Pajas juveniles con amigos

El viaje de fin de curso fue espectacular. Desde la primera noche. Los cuatro que estábamos en la habitacion nos pusimos en calzoncillos y la situacion empezaba a ser morbosa. Recuerdo pasarme toda la noche adivinando empalmes entre las sábanas (yo mismo me levanté a correrme en el baño porque estaba cachondísimo). A la noche siguiente, uno de mis colegas puso porno en la tele y al principio todos cubiertos hasta el cuello con las sábanas pero de pronto empezarona a aparecer piernas, brazos y al final cuatro slips morcillones y luego duros como estacas. La imagen de nosotros cuatro pellizcandonos los capullos por encima de los calzoncillos mientras resoplábamos me ha hecho correrme cientos de veces después. Pero la cosa siguió sacándonos las pollas entre risas nerviosas y comentarios tipo "qué peluda, cerdo" o "vaya rabo, cabrón".
Cinco minutos después el primero dijo "aghhh, me corrooo" y la reacción en cadena consistió en acabar corriéndonos todos a la vez, llenando las camas, limpiándonos con los boxers y tirándonoslos y ducharnos los cuatro con las pollas con esa apariencia tan bonita que se tiene después de vaciarse las pelotas.
 
Recuerdo una buena paja con mi compañero de pajas de siempre.
Era en una excursión de fin de curso, compartíamos la habitación 3 personas, mi compañero pajero, otro y yo. El otro compañero se fue de la habitación a visitar a otros amigos por el hotel y nos quedamos solos. Empezamos a hablar, mira nos quedamos solos como en nuestras casas.. y se nos empezó a poner morcillonas, no nos hacía falta pelis porno como hacíamos siempre em casa.
Al principio dudabamos x si entraba el chaval que se fue, pero el morbo nos pudo más. Empezamos a cascarnosla bien empalmados, seguimos con una mutua, y al final para acabarnos de correr rozandonos las poyas hasta corrernos.
Yo creo q fue de nuestras mejores corridas, más abundantes y placenteras, por el morbo de estar pendiente de la puerta.
 
... incluso alguna de todo el equipo de fútbol que teníamos...
Pues eso de cascárnoslas juntos en mi equipo no se dio. Lo que nunca faltaba en las duchas eran los estirones que todos nos dábamos a nuestras pollas para ponerlas todo morcillonas y que se nos vieran lo más grande posible.

Al menos en mi equipo, las pajas en el vestuario se las hacía cada uno encerrándose en el baño
 
Aquello de medirse los penes, cuando aun no estaban totalmente desarrollados y sin embargo creíamos que ya eran grandes y enseñábamos orgulloso lo que teníamos :giggle:
Todos los tíos hemos pasado de algún modo u otro por ahí, y quien diga que no lo ha hecho por hacerse el machote, miente.
No hay por qué avergonzarse de eso ya que no tiene nada que ver con los gustos ni preferencias de nadie, sino era simple curiosidad.

El medirnosla, ver a quién se le ponía más dura, le salían más pelos negros o le entraba el gusto más rápido (que era como le llamábamos a tener un orgasmo), se hacía con nuestros mejores amigos, con compañeros de clase, o con los de tu equipo, y hasta con tus primos cuando venían de visita a casa siempre terminábais en el cuarto haciéndoos una pajilla jejejeje
 
Aquello de medirse los penes, cuando aun no estaban totalmente desarrollados y sin embargo creíamos que ya eran grandes y enseñábamos orgulloso lo que teníamos :giggle:
O hacerlo ya de treintañeros, cuando empiezan las quedadas con tu compañero de curro que resulta ser un pajero como tú y se convierte en tu nuevo colega de pajas :D
 
Bueno, pues he descubierto este foro hace un tiempo y me he animado a crearme una cuenta para contaros mis experiencias relacionadas con este tema.

Las mías tienen lugar, como las de muchos de vosotros, por esos años en los que los tíos comenzamos a descubrir nuestra sexualidad y a explorar y experimentar con nuestro cuerpo. Yo tenía la desgracia, o la fortuna, según se mire, de ser el más joven de todos los primos. Tan joven, que la diferencia de edad, en promedio, con el resto de mis primos era de entre 8 a 10 años. Con todos, excepto con uno, el cual tenía mí misma edad por apenas unos meses de diferencia. Obviamente, esto hizo que nos hiciéramos muy cercanos y que, juntos, fuéramos pasando y "transitando" por las distintas etapas de nuestra vida. Etapas que, inevitablemente, también tuvieron que ver con nuestro despertar sexual.

Así, las conversaciones sobre las "tías buenas" de la clase, las vecinas, famosillas de la tele, modelos y, obviamente, sobre pornografía comenzaron a fluir y se hicieron muy normales. Para que os hagáis una idea, ambos somos generación Z, así que crecimos haciendo uso del internet y las redes sociales desde muy jóvenes, por lo tanto, nuestro chat personal era un campo sembrado de fotos de tías, links a videos porno y demás cosas. Inevitablemente las simples conversaciones fueron subiendo de tono. Ya no bastaba con la mera mención de lo buena que estaba tal chica o de las tetas de tal presentadora.

Entonces, las visitas a casa del primo se volvieron la oportunidad perfecta para ponernos en el ordenador y visualizar los videos porno que se iban publicando y subiendo a nuestras páginas de confianza. Las primeras veces había, naturalmente, un poco de corte y hasta vergüenza pero, a medida que pasaba el tiempo la situación se hizo natural. Al principio no hacíamos nada allí mismo, sino que lo hacíamos después, por separado. Nos poníamos cachondos viendo porno y luego, cuando yo volvía a casa, cada uno se masturbaba y lo comentábamos por el chat. Algo como "menudo pajote ha caído" o "tuve que cascármela luego de que te fueras".

Como he dicho, el paso del tiempo hace su trabajo y, así, las erecciones que al principio tratábamos de ocultar o de por lo menos, pasar por alto, pasaron a ser tema habitual de conversación durante nuestras "reuniones". Expresiones como "ya estoy empalmado", el hecho de enseñar sin pudor la "tienda de campaña" que formaban nuestras pollas en su estado máximo de erección o de directamente sobarnos y toquetearnos nuestros propios miembros mientras veíamos los vídeos se fueron haciendo comunes hasta el punto de que, en un momento dado, por comodidad, llegamos a la conclusión de que no pasaba nada por sacarlas un rato. Total, éramos tíos y ambos teníamos lo mismo entre las piernas y, además, ya estábamos más que acostumbrados a ver las pollas de los actores de los videos porno que veíamos.

Así llegó el día en que, luego de unos minutos de toqueteo, nuestros slips cayeron al suelo y nuestras pollas brotaron erguidas, duras como rocas. Obviamente las comparaciones no faltaron. Llegó la "medición" de rigor y demás observaciones que, lejos del pudor, dieron paso a nuevas dinámicas. Él la tenía un poco más larga y sus huevos colgaban más, yo la tenía un poco más gruesa; yo me dejaba el vello púbico que ya brotaba desde hace un tiempo mientras que él experimentaba con la depilación, al estilo de algunos de los protagonistas de los videos porno que veíamos.

Aquel día la paja no duró mucho. La novedad de la situación, los sonidos y las vistas hicieron su trabajo y yo fui el primero en sentir aquella indescriptible sensación que precede la eyaculación. "Me voy a correr ya" fue lo único que atiné a decir antes de que dos hilos gruesos de semen salieran disparados hacia la parte baja de mi abdomen, y otros más pequeños cayeran sobre mi pubis y mi mano. Todavía me estaba recuperando de los espasmos cuando, a mi lado, él emitió un gruñido gutural y se corrió de igual manera. No era la primera vez que veía una polla eyacular, pero sí era la primera vez que lo veía en vivo y en directo, y con tal cercanía.

Luego de unos segundos de silencio y con nuestras pollas aún palpitantes mi primo soltó un simple "Joder...", a lo que yo respondí con una risa nasal. Se puso de pie y de uno de los cajones de su armario sacó dos toallas. Me lanzó una y, con toda la normalidad del mundo, comenzó a limpiarse los restos de lefa. He de admitir que me quedé mirando un par de segundos, pues la situación era tremendamente morbosa. Después me puse a lo mismo, nos vestimos y yo me fui a casa con la promesa de repetir aquello.

A partir de entonces, la dinámica se estableció más o menos así: yo iba a su casa, nos quedábamos un rato haciendo el tonto en la Xbox para que sus padres (mis tíos) no sospecharan y luego de un rato cerrábamos la puerta con pestillo y nos poníamos a lo nuestro. Ya no esperábamos a empalmarnos para sacarnos las pollas, sino que directamente después de cerrar la puerta nos quitábamos la ropa y nos quedábamos desnudos mientras buscábamos los vídeos para pajearnos, hablábamos de tías y demás hasta corrernos.

Obviamente, llegados a este punto ya no había pudor de ningún tipo. Nos mirábamos abiertamente y hasta lo buscábamos. Nos "llamábamos" el uno al otro para enseñarnos lo cachondos que estábamos. Por ejemplo, diciéndonos "mira, mira..." y acto seguido, dar un par de golpes con la polla sobre el muslo para hacerla sonar y que se viera lo dura que estaba o, en otras ocasiones, descubrir el glande para que se viera bien como se ponía de rojo e hinchado luego de llevar ya un rato cascándonosla. O apretando un poco el mismo prepucio para que saliera líquido preseminal y que chorreara un poco.

El siguiente paso lo dimos mientras veíamos un gangbang, si mal no recuerdo. Una escena de dp. El contexto similar al que ya describí antes. Habitación de mi primo, ambos desnudos, viendo porno y cascándonosla como monos. Lo que sucedió fue que, mientras veíamos y comentábamos aquella escena, surgió una duda, una curiosidad. "¿cómo se ha de sentir meter dos pollas a la vez por el mismo orificio?"

Mientras seguíamos pajeandonos, comenzamos a teorizar y a charlar en torno a ello hasta que me atreví a proponer que lo probáramos. “¿probar qué?” respondió él. “Pues eso, las dos pollas a la vez” dije yo, como si fuera lo más normal del mundo. “¿T e mola eso?” preguntó mi primo de nuevo. Yo me encogí de hombros, “Por probar”. Se quedó en silencio por un segundo y asintió, “Vale, ¿pero cómo lo hacemos?”.

Nos miramos y nos pusimos de pie, frente a frente. Inevitablemente mis ojos se fueron hasta su entrepierna, allí donde su polla erecta apuntaba directo a la mía. Yo fui el primero en acercarme, apenas un paso, luego él se atrevió a dar otro y nuestros miembros se rozaron por primera vez. Ambos soltamos una risa suave. Yo moví un poco la cadera, propiciando más el roce y aquellas placenteras y electrizantes sensaciones.

Después de algunos contoneos más, nos pusimos a lo que íbamos. Me lancé y cogí mi polla con una mano y con la otra la de mi primo para juntarlas aún más. Nuestros glandes se tocaron y ambos resoplamos. Ambos miramos hacia abajo y nos encontramos con una imagen difícil de olvidar compuesta por la piel húmeda, tensa y enrojecida de nuestras pollas una junto a la otra.

Ya preparados, cogí ambas pollas con una sola mano, aumentando la presión y el calor que se sentía en aquella zona. “Dios…” resopló él. Con un par dé apretones más empecé a bajar y subir lentamente y casi que de forma automática mi primo comenzó a mover y a empujar con la cadera, como si estuviera “follando”. Yo hice lo mismo, acompasando los empujones con los movimientos de mi mano.

No duramos mucho. La presión, el roce piel con piel, la humedad que se acumulaba en aquella zona hicieron que el orgasmo fuera prácticamente inevitable. Él se corrió primero. Su respiración se hizo más pesada y yo empecé a sentir como su polla se endurecía un poco más en mi mano. De un momento a otro, soltó un gemido gutural que vino acompañado de varios chorros de semen, que salieron disparados de su polla y cayeron sobre la mía y mi mano.

Habría pasado apenas medio segundo cuando yo, espoleado por aquella morbosa estampa, sentí la misma sensación incontenible y, aguantando la respiración, dejé salir otra generosa cantidad de semen que terminó de salpicar ambas pollas y parte de nuestro abdomen. Lentamente disminuí la presión que mantenía juntos nuestros miembros y los solté. Nos quedamos así por unos segundos, todavía con la respiración algo agitada, frente a frente observando el resultado de nuestra experimentación.

Mi primo se dejó caer de nuevo sobre la silla frente al ordenador, en el que todavía se reproducían los momentos finales de la escena que desencadenó todo. Yo le seguí instantes después. “Mola o qué?” Le pregunté. “Joder…” soltó resoplando “Ha sido brutal, tío”. Nos reímos y nos pusimos, igual que siempre, a limpiar el desastre que habíamos montado.

Y bueno, creo que con esto termino, que se me ha ido un poco de las manos con la extensión. A ver si luego os cuento más experiencias y cosas que hemos hecho mi primo y yo.​
 
Bueno, pues he descubierto este foro hace un tiempo y me he animado a crearme una cuenta para contaros mis experiencias relacionadas con este tema.

Las mías tienen lugar, como las de muchos de vosotros, por esos años en los que los tíos comenzamos a descubrir nuestra sexualidad y a explorar y experimentar con nuestro cuerpo. Yo tenía la desgracia, o la fortuna, según se mire, de ser el más joven de todos los primos. Tan joven, que la diferencia de edad, en promedio, con el resto de mis primos era de entre 8 a 10 años. Con todos, excepto con uno, el cual tenía mí misma edad por apenas unos meses de diferencia. Obviamente, esto hizo que nos hiciéramos muy cercanos y que, juntos, fuéramos pasando y "transitando" por las distintas etapas de nuestra vida. Etapas que, inevitablemente, también tuvieron que ver con nuestro despertar sexual.

Así, las conversaciones sobre las "tías buenas" de la clase, las vecinas, famosillas de la tele, modelos y, obviamente, sobre pornografía comenzaron a fluir y se hicieron muy normales. Para que os hagáis una idea, ambos somos generación Z, así que crecimos haciendo uso del internet y las redes sociales desde muy jóvenes, por lo tanto, nuestro chat personal era un campo sembrado de fotos de tías, links a videos porno y demás cosas. Inevitablemente las simples conversaciones fueron subiendo de tono. Ya no bastaba con la mera mención de lo buena que estaba tal chica o de las tetas de tal presentadora.

Entonces, las visitas a casa del primo se volvieron la oportunidad perfecta para ponernos en el ordenador y visualizar los videos porno que se iban publicando y subiendo a nuestras páginas de confianza. Las primeras veces había, naturalmente, un poco de corte y hasta vergüenza pero, a medida que pasaba el tiempo la situación se hizo natural. Al principio no hacíamos nada allí mismo, sino que lo hacíamos después, por separado. Nos poníamos cachondos viendo porno y luego, cuando yo volvía a casa, cada uno se masturbaba y lo comentábamos por el chat. Algo como "menudo pajote ha caído" o "tuve que cascármela luego de que te fueras".

Como he dicho, el paso del tiempo hace su trabajo y, así, las erecciones que al principio tratábamos de ocultar o de por lo menos, pasar por alto, pasaron a ser tema habitual de conversación durante nuestras "reuniones". Expresiones como "ya estoy empalmado", el hecho de enseñar sin pudor la "tienda de campaña" que formaban nuestras pollas en su estado máximo de erección o de directamente sobarnos y toquetearnos nuestros propios miembros mientras veíamos los vídeos se fueron haciendo comunes hasta el punto de que, en un momento dado, por comodidad, llegamos a la conclusión de que no pasaba nada por sacarlas un rato. Total, éramos tíos y ambos teníamos lo mismo entre las piernas y, además, ya estábamos más que acostumbrados a ver las pollas de los actores de los videos porno que veíamos.

Así llegó el día en que, luego de unos minutos de toqueteo, nuestros slips cayeron al suelo y nuestras pollas brotaron erguidas, duras como rocas. Obviamente las comparaciones no faltaron. Llegó la "medición" de rigor y demás observaciones que, lejos del pudor, dieron paso a nuevas dinámicas. Él la tenía un poco más larga y sus huevos colgaban más, yo la tenía un poco más gruesa; yo me dejaba el vello púbico que ya brotaba desde hace un tiempo mientras que él experimentaba con la depilación, al estilo de algunos de los protagonistas de los videos porno que veíamos.

Aquel día la paja no duró mucho. La novedad de la situación, los sonidos y las vistas hicieron su trabajo y yo fui el primero en sentir aquella indescriptible sensación que precede la eyaculación. "Me voy a correr ya" fue lo único que atiné a decir antes de que dos hilos gruesos de semen salieran disparados hacia la parte baja de mi abdomen, y otros más pequeños cayeran sobre mi pubis y mi mano. Todavía me estaba recuperando de los espasmos cuando, a mi lado, él emitió un gruñido gutural y se corrió de igual manera. No era la primera vez que veía una polla eyacular, pero sí era la primera vez que lo veía en vivo y en directo, y con tal cercanía.

Luego de unos segundos de silencio y con nuestras pollas aún palpitantes mi primo soltó un simple "Joder...", a lo que yo respondí con una risa nasal. Se puso de pie y de uno de los cajones de su armario sacó dos toallas. Me lanzó una y, con toda la normalidad del mundo, comenzó a limpiarse los restos de lefa. He de admitir que me quedé mirando un par de segundos, pues la situación era tremendamente morbosa. Después me puse a lo mismo, nos vestimos y yo me fui a casa con la promesa de repetir aquello.

A partir de entonces, la dinámica se estableció más o menos así: yo iba a su casa, nos quedábamos un rato haciendo el tonto en la Xbox para que sus padres (mis tíos) no sospecharan y luego de un rato cerrábamos la puerta con pestillo y nos poníamos a lo nuestro. Ya no esperábamos a empalmarnos para sacarnos las pollas, sino que directamente después de cerrar la puerta nos quitábamos la ropa y nos quedábamos desnudos mientras buscábamos los vídeos para pajearnos, hablábamos de tías y demás hasta corrernos.

Obviamente, llegados a este punto ya no había pudor de ningún tipo. Nos mirábamos abiertamente y hasta lo buscábamos. Nos "llamábamos" el uno al otro para enseñarnos lo cachondos que estábamos. Por ejemplo, diciéndonos "mira, mira..." y acto seguido, dar un par de golpes con la polla sobre el muslo para hacerla sonar y que se viera lo dura que estaba o, en otras ocasiones, descubrir el glande para que se viera bien como se ponía de rojo e hinchado luego de llevar ya un rato cascándonosla. O apretando un poco el mismo prepucio para que saliera líquido preseminal y que chorreara un poco.

El siguiente paso lo dimos mientras veíamos un gangbang, si mal no recuerdo. Una escena de dp. El contexto similar al que ya describí antes. Habitación de mi primo, ambos desnudos, viendo porno y cascándonosla como monos. Lo que sucedió fue que, mientras veíamos y comentábamos aquella escena, surgió una duda, una curiosidad. "¿cómo se ha de sentir meter dos pollas a la vez por el mismo orificio?"

Mientras seguíamos pajeandonos, comenzamos a teorizar y a charlar en torno a ello hasta que me atreví a proponer que lo probáramos. “¿probar qué?” respondió él. “Pues eso, las dos pollas a la vez” dije yo, como si fuera lo más normal del mundo. “¿T e mola eso?” preguntó mi primo de nuevo. Yo me encogí de hombros, “Por probar”. Se quedó en silencio por un segundo y asintió, “Vale, ¿pero cómo lo hacemos?”.

Nos miramos y nos pusimos de pie, frente a frente. Inevitablemente mis ojos se fueron hasta su entrepierna, allí donde su polla erecta apuntaba directo a la mía. Yo fui el primero en acercarme, apenas un paso, luego él se atrevió a dar otro y nuestros miembros se rozaron por primera vez. Ambos soltamos una risa suave. Yo moví un poco la cadera, propiciando más el roce y aquellas placenteras y electrizantes sensaciones.

Después de algunos contoneos más, nos pusimos a lo que íbamos. Me lancé y cogí mi polla con una mano y con la otra la de mi primo para juntarlas aún más. Nuestros glandes se tocaron y ambos resoplamos. Ambos miramos hacia abajo y nos encontramos con una imagen difícil de olvidar compuesta por la piel húmeda, tensa y enrojecida de nuestras pollas una junto a la otra.

Ya preparados, cogí ambas pollas con una sola mano, aumentando la presión y el calor que se sentía en aquella zona. “Dios…” resopló él. Con un par dé apretones más empecé a bajar y subir lentamente y casi que de forma automática mi primo comenzó a mover y a empujar con la cadera, como si estuviera “follando”. Yo hice lo mismo, acompasando los empujones con los movimientos de mi mano.

No duramos mucho. La presión, el roce piel con piel, la humedad que se acumulaba en aquella zona hicieron que el orgasmo fuera prácticamente inevitable. Él se corrió primero. Su respiración se hizo más pesada y yo empecé a sentir como su polla se endurecía un poco más en mi mano. De un momento a otro, soltó un gemido gutural que vino acompañado de varios chorros de semen, que salieron disparados de su polla y cayeron sobre la mía y mi mano.

Habría pasado apenas medio segundo cuando yo, espoleado por aquella morbosa estampa, sentí la misma sensación incontenible y, aguantando la respiración, dejé salir otra generosa cantidad de semen que terminó de salpicar ambas pollas y parte de nuestro abdomen. Lentamente disminuí la presión que mantenía juntos nuestros miembros y los solté. Nos quedamos así por unos segundos, todavía con la respiración algo agitada, frente a frente observando el resultado de nuestra experimentación.

Mi primo se dejó caer de nuevo sobre la silla frente al ordenador, en el que todavía se reproducían los momentos finales de la escena que desencadenó todo. Yo le seguí instantes después. “Mola o qué?” Le pregunté. “Joder…” soltó resoplando “Ha sido brutal, tío”. Nos reímos y nos pusimos, igual que siempre, a limpiar el desastre que habíamos montado.

Y bueno, creo que con esto termino, que se me ha ido un poco de las manos con la extensión. A ver si luego os cuento más experiencias y cosas que hemos hecho mi primo y yo.​
Historias de muchos de nosotros que compartimos pajas con primos y colegas; buen relato, intensa experiencia
 
O hacerlo ya de treintañeros, cuando empiezan las quedadas con tu compañero de curro que resulta ser un pajero como tú y se convierte en tu nuevo colega de pajas :D
Y créeme que aunque suene a locura, los colegas de pajas treintañeros son más fáciles de conseguir de lo que podemos pensar... Solo hay que echarle cara al asunto jejejej
 
Bueno, pues he descubierto este foro hace un tiempo y me he animado a crearme una cuenta para contaros mis experiencias relacionadas con este tema.

Las mías tienen lugar, como las de muchos de vosotros, por esos años en los que los tíos comenzamos a descubrir nuestra sexualidad y a explorar y experimentar con nuestro cuerpo. Yo tenía la desgracia, o la fortuna, según se mire, de ser el más joven de todos los primos. Tan joven, que la diferencia de edad, en promedio, con el resto de mis primos era de entre 8 a 10 años. Con todos, excepto con uno, el cual tenía mí misma edad por apenas unos meses de diferencia. Obviamente, esto hizo que nos hiciéramos muy cercanos y que, juntos, fuéramos pasando y "transitando" por las distintas etapas de nuestra vida. Etapas que, inevitablemente, también tuvieron que ver con nuestro despertar sexual.

Así, las conversaciones sobre las "tías buenas" de la clase, las vecinas, famosillas de la tele, modelos y, obviamente, sobre pornografía comenzaron a fluir y se hicieron muy normales. Para que os hagáis una idea, ambos somos generación Z, así que crecimos haciendo uso del internet y las redes sociales desde muy jóvenes, por lo tanto, nuestro chat personal era un campo sembrado de fotos de tías, links a videos porno y demás cosas. Inevitablemente las simples conversaciones fueron subiendo de tono. Ya no bastaba con la mera mención de lo buena que estaba tal chica o de las tetas de tal presentadora.

Entonces, las visitas a casa del primo se volvieron la oportunidad perfecta para ponernos en el ordenador y visualizar los videos porno que se iban publicando y subiendo a nuestras páginas de confianza. Las primeras veces había, naturalmente, un poco de corte y hasta vergüenza pero, a medida que pasaba el tiempo la situación se hizo natural. Al principio no hacíamos nada allí mismo, sino que lo hacíamos después, por separado. Nos poníamos cachondos viendo porno y luego, cuando yo volvía a casa, cada uno se masturbaba y lo comentábamos por el chat. Algo como "menudo pajote ha caído" o "tuve que cascármela luego de que te fueras".

Como he dicho, el paso del tiempo hace su trabajo y, así, las erecciones que al principio tratábamos de ocultar o de por lo menos, pasar por alto, pasaron a ser tema habitual de conversación durante nuestras "reuniones". Expresiones como "ya estoy empalmado", el hecho de enseñar sin pudor la "tienda de campaña" que formaban nuestras pollas en su estado máximo de erección o de directamente sobarnos y toquetearnos nuestros propios miembros mientras veíamos los vídeos se fueron haciendo comunes hasta el punto de que, en un momento dado, por comodidad, llegamos a la conclusión de que no pasaba nada por sacarlas un rato. Total, éramos tíos y ambos teníamos lo mismo entre las piernas y, además, ya estábamos más que acostumbrados a ver las pollas de los actores de los videos porno que veíamos.

Así llegó el día en que, luego de unos minutos de toqueteo, nuestros slips cayeron al suelo y nuestras pollas brotaron erguidas, duras como rocas. Obviamente las comparaciones no faltaron. Llegó la "medición" de rigor y demás observaciones que, lejos del pudor, dieron paso a nuevas dinámicas. Él la tenía un poco más larga y sus huevos colgaban más, yo la tenía un poco más gruesa; yo me dejaba el vello púbico que ya brotaba desde hace un tiempo mientras que él experimentaba con la depilación, al estilo de algunos de los protagonistas de los videos porno que veíamos.

Aquel día la paja no duró mucho. La novedad de la situación, los sonidos y las vistas hicieron su trabajo y yo fui el primero en sentir aquella indescriptible sensación que precede la eyaculación. "Me voy a correr ya" fue lo único que atiné a decir antes de que dos hilos gruesos de semen salieran disparados hacia la parte baja de mi abdomen, y otros más pequeños cayeran sobre mi pubis y mi mano. Todavía me estaba recuperando de los espasmos cuando, a mi lado, él emitió un gruñido gutural y se corrió de igual manera. No era la primera vez que veía una polla eyacular, pero sí era la primera vez que lo veía en vivo y en directo, y con tal cercanía.

Luego de unos segundos de silencio y con nuestras pollas aún palpitantes mi primo soltó un simple "Joder...", a lo que yo respondí con una risa nasal. Se puso de pie y de uno de los cajones de su armario sacó dos toallas. Me lanzó una y, con toda la normalidad del mundo, comenzó a limpiarse los restos de lefa. He de admitir que me quedé mirando un par de segundos, pues la situación era tremendamente morbosa. Después me puse a lo mismo, nos vestimos y yo me fui a casa con la promesa de repetir aquello.

A partir de entonces, la dinámica se estableció más o menos así: yo iba a su casa, nos quedábamos un rato haciendo el tonto en la Xbox para que sus padres (mis tíos) no sospecharan y luego de un rato cerrábamos la puerta con pestillo y nos poníamos a lo nuestro. Ya no esperábamos a empalmarnos para sacarnos las pollas, sino que directamente después de cerrar la puerta nos quitábamos la ropa y nos quedábamos desnudos mientras buscábamos los vídeos para pajearnos, hablábamos de tías y demás hasta corrernos.

Obviamente, llegados a este punto ya no había pudor de ningún tipo. Nos mirábamos abiertamente y hasta lo buscábamos. Nos "llamábamos" el uno al otro para enseñarnos lo cachondos que estábamos. Por ejemplo, diciéndonos "mira, mira..." y acto seguido, dar un par de golpes con la polla sobre el muslo para hacerla sonar y que se viera lo dura que estaba o, en otras ocasiones, descubrir el glande para que se viera bien como se ponía de rojo e hinchado luego de llevar ya un rato cascándonosla. O apretando un poco el mismo prepucio para que saliera líquido preseminal y que chorreara un poco.

El siguiente paso lo dimos mientras veíamos un gangbang, si mal no recuerdo. Una escena de dp. El contexto similar al que ya describí antes. Habitación de mi primo, ambos desnudos, viendo porno y cascándonosla como monos. Lo que sucedió fue que, mientras veíamos y comentábamos aquella escena, surgió una duda, una curiosidad. "¿cómo se ha de sentir meter dos pollas a la vez por el mismo orificio?"

Mientras seguíamos pajeandonos, comenzamos a teorizar y a charlar en torno a ello hasta que me atreví a proponer que lo probáramos. “¿probar qué?” respondió él. “Pues eso, las dos pollas a la vez” dije yo, como si fuera lo más normal del mundo. “¿T e mola eso?” preguntó mi primo de nuevo. Yo me encogí de hombros, “Por probar”. Se quedó en silencio por un segundo y asintió, “Vale, ¿pero cómo lo hacemos?”.

Nos miramos y nos pusimos de pie, frente a frente. Inevitablemente mis ojos se fueron hasta su entrepierna, allí donde su polla erecta apuntaba directo a la mía. Yo fui el primero en acercarme, apenas un paso, luego él se atrevió a dar otro y nuestros miembros se rozaron por primera vez. Ambos soltamos una risa suave. Yo moví un poco la cadera, propiciando más el roce y aquellas placenteras y electrizantes sensaciones.

Después de algunos contoneos más, nos pusimos a lo que íbamos. Me lancé y cogí mi polla con una mano y con la otra la de mi primo para juntarlas aún más. Nuestros glandes se tocaron y ambos resoplamos. Ambos miramos hacia abajo y nos encontramos con una imagen difícil de olvidar compuesta por la piel húmeda, tensa y enrojecida de nuestras pollas una junto a la otra.

Ya preparados, cogí ambas pollas con una sola mano, aumentando la presión y el calor que se sentía en aquella zona. “Dios…” resopló él. Con un par dé apretones más empecé a bajar y subir lentamente y casi que de forma automática mi primo comenzó a mover y a empujar con la cadera, como si estuviera “follando”. Yo hice lo mismo, acompasando los empujones con los movimientos de mi mano.

No duramos mucho. La presión, el roce piel con piel, la humedad que se acumulaba en aquella zona hicieron que el orgasmo fuera prácticamente inevitable. Él se corrió primero. Su respiración se hizo más pesada y yo empecé a sentir como su polla se endurecía un poco más en mi mano. De un momento a otro, soltó un gemido gutural que vino acompañado de varios chorros de semen, que salieron disparados de su polla y cayeron sobre la mía y mi mano.

Habría pasado apenas medio segundo cuando yo, espoleado por aquella morbosa estampa, sentí la misma sensación incontenible y, aguantando la respiración, dejé salir otra generosa cantidad de semen que terminó de salpicar ambas pollas y parte de nuestro abdomen. Lentamente disminuí la presión que mantenía juntos nuestros miembros y los solté. Nos quedamos así por unos segundos, todavía con la respiración algo agitada, frente a frente observando el resultado de nuestra experimentación.

Mi primo se dejó caer de nuevo sobre la silla frente al ordenador, en el que todavía se reproducían los momentos finales de la escena que desencadenó todo. Yo le seguí instantes después. “Mola o qué?” Le pregunté. “Joder…” soltó resoplando “Ha sido brutal, tío”. Nos reímos y nos pusimos, igual que siempre, a limpiar el desastre que habíamos montado.

Y bueno, creo que con esto termino, que se me ha ido un poco de las manos con la extensión. A ver si luego os cuento más experiencias y cosas que hemos hecho mi primo y yo.​
Que buen relato. 👍🏻👍🏻👍🏻
Sigue contando y no te preocupes por la duración de las historias, da gusto leer algo que no son solo tres líneas escritas a toda leche y que además ayuda a darse unos cuantos meneos...💦💦
 
Bueno, pues he descubierto este foro hace un tiempo y me he animado a crearme una cuenta para contaros mis experiencias relacionadas con este tema.

Las mías tienen lugar, como las de muchos de vosotros, por esos años en los que los tíos comenzamos a descubrir nuestra sexualidad y a explorar y experimentar con nuestro cuerpo. Yo tenía la desgracia, o la fortuna, según se mire, de ser el más joven de todos los primos. Tan joven, que la diferencia de edad, en promedio, con el resto de mis primos era de entre 8 a 10 años. Con todos, excepto con uno, el cual tenía mí misma edad por apenas unos meses de diferencia. Obviamente, esto hizo que nos hiciéramos muy cercanos y que, juntos, fuéramos pasando y "transitando" por las distintas etapas de nuestra vida. Etapas que, inevitablemente, también tuvieron que ver con nuestro despertar sexual.

Así, las conversaciones sobre las "tías buenas" de la clase, las vecinas, famosillas de la tele, modelos y, obviamente, sobre pornografía comenzaron a fluir y se hicieron muy normales. Para que os hagáis una idea, ambos somos generación Z, así que crecimos haciendo uso del internet y las redes sociales desde muy jóvenes, por lo tanto, nuestro chat personal era un campo sembrado de fotos de tías, links a videos porno y demás cosas. Inevitablemente las simples conversaciones fueron subiendo de tono. Ya no bastaba con la mera mención de lo buena que estaba tal chica o de las tetas de tal presentadora.

Entonces, las visitas a casa del primo se volvieron la oportunidad perfecta para ponernos en el ordenador y visualizar los videos porno que se iban publicando y subiendo a nuestras páginas de confianza. Las primeras veces había, naturalmente, un poco de corte y hasta vergüenza pero, a medida que pasaba el tiempo la situación se hizo natural. Al principio no hacíamos nada allí mismo, sino que lo hacíamos después, por separado. Nos poníamos cachondos viendo porno y luego, cuando yo volvía a casa, cada uno se masturbaba y lo comentábamos por el chat. Algo como "menudo pajote ha caído" o "tuve que cascármela luego de que te fueras".

Como he dicho, el paso del tiempo hace su trabajo y, así, las erecciones que al principio tratábamos de ocultar o de por lo menos, pasar por alto, pasaron a ser tema habitual de conversación durante nuestras "reuniones". Expresiones como "ya estoy empalmado", el hecho de enseñar sin pudor la "tienda de campaña" que formaban nuestras pollas en su estado máximo de erección o de directamente sobarnos y toquetearnos nuestros propios miembros mientras veíamos los vídeos se fueron haciendo comunes hasta el punto de que, en un momento dado, por comodidad, llegamos a la conclusión de que no pasaba nada por sacarlas un rato. Total, éramos tíos y ambos teníamos lo mismo entre las piernas y, además, ya estábamos más que acostumbrados a ver las pollas de los actores de los videos porno que veíamos.

Así llegó el día en que, luego de unos minutos de toqueteo, nuestros slips cayeron al suelo y nuestras pollas brotaron erguidas, duras como rocas. Obviamente las comparaciones no faltaron. Llegó la "medición" de rigor y demás observaciones que, lejos del pudor, dieron paso a nuevas dinámicas. Él la tenía un poco más larga y sus huevos colgaban más, yo la tenía un poco más gruesa; yo me dejaba el vello púbico que ya brotaba desde hace un tiempo mientras que él experimentaba con la depilación, al estilo de algunos de los protagonistas de los videos porno que veíamos.

Aquel día la paja no duró mucho. La novedad de la situación, los sonidos y las vistas hicieron su trabajo y yo fui el primero en sentir aquella indescriptible sensación que precede la eyaculación. "Me voy a correr ya" fue lo único que atiné a decir antes de que dos hilos gruesos de semen salieran disparados hacia la parte baja de mi abdomen, y otros más pequeños cayeran sobre mi pubis y mi mano. Todavía me estaba recuperando de los espasmos cuando, a mi lado, él emitió un gruñido gutural y se corrió de igual manera. No era la primera vez que veía una polla eyacular, pero sí era la primera vez que lo veía en vivo y en directo, y con tal cercanía.

Luego de unos segundos de silencio y con nuestras pollas aún palpitantes mi primo soltó un simple "Joder...", a lo que yo respondí con una risa nasal. Se puso de pie y de uno de los cajones de su armario sacó dos toallas. Me lanzó una y, con toda la normalidad del mundo, comenzó a limpiarse los restos de lefa. He de admitir que me quedé mirando un par de segundos, pues la situación era tremendamente morbosa. Después me puse a lo mismo, nos vestimos y yo me fui a casa con la promesa de repetir aquello.

A partir de entonces, la dinámica se estableció más o menos así: yo iba a su casa, nos quedábamos un rato haciendo el tonto en la Xbox para que sus padres (mis tíos) no sospecharan y luego de un rato cerrábamos la puerta con pestillo y nos poníamos a lo nuestro. Ya no esperábamos a empalmarnos para sacarnos las pollas, sino que directamente después de cerrar la puerta nos quitábamos la ropa y nos quedábamos desnudos mientras buscábamos los vídeos para pajearnos, hablábamos de tías y demás hasta corrernos.

Obviamente, llegados a este punto ya no había pudor de ningún tipo. Nos mirábamos abiertamente y hasta lo buscábamos. Nos "llamábamos" el uno al otro para enseñarnos lo cachondos que estábamos. Por ejemplo, diciéndonos "mira, mira..." y acto seguido, dar un par de golpes con la polla sobre el muslo para hacerla sonar y que se viera lo dura que estaba o, en otras ocasiones, descubrir el glande para que se viera bien como se ponía de rojo e hinchado luego de llevar ya un rato cascándonosla. O apretando un poco el mismo prepucio para que saliera líquido preseminal y que chorreara un poco.

El siguiente paso lo dimos mientras veíamos un gangbang, si mal no recuerdo. Una escena de dp. El contexto similar al que ya describí antes. Habitación de mi primo, ambos desnudos, viendo porno y cascándonosla como monos. Lo que sucedió fue que, mientras veíamos y comentábamos aquella escena, surgió una duda, una curiosidad. "¿cómo se ha de sentir meter dos pollas a la vez por el mismo orificio?"

Mientras seguíamos pajeandonos, comenzamos a teorizar y a charlar en torno a ello hasta que me atreví a proponer que lo probáramos. “¿probar qué?” respondió él. “Pues eso, las dos pollas a la vez” dije yo, como si fuera lo más normal del mundo. “¿T e mola eso?” preguntó mi primo de nuevo. Yo me encogí de hombros, “Por probar”. Se quedó en silencio por un segundo y asintió, “Vale, ¿pero cómo lo hacemos?”.

Nos miramos y nos pusimos de pie, frente a frente. Inevitablemente mis ojos se fueron hasta su entrepierna, allí donde su polla erecta apuntaba directo a la mía. Yo fui el primero en acercarme, apenas un paso, luego él se atrevió a dar otro y nuestros miembros se rozaron por primera vez. Ambos soltamos una risa suave. Yo moví un poco la cadera, propiciando más el roce y aquellas placenteras y electrizantes sensaciones.

Después de algunos contoneos más, nos pusimos a lo que íbamos. Me lancé y cogí mi polla con una mano y con la otra la de mi primo para juntarlas aún más. Nuestros glandes se tocaron y ambos resoplamos. Ambos miramos hacia abajo y nos encontramos con una imagen difícil de olvidar compuesta por la piel húmeda, tensa y enrojecida de nuestras pollas una junto a la otra.

Ya preparados, cogí ambas pollas con una sola mano, aumentando la presión y el calor que se sentía en aquella zona. “Dios…” resopló él. Con un par dé apretones más empecé a bajar y subir lentamente y casi que de forma automática mi primo comenzó a mover y a empujar con la cadera, como si estuviera “follando”. Yo hice lo mismo, acompasando los empujones con los movimientos de mi mano.

No duramos mucho. La presión, el roce piel con piel, la humedad que se acumulaba en aquella zona hicieron que el orgasmo fuera prácticamente inevitable. Él se corrió primero. Su respiración se hizo más pesada y yo empecé a sentir como su polla se endurecía un poco más en mi mano. De un momento a otro, soltó un gemido gutural que vino acompañado de varios chorros de semen, que salieron disparados de su polla y cayeron sobre la mía y mi mano.

Habría pasado apenas medio segundo cuando yo, espoleado por aquella morbosa estampa, sentí la misma sensación incontenible y, aguantando la respiración, dejé salir otra generosa cantidad de semen que terminó de salpicar ambas pollas y parte de nuestro abdomen. Lentamente disminuí la presión que mantenía juntos nuestros miembros y los solté. Nos quedamos así por unos segundos, todavía con la respiración algo agitada, frente a frente observando el resultado de nuestra experimentación.

Mi primo se dejó caer de nuevo sobre la silla frente al ordenador, en el que todavía se reproducían los momentos finales de la escena que desencadenó todo. Yo le seguí instantes después. “Mola o qué?” Le pregunté. “Joder…” soltó resoplando “Ha sido brutal, tío”. Nos reímos y nos pusimos, igual que siempre, a limpiar el desastre que habíamos montado.

Y bueno, creo que con esto termino, que se me ha ido un poco de las manos con la extensión. A ver si luego os cuento más experiencias y cosas que hemos hecho mi primo y yo.​
Pero que locura y que bien escrito, sigue a tope
 

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