que yo diga.

Salí con la polla dolorida, la vergüenza quemándome por dentro, pero excitado como nunca.

No sé si podré esperar hasta el martes sin tocarme pensando en lo que viene.
 
Quiero pensar que es ficción, porque el tener sexo con tus propi@s hij@s,es algo que no entra en ninguna de mis dos cabezas...
Pero..haya cada uno,eso si siempre que todos sean mayores de edad
 
Por razones obvias, mi hija tendrá en el relato 18 y los nombres y lugares serán cambiados o ficticios. El resto está algo aumentado, pero pasó.

CAPÍTULO 1 – “Cuando vi el nombre de la academia casi me da algo”​


Todo esto pasa en el barrio donde me crié, en Aluche (Madrid). El mismo puto barrio donde iba al instituto a finales de los 90.

Cuando mi hija Lucía cumplió años y me dijo que se había apuntado a clases de twerk y danza urbana en “Black Sugar Dance”, me quedé blanco.Esa academia la abrió Vanessa. Vanessa “la loca” del instituto. La misma que en 4º de ESO ya tenía fama de comerse a medio curso de tías y de que más de una salía llorando del baño de chicas después de “hablar” con ella. Todos sabíamos que era lesbiana y que se le iba la mano (y la lengua) con las alumnas que le gustaban. Yo, que era un pringao tímido, me pasaba las clases mirando cómo se mordía el labio inferior cuando alguna compañera se agachaba a coger algo del suelo. Nunca me miró a mí… hasta ahora.

Lucía me pidió que la recogiera los martes y jueves a las 22:30 porque el metro ya no le pillaba bien. Accedí, claro. Padre separado, 45 años, curro de comercial… qué iba a decir.

El primer jueves que fui, aparqué el Golf negro en la misma calle donde antes estaba el bar donde nos tomábamos las primeras litronas. Cuando Lucía salió corriendo con la mochila, sudada y con el pelo recogido en una coleta alta, Vanessa salió detrás de ella.

Joder. 20 años después y estaba todavía más buena. 1,75, morena con mechas rojizas, tatuaje de serpiente que le sube desde la cadera hasta debajo de la teta (lo vi porque llevaba un top cortito), piercing en la lengua que se le nota cuando habla y esas mallas negras que parecen pintadas. Me reconoció al instante.

—¿Rubén? ¿Rubén “el callao” de 4ºB? Hostia, qué fuerte —soltó con esa sonrisa de mala leche que yo recordaba perfectamente.

Nos dimos dos besos. Olía a vainilla y a sudor. Lucía se reía sin entender nada.

Desde ese día empecé a ir antes para verla. Siempre me saludaba con un “qué pasa, Rubén” y un repaso de arriba abajo que me ponía nervioso perdido. Sabía que seguía siendo lesbiana declarada, pero también sabía (porque el barrio es pequeño) que con algunas alumnas se le seguía “yendo la mano”. Y ahora mi Lucía estaba ahí dentro tres horas por semana… con ella.

El tercer jueves Lucía salió y me dijo:—Papá, Vanessa quiere que subas un momento, que te enseña la coreografía nueva para el festival.

Subí. El local estaba vacío. Olía a suelo de madera y a ellas dos. Lucía llevaba unas mallas gris perla que se le transparentaban cuando sudaba y un top deportivo blanco. Vanessa cerró la puerta y echó llave.

Puso una canción lenta, sensual, y le dijo a mi hija:—Venga, Lu, enséñale a tu padre lo que habéis montado… la parte sexy.

Lucía se puso en el centro, frente al espejo. Empezó a moverse: caderas lentas, culo hacia fuera, manos por el pelo… Yo intentaba mirar al suelo pero era imposible. Vanessa se colocó detrás de ella, corrigiendo posturas.

—Más abajo, preciosa… abre más las piernas… así, que se note todo.

Y de repente le puso las manos en las caderas a mi hija y marcó el movimiento pegando su pelvis a la de Lucía. Las dos se movían juntas. Vanessa levantó la vista y me pilló mirando. Sonrió de medio lado, esa sonrisa de depredadora que yo conocía del instituto.

—¿Te gusta lo que ves, Rubén? —me soltó sin dejar de mover las caderas contra el culo de mi hija—. Tu niña tiene un talento natural… y un culito que quita el sentido.

Lucía se rió nerviosa, colorada hasta las orejas. Yo balbuceé algo.

Cuando terminó la música, Vanessa se acercó a mí, se puso de puntillas (me saca casi una cabeza) y me susurró al oído mientras me rozaba disimuladamente el brazo con sus tetas:

—La semana que viene empezamos la coreo en pareja. Necesito un hombre de verdad para practicar ciertos roces…Y tú siempre me mirabas en clase, ¿te acuerdas? Ahora vas a poder mirar todo lo que quieras… y más.

Después se giró hacia Lucía, le dio una palmada suave en el culo y le dijo:—Vete duchando, cielo. Tu padre y yo tenemos que hablar de adultos.

Lucía obedeció sin rechistar.

Vanessa me miró fijamente, se mordió el labio inferior y añadió bajito:

—Y tráela el jueves con el conjunto negro que le regalé… el de encaje.Te prometo que no vas a poder apartar la vista ni un segundo.

Salí del local con la mayor erección que recuerdo desde los 90 y la cabeza llena de imágenes que no debería tener.

El martes que viene vuelvo.Y ya no sé si tengo más ganas de ver a mi hija bailar… o de ver qué es capaz de hacer Vanessa después de 25 años de tenerme en el punto de mira.

Continuará…
Vamos, que es mentira.
 
El relato me la pone dura, que es lo importante. Luego cada uno con su vida..
 
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