MachoVelludo35
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LECCIONES DE UN HOMBRE – Parte 2: El Club
El interior del local olía a perfume caro, cuero y cuerpos calientes. Luces rojas, paredes oscuras, música suave pero grave. Todo parecía diseñado para provocar. El ambiente vibraba con miradas intensas, susurros, copas servidas con calma. Las mujeres paseaban con ropa ajustada, vestidos cortos… muchas sin ropa interior. Todo rezumaba sexo. Sexo consentido, buscado, exhibido sin pudor.
Mi padre caminaba con paso firme. Sus botas resonaban en el suelo de madera, marcando el ritmo. Yo lo seguía de cerca, aún nervioso, pero con el pulso acelerado y la sangre caliente.
—No hables —me dijo al oído sin volverse—. Mira, escucha. Aprende.
Yo obedecí a sus órdenes.
Cruzamos una zona con sofás donde varias mujeres se sentaban con las piernas cruzadas, escotes generosos, bocas pintadas de rojo. Algunas miraban a mi padre con muchísimo descaro, una incluso se lamió los labios al ver a mi padre pasar.
—¿Ves esa? —susurró él, sin mirar atrás—. Lleva el pelo recogido, vestido corto, tacones de aguja. Una mujer que sabe lo que quiere. Y si me sigue mirando así, esta noche me la follo como a una perra.
Al escuchar eso tragué saliva, sin dejar de mirar.
—¿Quieres una así para ti? —me pregunto mi padre, girando por fin su cara, con una media sonrisa desafiante.
—Sí —dijo yo casi sin aire.
—Entonces muévete como un hombre. Míralas a los ojos. No te escondas. Demuestra que tienes polla. Que puedes hacerlas gritar.
Seguimos caminando hasta una barra, donde mi padre pidió dos copas de whisky. Mi padre se lo bebió de un trago como si fuera asiduo a ello (en casa prácticamente no bebía nunca). Yo le imité acto seguido (y hubiera preferido que no
) pero quería que mi padre estuviera orgulloso en todos los sentidos.
—Entonces papá, ¿no es la primera vez que vienes aquí, verdad? —le pregunté directamente.
—No no hijo— me contestó mi padre riendo—Quiero a tu madre y eso no se pone en duda, pero llevo años catando distintos coños y ya es costumbre, al final el morbo siempre puede mucho más y eso es algo que quiero que entiendas, no te quedes solo con un coño en tu vida— me afirmo.
Al rato, de estar charlando una mujer se nos acercó. Una mujer de unos cuarenta, morena, de curvas generosas, labios gruesos y vestida de negro. Se movía como una reina, sin prisa, con los tacones marcando el ritmo. Al pasar junto a nosotros detuvo su mirada en mi, me devoró con los ojos, y sonrió como quien elige plato.
Yo me puse muy nervioso ya que era mi primera vez tanto en un lugar así, como ir con mi padre de putas.
—¿Nuevo? —me preguntó sin cortarse.
Yo asentí, tímido. Ella rió suave, con voz ronca.
—¿Y este es tu…? —miró a mi padre, que sonrió de lado.
—Su “tutor”—contestó el. Él está aprendiendo pero tiene madera —dijo, con ese tono de macho que hacía temblar paredes.
—Entonces que aprenda conmigo —dijo la mujer, tomándome la mano y llevándome con ella sin pedir permiso.
Yo miré a mi padre y acto seguido él también me miró con una mirada que decía “disfruta… pero observa”. Me guiñó un ojo, sonrió, y lo perdí de vista.
Aquella mujer me llevaba de la mano como si fuera un crío, caminando por un largo pasillo iluminado con una luz muy tenue y llegando con ella a una sala privada.
Cuando llegamos ella me ordenó que primero (por higiene) me aseara bien, y que después me esperaba en la cama. Así que eso hice. Me encerré en el baño y mientras me duchaba me venían mil cosas a la cabeza, la situación, el estar ahí con mi padre, si mi madre se llegara a enterar, incluso me preguntaba que qué coño hacía yo allí…cuando salí de la ducha me miré al espejo y entonces una ola de morbo y excitación desatada recorrían mi cuerpo, queriendo dejar el listón bien alto “tu polla es mi polla papá” pensé para mi, para acto seguido salir a la habitación a cumplir.
Allí estaba esa hembra esperándome con un cuerpo espectacular como pocas veces he vuelto a ver. Me acerqué a ella y empezó a acariciarme, a palparme, a tocarme a ir bastante directa al grano. La verdad que pensar en aquella situación me la estaba poniendo más dura que nunca, y saber que mi padre estaba a unos metros de mí aún me la ponía más a reventar.
Sus labios se acercaron a los míos en un beso profundo que ni la mejor tía de mi edad me había dado. Seguimos así un buen rato hasta que le dije que tenía el morbo de que fuera obediente en todo lo que yo le dijera. Me dijo que eso estaba asegurado, así que como ya la tenía a mis pies empecé a ordenarle:
—Chúpame la polla anda— le dije.
Como buena obediente ahí que fue y debo decir que, incluso hoy años después, puedo afirmar que esos labios tenían una maestría para la felación que era una locura. Sus labios bien húmedos bajando, sin mucha fuerza pero bien de roce, era como una paja lubricada bien suave pero con la boca. Yo no podía parar de gemir, sabía que si continuaba así bastante más tiempo iba a correrme como un loco, pero yo no quería acabar así.
Después de unos minutos le dije que se pusiera boca arriba que la iba a follar bien follada. Ella me obedeció y puso sus manos sobre su boca para acto seguido empezar a masturbarse y dejarse el coño bien lubricado. Podría haber comido coño, pero estaba tan cerdo que me apetecía clavársela ya, darle bien duro.
Procedí a ponerme el condón y junto a su mirada de deseo llevé mi polla a la entrada de su coño y la metí primero despacio, ella solo dio un respingo con un gemido leve para acto seguido meterla de golpe (su coño así lo permitía). Ella dio un gemido de la hostia, apretando con sus manos mis brazos de lo que acababa de sentir y empecé a empujar sin parar. Nuestros labios se fundían en morreos sin parar mientras mi ritmo seguía acrecentándose, mi polla entraba y salía sin descanso, con un ritmo frenético, haciendo que mis huevos sonaran al chocar con su coño (es algo que siempre me pone cerdisimo).
—Sigue, vamos sigue— me decía ella como una loca.
Sabía que le estaba dando lo suyo y ella no paraba de gemir, yo estaba a 100 y sabía que no duraría mucho más tiempo.
—¿Me puedo correr en tu boca?— le pregunté mientras seguía metiéndola.
—Con condón si— me contestó.
No estaba dispuesto a que mi lefa se desperdiciará en un puto condón.
—Pues entonces en tus tetas.
—Ahí sin problema— me contestó con su cara de zorra.
Seguía dándole y sabía que la corrida vendría pronto, empecé a dar empellones lentos pero firmes y fuertes donde el sonido de mis cojones era bastante perceptible por toda la habitación.
—Me corro, me corro joder.
Aquella tía se puso de rodillas frente a mí poniendo sus tetas bien juntas y esperando a que le diera toda mi leche de hombre.
Llevé al límite el correrme y al sacarme el condón ya empecé a soltar chorros de lefa, lo que provocó que esta cayera en sus tetas, pero también en el suelo y parte de su cuerpo.
Me quedé jadeando, extasiado después de aquello, queriendo dejar el listón bien alto para con mi padre. Aquella señora se levantó del suelo y mirándome guiñándome un ojo me soltó:
—Muy bien chaval muy bien, tu “tutor” estará muy orgulloso de ti.
Me volví a dar una ducha después de aquel polvazo y le di su “agradecimiento” por aquel buen rato que me hizo pasar, para acto seguido salir y volver para buscar a mi padre.
Aquel sitio era muy particular pues también había un rincón donde la gente podía dar rienda suelta a la imaginación y follar aunque hubiera gente, en aquel entonces igual me extrañaba pero hoy sé que también era bastante liberal el lugar.
Cuando volví no se me olvidará jamás la imagen de mi padre bombeándose a otra mujer que no era mi madre, debo decir que se me puso dura no, durísima.
Mi padre tenía entre sus piernas a una tía rubia, alta, con una risa grave, y unos pezones que no se me olvidarán en la vida, perfectos, rosados y que daban ganar de mamar de ahí a todas horas. La tenía tumbada en un diván, y él estaba encima, con el pantalón bajado y el torso desnudo, empujando con fuerza mientras le sujetaba el cuello con una mano.
Evidentemente me quede mirando,se me secó la boca y me ardía la entrepierna otra vez al ver aquel espectáculo.
Mi padre se giró a verme mientras seguía dentro de ella.
—¿Qué pasa, chaval? ¿Te has empalmado otra vez solo de mirar?
Solo pude asentir, casi sin poder hablar.
Mi padre gruñó, sacándosela lentamente de la mujer rubia, ella gimió, pero sonrió.
—¿Y tú, preciosa? ¿Tienes energía para dos?
Ella asintió, sin pestañear.
—Entonces ven aquí —me dijo mi padre—. Es hora de que entiendas lo que es compartir como machos.
No tarde en acercarme temblando de deseo una vez más. Aquella piba se tumbó de nuevo, ahora entre ambos. Mi padre tomó una de sus piernas, se la abrió con fuerza. Yo tomé la otra. Las manos de ambos se encontraron sobre la piel de ella, cálida, húmeda, dispuesta.
—Vas a entrar tú primero —me ordeno mi padre—. Quiero que la llenes. Quiero verte moverte como un macho de verdad. Yo estaré aquí, viéndote, tocándola, hablándole. Y cuando llegue el momento… me toca a mí.
Eso hice, me coloque entre las piernas de la mujer, ella me guiaba con una sonrisa provocadora, estaba durísimo y no me costó nada entrar en ella con un gemido contenido, mientras mi padre se arrodillaba junto a su cabeza, cogiéndola del pelo, susurrándole palabras sucias.
—¿Te gusta cómo te lo mete mi aprendiz, eh? —le decía, roncamente—. Está aprendiendo rápido, ¿verdad? Te gusta sentir cómo te llena ese cuerpo joven…
La tía jadeaba, se retorcía. Yo cada vez me movía con más fuerza, más ritmo. Sentía a mi padre cerca, respirando con él, dominando todo.
—Ahora aparta —dijo de pronto—. Es mi turno.
Me tocó apartarme aunque con dificultad, sudando, temblando. Mi padre se colocó entre sus piernas, tomándola sin más, duro, rápido. La mujer gritó de placer, y yo no podía apartar la vista.
—Tócate —me ordenó—. Mírame. Míranos. Aprende.
Aquella imagen me tenía obsesionado, así que obedecí. Empecé a tocarme, mirándolos, sintiendo cómo mi cuerpo volvía a arder. No había vuelta atrás, estaba dentro de ese mundo. Lo deseaba, lo necesitaba.
Mi padre bombeó como un bestia y después de un buen rato avisaba a aquella mujer de que le iba a preñar pero bueno, terminó, con un gruñido profundo y brutal. Yo me corrí también a la vez dejando todo aquel espacio bien pringado. Después mi padre se giró y mirándome me dijo:
—Así se folla. Así se vive. Así se enseña a ser un hombre.
Yo me quedé quieto, sudoroso, vibrando por dentro.
No dije nada, no hacía falta.
Solo sabía que quería volver.
El interior del local olía a perfume caro, cuero y cuerpos calientes. Luces rojas, paredes oscuras, música suave pero grave. Todo parecía diseñado para provocar. El ambiente vibraba con miradas intensas, susurros, copas servidas con calma. Las mujeres paseaban con ropa ajustada, vestidos cortos… muchas sin ropa interior. Todo rezumaba sexo. Sexo consentido, buscado, exhibido sin pudor.
Mi padre caminaba con paso firme. Sus botas resonaban en el suelo de madera, marcando el ritmo. Yo lo seguía de cerca, aún nervioso, pero con el pulso acelerado y la sangre caliente.
—No hables —me dijo al oído sin volverse—. Mira, escucha. Aprende.
Yo obedecí a sus órdenes.
Cruzamos una zona con sofás donde varias mujeres se sentaban con las piernas cruzadas, escotes generosos, bocas pintadas de rojo. Algunas miraban a mi padre con muchísimo descaro, una incluso se lamió los labios al ver a mi padre pasar.
—¿Ves esa? —susurró él, sin mirar atrás—. Lleva el pelo recogido, vestido corto, tacones de aguja. Una mujer que sabe lo que quiere. Y si me sigue mirando así, esta noche me la follo como a una perra.
Al escuchar eso tragué saliva, sin dejar de mirar.
—¿Quieres una así para ti? —me pregunto mi padre, girando por fin su cara, con una media sonrisa desafiante.
—Sí —dijo yo casi sin aire.
—Entonces muévete como un hombre. Míralas a los ojos. No te escondas. Demuestra que tienes polla. Que puedes hacerlas gritar.
Seguimos caminando hasta una barra, donde mi padre pidió dos copas de whisky. Mi padre se lo bebió de un trago como si fuera asiduo a ello (en casa prácticamente no bebía nunca). Yo le imité acto seguido (y hubiera preferido que no

—Entonces papá, ¿no es la primera vez que vienes aquí, verdad? —le pregunté directamente.
—No no hijo— me contestó mi padre riendo—Quiero a tu madre y eso no se pone en duda, pero llevo años catando distintos coños y ya es costumbre, al final el morbo siempre puede mucho más y eso es algo que quiero que entiendas, no te quedes solo con un coño en tu vida— me afirmo.
Al rato, de estar charlando una mujer se nos acercó. Una mujer de unos cuarenta, morena, de curvas generosas, labios gruesos y vestida de negro. Se movía como una reina, sin prisa, con los tacones marcando el ritmo. Al pasar junto a nosotros detuvo su mirada en mi, me devoró con los ojos, y sonrió como quien elige plato.
Yo me puse muy nervioso ya que era mi primera vez tanto en un lugar así, como ir con mi padre de putas.
—¿Nuevo? —me preguntó sin cortarse.
Yo asentí, tímido. Ella rió suave, con voz ronca.
—¿Y este es tu…? —miró a mi padre, que sonrió de lado.
—Su “tutor”—contestó el. Él está aprendiendo pero tiene madera —dijo, con ese tono de macho que hacía temblar paredes.
—Entonces que aprenda conmigo —dijo la mujer, tomándome la mano y llevándome con ella sin pedir permiso.
Yo miré a mi padre y acto seguido él también me miró con una mirada que decía “disfruta… pero observa”. Me guiñó un ojo, sonrió, y lo perdí de vista.
Aquella mujer me llevaba de la mano como si fuera un crío, caminando por un largo pasillo iluminado con una luz muy tenue y llegando con ella a una sala privada.
Cuando llegamos ella me ordenó que primero (por higiene) me aseara bien, y que después me esperaba en la cama. Así que eso hice. Me encerré en el baño y mientras me duchaba me venían mil cosas a la cabeza, la situación, el estar ahí con mi padre, si mi madre se llegara a enterar, incluso me preguntaba que qué coño hacía yo allí…cuando salí de la ducha me miré al espejo y entonces una ola de morbo y excitación desatada recorrían mi cuerpo, queriendo dejar el listón bien alto “tu polla es mi polla papá” pensé para mi, para acto seguido salir a la habitación a cumplir.
Allí estaba esa hembra esperándome con un cuerpo espectacular como pocas veces he vuelto a ver. Me acerqué a ella y empezó a acariciarme, a palparme, a tocarme a ir bastante directa al grano. La verdad que pensar en aquella situación me la estaba poniendo más dura que nunca, y saber que mi padre estaba a unos metros de mí aún me la ponía más a reventar.
Sus labios se acercaron a los míos en un beso profundo que ni la mejor tía de mi edad me había dado. Seguimos así un buen rato hasta que le dije que tenía el morbo de que fuera obediente en todo lo que yo le dijera. Me dijo que eso estaba asegurado, así que como ya la tenía a mis pies empecé a ordenarle:
—Chúpame la polla anda— le dije.
Como buena obediente ahí que fue y debo decir que, incluso hoy años después, puedo afirmar que esos labios tenían una maestría para la felación que era una locura. Sus labios bien húmedos bajando, sin mucha fuerza pero bien de roce, era como una paja lubricada bien suave pero con la boca. Yo no podía parar de gemir, sabía que si continuaba así bastante más tiempo iba a correrme como un loco, pero yo no quería acabar así.
Después de unos minutos le dije que se pusiera boca arriba que la iba a follar bien follada. Ella me obedeció y puso sus manos sobre su boca para acto seguido empezar a masturbarse y dejarse el coño bien lubricado. Podría haber comido coño, pero estaba tan cerdo que me apetecía clavársela ya, darle bien duro.
Procedí a ponerme el condón y junto a su mirada de deseo llevé mi polla a la entrada de su coño y la metí primero despacio, ella solo dio un respingo con un gemido leve para acto seguido meterla de golpe (su coño así lo permitía). Ella dio un gemido de la hostia, apretando con sus manos mis brazos de lo que acababa de sentir y empecé a empujar sin parar. Nuestros labios se fundían en morreos sin parar mientras mi ritmo seguía acrecentándose, mi polla entraba y salía sin descanso, con un ritmo frenético, haciendo que mis huevos sonaran al chocar con su coño (es algo que siempre me pone cerdisimo).
—Sigue, vamos sigue— me decía ella como una loca.
Sabía que le estaba dando lo suyo y ella no paraba de gemir, yo estaba a 100 y sabía que no duraría mucho más tiempo.
—¿Me puedo correr en tu boca?— le pregunté mientras seguía metiéndola.
—Con condón si— me contestó.
No estaba dispuesto a que mi lefa se desperdiciará en un puto condón.
—Pues entonces en tus tetas.
—Ahí sin problema— me contestó con su cara de zorra.
Seguía dándole y sabía que la corrida vendría pronto, empecé a dar empellones lentos pero firmes y fuertes donde el sonido de mis cojones era bastante perceptible por toda la habitación.
—Me corro, me corro joder.
Aquella tía se puso de rodillas frente a mí poniendo sus tetas bien juntas y esperando a que le diera toda mi leche de hombre.
Llevé al límite el correrme y al sacarme el condón ya empecé a soltar chorros de lefa, lo que provocó que esta cayera en sus tetas, pero también en el suelo y parte de su cuerpo.
Me quedé jadeando, extasiado después de aquello, queriendo dejar el listón bien alto para con mi padre. Aquella señora se levantó del suelo y mirándome guiñándome un ojo me soltó:
—Muy bien chaval muy bien, tu “tutor” estará muy orgulloso de ti.
Me volví a dar una ducha después de aquel polvazo y le di su “agradecimiento” por aquel buen rato que me hizo pasar, para acto seguido salir y volver para buscar a mi padre.
Aquel sitio era muy particular pues también había un rincón donde la gente podía dar rienda suelta a la imaginación y follar aunque hubiera gente, en aquel entonces igual me extrañaba pero hoy sé que también era bastante liberal el lugar.
Cuando volví no se me olvidará jamás la imagen de mi padre bombeándose a otra mujer que no era mi madre, debo decir que se me puso dura no, durísima.
Mi padre tenía entre sus piernas a una tía rubia, alta, con una risa grave, y unos pezones que no se me olvidarán en la vida, perfectos, rosados y que daban ganar de mamar de ahí a todas horas. La tenía tumbada en un diván, y él estaba encima, con el pantalón bajado y el torso desnudo, empujando con fuerza mientras le sujetaba el cuello con una mano.
Evidentemente me quede mirando,se me secó la boca y me ardía la entrepierna otra vez al ver aquel espectáculo.
Mi padre se giró a verme mientras seguía dentro de ella.
—¿Qué pasa, chaval? ¿Te has empalmado otra vez solo de mirar?
Solo pude asentir, casi sin poder hablar.
Mi padre gruñó, sacándosela lentamente de la mujer rubia, ella gimió, pero sonrió.
—¿Y tú, preciosa? ¿Tienes energía para dos?
Ella asintió, sin pestañear.
—Entonces ven aquí —me dijo mi padre—. Es hora de que entiendas lo que es compartir como machos.
No tarde en acercarme temblando de deseo una vez más. Aquella piba se tumbó de nuevo, ahora entre ambos. Mi padre tomó una de sus piernas, se la abrió con fuerza. Yo tomé la otra. Las manos de ambos se encontraron sobre la piel de ella, cálida, húmeda, dispuesta.
—Vas a entrar tú primero —me ordeno mi padre—. Quiero que la llenes. Quiero verte moverte como un macho de verdad. Yo estaré aquí, viéndote, tocándola, hablándole. Y cuando llegue el momento… me toca a mí.
Eso hice, me coloque entre las piernas de la mujer, ella me guiaba con una sonrisa provocadora, estaba durísimo y no me costó nada entrar en ella con un gemido contenido, mientras mi padre se arrodillaba junto a su cabeza, cogiéndola del pelo, susurrándole palabras sucias.
—¿Te gusta cómo te lo mete mi aprendiz, eh? —le decía, roncamente—. Está aprendiendo rápido, ¿verdad? Te gusta sentir cómo te llena ese cuerpo joven…
La tía jadeaba, se retorcía. Yo cada vez me movía con más fuerza, más ritmo. Sentía a mi padre cerca, respirando con él, dominando todo.
—Ahora aparta —dijo de pronto—. Es mi turno.
Me tocó apartarme aunque con dificultad, sudando, temblando. Mi padre se colocó entre sus piernas, tomándola sin más, duro, rápido. La mujer gritó de placer, y yo no podía apartar la vista.
—Tócate —me ordenó—. Mírame. Míranos. Aprende.
Aquella imagen me tenía obsesionado, así que obedecí. Empecé a tocarme, mirándolos, sintiendo cómo mi cuerpo volvía a arder. No había vuelta atrás, estaba dentro de ese mundo. Lo deseaba, lo necesitaba.
Mi padre bombeó como un bestia y después de un buen rato avisaba a aquella mujer de que le iba a preñar pero bueno, terminó, con un gruñido profundo y brutal. Yo me corrí también a la vez dejando todo aquel espacio bien pringado. Después mi padre se giró y mirándome me dijo:
—Así se folla. Así se vive. Así se enseña a ser un hombre.
Yo me quedé quieto, sudoroso, vibrando por dentro.
No dije nada, no hacía falta.
Solo sabía que quería volver.