Micro-microrrelatos (menos de 100 palabras), eróticos o no

Insipidez (Expectativa II)

Idiota. Soy una idiota. Todos estos días pensando qué ponerme...Todo ese rato en el espejo comprobando si el pelo estaba suficientemente rizado, suficientemente esponjoso...Todo el cuidado para perfilar los labios y rellenarlos, para que el rojo estuviera ahí, en su sitio, y no se moviera.

Le pregunto qué me va a dar de postre...¡Y me trae pitahaya! ¡Además troceada! ¡Y encima con tenedor!
:ROFLMAO: :ROFLMAO: :ROFLMAO: En honor a la verdad, a mí tampoco me gusta la foto. Pero es difícil encontrar la imagen de una mujer sexy con labios rojos teniendo una buena cena. Por lo menos yo no pude encontrarla en un buen rato.
 
:ROFLMAO: :ROFLMAO: :ROFLMAO: En honor a la verdad, a mí tampoco me gusta la foto. Pero es difícil encontrar la imagen de una mujer sexy con labios rojos teniendo una buena cena. Por lo menos yo no pude encontrarla en un buen rato.
:oops:A mí sí me gusta la foto...Pero esa fruta en concreto me parece un poco sosa... y me ha sugerido ese giro.;)
 
:oops:A mí sí me gusta la foto...Pero esa fruta en concreto me parece un poco sosa... y me ha sugerido ese giro.;)
A ver, a mí la foto en sí misma me gusta. Pero no encaja al 100% (ni el 75 %) con el contenido del relato, de ahí mi ligera frustración. También es verdad que no es necesario poner foto, pero yo qué sé...
 
A ver, a mí la foto en sí misma me gusta. Pero no encaja al 100% (ni el 75 %) con el contenido del relato, de ahí mi ligera frustración. También es verdad que no es necesario poner foto, pero yo qué sé...
Con foto quedan muy bien. Si no encajan al 100%, mejor, así pueden inspirar otra cosa. (Personalmente, me divierte hacer una lectura distinta a partir de lo que subís vosotros)
 
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Cambio de opinión

Aquellas historias la perturbaron y le hicieron daño. Era demasiado pequeña. Ese mundo resultaba aterrador y repulsivo, pero también fascinante, excitante. Todo el catálogo de fantasías sexuales desplegado ante sus ojos.

Ahora lo ve de otro modo. Cruza los dedos para que no le pase como a los libertinos. Para no perder la sensibilidad, para no caer en ese aburrimiento y en esa dolorosa falta de imaginación.
 
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Cambio de opinión

Aquellas historias la perturbaron y le hicieron daño. Era demasiado pequeña. Ese mundo resultaba aterrador y repulsivo, pero también fascinante, excitante. Todo el catálogo de fantasías sexuales desplegado ante sus ojos.

Ahora lo ve de otro modo. Cruza los dedos para que no le pase como a los libertinos. Para no perder la sensibilidad, para no caer en ese aburrimiento y en sea falta de imaginación.
la buena educación.
 
El teatrillo

Cuando la vio, supo que sería suya. Estuvo ahorrando durante meses. Una vez en casa, comprendió lo bien que quedaría junto a una compañera y eligió la de tez oscura. Creyó que ahí parararía. Pero no tardó mucho en pensar que el modelo masculino ampliaría el juego.

Se había quedado sin un céntimo, pero lo daba por bien empleado.

Pasaba el tiempo libre masturbándose. A veces utilizaba con furia esa silicona hiperrealista que tan cara había salido, pero lo normal era usar la mano mientras ellos, quietos en sus posiciones, representaban la escena en la que quería recrearse.
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Tres
Ella le seguía el juego. En algún momento del fragor de la batalla, él le susurraba siempre lo mismo, con pequeñas variaciones: "Te imaginas que estamos en una playa y un mirón nos pilla...", "imagina que lo hacemos en un portal y alguien nos ve...". Aunque ella no acababa de verle la gracia, si él se ponía a tono así, pues mira. Pero cuando un día apareció con aquella cabeza de maniquí empezó a pensar que a su maromo su fantasía se le estaba yendo de las manos. Él le quitó hierro y le dijo que era un juego, que notar aquellos ojos inexpresivos mirándolos le ponía. Ella se resignó. A partir de entonces fueron tres en el dormitorio. Ella empezó también a mirar aquella cabeza mientras follaban, en momentos donde su marido no podía apreciarlo. A veces creía percibir microexpresiones en aquella cara pintada mientras cabalgaba a su pareja: fugaces miradas ora socarronas, ora lascivas. Ora melancólicas.
Y una solitaria mañana, cuando él ya había salido para el trabajo, cogió la cabeza. Acarició su calva y le dió un sutil beso. Entonces le vino una idea absurda a la mente. Estoy peor que mi marido, pensó. Acostó la cabeza sobre el sofá y se sentó sobre ella, de forma que boca y nariz del muñeco rozaban sus puntos clave. Y empezó a moverse, a restregarse, tal y como había aprendido casi de niña con su almohada. En un momento la nariz se hundió en su vagina y ahí estalló. Se desplomó en el sofá junto a él. El mejor orgasmo de su vida. Definitivamente, tres eran multitud.
 
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Tres
Ella le seguía el juego. En algún momento del fragor de la batalla, él le susurraba siempre lo mismo, con pequeñas variaciones: "Te imaginas que estamos en una playa y un mirón nos pilla...", "imagina que lo hacemos en un portal y alguien nos ve...". Aunque ella no acababa de verle la gracia, si él se ponía a tono así, pues mira. Pero cuando un día apareció con aquella cabeza de maniquí empezó a pensar que a su maromo su fantasía se le estaba yendo de las manos. Él le quitó hierro y le dijo que era un juego, que notar aquellos ojos inexpresivos mirándolos le ponía. Ella se resignó. A partir de entonces fueron tres en el dormitorio. Ella empezó también a mirar aquella cabeza mientras follaban, en momentos donde su marido no podía apreciarlo. A veces creía percibir microexpresiones en aquella cara pintada mientras cabalgaba a su pareja: fugaces miradas ora socarronas, ora lascivas. Ora melancólicas.
Y una solitaria mañana, cuando él ya había salido para el trabajo, cogió la cabeza. Acarició su calva y le dió un sutil beso. Entonces le vino una idea absurda a la mente. Estoy peor que mi marido, pensó. Acostó la cabeza sobre el sofá y se sentó sobre ella, de forma que boca y nariz del muñeco rozaban sus puntos clave. Y empezó a moverse, a restregarse, tal y como había aprendido casi de niña con su almohada. En un momento la nariz se hundió en su vagina y ahí estalló. Se desplomó en el sofá junto a él. El mejor orgasmo de su vida. Definitivamente, tres eran multitud.
La verdad es que has sacado todo el jugo a la foto. Seré que soy un sentimental, pero me gustan las historias de complicidad en una pareja. Eso sí, como soy el señor tiquismiquis, sospecho que eso son más de cien palabras 😜😂
 
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Cambio de opinión

Aquellas historias la perturbaron y le hicieron daño. Era demasiado pequeña. Ese mundo resultaba aterrador y repulsivo, pero también fascinante, excitante. Todo el catálogo de fantasías sexuales desplegado ante sus ojos.

Ahora lo ve de otro modo. Cruza los dedos para que no le pase como a los libertinos. Para no perder la sensibilidad, para no caer en ese aburrimiento y en esa dolorosa falta de imaginación.
Libertino
Aquél imberbe revolvía la estantería de su hermano mayor. Buscaba algo. No sabía qué, pero ese hormigueo de ahí abajo le guiaba. Eureka. Una edición de bolsillo de La filosofía en el tocador, y otro librito ilustrado por Aubrey Breadsley, lleno de hombres de penes desmesurados y mujeres no demasiado pudorosas. Lo que esos ojos impresionables no sabían es que aquellas palabras y aquellas imágenes ya no le abandonarían, y moldearían sus apetitos. Para siempre.
 
Libertino
Aquél imberbe revolvía la estantería de su hermano mayor. Buscaba algo. No sabía qué, pero ese hormigueo de ahí abajo le guiaba. Eureka. Una edición de bolsillo de La filosofía en el tocador, y otro librito ilustrado por Aubrey Breadsley, lleno de hombres de penes desmesurados y mujeres no demasiado pudorosas. Lo que esos ojos impresionables no sabían es que aquellas palabras y aquellas imágenes ya no le abandonarían, y moldearían sus apetitos. Para siempre.
Me reconozco en ese relato. No exactamente por Sade, pero mis padres son muy lectores y alguna cosa de la colección La sonrisa vertical había por casa, así como esa burrada de Apollinaire que es “Las 11.000 vergas”. Y claro, cuando se iban, yo le dedicaba a leer los pasajes más explícitos.
 
La escaladora

—¿Haces escalada? —preguntó el extraño, intentando romper el hielo en la cafetería —. Lo digo por las marcas en tus muñecas. Yo escalo y también las tengo.

Ella sonrió; obviamente no le iba a explicar que su amante la había atado.

—Sí, me gusta —, aunque se refería a escalar hasta la punta de su verga y dejarse caer sobre ella —. Me relaja mucho.

Él sonrió, explicando que disfrutaba especialmente de las cumbres nevadas.

—Sí, a mí encanta la nieve sobre las montañas también— coincidió ella, si bien pensaba en cuando él eyaculaba sobre sus pechos.


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Tres
Ella le seguía el juego. En algún momento del fragor de la batalla, él le susurraba siempre lo mismo, con pequeñas variaciones: "Te imaginas que estamos en una playa y un mirón nos pilla...", "imagina que lo hacemos en un portal y alguien nos ve...". Aunque ella no acababa de verle la gracia, si él se ponía a tono así, pues mira. Pero cuando un día apareció con aquella cabeza de maniquí empezó a pensar que a su maromo su fantasía se le estaba yendo de las manos. Él le quitó hierro y le dijo que era un juego, que notar aquellos ojos inexpresivos mirándolos le ponía. Ella se resignó. A partir de entonces fueron tres en el dormitorio. Ella empezó también a mirar aquella cabeza mientras follaban, en momentos donde su marido no podía apreciarlo. A veces creía percibir microexpresiones en aquella cara pintada mientras cabalgaba a su pareja: fugaces miradas ora socarronas, ora lascivas. Ora melancólicas.
Y una solitaria mañana, cuando él ya había salido para el trabajo, cogió la cabeza. Acarició su calva y le dió un sutil beso. Entonces le vino una idea absurda a la mente. Estoy peor que mi marido, pensó. Acostó la cabeza sobre el sofá y se sentó sobre ella, de forma que boca y nariz del muñeco rozaban sus puntos clave. Y empezó a moverse, a restregarse, tal y como había aprendido casi de niña con su almohada. En un momento la nariz se hundió en su vagina y ahí estalló. Se desplomó en el sofá junto a él. El mejor orgasmo de su vida. Definitivamente, tres eran multitud.


Fin de jornada

Sin siquiera recoger, con las copas y la botella sobre la mesita, en el mismo sofá donde habían cenado. Con urgencia. Allí mismo. Así le gustaba. Y a bastantes de ellos también.

Por supuesto, la cabeza presidía. Aunque los desconcertaba al principio, cuando se encaramaba al palo y comenzaba la danza, ya les daba igual. El vaivén húmedo y caliente les hacía olvidar la extrañeza. Luego, era explícita:
-Tócala. Gírala. Que nos vea.

Después del orgasmo, procuraba despacharlos con tanta rapidez que caía en la mala educación. Deseaba que se fueran cuanto antes. Así podía meterse en la cama junto a la cabeza y, como cada noche, acariciarla hasta quedarse dormida mientras le susurraba muy bajito lo más destacable de la jornada.
-Ha estado bien este chico...Ha empezado paradito, creí que no iba a reaccionar, pero bien...
 
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Camarera
El mejor momento del día. Miró satisfecha hacia la barra. Todo perfecto, dispuesto para que empezaran a llegar los parroquianos. Le gustaba trabajar allí. Ese trabajo le proporcionaba un propósito diario, y eso le daba paz, o al menos cierto sosiego.
Pronto comenzarían a llegar aquellos hombres toscos y previsibles. Les había acabado cogiendo cariño. Había aprendido a mirar a través de sus poco sutiles insinuaciones, de sus apenas disimulados roces, de sus chistes verdes: en este adivinaba una soledad añeja, en aquel un matrimonio apenas sostenido por la costumbre, en el de más allá una timidez mal disimulada con el sexo opuesto. Ella, con su porte grácil y su perpetua sonrisa, les regalaba también el mejor momento de su día.​
 

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Chupando

Se metió el primero en la boca. Estaba algo blando pero no le costó mucho chuparlo hasta sentir sus jugos inundándole el paladar.

El segundo tenía la piel más oscura y estaba más duro. Pero ella era habilidosa con la lengua, los labios y los dedos, y lo devoró hasta que el delicioso líquido manó de su cabeza.

Ella continuó un buen rato, hasta que la comisura de sus labios terminó totalmente pringada. Incluso le había caído algo sobre el escote.

Y es que se volvía loca cuando tenía la ocasión de comerse unos buenos langostinos.

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Aprendió a reconocer por las mínimas variaciones de aquellas extremidades estirándose o contrayéndose si su dueña había dormido bien o no, si se sentía perezosa o estresada, si ya solitariamente satisfecha o todavía excitada.
Así que cuando vio que aquella mañana esas piernas amanecían entrelazadas con otras, bajó su persiana para no volver a subirla, y a continuación abrió el periódico por la sección de anuncios inmobiliarios.
 

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Buena vecindad
- Dice mi padre que gracias por el sacacorchos.
Ella sonrió nerviosa cuando aquel todavía adolescente le miró fugazmente a los ojos después de haber hecho lo propio con su escote momentos antes. En ese instante tuvo la certeza de que sus pequeños shows matutinos no sólo le habían alegrado las mañanas al madurito padre de la casa vecina.
Y una ola de humedad no tan inesperada inundó su sexo.
 
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Una habitación con vistas
La primera vez que la vio pensó enseguida en subir a la habitación de sus padres; desde ella aquellas inoportunas ramas no entorpecerían la visión. Total, ellos ya no estaban nunca cuando empezaba el espectáculo. La primera vez que ella le hizo un gesto de complicidad se asustó, pero cayó en la cuenta de que por complexión debía pensar que era su padre quien la observaba. Eso le envalentonó, y empezó a escribirle carteles que pegaba al cristal de la ventana: "haz esto" "ponte así" "enséñame aquello"... Alucinaba con qué diligencia cumplía todas sus órdenes. Así que aquel último día de soledad matutina decidió jugársela y escribió tembloroso: "Dale una alegría a mi chico, te lo mando".
 
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