Partamos de la base, evidente, de que mi opinión se fundamenta en mis preferencias respecto a los relatos eróticos: me gustan las historias de infidelidades (tanto las que terminan con el triunfo del amor como las que finalizan con un recuento de cadáveres) con todo lo que ello conlleva de tensión, angustia, sospechas, miedos, odios, alivios, sometimientos, malentendidos, etc..., por lo que, por supuesto, lo que voy a comentar a continuación no pretende convencer a nadie, sólo expresar mis sensaciones.
Tengo todo lo que ha publicado Tanatos, por lo que se puede afirmar que soy un fiel seguidor de su obra, y lo cierto es que, para el tipo de literatura erótica que me gusta, las novelas "Jugando con fuego" y "La vanidad de Ana" son de mis preferidas del género (de hecho las releo con una cierta asiduidad), porque considero que tienen la dosis justa, equilibrada, de descripción y diálogo, con este último, además, aportando no sólo información, sino también morbo y sexualidad pura y dura.
Sin embargo, los otros dos relatos anteriores al de Inés Lizardi ("Esposos cornudos" y "5 horas con Alejandra"), me dejaron un regusto amargo (por no decir que supusieron una enorme decepción), porque adolecen, para mi gusto, de un exceso de descripción y una reducción al mínimo del aporte erótico de los diálogos, de esa capacidad para excitarte con una frase que caracteriza a los relatos que he indicado en el párrafo anterior.
Esto mismo, desgraciadamente, me ha pasado tanto con la primera como con la segunda parte de "Colegiala: el secreto de Inés Lizardi". Me ha llegado a aburrir tanta descripción y tanta falta de diálogo. Me ha quedado la impresión de que Tanatos ha optado (y tiene todo el derecho del mundo a hacerlo, faltaría más) por volcar la mayor parte de su inmensa creatividad en lo meramente descriptivo, que permite dar vueltas y vueltas sobre una simple sensación (por ejemplo, el olor del pelo, el brillo de la piel, la intensidad de una mirada...) llenando páginas y más páginas de un erotismo que a mí se me hace blando y que no provoca ninguna reacción ni en mi polla ni en mi estómago, hasta el punto de que he llegado a leer en diagonal páginas enteras, porque me resultaba tremendamente monótono.
He añorado la intensidad y el erotismo de las frases directas, de las palabras, a veces escupidas, a veces susurradas, con las que se entienden las personas, porque eso es, para mí, lo que más acerca los relatos a la vida real, ya que soy de la opinión de que el presente se construye con mucho de diálogo y algo de sensaciones, y sólo una vez que la acción ha finalizado, cuando estás fuera de la vorágine de lo que se ha hecho, es cuando puedes recuperar esas sensaciones, olores, tactos, sabores... y analizarlos, desmenuzarlos y sublimarlos hasta, incluso, hacerlos irreconocibles en relación a lo que realmente ocurrió.
Quizá, por eso, esta serie de Inés Lizardi me ha dejado frío, porque no he podido ponerme en la situación de alguien que es capaz de analizar tanto, en tiempo real, las cosas que van ocurriendo, lo que ha hecho que no me llegara a lo más hondo lo que estaba leyendo, sino que, al contrario, me resultara insulso, casi superficial e innecesario mucho de su contenido.
Estoy seguro de que leeré la siguiente obra de Tanatos, porque conservo la esperanza de que quien fue capaz de atraparme en otras ocasiones, pueda hacerlo de nuevo, pero, al igual que pasa con algunas historias de infidelidades, donde la parte engañada, en algún momento, siente desaparecer aquello que lo unía a la parte infiel y, sin acritud y sin rencor, la hace desaparecer de su vida, si su evolución como escritor sigue ese mismo camino, sé que en algún momento desaparecerá la ilusión con la que recibo cada nuevo relato, y buscaré otras orillas donde la hierba sea más verde, recordando y agradeciendo los buenos momentos pasados.