Al amigo, el Culo.
El sonido del agua seguía cayendo detrás de la puerta del baño. Cada gota parecía marcar los segundos como un metrónomo perverso. Dani me sostenía la mirada con una mezcla de diversión y dominio. No necesitaba decir mucho más. Ya lo había entendido todo. Yo lo había aceptado, y él lo iba a aprovechar.
Me acerqué a la cocina para sacar unos helados, necesitaba distraerme, romper por un momento esa sensación de vértigo interior. Mis manos temblaban. No sabía si era de nervios, de deseo o de las dos cosas. Mientras tanto, Dani se quitó el polo, se sentó en el sofá y encendió uno de mis cigarros como si estuviera en su casa. La seguridad que desprendía era... abrumadora.
Escuchamos la ducha apagarse. Silencio.
Después, unos pasos suaves y el clic del pomo girando. Sara salió con una toalla anudada al cuerpo. La piel aún húmeda, el pelo chorreando oscuridad, los ojos brillando más que nunca. Al vernos, se detuvo un segundo, como midiendo la escena.
—
¿Y esta tensión en el aire? —dijo con una media sonrisa, ladeando la cabeza.
Nadie respondió. Yo le tendí la mano con uno de los helados que acababa de coger y ella la aceptó sin dejar de mirarme. No a Dani. A mí. Como si buscara leer en mis ojos si realmente estaba preparado para lo que estaba a punto de pasar.
Caminó hasta el salón, lenta, deliberada. Cada paso era un disparo silencioso de electricidad. Dani se puso en pie, se acercó a ella por detrás y apoyó una mano en su cintura. Sara no se apartó. Cerró los ojos por un instante. Se estaba rindiendo al momento.
Yo no me movía. Observaba. Sentía cómo el pecho se me apretaba, cómo algo se encendía en lo más profundo de mi cuerpo. Un calor diferente. No solo físico. Algo que iba más allá del morbo. Era entrega, era vulnerabilidad convertida en fuego.
—
¿Quieres que Dani te folle? —le pregunté a ella, con la voz apenas audible.
Sara giró la cabeza hacia mí. Sus labios se curvaron suavemente, sin perder ese brillo en los ojos.
—
Quiero que me mires. Quiero que te corras solo con verme disfrutar.
No supe si sonreír o morderme la lengua. Dani le desató la toalla y la dejó caer al suelo. Solo llevaba unas braguitas blancas con una gran cara del
Pato Donald, en su culo. El resto de su cuerpo desnudo, recién salido del baño se convirtió en el centro de la habitación. No era solo belleza, era poder. Lo sabía. Sabía lo que provocaba en mí, y ahora también lo sabía él.
Dani se acercó aún más a ella y la besó en la nuca. Su mano bajó por su vientre, y yo vi cómo Sara se tensaba ligeramente, cerrando los ojos, entregada al momento. Sus pezones se endurecieron al contacto. Respiraba con profundidad, como si cada caricia fuese una carga más de electricidad que recorría su espina dorsal.
—
Te encanta esto, ¿verdad? —susurró Dani, sin mirar ni a ella ni a mí.
Sara asintió en silencio, mordiendo su labio inferior.
—
Y tú —añadió, mirando hacia mí—,
¿te gusta verla así? ¿Ver cómo se le moja el coño por otro?
Yo asentí también. Las palabras no me salían, pero mi cuerpo ya lo decía todo. Sentía mi polla dura marcando mi pantalón, la boca seca, la piel encendida.
Dani la llevó al sofá con suavidad, pero con firmeza. Ella no opuso resistencia. Se dejó guiar, se dejó tumbar. Dani la puso a cuatro patas y comenzó a morderle el culo aún con las braguitas blancas de Donald puestas. Parecía una actriz de una escena que conocía al detalle, como si la hubiera ensayado en su mente una y otra vez.
Yo me senté en la butaca frente a ellos. No sabía si estaba allí como espectador, como cómplice, como protagonista de mi propio deseo. Pero sabía que era el sitio correcto. No quería estar en ningún otro lugar del mundo más que allí. Mi novia abrió los ojos y me buscó con la mirada.
La tensión sexual se volvía cada vez más densa, como si se pudiese cortar con un cuchillo. No hacían falta movimientos bruscos ni jadeos exagerados. Bastaba con la mirada. Con los suspiros. Con el modo en que ella arqueaba ligeramente la espalda al sentir el aliento de Dani. Con el leve temblor de su muslo cuando sus dedos la acariciaban como si ya supieran cada centímetro de ella.
Yo respiraba más rápido, sin tocarme, sin moverme. La escena me envolvía. Me atravesaba.
En un momento, Sara se giró y extendió una mano hacia mí.
—
Ven. Quiero verte más cerca.
Me levanté, sin saber del todo qué esperaba ella. Me arrodillé junto a ellos. Dani seguía mordiéndole el culo y empapando las braguitas con saliva. No detuvo su ritmo, ni bajó su mirada. Solo sonrió con el mismo gesto de antes. De quien sabe que ya tiene el control.
Sara me acarició la cara, suave. Con ternura. Como diciéndome que todo estaba bien. Que me rindiera del todo. Que esto también era mío.
Mi novia estaba tumbada en el sofá, con una pierna ligeramente flexionada y la otra extendida, la respiración acompasada pero cada vez más profunda. Yo, de rodillas junto a ellos, sentía el calor de su piel irradiar contra la mía. Mi mano aún estaba sobre su muslo, pero sin moverla. No quería interrumpir. No quería romper el hechizo.
Dani, sin embargo, no se detenía. Le acariciaba el cuello, le hablaba al oído, le apretaba el pecho con una firmeza que solo tiene quien sabe que puede. Y lo hacía mirándome de reojo, midiendo cada reacción que tenía yo con ese gesto apenas perceptible de superioridad.
—
¿Ves cómo se abre para mí? —me dijo, sin dejar de tocarla—.
Está empapada. Ni siquiera hemos empezado y ya me está pidiendo que la folle. ¿A que quieres que te la meta ya putita?
Sara soltó un leve gemido, como una confirmación inconsciente. Sus caderas se movieron apenas, buscándolo. Y Dani lo sabía. Le encantaba ver cómo la respuesta no venía solo del cuerpo de ella… sino también del mío. Porque no podía evitarlo: tenía los ojos fijos en su entrepierna, en los dedos de él que jugueteaban, en la forma en que ella se estremecía.
—
Me parece que a partir de hoy voy a tener que venir mucho más por aquí. Tu novia ama a mi polla y a ti te sienta bien ese sitio —me soltó entonces, mirándome directamente—.
De rodillas. Cerca, pero sin tocar. Mirando.
Quise responder, pero no pude. Me mordí el labio, en parte por vergüenza, en parte porque el deseo me quemaba por dentro. Sara abrió los ojos y me buscó de nuevo con la mirada. Había dulzura en ella, pero también fuego. Me leía como si supiera lo que estaba pasando por mi cabeza.
Dani bajó la voz, pero no el tono. Más bien, lo afiló.
—
¿Sabes por qué esto te excita? Porque ya no necesitas estar dentro de ella para sentirte parte. Porque ahora, verla entregarse a mí, es más tuyo que cualquier otra cosa. Eso es ser cornudo de verdad. Y lo aceptas. Por eso estás así, temblando y callado como una maricona.
Me quedé quieto. Su voz tenía algo hipnótico, como si supiera poner en palabras mis pensamientos más profundos antes de que yo los aceptara. Dani me conocía de siempre, pero ahora parecía conocerme aún más que yo mismo.
—
¿Quieres una prueba? —añadió, como quien no pregunta sino anuncia—.
Voy a hacer que se corra solo con mi voz. Sin que la toque.
Me apartó suavemente con un gesto de la mano, y se inclinó sobre mi chica. Le habló tan cerca del oído que no pude oír qué decía, pero vi cómo ella comenzaba a respirar más fuerte, cómo sus pezones se endurecían aún más y cómo sus caderas se movían en busca de un contacto que no llegaba. Dani no la tocaba. Solo le hablaba, le ordenaba cosas que la hacían gemir con la boca cerrada, como si intentara controlar el impulso. Yo lo observaba todo en silencio, fascinado y humillado al mismo tiempo. Sentía una mezcla contradictoria de orgullo —por tener una novia tan deseable, tan viva— y de derrota, porque ese deseo ahora lo manejaba otro. No yo.
Sara se arqueó de pronto, el cuerpo entero en tensión, sus dedos aferrados al cojín, la boca abierta en un gemido ahogado. Dani la había hecho llegar al borde sin tocarla. Solo con su voz. Solo con su dominio. Y entonces se volvió hacia mí.
—
Aún no has visto nada —dijo, levantándose y comenzando a desabrocharse el pantalón—.
Esto no ha hecho más que empezar.
El sonido del cinturón deslizándose fue como un látigo silencioso. Yo seguía sin moverme. Quería hablar, pero cada palabra se me atascaba entre los dientes. Mi excitación era insoportable. Me ardía la piel. Dani se quitó el pantalón y lo dejó caer al lado, sin prisa, sabiendo que cada gesto suyo tenía poder sobre mí.
Dani llevó una de sus manos al enorme paquete que aún escondía bajo aquel bóxer ocuro y dándole un intenso meneo me dijo:
Mira el pedazo de polla que le voy a meter a tu novia.
Sara se giró hacia mí desde el sofá. Me sonrió con una ternura casi cruel. Y, sin decir nada, asintió lentamente. Como si también ella me colocara en ese sitio. No solo para esta noche, sino para algo más duradero.
Dani se sentó en el sofá -conmigo al lado- puso a mi novia de rodillas y la agarró de la cabeza, llevándole la boca a su durísima polla. Mi chica solo emitía sonidos irreproducibles fruto de la presión de la polla de mi amigo y las babas que derramaba sobre sus huevos. Mi amigo giró la cabeza hacia mí y me dijo:
¿Te gusta eh? Lo que más me mola de tu novia es como la chupa. Vete por detrás, quítale las bragas y cómele el culo hasta que te diga.
Dejé el sofá y me tumbé boca arriba, dejando mi cara sobre el coño y el culo de Sara, le bajé sus braguitas hasta los tobillos y metí mi lengua en su culo. Comencé a masturbarme mientras introducía mi lengua en su ano y con mi nariz rozaba su coño. Mi chica lo tenía empapado a la enésima potencia. Cuando habían pasado unos minutos Dani se incorporó para abrirle los cachetes a Sara, metiéndole el nabo hasta la coronilla y provocándole arcadas a lo que Dani le respondió cerrándole la nariz, escupiéndole en la cara una y otra vez. Volvió a abrirle los cachetes y exclamó con una voz dura y contundente:
Venga maricón, métele la lengua en el ojete que esta noche le peto el culo a tu novia.
Esa frase fue el detonante de mi primera corrida mientras me hacía una paja. Ni eso impidió que metiese la lengua hasta bien dentro del culo de mi chica, ayudado por Dani que seguía abriendo sus cachetes.
Sara y yo no practicábamos el sexo anal. Yo no le daba por el culo desde que empezamos como novios porque le dolía y nos cortaba el rollo. Sin embargo mi chica ni se inmutó cuando escuchó la frase de Dani.
Éste, metido en el papel, seguía manejando la mamada interminable que le hacia mi novia, soltando algunas frases que demostraban que estaba hecho para este tipo de situaciones. Disfrutaba como un rey en su trono cobrando el derecho de pernada. Agarraba de los pelos a Sara mientras ella se deleitaba con su brillante capullo rosado y pasaba las manos por los marcados pechos de mi amigo:
Venga putita, traga polla… Así, así… que se note que eres buena puta. Voy a venir a follarte cuando tenga ganas, zorra.
Cornudo mira como traga tu novia, menuda puta traga leches. Se la va a tragar toda.
Vas ser mi puta a partir de ahora ¿verdad Sara?
Dani se levantó, le dio la vuelta a mi chica, apuntó su polla y se la introdujo de golpe en el coño. Empezó un mete saca incesante, agarrando a Sara de su cabello y pasando a coger sus tetas. Las piernas de mi chica temblaban fruto del tiempo que pasó de rodillas y yo, desde el suelo, observaba como mi amigo empezaba a tirarse a mi novia.
Tras unos minutos de follada, no tuve más remedio que incorporarme y marchar a la cocina. Entre el sudor y el helado que me había comido antes, tenía una sed inaguantable. Saqué una botella helada de la nevera y mientras bebía me dispuse a colocarme bajo el arco de la puerta de la cocina para no perder detalle. Para mi sorpresa en ese instante pasaron junto a mi, en dirección al dormitorio y mientras mi chica se colocaba el pelo a sus hombros, Dani paró, me guiñó un ojo y me dijo:
Vamos a follar en vuestra cama.
Me dispuse a colocar la botella de agua al frigorífico y a dirigirme al baño del dormitorio para hacer pis. En la penumbra de la noche distinguí como Sara se colocaba a cuatro patas y Dani se incorporaba a la cama colocándose a su espalda.
Cuando volví al dormitorio mi amigo hizo el gesto de que me acercase:
Venga ábrele el culo, que se la voy a meter. Sara emitía gemidos de placer, estaba entregada a la causa así que comencé a abrirle el culo y ver como Dani apuntaba su polla al ojete de mi novia que comenzó a decir
‘con cuidado, porfi. Con cuidado, no de golpe’.
Mi amigo apuntó a meter su polla en el culo de mi novia con extrema suavidad, escupiendo sobre su rabo para lubricar la inminente follada. Yo me fui a besar a Sara. Unos morreos guarros con sabor a polla ajena y a los flujos de coño mojado. Para entonces, Dani la había ensartado por completo y comenzó a subir el ritmo de la follada:
¿Te gusta como te follo el culo Sara?
Mi chica paró tibiamente el morreo conmigo para afirmar aunque por su cara notaba que era placer y dolor. Sometida a un macho que hacía con nosotros lo que le había dicho yo horas antes. Me incorporé y me dirigí a mis pantalones, saqué el móvil del bolsillo y me coloqué bajo el culo de Dani. Quería grabar el instante.
Mi amigo se dio cuenta y me dijo
- Cabrón ¿qué estás grabando?
- Sí tio esto luego lo vemos y me servirá para alguna paja.
- Que maricona eres. Bueno pero que no se me vea.
Tras unos diez minutos de follada anal y por los gestos de Dani, intuí que se había corrido. Le había dejado el culo lleno de leche a mi novia y la noche solo acababa de empezar.
CONTINUARÁ