Mi mujer y yo. Su confesión

Bueno bueno, eso puede ser hoy, o por la mañana, pero y a la tarde, o noche, o mañana, o dentro de X tiempo.

No des nada por sentado, que el autor puede pegarle un giro al timón que nos quedemos todos con la boca abierta durante muuuucho rato.

.
El autor puede hacer lo que estime oportuno, por supuesto. Como si quiere que Vega sea en realidad una espia de una potencia nuclear hostil. Yo me atengo a la conversación mantenida por los personajes protagonistas, en la que en frío y con calma plantean sus dudas, sus deseos y sus sentimientos al respecto.
Puede pasar que en un calentón lo jodan todo, como dice Nico, pero el anhelo y el deseo de nuestra pareja, parece que no va por esos derroteros.
Si a uno le gusta mucho salir a cenar con su pareja, hay mil sitios a donde ir, mil sabores que experimentar, y no hay ninguna necesidad de invitar a un tercero, y encima pagarle la cuenta... Pues eso 😜
 
Bien, vale... pero que siga el autor en la línea que lleva que va pero que muy bien, y para eso estamos aqui, por el morbo, la fantasía, el deseo, el riesgo, el erotismo, pasar a otros niveles en la relación...
 
Hoy nos han despejado las dudas... Sólo ellos, nadie más.
Bueno bueno, eso puede ser hoy, o por la mañana, pero y a la tarde, o noche, o mañana, o dentro de X tiempo.
No des nada por sentado, que el autor puede pegarle un giro al timón que nos quedemos todos con la boca abierta durante muuuucho rato..
La vida misma, sin necesidad de ficción ni de un titiritero que decida por donde va el asunto, una conversación de cualquier pareja enamorada por muy sincera que sea, no va más allá de lo que es una declaración de intenciones, no es sentirse pesimista más bien realista, ese momento de sinceridad es sólo una fotografía del presente de esa relación, siempre vendrá ese mañana que para bien o mal, nunca se cansará de sorprendernos. :cool:
 
La vida misma, sin necesidad de ficción ni de un titiritero que decida por donde va el asunto, una conversación de cualquier pareja enamorada por muy sincera que sea, no va más allá de lo que es una declaración de intenciones, no es sentirse pesimista más bien realista, ese momento de sinceridad es sólo una fotografía del presente de esa relación, siempre vendrá ese mañana que para bien o mal, nunca se cansará de sorprendernos. :cool:
muy acertado tu comentario , efectivamente es una declaracion de intenciones , y se convierte en una instantanea , pero cuando juegas en la frontera de los limites que te marcas ,mas pronto que tarde esos limites se traspasan , y es entonces donde el vacio llega , ponemos nuevos de manera recursiva , seguimos jugando y seguimos saltandonos .
Claramente pienso que se van a pulverizar los limites en esta pareja , y ambos lo desean .
 
Vega se mueve despacio, gira el cuerpo y suspira con esa pereza dulce de las mañanas. Se estira, el camisón se le sube un poco y sus muslos aparecen al descubierto. Abre los ojos entrecerrados, me encuentra mirándola y sonríe con voz ronca de recién despierta:


—¿Qué haces tan temprano mirándome así…?


Se frota los ojos, se pasa una mano por el pelo, y noto cómo su pecho sube y baja al ritmo lento de la respiración que todavía guarda el eco del sueño. Yo la observo en silencio un segundo más, y ella frunce los labios, divertida:


—A ver… dime qué has hecho o qué estás tramando.


Me inclino sobre ella y la beso lento, con la calma tibia de la mañana. Su piel aún conserva el calor del sueño, y cuando me aparto apenas unos centímetros, Vega sonríe con picardía.


Se pasa la mano por el muslo, despacio, y con un gesto casi distraído dice en un susurro ronco:


—Estoy súper mojada… —y sus dedos se quedan rozando la cara interna de sus piernas, justo donde sé que empieza a arder.


La miro fascinado, con esa mezcla de ternura y hambre, y siento que en esa simple caricia matutina ya me está abriendo otra vez la puerta al deseo.


Vega se despereza entre las sábanas, con los párpados aún pesados de sueño. Se estira, gira el cuerpo hacia mí y en ese movimiento noto cómo sus muslos se rozan húmedos. Frunce el ceño, extrañada, y baja la mano para tocarse. La levanta enseguida, los dedos brillantes, y me mira confundida, con esa expresión tan sensual que tiene cuando está recién despierta, el pelo suelto y la respiración aún lenta.


—Estoy empapada… —susurra, como si hablara consigo misma, deslizando los dedos por la piel de su pierna. Sus pezones se marcan bajo la sábana y su sonrisa se dibuja poco a poco—. He tenido un sueño tan guarro…


Se muerde el labio, me busca con los ojos, y entonces lo entiende. La humedad resbala más abajo, clara, tibia, y ella gime bajito.


—No… —susurra, divertida, con un tono de sorpresa sensual—. No era un sueño, ¿verdad? Es tu corrida… está bajando por mis muslos.


Yo la miro sin decir nada, solo observando cómo se acaricia los dedos impregnados, cómo su respiración se acelera. Ella suspira y cierra los ojos un instante, como si ese descubrimiento la excitara aún más.


—Joder, cariño… —dice, ronca—. Me he despertado con el coño chorreando y pensando que había soñado contigo follándome.


Se inclina hacia mí, me besa despacio, húmeda, y susurra sobre mi boca:


—Y resulta que sí me estabas follando.


Vega sonríe, pícara, con ese brillo en los ojos que me enloquece. Levanta la mano, me muestra sus dedos manchados con mi corrida como si fuera un trofeo, divertida, disfrutando de la travesura. Yo no puedo evitar sonreír también; me encanta verla así, recién despierta, con el pelo revuelto, los pezones duros y el sexo depilado brillando húmedo entre sus muslos.


Se acerca, me besa despacio, y de pronto se desliza bajo las sábanas. Siento el roce de su piel caliente y húmeda, el calor de su aliento cada vez más abajo, hasta que su boca encuentra mi polla aún blanda. La envuelve con los labios, la chupa lenta, juguetona, como si me quisiera despertar a su manera.


El contraste me enciende: verla ahí, con esa cara traviesa segundos antes, y ahora sintiendo su lengua acariciándome, devolviéndome a la vida desde lo más íntimo.


Siento su boca trabajando despacio, paciente, moldeando mi polla con sus labios húmedos, con la lengua que insiste en el capullo hasta que la sangre me hierve y empieza a ponerse dura en su boca. Vega no se rinde, succiona con un ritmo juguetón, cada vez más profundo, hasta que me tiene completamente empalmado.


Entonces sale de debajo de las sábanas, sus ojos verdes brillan con picardía y sin decir nada se coloca a horcajadas sobre mí. Su sexo, mojado y tibio, me envuelve de golpe cuando se sienta despacio, gimiendo al sentir cómo la lleno. Apoya sus manos en mi pecho, arquea la espalda, y empieza a moverse con un vaivén lento pero cargado de deseo, mordiéndose el labio mientras me cabalga, sabiendo que tiene el control desde el primer instante.


Su pelo cae húmedo sobre su cara, su pecho sube y baja frente a mí, y yo solo puedo agarrar sus caderas y dejarme llevar mientras Vega me monta con hambre, con esa mezcla de ternura y morbo que me vuelve loco.


Vega acelera el ritmo de sus caderas, me cabalga con más fuerza, como si quisiera exprimirme hasta el fondo. De pronto, coge mi mano y la lleva a sus pechos, me obliga a apretarlos, a sentir cómo sus pezones duros se clavan en mi palma. Con la otra mano se acaricia el clítoris con ansia, los gemidos se le escapan sin control, cada vez más altos, más rotos.


Yo le agarro el culo con fuerza, la levanto un poco y deslizo un dedo en su entrada trasera, pero en cuanto lo siente se estremece y, con un gesto rápido, me lo hace sacar. No lo quiere esta vez. Me mira, jadeante, y vuelve a moverse con más rabia, girando las caderas, hundiéndose en mí hasta que los gemidos se vuelven gritos.


Su cuerpo tiembla entero, la noto perder el control, se corre encima de mí, mojándome, ahogándose en su propio clímax mientras se arquea con violencia. Finalmente, exhausta, se deja caer a mi lado, con el pecho subiendo y bajando a toda prisa, la piel húmeda y los labios entreabiertos.


—Dios… —susurra entre jadeos, aún temblando, con una sonrisa desbordada que me deja loco.


La miro todavía con la respiración entrecortada, el cuerpo caliente por lo que acabamos de hacer. Vega me devuelve la mirada con esa sonrisa pícara que mezcla reproche y deseo, se inclina un poco hacia mí y, casi susurrando, me dice:


—No vuelvas a correrte dentro de mí mientras duermo…


Antes de que pueda responder, se levanta de la cama con la piel brillante de sudor, me suelta un manotazo juguetón en mi polla aún dura —que se sacude con el golpe— y se ríe mientras se va hacia el baño.
 
Como unos verdaderos pedernales están Nico y Vega, dispuestos a sacar chispas en todo momento.
Un pequeño detalle, un pedernal saca chispas con casi cualquier cosa que se frote, basta que esta sea dura. :rolleyes:;):cool:
 
Última edición:
El único peligro que corren Nico y Vega, es que les ocurra como decía aquella canción:
" Se nos rompió el amor de tanto usarlo "
😜
 
La veo caminar desnuda, las caderas marcando cada paso, y escucho el sonido del agua de la ducha empezar a correr. Me quedo tumbado, excitado otra vez, sabiendo que la tentación de seguirla es demasiado grande.


Entro en la ducha sin decir nada, la cortina de vapor cubre su silueta. Vega se sobresalta al sentir mis brazos rodearla por detrás, su espalda húmeda contra mi pecho.


—Has tardado… —susurra, entre reproche y caricia.


Sonrío, acerco mi boca a su oído y, con un tono bajo, grave, casi mordiendo las palabras, le digo:


—¿De verdad crees que puedes dejarme así?


Antes de que pueda responder, levanto mi mano y ¡plas! le cruzo un azote fuerte en el culo. El sonido retumba en el azulejo y ella se arquea, sorprendida, un gemido ahogado escapa de su garganta mientras apoya las palmas contra la pared, como si su cuerpo entendiera antes que su mente lo que está pasando.


Su respiración se acelera. El agua caliente corre por sus hombros, pero lo que la estremece es mi agarre, mi dureza clavándose en su piel mojada. Con un movimiento seco, la penetro por el culo. Su grito rompe el vapor, mezcla de dolor y placer, de entrega absoluta. Se aprieta contra la pared, sus dedos se crispan contra los azulejos, la espalda tensa y su culo encajando cada embestida que le doy.


—Eso es… —gruño al oído, sujetándola fuerte por la cadera, dominando su cuerpo—. Entrégate.


Y lo hace. Vega se deja llevar, se abre para mí, gime ronca, jadea, su voz quebrada entre gemidos me hace más salvaje. Cada vez que mi pelvis choca contra su culo, tiembla y pide más con su cuerpo, moviendo las caderas hacia atrás, como reclamando mi polla más honda, más dura.


En sus ojos, cuando gira apenas la cabeza para buscar mi mirada, no hay resistencia: hay fuego, hay hambre, hay placer en sentirse dominada, en pertenecerme por completo.


Y yo lo siento: es mía, aquí, ahora, bajo el agua caliente, mientras su placer y su sumisión se mezclan con la fuerza de mi deseo.


La siento apoyar su mano en mi cadera, como si quisiera marcar el ritmo, pero en realidad es más una rendición: su gesto tiembla, no manda, solo me acompaña.


De pronto la penetro hasta el fondo, sin salida, mi pelvis pegada a su culo, mis dedos pellizcando con fuerza sus pezones mojados. Ella arquea la espalda, suelta un gemido ronco que me enciende aún más.


—Haz lo que quieras conmigo… —jadea, con esa voz rota que me vuelve loco.


La tengo atrapada bajo el agua, temblando de placer, y cuando mi mano baja a su clítoris, sus piernas ceden. Siento cómo se agarra a la pared, cómo sus muslos se abren a duras penas mientras su cuerpo se sacude en un orgasmo brutal, húmedo, caliente, eléctrico.


Sé que después de eso no puede más. Mi polla sigue enterrada en su culo, latiendo, queriendo estallar.


—No la saques… pero rápido… —murmura, entre jadeos, con la cabeza gacha, aguantando el dolor.


Su mano aprieta mi brazo con fuerza, casi con desesperación, y yo entiendo la señal. Me retiro de golpe. Un gemido de alivio se le escapa, quebrado, casi dulce después de tanta tensión.


Me masturbo con rabia, a escasos centímetros de su espalda arqueada, el agua corriendo sobre nosotros. Un par de sacudidas bastan: estallo, y mi corrida cae espesa y caliente sobre su piel mojada, mezclándose con el agua que resbala hacia el desagüe.


Vega apoya la frente contra la pared, jadeando, agotada, y yo me quedo atrás, respirando fuerte, mirándola cubierta con mi semen como la obra más guarra y perfecta que hemos hecho bajo esa ducha.


Le doy otro azote juguetón en las nalgas y, entre gotas y espuma, le susurro al oído una sola palabra: buena puta. Vega respira hondo, la piel se le eriza y una sonrisa cansada le cruza el rostro.


—Eres un gilipollas —me dice, entre divertida y agotada.
 
Nos miramos y nos reímos con esa complicidad que siempre nos salva. El agua sigue cayendo, caliente, y por un instante todo se reduce a nuestras respiraciones: su cuerpo pegado al mío, mis manos todavía marcando su piel, y la certeza de que, aunque juguemos con fuego, volvemos siempre el uno al otro.


El fin de semana se acaba y toca volver a casa. La rutina nos recibe sin sobresaltos: las mañanas de oficina, las prisas habituales, el regreso al hogar con esa mezcla de cansancio y alivio. Entre semana nos mantenemos en movimiento: tres días salimos juntos a correr, dejando que la brisa de la tarde y el sonido de nuestras zapatillas contra el asfalto marquen el ritmo; otros cuatro vamos al gimnasio, compartiendo máquinas, sudor y alguna que otra sonrisa cómplice en los descansos.


Los días pasan así, sin demasiada novedad, tranquilos. Una rutina que, de alguna manera, también nos da paz.


Y entonces llega el viernes, y con él, la sorpresa de Vega. Cuando llego a casa, me enseña dos entradas que ha comprado para una obra de teatro en el centro. Se le iluminan los ojos al contármelo, como una niña que prepara un regalo. Me hace ilusión verla tan ilusionada.


Salimos con tiempo, paseamos un rato por la ciudad antes de entrar al teatro. La sala nos envuelve con ese ambiente especial: las luces tenues, las butacas mullidas, el murmullo del público esperando que se apague todo. Disfrutamos de la función, nos reímos, nos dejamos llevar por la historia, como si nos perteneciera por unas horas.


Al salir, la noche aún tiene un brillo especial. Caminamos hasta un restaurante que siempre nos ha gustado, un sitio donde sabemos que la comida nunca falla y la atención es cercana. Entre platos compartidos y un buen vino, hablamos de todo y de nada, con esa calma que solo se tiene cuando el reloj deja de importar.


Es un viernes sencillo, pero perfecto. De esos que marcan la diferencia, no por lo que ocurre, sino por cómo se siente.


Terminamos de cenar y salimos a la calle. La noche de Madrid está viva, como siempre. Caminamos despacio por la Gran Vía, dejando que el frescor de la noche nos despierte un poco después del vino.


Las luces de los teatros, los carteles luminosos, los escaparates llenos de gente mirando sin prisa… todo brilla de una manera especial. No es la primera vez que recorremos estas calles juntos, pero la Gran Vía siempre tiene ese algo que sorprende: el ruido constante de los coches, la mezcla de turistas y madrileños, las parejas cogidas de la mano, los músicos callejeros llenando las esquinas de acordes improvisados.


Vega camina a mi lado, con ese paso ligero que parece flotar entre la multitud. A veces se engancha de mi brazo, otras me roza la mano con la suya. La miro de reojo y sonrío: incluso en medio del bullicio parece que el centro de todo lo que ocurre es ella.


Hay algo mágico en esas noches en que nada es nuevo, y sin embargo todo parece distinto. Una escena repetida mil veces, pero que siempre guarda un rincón inesperado, como si la ciudad nos susurrara que aún tiene secretos que mostrarnos.


Mientras paseamos por la Gran Vía, entre el ruido de los coches y el brillo de los escaparates, escucho a Vega decir de repente:


—¡Pero mira quién está aquí!


Me giro y veo cómo sus ojos se iluminan al reconocer a dos chicas que vienen en dirección contraria. Sonríen igual que ella, sorprendidas, y en un segundo se abrazan las tres con la efusividad de los reencuentros que llegan sin esperarlos.


—¡Elena! ¡Rocío! —dice Vega entre risas, apartándose un poco para volver a mirarlas como si no se lo creyera—. ¡Qué ilusión!


Se abrazan otra vez, de esas veces que los brazos se quedan más tiempo de lo normal, como queriendo recuperar de golpe los años sin verse. Empiezan enseguida las preguntas de rigor:


—¿Y tu familia, cómo estáis? —pregunta Vega a Elena, que sonríe con cansancio feliz.


—Bien, bien… —responde—. Con el peque que no me deja parar, ya sabes.


Se ríen las tres como si nunca hubieran dejado de compartir confidencias. Entonces Rocío acaricia con ternura su vientre y, con una sonrisa radiante, suelta la noticia:


—Pues yo vengo con sorpresa… ¡estoy embarazada!


La emoción salta como un resorte: felicitaciones, besos, abrazos. Vega casi da un pequeño grito de alegría mientras le toca la barriga con cuidado, y Elena se suma al festejo. El momento se llena de complicidad femenina, de esas noticias que marcan etapas en la vida.


Mientras tanto, me quedo un poco a un lado, observando la escena. Me gusta ver a Vega así: alegre, conectada, como si retrocediera unos años a su época universitaria.


Al poco aparecen los maridos, que venían rezagados. Nos saludamos cordialmente: apretones de mano, un par de frases rápidas sobre lo mucho que cambia todo con el tiempo. Vega y sus amigas todavía se resisten a soltar el hilo de la charla, pero finalmente, entre risas y promesas de verse pronto, nos despedimos.


Seguimos nuestro paseo, y noto cómo Vega todavía sonríe, como si ese encuentro inesperado le hubiera regalado un pedacito de juventud que pensaba olvidado.


Seguimos caminando entre la multitud, y noto que Vega sonríe sola, con esa expresión de quien está atrapada en un recuerdo.


—¿De qué te ríes? —le pregunto, curioso.


Ella me mira de reojo, aún con la sonrisa en los labios, y sacude la cabeza como si no acabara de creérselo.


—Es que me parece increíble cómo pasa el tiempo… —dice con un suspiro suave—. Ver a Elena casada y con un bebé, y a Rocío embarazada… no sé, me sorprende.


La observo mientras habla: sus ojos brillan con esa mezcla de nostalgia y alegría que deja el paso de los años. Y por un instante, en medio del bullicio de la Gran Vía, siento que ese paseo con ella es también un recordatorio de lo mucho que hemos vivido juntos y lo rápido que todo cambia.


—Es lo más normal —le digo—, que estén casadas, que tengan hijos.


Vega vuelve a reír, pero no es solo por lo que he dicho, sino por lo que pasa por su cabeza.


—Es que tú no las conocías en la universidad… —suelta, divertida. Y de repente, añade con malicia—: Y ver a Quique con Elena…


Me sorprende la manera en que lo dice, como si guardara detrás un recuerdo que yo no conozco. La miro, intrigado.


—¿Qué pasa con eso?


Ella se tapa la cara con las manos, como si se arrepintiera de haber abierto la puerta.


—Mira, te lo cuento… —dice entre risas nerviosas— pero no me digas después que soy una… ya sabes.


La observo, cada vez más curioso, notando que lo que está a punto de contarme no es un simple “eran muy fiesteras”, sino algo que se trae entre manos desde hace años.


—En el primer año de universidad, cuando Rocío y Quique estaban juntos todavía… —suelta Vega de repente.


La miro con los ojos abiertos, incrédulo.


—¿Cómo? ¿Rocío con Quique?


Ella se ríe, como si fuera lo más obvio del mundo.


—¿No lo sabías? Pensaba que sí. —niega con la cabeza, divertida—. Bueno, pues estuvieron juntos todo ese año.


Nos reímos mientras seguimos caminando por Gran Vía, esquivando gente. Ella prosigue, con esa sonrisa que ya sé que anticipa algo gordo.


—A Elena, Quique le caía fatal. Decía que era un prepotente… fíjate tú las vueltas que da la vida.


Yo la escucho sorprendido, y la animo con la mirada a que siga.


—Pues nada —continúa—, no recuerdo si era por un trabajo de la uni o porque habíamos quedado, pero fuimos a casa de Rocío. Estuvimos primero en el irlandés, ya sabes, ese pub al que íbamos cada dos por tres en el primer año. Bueno, acabamos bastante pedo, hablando de sexo, contando anécdotas… nos pusimos tontas, cachondas, y como no había mucho ambiente terminamos en casa de Elena.


Hace una pausa, como si eligiera bien las palabras.


—Allí seguimos bebiendo, y como siempre, nos dio por jugar al duro. O bebías, o te quitabas una prenda. Rocío y yo, en tetas. Elena se quedó en sujetador. Quique… solo con el pantalón. Y claro, le toca, falla y Rocío le dice: “el pantalón, machote, que a mí no me dejaste beber”.


Yo me río, nervioso.


—No me jodas…


—Pues sí —ríe Vega—. Él al principio hizo como que no, pero se lo quitó. Y si hubieras visto la cara de Elena cuando vio que estaba empalmado debajo del bóxer… flipando. Yo también, claro.


Me quedo callado, con el pulso acelerado, imaginando la escena.


—Rocío, que era una guarra de manual, va y se la agarra por encima del bóxer. Suelta un comentario guarro, no recuerdo cuál, pero Elena y yo nos miramos con una mezcla de vergüenza y morbo. Y cuando lo suelta, dice: “joder, si es que se empalma con un suspiro”.


Yo alucino, excitado solo de oírla.


—¿Y delante de vosotras?


Vega asiente con una media sonrisa.


—Delante, sí. Porque luego va Rocío, sin más, y le baja el bóxer. Ahí, la polla al aire. Elena me miraba, yo la miraba… estábamos borrachas, excitadas, flipando. Y Rocío y Quique, bueno, era un no parar. En cuanto podían, se metían mano. Y de repente, ella se la mete en la boca, riéndose, chupándosela delante de nosotras.


Siento un escalofrío en la espalda, el morbo me dispara la sangre al instante.


—Estás de coña…


—Qué va —responde Vega, bajando la voz, mirándome como si estuviera confesando un pecado—. Y espera… porque entonces Rocío se aparta, nos señala con la polla de Quique en la mano y dice: “¿queréis probar?”.


La miro entre incrédulo y excitado, con un nudo en el estómago. Ella se muerde el labio, como si revivir la escena la pusiera cachonda otra vez.


—No te creo —le digo, mirándola de reojo—. Venga, estás de coña.


Vega me sostiene la mirada, divertida, y con una media sonrisa suelta:


—Te lo juro. Estábamos flipando… y la verdad, súper cachondas.


La noto reír, pero con ese brillo en los ojos que delata que revivirlo la excita. Me caliento solo de escucharla y no me puedo callar:


—Vamos conociendo lo guarra que eres… ¿se la chupaste?


Ella me da un golpecito en el brazo, como fingiendo indignación, aunque se ríe enseguida.


—Las dos… bueno, pero no al principio.


Yo me río con sorna, fingiendo dignidad.


—Ah, vale, menos mal.


Ella se echa a reír al escucharme.


—Rocío volvió a chupársela, y te lo juro, yo tenía las bragas empapadas. Me hubiera tocado ahí mismo. Elena flipaba…


Yo me quedo en silencio, con la imagen grabada en la cabeza. Vega sigue, más suelta, casi divertida y cachonda a la vez:


—Y Rocío, que era una cabrona, nos dice: “Venga, un poquito de biberón”. Y claro, con las risas y la coña, me la volvió a ofrecer. Le di un par de chupetones al capullo mientras ella se la sujetaba… y luego va y suelta: “Venga, biberón para Elena”.


—No jodas… —digo, alucinado. Puedo ver perfectamente las caras de Elena y Rocío hace un momento en Gran Vía, y se me hace rarísimo imaginarlas así.


Vega asiente, casi mordiéndose el labio.


—Te lo juro. Y ahí, entre el “toma biberón” y las risas, acabamos las dos chupándosela.


Siento un escalofrío en la espalda, la polla se me pone dura solo de escucharla.


—¿Y al final qué? —pregunto, impaciente, queriendo saber si había ido a más.


—Al final llegó la compañera de piso de Elena. —se ríe—. Oímos la puerta y no nos hemos vestido más rápido en la vida.


Me quedo mirándola, flipando entre celoso, excitado y divertido, mientras ella sonríe como si acabara de confesarme el mayor de los pecados.
 
Existe un pasado en la vida sexual de Vega que parece alucinar a Nico, un inconformista pasado que no se sosiega ante la supuesta plenitud de su presente, como si esperara ese algo o alguien que detone todo, al acecho en cada atrevida aventura que inician. :cool:
 
Lo que queda claro en ésta historia, es que parece que si Vega conoce a un hombre... Se lo ha tirado seguro!!!. De momento, en éste relato, no ha saludado ni hablado con ningún individuo de género masculino, al que no haya tenido en algún orificio de su cuerpo.
Cada vez parece más claro que la primera confesión del trio con los dos amigos, que luego desmintió, es más que cierta.
Dicen que la cabra tira al monte, y Vega parece ser muy montuna, a ver cuánto tarda en dejarse llevar por su instinto.
Y Nico, entre la fascinación y la calentura cuernil... Veremos.
 
Existe un pasado en la vida sexual de Vega que parece alucinar a Nico, un inconformista pasado que no se sosiega ante la supuesta plenitud de su presente, como si esperara ese algo o alguien que detone todo, al acecho en cada atrevida aventura que inician. :cool:
Yo soy de las personas que creen en la "latencia" de nuestros instintos , no como especie sino como individuo , algo escrito en nuestro ser , que termina saliendo , cada cierto tiempo y que necesita de un detonador que lo vuelva a activar , Vega tiene pasado sexual , y esta latente , pronto se activara esa hembra avida de sexo , cuando ? Veremos ? .
 
La historia que me ha contado Vega se me queda rondando todo el camino de vuelta a casa. En el coche no paramos de bromear con lo de Elena, Rocío y Quique. Ella se ríe, con ese gesto de vergüenza mezclado con picardía, y al final suelta:


—Eso quedó como una anécdota… alguna vez, entre nosotras, hacíamos la gracia de “toma biberón”. Pero tras la ruptura de Quique y Rocío, eso ya pasó a ser muy ocasional… y luego, cuando Quique y Elena se hicieron novios, no se volvió a hablar más.


Yo la miro de reojo, intrigado, y pregunto medio en broma, medio en serio:


—¿Y a ti Quique alguna vez no intentó…?


Ella sonríe de lado, como si hubiera estado esperando la pregunta.


—Creo que eso fue el principio del fin con Rocío. Me da que se arrepintió de haber jugado tanto. Cuando hacíamos la broma, ella ya no se veía cómoda… y en algunos detalles, creo que no lo pasó bien.


Hace una pausa, como calibrando si decir lo siguiente. Al final, añade con un tono travieso:


—Aunque parece que Elena le cogió gusto al biberón.


Yo me río, incrédulo, mientras ella baja la ventanilla para dejar entrar el aire de la noche. Esa risa suya, su forma de contar las cosas, hace que todo se mezcle: sorpresa, celos y un morbo enorme que me deja dándole vueltas a la cabeza.


—¿Y tú no volviste…? —pregunto, curioso, con esa mezcla de celos y morbo.


Ella se ríe, niega con la cabeza y suspira como si lo tuviera clarísimo.


—Qué va. Quique es un bobo, no tiene nada. Eso fue la borrachera y el calentón… —me mira, ladea la sonrisa—. No está bien que diga esto, pero… en ese momento había estado con dos chicos, y ninguno llenaba.


Se inclina un poco hacia mí, como si fuera a confesar un secreto, y con esa sonrisa suya de guarra que me mata, suelta bajito:


—Eran un lápiz.


—¿Un lápiz? —repito, mirándola con media sonrisa incrédula.


—Un lápiz… —asiente, divertida, mordiéndose el labio.


Yo suelto una carcajada y niego con la cabeza.


—Joder, qué fina eres para decirlo.


—Fina no —me corta, mirándome de lado, provocadora—. Realista.


La miro despacio, dejo que mis ojos bajen por sus piernas y vuelvan a subir hasta sus labios.


—Entonces… —digo con voz grave, bajando un poco el tono—, conmigo no tienes ese problema, ¿no?


Ella arquea una ceja, se inclina hacia mí en el asiento del coche y me responde bajito, como si fuera solo para mis oídos:


—Cari… contigo no es un lápiz. Contigo es un rotulador gordo.


El coche avanza por la autovía y el recuerdo de la historia de Vega me sigue dando vueltas en la cabeza. Ella, como si lo notara, se acomoda en el asiento, apoya la mano en mi muslo y empieza a acariciarme con suavidad.


—No pongas esa cara —me dice, con una sonrisilla peligrosa—. Que pareces más celoso que cachondo.


—¿Celoso yo? —contesto, aunque la voz se me rompe un poco.


Su mano sube despacio por mi pierna, rozando con descaro la tela del pantalón. Me mira de reojo y sonríe al notar el bulto crecer.


—Eso… sí que es estar cachondo —susurra.


Yo aprieto el volante, los ojos en la carretera, pero por dentro me estoy muriendo.


—Vega, voy conduciendo… —intento protestar.


Ella se ríe bajito, se inclina hacia mí y me da un beso en el cuello.


—Por eso mismo… —susurra, con voz ronca—. Porque no puedes hacer nada.


Su mano ya está en mi paquete, apretando, sobándome con calma. Siento que me la va a sacar en cualquier momento, y esa mezcla de peligro y deseo me pone a mil. Giro la cabeza un segundo y la veo con esa sonrisa traviesa, mordiéndose el labio, disfrutando de tenerme a su merced.


—Eres una guarra… —le digo entre dientes.


—Y tú un salido —responde, pellizcándome suavemente por encima de la tela, mientras me clava la mirada.


Con un gesto decidido me baja la cremallera y me la saca, dura, palpitante, apuntando hacia el volante.


—Joder, Vega… —susurro, sin apartar los ojos de la carretera.


Ella ríe bajito, inclinándose para mirarla mejor, como si la estudiara. La rodea con la mano, la acaricia lenta, deslizando el pulgar por el capullo húmedo.


—No está nada mal para un “lápiz” —me vacila, recordando lo que acababa de contarme.


—Cabrona… —respondo, conteniendo un gemido.


Ella empieza a pajeármela despacio, disfrutando de tenerme a su merced mientras conduzco. Su otra mano se apoya en mi muslo, firme, dándome esa sensación de control y a la vez de entrega. Me mira de reojo, la boca entreabierta, los ojos brillando de deseo.


—Mira la carretera… —susurra con picardía, acelerando un poco la mano.


El sonido húmedo de su puño sobre mi polla se mezcla con el del motor y el ruido del asfalto. Me muerdo el labio, luchando por no gemir demasiado alto, por no dejar que el coche se desvíe.


—Me vas a matar… —jadeo, sintiendo el calor crecerme por dentro.


Vega sonríe con malicia, agachándose un poco más, tan cerca que noto su aliento caliente rozándome la piel.


—Pues ya sabes… si no quieres correrte conduciendo… aguántate.


El coche sigue rodando por la carretera, su mano firme sobre mi polla, cuando de repente veo unas luces azules intermitentes al fondo.


—Hostia… —murmuro, con un nudo en el estómago—. Un control de alcoholemia.


Vega frena en seco el movimiento, me mira con los ojos abiertos, entre sorprendida y divertida, aún con la mano envolviendo mi miembro duro.


—¿En serio? —susurra, reprimiendo una risa nerviosa.


—Sí, joder, guarda eso —le digo, intentando recolocarme mientras bajo la velocidad.


Ella, en lugar de ayudar, sonríe con malicia, aprieta mi polla un segundo más y me suelta en el último instante, justo cuando un agente me hace señales con la linterna para detenerme.


—Dios, qué cabrona eres… —susurro, mientras me abrocho el pantalón a toda prisa, intentando que no se note lo empalmado que sigo.


El guardia se acerca, serio, y bajo la ventanilla. Vega está tranquila, demasiado, con esa sonrisa ladeada que esconde travesura. El policía me pide documentación, me mira un instante, y después señala el alcoholímetro.


Mientras me preparo para soplar, noto la mano de Vega en mi muslo, subiendo despacio, amenazando con volver a tocarme. Giro la cara y le lanzo una mirada asesina, pero ella aguanta la risa, como si disfrutar de verme al borde de perder el control.


Soplo en el aparato, el guardia asiente, me devuelve el carnet y dice:


—Vale, puede continuar. Buenas noches.


Arranco de nuevo con el corazón a mil, el calor aún latiendo en mi entrepierna. En cuanto dejamos atrás el control, me giro hacia Vega.


—¿Te quieres matar o qué? —le digo, a medio camino entre cabreo y excitación.


Ella ríe, libre, con esa chispa en los ojos.


—Cariño… —me acaricia la cara—. Te juro que casi me corro yo de los nervios.


La carretera se abre frente a nosotros, oscura, solo iluminada por los focos del coche. El aire aún me hierve por dentro del susto del control, pero Vega parece más cachonda que nunca. Tiene una mano en mi muslo, acariciando con los dedos, subiendo y bajando como quien juega con fuego.


De repente, rompe el silencio:


—Oye… —me mira de lado, con esa media sonrisa peligrosa—. Tú nunca me cuentas nada morboso que hayas hecho.


—¿Cómo que no? —respondo, intentando sonar tranquilo, aunque su mano cada vez se acerca más a mi entrepierna.


—No, no… —se ríe—. Yo siempre soy la que te suelta historias… y tú callado. Seguro que algo hay. Algo guarro, algo que no me has contado.


La miro rápido, con una ceja arqueada.


—¿Y tú qué quieres? ¿Ponerme a prueba?


—Quiero que me pongas cachonda… —susurra, y aprieta mi polla sobre el pantalón, haciéndome soltar un bufido.


Vuelvo la vista a la carretera, trago saliva.


—No sé si debería…


Ella se ríe suave, inclinándose para besarme el cuello.


—Entonces es que hay algo. Si no, ya me lo habrías contado.


Su mano sigue firme, cada vez con menos disimulo. Su voz me llega caliente, pegada a mi oreja:


—Vamos, confiesa… dime alguna guarrada tuya, aunque sea la más pequeña.


Vega no aparta su mano de mi muslo, al contrario, la sube más despacio, como si quisiera desesperarme. Yo aprieto la mandíbula, intentando no caer en la trampa de soltarle nada.


—Anda, dime algo —insiste con esa voz melosa, rozándome con la yema de los dedos—. Algo que me ponga, algo que no sepa de ti…


Ella se ríe bajito, se recuesta en el asiento y, sin previo aviso, se sube la falda. Mis ojos se van solos hacia sus muslos, lisos y tensos en la penumbra del coche.


—¿Qué haces? —pregunto, tragando saliva.


—¿Ves? Tú no cuentas nada, pero yo sí juego… —susurra, divertida.


Levanta ligeramente el culo, y en un gesto descarado, se quita las bragas. Las dobla con calma, se las guarda en el bolso, y abre las piernas apenas lo justo para que yo pueda ver su sexo depilado, húmedo bajo la luz que se cuela de los faros que nos cruzan.


Me pongo nervioso, el volante se me escurre de las manos por la tensión. Estiro la mano hacia ella, pero me da un manotazo suave, firme.


—No. —dice sonriendo, con esa malicia que me mata—. No te lo has ganado.


—Eres una cabrona… —respondo, excitado, mientras noto cómo mi polla me revienta dentro del pantalón.


Ella se acaricia, suave, casi sin moverse, solo para que yo la vea. Su dedo resbala despacio por su sexo húmedo, y se muerde el labio al gemir bajito. Vuelvo a estirar la mano, no aguanto más, pero me la aparta otra vez con un golpecito, todavía riéndose.


—Te he dicho que no. No hasta que me cuentes algo.


Aprieta sus muslos, gira la cara hacia mí con esa sonrisa descarada y me remata:


—Vamos… cuéntame algo sucio, algo tuyo. Si no, me quedo así, mojándome yo sola, y tú te vas a morir de ganas mirándome.


Le lanzo una mirada rápida, la garganta seca.


—¿Qué quieres saber, exactamente? —pregunto, con la voz ronca.


Vega sonríe, esa sonrisa de cabrona que sabe que me tiene atrapado. Con la otra mano se aprieta una teta por encima de la blusa, los pezones se le marcan duros.


—Algo que no sepa nadie… —murmura, alargando el gemido mientras se acaricia el sexo—. Algo tuyo, de verdad, algo guarro…


Su dedo desaparece un instante entre sus labios, húmedo, y suelta un jadeo suave, casi teatral.


—Mmm… dime algo que… —se muerde el labio, inclinándose un poco hacia mí—… que me haga correrme escuchándote.


La carretera se me vuelve borrosa, tengo que clavar la vista en el asfalto para no perderme. Ella gime bajito, se toca más rápido, la respiración se le entrecorta, y yo noto que me estoy poniendo al borde sin siquiera haberla rozado.


—Joder, Vega… —resoplo, apretando fuerte el volante—. Me vas a volver loco.


Ella se ríe bajito, jadeando, y me mira de reojo, con los dedos empapados brillando bajo la luz del coche.


—Pues ya sabes… o hablas, o solo miras.


Ella se toca, gimiendo bajito, y yo la miro de reojo con una sonrisa nerviosa.


—¿Te acuerdas de Sonia…?


Vega abre los ojos de golpe, aparta la mano de su sexo y me mira como si acabara de soltarle una bomba.


—Nooo… —dice alargando la palabra, medio incrédula, medio divertida—. No me jodas… Sonia…


Yo río, incómodo pero excitado al ver su cara.


—Pues sí…


Ella se tapa la boca con la mano libre, riendo nerviosa.


—¡Cabrón! No me lo creo… si la conozco. ¿Qué hicisteis?


Sus dedos vuelven a bajar entre sus piernas, más rápido, y noto cómo me mira con hambre, como si necesitara cada detalle.


—Venga, cuéntamelo todo —me aprieta el muslo con la otra mano, jadeando—. Quiero saberlo.


—Fue unos meses antes de enrollarnos tú y yo… —le digo, intentando sonar tranquilo.


—¿Pero si estaba con Raúl, no? —pregunta Vega, incrédula, como si intentara encajar las piezas.


Me echo a reír, nervioso y excitado a la vez. El recuerdo me golpea como si hubiera pasado ayer, y noto cómo me sube la sangre.


—Sí… estaba con Raúl.


Ella abre más los ojos y deja de tocarse, apoyando la espalda en el asiento, atenta.


—No me jodas… —susurra—. No me digas que…


—¿Te acuerdas de aquel viaje a Turín? Que nos fuimos Raúl, Sonia, Marco y yo a ver al Madrid…


Vega se queda mirándome, la boca entreabierta, como si esperara que siguiera, como si no pudiera creérselo. Su respiración se acelera, y yo siento que me excita todavía más que me mire así, sabiendo que estoy a punto de soltarle algo que no le había contado nunca.


—Íbamos turnándonos en el coche para conducir —empiezo, mirando de reojo a Vega—. Acababa de conducir Raúl, luego iba yo, después Sonia y al final Marco. El que salía del volante se iba atrás a dormir… así que en ese tramo Sonia iba de copiloto conmigo.


Vega me mira fija, sin pestañear. Apenas sonríe, pero noto el brillo de excitación en sus ojos.


—Era de madrugada… —continúo—. Raúl y Marco dormían como troncos atrás. Solo quedábamos Sonia y yo, carretera oscura, kilómetros por delante.


Hago una pausa y sonrío, como si el recuerdo me ardiera en la boca.


—Yo iba al volante… y ella se fue desabrochando el cinturón, moviéndose inquieta en el asiento. Miré de reojo y vi que se subía un poco la falda.


—No me jodas… —murmura Vega, ya con media sonrisa, como si se lo estuviera imaginando todo.


—Te lo juro. —suspiro, con una mezcla de risa y nervios—. Me decía que estaba aburrida, que tenía sueño… y de repente me puso la mano en la pierna.


Me inclino un poco hacia Vega y le bajo la voz, como si alguien pudiera escucharnos:


—Raúl roncando atrás… y yo, con Sonia acariciándome mientras conducía por la autopista.


—Ya sabes las tetas que tenía Sonia —empiezo, con media sonrisa.


Vega arquea una ceja, divertida, esperando el resto.


—Pues me pilló mirándoselas… —continúo—. Yo al volante, y de repente me cazó con la mirada fija en su escote. Se sonrió como diciendo: “te he pillado”.


—No me jodas… —dice Vega, tapándose la boca riendo.


—Te lo juro. —suelto una carcajada nerviosa al recordarlo—. Me volvió a pillar otra vez, y riéndose me suelta: “¿quieres estar atento a la carretera?”.


Vega ya está imaginando la escena, y yo bajo la voz:


—Entonces me doy cuenta de que tenía los pezones duros. Llevaba una camiseta ajustada, con un escotazo… y yo venga a mirar de reojo. Y va y me dice: “cómo sois los tíos con las tetas”.


—Qué cabrona… —murmura Vega.


—Y yo, para disimular, le dije: “es que pensé que tenías frío, iba a quitar el aire…”.


Suelto una risa corta, y sigo:


—Ella se rio, me dijo que parecía tonto, se tapó las tetas con las manos y me saltó: “¿y qué pensarías si yo te mirase…?”. Y de repente, bajó la mirada a mi polla.


Vega abre los ojos, ya excitada por cómo lo cuento.


—Claro, yo estaba empalmadísimo. —me río, recordando—. Llevaba unos pantalones de algodón, deportivos… cantaba todo. Y ella va y me dice: “no me lo puedo creer… ni que no hubieras visto unas tetas”.


—Madre mía… —susurra Vega, riendo nerviosa.


—Y yo, entre avergonzado y excitado, le solté: “hombre Sonia, como las tuyas no…”.


Hago una pausa, saboreando el recuerdo, y Vega me clava la mirada.


—¿Y qué te dijo?


—Se quedó callada unos segundos, pensando, y luego me dice: “pero si no se me ve nada… ¿cómo te…?”. —hago el gesto con la mano, imitando cómo señalaba mi bulto—. Yo me reí y le dije: “es que uno no es de piedra…”.


Vega me mira, con una sonrisilla pícara, y me corta:


—Y dime… ¿y las mías? ¿Te gustan mis tetas?


Sonrío, me acerco a ella y le toco una suavemente.


—Sabes que tus tetas son mis favoritas…


Ella ríe, divertida, con un punto celoso.


—Eso no se lo harías a Sonia.


—Claro que no. —respondo firme, antes de seguir con la historia—. Ella, entonces, me preguntó si de verdad pensaba que las tenía tan grandes. Y yo, ya ahí, en el coche, hablando de sus tetas… estaba que no pensaba en otra cosa.


—Y le dijiste que sí —me corta Vega, excitada, mordiéndose el labio.


—Le dije que bastante. Y volví a mirárselas, descarado. Y ella, riéndose, me suelta: “¿qué pasa, que estás deseando verlas?”.


—Recuerdo que estaba nervioso… —le digo a Vega, con una risa corta—. Y al final solté la verdad: “la verdad es que sí”.


Ella me miró, sonriendo, y despacio apartó las manos del escote. Llevaba esa camiseta ajustada, fina, que casi se pegaba a la piel. Al soltarla se marcaban aún más.


—¿Cómo eran? —me pregunta Vega, ya con esa sonrisa peligrosa.


Me vienen a la mente, como si lo estuviera viendo otra vez:


—Redondas, grandes... Los pezones duros, se le marcaban como dos monedas debajo de la camiseta.


Vega sonríe, mordiéndose el labio, pero no me corta. Me anima con los ojos a seguir.


—Entonces… Sonia se quita el cinturón, con ese clic que sonó como un disparo en mitad del silencio del coche. Yo iba conduciendo y la miraba de reojo, sin atreverme a girar del todo la cabeza porque tenía a Raúl detrás roncando.


Se inclinó un poco hacia mí, despacio, y con las dos manos se agarró la camiseta por abajo. La subió hasta quedarse casi debajo del cuello. Le temblaban los dedos, pero no de miedo… era ese temblor de quien sabe que está haciendo una locura.


Me giré lo justo y las vi. Blancas, redondas, enormes. Los pezones duros, como piedras, sobresaliendo con fuerza. iba sin nada debajo.


Lo primero que hizo fue mirar por el retrovisor, de reojo, comprobando si Raúl seguía dormido. Yo sentía que me ardía la cara, los brazos, todo el cuerpo.


—¿Y? —me dijo, como retándome, mientras apretaba los pechos con las manos para juntarlos y hacerlos más grandes todavía.


Yo estaba empalmadísimo, el volante se me resbalaba de sudor. Me mordí el labio y ella sonrió.


—Ni una palabra, ¿eh? —me susurró Sonia, pero no se bajó la camiseta. Al contrario: se la subió un poco más, dejándome las tetas bien a la vista, los pezones duros, retándome con la mirada mientras seguía conduciendo. El corazón me iba a mil, Vega, a mil.


Yo no aguantaba más. Me metí la mano bajo el pantalón, notando mi polla dura contra la palma, y empecé a tocarme disimulando lo justo para que se diera cuenta.


Ella me miró y soltó una risa floja, cachonda, sin apartar las manos de sus tetas.


—Oye… —me dijo, divertida—. Que yo también quiero ver.


Mientras le digo que en aquel coche empecé a hacerme una paja, siento cómo Vega me desabrocha el pantalón y empieza a pajearme ella misma. La miro, excitado, y sigo contándole lo de Sonia, sin detener el relato.


—Me saqué la polla… —digo con voz ronca, la respiración ya entrecortada por tu mano apretándome—. Y Sonia sonrió al verla, como si lo hubiera estado esperando todo el tiempo.


Vega me escucha atenta, sus labios entreabiertos, la respiración cada vez más corta. Su mano, mientras hablo, se cuela bajo mi pantalón con una naturalidad que me desarma. Primero me roza con los dedos, después baja más, hasta que el roce se vuelve firme, rítmico, lleno de intención.


—¿Y qué hiciste? —susurra, con esa voz suya, mezcla de curiosidad y deseo.


—Intentar no estrellarme —respondo, medio en broma, medio en serio.


Ella ríe muy bajito, pero no detiene su mano. Me mira de lado, el brillo en sus ojos lo dice todo.


—Seguro que lo pasaste bien —murmura.


—No tanto como ahora —le contesto, mirándola fijamente.


Vega aprieta los labios para contener una sonrisa, y mientras me escucha seguir con la historia, sube el ritmo apenas un poco, lo justo para que me cueste hablar, para que cada palabra salga entrecortada.


—Sonia me dijo… —paro un instante, respirando hondo— que si quería que…


Vega se acerca más, me interrumpe en un susurro cálido, casi pegado a mi boca:


—No hace falta que termines. Ya sé cómo acaba.


Le pregunto a Vega, con una sonrisa provocadora:


—¿No quieres oír cómo me pajeó y lo bien que lo hacía?


Ella me mira, sonriendo, y noto en su gesto esa mezcla de picardía y excitación.


—¿Lo hacía bien? —pregunta, arqueando una ceja.


—No me digas que te estás poniendo celosa… —bromeo.


—¿Celosa yo? —responde, riendo, aunque su mirada delata que la idea le ha encendido más de lo que quiere admitir.


El semáforo está en rojo, el coche en silencio y el aire parece más denso que antes.


Vega me mira de lado, medio celosa, medio excitada, los labios entreabiertos.


—¿Así que Sonia te pajeaba mejor que yo? —pregunta, con ese tono que no sé si es un reto o una provocación.


Sonrío, disfrutando del juego.


—Sonia lo hacía muy bien —respondo despacio, mirando al frente—. Lástima que tuviera que parar… Raúl se despertó.


Vega suelta una risa corta, pero sus ojos siguen fijos en mí, ardiendo.


—¿Lástima, verdad? —me contesta Vega, con esa media sonrisa que me desarma.


Su voz suena ronca, baja.


Le pongo la mano entre las piernas, por encima del vestido, y enseguida noto el calor, la humedad. Está empapada. Me mira, aprieta los muslos un segundo y su respiración cambia.


El semáforo se pone en verde, arranco despacio.


—Bueno… —digo con una sonrisa torcida, mirando la carretera—. En el viaje tuvimos tiempo de solucionarlo.


Vega se ríe, nerviosa, mordiéndose el labio.


—Eres un cabrón —susurra, girando la cabeza hacia la ventanilla, aunque no puede ocultar que le encanta el rumbo que está tomando el juego.


Salgo a la terraza en silencio, aún con el cuerpo caliente por lo que acabo de recordar. El aire fresco de la noche me despeja un poco, pero no del todo. Miro las luces de la ciudad, ese murmullo constante que parece no apagarse nunca, y pienso en Sonia, en aquel viaje, en el vértigo de lo prohibido. No lo busco, pero el recuerdo me excita.


Entonces siento unos pasos detrás de mí, descalzos, suaves.


El roce de un cuerpo tibio contra mi espalda.


El aliento cálido en mi cuello.


—Así que Sonia… —susurra Vega, rozándome la oreja—, ¿te hacía las pajas mejor que yo?


Su tono es provocador, casi burlón, pero hay algo más: una curiosidad cargada de deseo. Antes de que responda, sus manos bajan por mi abdomen, con ese ritmo lento y seguro que conozco bien. Desabrocha mi pantalón, lo baja hasta la mitad de los muslos y deja que el aire toque mi piel.


Su cuerpo se pega al mío. Siento el calor que desprende su pubis desnudo contra mi culo y me doy cuenta de que ha venido completamente desnuda. Me muerde la oreja, despacio, y su lengua húmeda juega con el borde, como si quisiera probarme el pulso.


Con la mano libre me acaricia la mandíbula, me pasa un dedo por los labios, lo aprieta un poco. Lo chupo, lo muerdo suave, lo mojo con la lengua. Ella sonríe, satisfecha, y lo lleva hacia abajo, sin prisa.


—¿Sonia te hacía esto? —me susurra.


No digo nada. Solo respiro hondo.


El dedo roza mi entrada con una presión leve, lenta, casi juguetona. Siento un escalofrío que me sube desde las piernas hasta el pecho. Su respiración se mezcla con la mía, más agitada, más profunda.


—Dime —vuelve a decir, pegando su boca a mi oído—, ¿ella te hacía esto?


No puedo hablar. Solo gimo, y eso la enciende más.


Su lengua vuelve a mi cuello. Sus dedos marcan un ritmo preciso, entre el placer y la rendición.


El aire de la noche me enfría la piel, pero lo que pasa entre nosotros arde.


—Le estás cogiendo el gusto a que te meta el dedito —susurra, divertida.


Y tiene razón. No hay vergüenza, solo ese placer nuevo que mezcla lo físico con lo prohibido. Me dejo hacer. No pienso. No existe nada más.


Siento cómo se agacha detrás de mí. El aire cambia. Su respiración está más cerca.


Y entonces su lengua me toca: un roce lento, húmedo, que me hace arquearme. Es suave, preciso, casi imposible de soportar. Me dobla, me somete, y al mismo tiempo me libera.


No hay dolor. Solo el vértigo de no tener el control.


Cuando la miro por encima del hombro, sus ojos me encuentran.


No hay burla en ellos, solo poder.


Un poder tranquilo, firme, de mujer que sabe exactamente lo que hace.


Me giro despacio. La tomo por la cintura. La levanto con facilidad, y cuando sus pechos rozan mi pecho, todo se vuelve impulso.


La beso con rabia. Con hambre. Con todo lo que me ha provocado.


Ella responde igual, mordiendo, abriéndose, cediendo.


La apoyo contra la pared. Su espalda choca con un golpe sordo y su respiración se corta un segundo. Me agarra del cuello, tira de mí, sus piernas me rodean.


El mundo desaparece.


Solo el sonido de nuestras bocas, el roce de la piel, el temblor del deseo contenido demasiado tiempo.


Cuando nos separamos, apenas un respiro, le susurro:


—Me encanta cómo lo haces…


Ella levanta la mirada. Sus ojos verdes brillan, desafiantes, encendidos.


—Entonces cállate —responde entre jadeos—, y fóllame.


Nos movemos despacio, piel contra piel, hasta que la respiración se vuelve un único sonido. Todo se concentra en ese punto donde termina el control y empieza el abandono.


Vega se mueve encima de mí, con la boca entreabierta y la mirada fija en mis ojos. Está desbordada, hermosa, salvaje.


—Dime que lo hago mejor que Sonia… —susurra, temblando—. Dímelo.


—Dios, Vega… —jadeo, apenas con voz—. Nadie me ha follado como tú.


—A que no… —dice sonriendo, deshecha—. Soy muy guarra, ¿a que sí?


Sus palabras me atraviesan. Se aprieta más. Me muerde el hombro.


Yo gimo, ella se arquea, y todo se funde.


El clímax llega como una ola que nos envuelve.


Ella me mira, con los ojos húmedos, aún agitados por el placer, y susurra:


—Oh… joder… cómo me gusta tu leche…


Nos quedamos quietos, respirando el uno en el otro, con el cuerpo aún temblando, con el aire lleno de sal y de noche.


No decimos nada. No hace falta.


Solo el silencio cálido de haber sido uno.


Vega se acomoda a mi lado, con el cuerpo aún tibio y el cabello húmedo pegado al cuello. La luz tenue del dormitorio apenas dibuja sus facciones, pero veo cómo sus ojos me buscan en la penumbra. Apoya la cabeza en mi pecho, respira despacio y, tras un silencio largo, dice con voz baja:


—No sé qué me ha pasado esta noche… —susurra—. Ha sido raro, una mezcla de celos y de… no sé, algo más.


Le acaricio el hombro, esperando que siga.


—Yo no soy celosa —continúa—, lo sabes. Confío en ti, siempre he confiado en ti. Pero cuando me contabas lo de Sonia… y te imaginaba con ella, así, tan guarra, tan descarada… —se detiene un momento, suspira, y su tono se vuelve más íntimo—. No lo soportaba. Me hervía por dentro.


Levanta la mirada, sus ojos brillan entre la sombra y la luz.


—Y lo peor es que me excitaba —admite, con una sonrisa pequeña, casi avergonzada—. Me imaginaba todo y no podía parar, era como si quisiera saber más solo para seguir sintiendo eso.


Su mano sube despacio por mi pecho, hasta rozar mi cuello. Me mira fijamente, sin apartar los ojos.


—Pero hay algo que sí tengo claro —dice al final, con esa voz suave pero firme—. Puedo jugar, puedo imaginar, puedo provocarte… pero solo yo puedo hacerlo. Solo yo puedo tocarte así. —Hace una pausa, casi un suspiro—. Yo tengo que ser la única.


Vega se queda callada un instante, mirando el techo, como si buscara las palabras justas. Luego gira la cabeza hacia mí, sus ojos verdes brillan en la penumbra, serios, intensos.


—Nico… —dice despacio, casi en un suspiro—. Pídeme lo que quieras. Hazme lo que quieras, que haga lo que quieras… —se detiene, respira hondo—. Pero prométeme una cosa.


La miro sin decir nada, esperando.


—Que no habrá nadie más. —Su voz tiembla apenas, pero su mirada es firme—. Ni juntos, ni por separado. Ni por morbo, ni por probar, ni por curiosidad. Si algo quieres vivir, lo vivimos los dos, pero sin meter a nadie más entre nosotros.


El silencio pesa un segundo. Le acaricio el rostro, deslizo mi pulgar por su mejilla y asiento despacio.


—Te lo prometo —le digo con la voz baja, segura—. No habrá nadie más.


Vega sonríe apenas, con una mezcla de alivio y ternura. Se acurruca contra mi pecho, buscando calor.


La abrazo fuerte. Siento su respiración acompasarse, tranquila, rendida.


Y mientras la escucho quedarse dormida, pienso que, quizá, ese pacto —sin testigos, sin juramentos, solo piel y verdad— es lo más puro que hemos hecho nunca.
 
Tanto insiste Vega con el tema de su exclusividad y lealtad emocional hacia Nico, que más que una expresión del amor que siente, parece una diatriba que internamente se repite intentando convencerse o conformarse.:unsure:

Al menos sabemos ya que Nico está por encima del grupo de los pinceles y lápices, la duda que queda es saber si su gordo rotulador será suficiente para que Vega no añore a los que tienen brochas.:cool:
 
Última edición:
Es la segunda vez que nuestra parejita habla del tema de la exclusividad sexual. El autor quiere convencernos que todo va a ocurrir sólo entre ellos, que sus juegos en el limite sólo serán eso, formas de motivarse y excitarse.
Qué hacemos, nos lo creemos o estamos preparados para un brusco giro de guión?
 
Es la segunda vez que nuestra parejita habla del tema de la exclusividad sexual. El autor quiere convencernos que todo va a ocurrir sólo entre ellos, que sus juegos en el limite sólo serán eso, formas de motivarse y excitarse.
Qué hacemos, nos lo creemos o estamos preparados para un brusco giro de guión?
Son dos personas ,con un perfil transgresor , Nico y Vega , por tanto para ellos los limites , estan para saltarselos , una verja es un limite , un hito una señalizacion o marca , estos dos ven hitos , no verjas 😂😜😈
 
Atrás
Top Abajo