Después de cenar, decidimos ir a tomar una copa. Debido a las hormonas, sudaba mucho cuando hacía calor. Mi esposo me sugirió que saliera sola, así que alguien se ofreció a acompañarme. Javier y yo nos fuimos juntos y él mencionó que necesitaba recoger algo del coche.
Caminamos un rato por las calles y, en un momento dado, se detuvo y me dijo que quería estar un rato a solas. Me llevó a un lugar discreto junto a una pared, cerca de la entrada de un estacionamiento, y comenzó a besarme en el cuello. Le dije que sudaba mucho y él respondió: "Me encanta cómo hueles". Luego, pasó a besarme en la oreja, lo cual resultó ser mi punto débil.
Su forma de besar era simplemente increíble, movía su lengua de manera experta y jugaba con mi piercing de la boca, lo que me puso aún más cachonda. Continuamos besándonos apasionadamente, y nuestras manos comenzaron a explorar. Pude sentir su erección, dura como una roca, y le guié una de sus manos hacia mi entrepierna. Subió mi vestido y deslizó su mano por debajo de mi ropa interior, mientras yo gemía de placer.
Perdí la noción de la realidad y, en un momento de pasión, bajé la cremallera de su pantalón y comencé a masturbarlo, al mismo tiempo que él hacía lo mismo conmigo. Alcanzamos el orgasmo juntos, y él se corrió manchando su pantalón y mi vestido. Luego, me llevé los dedos llenos de su esperma a la boca, lo que nos puso aún más cachondos.
Nos arreglamos y volvimos a la fiesta sin decir nada, pero antes de entrar, nos dimos otro apasionado beso.