San Vicente del Raspeig. Verano en el infierno.

El colchón hundido crujía bajo mis caderas. El calor dentro de esa casa medio derruida era espeso, como si el aire también sudara.
Me quité la camiseta despacio. Mojada. Pegajosa. Y luego el sujetador. Lo solté a un lado como si no valiera nada.
Las tetas cayeron libres, sudadas, con los pezones duros por la mezcla de vergüenza, control y esa puta tensión que ya me latía en el coño.
—Ahora vosotros —les dije—. Quitáos las camisetas. Estáis chorreando.
Los dos obedecieron como cachorros entrenados. El gordo con esfuerzo, la tela se le pegaba al cuerpo. El primo más rápido, aunque se le resbalaban las gafas cada dos segundos.
Y ahí estábamos.
Los tres medio desnudos, en un colchón sucio, en una casa abandonada…
y con dos pollas empalmadas a cada lado que me miraban más que ellos.
—Podéis tocar. Solo las tetas.
Y si hacéis una gilipollez… os quedáis sin nada.
Se acercaron con esas manos torpes, nerviosas, como si estuvieran tocando oro o dinamita. El primo fue el primero en rozarme un pezón con la yema del dedo. Luego con la mano entera. Me apretó suave, temblando. Y yo gemí. No de placer… de morbo retorcido.
El otro masajeaba el otro pecho con torpeza. Me los manoseaban como si fueran los primeros de su vida. Y lo eran.
Me hacían sentir sucia. Poderosa. Cansada y viva al mismo tiempo.
El primo se envalentonó. Me miró. No pedí permiso.
Simplemente… metió la lengua y me chupó el pezón.
Su boca era húmeda, ansiosa. Lo succionaba como si quisiera que le saliera algo.
El otro lo imitó, pero peor. Con la baba cayéndole por la comisura, con ruido. Pero yo… no dije nada. Porque verlos ahí, babeando, empalmados, adorando mis tetas como si fueran diosas de piedra… me mojaba.
Y entonces cerré los ojos.
Y me dejé hacer un poco más.
Porque ese día… no me apetecía pensar.
Solo mandar. Y que me chuparan entera si hacía falta.
Se pone la cosa interesante....

Saludos desde el infierno.😂
 
El primo seguía con mi pezón en la boca como si fuera un caramelo que no quería soltar. La lengua le temblaba. La succión era torpe, desordenada, pero joder… había algo en eso que me hacía apretar las piernas sin darme cuenta.
Y fue entonces cuando noté la mano del gafas.
Torpe. Ansiosa.
Metiéndome mano por debajo del pecho, subiendo por la costilla, bajando hacia el vientre…
Y ahí la notó. Mi vagina, peluda, sudada, apretada contra las mallas.
No dije nada. Solo lo miré.
Él me sostenía la mirada pero tragaba saliva como si se hubiera comido una bola de pan sin agua.
Y sin que yo lo pidiera, ambos empezaron a tocarse con la otra mano.
Uno se pajeaba lento, mirando mis tetas como si fuesen un altar. El otro más rápido, con la respiración ya rota, como si no pudiera creerse lo que estaba pasando.
El aire estaba denso. Olor a cuerpo, a piedra caliente, a polla desesperada y a mi coño cubierto de pelo, caliente, mojado y latiendo sin ser tocado.
 
Me bajé las mallas despacio. No por sensualidad. Por puro calor, por puro ya basta.
Se me pegaron a los muslos, se resistieron un poco, húmedas de sudor, de cuerpo, de esa mezcla de abandono y morbo que tenía encima desde hacía días.
Las dejé a la altura de las rodillas. Ni me molesté en quitarlas del todo.
Las bragas, igual. A un lado, húmedas, oscuras por el roce, por lo que estaba pasando dentro de mí aunque yo no lo dijera en voz alta.
Y entonces, el primo se movió.
Ya no temblaba igual.
Había algo en su forma de acercarse que no era solo torpeza. Era hambre. Era miedo y deseo bailando juntos.
Se colocó entre mis piernas.
Yo seguía tumbada. Las tetas al aire. El cuerpo brillando.
Le sostuve la mirada.
No dije que sí.
No dije que no.
Y él… entendió.
La noté.
La presión.
La punta buscándome.
El roce húmedo, caliente, nuevo.
No era una entrada triunfal.
Era un intento. Una súplica con el cuerpo.
Mi respiración cambió.
No por placer aún…
Por el momento. Por el salto. Por saber que esa era su primera vez, y yo estaba ahí, con el coño expuesto, el pecho suelto, y el poder sin moverse.
Sus manos me agarraron las caderas. Torpes. Firmes.
Empujó.
Una vez. Dos.
Y entre sus jadeos y mi cuerpo tenso, ocurrió eso que no hace falta describir… porque lo sentí por dentro.
No le dije nada.
Solo le apreté la nuca.
Y dejé que lo viviera.
Que entendiera lo que era entrar en una mujer… con respeto, con torpeza, con sudor…
 
Me bajé las mallas despacio. No por sensualidad. Por puro calor, por puro ya basta.
Se me pegaron a los muslos, se resistieron un poco, húmedas de sudor, de cuerpo, de esa mezcla de abandono y morbo que tenía encima desde hacía días.
Las dejé a la altura de las rodillas. Ni me molesté en quitarlas del todo.
Las bragas, igual. A un lado, húmedas, oscuras por el roce, por lo que estaba pasando dentro de mí aunque yo no lo dijera en voz alta.
Y entonces, el primo se movió.
Ya no temblaba igual.
Había algo en su forma de acercarse que no era solo torpeza. Era hambre. Era miedo y deseo bailando juntos.
Se colocó entre mis piernas.
Yo seguía tumbada. Las tetas al aire. El cuerpo brillando.
Le sostuve la mirada.
No dije que sí.
No dije que no.
Y él… entendió.
La noté.
La presión.
La punta buscándome.
El roce húmedo, caliente, nuevo.
No era una entrada triunfal.
Era un intento. Una súplica con el cuerpo.
Mi respiración cambió.
No por placer aún…
Por el momento. Por el salto. Por saber que esa era su primera vez, y yo estaba ahí, con el coño expuesto, el pecho suelto, y el poder sin moverse.
Sus manos me agarraron las caderas. Torpes. Firmes.
Empujó.
Una vez. Dos.
Y entre sus jadeos y mi cuerpo tenso, ocurrió eso que no hace falta describir… porque lo sentí por dentro.
No le dije nada.
Solo le apreté la nuca.
Y dejé que lo viviera.
Que entendiera lo que era entrar en una mujer… con respeto, con torpeza, con sudor…
Mmmmm brutal mmmmmm
 
Aún lo tenía dentro.
Él… el primo.
Temblando. Aferrado a mis caderas como si se fuese a caer de un sitio donde nunca había estado.
No sabía moverse. Pero joder, se le notaba que lo sentía todo. Cada roce, cada milímetro, cada segundo dentro de mí era para él una explosión silenciosa.
Y yo… entre piernas abiertas, con el coño empapado y la espalda sudada contra el colchón viejo, me sentía diosa.
Y entonces, el otro se acercó.
El primero aún estaba dentro, casi sin moverse, mordiéndose los labios, jadeando como si no pudiera más.
Y su primo —el gordo original, el que todo empezó— se puso de rodillas a mi lado.
Me miró los labios. Bajó la vista a mis tetas. Luego entre mis piernas. Y luego… me puso la polla cerca de la cara.
No dijo nada.
Solo esperó.
Como si supiera que no hacía falta pedirlo.
Yo giré el cuello, aún con el otro empujando flojo.
La tenía cerca. Grande no era. Pero estaba roja, húmeda, palpitando.
La cogí con la mano.
Despacito.
Noté cómo se estremecía solo con el contacto.
No la metí en la boca.
Solo pasé la lengua por la punta. Una vez.
Él se arqueó.
Yo sonreí.
Y volví a hacerlo. Otra vez. Despacio, húmeda, dejando que entendiera lo que era estar al borde… y no saber si te van a soltar o a empujar.
Mientras tanto, el primo dentro de mí ya no podía más.
Lo noté. En la respiración. En las manos. En cómo se le apretaba todo el cuerpo.
Me aferré al colchón.
Y le dije al oído, bajito, ronca:
—Cuando te corras… hazlo sabiendo que acabas de dejar de ser niño.
Y justo en ese momento…
él se deshizo.
Y yo… cerré los ojos.
No de placer.
De poder.
De saber que me los había comido a los dos… sin tener que tragar nada.
 
Aún lo tenía dentro.
Él… el primo.
Temblando. Aferrado a mis caderas como si se fuese a caer de un sitio donde nunca había estado.
No sabía moverse. Pero joder, se le notaba que lo sentía todo. Cada roce, cada milímetro, cada segundo dentro de mí era para él una explosión silenciosa.
Y yo… entre piernas abiertas, con el coño empapado y la espalda sudada contra el colchón viejo, me sentía diosa.
Y entonces, el otro se acercó.
El primero aún estaba dentro, casi sin moverse, mordiéndose los labios, jadeando como si no pudiera más.
Y su primo —el gordo original, el que todo empezó— se puso de rodillas a mi lado.
Me miró los labios. Bajó la vista a mis tetas. Luego entre mis piernas. Y luego… me puso la polla cerca de la cara.
No dijo nada.
Solo esperó.
Como si supiera que no hacía falta pedirlo.
Yo giré el cuello, aún con el otro empujando flojo.
La tenía cerca. Grande no era. Pero estaba roja, húmeda, palpitando.
La cogí con la mano.
Despacito.
Noté cómo se estremecía solo con el contacto.
No la metí en la boca.
Solo pasé la lengua por la punta. Una vez.
Él se arqueó.
Yo sonreí.
Y volví a hacerlo. Otra vez. Despacio, húmeda, dejando que entendiera lo que era estar al borde… y no saber si te van a soltar o a empujar.
Mientras tanto, el primo dentro de mí ya no podía más.
Lo noté. En la respiración. En las manos. En cómo se le apretaba todo el cuerpo.
Me aferré al colchón.
Y le dije al oído, bajito, ronca:
—Cuando te corras… hazlo sabiendo que acabas de dejar de ser niño.
Y justo en ese momento…
él se deshizo.
Y yo… cerré los ojos.
No de placer.
De poder.
De saber que me los había comido a los dos… sin tener que tragar nada.
Mmmmm cachondo perdido me tienes...
 
El aire olía a cloro seco, a colchón viejo, a verano podrido y carne recién estrenada.
Yo seguía tumbada. Con las piernas abiertas, la piel sudada, las tetas aún fuera. El pelo pegado a la frente y la respiración descompasada, no de placer… sino de poder absoluto.
Uno ya se había venido dentro.
Lo noté sin que me dijera nada.
El cuerpo entero le había vibrado como si le hubieran apagado el sistema.
Se quedó allí, encima de mí, jadeando, sin saber si pedirme perdón o las gracias.
Me lo quité con las manos.
Despacio.
Fría.
Como quien termina de comerse un helado derretido que no quería del todo.
Y me giré hacia el otro.
Él ya estaba preparado. Desde antes.
La tenía dura, húmeda, pidiendo sitio.
Me miró como quien se acerca a un altar con miedo, sabiendo que ahí no se reza… ahí se paga.
No dije nada.
Solo me abrí un poco más.
No de piernas. De mirada.
Y él entró.
No describo cómo.
No hace falta.
Solo te digo que el sonido del colchón hundiéndose se mezclaba con sus jadeos, y con mis susurros al oído.
Cosas que no repetiré.
Porque fueron para él.
Y porque tú te las vas a imaginar mejor que si te las dijera.
Cuando terminó —que fue rápido, torpe, desbordado—, yo me senté.
Los dos estaban ahí. Tirados.
Sudados.
Manchados.
Mirándome como si no supieran si acababan de tener suerte… o acababan de perder algo que ya no volvería.
Me subí las bragas.
No dije adiós.
Solo me até el pelo, cogí la toalla… y salí de esa casa medio derruida con el coño caliente, pero la cabeza más fría que nunca.
No consiguieron ni que me diera placer y mucho menos correrme, me dio asco , grumos muy sólidos me caían durante el camino .
Ya no salí mas ... ya no les vi más... quizas era mi manera de vengarme de esas vacaciones...
 
image-19.jpg

Gracias por hacerme la imagen
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo