Sombras

En mi opinión están en un punto de no retorno, por lo que veo es todo hacía delante y mucho me temo que van a disfrutar solo dos, Miguel se va a quedar en la reserva calentando banquillo, creo ehhh
 
Lo que tenia que haber hecho desde el minuto 1 es denunciar a ese miserable, pero lo triste ew que encima lo va a disfrutar.
Hasta que alguna mujer se decida a denunciar a este sinverguenza.
 
Capítulo 4-B

El resto del día pasó en una niebla de culpa y reflexión. Laura apenas podía concentrarse en su trabajo, sus dedos tamborileando en el teclado mientras su mente giraba en torno a lo que había pasado y a lo que diría por la noche. Cuando llegó a casa, agotada y con la sensación de suciedad pegada a su piel a pesar de haberse lavado la cara mil veces, encontró a Miguel ya allí, sentado en el sofá con una cerveza en la mano y la televisión encendida en un partido de fútbol. La saludó con una sonrisa cansada, preguntándole cómo le había ido el día, y ella respondió con un "bien, lo de siempre" que no convenció a ninguno de los dos.

Después de una cena rápida de pasta recalentada, se sentaron juntos en el sofá, el silencio entre ellos cargado de algo no dicho. Laura, con una copa de vino en la mano para calmar sus nervios, decidió que era el momento de dar un paso más, de probar las aguas con Miguel y ver hasta dónde podía llevar esto. Se giró hacia él, sus ojos verdes buscando los suyos mientras hablaba en un tono bajo, casi tentativo.

—Oye, Miguel… ¿y si te dijera que hoy en la oficina pasó algo con mi jefe? No es que haya pasado nada serio, pero… no sé, a veces pienso en qué pasaría si lo dejara tocarme, o si yo lo tocara a él. Solo como una idea, ¿sabes? ¿Qué pensarías de eso?

Miguel, que estaba a punto de tomar un sorbo de su cerveza, se detuvo a medio camino, sus ojos abriéndose de par en par mientras la miraba con una mezcla de sorpresa y excitación. Su respiración se aceleró visiblemente, y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro mientras dejaba la botella en la mesa y se inclinaba hacia ella, su voz ronca de deseo.

—Joder, ¿de verdad estás pensando en eso? Me volvería loco, no te miento. Imaginarte tocándolo, o dejando que te toque… me enciende un montón. Cuéntame más, ¿qué pasó hoy que estás pensando en eso?

Laura sintió una oleada de satisfacción al ver su reacción, al notar cómo sus palabras lo encendían de inmediato, cómo su lado morboso saltaba a la superficie sin dudar. Le gustaba eso, le gustaba tener ese poder sobre él, ver cómo sus ojos brillaban de deseo mientras imaginaba algo que ella podía controlar, algo que podía usar para mover los hilos de esta situación. Pero al mismo tiempo, había una contrapartida que la golpeaba con fuerza: que el otro fuera Carlos, el hombre que la había chantajeado, el hombre cuya polla había tenido en la boca esa misma mañana bajo presión. Esa realidad la repugnaba, la llenaba de asco y culpa, y aunque el morbo de la reacción de Miguel la excitaba, no podía evitar que una parte de ella quisiera gritar la verdad, confesar que no era un juego, que no era algo que ella había elegido libremente. En lugar de eso, forzó una sonrisa, inclinándose un poco hacia él mientras jugaba con el borde de su copa.

—No pasó nada, solo… lo pensé, ¿sabes? A veces me mira de una manera, y después de lo que hablamos en Garrucha, no sé, se me ocurrió. Pero no estoy segura, es raro.

Miguel se acercó más, su mano deslizándose hacia su rodilla mientras su voz bajaba aún más, cargada de entusiasmo.

—No es raro, amor. Es jodidamente caliente. Si alguna vez quieres probar algo, aunque sea solo un roce, un toque, me lo cuentas, ¿eh? Me volvería loco saberlo, imaginarlo. Madre mía, ya estoy que no puedo más solo de pensarlo.

Laura asintió, su sonrisa temblando un poco mientras sentía el calor de su mano en su rodilla y el peso de sus palabras en su pecho. Le gustaba verlo así, encendido, deseándola, alimentado por una fantasía que ella podía moldear. Pero la contrapartida de que fuera Carlos, de que todo esto estuviera construido sobre un chantaje y una verdad que no podía confesar, la llenaba de una inquietud que no podía sacudirse. Mientras la noche avanzaba y Miguel seguía hablando, sugiriendo detalles y fantaseando en voz alta, Laura se perdió en sus pensamientos, preguntándose hasta dónde podría llevar esto, cuánto podría controlar, y si alguna vez encontraría una salida a esta red de secretos y deseos que la atrapaba más con cada día que pasaba.

Los días posteriores al lunes en que Laura cruzó una línea más con Carlos en la oficina fueron un torbellino de emociones encontradas. Aunque el asco y la culpa seguían royéndola por dentro, también había una chispa de poder, una sensación de que podía moldear esta situación retorcida a su favor si jugaba bien sus cartas. Había decidido no contarle a Miguel lo que realmente había pasado en el despacho de Carlos, pero sí quería seguir alimentando su morbo, probando hasta dónde podía llevarlo, hasta dónde podía encenderlo con historias que, aunque inventadas, se sentían peligrosamente cercanas a la realidad. Quería ver cómo reaccionaba, cuánto podía empujarlo antes de que él mismo sugiriera algo más, algo que ella pudiera usar para avanzar en este juego de secretos y deseos.

La semana transcurrió con una rutina aparente, pero bajo la superficie, Laura comenzó a tejer sus relatos con cuidado, soltándolos en momentos estratégicos, generalmente por la noche, cuando ella y Miguel estaban relajados en casa, con la guardia baja y el ambiente cargado de una intimidad que facilitaba las confesiones. El martes por la noche, mientras estaban sentados en el sofá después de cenar, con un par de cervezas abiertas y la televisión apagada, Laura decidió empezar con algo sutil pero provocador. Se acurrucó contra Miguel, su cabeza apoyada en su hombro, y habló en un tono bajo, casi como si estuviera confesando un secreto.

—Oye, ¿sabes qué pasó hoy en la oficina? No es gran cosa, pero… me dejé abiertos dos botones de la camisa sin darme cuenta, y mi jefe, Carlos, lo notó. Me miró fijo, y joder, estoy segura de que vio mi sujetador negro, el de encaje que me gusta, y un buen pedazo de mis tetas. Me di cuenta, pero no los cerré de inmediato, no sé por qué. Me quedé ahí, dejando que mirara un rato antes de abotonarme. ¿Qué piensas de eso?

Miguel, bajo la cabeza y la miró, sus ojos abriéndose de par en par , una sonrisa lenta y pícara formándose en su rostro.

—Laura, ¿de verdad? ¿Lo dejaste mirar tus tetas así, sin más? Hostia, eso me pone a mil. Imaginarlo comiéndote con los ojos, viendo ese sujetador que te queda de puta madre… ¿Y no sentiste nada? ¿No te calentó un poco que te mirara así? —respondió, su voz ya ronca, su mano deslizándose instintivamente hacia su muslo, apretándolo con un deseo evidente.

Laura sonrió para sí misma, notando cómo sus palabras lo encendían al instante, cómo su respiración se volvía más pesada mientras imaginaba la escena. Le gustaba ese poder, esa capacidad de ponerlo en ese estado con solo unas palabras, aunque una parte de ella se retorcía de incomodidad al pensar que estaba construyendo estas fantasías sobre una base de verdades oscuras que no podía confesar.

—No sé, fue raro. Me sentí expuesta, pero… sí, supongo que hubo algo, un cosquilleo, no sé cómo explicarlo. Pero me abotoné rápido, no quería que pensara cosas raras —mintió, inclinándose más hacia él, dejando que su mano rozara su pecho mientras lo miraba con ojos juguetones, alimentando su imaginación.

Miguel soltó un gemido bajo, su mano subiendo por su muslo mientras se inclinaba para besarla en el cuello, murmurando contra su piel.

—Me encanta que me cuentes esto. Me imagino a ese cabrón babeando por ti, queriendo tocarte, y tú ahí, dejándolo mirar un poco. Si alguna vez pasa algo más, me lo cuentas, ¿eh? Me vuelve loco pensarlo. —Laura asintió, dejando que la conversación se desvaneciera en besos y caricias, pero sin ir más allá esa noche, queriendo mantenerlo en ese estado de calentura constante, de anticipación.

El jueves por la noche, después de un día largo para ambos, Laura decidió subir el tono un poco más. Estaban en la cocina, limpiando los platos de la cena, cuando ella se acercó a él por detrás, rodeándolo con los brazos mientras apoyaba la barbilla en su hombro. Su voz era un susurro provocador cuando habló.

—Amor, hoy pasó algo más…. Estaba en la fotocopiadora, haciendo unas copias, y Carlos estaba justo detrás de mí, esperando su turno. Me giré para agarrar unos papeles y, no sé, no lo hice a propósito, perp le rocé el paquete con mi mano. Fue solo un segundo, pero vaya, sentí que tenía algo duro ahí abajo. No dije nada, hice como si no hubiera pasado, pero estoy segura de que él también lo notó

Miguel dejó caer el plato que estaba secando en el fregadero con un ruido sordo, girándose hacia ella con los ojos brillando de excitación, su respiración ya agitada.

—Hostia puta, Laura, ¿le rozaste la polla así? Joder, eso es… eso es demasiado caliente. ¿Sentiste algo? ¿Te gustó tocarlo, aunque fuera un roce? Me estoy volviendo loco imaginándote ahí, tocándole la polla a ese tío en la oficina. Cuéntame más, ¿qué hizo él? —dijo, su voz cargada de deseo mientras la agarraba por la cintura, tirando de ella hacia él con una urgencia que no intentó ocultar.

Laura sintió una satisfacción oscura al verlo tan encendido, al notar cómo su cuerpo reaccionaba a sus palabras, cómo su imaginación volaba con cada detalle que ella inventaba. Pero también había una punzada de culpa, un recordatorio de que estas historias, aunque ficticias, estaban basadas en una realidad que la repugnaba, en momentos reales que no podía compartir. Aun así, siguió adelante, alimentando su morbo con una sonrisa traviesa.

—No hizo nada, solo se quedó quieto, pero estoy segura de que se puso duro. Me sentí… no sé, poderosa, pero también rara. No lo miré a la cara, solo seguí con lo mío. Pero sí, sentí algo, un calor, aunque no debería —susurró, dejando que sus palabras lo envolvieran mientras sus manos jugaban con el borde de su camiseta, manteniendo la tensión sin dejar que pasara a más en ese momento.

El viernes por la tarde, después de otro día de trabajo, Laura decidió llevar las cosas un paso más allá. Estaban en el salón, tumbados en el sofá con una película de fondo que ninguno veía realmente, cuando ella se giró hacia él, apoyando una mano en su pecho mientras hablaba en un tono más íntimo, más cargado.

—Miguel, hoy pasó algo más fuerte. Fue en el ascensor, volviendo del almuerzo, y había un montón de gente, todos apretados. Carlos estaba justo detrás de mí, y …, sentí cómo me apoyaba el paquete en el culo. No fue un roce cualquiera, estoy segura de que se empalmó, lo sentí duro contra mí. No me moví, no dije nada, solo dejé que pasara hasta que llegamos a mi piso. Pero fue… intenso.

Miguel prácticamente jadeó, su cuerpo tensándose bajo su toque mientras la miraba con una mezcla de incredulidad y deseo puro, sus manos agarrándola con más fuerza mientras se inclinaba hacia ella.

—¿Me estás diciendo que ese cabrón te puso la polla dura contra el culo en un puto ascensor lleno de gente? Hostia, eso me pone como una moto. Imaginarte ahí, sintiendo su polla dura contra tu culo, sin moverte, dejando que te toque así… joder, me estoy volviendo loco. ¿Te gustó? ¿Te calentó sentirlo? Dime la verdad —gruñó, su voz ronca mientras sus manos subían por su espalda, su excitación palpable en cada palabra, en cada movimiento.

Laura sintió una oleada de triunfo al verlo tan perdido en la fantasía, tan consumido por el morbo que ella estaba tejiendo con cada historia. Le gustaba verlo así, al borde, imaginando cosas que ella controlaba, pero también sentía el peso de la mentira, el recordatorio de que estas historias, aunque inventadas, tocaban una verdad que la asfixiaba. Aun así, siguió jugando, inclinándose para susurrarle al oído.

—Fue raro, incómodo, pero… sí, me gustó un poco, no voy a mentirte. Sentir algo tan duro contra mí, sabiendo que era por mí, fue… no sé cómo explicarlo. No hice nada, solo salí del ascensor y ya —dijo, dejando que sus palabras lo encendieran aún más mientras se apartaba un poco, manteniendo la tensión sin dejar que explotara todavía.

Mientras Laura alimentaba su morbo en casa, Miguel no podía evitar que estas fantasías lo persiguieran incluso en el trabajo. El viernes por la mañana, durante un descanso en la fábrica, se encontró con Santi, su compañero de siempre, en el área de fumadores. Santi estaba hablando de su propia vida, quejándose de cómo su mujer no le hacía caso últimamente, de cómo su vida sexual estaba más seca que el desierto. Miguel, con la cabeza llena de las historias de Laura, no pudo evitar indagar, buscando una válvula de escape para sus propios pensamientos. Encendió un cigarro, dándole una calada profunda antes de hablar en un tono casual, aunque con un trasfondo de curiosidad.

—Oye, Santi, ¿nunca has pensado en… no sé, en algo diferente con tu mujer? Como, no sé, que te haga cornudo, para darle vidilla a la cosa. A veces pienso que esas fantasías pueden calentar mucho, ¿no crees?

Santi lo miró con una ceja arqueada, soltando una risa seca mientras sacudía la ceniza de su cigarro.

—Joder, Miguel, ¿de dónde sacas esas ideas? ¿Imaginar a mi mujer con otro sin yo participar? No sé, tío, no me gusta mucho sin estar yo presente, aunque… bueno, supongo que si es solo una fantasía, podría molar. ¿Por qué lo dices? ¿Tú estás en algo de eso o qué? —respondió, su tono mitad burlón, mitad curioso, mientras le daba otra calada a su cigarro.

Miguel se rió, intentando mantenerlo ligero, aunque su mente estaba llena de imágenes de Laura y su jefe, de las historias que ella le había contado. Se encogió de hombros, mirando al suelo mientras hablaba.

—No, no, nada serio, tío. Solo que a veces uno piensa cosas, ¿sabes? Como imaginar algo morboso, algo que te ponga a mil, aunque no sea real. Es solo… no sé, una idea que se me cruza por la cabeza a veces. Pero nada, olvídalo, son tonterías —dijo, intentando cerrar el tema, aunque su voz traicionaba un entusiasmo que no podía ocultar del todo.

Santi soltó otra risa, dándole una palmada en el hombro mientras apagaba su cigarro.

—Ya, ya, tonterías, claro. Pero oye, si alguna vez tienes algo jugoso que contar, aquí estoy, ¿eh? Que la vida en la fábrica es un coñazo, y un poco de morbo no hace daño a nadie, yo te conte lo de Carmen y yo en Vera…—dijo, guiñándole un ojo antes de volver al taller, dejando a Miguel con una mezcla de alivio y nerviosismo, sabiendo que había rozado un tema que no podía compartir del todo, pero que no podía sacar de su cabeza.

Esa calentura constante que Laura había encendido en Miguel con sus historias llegó a un punto crítico el sábado por la noche. Habían cenado algo sencillo, unas pizzas y un par de copas de vino, y estaban en la cama, con la luz tenue de la lámpara de noche creando un ambiente íntimo y cargado. Laura, vestida solo con una camiseta vieja y unas braguitas, estaba tumbada junto a él, su mano deslizándose bajo las sábanas mientras le masturbaba con movimientos lentos y deliberados, su polla ya dura y caliente bajo sus dedos. Mientras lo tocaba, decidió contarle otro episodio inventado, subiendo el tono aún más para ver hasta dónde podía llevarlo. Su voz era un susurro seductor, cargado de morbo, mientras hablaba.

—Hoy pasó algo más…. Estábamos en la sala de reuniones, solos, revisando unos papeles, y me agaché para recoger algo del suelo. Mi falda se subió un poco, y…, estoy segura de que vio mis bragas, las rojas que te gustan. No dije nada, pero me quedé un rato así, dejando que mirara mi culo, sabiendo que se estaba poniendo duro. Incluso lo miré de reojo y vi cómo se ajustaba el pantalón.

Miguel soltó un gemido profundo, sus caderas moviéndose contra su mano mientras sus ojos se cerraban por un momento, perdido en la imagen que ella pintaba.

—Joder, Laura, ¿le enseñaste el culo así, con esas bragas rojas? Hostia, me estoy volviendo loco imaginándolo, ese cabrón viendo tu culo, queriendo tocarte, queriendo follarte ahí mismo. Me pones a mil, amor, no pares, sigue tocándome —gruñó, su voz ronca de deseo mientras su polla palpitaba bajo sus dedos, el precum goteando por su glande mientras ella seguía masturbándolo con un ritmo constante.

Laura sonrió para sí misma, viendo cómo lo tenía al borde, cómo cada palabra lo llevaba más lejos, y decidió dejar que la calentura hablara por él, esperando a ver qué salía de su boca en ese estado. Pero lo que dijo a continuación la tomó completamente por sorpresa. Miguel abrió los ojos, mirándola con una intensidad que no había visto antes, su voz entrecortada pero cargada de un deseo crudo mientras hablaba.

—Laura, joder, estoy tan caliente que… quiero que hagas algo con él, algo íntimo, algo sexual. Lo que te veas capaz, no sé, tocarlo de verdad, pajearlo, lo que sea, pero hazlo y cuéntamelo después. O mejor aún…grábalo, joder, grábalo con el móvil y enséñamelo. Quiero verlo, quiero ver cómo lo haces con ese cabrón. Por favor, hazlo por mí.

Laura se quedó helada, su mano deteniéndose por un segundo en su polla mientras lo miraba con los ojos abiertos de par en par, la sorpresa golpeándola como un balde de agua fría. No esperaba que llegara tan lejos, que le pidiera algo tan concreto, tan explícito, y mucho menos que involucrara grabarlo. Su mente se disparó en mil direcciones, el morbo de su petición chocando con el asco y la culpa que ya cargaba por lo que había pasado realmente con Carlos. Pero no dejó que su sorpresa se notara demasiado; en lugar de eso, reanudó sus movimientos, apretando un poco más su polla mientras lo llevaba al clímax, dejando que se corriera en su mano con un gemido gutural, su semen caliente derramándose por sus dedos mientras su cuerpo temblaba de placer.

Una vez que Miguel se relajó, jadeando en la cama con los ojos cerrados por un momento, Laura limpió su mano con un pañuelo, su corazón todavía latiendo con fuerza mientras procesaba lo que había dicho. Se tumbó a su lado, mirándolo con una calma aparente, aunque por dentro estaba hecha un nudo de emociones. Su voz era suave pero seria cuando habló.

—¿Lo decías en serio, Miguel? ¿De verdad quieres que haga algo con Carlos, algo sexual, y que lo grabe para enseñártelo? Dime la verdad, Miguel, porque esto no es cualquier cosa.

Miguel abrió los ojos, mirándola con una mezcla de vergüenza y vulnerabilidad, su respiración todavía agitada mientras se pasaba una mano por el cabello, claramente incómodo ahora que la calentura había pasado.

—Joder, Laura, no lo sé. Fue por la calentura del momento, ¿sabes? Estaba tan encendido que… no sé, se me fue la cabeza. No quiero perderte, amor, no quiero que hagas nada que no quieras, ni que esto se nos vaya de las manos. Olvídalo, ¿vale? Solo era una fantasía tonta —dijo, su voz más baja, casi arrepentida, mientras la miraba con una mezcla de amor y miedo, como si temiera haber cruzado una línea que no podía deshacer.

Laura lo escuchó en silencio, su mente girando a mil por hora mientras debatía internamente. Por un lado, estaba sorprendida, incluso asustada, por lo que él había pedido; la idea de grabar algo con Carlos, de llevar esto a un nivel tan real, la llenaba de pánico, especialmente porque ya había cruzado líneas que Miguel no conocía. El asco por lo que había pasado realmente con Carlos, por el chantaje que la había atrapado, seguía allí, royéndola por dentro. Pero también estaba el morbo, esa chispa oscura que no podía apagar, alimentada por el poder que sentía al encender a Miguel, por la idea de que podía controlar esta situación, de que podía usar su petición para avanzar en su propio juego, aunque fuera un terreno peligroso. Y luego estaba el amor que sentía por Miguel, el deseo de complacerlo, de mantenerlo cerca, incluso si eso significaba adentrarse más en esta red de secretos y deseos retorcidos.

Finalmente, después de un largo silencio, Laura lo miró a los ojos, su expresión seria pero cargada de una determinación que no estaba segura de sentir del todo. Su voz era baja, casi un susurro, pero firme mientras hablaba.

—Por ti, lo haría, Miguel. Si de verdad lo quieres, si esto es algo que necesitas, lo haría. Pero tenemos que hablarlo bien, no puede ser solo por la calentura del momento. Quiero que estés seguro.

Miguel la miró, sus ojos abriéndose un poco más, una mezcla de sorpresa y emoción cruzando su rostro antes de que se suavizara en algo más tierno. No respondió de inmediato, solo la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza mientras murmuraba un "te quiero, amor" contra su cabello. Pero Laura, tumbada contra su pecho, no podía evitar que su mente siguiera girando, preguntándose si realmente podría hacer algo así, si podría controlar las consecuencias, y hasta dónde la llevaría este juego que, con cada día, se volvía más real, más peligroso, y más adictivo.

Un rato despues, en la penumbra de su dormitorio, Laura y Miguel seguían tumbados en la cama, el aire todavía cargado de la intensidad del momento que acababan de compartir. El cuerpo de Miguel aún temblaba ligeramente tras el clímax que Laura le había dado con su mano, y el silencio entre ellos era pesado, lleno de palabras no dichas y emociones crudas. Laura, con el corazón latiendo con fuerza, lo había mirado a los ojos momentos antes, diciéndole con una determinación que no estaba segura de sentir que "por ti, lo haría", refiriéndose a su petición de que hiciera algo sexual con Carlos y lo grabara. Miguel la había abrazado con fuerza, murmurando un "te quiero, amor" contra su cabello, pero la conversación no había terminado ahí.

Miguel se apartó un poco, apoyándose en un codo para mirarla directamente, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de deseo y vulnerabilidad mientras hablaba, su voz baja pero cargada de emoción.

—Laura, joder, si es por mí… te juro que me daría un morbo de la hostia que lo hicieras. Imaginarte con ese cabrón, haciendo algo íntimo, algo sexual, y luego verlo, tenerlo en un video… me pone a mil solo de pensarlo. Pero solo si tú quieres, amor. No quiero que hagas nada que te joda, nada que nos joda a nosotros. ¿De verdad lo harías? Dime qué piensas, por favor.

Laura sintió que su estómago se retorcía, una mezcla de sorpresa, miedo y un morbo oscuro que no podía apagar chocando dentro de ella. La idea de hacer algo con Carlos, de grabarlo, la llenaba de asco, especialmente porque ya había cruzado líneas que Miguel no conocía, líneas marcadas por el chantaje y la coerción. Pero también estaba el poder que sentía al encender a Miguel, al verlo tan consumido por el deseo, y una parte de ella, una parte que odiaba admitir, se excitaba con la idea de llevar esto más lejos, de controlar la situación a su manera. Además, estaba el amor que sentía por él, el deseo de complacerlo, de mantenerlo cerca, incluso si eso significaba adentrarse más en esta red de secretos y deseos retorcidos. Tragó saliva, sosteniendo su mirada mientras asentía lentamente, su voz firme aunque su interior era un caos.

—Sí, Miguel, lo haré. Por ti, lo haré. Vamos a hablarlo bien, a planearlo, pero si esto es lo que quieres, si te da tanto morbo, lo haré. Te lo prometo.

Miguel soltó un suspiro entrecortado, una sonrisa de incredulidad y excitación cruzando su rostro mientras la atraía hacia él de nuevo, besándola con una intensidad que mezclaba gratitud y deseo.

—Joder, Laura, no sabes lo que significa esto para mí. Pero lo haremos a tu ritmo, ¿vale? No quiero que te sientas presionada. Solo… joder, gracias. Te quiero tanto —murmuró contra sus labios, abrazándola con fuerza mientras Laura, en su interior, sentía el peso de su decisión, preguntándose si realmente podría controlar las consecuencias de lo que acababa de prometer.

El domingo por la mañana, Laura se despertó con una sensación de inquietud que no podía sacudirse. La conversación de la noche anterior resonaba en su mente mientras preparaba el café en la cocina, el aroma llenándola de una normalidad que contrastaba con el caos de sus pensamientos. Miguel aún dormía, y ella aprovechó el silencio para reflexionar sobre lo que había aceptado. Sabía que cumplir su promesa significaba enfrentarse a Carlos de nuevo, pero esta vez con un propósito propio, aunque el asco por lo que ya había pasado con él seguía royéndola por dentro. Decidió que lo haría pronto, la semana siguiente, para no darle tiempo a dudar demasiado. Pero antes, ese mismo lunes, tendría que lidiar con otro encuentro real con Carlos, uno que no había planeado pero que sabía que era inevitable.

El lunes, Laura llegó a la oficina con el corazón en un puño, sabiendo que Carlos no tardaría en buscarla. La mañana transcurrió con una tensión creciente, sus ojos desviándose constantemente hacia la puerta de su despacho mientras intentaba concentrarse en su trabajo. Y, como era de esperarse, a media mañana, su teléfono interno sonó, y la voz grave de Carlos resonó a través del auricular llamandola. Ella tragó saliva, sus manos temblando mientras colgaba y se levantaba, alisándose la falda gris que llevaba ese día, combinada con una blusa blanca de botones que sabía que él notaría. Caminó por el pasillo, sintiendo un nudo en el estómago, y llamó a la puerta con un golpe suave. La voz de Carlos, seca pero con un trasfondo de deseo, le indicó que pasara. Dentro, él estaba sentado detrás de su escritorio, con una camisa negra y una sonrisa que la hizo estremecerse mientras cerraba la puerta tras ella.

—Vaya, Laura, siempre tan puntual. Me gusta eso de ti.—dijo, su tono cargado de una intención que no intentó ocultar mientras se levantaba y rodeaba el escritorio, acercándose a ella con pasos lentos y deliberados. Su mirada recorriendo su cuerpo sin disimulo.

Laura sintió que su estómago se revolvía, el asco subiendo por su garganta mientras daba un paso atrás instintivamente.

—Carlos, por favor, ¿podemos centrarnos en el trabajo? No estoy cómoda con esto, ya lo sabes —murmuró, su voz temblorosa pero con un hilo de resistencia que intentaba mantener, aunque sabía que no duraría.

Carlos se rió por lo bajo, una risa oscura que la hizo estremecerse, y se acercó más, ignorando su protesta.

—Vamos, Laura, no me vengas con esas. Sabes que esto no es solo trabajo. Quítate la camisa, ahora. No me hagas pedírtelo dos veces —dijo, su voz endureciéndose, cargada de una amenaza implícita mientras su mano se posaba en su brazo, apretando con una firmeza que no dejaba lugar a discusión.

Laura sintió que las lágrimas amenazaban con salir, su mente gritando que se resistiera, que saliera de allí, pero el miedo a las consecuencias —a que Carlos cumpliera sus amenazas, a que todo se supiera— la paralizaba. Y luego estaba esa otra parte de ella, esa chispa de morbo que no podía apagar, alimentada por las fantasías de Miguel y por la idea de que podía usar esto, girarlo a su favor. Había cruzado líneas antes, y aunque el asco la consumía, sabía que ceder un poco más podría ser parte de su plan para cumplir lo que le había prometido a Miguel. Tragó saliva, sus ojos bajando al suelo mientras murmuraba un "por favor, no" apenas audible, pero sus manos, temblando, comenzaron a desabotonar su blusa lentamente, como si estuviera luchando consigo misma.

Carlos la observó con una sonrisa satisfecha, sus ojos oscurecidos por el deseo mientras se recostaba contra el escritorio, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Así me gusta, Laura. No seas tímida, quítatela del todo. Quiero verte bien, joder, quiero ver esas tetas con ese sujetador que seguro llevas puesto para mí —gruñó, su voz ronca mientras ella desabotonaba el último botón y dejaba que la blusa se deslizara por sus hombros, cayendo al suelo con un susurro suave.

Laura se quedó allí, de pie, con solo su sujetador blanco de encaje cubriendo sus pechos, sus brazos cruzando instintivamente sobre su pecho mientras sentía el aire frío del despacho contra su piel expuesta. El asco la golpeaba con fuerza, una náusea subiendo por su garganta mientras sentía los ojos de Carlos devorándola, pero también había un cosquilleo de morbo, un calor traicionero que no podía ignorar, alimentado por la idea de que esto era algo que podía usar, algo que podía moldear. Carlos se acercó más, su mano alzándose para rozar el borde de su sujetador, sus dedos ásperos contra su piel mientras murmuraba.

—Joder, qué buena estás. Pero esto no es suficiente. De rodillas, Laura. Quiero tu boca otra vez, y esta vez voy a correrme donde pueda verte bien.

Laura sintió que su corazón se aceleraba, el pánico y la resignación cruzando su rostro mientras lo miraba, sus ojos llenos de una protesta silenciosa.

—Carlos, por favor, no… esto es demasiado. No puedo —murmuró, su voz quebrándose mientras intentaba resistirse, aunque sabía que era inútil, que él no aceptaría un no, y que una parte de ella ya había aceptado que esto pasaría.

Carlos no respondió con palabras, solo la empujó hacia abajo con una mano firme en su hombro, forzándola a arrodillarse mientras se desabrochaba el cinturón con la otra, su pantalón cayendo lo suficiente para liberar su polla, ya dura, gruesa y venosa, apuntando hacia ella con una arrogancia que la hizo estremecerse.

—No me jodas con excusas, Laura. Chúpamela, ahora. Hazlo bien—ordenó, su voz ronca pero autoritaria mientras agarraba su cabello rubio, guiándola hacia su miembro con una urgencia que no intentó ocultar.

Laura obedeció, sus rodillas tocando el suelo frío del despacho mientras sentía que su rostro ardía de vergüenza. Sus manos temblaban mientras las alzaba, rodeando su polla con dedos inseguros, sintiendo el calor y la dureza bajo su piel. El asco la golpeó con fuerza, una náusea subiendo por su garganta mientras miraba su miembro, recordando las veces anteriores que había hecho esto bajo presión. Pero al mismo tiempo, había algo más, algo que no podía apagar: un morbo oscuro, una excitación retorcida que la hacía humedecerse a pesar de sí misma, alimentada por las palabras de Miguel, por la idea de que esto, de alguna manera, podría ser parte de un juego que ella controlaba. Cerró los ojos por un momento, intentando bloquear la realidad, antes de inclinarse hacia adelante, sus labios rozando la punta de su polla, el sabor salado de su precum invadiendo su boca mientras empezaba a chupar con movimientos lentos, casi mecánicos.

Carlos soltó un gemido bajo, sus manos enredándose más en su cabello mientras la guiaba, empujando sus caderas ligeramente para que lo tomara más profundo.

—Joder, sí, así, Laura. Sabía que lo harías bien. Mira cómo te queda mi polla en la boca, eres una puta maravilla. Sigue, no pares, quiero correrme sobre esas tetas tan ricas —gruñó, su voz cargada de lujuria mientras sus ojos se fijaban en ella, disfrutando no solo del placer físico sino del poder que sentía sobre ella.

Laura sintió que las lágrimas se le escapaban, rodando por sus mejillas mientras sus labios se apretaban alrededor de su longitud, su lengua moviéndose por instinto mientras intentaba terminar lo antes posible. El sonido húmedo de su boca, los gemidos de Carlos, y el olor de su piel llenaban el aire, creando una atmósfera que la asfixiaba. Cada movimiento era una lucha interna: el asco la hacía querer parar, vomitar, salir corriendo, pero el morbo, ese maldito morbo que no podía apagar, la mantenía allí, haciendo que su cuerpo respondiera de una manera que su mente odiaba. Pensó en Miguel por un instante, en cómo reaccionaría si supiera esto, en cómo su lado morboso podría incluso excitarlo, y eso solo intensificó la confusión en su interior. Sus manos se apretaron en los muslos de Carlos, mientras su boca seguía trabajando, tomándolo más profundo con cada embestida que él daba.

Después de unos minutos que a Laura le parecieron una eternidad, Carlos gruñó más fuerte, su agarre en su cabello apretándose mientras su cuerpo se tensaba.

—Joder, me voy a correr. Saca la boca, quiero correrme sobre ti, sobre ese sujetador de puta que llevas —dijo con una risa oscura, empujándola hacia atrás con un movimiento brusco. Laura se apartó justo a tiempo, jadeando, mientras él se masturbaba con un par de movimientos rápidos, su semen caliente cayendo en chorros espesos sobre sus pechos, salpicando el encaje blanco de su sujetador y goteando por su piel. El calor pegajoso de su corrida la hizo estremecerse, el olor fuerte invadiendo sus sentidos mientras sentía las gotas deslizarse por su escote, algunas cayendo hasta su estómago. Carlos jadeaba, mirándola con una sonrisa de satisfacción mientras se recomponía, subiéndose los pantalones y abrochándose el cinturón.

—Joder, qué vista, Laura. Estás hecha una obra de arte con mi lefa encima. Limpiate.—dijo como si nada hubiera pasado, mientras señalaba un paquete de pañuelos en su escritorio con un gesto despectivo.

Laura no respondió, solo asintió en silencio mientras se levantaba, sus piernas temblando mientras tomaba los pañuelos y limpiaba su pecho con movimientos rápidos, el asco consumiéndola mientras sentía la humedad pegajosa de su semen en su piel, incluso a través del sujetador. Se puso la blusa de nuevo, abotonándola con dedos torpes, queriendo borrar cualquier rastro de lo sucedido. Cuando salió del despacho, con el rostro enrojecido y los ojos bajos, sintió que el peso en su pecho era más grande que nunca, pero también había una chispa de determinación: sabía que tenía que cumplir lo que le había prometido a Miguel, y este encuentro, aunque repugnante, le había dado una idea de cómo podía hacerlo.

Sentada de nuevo en su escritorio, con el sabor de Carlos todavía en su boca y la sensación de su semen en su piel a pesar de haberse limpiado, Laura comenzó a trazar un plan para cumplir la petición de Miguel. Sabía que tenía que grabar algo con Carlos, algo sexual, pero no quería que fuera una felación de nuevo; el asco era demasiado, y quería mantener cierto control sobre la situación. Decidió que sería una masturbación, algo que podía manejar, algo que podía limitar. También decidió que lo haría al día siguiente, martes, para no darle tiempo a dudar, y que lo haría en un lugar más controlado, fuera de la oficina, donde pudiera justificar la grabación sin que Carlos sospechara demasiado.

Pensó en el almacén de archivos en el sótano del edificio, un lugar al que pocas personas iban y donde había una pequeña sala de descanso con un sofá viejo y una mesa, un espacio lo suficientemente privado pero que podía justificar como un "lugar para hablar sin interrupciones". Para convencer a Carlos de que fuera solo una paja y no una mamada, planeó decirle que estaba dispuesta a "hacer algo rápido" para mantenerlo contento, pero que no quería ir más allá porque se sentía incómoda con lo que había pasado hoy, apelando a su ego al decirle que "solo quería complacerlo un poco" sin cruzar más líneas. Para grabarlo, decidió usar su móvil, colocándolo discretamente en la mesa del almacén, apoyado contra una pila de carpetas, con la cámara apuntando al sofá donde lo haría. Le diría a Carlos que necesitaba tener el móvil a mano por si alguien la llamaba del trabajo, una excusa plausible para que no sospechara. Sabía que el riesgo era alto, pero también sabía que tenía que hacerlo por Miguel, por cumplir su promesa, aunque el asco y la culpa la consumieran.

El martes por la mañana, Laura llegó a la oficina con el plan claro en su mente, su móvil cargado y listo en su bolso. Durante la mañana, esperó el momento adecuado para hablar con Carlos, y a media mañana, cuando lo vio salir de su despacho, se acercó a él en el pasillo, su voz baja pero firme mientras hablaba.

—Carlos, necesito hablar contigo un momento, algo privado. ¿Podemos bajar al almacén de archivos en el sótano? Es rápido, pero no quiero que nos interrumpan aquí arriba.

Carlos la miró con una ceja arqueada, una sonrisa pícara formándose en su rostro mientras asentía, claramente intrigado.

—Claro, Laura, vamos. Siempre estoy dispuesto a algo privado contigo —dijo, su tono cargado de intención mientras la seguía hacia el ascensor, su presencia detrás de ella haciéndola estremecer de asco, aunque mantenía una fachada de calma.

Una vez en el almacén, en la pequeña sala de descanso, Laura cerró la puerta tras ellos, asegurándose de que no hubiera nadie más alrededor. Colocó su móvil en la mesa, apoyado contra unas carpetas, con la cámara apuntando al sofá, y pulsó grabar discretamente mientras fingía revisar algo en la pantalla. Luego se giró hacia Carlos, su voz temblorosa pero decidida mientras hablaba.

—Mira, Carlos, como se que me lo acabaras pidiendo, vamos a hacer algo rápido para… mantenerte contento, pero solo una paja, nada más. Lo de ayer fue demasiado, no estoy cómoda yendo tan lejos.

Carlos se rió por lo bajo, sentándose en el sofá mientras se desabrochaba el cinturón, su polla ya endureciéndose bajo su pantalón mientras la miraba con ojos hambrientos.

—Joder, hoy no iba a pedirte nada, asi que una paja está bien por ahora. Me gusta que quieras complacerme, eso es lo importante. Vamos, acércate,. Pero no creas que me voy a conformar con esto, ¿eh?..esto es solo para hoy —dijo, su tono autoritario pero con un trasfondo de satisfacción mientras liberaba su miembro, duro y grueso, apuntando hacia ella con esa arrogancia que la repugnaba.

Laura se acercó, sentándose a su lado en el sofá mientras sus manos temblaban al rodear su polla, sintiendo el calor y la dureza bajo sus dedos. El asco la golpeó de nuevo con fuerza, aunque esa fuerza cada vez era menor, la náusea subiendo por su garganta mientras lo tocaba, el olor de su piel y el sonido de su respiración agitada llenando el aire persistía, pero ya era familiar. Mientras sus manos subían y bajaban por su longitud con movimientos mecánicos, su mente estaba en otro lugar, girando en torno a cómo había cambiado, cómo había pasado de sentirse atrapada por el chantaje de Carlos a grabarse ahora masturbándolo, todo por Miguel. El asco seguía allí, ya familiar, la sensación de su polla caliente y venosa bajo sus dedos haciéndola querer acabar cuanto antes, pero también estaba el morbo, esa chispa oscura alimentada por la idea de que esto era para Miguel, de que podía usar este video para encenderlo, para cumplir su deseo, aunque fuera a costa de su propia dignidad. Pensó en cómo había llegado a este punto, en cómo el amor y el deseo de complacer a Miguel la habían llevado a grabar este acto repugnante, a sostener la polla de un hombre que la chantajeaba, a sentir su precum goteando por sus dedos mientras lo llevaba al clímax. Cada movimiento era una lucha interna, asco, morbo y la culpa chocando con el propósito que la mantenía allí, con la idea de que esto era por Miguel, todo por él.

Carlos soltó un gemido bajo, sus caderas moviéndose contra su mano mientras su respiración se volvía más agitada.

—Joder, Laura, sí, así, más rápido. Me voy a correr, joder, no pares —gruñó, su voz ronca mientras su cuerpo se tensaba. Laura aceleró sus movimientos, queriendo terminar lo antes posible, y momentos después, él se corrió con un gemido gutural, su semen caliente derramándose por sus manos y salpicando su pantalón, el olor fuerte invadiendo sus sentidos mientras ella se apartaba rápidamente, limpiándose con un pañuelo que había traído consigo.

Carlos jadeaba, recomponiéndose con una sonrisa satisfecha mientras la miraba.

—Buen trabajo, Laura. Cada vez lo haces mejor —dijo, su tono volviendo a ser frío mientras se subía los pantalones, levantándose para salir de la sala sin mirar atrás.

Laura esperó a que se fuera antes de detener la grabación en su móvil, su corazón latiendo con fuerza mientras guardaba el video en una carpeta oculta, asegurándose de que nadie más pudiera verlo. Sus manos todavía temblando mientras se limpiaba una y otra vez, pero también había una chispa de triunfo: lo había hecho, tenía el video para Miguel, y esa noche podría mostrárselo, cumplir su promesa, aunque el costo emocional fuera más alto de lo que podía soportar.

Esa noche, de vuelta en casa, Laura estaba en el salón con Miguel, su móvil en el bolso, el video guardado y listo para ser mostrado. La tensión en su interior era palpable, una mezcla de asco por lo que había hecho, culpa por los secretos que cargaba, y un morbo oscuro por lo que significaría mostrarle esto a Miguel. Sabía que la noche sería intensa, que cruzar este límite cambiaría algo entre ellos, pero también sabía que no había vuelta atrás. Mientras Miguel entraba al salón, sonriéndole con una mezcla de curiosidad y anticipación, Laura respiró hondo, preparándose para lo que vendría, preguntándose si realmente podría controlar las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer.

La noche transcurría con una tensión que Laura podía sentir en cada rincón de su cuerpo. Estaba en el salón de su casa, sentada en el sofá junto a Miguel, con una copa de vino en la mano para calmar los nervios que la carcomían por dentro. Su móvil descansaba en su regazo, dentro de una funda negra, pero su peso parecía el de una piedra, sabiendo que contenía el video que había grabado esa misma mañana en el almacén de archivos del sótano: ella masturbando a Carlos, un acto que la llenaba de asco y culpa, pero que había hecho por Miguel, por cumplir la promesa que le había hecho. El aire entre ellos estaba cargado, una mezcla de anticipación y ansiedad, mientras Miguel, con una cerveza en la mano, la miraba de reojo, claramente curioso pero sin atreverse a preguntar directamente.

Laura respiró hondo, sus dedos temblando ligeramente mientras dejaba la copa en la mesa y tomaba el móvil, desbloqueándolo con un movimiento rápido. Su voz era baja, casi un susurro, cuando finalmente habló, intentando sonar más segura de lo que se sentía.

—Miguel, tengo algo que mostrarte.

Miguel levantó la cabeza y la miró:

—¿El que?

—Lo hice… lo que me pediste.



Grabé algo con Carlos hoy. Es poco, pero lo hice por ti. ¿Quieres verlo?

Miguel, la observó, sus ojos abriéndose de par en par mientras la miraba con una mezcla de incredulidad y sorpresa. Soltó una risa nerviosa, Se dejo caer de nuevo en el sofa mientras se inclinaba hacia ella, su voz cargada de escepticismo.

—¿Me estás vacilando? ¿De verdad lo hiciste? No me lo creo. ¿Grabaste algo con ese cabrón? No puede ser, estás de coña, ¿no?

Laura no respondió con palabras, solo negó con la cabeza, su expresión seria mientras abría la carpeta oculta en su móvil y seleccionaba el video. El corazón le latía con fuerza mientras le pasaba el dispositivo, sus dedos rozando los de él mientras lo colocaba en sus manos.

—Míralo tú mismo, Miguel. No estoy de coña. Lo hice por ti. —dijo, su voz temblando un poco, una mezcla de nervios y una extraña satisfacción al ver su reacción inicial, aunque el asco por lo que había hecho seguía royéndola por dentro.

Miguel tomó el móvil con manos que parecían dudar, sus ojos fijos en la pantalla mientras pulsaba el botón de reproducir. El video comenzó, la imagen algo granulada pero clara, mostrando el sofá viejo del almacén de archivos, con Laura sentada junto a Carlos, cuya cara no se veía del todo por el ángulo, pero cuya polla dura y gruesa era inconfundible en el centro del encuadre. Las manos de Laura, visiblemente temblorosas, lo rodeaban, subiendo y bajando por su longitud con movimientos mecánicos pero efectivos, el sonido de su respiración agitada y los gemidos bajos de Carlos llenando el silencio del salón. Miguel no dijo una palabra, su rostro transformándose de la incredulidad a un shock absoluto, sus ojos pegados a la pantalla mientras su respiración se volvía más pesada, más rápida. Laura lo observaba de reojo, notando cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus manos apretaban el móvil con fuerza, y cómo, casi de inmediato, una erección evidente se marcaba bajo sus pantalones, su polla endureciéndose al instante ante la imagen de su mujer tocando a otro hombre.

El video duró apenas unos minutos, terminando con Carlos corriéndose, su semen derramándose por las manos de Laura y salpicando su pantalón, mientras ella se apartaba rápidamente. Cuando la pantalla se oscureció, Miguel se quedó en silencio, su mirada fija en el móvil como si no pudiera procesar lo que acababa de ver. Laura sintió un nudo en el estómago, preguntándose si había ido demasiado lejos, si esto cambiaría algo entre ellos de una manera que no podía prever. Pero antes de que pudiera decir algo, Miguel actuó sin palabras, dejando el móvil en la mesa con un movimiento brusco y girándose hacia ella con una intensidad animal en los ojos.

Sin mediar palabra, sus manos la agarraron por la cintura, tirando de ella hacia él con una fuerza que la tomó por sorpresa. Sus dedos se clavaron en su piel mientras la desnudaba con una urgencia casi desesperada, arrancándole la camiseta y las braguitas en cuestión de segundos, dejando su cuerpo expuesto bajo su mirada hambrienta. Laura jadeó, su corazón acelerándose mientras sentía la rudeza de sus movimientos, pero también un calor traicionero creciendo en su interior, un morbo que no podía apagar ante su reacción tan visceral. Miguel no perdió tiempo, desabrochándose el pantalón con una mano mientras con la otra la empujaba contra el sofá, posicionándola bajo él con una dominancia que no había mostrado antes. Su polla, dura como una roca, se liberó, y sin preámbulos, la penetró de un solo empujón, profundo y rudo, haciéndola gemir de una mezcla de sorpresa y placer mientras su cuerpo se arqueaba bajo el suyo.

—Joder, Laura, no lo creo, no me lo puto creo —gruñó finalmente, su voz ronca y entrecortada mientras la follaba con embestidas duras, implacables, cada una más profunda que la anterior, su pelvis chocando contra la de ella con un sonido húmedo y crudo que llenaba el salón. Sus manos agarraban sus caderas con fuerza, casi magullándola, mientras su respiración se volvía un jadeo animal, perdido en el deseo que el video había desatado. Laura, atrapada bajo su peso, sentía cada embestida como un asalto, pero también como una liberación, su cuerpo respondiendo a pesar de sí misma, su coño apretándose alrededor de su polla mientras el placer la recorría en oleadas, mezclado con el dolor de su rudeza. Gemía sin control, sus uñas clavándose en su espalda mientras lo sentía follarla con una intensidad que la llevaba al borde, su primer orgasmo golpeándola con fuerza, haciéndola temblar bajo él mientras gritaba su nombre.

Miguel no se detuvo, su ritmo implacable mientras seguía follándola, su polla deslizándose dentro y fuera de ella con una furia que parecía no tener fin, hasta que finalmente se corrió con un gruñido gutural, su semen caliente llenándola mientras su cuerpo se tensaba sobre el de ella. Pero no hubo pausa, no hubo ternura postcoital. En lugar de eso, Miguel se apartó, jadeando, y se sentó de nuevo en el sofá, su mirada volviendo al móvil en la mesa como si estuviera hipnotizado. Sin decir nada, tomó el dispositivo y pulsó reproducir de nuevo, sus ojos pegados a la pantalla mientras el video comenzaba otra vez, el sonido de los gemidos de Carlos y los movimientos de Laura llenando el aire. Laura, todavía jadeando y con el cuerpo temblando por el orgasmo y la rudeza, lo observó en silencio, notando cómo su polla, aún semidura, volvía a endurecerse rápidamente mientras veía el video por segunda vez, su respiración acelerándose de nuevo.

Cuando el video terminó por segunda vez, Miguel lo dejó en la mesa, su mirada volviendo a Laura con esa misma intensidad animal. Sin una palabra, la agarró de nuevo, esta vez poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, su polla dura como el acero mientras la penetraba otra vez desde atrás, sus embestidas aún más duras, más brutales, como si quisiera reclamarla, marcarla después de haberla visto con otro hombre.

—Laura, no puedo parar, me pones demasiado, ver cómo le tocas la polla a ese cabrón… eres mía, pero esto me vuelve loco —gruñó, su voz entrecortada mientras la follaba sin piedad, sus manos agarrando su culo con fuerza, dándole palmadas que resonaban en el salón mientras ella gemía y jadeaba bajo él, su cuerpo al límite pero respondiendo con otro orgasmo que la hizo temblar, y luego otro, hasta que sintió que no podía más, su mente nublándose de placer y agotamiento.

Después de que Miguel se corriera de nuevo dentro de ella con un rugido, Laura colapsó en el sofá, su cuerpo exhausto, sudoroso, temblando tras los múltiples orgasmos que la habían destrozado. Apenas podía mantener los ojos abiertos, su respiración entrecortada mientras sentía el semen de Miguel goteando por sus muslos, el dolor y el placer mezclándose en una bruma que la envolvió. Finalmente, se durmió allí mismo, desnuda y vulnerable, su cuerpo rindiéndose al cansancio mientras su mente se apagaba, incapaz de procesar más.

Miguel, todavía jadeando, se sentó a su lado en el sofá, su polla aún semidura mientras miraba a Laura dormida, su cuerpo desnudo y marcado por la intensidad de lo que acababan de hacer. Sus ojos se desviaron al móvil de nuevo, y sin poder resistirse, pulsó reproducir una vez más, el video comenzando de nuevo mientras el sonido de los gemidos de Carlos y los movimientos de Laura llenaban el silencio de la noche. Lo vio una vez, luego otra, y otra más, incapaz de apartar la mirada, su mente girando en torno a lo que acababa de presenciar. Miró a Laura de nuevo, dormida a su lado, y un pensamiento lo golpeó con fuerza: no podía creer que su mujercita, que hasta hace poco era tan tímida, tan modosa, tan reservada en todo lo relacionado con el sexo, hubiera sido capaz de hacer algo así, de masturbar a su jefe y grabarlo para él. La imagen de ella en ese video, sus manos rodeando la polla de otro hombre, era algo que nunca hubiera imaginado de la Laura que conocía.

Por un momento, una leve sombra de duda cruzó su mente, un pensamiento fugaz pero punzante: ¿quién era realmente Laura? ¿Había algo más que no sabía, algo que ella no le estaba contando? ¿Era posible que esta mujer, que ahora parecía tan dispuesta a cruzar límites por él, tuviera un lado que no conocía, un lado que lo asustaba un poco? Pero tan rápido como vino, desechó esa duda, sacudiéndola de su cabeza mientras su mirada volvía al móvil, pulsando reproducir una vez más. No quería pensar en eso, no quería dejar que una sombra empañara el morbo abrumador que sentía, la excitación que lo consumía al ver ese video una y otra vez. Laura era suya, y lo que había hecho, lo había hecho por él. Eso era lo que importaba. Con un suspiro, se recostó en el sofá, el móvil en la mano, viendo el video de nuevo mientras Laura dormía a su lado, ajena a los pensamientos que cruzaban por su mente, ajena a la intensidad de lo que habían desatado esa noche.
A mi el relato me parece excepcional

Quienes entramos aquí es para excitarnos con lo que nos cuentan, porque en los relatos, a diferencia de los vídeos porno, cada uno pone su imaginación y se pone en situación.

Me encanta, en serio

No entiendo, tanto en este relato como en otros muchos, todos los foreros que entran a juzgar o moralizar. Escuchar consejos no es el objetivo de los que escriben, a menos que así lo pida el autor.

Para empezar nunca sabremos si lo que se cuenta es verdad o no.

De hecho el nombre inicial de este foro era PAJILLEROS, que definía perfectamente el objetivo de quienes entrabámos al mismo
 
A mi el relato me parece excepcional

Quienes entramos aquí es para excitarnos con lo que nos cuentan, porque en los relatos, a diferencia de los vídeos porno, cada uno pone su imaginación y se pone en situación.

Me encanta, en serio

No entiendo, tanto en este relato como en otros muchos, todos los foreros que entran a juzgar o moralizar. Escuchar consejos no es el objetivo de los que escriben, a menos que así lo pida el autor.

Para empezar nunca sabremos si lo que se cuenta es verdad o no.

De hecho el nombre inicial de este foro era PAJILLEROS, que definía perfectamente el objetivo de quienes entrabámos al mismo
Bueno, yo creo que cualquiera es libre de teorizar, moralizar, excitarse o simplemente disfrutar de los relatos.

Si lo planteas desde la perspectiva de quien ha estado trabajando en él, mi punto de vista es bastante parecido al tuyo, básicamente los escribo para que resulten excitantes y morbosos, por eso todo lo que hago tiene un puntito de retorcido, buscando el morbo precisamente.

No los hago para pasar a la posteridad o ganar el Nobel precisamente, los hago para que los que les guste hacerlo, se pajeen con ellos, literal.

Pero si hay lectores que gustan de hacer otras cosas, pues oye, que lo disfruten también.
 
Bueno, yo creo que cualquiera es libre de teorizar, moralizar, excitarse o simplemente disfrutar de los relatos.

Si lo planteas desde la perspectiva de quien ha estado trabajando en él, mi punto de vista es bastante parecido al tuyo, básicamente los escribo para que resulten excitantes y morbosos, por eso todo lo que hago tiene un puntito de retorcido, buscando el morbo precisamente.

No los hago para pasar a la posteridad o ganar el Nobel precisamente, los hago para que los que les guste hacerlo, se pajeen con ellos, literal.

Pero si hay lectores que gustan de hacer otras cosas, pues oye, que lo disfruten también.
Cuando puedas continúa
Me pone a cien tu relato
 
Capítulo 5-A

La mañana del miércoles llegó con un sol pálido colándose por las persianas del dormitorio de Laura y Miguel. Laura se despertó con una sensación extraña en el pecho, una mezcla de satisfacción y nervios que no podía precisar del todo. La noche anterior, con el video de ella masturbando a Carlos, había desatado algo en Miguel, una intensidad que la había dejado exhausta pero también poderosa, sabiendo que podía encenderlo de una manera que nunca había imaginado. Mientras se levantaba de la cama, con el cuerpo aún algo dolorido por los encuentros rudos de la noche, miró a Miguel, que ya estaba despierto, sentado en el borde de la cama con su móvil en la mano, claramente revisando algo con una expresión de obsesión que no intentó ocultar.

—Buenos días, cari —dijo Laura, su voz suave mientras se acercaba a él, sentándose a su lado y apoyando una mano en su hombro. Pero antes de que pudiera añadir algo más, Miguel giró la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de deseo y una chispa de algo más, algo que parecía una duda fugaz pero que no llegó a verbalizar.

—Buenos días. No he podido dejar de pensar en ese video. Lo he visto otra vez esta mañana, no sé cuántas veces ya. Es… , es demasiado. No me creo que lo hayas hecho, que hayas tocado a ese cabrón por mí. ¿Cómo fue? Cuéntame más, quiero saberlo todo. Y… no sé, ¿crees que podrías grabar algo más? Algo, algo más… intenso? —dijo, su voz baja pero cargada de urgencia, sus manos apretando el móvil como si quisiera volver a reproducir el video en ese mismo momento.

Laura sintió un calor subir por su cuerpo, una mezcla de morbo y satisfacción al verlo tan consumido por lo que había hecho. El asco que antes la había atormentado al pensar en Carlos estaba ahora más apagado, reemplazado por una curiosidad oscura y un deseo de seguir alimentando esa obsesión en Miguel. Sonrió ligeramente, inclinándose para besar su mejilla mientras asentía, su voz tranquila pero con un trasfondo de determinación.

—Claro, te contaré todo lo que quieras. Y sí, puedo intentar grabar algo más. Lo haría solo por ti, para que lo disfrutes. Dame un par de días, ¿vale? —dijo, sus palabras cargadas de una seguridad que ahora sentía más genuinamente, aunque sabía que ante Carlos tendría que mantener su fachada de reticencia para seguir controlando la situación.

Miguel soltó un suspiro entrecortado, una sonrisa de anticipación cruzando su rostro mientras la atraía hacia él, besándola con una intensidad que reflejaba su deseo.

—Joder, Laura, no sabes lo que significa esto para mí. Te quiero. Hazlo, pero cuando lo hagas me lo cuentas todo —murmuró contra sus labios, sus manos deslizándose por su cintura con una urgencia que prometía más de lo que habían compartido la noche anterior.

En la oficina, Laura llegó con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal, su móvil cargado y listo en su bolso, sabiendo que hoy cumpliría siendo consciente de la promesa que le había hecho a Miguel, sus ojos desviándose constantemente hacia la puerta del despacho de Carlos mientras trabajaba en su escritorio. Como era de esperarse, a media mañana, su teléfono interno sonó, y la voz grave de Carlos resonó a través del auricular solicitando que acudiera a su despacho.

Ella tragó saliva, pero esta vez no era tanto por nervios o asco, sino por una anticipación que no podía ignorar. Se levantó, alisándose la falda negra ajustada que llevaba ese día, combinada con una blusa azul claro de botones que sabía que él notaría, y caminó por el pasillo con pasos más seguros de lo que solía. Llamó a la puerta con un golpe suave, y la voz de Carlos, seca pero con un trasfondo de deseo, le indicó que pasara. Dentro, él estaba sentado detrás de su escritorio, con una camisa gris que marcaba su figura, y una sonrisa que la hizo estremecerse, aunque ya no de repulsión, sino de una mezcla de morbo y control. Cerró la puerta tras ella.

—Vaya, Laura, siempre tan puntual. Me gusta eso de ti. Ven, siéntate—dijo Carlos, su tono cargado de intención mientras se levantaba y rodeaba el escritorio, acercándose a ella con pasos lentos y deliberados.

Laura fingió un suspiro de incomodidad, bajando la mirada mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, manteniendo la fachada de reticencia que sabía que lo mantenía enganchado, creyendo que tenía el poder.

—Carlos, sabes que no estoy cómoda con esto… —murmuró, su voz temblorosa a propósito, aunque internamente sentía un cosquilleo de anticipación, un morbo que ya no intentaba apagar del todo, impulsado por la idea de grabar algo más intenso para Miguel.

Carlos se rió por lo bajo, una risa oscura que antes la hubiera hecho estremecerse de asco, pero que ahora solo alimentaba su juego. Se acercó más, ignorando su protesta, su mano posándose en su brazo con una firmeza que no dejaba lugar a discusión.

—Vamos, Laura, siempre dices lo mismo y siempre sabes como termina esto. Sé que en el fondo lo disfrutas, aunque te hagas la difícil. Hoy quiero más, y vas a dármelo. Quiero tu boca hoy tambien, no voy a conformarme con menos. Ponte de rodillas, ahora, no me hagas pedírtelo dos veces —ordenó, su voz endureciéndose, cargada de una amenaza implícita mientras su otra mano comenzaba a desabrocharse el cinturón.

Laura fingió dudar, sus ojos bajando al suelo mientras murmuraba un "por favor, no" apenas audible, pero sus manos ya estaban moviéndose dentro de su bolso para activar la cámara de su móvil, cuando lo hizo lo dejo en el suelo a su lado con la cámara apuntando hacia arriba, esperaba que Carlos no se hubiese fijado en sus movimientos.

—Carlos, hagamos esto rápido, por favor —dijo, su voz todavía fingiendo resistencia mientras se arrodillaba lentamente frente a él, sus rodillas tocando el suelo frío del despacho.

Carlos soltó una risa satisfecha, sus pantalones cayendo lo suficiente para liberar su polla, ya dura, gruesa y venosa, apuntando hacia ella con una arrogancia que antes la hubiera repugnado, pero que ahora solo intensificaba el morbo que sentía al saber que esto era para Miguel, que podía usar este momento para encenderlo como nunca.

— Laura, me gusta que seas tan obediente al final. Chúpamela, vámos. Hoy quiero correrme en esa boca tan rica que tienes —gruñó, su voz ronca mientras agarraba su cabello rubio, guiándola hacia su miembro con una urgencia que no intentó ocultar.

Laura, arrodillada frente a él, sintió un escalofrío recorrer su espalda ante sus palabras, un nudo apretándose en su estómago mientras su mente procesaba lo que acababa de escuchar. Sus ojos, que habían estado fijos en la polla de Carlos con una mezcla de resignación y un morbo calculado, se alzaron rápidamente hacia su rostro, buscando en su expresión algún indicio de que no hablaba en serio, de que podía evitar cruzar este nuevo límite. Pero la mirada de él, oscura y cargada de una lujuria dominante, no dejaba lugar a dudas: lo decía en serio, y no iba a aceptar un no por respuesta. Un destello de pánico brilló en su interior, su respiración acelerándose mientras sus manos, que habían estado apoyadas en los muslos de Carlos para mantener el equilibrio, se tensaron, sus dedos clavándose en la tela como si fueran un ancla contra la marea de asco y miedo que la inundaba de nuevo. "No, joder, no. Esto es demasiado, no puedo dejar que se corra en mi boca, no puedo tragar eso, no puedo darle esa satisfacción. Ya es bastante con lo que he hecho, con lo que estoy grabando para Miguel, pero esto… esto es un límite que no quiero cruzar", pensó, su corazón latiendo con fuerza mientras un sudor frío recorría su nuca, su cuerpo temblando ligeramente por la mezcla de nervios y repulsión que la asaltaba.

—No, Carlos, por favor, eso no. Puedo… puedo hacerlo como siempre, pero no eso. No quiero que te corras en mi boca, es demasiado, no estoy cómoda con eso —dijo, su voz temblorosa pero firme, un intento desesperado de establecer un límite, de recuperar algo de control en una situación donde sabía que tenía muy poco. Sus ojos lo miraban con una súplica que no era del todo fingida, sus labios apretados en una línea de resistencia mientras su mente giraba, buscando excusas, razones, cualquier cosa que pudiera detenerlo. Sabía que estaba grabando esto para Miguel, que el teléfono escondido capturaba la imagen, pero le había quitado la voz, Miguel solo veria palabra y gesto, y una parte de ella se preguntaba cómo reaccionaría su marido ante esta escena, le preguntaría sobre que hablaban?, le excitaría decirle que se resistia? se preocuparía verla tan al límite?. Pero en ese momento, su prioridad era evitar lo que Carlos pedía, protegerse de una humillación que sentía como un paso más allá de lo que podía soportar.

Carlos soltó una risa oscura, su mano en su cabello apretándose ligeramente, no con violencia pero sí con una posesión que la hizo estremecerse. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y frustración, su sonrisa torcida mostrando que no tenía intención de ceder ante su protesta.

—Vamos, Laura, no me vengas con esas ahora. Has hecho todo lo que te he pedido hasta ahora, y lo has hecho bien. ¿Qué es un poco más? Quiero sentir esa boca tuya tragándomelo todo, y lo vas a hacer. No me hagas insistir más de lo necesario —dijo, su tono endureciéndose con cada palabra, su polla pulsando frente a su rostro como un recordatorio constante de su poder sobre ella, de la inevitabilidad de lo que pedía. Sus dedos jugaban con un mechón de su cabello, un gesto que podría haber sido tierno en otro contexto, pero que en este momento se sentía como una amenaza velada, un recordatorio de que no estaba en posición de negociar.

Laura sintió las lágrimas picar en sus ojos, no de tristeza sino de una mezcla de rabia y desesperación, su respiración volviéndose más rápida mientras negaba con la cabeza, un movimiento pequeño pero decidido.

—No, Carlos, por favor, te lo pido. Puedo hacerte acabar de otra manera, con las manos, como sea, pero no eso. Es… es demasiado personal, demasiado sucio, no puedo con eso —insistió, su voz quebrándose mientras sus manos se deslizaban hacia abajo por sus muslos, un intento instintivo de apartarse, de poner distancia entre su boca y lo que él exigía. Internamente, el asco la inundaba de nuevo, una náusea que le revolvía el estómago al imaginar el sabor, la textura, el acto de tragar algo tan íntimo de un hombre que despreciaba, que la manipulaba con cada palabra y cada gesto. "No puedo, joder, no puedo dejar que haga eso. Ya es bastante con tenerlo en la boca, con sentir su olor, su calor, pero tragármelo… eso es como rendirme por completo, como dejar que me marque de una manera que no podré borrar nunca", pensó, su mente girando con imágenes que la hacían temblar, su cuerpo tensándose mientras luchaba por mantener la compostura, por no derrumbarse frente a él.

Carlos inclinó la cabeza, su sonrisa ensanchándose con una mezcla de burla y determinación, su mano soltando su cabello solo para posarse en su barbilla, levantando su rostro para que lo mirara directamente a los ojos.

—Laura, no seas tan dramática. No es para tanto, y sabes que al final vas a ceder. Siempre lo haces. Piensa en lo bien que se sentirá para mí, y en lo que pasará si no lo haces. No quieres problemas, ¿verdad? Además, una zorra como tú debería estar acostumbrada a esto —dijo, sus palabras cortando como cuchillos, cada una diseñada para humillarla, para recordarle su posición en este juego de poder que no había elegido jugar. Su tono era una mezcla de coacción y burla, su polla todavía frente a ella, dura y exigente, un símbolo de su control que no podía ignorar.

Laura sintió un nudo apretarse en su garganta, las lágrimas finalmente escapando por las comisuras de sus ojos mientras su mirada bajaba de nuevo, incapaz de sostener la de él por más tiempo. Sus manos temblaban sobre sus propios muslos ahora, su cuerpo encorvado en un gesto de derrota que no podía disimular. La discusión la estaba agotando, cada palabra de Carlos un golpe más a su resistencia, un recordatorio de que no tenía el poder para negarse, no realmente, no con el chantaje pendiendo sobre su cabeza como una espada de Damocles.

"Mierda, no puedo ganar esto. No importa cuánto proteste, cuánto suplique, él no va a parar hasta que lo haga. Y si no lo hago, ¿qué pasará? ¿Qué más puede hacerme, qué más puede quitarme? Estoy atrapada, joder, estoy atrapada", pensó, su respiración entrecortada mientras las lágrimas caían más rápido, su mente girando entre el asco y la resignación, entre el deseo de protegerse y la certeza de que no había salida.

Pero bajo ese pánico, bajo esa humillación que la aplastaba, seguía latiendo esa chispa de morbo calculado, esa parte de ella que sabía que esto era para Miguel, que estaba grabando cada momento para encenderlo, para alimentar sus fantasías más oscuras. Imaginó su reacción al ver este video, al escuchar su protesta, al verla ceder finalmente, y un calor traicionero se asentó en su bajo vientre, un morbo que no quería reconocer pero que no podía apagar.

"¿Y si esto es lo que Miguel quiere? ¿Y si resistirme y luego ceder, lo vuelve loco de deseo? Joder, no debería pensar así, no debería sentir esto, pero si lo hago, si me trago todo, literal y figuradamente, puedo convertir esto en algo nuestro, algo que le dé poder a él, no a Carlos", reflexionó, su mente aferrándose a esa idea como un salvavidas, un intento desesperado de encontrar sentido, de encontrar control en un acto que sentía como una violación de su propia voluntad.

Después de un silencio que pareció eterno, Laura suspiró, un sonido que era más un sollozo contenido, sus hombros cayendo en un gesto de rendición mientras sus ojos se alzaban de nuevo hacia Carlos, no con desafío, sino con una aceptación derrotada que le dolía más de lo que podía expresar. Internamente, claudicó, su mente rindiéndose al peso de la coerción, al morbo que la empujaba hacia adelante, a la necesidad de proteger lo que podía mientras grababa este momento para Miguel.

"Está bien, lo haré. Lo haré porque no tengo otra opción, porque si no lo hago, será peor. Lo haré por Miguel, para que esto tenga un propósito, incluso si me rompe un poco más. Pero joder, no sé si podré mirarme al espejo después de esto", pensó, su respiración temblorosa mientras sus manos volvían a posarse en los muslos de Carlos, su cuerpo preparándose para lo inevitable, su mente aceptando finalmente lo que estaba a punto de hacer.

Laura obedeció, sus manos temblando ligeramente al rodear su polla con dedos que ya no sentían tanto asco, sino una curiosidad oscura, un deseo de llevar esto a cabo con más involucramiento del que había sentido antes. El calor y la dureza bajo su piel eran ahora menos repulsivos, más un medio para un fin que la excitaba de una manera que no quería analizar demasiado. Inclinó la cabeza hacia adelante, sus labios rozando la punta de su polla, el sabor salado de su precum invadiendo su boca mientras empezaba a chupar con movimientos más seguros, menos mecánicos que en ocasiones anteriores. Su lengua se deslizó por la parte inferior de su longitud, explorando con una lentitud deliberada, mientras sus labios se apretaban alrededor de él, tomándolo más profundo con cada movimiento. Internamente, el asco poco a poco iba desapareciendo, reemplazado por un morbo que la hacía humedecerse a pesar de sí misma, alimentado por la idea de que Miguel vería esto, de que se volvería loco al verla así, tan entregada en el video.

Carlos soltó un gemido bajo, sus manos enredándose más en su cabello mientras la guiaba, empujando sus caderas ligeramente para que lo tomara más profundo.

—Joder, sí, Laura, así. Mira cómo te queda mi polla en la boca, eres una puta maravilla. Sigue, no pares, quiero correrme dentro, quiero que te lo tragues todo —gruñó, su voz cargada de lujuria mientras sus ojos se fijaban en ella, disfrutando no solo del placer físico sino del poder que creía tener sobre ella.

Laura sintió un calor crecer en su interior, una mezcla de morbo y satisfacción al escuchar sus palabras, sabiendo que todo esto era parte de un juego que ella controlaba, aunque él no lo supiera. Sus labios se apretaron alrededor de la gruesa longitud de Carlos, sintiendo cada vena pulsante bajo la piel caliente mientras su boca se deslizaba hacia abajo, tomándolo con una lentitud deliberada que contrastaba con la urgencia de sus empujes. La sensación era invasiva, abrumadora, el peso de su polla llenando su boca hasta el límite, la cabeza hinchada rozando el techo de su paladar con cada movimiento, dejando un rastro de un sabor salado y ligeramente amargo que se pegaba a su lengua. Sus manos se apoyaron en sus muslos, los dedos clavándose en la tela de sus pantalones para mantener el equilibrio y un mínimo de control, mientras el sonido húmedo y viscoso de su boca trabajando sobre él resonaba en el aire del despacho, un eco constante de su sumisión aparente que llenaba el espacio con una crudeza que no podía ignorar. El olor de su piel, almizclado y sudoroso, invadía sus fosas nasales con cada respiración entrecortada que lograba tomar, un recordatorio constante de la intimidad forzada de este acto, pero también un estímulo que, de alguna manera retorcida, alimentaba el morbo que la recorría.

Internamente, su mente era un torbellino de pensamientos y emociones que chocaban con una intensidad que la mantenía al borde. Sabía que esto era para Miguel, que el teléfono escondido capturaba cada gemido, cada movimiento, cada palabra sucia de Carlos, y esa certeza la llenaba de una satisfacción oscura, un poder secreto que contrarrestaba la humillación de estar arrodillada frente a un hombre que la manipulaba.

"Esto es por ti. Cada segundo de esto, cada sonido, cada imagen, es para encenderte como nunca. No es por él, no es su victoria, es la nuestra, incluso si tengo que tragarme mi orgullo, incluso si tengo que tragármelo todo", pensó, un calor traicionero asentándose entre sus piernas mientras imaginaba la reacción de Miguel al ver el video, sus ojos oscureciéndose de deseo, su respiración acelerándose al verla así, degradada pero poderosa en su capacidad de complacerlo desde la distancia. Ese morbo, esa conexión imaginaria con su marido, la motivaba a seguir, a involucrarse más de lo que había hecho hasta ahora, a convertir este acto en un espectáculo que sabía que lo volvería loco.

Sus movimientos se volvieron más intensos, su boca trabajando con un ritmo más marcado, tomándolo hasta el fondo mientras sentía cómo su garganta se tensaba con cada embestida profunda que él daba. Cada vez que se retiraba, su lengua jugaba con la punta, trazando círculos lentos y deliberados alrededor de la cabeza sensible, lamiendo la gota de líquido preseminal que se formaba allí, un gesto que hacía que Carlos gruñera más fuerte, su agarre en su cabello apretándose con una urgencia que delataba lo cerca que estaba del límite. Notó cómo su polla se endurecía aún más en respuesta a ese movimiento, pulsando con una intensidad renovada contra su lengua, un cambio que la hizo consciente del poder que tenía en ese momento, del control que podía ejercer incluso en esta posición de aparente sumisión.

"Puedo hacer que se corra más rápido si sigo así, puedo manejarlo, puedo terminar esto en mis términos", pensó, su mente aferrándose a esa idea mientras aceleraba el ritmo, sus labios deslizándose hacia abajo con más fuerza, succionando con una presión que hacía que los gemidos de Carlos se volvieran más guturales, más desesperados.

Pero no todo era control. Cada embestida de Carlos, cada vez que sus caderas empujaban hacia adelante con más fuerza, la hacía atragantarse ligeramente, sus ojos lagrimeando por el esfuerzo mientras un hilo de saliva escapaba por la comisura de su boca, cayendo por su barbilla en un goteo pegajoso que no podía detener. La sensación de su polla golpeando el fondo de su garganta era casi dolorosa, una presión que la obligaba a jadear por aire en los breves momentos en que se retiraba, su respiración entrecortada resonando en el silencio del despacho como un eco de su lucha física.

"Joder, es demasiado, no puedo respirar bien, no puedo seguir a este ritmo. Pero tengo que hacerlo, tengo que terminarlo, por Miguel, por mí, para que esto no se alargue más de lo necesario", pensó, su mente girando entre la incomodidad y la determinación, su cuerpo temblando ligeramente por el esfuerzo mientras sus manos se apretaban más en sus muslos, intentando anclarse a algo real, algo que la mantuviera enfocada en su objetivo.

Carlos, perdido en su propio placer, seguía gruñendo palabras sucias que cortaban el aire como cuchillos, cada una diseñada para humillarla, para reforzar el poder que creía tener sobre ella.

—Mierda, Laura, eres una jodida experta, ¿eh? Mira cómo me la chupas, como si hubieras nacido para esto. No pares, zorra, quiero sentir tu boca hasta el final, quiero llenártela toda —dijo, su voz ronca y entrecortada mientras sus caderas se movían con más urgencia, su polla endureciéndose aún más en su boca, un cambio que Laura sintió de inmediato, un pulso más fuerte, más insistente, que le decía que estaba cerca, que el clímax que él exigía no tardaría en llegar. Ese cambio de dureza, esa tensión creciente, la hizo redoblar sus esfuerzos, su lengua moviéndose más rápido alrededor de la punta cada vez que se retiraba, sus labios apretándose con más fuerza mientras lo tomaba profundo, un intento desesperado de acelerar el final, de terminar con esta invasión que, a pesar de todo, seguía alimentando un morbo que no podía apagar.

El calor de su polla contra su lengua, la textura áspera de las venas pulsantes, el sabor salado que llenaba su boca con cada movimiento, ya no la repelían como al principio; en cambio, se habían convertido en parte de esta experiencia que sabía que encendería a Miguel, un pensamiento que la mantenía en marcha incluso cuando su cuerpo protestaba por el esfuerzo. Sentía cómo su propia respiración se volvía más pesada, cómo un rubor de vergüenza y deseo subía por su cuello mientras imaginaba a Miguel viéndola así, arrodillada, con la boca llena, trabajando con una intensidad que no quería reconocer como suya.

"Sé que esto te va a volver loco. Sé que cada gemido de este cabrón, cada sonido de mi boca, va a hacer que te endurezcas al instante. Esto es por ti, incluso si me quema por dentro, incluso si una parte de mí lo disfruta más de lo que debería", pensó, un cosquilleo traicionero recorriendo su bajo vientre mientras seguía, su mente atrapada entre el morbo de complacer a Miguel y la incomodidad física de lo que estaba haciendo.

Cada cambio en la dureza de Carlos, cada vez que su polla pulsaba con más fuerza en respuesta a un movimiento suyo, era una señal que Laura interpretaba con una precisión casi clínica. Cuando succionaba con más intensidad en la punta, sentía cómo se tensaba, cómo su agarre en su cabello se volvía más desesperado, un indicativo de que estaba al borde. Cuando lo tomaba más profundo, dejando que su garganta se ajustara a su tamaño con un esfuerzo que la hacía jadear, notaba cómo su dureza alcanzaba un pico, un endurecimiento que parecía casi doloroso para él, acompañado de gemidos más fuertes, más urgentes.

"Está cerca, lo siento, solo un poco más y terminará. Puedo manejarlo, puedo hacer que se corra ahora, y todo esto quedará grabado para Miguel, un regalo que no olvidará nunca", pensó, su determinación renovándose mientras sus movimientos se volvían más rápidos, más precisos, su boca trabajando con una urgencia que reflejaba tanto su deseo de terminar como el morbo de saber que cada segundo de esto era un espectáculo para su marido.

Después de unos minutos que a Laura le parecieron una danza de poder y deseo, un baile entre la sumisión aparente y el control secreto que ejercía al grabar este momento, Carlos gruñó más fuerte, su agarre en su cabello apretándose mientras su cuerpo se tensaba, cada músculo de sus muslos endureciéndose bajo sus manos, una señal inequívoca de que el clímax que había exigido estaba a punto de llegar.

—Joder, me voy a correr, Laura. No te apartes, quiero que te lo tragues, joder, tómalo todo —gruñó Carlos con una risa oscura, su voz ronca y cargada de una satisfacción triunfal mientras sus manos se aferraban con más fuerza a su cabello, empujándola hacia abajo con un movimiento brusco y posesivo para asegurarse de que no pudiera retirarse, de que no tuviera escapatoria ante lo que estaba a punto de suceder.

Laura, arrodillada y atrapada en su agarre, sintió un nudo de pánico apretarse en su pecho, su respiración acelerándose mientras su mente procesaba la inevitabilidad de lo que venía. Antes de que pudiera siquiera intentar protestar o apartarse, el primer chorro caliente y espeso golpeó el fondo de su garganta con una fuerza que la hizo estremecerse, un impacto visceral que llenó su boca de un sabor salado y amargo, tan intenso que sus papilas gustativas parecieron arder bajo su peso. Era como una invasión, un líquido caliente y viscoso que se deslizaba por su lengua y se acumulaba en su boca en oleadas rápidas y abrumadoras, cada pulsación de la polla de Carlos liberando más, más de lo que podía manejar con facilidad. El semen era denso, pegajoso, adhiriéndose a las paredes de su boca y garganta como una marca que no podía borrar, su calor quemando su interior mientras sentía cómo seguía llegando, una corriente interminable que la obligaba a tragar instintivamente, su garganta contrayéndose con un esfuerzo que la hacía jadear por aire en los breves momentos en que podía respirar.

Físicamente, la sensación era abrumadora, un asalto a todos sus sentidos que la dejaba al borde del colapso. Cada chorro era un golpe, un recordatorio de su posición, de la humillación que estaba soportando, mientras el líquido caliente llenaba su boca hasta el punto de que sentía que se desbordaría, un hilo pegajoso escapando por la comisura de sus labios y deslizándose por su barbilla en un goteo lento y humillante que no podía controlar. El sabor era insoportable, una mezcla de sal y un amargor metálico que se pegaba a su lengua, invadiendo cada rincón de su percepción, mientras el olor almizclado de su piel y su semen se mezclaba en el aire, asfixiándola con cada respiración entrecortada que lograba tomar por la nariz. Su garganta se tensaba con cada trago, un movimiento reflejo que no podía evitar, pero que venía acompañado de una náusea que le revolvía el estómago, un impulso de vomitar que luchaba por reprimir mientras sentía las últimas gotas deslizarse por su lengua, más lentas pero igual de invasivas, dejando un rastro viscoso que parecía no terminar nunca. Sus manos, aferradas a los muslos de Carlos, temblaban por el esfuerzo de mantenerse en posición, sus dedos clavándose en la tela como si fueran lo único que la mantenía anclada a la realidad, mientras su cuerpo entero se tensaba por la mezcla de agotamiento físico y repulsión que la recorría.

Internamente, su mente era un caos de emociones que chocaban con una violencia que la desgarraba desde dentro. El asco era abrumador, una marea negra que la inundaba con cada trago, con cada sensación de ese líquido caliente y pegajoso llenando su boca, marcándola de una manera que sabía que no podría olvidar.

"Joder, esto es repugnante, no puedo con esto, quiero escupirlo, quiero vomitar, quiero que esto termine ya. Es como si me estuviera manchando por dentro, como si cada trago me quitara algo que no puedo recuperar. ¿Cómo puedo estar haciendo esto, cómo puedo dejar que este cabrón me use así?", pensó, las lágrimas picando en sus ojos mientras su respiración se volvía más agitada, su garganta contrayéndose con cada esfuerzo por tragar, por no colapsar bajo el peso de la humillación que la aplastaba. Sentía que su cuerpo no le pertenecía, que se había convertido en un recipiente para el placer de Carlos, un objeto de su deseo que no podía reclamar como suyo, y esa sensación de pérdida, de degradación, era un puñal que se clavaba más profundo con cada segundo que pasaba.

Pero bajo ese asco, bajo esa repulsión que la consumía, seguía latiendo esa chispa de morbo oscuro, esa certeza de que todo esto estaba siendo grabado para Miguel, de que cada momento de esta humillación era un regalo para su marido, un espectáculo que sabía que lo encendería como nada más podía hacerlo. Imaginaba su reacción al ver el video, al escuchar los gruñidos de Carlos, al verla tragar con dificultad, y un calor traicionero se asentaba en su bajo vientre, un deseo retorcido que no quería reconocer pero que no podía apagar.

"Esto es por él. Cada trago, cada gota que me quema la garganta, es para que lo vea, para que se vuelva loco de deseo al imaginarme así, usada pero poderosa, humillada pero suya. Sé que esto le va a endurecer al instante, sé que va a querer verme así más veces, y eso me da algo, me da control, incluso ahora", pensó, su mente aferrándose a esa idea como un salvavidas, un intento desesperado de encontrar sentido, de transformar esta degradación en algo que pudiera reclamar como suyo. Ese morbo, esa conexión imaginaria con Miguel, la mantenía en marcha, incluso cuando su cuerpo protestaba, incluso cuando cada trago era una batalla contra su propia repulsión.

Carlos, perdido en su clímax, seguía gimiendo con un sonido gutural que resonaba en el despacho, su cuerpo temblando mientras las últimas oleadas de su semen se liberaban en la boca de Laura, su agarre en su cabello relajándose ligeramente pero sin soltarla, asegurándose de que no se apartara hasta que hubiera tomado todo lo que él tenía para dar.

—Laura, sí, traga, traga todo, no dejes ni una puta gota. Eres una maravilla, sabía que lo harías bien —gruñó, su voz entrecortada por el placer mientras sus caderas daban un último empujón, un movimiento reflejo que hizo que un chorro final, más débil pero igual de caliente, golpeara su lengua, obligándola a tragar una vez más, su garganta contrayéndose con un esfuerzo que la dejaba jadeando, su respiración agitada mientras intentaba mantener la compostura, mientras luchaba por no derrumbarse bajo el peso de lo que acababa de hacer.

Laura sentía cómo las últimas gotas se deslizaban por su lengua, más lentas, más viscosas, dejando un rastro pegajoso que parecía aferrarse a su boca, a su garganta, como una marca que no podía lavar. Su estómago se revolvía con cada trago final, la náusea creciendo pero contenida por una determinación fría, por la necesidad de terminar esto sin mostrar más debilidad de la que ya había mostrado.

"Ya está, casi termina, solo un poco más y podré alejarme, podré limpiarme, podré fingir que esto no pasó, incluso si sé que lo llevaré conmigo para siempre. Pero Miguel lo verá, y eso hará que valga la pena, eso hará que este asco tenga un propósito", pensó, sus manos temblando mientras se aferraban a los muslos de Carlos con menos fuerza ahora, su cuerpo agotado, su mente atrapada entre el asco más profundo y un morbo que la quemaba desde dentro, un morbo que la hacía consciente de cada detalle, de cada sensación, mientras intentaba recomponerse, mientras intentaba sobrevivir a este momento que sabía que la había cambiado para siempre.

Cuando finalmente se apartó, jadeando, con un hilo de saliva y semen conectando sus labios a su polla por un instante antes de romperse, Carlos la miró con una sonrisa de satisfacción, recomponiéndose mientras se subía los pantalones y abrochaba su cinturón.

—Joder, qué buena eres, Laura. Sabía que no me decepcionarías.—dijo, su tono volviendo a ser frío y profesional, como si nada hubiera pasado, mientras señalaba un paquete de pañuelos en su escritorio con un gesto despectivo.

Laura asintió en silencio, levantándose con las piernas algo temblorosas mientras tomaba los pañuelos y se limpiaba la boca, el sabor de su semen todavía persistiendo en su lengua. Pero esta vez no había náusea, no había asco; en cambio, había una chispa de triunfo, un morbo que la recorría al saber que tenía este momento grabado, que Miguel lo vería y se volvería loco. Se ajustó la blusa, asegurándose de que no quedara rastro de lo sucedido, y discretamente detuvo la grabación en su móvil metiendo la mano en su bolso con un movimiento rápido antes de salir del despacho, su rostro fingiendo una vergüenza que ya no sentía del todo.

Esa noche, de vuelta en casa, Laura estaba en el salón con Miguel, su móvil en el bolso, el nuevo video guardado y listo para ser mostrado. Pero antes de enseñárselo, decidió contarle una versión edulcorada de lo sucedido, para calentar el ambiente y preparar su reacción. Se sentó a su lado en el sofá, con una copa de vino en la mano, y comenzó a hablar con una voz baja, cargada de intención.

—Hoy me he pasado Miguel, hice algo, como me pediste, pero se me fue de las manos, No te imaginas lo que fue… me pidió que lo tocara otra vez, pero esta vez fue más íntimo, más intenso. Te juro que lo hice por ti, para que lo disfrutes…—dijo, sus ojos brillando con una mezcla de morbo y anticipación mientras lo miraba, notando cómo su cuerpo ya se tensaba, su respiración acelerándose ante sus palabras.

—¿Que hiciste Laura?- sin contenerse, alzando sus manos para agarrarla por la cintura mientras la atraía hacia él.

—No pude pararlo – Dijo Laura bajando la cabeza.

—Joder, Laura, cuéntamelo todo…¿lo grabaste?

Laura asintió.

—Quiero verlo, quiero ver que hiciste, pero antes quiero sentirte. Luego me enseñas ese video, pero ahora mismo te necesito —gruñó, besándola con una intensidad que no dejaba lugar a dudas, sus manos deslizándose bajo su camiseta para desnudarla con una urgencia casi desesperada.

Sin perder tiempo, Miguel la empujó contra el sofá, arrancándole la ropa con movimientos bruscos mientras se desabrochaba el pantalón, liberando su polla dura como una roca. La penetró de un solo empujón, profundo y rudo, haciéndola gemir de una mezcla de sorpresa y placer mientras su cuerpo se arqueaba bajo el suyo.

—No puedo esperar a ver lo que hiciste, ¿Tan fuerte ha sido? te voy a follar duro, como te mereces por ser tan puta —gruñó, sus embestidas implacables, cada una más profunda que la anterior, su pelvis chocando contra la de ella con un sonido húmedo y crudo que llenaba el salón. Sus manos agarraban sus caderas con fuerza, casi magullándola, mientras su respiración se volvía un jadeo animal, perdido en el deseo que sus palabras habían desatado.

Laura gemía sin control, sus uñas clavándose en su espalda mientras lo sentía follarla con una intensidad que la llevaba al borde, su coño apretándose alrededor de su polla mientras el placer la recorría en oleadas, mezclado con el dolor de su rudeza. Un orgasmo la golpeó con fuerza, haciéndola temblar bajo él mientras gritaba su nombre, pero Miguel no se detuvo, follándola sin piedad hasta que se corrió dentro de ella con un rugido, su semen caliente llenándola mientras su cuerpo se tensaba sobre el suyo.

Jadeando, Miguel se apartó, sentándose de nuevo en el sofá mientras la miraba con ojos hambrientos.

—Ahora, enséñame ese video. Quiero verlo todo, quiero saber qué hiciste —dijo, su voz todavía ronca mientras extendía la mano, esperando que ella le pasara el móvil.

Laura esquivó su mirada, su cuerpo todavía temblando por el orgasmo, y tomó el móvil de su bolso, desbloqueándolo y seleccionando el video. Se lo pasó con una mezcla de sensaciones, sabiendo que lo que estaba a punto de ver llevaría todo a otro nivel.

—Míralo. Te juro que lo hice por ti…—dijo, su voz baja mientras se recostaba a su lado, observando su rostro mientras pulsaba reproducir, el sonido de los gemidos de Carlos y el movimiento de su boca en el video comenzando a llenar el aire del salón.

Mientras el video comenzaba y el aire cargado de una tensión que parecía vibrar entre ellos. Laura le había pasado su móvil con el video recién grabado de la mamada a Carlos, y ahora observaba de reojo a Miguel, cuyo rostro estaba iluminado por la luz de la pantalla mientras sus ojos estaban pegados a la imagen de ella arrodillada, con los labios alrededor de la polla de otro hombre. Laura podía ver cómo la respiración de Miguel se aceleraba, su cuerpo tensándose con cada segundo que pasaba. Sus manos apretaban el móvil con fuerza, y bajo sus pantalones, una erección evidente se marcaba de inmediato, su polla endureciéndose al instante ante la visión de su mujer tan entregada, chupando con una intensidad que lo sobrepasaba.

Cuando el video terminó, con el momento en que Carlos se corría en la boca de Laura, llenándola con su semen caliente mientras ella tragaba, Miguel no dijo una palabra. En lugar de eso, pulsó reproducir de nuevo, sus ojos hipnotizados mientras el video comenzaba otra vez, como si no pudiera procesar lo que acababa de ver, como si necesitara asegurarse de que era real. Laura lo observaba desde el sofá, un calor creciendo en su interior al ver su reacción, una mezcla de morbo y satisfacción por tenerlo tan atrapado en lo que había hecho por él. Pero también había una punzada de nervios en su pecho, una inquietud que no podía ignorar mientras notaba cómo los ojos de Miguel se estrechaban ligeramente con cada repetición, cómo su mandíbula se tensaba de una manera que no era solo deseo. Finalmente, después de la tercera reproducción, Miguel dejó el móvil en la mesa con un movimiento brusco, el sonido del dispositivo contra la madera resonando en el silencio de la habitación. Se giró hacia ella con una intensidad en los ojos que la hizo estremecerse, y cuando habló, su voz sonaba ronca y entrecortada, cargada de una emoción que no podía descifrar del todo.

—Laura, no me creo que hayas hecho eso. Verte chupándosela a ese cabrón, tragándotelo todo… es demasiado, demasiado… ¿Cómo? ¿Por qué? —dijo, sus palabras tropezando unas con otras, su tono oscilando entre un deseo crudo y algo más oscuro, algo que parecía arañar la superficie de su excitación. Sus manos temblaban ligeramente mientras se pasaba una por el rostro, como si intentara borrar las imágenes que acababan de grabarse en su mente, aunque sus ojos seguían fijos en ella, buscando respuestas que no estaba seguro de querer escuchar.

Laura sintió un nudo apretarse en su estómago, pero se obligó a mantener la calma, a proyectar la confianza que sabía que necesitaba para manejar esta situación.

—Ya te lo he dicho, Miguel, no pude evitarlo. Sabes cómo empiezas, no cómo acabas. Deberías ser consciente de eso. Lo hice por ti, porque sé cuánto te enciende esto, incluso si a veces se sale de control —respondió, su voz suave pero firme, intentando apaciguar la tormenta que veía formarse en su expresión. Pero internamente, su mente giraba, consciente de que cada palabra era un paso en un campo minado, temiendo que cualquier desliz pudiera revelar más de lo que estaba dispuesta a confesar.

Miguel bajó la cabeza, sus manos apoyándose en sus muslos mientras un suspiro pesado escapaba de sus labios.

—Sí, claro —murmuró, su tono cargado de un sarcasmo que no intentó ocultar, sus ojos perdidos en algún punto de la mesa mientras parecía que su mente estaba en otro sitio, lejos de ella, atrapada en un torbellino de pensamientos que no compartía. Después de un silencio que se sintió eterno, levantó la mirada de nuevo, y cuando habló, su voz tenía un filo que no estaba allí antes

—¿Y cómo fue? ¿Qué sentiste con su polla en la boca? Cuéntamelo, por favor —dijo, su tono cargado de deseo, aunque por un instante, una chispa de algo más cruzó su mirada, una duda fugaz pero creciente, como si se preguntara cómo Laura podía hacer esto con tanta naturalidad, cómo había llegado a este punto sin mostrar más resistencia, sin parecer más afectada. Esa duda no se desvaneció esta vez; en cambio, se quedó allí, acechando en el fondo de sus ojos, una sombra que Laura no podía ignorar.

Ella se preocupó por un momento, sintiendo el peso de esa mirada, pero enseguida le sonrió, inclinándose para rozar sus labios contra los de él, su voz baja y cargada de intención mientras respondía, alimentando su deseo con cada palabra para intentar apagar esa duda que veía crecer.

—Lo hice por ti, Miguel, que no te quepa duda… y fue, fue intenso. Su polla estaba caliente, dura, llenándome la boca, y aunque al principio fue raro, lo hice sobre todo pensando en cómo te pondría. No sabía que se iba a correr en mi boca, me sujetó la cabeza, y su sabor, la forma en que se corrió… todo, todo fue por ti, Miguel —dijo, sus palabras sinceras en parte, aunque también ocultaban el cambio interno que había experimentado, cómo el asco que había sentido al principio había ido disminuyendo, reemplazado por un placer oscuro al involucrarse más, al controlar la situación y encender a Miguel de esta manera. Sus manos se posaron en su pecho, intentando anclarlo a ella, pero no pudo evitar notar cómo su cuerpo se tensaba bajo su toque, cómo su respiración, aunque agitada por el deseo, tenía un ritmo irregular, como si algo más lo estuviera consumiendo.

Miguel soltó un gruñido bajo, sus manos agarrándola por la cintura mientras la atraía hacia él, besándola con una intensidad que mezclaba gratitud y deseo descontrolado.

—Joder, Laura, te quiero tanto. ¿Te gustó? —murmuró contra sus labios, su respiración agitada mientras sus dedos se clavaban en su piel, prometiendo otra noche de intensidad, aunque por ahora se contuvo, dejando que la anticipación de lo que vendría lo consumiera. Pero incluso en ese momento de pasión, Laura sintió algo diferente en su agarre, una urgencia que parecía más desesperada que apasionada, como si estuviera buscando algo más allá del deseo físico, algo que no podía nombrar.

—No lo sé, me gustó que te iba a gustar a ti… —respondió ella, su voz suave, intentando mantener el tono seductor, pero sus palabras se desvanecieron en el aire mientras notaba cómo Miguel se apartaba ligeramente, sus manos soltándola con un movimiento más lento, más pensativo. Sus ojos, que momentos antes habían estado oscurecidos por el deseo, ahora tenían un brillo diferente, una mezcla de confusión y una duda que ya no podía ignorar. Se quedó mirándola por un largo momento, el silencio entre ellos creciendo como una grieta invisible, y cuando finalmente habló, su voz era más baja, más pesada, cargada de una pregunta que no había estado allí antes.

—¿De verdad, Laura? ¿De verdad fue solo por mí? Porque… joder, te vi en ese video, y no sé, no sé si solo estabas actuando para mí o si… si había algo más. ¿Cómo puedes hacer eso, tragártelo todo, y parecer tan… cómoda? —dijo, sus palabras tropezando, su tono oscilando entre el deseo residual y una desconfianza que empezaba a tomar forma, una duda que crecía con cada segundo que pasaba, alimentada por las imágenes que no podía sacar de su cabeza. Sus manos, que antes la habían agarrado con urgencia, ahora descansaban inertes en sus propios muslos, sus dedos apretándose y relajándose como si no supiera qué hacer con ellas, como si no supiera qué hacer con lo que sentía.

Laura sintió un escalofrío recorrer su espalda, el nudo en su estómago apretándose más mientras buscaba las palabras adecuadas para calmarlo, para apagar esa duda antes de que se convirtiera en algo más grande.

—Miguel, te juro que fue por ti. No fue cómodo, no fue fácil, pero lo hice porque sabía cuánto te encendería. No hay nada más, nada con él, solo lo que tú querías ver —dijo, su voz temblando ligeramente a pesar de sus esfuerzos por sonar segura, sus manos alcanzando las de él en un intento de reconectar, de borrar esa distancia que sentía crecer entre ellos. Pero Miguel no respondió de inmediato, sus ojos bajando de nuevo, perdidos en algún punto del suelo mientras un suspiro pesado escapaba de sus labios.

—Quiero creerte, quiero creerte con todo lo que tengo, pero… hay algo que no se... No sé si es solo el morbo hablando, o si realmente se lo que estoy viendo. Verte así, haciendo eso… me enciende, no voy a mentir, pero también me jode de una manera que no esperaba —murmuró, su voz apenas audible, cargada de una vulnerabilidad que cortaba más que su deseo anterior. Se levantó del sofá con movimientos lentos, como si cada paso le costara un esfuerzo inmenso, y se dirigió hacia el pasillo sin mirarla, sus hombros encorvados bajo el peso de sus pensamientos.

—Necesito un momento, solo… dame un momento —añadió, su voz apagada mientras desaparecía en la penumbra de la casa, dejando a Laura sola en el salón, el eco de sus palabras resonando en el aire como un mal augurio.

Laura se quedó allí, inmóvil, sus manos cayendo a su regazo mientras el calor que había sentido momentos antes se desvanecía, reemplazado por un frío que se asentaba en su pecho. El ambiente en la habitación había cambiado, volviéndose pesado, raro, como si una nube invisible de tensión se hubiera posado entre ellos, una grieta que no sabía cómo reparar. Internamente, su mente giraba con pánico y culpa, consciente de que las dudas de Miguel estaban creciendo, de que cada video, cada acto, lo acercaba más a preguntas que no estaba lista para responder.

"¿Y si empieza a ver más allá de lo que le cuento? ¿Y si esto, que era para nosotros, termina destruyéndonos? No sé cómo manejar esto, no sé cómo hacer que me crea", pensó, sus ojos fijos en el pasillo vacío donde él había desaparecido, las lágrimas picando en sus ojos mientras el silencio de la casa la envolvía, un silencio que hablaba más alto que cualquier palabra.

La noche acabó con ellos separados por más que las paredes de su hogar, atrapados en un ambiente extraño y cargado de una tensión que ninguno podía nombrar del todo. Miguel, en el dormitorio, luchaba con un deseo que lo consumía y una duda que lo corroía, preguntándose si realmente conocía a la mujer con la que compartía su vida. Laura, en el salón, sentía el peso de sus secretos crecer, temiendo que cada paso que daba para complacerlo la acercara más a perderlo. No hubo más palabras esa noche, solo un silencio incómodo que prometía más preguntas, más grietas, más noches como esta, donde el morbo y la desconfianza se entrelazaban de una manera que ninguno sabía cómo deshacer.
 
Capítulo 5-B

Al día siguiente, jueves, Laura llegó a la oficina con una mezcla de sensaciones que ya no intentaba reprimir del todo. Sabía que Carlos no tardaría en buscarla, y la idea de lo que podría pasar, de cómo si podía seguir usando cualquier encuentro para alimentar el morbo de Miguel, la llenaba de una incertidumbre y de un cosquilleo que antes hubiera sido impensable. La mañana transcurrió con una tensión creciente, sus ojos desviándose hacia la puerta del despacho de Carlos mientras trabajaba en su escritorio. Como era de esperarse, a media mañana, su teléfono interno sonó, y la voz grave de Carlos resonó a través del auricular solicitando su presencia.

Ella se levantó, alisándose la falda gris ajustada que llevaba ese día, combinada con una blusa blanca de botones que dejaba entrever el encaje de su sujetador negro, y caminó por el pasillo con pasos más seguros de lo que solía. Llamó a la puerta con un golpe suave, y la voz de Carlos, seca pero con un trasfondo de deseo, le indicó que pasara. Dentro, él estaba sentado detrás de su escritorio.

—Vaya, Laura, siempre tan puntual. Me gusta eso de ti. Ven —dijo Carlos mientras se levantaba y rodeaba el escritorio, acercándose a ella con pasos lentos y deliberados.

Laura fingió un suspiro de incomodidad, bajando la mirada mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, manteniendo la fachada de reticencia que sabía que lo mantenía enganchado, creyendo que tenía el poder.

—Carlos, por favor —murmuró, su voz temblorosa a propósito, aunque internamente sentía un calor creciente, un morbo que ya no intentaba apagar, impulsado por la idea de lo que podía pasar y cómo podía moldear este momento para su propio juego.

Carlos se rió por lo bajo, una risa oscura que antes la hubiera hecho estremecerse de asco, pero que ahora solo alimentaba su anticipación. Se acercó más, ignorando su protesta, su mano posándose en su brazo con una firmeza que no dejaba lugar a discusión.

—Vamos, Laura. Quítate la falda, quiero verte, quiero tocarte —ordenó, su voz endureciéndose, cargada de una amenaza implícita mientras su otra mano comenzaba a desabrocharse el cinturón, dejando claro que no se conformaría con menos.

Laura fingió dudar, sus ojos bajando al suelo mientras murmuraba un "por favor, no, no se si estoy actuando bien" apenas audible, pero sus manos ya estaban moviéndose lentamente hacia la cremallera de su falda, dejándola caer al suelo con un susurro suave, revelando sus piernas y las braguitas negras de encaje que llevaba debajo. Carlos la observó con una sonrisa satisfecha, sus ojos oscurecidos por el deseo mientras se acercaba aún más, sus pantalones cayendo lo suficiente para liberar su polla, ya dura, gruesa y venosa, apuntando hacia ella con una arrogancia que ya no la repugnaba, sino que intensificaba el morbo que sentía al saber que podía controlar hasta dónde llegaba esto.

—Qué buena estás, Laura. Ven aquí —gruñó, sus manos agarrándola por las caderas y atrayéndola hacia él, su polla rozando contra su muslo a través de la fina tela de sus braguitas mientras sus dedos ásperos se deslizaban bajo el elástico, rozando su piel con una urgencia que no intentó ocultar.

Laura fingió un jadeo de protesta, sus manos apoyándose en su pecho como si intentara apartarlo, murmurando un "Carlos, por favor, no estoy lista para esto", pero permitió que sus dedos exploraran más, sintiendo cómo se deslizaban hacia su coño, rozando su clítoris con una presión que la hizo estremecerse, no de asco, sino de un placer oscuro que la recorría. Internamente, el asco estaba casi ausente; en su lugar, había un morbo intenso, una satisfacción al sentir el calor de su toque, la dureza de su polla presionando contra ella mientras él intentaba maniobrar para rozarla más íntimamente, como si quisiera penetrarla allí mismo contra el escritorio. Sus pensamientos giraban en torno a cómo había cambiado, cómo había pasado de repulsión a este involucramiento que la excitaba, cómo disfrutaba del control que ejercía al fingir resistencia mientras dejaba que Carlos creyera que mandaba. El calor de su cuerpo, el roce de su polla contra su piel, el olor de su deseo, todo alimentaba una chispa que no podía apagar, una que la hacía humedecerse a pesar de la fachada que mantenía.

Carlos gruñó, su respiración agitada mientras sus caderas se movían contra ella, su polla deslizándose entre sus muslos, rozando la tela de sus braguitas con una intención clara, buscando más.

—Laura, estás tan caliente, sé que lo quieres. Déjame follarte, solo un poco, vamos —murmuró, su voz ronca mientras sus manos intentaban bajar sus braguitas por completo, pero Laura, manteniendo su juego, fingió un pánico repentino, apartándose ligeramente con un movimiento calculado.

—Carlos, no, por favor, alguien podría entrar. No puedo, no estoy lista para ir tan lejos. Si quieres algo rápido, pero no esto, por favor —dijo, su voz temblando a propósito mientras sus manos se movían hacia su polla, rodeándola con dedos que ya no sentían repulsión, sino una curiosidad oscura. Comenzó a masturbarlo con movimientos rápidos, queriendo terminar pronto pero también disfrutando del poder que sentía al controlarlo, al decidir hasta dónde llegaba. Carlos soltó un gemido frustrado, pero no se resistió, sus caderas moviéndose contra su mano mientras jadeaba, su deseo tomando el control.

—Está bien, pero no creas que me voy a conformar con esto para siempre. Me voy a correr, Laura, sigue, más rápido —gruñó, su voz entrecortada mientras su cuerpo se tensaba. Momentos después, se corrió con un gemido gutural, su semen caliente derramándose por sus manos y salpicando el suelo del despacho, el olor fuerte invadiendo sus sentidos mientras ella se apartaba, limpiándose con un pañuelo que él le pasó con un gesto despectivo.

—Buen trabajo, Laura. Pero la próxima vez no me voy a detener.—dijo, su tono volviendo a ser frío mientras se recomponía, subiéndose los pantalones y volviendo a su escritorio como si nada hubiera pasado.

Laura asintió en silencio, ajustándose la falda con movimientos rápidos, su rostro fingiendo una vergüenza que ya no sentía del todo. Mientras salía del despacho, una chispa de triunfo la recorría: había manejado la situación a su manera, había sentido el morbo de dejarse tocar, de sentirlo tan cerca, y ahora tenía algo más que contarle a Miguel, algo que sabía que lo encendería como nunca.

Esa noche, de vuelta en casa, Laura estaba en el salón con Miguel, una copa de vino en la mano para calmar la adrenalina que todavía corría por su cuerpo. Sabía que contarle lo sucedido con Carlos podría abrir la caja de los truenos, y había preparado una versión edulcorada y exagerada de los hechos, diseñada para alimentar su morbo más que nada. Se sentó a su lado en el sofá, inclinándose hacia él con una sonrisa tímida pero cargada de intención mientras comenzaba a hablar, su voz baja y seductora.

—Hoy pasó algo de nuevo. … me pidió que me quitara la falda, y me tocó, sus manos explorando mi cuerpo. Rozándome, tan cerca, me, me susurró cosas sucias al oído, diciéndome cuánto me deseaba. Logré frenarlo por respeto a ti, pero…confieso que me estremecí con su toque. —dijo, añadiendo detalles inventados para intensificar la historia, sus ojos brillando con una mezcla de morbo real y la curiosidad de saber el efecto que tendría en él.

Miguel no pudo contenerse, sus ojos oscureciéndose de deseo mientras la escuchaba, su polla endureciéndose bajo sus pantalones con cada palabra que salía de su boca. Sus manos la agarraron por la cintura con rudeza, atrayéndola hacia él mientras gruñía, su voz ronca de urgencia.

—Laura, todo esto me pone a mil... Imaginarte así, con ese cabrón tocándote, me mata y me calienta a la vez… no puedo más, te necesito ahora —dijo, besándola con una intensidad animal, sus manos deslizándose bajo su camiseta para desnudarla con una urgencia casi desesperada.

Sin perder tiempo, Miguel la empujó contra el sofá, arrancándole la ropa con movimientos bruscos mientras se desabrochaba el pantalón, liberando su polla dura como una roca. La penetró de un solo empujón, profundo y rudo, haciéndola gemir de una mezcla de sorpresa y placer mientras su cuerpo se arqueaba bajo el suyo.

— Laura, no pares, sigue con esto, sigue jugando con Carlos, me vuelve loco pensar en sus manos sobre ti, dejale caliente, que sienta que puede follarte pero que todo sea un casi te folla. Porque eres mía, solo mía, pero esto, esto me mata, me enciende y me mata a la vez —gruñó, sus embestidas implacables, cada una más profunda que la anterior, su pelvis chocando contra la de ella con un sonido húmedo y crudo que llenaba el salón. Sus manos agarraban sus caderas con fuerza, casi magullándola, dándole palmadas en el culo que resonaban mientras su respiración se volvía un jadeo animal, perdido en el deseo que su historia había desatado.

Laura gemía sin control, sus uñas clavándose en su espalda mientras lo sentía follarla con una intensidad que la llevaba al borde, su coño apretándose alrededor de su polla mientras el placer la recorría en oleadas, mezclado con el dolor de su rudeza. Un orgasmo la golpeó con fuerza, haciéndola temblar bajo él mientras gritaba su nombre, seguido de otro que la dejó jadeando, su cuerpo al límite pero respondiendo con un morbo que no podía apagar. Pensó en cómo complacer a Miguel, en cómo jugar con estas dinámicas la excitaba cada vez más, cómo el control que sentía sobre Carlos y la obsesión de Miguel la hacían sentirse poderosa, deseada, viva. Miguel finalmente se corrió dentro de ella con un rugido, su semen caliente llenándola mientras su cuerpo se tensaba sobre el suyo, jadeando mientras colapsaba a su lado en el sofá.

—No pares Laura, sigue jugando con él, chupasela, pajeale, pero solo te follo yo. Me pone loco, quiero más, quiero que lo vuelvas loco a él —murmuró Miguel, su voz todavía ronca mientras la abrazaba con fuerza, su respiración agitada contra su cabello. Laura, en su interior, sintió una mezcla de satisfacción por el poder que tenía sobre él y una chispa de curiosidad sobre hasta dónde podía llevar esto, sobre qué más podía explorar para mantenerlo así, tan consumido por ella y por lo que hacía. Mientras se recostaba contra su pecho, sabía que lo que vendría sería aún más intenso, y una parte de ella, una parte que ya no se resistía, estaba deseando descubrirlo.

La mañana del viernes llegó con un cielo encapotado que apenas dejaba pasar la luz a través de las cortinas de la cocina donde Laura y Miguel desayunaban juntos. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, pero había una tensión subyacente que no podía ignorarse, una electricidad que parecía emanar de Miguel mientras removía su taza con una intensidad innecesaria. Laura, sentada frente a él con un plato de tostadas a medio comer, lo observaba de reojo, notando cómo sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y una curiosidad que no podía contener. Finalmente, después de un sorbo largo de su café, Miguel dejó la taza en la mesa con un leve golpe, girándose hacia ella con una expresión que mezclaba entusiasmo y un nerviosismo apenas perceptible.

—Laura, no he parado de darle vueltas a todo esto. Los videos, las cosas que me cuentas de ese tío… me tienen obsesionado. No puedo sacármelo de la cabeza. Y ahora siento que necesito verlo, ¿sabes? Ponerle cara a ese cabrón que ha estado tocándote, que ha tenido su polla en tu boca. ¿Crees que podrías arreglar algo? No sé, algo casual, como coincidir en un bar o invitarlo a una cena con más gente, para que no sea evidente que sé lo que pasa. Solo quiero verlo en persona, sentir quién es —dijo, su voz cargada de un morbo evidente, aunque un destello de inseguridad cruzó su mirada por un instante, como si se preguntara cómo era posible que Carlos tuviera tanto acceso a ella sin que hubiera repercusiones. Pero esa duda se desvaneció rápidamente, ahogada por la anticipación que lo consumía mientras esperaba su respuesta, sus dedos tamborileando en la mesa.

Laura sintió un vuelco en el estómago, una mezcla de nervios por el riesgo que esto implicaba —el temor de que Miguel notara algo fuera de lugar o intuyera el chantaje que aún ocultaba— y un cosquilleo de morbo al imaginar cómo podía girar esta situación a su favor, cómo podía intensificar el juego de poder que había estado manejando. Tomó un sorbo de su té, dejando que el calor calmara sus pensamientos antes de responder, su tono cuidadosamente medido para parecer dubitativo al principio.

—No sé, Miguel, podría sentirse extraño. No quiero que sea incómodo para ninguno de los dos. ¿Estás seguro de que es una buena idea? —preguntó, inclinando la cabeza mientras lo miraba, aunque sus labios se curvaron en una leve sonrisa que delataba su interés.

Miguel asintió con vehemencia, inclinándose hacia ella con una urgencia que no intentó ocultar.

—Sí, estoy seguro. No tiene que ser nada raro, solo verlo, saber quién es de verdad. Me vuelve loco imaginarlo, pero verlo en carne y hueso… sería otro nivel. Por favor, piénsalo, organiza algo. Confío en ti —dijo, su mano alcanzando la de ella sobre la mesa, apretándola con una mezcla de súplica y deseo.

Laura suspiró, fingiendo una resignación que no sentía del todo, antes de devolverle el apretón con una sonrisa más amplia, cargada de intención.

—Está bien. Lo pensaré y veré cómo puedo arreglarlo. Quizás pueda invitarlo a algo el próximo fin de semana, algo discreto con más gente alrededor.—dijo, sus palabras alimentando su anticipación mientras en su interior sentía una mezcla de nervios y excitación por lo que este nuevo paso podría desatar.

Más tarde ese mismo viernes, en la oficina, Laura trabajaba en su escritorio con una expectativa que le recorría la piel como una corriente eléctrica. Sabía que Carlos no tardaría en buscarla, y la idea de lo que podría pasar, de cómo podía usar cualquier interacción para alimentar el morbo de Miguel, la llenaba de una energía que ya no intentaba reprimir. A media tarde, cuando el bullicio de la oficina comenzaba a disminuir, su teléfono interno vibró con un tono insistente, y la voz de Carlos, grave y con un matiz de impaciencia, resonó al otro lado solicitandola que fuese a su despacho.

Ella respiró hondo, una sonrisa apenas perceptible formándose en sus labios mientras se levantaba, ajustándose la blusa de seda color crema que llevaba, cuyos botones superiores dejaban entrever un atisbo de su sujetador de encaje, y la falda lápiz azul marino que abrazaba sus curvas. Caminó por el pasillo con un paso que denotaba más seguridad de la que solía mostrar, y al llegar a la puerta de Carlos, dio un toque ligero pero firme. Su voz, con un deje de autoridad mezclado con algo más oscuro, la invitó a entrar. Al cruzar el umbral, lo encontró de pie junto a la ventana, con las mangas de su camisa gris arremangadas, revelando unos antebrazos fuertes, y una mirada que la recorrió de pies a cabeza mientras cerraba la puerta tras de sí, el sonido del pestillo resonando como un eco de intimidad en el espacio cerrado.

—Laura, qué bien que llegaste rápido. Acércate—dijo con una sonrisa torcida, su tono destilando una confianza que buscaba dominar mientras daba un paso hacia ella, el espacio entre ellos reduciéndose con una intención que no necesitaba palabras.

Laura fingió un gesto de incomodidad, retrocediendo un paso mientras sus manos se alzaban en un ademán defensivo, manteniendo la fachada de reticencia que sabía que lo mantenía enganchado, creyendo que tenía el control.

—Carlos, por favor, no empecemos con esto otra vez. Deberíamos centrarnos en el trabajo, tengo cosas pendientes —murmuró, su voz teñida de una protesta que sonaba ensayada, aunque internamente un calor ya comenzaba a crecer, un morbo que no intentaba apagar, alimentado por la expectativa de lo que podía suceder y cómo podía moldearlo para su propio juego.

Carlos soltó una carcajada baja, sus ojos brillando con un deseo crudo mientras se acercaba más, ignorando su aparente resistencia.

—Vamos, Laura. Quítate la blusa y la falda, déjame admirarte —ordenó, su voz endureciéndose con una autoridad que pretendía ser incuestionable mientras sus manos se movían a su propio cinturón, desabrochándolo con un movimiento lento pero deliberado.

Laura fingió un suspiro de resignación, sus ojos bajando al suelo mientras murmuraba un "Carlos, esto no está bien, no deberíamos", pero sus dedos ya estaban desabotonando su blusa con una lentitud calculada, dejando que la tela se deslizara por sus hombros para revelar el sujetador de encaje negro que cubría sus pechos. Luego, bajó la cremallera de su falda, dejándola caer al suelo con un susurro, quedando solo en ropa interior frente a él. Carlos la observó con una hambre evidente, su polla ya endureciéndose bajo sus pantalones mientras se acercaba, sus manos agarrándola por las caderas y atrayéndola hacia él con una fuerza que no admitía discusión.

—Laura, estás para comerte. Ven aquí, quiero sentirte—gruñó, girándola con un movimiento brusco para presionarla contra el borde de su escritorio, su cuerpo pegándose al de ella desde atrás mientras sus manos exploraban su piel, deslizándose bajo el elástico de sus braguitas para rozar su coño con dedos insistentes.

Laura fingió un jadeo de sorpresa, sus manos apoyándose en el escritorio como si intentara mantener el equilibrio, murmurando un "por favor, Carlos, no sigas, no estoy lista", pero permitió que sus dedos se movieran, sintiendo cómo casi rozaban su clítoris con una presión que la hizo estremecerse, no de repulsión, sino de un placer oscuro que la recorría. Internamente, el asco estaba prácticamente ausente; en su lugar, había un morbo abrumador, una satisfacción al sentir el calor de su toque, la urgencia de sus movimientos, y el poder que ejercía al decidir hasta dónde dejaba que llegara. Carlos bajó sus pantalones lo suficiente para liberar su polla, dura y gruesa, y la presionó contra ella, rozándola entre sus muslos y contra la tela de sus braguitas con una intención clara, buscando un ángulo para penetrarla mientras su respiración se volvía más pesada contra su nuca.

—Laura, estás tan mojada, sé que lo quieres. Déjame entrar, solo un poco, no te resistas —susurró, su voz ronca mientras sus caderas se movían contra ella, el calor de su polla sintiéndose a través de la fina barrera de tela.

Laura, manteniendo su juego, fingió un pánico repentino, girándose ligeramente para apartarlo con un movimiento calculado.

—Carlos, no, por favor, tengo una reunión en unos minutos, no podemos arriesgarnos. —dijo, su voz temblando a propósito mientras sus manos se movían hacia su polla, rodeándola con dedos que ya no sentían repulsión, sino una curiosidad oscura. Comenzó a masturbarlo con movimientos firmes, queriendo terminar pero también disfrutando del control que sentía al manejarlo, al decidir los límites. Carlos soltó un gruñido de frustración, pero no se resistió, sus caderas empujando contra su mano mientras jadeaba, su deseo tomando el control.

—Maldita sea, Laura, está bien, pero no creas que esto se queda así. Me voy a correr, sigue, no pares —gruñó, su voz entrecortada mientras su cuerpo se tensaba. Momentos después, se corrió con un gemido bajo, su semen caliente derramándose por sus dedos y goteando sobre el borde del escritorio, el olor fuerte llenando el aire mientras ella se apartaba, limpiándose con un pañuelo que él le lanzó con un gesto impaciente.

—Qué desperdicio de tiempo, Laura. Recoge tus cosas y lárgate antes de que alguien venga—dijo, su tono volviendo a ser cortante mientras se ajustaba la ropa, sentándose de nuevo en su silla como si el encuentro no hubiera ocurrido.

Laura asintió sin mirarlo, vistiéndose con movimientos rápidos, su rostro fingiendo una mezcla de alivio y nervios que ya no sentía del todo. Mientras salía de la oficina, una corriente de triunfo la atravesaba: había manejado la situación a su manera, había sentido el morbo de su cercanía, de su polla rozándola tan íntimamente, y ahora tenía algo nuevo que compartir con Miguel, algo que sabía que lo encendería como nunca.

Esa noche, en el calor de su hogar, Laura se encontraba en el dormitorio con Miguel, la luz tenue de una lámpara proyectando sombras suaves sobre las paredes. Había esperado el momento adecuado para contarle lo sucedido con Carlos, preparando una versión edulcorada y exagerada de los hechos para avivar su deseo al máximo. Se acercó a él, que estaba recostado en la cama con un libro que apenas fingía leer, y se sentó a su lado, su mano rozando su muslo con una intención clara mientras su voz adoptaba un tono bajo, casi conspirador.

—Amor, hoy de nuevo Carlos me tocó.… me hizo quitarme casi toda la ropa, me quedé en ropa interior, me presionó contra su escritorio y sentí su polla rozándome, tan cerca de entrar en mí que apenas pude contenerlo. Me susurraba cuánto quería follarme allí mismo. Lo frené por ti, te lo cuento para que lo imagines, para que lo disfrutes conmigo —dijo, añadiendo detalles inventados para intensificar la historia, sus ojos brillando con una mezcla de morbo real y la satisfacción de saber el impacto que tendría.

Miguel dejó caer el libro al instante, sus ojos oscureciéndose con un deseo visceral mientras la miraba, su polla endureciéndose bajo las sábanas con cada palabra que salía de su boca. Sus manos la agarraron por los hombros con una urgencia cruda, atrayéndola hacia él mientras soltaba un jadeo ronco.

—Mierda, Laura, me pones a cien. Imaginarte así, casi desnuda, sobada por ese hijo de puta, con su polla rozándote… no puedo aguantar, te necesito ya —dijo, su boca capturando la de ella en un beso feroz, sus dedos trabajando con rapidez para despojarla de su pijama, dejando su piel expuesta bajo su mirada hambrienta.

Sin demora, Miguel la tumbó sobre el colchón, deshaciéndose de su propia ropa con movimientos impacientes antes de posicionarse sobre ella, su polla dura como el acero mientras la penetraba con un empujón salvaje, haciéndola jadear de una mezcla de sorpresa y deleite mientras su cuerpo se arqueaba para recibirlo.

—Laura, eres mía, pero esto me quema, pensar en él tan cerca de follarte, en cómo te tocó… voy a hacerte sentir lo que él no pudo —gruñó, sus embestidas feroces, cada una golpeando con una intensidad que resonaba en la habitación, sus manos aferrándose a sus muslos, abriéndola más para él mientras su respiración se volvía un rugido animal, perdido en la lujuria que su relato había desatado.

Laura se dejó llevar por la tormenta de sensaciones, sus gemidos resonando mientras sus dedos se clavaban en sus hombros, su coño apretándose alrededor de su polla con cada embestida, el placer acumulándose hasta estallar en un orgasmo que la hizo temblar, seguido de otro que la dejó sin aliento, su cuerpo al límite pero vibrando con un morbo que no podía contener. Pensó en cómo encender a Miguel de esta manera la hacía sentir invencible, en cómo el juego con Carlos, el control que ejercía, y esta conexión cruda con su marido la llenaban de una energía que no quería soltar. Miguel finalmente se liberó dentro de ella con un bramido, su calor inundándola mientras colapsaba sobre su pecho, su respiración entrecortada contra su piel húmeda de sudor.

Mientras yacían juntos, recuperando el aliento, Laura aprovechó el momento, su voz suave pero cargada de promesa mientras acariciaba su cabello.

—He estado pensando en lo que me pediste esta mañana. Creo que puedo organizar algo para que conozcas a Carlos. Quizás el próximo fin de semana, una cena casual o un encuentro en un bar con más gente, algo discreto. Será tu oportunidad de verlo en persona, de sentir quién es. ¿Qué te parece? —dijo, sus palabras tejiendo una red de anticipación mientras lo miraba, notando cómo sus ojos se iluminaban de nuevo.

Miguel levantó la cabeza, una sonrisa de incredulidad y deseo cruzando su rostro mientras la apretaba contra él con renovada energía.

—Eso suena perfecto. No puedo esperar para verlo, para tenerlo frente a mí. Gracias, esto va a ser… no sé ni cómo describirlo, pero sé que va a ser increíble —dijo, su voz todavía impregnada de la pasión del momento mientras la besaba en la frente, su mente claramente girando con las posibilidades.

Laura, en su interior, sintió una mezcla de nervios por el riesgo que esto implicaba y un morbo abrumador por lo que este encuentro podría desatar. Sabía que estaba a punto de cruzar un nuevo límite en este juego que había estado manejando, y una parte de ella, una parte que ya no se resistía, estaba ansiosa por ver cómo se desarrollaría todo. Mientras se acurrucaba contra Miguel, el peso de lo que vendría se asentaba en su mente, pero también la excitación de saber que tenía el control, al menos por ahora.

El sábado por la tarde llegó con una brisa fresca que apenas aliviaba el calor pegajoso del verano, mientras Laura y Miguel se preparaban en su dormitorio para la salida que ella había organizado con tanto cuidado. Laura estaba frente al espejo, ajustándose un vestido negro de corte elegante, con un escote que dejaba entrever justo lo suficiente para atraer miradas sin ser descarado, la tela abrazando sus curvas de una manera que sabía que no pasaría desapercibida ni para Miguel ni para Carlos. Se aplicó un toque de lápiz labial rojo oscuro, sus ojos encontrándose con su propio reflejo mientras una mezcla de nervios y anticipación le recorría la espalda. Sabía que esta noche era un riesgo, un paso que podía desestabilizar el delicado equilibrio que había mantenido, pero también sentía un cosquilleo de morbo al imaginar a ambos hombres en el mismo espacio, sus deseos y pensamientos girando alrededor de ella.

Miguel, por su parte, estaba al otro lado de la habitación, abotonándose una camisa azul claro que resaltaba sus hombros anchos, sus movimientos rápidos y algo torpes mientras se ajustaba el cuello. Su rostro reflejaba una inquietud que no podía ocultar del todo, una mezcla de entusiasmo morboso y un nerviosismo que lo hacía tamborilear los dedos contra el borde del armario. Se giró hacia Laura, sus ojos recorriéndola con una mezcla de admiración y urgencia antes de hablar, su voz teñida de una curiosidad que apenas contenía.

—¿Crees que Carlos sospechará algo esta noche? ¿Cómo vas a actuar con él? No quiero que se note que sé lo que pasa, pero no sé si podré disimular lo que siento al verlo. ¿Estás segura de que esto saldrá bien? —preguntó, acercándose a ella mientras sus manos se posaban brevemente en sus caderas, buscando una reassurance que necesitaba más de lo que admitía.

Laura se giró hacia él con una sonrisa confiada, sus dedos rozando su mejilla mientras lo miraba a los ojos, proyectando una calma que no sentía del todo.

—Tranquilo, todo está bajo control. Carlos no tiene ni idea de que sabes algo, y yo me encargaré de que todo parezca natural. Solo será una salida casual con colegas, nada más. Tú solo relájate y disfruta del momento, yo manejaré el resto —dijo, su tono suave pero firme, mientras internamente sentía un nudo en el estómago por el riesgo de que Miguel notara una complicidad no explicada entre ella y Carlos. Sin embargo, ese mismo riesgo alimentaba un morbo intenso, una excitación oscura por tener a ambos hombres en su órbita, sabiendo que ella era el eje de sus pensamientos y deseos. Le dio un beso ligero en los labios, sellando su promesa, antes de tomar su bolso y guiarlo hacia la puerta, el eco de sus tacones resonando en el pasillo como un preludio de la tensión que estaba por venir.

El bar que Laura había elegido estaba en el corazón de la ciudad, un lugar con un ambiente animado pero no abrumador, donde la música de fondo —un jazz suave con toques modernos— se mezclaba con el murmullo constante de las conversaciones. Las luces cálidas colgaban del techo en lámparas de diseño, proyectando un brillo dorado sobre las mesas de madera oscura, y el aroma a cócteles y tapas recién hechas llenaba el aire. Laura y Miguel llegaron primero, uniéndose a una mesa donde ya estaban sentados dos colegas de Laura, Ana y Marcos, que habían sido invitados para mantener la apariencia de una salida informal entre compañeros de trabajo. Laura se sentó junto a Miguel, su mano descansando brevemente sobre su muslo bajo la mesa para tranquilizarlo, mientras intercambiaba saludos y risas con los demás, su postura relajada pero calculada.

Miguel, aunque intentaba participar en la conversación trivial sobre el último proyecto de la oficina, estaba visiblemente distraído, sus ojos desviándose hacia la entrada cada pocos minutos, su pierna temblando ligeramente bajo la mesa. Laura podía sentir su tensión, el calor de su anticipación mezclándose con un nerviosismo que no podía disimular del todo, y eso solo intensificaba el morbo que ella misma sentía, la idea de que pronto tendría a ambos hombres frente a frente, sus mundos colisionando bajo su control.

No pasó mucho tiempo antes de que Carlos apareciera en la entrada, su figura robusta destacando incluso en la penumbra del bar. Vestía una camisa gris ajustada que marcaba su torso, combinada con unos vaqueros oscuros, y una sonrisa confiada se dibujó en su rostro mientras recorría el lugar con la mirada hasta encontrar a Laura. Caminó hacia la mesa con pasos seguros, su presencia llenando el espacio de una manera que hizo que Miguel se enderezara de inmediato, sus ojos clavándose en él con una intensidad que mezclaba curiosidad y algo más oscuro. Laura se levantó para saludarlo, su sonrisa profesional pero con un toque de calidez que no pasó desapercibido para Miguel.

—Carlos, qué bueno que pudiste venir. Te presento a Miguel, mi marido. Y estos son Ana y Marcos, también de la oficina —dijo, su voz ligera mientras gesticulaba hacia cada uno, asegurándose de mantener el tono casual.

Carlos extendió la mano hacia Miguel, su apretón firme y prolongado, sus ojos sosteniendo los de él por un segundo más de lo necesario antes de soltar una risa baja.

—Un placer, Miguel. He oído hablar de ti, aunque Laura no suelta mucho. Supongo que es bueno poner cara a las historias —dijo, su tono ambiguo, cargado de un subtexto que hizo que Miguel apretara la mandíbula ligeramente, aunque asintió con una sonrisa tensa. Luego, Carlos se giró hacia Laura, su mirada recorriéndola de arriba abajo con un destello de deseo que no intentó ocultar del todo.

—Y a ti, Laura, siempre es un placer verte, incluso fuera de las paredes de la oficina. Trabajamos tan de cerca, ¿verdad? —añadió, su voz goteando con una intención que solo ella y Miguel podían captar plenamente, mientras tomaba asiento frente a ellos, su postura relajada pero dominante.

Laura soltó una risa suave, sentándose de nuevo junto a Miguel, su mano rozando su brazo en un gesto que buscaba calmarlo mientras respondía con un tono juguetón pero controlado.

—Sí, bueno, el trabajo siempre nos mantiene ocupados, ¿no? Pero esta noche es para relajarnos un poco —dijo, sus palabras cuidadosamente elegidas mientras tomaba un sorbo de su copa de vino, sus ojos desviándose hacia Miguel para medir su reacción. Podía sentir el calor de su cuerpo a su lado, la forma en que su respiración se había acelerado ligeramente, y sabía que su mente estaba girando con imágenes de los videos y las historias que le había contado, el morbo de tener al hombre que había tocado a su mujer sentado frente a él golpeándolo con una fuerza que no podía ignorar.

Miguel, por su parte, intentaba mantener la compostura, participando en la conversación con comentarios breves sobre el bar o el clima, pero sus ojos traicionaban su estado interno. Cada vez que Carlos hablaba con Laura, cada vez que dejaba caer una frase con doble sentido —como "Laura siempre tiene una manera de hacer que las cosas sean interesantes en la oficina" o "tenemos algunos proyectos que requieren mucha… atención personal"— Miguel sentía una punzada en el pecho, una mezcla de excitación visceral y una incomodidad que no podía desechar. Bajo la mesa, su polla se endurecía a pesar de sí mismo, el morbo de saber lo que Carlos había hecho con Laura, de imaginarlo mientras lo tenía frente a él, chocando con un nudo en el estómago al notar una familiaridad entre ellos que no podía explicar del todo. Sus dedos apretaban el borde de su vaso de cerveza con más fuerza de la necesaria, y Laura, percibiendo su tensión, apoyaba su mano en su rodilla de vez en cuando, un gesto que lo anclaba pero también alimentaba su deseo.

Laura, mientras tanto, navegaba la situación con una maestría que la llenaba de una satisfacción oscura. Reía con los comentarios de Carlos, inclinándose ligeramente hacia él para mantener la apariencia de camaradería, pero siempre volvía su atención a Miguel, rozándolo con pequeños gestos que lo tranquilizaban y a la vez lo mantenían al borde. Internamente, sentía un morbo abrumador por la tensión que flotaba en el aire, por tener a ambos hombres en su órbita, sus deseos y pensamientos girando alrededor de ella. Cada mirada de Carlos, cargada de una lujuria que no intentaba disimular del todo, y cada reacción de Miguel, atrapado entre el morbo y la duda, la hacían humedecerse a pesar de la fachada de normalidad que mantenía. Sabía que estaba jugando con fuego, que un desliz podía hacer que Miguel cuestionara más de lo que estaba preparada para manejar, pero esa misma posibilidad solo intensificaba el placer que sentía al controlar la situación.

La conversación continuó durante una hora, girando en torno a temas triviales como anécdotas de trabajo o recomendaciones de bares, pero cada palabra estaba cargada de subtextos que solo Laura y Miguel podían descifrar por completo. Carlos, ajeno a la verdadera profundidad de la situación, seguía dejando caer comentarios ambiguos, sus ojos deteniéndose en Laura más de lo necesario, mientras Miguel luchaba por mantener una fachada de indiferencia, sus pensamientos claramente en otro lugar. Finalmente, Carlos se levantó para despedirse, su sonrisa torcida mientras miraba a Laura con una intensidad que hizo que Miguel apretara los labios.

—Bueno, me voy, pero nos vemos pronto, Laura. Tenemos algunos pendientes por terminar, ya sabes —dijo, su tono goteando con una promesa implícita antes de girarse hacia Miguel con un asentimiento breve.

—Un placer conocerte, Miguel. Cuida bien de ella, es un tesoro en la oficina —añadió, su comentario final dejando un eco de incomodidad mientras se alejaba hacia la salida, su figura desapareciendo entre la multitud del bar.

De vuelta a casa, el trayecto en coche fue más silencioso de lo habitual, el aire entre Laura y Miguel cargado de una tensión que no necesitaba palabras. Miguel conducía con la mirada fija en la carretera, sus manos apretando el volante con una fuerza que delataba su estado interno, mientras Laura, a su lado, observaba las luces de la ciudad pasar por la ventana, sus pensamientos girando en torno a lo que había sucedido y lo que podía venir. Fue solo al llegar a su apartamento, mientras colgaban sus abrigos en la entrada, que Miguel finalmente rompió el silencio, su voz baja pero cargada de una mezcla de emociones que no podía contener.

—Ufff, Laura, no sé ni cómo describir lo que sentí esta noche. Verlo en persona, tenerlo frente a mí, sabiendo todo lo que ha hecho contigo… fue más intenso de lo que imaginé. Me encendió de una manera que no esperaba, pero también… no sé, había algo en cómo te miraba, en cómo te hablaba, que me hizo sentir raro. Como si hubiera una conexión que no entiendo del todo. ¿Es solo mi cabeza jugando conmigo por todo lo que me has contado? —dijo, girándose hacia ella mientras sus ojos buscaban los suyos, una duda más evidente que en ocasiones anteriores brillando en su mirada, aunque no llegó a acusarla de nada, su tono más de confusión que de confrontación.

Laura sintió un escalofrío recorrerla, un destello de nervios por lo cerca que estaba Miguel de cuestionar más de lo que estaba preparada para manejar, pero mantuvo su compostura, acercándose a él con una sonrisa suave mientras sus manos se posaban en su pecho, un gesto de ternura que buscaba desarmarlo.

—No hay nada de qué preocuparse. Carlos es así con todo el mundo, siempre hace comentarios de ese tipo, pero no significa nada. Todo lo que hago, todo lo que ha pasado, es por ti, para nosotros. No dejes que tu imaginación te juegue una mala pasada, ¿vale? Esta noche fue intensa para mí también, pero estoy aquí contigo, siempre —dijo, su voz cálida y tranquilizadora mientras se inclinaba para besarlo con una lentitud deliberada, sellando sus palabras con un contacto que buscaba apagar sus dudas, al menos por ahora.

Miguel suspiró contra sus labios, sus brazos rodeándola con una fuerza que mezclaba necesidad y alivio, aunque una sombra de incertidumbre permanecía en el fondo de su mente.

—Tienes razón, probablemente es solo mi cabeza. Pero vaya, esta noche me ha encendido de una manera nueva. Quiero seguir con esto, ver hasta dónde podemos llegar. —murmuró, su voz todavía impregnada de deseo mientras la abrazaba con más fuerza, su calor envolviéndola mientras se quedaban allí, en el silencio de la entrada.- Me duele, pero a la vez me pone muchísimo, pero prometeme que cuando diga de parar, pararemos…

Laura, en su interior, sintió una mezcla de alivio por haber manejado sus dudas y un morbo abrumador por lo que esta noche había desatado. Sabía que estaba caminando sobre una línea fina, que el riesgo de que Miguel descubriera más de lo que debía estaba creciendo, pero también sentía un deseo ardiente de seguir empujando los límites, de ver hasta dónde podía llevar esto sin perder el control que tanto valoraba. Mientras se recostaba contra su pecho, el peso de lo que vendría se asentaba en su mente, pero también la excitación de saber que tenía el poder, al menos por ahora, de moldear lo que sucedería después. Una parte de ella ya estaba imaginando cómo podía escalar la situación, cómo podía darle a Miguel lo que quería mientras alimentaba su propio placer oscuro, y esa posibilidad la llenaba de una energía que no quería soltar.

—Pararemos cuando tu quieras Miguel, hare siempre lo que tu quieras amor.

La mañana del domingo llegó con una luz suave que se filtraba a través de las persianas del salón, donde Laura y Miguel compartían un desayuno tranquilo, aunque el aire entre ellos estaba cargado de una tensión que no había disminuido desde el encuentro casual con Carlos la noche anterior. Miguel, sentado frente a ella con una taza de café en la mano, parecía más inquieto de lo habitual, sus dedos tamborileando contra la mesa mientras su mirada se perdía en algún punto más allá de la ventana. Finalmente, después de un sorbo largo, dejó la taza con un leve golpe y se giró hacia Laura, sus ojos brillando con una mezcla de deseo ardiente y una sombra de incertidumbre que ya no podía ignorar del todo.

—Laura, no he parado de pensar en lo de anoche. Ver a Carlos en persona me ha calentado más de loque creía. Me dio morbo de una manera que no esperaba, y ahora quiero más, algo que lleve esto a otro nivel. Algo más atrevido, no sé cómo explicarlo,. ¿Lo entiendes? —dijo, su voz ronca de anticipación, aunque una duda más profunda se coló en su tono mientras añadía, casi en un murmullo—: Pero antes necesito saber cien por cien que que todo esto es solo por mí ¿No hay nada más entre tú y ese tío que no me estás contando?

Laura sintió un nudo apretarse en su pecho, un destello de nervios por la dirección que estaban tomando sus preguntas, pero mantuvo su expresión serena, inclinándose hacia él con una sonrisa suave mientras posaba su mano sobre la suya, un gesto que buscaba calmarlo.

—Claro que es por ti. Todo lo que hago, todo lo que ha pasado, es para nosotros, para darte lo que quieres. No hay nada más, te lo prometo.

—Seguro,¿no?

—Seguro, yo solo te quiero a ti.- dijo Laura mirandole a los ojos-cuando hablas de algo más atrevido con Carlos, ¿a que te refieres?.

—No se, lo dejo a tu elección, como decías el otro día, sabes como empiezas pero no como acabas, pero eso si, nada de follar…

—Déjame pensarlo —dijo, su voz cargada de una promesa seductora, mientras internamente su mente ya giraba con ideas, un cosquilleo de morbo recorriéndola al imaginar cómo podía escalar las cosas. Pensó en grabar un encuentro más íntimo con Carlos, algo que cruzara un nuevo límite físico, quizás dejando que él se acercara más de lo que había permitido antes, un roce tan directo que sugiriera penetración sin llegar a concretarla, sabiendo que eso volvería loco a Miguel. Pero también sintió el peso del riesgo, la posibilidad de que las dudas de Miguel crecieran si no manejaba esto con cuidado. Aun así, la excitación de empujar los límites, de alimentar su propio placer oscuro mientras complacía a Miguel, era más fuerte que cualquier temor.

Miguel asintió, sus hombros relajándose ligeramente ante sus palabras, aunque una chispa de inseguridad permanecía en su mirada.

—Está bien, confío en ti. Solo… no sé, a veces siento que hay algo que no me encaja, pero supongo que es mi cabeza.—dijo, apretando su mano con una mezcla de gratitud y deseo antes de levantarse para recoger los platos, dejando a Laura con sus pensamientos, su determinación solidificándose mientras planeaba los detalles para la próxima semana en la oficina.

El lunes llegó con una tensión que Laura podía sentir en cada rincón de la oficina, una anticipación que le recorría la piel mientras trabajaba en su escritorio, esperando el inevitable momento en que Carlos la buscaría. Había preparado todo con cuidado, asegurándose de llevar un vestido ajustado de color burdeos que resaltaba sus formas, con un escote discreto pero sugerente, y había colocado su teléfono en su bolso de manera que pudiera grabar discretamente cualquier encuentro, un ángulo estratégico que capturaría lo suficiente sin ser evidente. A media mañana, cuando el bullicio de la oficina estaba en su punto más alto, su teléfono interno sonó con un tono seco, y la voz de Carlos, grave y con un matiz de urgencia, resonó al otro lado.

Ella respiró hondo, una sonrisa apenas perceptible formándose en sus labios mientras se levantaba, alisándose el vestido con un movimiento calculado antes de caminar por el pasillo con pasos que denotaban más confianza de la que solía mostrar. Al llegar a la puerta de Carlos, dio un golpe suave pero firme, y su voz, con un deje de autoridad mezclado con algo más crudo, la invitó a pasar. Dentro, lo encontró sentado detrás de su escritorio, con una camisa blanca que marcaba su figura robusta, las mangas arremangadas revelando sus antebrazos, y una mirada que la devoró de arriba abajo mientras cerraba la puerta tras ella, el sonido del cerrojo encajándose con una finalidad que llenó el aire de electricidad.

—Laura, siempre tan puntual, me gusta eso. Acércate, hoy no voy a aceptar excusas —dijo Carlos, su tono cargado de una intención que no necesitaba explicación mientras se levantaba y rodeaba el escritorio, acercándose a ella con una determinación que hizo que su pulso se acelerara, no de miedo, sino de un morbo que ya no intentaba reprimir.

Laura fingió un gesto de incomodidad, retrocediendo un paso mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, manteniendo la fachada de reticencia que sabía que lo mantenía enganchado, creyendo que tenía el poder.

—Carlos, por favor, no empecemos con esto. —murmuró, su voz teñida de una protesta que sonaba ensayada, aunque internamente un calor ya comenzaba a crecer, alimentado por la expectativa de lo que podía pasar y cómo podía moldearlo para su propio juego, sabiendo que el teléfono en su bolso ya estaba grabando.

Carlos soltó una risa oscura, sus ojos brillando con un deseo crudo mientras se acercaba más, ignorando su aparente resistencia

—Vamos, Laura, no me hagas perder el tiempo con esas tonterías. Quítate el vestido, déjame disfrutar de lo que escondes ahí.—ordenó, su voz endureciéndose con una autoridad que pretendía ser incuestionable mientras sus manos se movían a su propio cinturón, desabrochándolo con un movimiento lento pero deliberado, dejando claro que no se conformaría con menos.

Laura fingió un suspiro de resignación, sus ojos bajando al suelo mientras murmuraba un "Carlos, esto es demasiado, no estoy cómoda", pero sus manos ya estaban moviéndose hacia la cremallera de su vestido, dejándolo caer al suelo con un susurro suave, revelando su cuerpo cubierto solo por un conjunto de ropa interior de encaje negro, sus curvas expuestas bajo su mirada hambrienta. Aprovecho para dejar el bolso a un lado con el movil asomando por el borde.

Carlos la observó con una sonrisa satisfecha, su polla ya endureciéndose bajo sus pantalones mientras se acercaba, sus manos agarrándola por las caderas y atrayéndola hacia él con una fuerza que no admitía discusión.

—Joder, Laura, estás para follarte aquí mismo. Ven, quiero sentirte más cerca que nunca —gruñó, girándola con un movimiento brusco para presionarla contra la pared del despacho, su cuerpo pegándose al de ella desde atrás mientras sus manos exploraban su piel, deslizándose bajo el elástico de sus braguitas para rozar su coño con dedos insistentes que la hicieron estremecerse.

Laura fingió un jadeo de protesta, sus manos apoyándose en la pared como si intentara mantener el equilibrio, murmurando un "por favor, Carlos, no sigas, no puedo hacer esto", pero permitió que sus dedos se movieran, sintiendo cómo rozaban su clítoris con una presión que la hizo temblar, no de repulsión, sino de un placer oscuro que la recorría. Internamente, el asco estaba casi ausente; en su lugar, había un morbo abrumador, una satisfacción al sentir el calor de su toque, la urgencia de sus movimientos, y el poder que ejercía al decidir hasta dónde dejaba que llegara, sabiendo que cada segundo estaba siendo capturado por su teléfono. Carlos bajó sus pantalones lo suficiente para liberar su polla, dura y gruesa, y la presionó contra ella, rozándola entre sus muslos y contra la tela de sus braguitas con una intención clara, buscando un ángulo para acercarse más mientras sus caderas se movían con un ritmo insistente. Luego, con un movimiento audaz, bajó parcialmente sus braguitas, dejando que su polla rozara directamente contra su piel, tan cerca de su entrada que la sugerencia de penetración era innegable, el calor y la dureza de su carne contra la suya haciéndola humedecerse más de lo que esperaba.

—Estás tan mojada, sé que lo quieres. Solo un poco más, déjame sentirte de verdad —susurró, su voz ronca contra su oído mientras su respiración se volvía más pesada, sus movimientos más desesperados.

Laura, manteniendo su juego, fingió un pánico repentino, girándose ligeramente para apartarlo con un movimiento calculado.

—Carlos, no, por favor, alguien podría entrar. No estoy lista para esto, no ahora.—dijo, su voz temblando a propósito mientras se arrodillaba frente a él, sus manos rodeando su polla con dedos que ya no sentían repulsión, sino una curiosidad oscura. Comenzó a masturbarlo con movimientos rápidos y firmes, queriendo terminar pero también disfrutando del control que sentía al manejarlo, al decidir los límites. Carlos soltó un gruñido de frustración, pero no se resistió, sus caderas empujando contra su mano mientras jadeaba, su deseo tomando el control.

—Maldita sea, Laura, está bien, pero no creas que esto se queda así. Me voy a correr, y quiero que lo sientas. Mira hacia arriba, quiero verte la cara —gruñó, su voz entrecortada mientras su cuerpo se tensaba. Momentos después, se corrió con un gemido gutural, su semen caliente salpicando el rostro de Laura, goteando por sus mejillas y labios mientras ella cerraba los ojos instintivamente, una mezcla de denigración y satisfacción recorriéndola. Se sentía humillada por el acto, por la crudeza de tener su corrida en la cara, pero al mismo tiempo, una parte oscura de ella se regocijaba en el poder que había ejercido, en cómo había controlado hasta este punto, y en cómo esto encendería a Miguel cuando lo viera. Carlos, jadeando, le pasó un pañuelo con un gesto despectivo, su sonrisa torcida mientras se recomponía.

—Joder, qué vista. Limpia eso y vete antes de que alguien venga. —dijo, su tono volviendo a ser frío mientras se ajustaba los pantalones y regresaba a su escritorio.

Laura se limpió el rostro con movimientos rápidos, el sabor salado de su semen todavía en sus labios mientras se vestía, su rostro fingiendo una vergüenza que no sentía del todo. Mientras salía del despacho, una corriente de triunfo la atravesaba, mezclada con esa sensación de denigración que, de alguna manera, la satisfacía: había manejado la situación a su manera, había sentido el morbo de su cercanía, de su polla rozándola tan íntimamente y de su corrida en su cara, y ahora tenía algo que sabía que encendería a Miguel como nunca.

Esa noche, en la intimidad de su dormitorio, Laura esperó el momento adecuado para compartir el video con Miguel, la luz tenue de la lámpara proyectando sombras suaves sobre las paredes mientras él se recostaba en la cama, ajeno a lo que estaba por venir. Se sentó a su lado, su mano rozando su muslo con una intención clara mientras su voz adoptaba un tono bajo, casi conspirador.

— Hoy hice algo más atrevido, como me pediste. Lo grabé para ti.

—Cuentame

—Me desnudó casi por completo, me presionó contra la pared y sentí su polla rozándome, tan cerca de entrar en mí que me hizo temblar. Sus manos estaban por todas partes, susurrándome cuánto quería follarme, y al final… se corrió en mi cara. Lo hice por ti, para que lo veas, para que lo sientas conmigo —dijo, añadiendo detalles exagerados para intensificar la historia, sus ojos brillando con una mezcla de morbo real y la satisfacción de saber el impacto que tendría mientras le pasaba el móvil con el video ya listo para reproducir.

Miguel tomó el teléfono con manos temblorosas, sus ojos pegados a la pantalla mientras el video comenzaba, mostrando a Laura arrodillada, el rostro salpicado por la corrida de Carlos, su respiración acelerándose al instante mientras su polla se endurecía bajo las sábanas con cada segundo que pasaba. No pudo apartar la mirada, reproduciendo el momento final una y otra vez, su voz ronca de deseo cuando finalmente habló.

—Laura, esto es… no tengo palabras.—dijo, dejando el móvil a un lado mientras la agarraba por la cintura con rudeza, atrayéndola hacia él y desnudándola con una urgencia casi desesperada.

Sin perder tiempo, Miguel la empujó contra el cabezal de la cama, arrancándole la ropa restante con movimientos bruscos mientras se deshacía de la suya, liberando su polla dura como una roca. La penetró de un solo empujón, profundo y salvaje, haciéndola gemir de una mezcla de sorpresa y placer mientras su cuerpo se arqueaba bajo el suyo.

—Laura, eres mía, eres mía —gruñó, sus embestidas implacables, cada una más profunda que la anterior, su pelvis chocando contra la de ella con un sonido húmedo y crudo que llenaba la habitación. Sus manos aferraban sus caderas con fuerza, dándole palmadas en el culo que resonaban mientras su respiración se volvía un jadeo animal, perdido en el deseo descontrolado mezclado con una frustración que no podía nombrar.

Laura gemía sin control, sus uñas clavándose en su espalda mientras lo sentía follarla con una intensidad que la llevaba al borde, su coño apretándose alrededor de su polla mientras el placer la recorría en oleadas, mezclado con el dolor de su rudeza. Un orgasmo la golpeó con fuerza, haciéndola temblar bajo él mientras gritaba su nombre, seguido de otro que la dejó jadeando, su cuerpo al límite pero respondiendo con un morbo que no podía apagar. Pensó en cómo complacer a Miguel, en cómo jugar con estas dinámicas la hacía sentirse poderosa, deseada, viva, incluso después de la denigración que sintió con Carlos, una denigración que, de alguna manera, la había satisfecho al saber que tenía el control. Miguel finalmente se corrió dentro de ella con un rugido, su semen caliente llenándola mientras su cuerpo se tensaba sobre el suyo, jadeando mientras colapsaba a su lado en la cama.

Sin embargo, mientras ambos recuperaban el aliento, Miguel se quedó mirando al techo, su expresión ensombrecida por algo más que el deseo satisfecho. Su voz, cuando habló, estaba cargada de una inseguridad más abierta, un tono que Laura no podía ignorar.

—Laura, esta situación me vuelve loco, me mata de morbo, pero no puedo evitar pensar que hay algo que escapa de mi control. Hay algo en cómo te dejas hacer esto, en cómo llegas tan lejos con ese cabrón. ¿De verdad es todo por mí? —dijo, girándose hacia ella con una mirada que buscaba respuestas, una duda más persistente que en cualquier momento anterior, aunque no llegó a acusarla directamente.

Laura sintió un escalofrío, el peso de sus palabras golpeándola con más fuerza de la que esperaba, pero mantuvo su calma, inclinándose para besar su frente con ternura mientras sus manos acariciaban su pecho.

—Todo es por que me lo pides. No hay nada más, te lo juro. Lo hago porque sé cuánto te enciende, porque quiero darte todo lo que deseas. No dejes que esas ideas te preocupen, estoy aquí contigo, siempre —dijo, su voz suave pero firme, buscando apagar sus inseguridades, aunque internamente sentía el riesgo creciendo, la posibilidad de que Miguel siguiera cuestionando hasta descubrir más de lo que estaba preparada para revelar.

Miguel suspiró, abrazándola con una fuerza que mezclaba necesidad y un resto de incertidumbre, mientras murmuraba un "está bien, amor, confío en ti" que no sonaba del todo convencido. El capítulo cerró con ambos en silencio, Miguel mirando al techo con pensamientos que no compartía, sus dudas más presentes que nunca, y Laura, en su interior, sintiendo el peso de ese riesgo pero también una determinación de seguir adelante, preguntándose cómo podía llevar esto al clímax definitivo sin perderlo todo. Una parte de ella sabía que estaba caminando sobre una línea cada vez más fina, pero la excitación de lo que vendría, de cómo podía moldear el deseo de Miguel y el suyo propio, era un fuego que no quería apagar.
 
Consulta, en esa oficina acaso no existen los cerrojos, siempre tienen miedo que alguien entre, no pueden poner pestillo a la puerta y asunto solucionado? y si alguien quiere entrar y no puede porque esta cerrado se inventan cualquier excusa.

Por otro lado, Carlos (el jefe) no puede quedar con Laura fuera de la oficina? en algun departamento, hotel, picadero, edificio abandonado, etc. Lo digo por experiencia jajaja.

Espero que @sirocco pueda tomar nota.

Por lo demas todo perfecto.
 
Excelente el ritmo, pero cada vez avanza más y ya es consentido, terminaran juntandose los tres? Esperando nuevas entregas
 
Excelente el ritmo, pero cada vez avanza más y ya es consentido, terminaran juntandose los tres? Esperando nuevas entregas
Juntandose los tres lo dudo (aunque depende del autor, porque este no parece ser un caso real)

Pero ella, quien ya ha superado la fase del ACOSO (nauseabundo sin duda), está ahora ya en la fase de apertura y morbo, por lo que no tardará mucho en dejarse follar por Carlos (cosa que ya está deseando) e incluso, posteriormente, se lo acabará implorando.

otra cosa es que cuando lo haga se lo cuente a Miguel o se lo oculte temporalmente, hasta que éste vaya avanzando en su dinámica de alimentación del morbo, como ya hizo al principio de los hechos, puesto que cuando le muestra a Miguel el primer video, el del almacén masturbando a Carlos, ya le había hecho entre 10/15 pajas al mismo y alguna mamada
 
Capitulo 6

La mañana del martes amaneció con un cielo gris que parecía reflejar la tensión que pesaba en el aire del pequeño salón donde Laura y Miguel compartían un desayuno silencioso. El aroma del café recién hecho y el sonido del pan tostado al crujir bajo los dedos de Laura no lograban disipar la atmósfera densa que se había instalado entre ellos desde la noche anterior, cuando las dudas de Miguel habían emergido con más fuerza tras el último video. Miguel, sentado frente a ella con una taza en la mano, apenas había tocado su comida, sus ojos fijos en un punto invisible más allá de la mesa, su rostro tenso mientras sus dedos tamborileaban contra la cerámica con un ritmo inquieto. Laura lo observaba de reojo, sintiendo un nudo en el estómago por lo que sabía que estaba por venir, una mezcla de nervios por el riesgo que corría y una chispa de anticipación por cómo podía manejar lo que él diría.

Finalmente, Miguel dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco, el sonido resonando en el silencio de la mañana, y se giró hacia Laura con una expresión que mezclaba un deseo ardiente con una frustración que ya no podía contener. Se levantó de la silla, comenzando a pasear por el salón con pasos cortos y rápidos, sus manos apretadas en puños mientras las palabras salían de su boca en un torrente que había estado conteniendo demasiado tiempo.

—Laura, esto no esta siendo sano para mi, no me puedo quitar lo tuyo con Carlos de la cabeza. Cada video, cada historia que me cuentas, me duele de una manera que no pensaba…pero a la vez me pone tan cachondo que no puedo controlarme, me vuelve loco imaginarte con ese cabrón…Pero…pero no puedo ignorar lo que siento en el fondo de mi, no puedo dejar de pensar que hay algo que no controlo, algo a donde no llego y que cada vez me hace tener más dudas. ¿Por qué parece que disfrutas tanto con él? ¿Hay algo más entre vosotros que no me estás diciendo? Dime la verdad, por favor —dijo, su voz cargada de una intensidad que rozaba la confrontación, sus ojos buscándola con una mezcla de súplica y desconfianza, cada palabra golpeando a Laura con más fuerza de la que esperaba.

Laura sintió un escalofrío recorrer su espalda, el peso de sus preguntas cayendo sobre ella como una losa, el riesgo de que todo se desmoronara más real que nunca. Su mente giró rápidamente, buscando las palabras adecuadas para calmarlo, para mantener el control que tanto había trabajado por preservar. Se levantó de su asiento, acercándose a él con pasos lentos pero seguros, sus manos alcanzando las suyas mientras lo miraba a los ojos con una expresión de ternura que ocultaba el nerviosismo que sentía.

—No hay nada más, te lo juro. Todo lo que hago por que me lo pides Miguel, si tu quisieras parabamos ahora mismo, pero constantemente me estas diciendo cuánto te enciende, aunque te duela, y cuando me lo pides, yo solo quiero darte lo que deseas. No hay nada entre Carlos y yo más allá de lo que tu mismo has visto, lo que te he contado. Por favor, no dejes que esto te consuma, puedes pararlo si tu quieres ahora mismo, estoy yu estaré aquí contigo, siempre —dijo, su voz suave pero firme, sus dedos apretando los de él en un gesto que buscaba anclarlo, mientras internamente sentía el temor de que Miguel siguiera presionando, de que descubriera el chantaje que aún ocultaba.

Miguel suspiró, sus hombros cayendo ligeramente mientras sus ojos se suavizaban, aunque una sombra de duda permanecía en su mirada, una incertidumbre que no podía desechar del todo. Se quedó en silencio por un momento, sus manos correspondiendo al apretón de Laura, antes de que su tono cambiara, volviéndose más bajo, más cargado de un deseo que parecía luchar contra sus propios pensamientos.

—Está bien, Laura, confío en ti. Pero… vaya, tambien me corroe esa sensación de no conocer, de no saber, quiero parar, que paremos y a la vez, no puedo parar, necesito ir un paso más allá. No ya solo videos, no que me lo cuentes…quiero saberlo todo, quiero saber la verdad. –Miguel calló unos segundos y la miro a los ojos- Quiero verlo en directo Laura, quiero estar allí cuando pase, ver cómo interactúa contigo. Organiza un encuentro directo con él, algo privado, en nuestra casa o en algún lugar discreto. Necesito presenciarlo, no quiero imaginarlo, quiero verlo… —dijo, su voz ronca de anticipación, sus ojos brillando con una mezcla de morbo y una urgencia que no admitía negativas, aunque la duda seguía acechando en el fondo de su mirada.

Laura sintió su corazón latir con fuerza, un nudo apretándose en su pecho ante la magnitud de lo que Miguel pedía. Un encuentro directo con Carlos, en un entorno privado, era un riesgo enorme, una puerta abierta a que todo saliera a la luz: el chantaje, la dinámica de poder que había manejado con tanto cuidado, las verdades que había ocultado. Pero al mismo tiempo, una chispa de morbo intenso la recorrió, la idea de tener a ambos hombres en el mismo espacio, de orquestar algo tan atrevido, de ver hasta dónde podía llevar esto sin perder el control, la llenaba de una excitación oscura que no podía ignorar. Mantuvo su expresión serena, inclinándose para rozar sus labios contra los de él en un beso ligero, un gesto que buscaba sellar su promesa mientras ganaba tiempo para procesar lo que sentía.

—Eso, es una petición fuerte, lo sabes no?.

—Si…-dijo Miguel en apenas un susurro.

—Eres consciente que puedes ver cosas que no te gusten.

—Lo se…

Laura calló durante un rato, un rato largo donde ninguno decía nada, ni siquiera se miraban, ellá pensaba en lo que le estaba pidiendo Miguel, a la vez que meditaba lo que significaría aquello para ella, lo que significaría para los dos.

—Pero si lo tienes claro, si me lo pides, lo haré por ti. Lo organizare, un encuentro privado…en casa estaremos más cómodos todos- —dijo, su voz cargada de una intención seductora, mientras internamente luchaba con el temor de lo que esto podía desatar y la atracción de cruzar este nuevo límite.

Miguel asintió, una sonrisa tensa formándose en sus labios mientras la abrazaba con fuerza, sus brazos rodeándola con una mezcla de gratitud y una necesidad que no podía disimular.

—Gracias, Laura. Sé que esto es mucho pedir, pero ahora mismo lo necesito. No puedo esperar a verlo, a estar ahí. Confío en ti pero necesito verlo, estar presente… —murmuró contra su cabello, su respiración todavía agitada por la intensidad de la conversación, aunque sus ojos, cuando se apartó para mirarla, seguían cargados de una duda que no había desaparecido del todo, una sombra que prometía volver a surgir.

—Será como tu quieras…

—Pero Laura, por favor, sin follar….por favor te lo pido, eso no…

—De acuerdo…

Laura, en su interior, sintió el peso de lo que estaba por venir como una losa sobre sus hombros, el temor de que este encuentro directo pudiera ser el momento en que todo se desmoronara, en que Miguel descubriera más de lo que estaba preparada para revelar. Pero también sentía un morbo abrumador, una excitación por orquestar algo tan arriesgado, por ver cómo podía manejar a ambos hombres en un espacio tan íntimo, por empujar los límites hasta el borde mismo del abismo. Mientras se recostaba contra el pecho de Miguel, dejando que el calor de su abrazo la envolviera, su mente ya giraba con posibilidades, con formas de organizar este encuentro sin perder el control que tanto valoraba. Sabía que estaba caminando sobre una línea más fina que nunca, que el riesgo de que su secreto sobre el chantaje saliera a la luz era más real que en cualquier momento anterior, pero una parte de ella, una parte que ya no se resistía, estaba ansiosa por ver cómo se desarrollaría todo, por sentir el fuego de lo que este encuentro podría desatar.

El resto del día transcurrió en una calma aparente, con Laura y Miguel moviéndose por la casa en una rutina que ocultaba la tormenta que se gestaba bajo la superficie. Cada mirada que compartían, cada roce casual mientras preparaban la cena o se sentaban a ver una película, estaba cargado de un subtexto que no necesitaban verbalizar: la promesa de lo que vendría, el riesgo que ambos sentían pero no nombraban, y el deseo que los mantenía atados a esta dinámica, incluso cuando las dudas de Miguel amenazaban con romperlo todo. Laura, mientras lavaba los platos esa noche, miró por la ventana hacia la oscuridad exterior, sus pensamientos girando en torno a cómo podía organizar este encuentro directo, cómo podía invitar a Carlos bajo una excusa plausible, cómo podía asegurarse de que Miguel obtuviera lo que quería sin que todo se descontrolara. El temor estaba ahí, un peso constante en su pecho, pero también la excitación, un fuego que no quería apagar, una determinación de llevar esto hasta el final, sin importar las consecuencias.

Miguel, sentado en el sofá con un libro que apenas fingía leer, la observaba desde la distancia, sus ojos siguiendo cada movimiento suyo con una mezcla de deseo y una inquietud que no podía desechar. Sabía que había pedido algo enorme, algo que sin duda iba a cambiarlo todo, pero no podía retroceder, no podía apagar el morbo y la duda que lo consumía, incluso cuando una parte de él seguía preguntándose si estaba viendo toda la verdad. El capítulo cerró con ambos en un silencio cargado, la tensión entre ellos alcanzando un punto crítico, un borde del abismo desde el que no había vuelta atrás, preparando el terreno para lo que sería el clímax definitivo de su historia.

El viernes por la tarde llegó con un cielo encapotado que parecía presagiar la tormenta que se gestaba en el interior de la casa de Laura y Miguel. El aire dentro del pequeño piso estaba cargado de una electricidad que ninguno de los dos podía ignorar, una mezcla de anticipación ardiente y nervios que rozaban el pánico mientras ultimaban los detalles del encuentro que Laura había organizado tras la insistente petición de Miguel. Habían pasado los últimos días planeando cada aspecto con una precisión casi obsesiva, aunque cada conversación sobre el tema había estado salpicada de silencios tensos y miradas que decían más de lo que sus palabras podían expresar. Laura había invitado a Carlos bajo la excusa de una "cena informal" para discutir un supuesto proyecto de trabajo que necesitaba atención urgente, una mentira cuidadosamente elaborada que le había costado más de una noche de insomnio perfeccionar. Pero ambos sabían que no se trataba de trabajo; se trataba de cumplir el deseo más oscuro de Miguel, de llevar su morbo a un nivel que nunca habían explorado antes, y para Laura, de caminar por una cuerda floja donde un solo paso en falso podía hacer que todo se desmoronara.

En el dormitorio, Laura estaba frente al espejo de cuerpo entero, ajustándose un vestido negro que había elegido con intención deliberada. La tela ajustada se adhería a cada curva de su cuerpo como una segunda piel, el escote profundo dejando entrever el borde de un sujetador de encaje negro que había comprado específicamente para esta noche, un detalle que sabía que encendería a Miguel incluso antes de que todo comenzara. Sus manos temblaban ligeramente mientras alisaba la falda, que terminaba justo por encima de las rodillas, lo suficientemente corta como para ser provocativa pero lo bastante elegante como para no parecer fuera de lugar en una cena. Se miró en el reflejo, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de determinación y un nerviosismo que no podía reprimir del todo. Sabía el riesgo que corría al tener a Miguel y Carlos en el mismo espacio, bajo el mismo techo, con el secreto del chantaje que aún pesaba sobre sus hombros como una losa invisible. Un solo comentario fuera de lugar de Carlos, una mirada demasiado reveladora, y todo podía venirse abajo: Miguel podía descubrir que sus interacciones con Carlos no habían sido del todo voluntarias al principio, que había un trasfondo de coerción que nunca le había confesado. Pero al mismo tiempo, una chispa de morbo la recorría, un calor que se asentaba en su bajo vientre al imaginar cómo podía orquestar esta noche, cómo podía manejar a ambos hombres, alimentar el deseo de Miguel y mantener el control que tanto valoraba. Se mordió el labio inferior, un gesto inconsciente mientras sus pensamientos giraban: "¿Y si Carlos dice algo que no debe? ¿Y si Miguel presiona demasiado con sus dudas? Pero la idea de tenerlos a los dos aquí, de ver cómo Miguel se enciende al mirarme con otro… eso me quema más de lo que debería".

En el salón, Miguel estaba igual de inquieto, sus movimientos bruscos mientras doblaba una camisa casual de color azul oscuro que había decidido ponerse, un intento de parecer relajado aunque su rostro traicionaba cada pensamiento que cruzaba su mente. Sus dedos torpes luchaban con los botones, y cada pocos segundos dejaba escapar un suspiro pesado, su mirada perdida en algún punto de la pared mientras su mente giraba con imágenes de lo que podría pasar esa noche. El morbo lo consumía, una excitación cruda que sentía en cada fibra de su cuerpo, la idea de ver a Laura con Carlos en persona, no a través de un video o una historia susurrada en la oscuridad de su dormitorio, sino aquí, en su propia casa, frente a sus ojos. Pero junto a ese deseo ardiente, una ansiedad punzante lo atravesaba, una duda que había crecido con cada encuentro, con cada video que Laura le había mostrado.

"¿Y si hay algo más entre ellos? ¿Y si esto no es solo por mí, si ella siente algo por ese cabrón? Joder, no puedo parar de imaginarlo, pero tampoco puedo parar de preguntarme si estoy viendo toda la verdad", pensó, su mandíbula apretándose mientras se giraba hacia el pasillo y alzaba la voz para llamar a Laura.

—Laura, ¿estás lista? ¿Cómo vamos a manejar esto con Carlos? ¿Crees que sospechará algo? ¿Y…hasta donde vamos a llegar esta noche? —preguntó, su tono una mezcla de urgencia y una inseguridad que no podía disimular, cada palabra cargada de la necesidad de respuestas que no estaba seguro de querer escuchar.

Laura salió del dormitorio, sus tacones resonando contra el suelo de madera mientras caminaba hacia él, su vestido negro capturando la luz tenue del salón de una manera que hizo que Miguel tragara saliva, sus ojos recorriéndola de arriba abajo con un deseo que no intentó ocultar. Ella sonrió, una curva confiada en sus labios que ocultaba el nudo en su estómago, y se acercó para posar una mano en su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo sus dedos.

—Estoy lista. No te preocupes, todo está bajo control, llegaremos hasta donde tu quieras… Carlos no sospechará nada, le dije que es una cena para hablar de un proyecto, y lo manejaré para que sea lo que tú quieres. Llegaré hasta donde tu quieras para que esta noche sea… lo que desees. Confía en mí, ¿vale? —dijo, su voz baja y seductora, sus ojos buscando los de él para anclarlo, para apagar las dudas que veía brillar en su mirada. Pero internamente, su mente seguía girando, el temor de que algo saliera mal mezclándose con un morbo que crecía con cada segundo que pasaba, la idea de estar frente a ambos hombres, de jugar con sus deseos, de empujar los límites hasta el borde mismo del abismo.

Miguel asintió, sus hombros relajándose ligeramente ante sus palabras, aunque una sombra de incertidumbre permanecía en su expresión. La agarró por la cintura, atrayéndola hacia él en un abrazo breve pero posesivo, su aliento cálido contra su oído mientras murmuraba:

—Está bien, Laura, confío... Pero…, estoy nervioso, no te voy a mentir. Quiero esto, lo necesito, pero no sé cómo voy a reaccionar cuando lo vea en persona. Solo… ten cuidado, por favor. —Su voz tembló ligeramente, una mezcla de deseo y ansiedad que Laura sintió como un peso adicional sobre sus hombros, pero también como un desafío que estaba decidida a superar.

El timbre de la puerta resonó en ese momento, un sonido seco que cortó el aire como un cuchillo, haciendo que ambos se tensaran al instante. Laura respiró hondo, alisándose el vestido una última vez mientras le dedicaba a Miguel una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

—Es él. Quédate aquí, yo abro. Todo saldrá bien —dijo, sus palabras más para sí misma que para él mientras caminaba hacia la entrada, sus tacones marcando un ritmo que resonaba con la aceleración de su pulso.

Al abrir la puerta, se encontró con Carlos, vestido con una camisa ajustada de color gris oscuro que marcaba su figura robusta y unos pantalones negros que le daban un aire de confianza casi arrogante. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo con una lentitud deliberada, una sonrisa torcida formándose en sus labios mientras inclinaba la cabeza en un gesto de saludo.

—Laura, qué cita tan agradable. No esperaba una cena en tu casa, pero debo decir que te ves… impresionante. —dijo, su tono cargado de un doble sentido que hizo que Laura sintiera un escalofrío, no había en ella miedo, más bien nerviosismo de una anticipación que no podía reprimir.

—Gracias, Carlos. Pasa, estamos listos para cenar y hablar de ese proyecto. Miguel está en el salón, ven —respondió ella, su voz controlada mientras lo guiaba hacia el interior, consciente de cada movimiento suyo, de cómo sus ojos seguían cada curva de su cuerpo bajo el vestido. Al entrar al salón, Miguel se levantó del sofá con una expresión que intentaba ser neutral, aunque sus ojos se estrecharon ligeramente al ver a Carlos, su mano extendiéndose en un saludo que era más un gesto de cortesía forzada que de bienvenida genuina.

—Carlos, qué bien que al final pudiste venir. Siéntate, Laura ha preparado algo especial —dijo, su tono tenso, sus palabras cargadas de un subtexto que solo él y Laura entendían.

La cena comenzó con una conversación ligera pero cargada de una tensión que parecía vibrar en el aire, cada palabra, cada mirada, un paso más hacia el borde de algo que ninguno podía nombrar aún. Laura se movía con una gracia calculada, sirviendo vino en las copas de ambos hombres mientras mantenía un tono casual, preguntando a Carlos sobre trivialidades del trabajo y riendo suavemente ante sus comentarios, aunque cada risa estaba diseñada para alimentar el deseo de Miguel, para hacerle saber que ella estaba en control, que esto era por él. Carlos, por su parte, no perdía oportunidad de coquetear, sus comentarios rozando el límite de lo apropiado mientras sus ojos se detenían en el escote de Laura más tiempo del necesario, diciendo cosas como "Laura, siempre tienes una manera de hacer que cualquier reunión sea… interesante. Este vestido te queda de puta madre, ¿lo elegiste para mí, para nosotros?". Sus palabras hacían que Miguel apretara la mandíbula, sus dedos aferrando la copa de vino con más fuerza de la necesaria, aunque bajo la mesa, Laura podía ver cómo su otra mano se tensaba sobre su muslo, una señal clara de que el morbo ya estaba encendiéndose, mezclado con una desconfianza que no podía apagar.

Miguel observaba cada gesto, cada intercambio entre Laura y Carlos, con una intensidad que parecía quemar, su mente girando con imágenes de lo que podría pasar, de lo que quería que pasara, mientras sus dudas acechaban en el fondo como una sombra persistente.

"¿Por qué parece tan cómodo con ella? ¿Por qué ella no lo frena más? Joder, me enciende verla así, pero no puedo evitar pensar que hay algo que no me cuenta", pensó, su respiración acelerándose ligeramente mientras tomaba un sorbo de vino, sus ojos sin apartarse de Laura ni por un segundo. Laura, consciente de su mirada, sentía un calor crecer en su interior, un morbo por estar en el centro de esta dinámica, por saber que cada movimiento suyo estaba siendo devorado por Miguel, mientras manejaba a Carlos con una precisión que la hacía sentirse poderosa, incluso cuando el riesgo de que todo se descontrolara la mantenía al borde.

Después de la cena, cuando los platos ya estaban recogidos y el vino había relajado los ánimos lo suficiente como para que la tensión se transformara en algo más palpable, Laura sugirió que se trasladaran al salón para "relajarse" con otra copa. Se sentó entre ambos hombres en el sofá, su cuerpo más cerca de Carlos de lo estrictamente necesario, sus piernas cruzadas de manera que la falda del vestido subía ligeramente, revelando más piel de la que había mostrado durante la cena. Comenzó a coquetear más abiertamente con Carlos, sus dedos rozando su brazo de manera casual mientras reía ante un comentario suyo, su cuerpo inclinándose hacia él en un gesto que parecía natural pero que estaba cuidadosamente calculado. Miró a Miguel de reojo, buscando su reacción, y vio en sus ojos un fuego que la hizo estremecerse, una mezcla de deseo crudo y una urgencia que le decía que estaba listo para lo que viniera después. Internamente, su corazón latía con fuerza, el morbo de tener a ambos hombres tan cerca, de ser el centro de sus deseos, mezclándose con el temor de que algo saliera mal. Pero ya no había vuelta atrás.

Laura sintió el calor del vino recorriendo sus venas, un zumbido suave que embotaba los bordes de su ansiedad pero no lograba apagarla del todo. Su mano, todavía posada en el brazo de Carlos, temblaba ligeramente, un movimiento imperceptible para él pero que ella sentía como un eco de la tormenta que rugía en su interior.

"¿De verdad voy a hacer esto? ¿Voy a entregarme a Carlos frente a Miguel, dejar que me toque, que me use, mientras mi marido mira? Joder, el solo pensamiento me enciende tanto que apenas puedo respirar, pero también me aterra. ¿Y si esto va demasiado lejos, y si Miguel no puede manejarlo, y si yo no puedo manejarlo? ¿Y si pierdo el control y me dejo llevar más de lo que debería?", pensó, su mente girando con una mezcla de morbo y miedo mientras su risa resonaba en el salón, un sonido que parecía genuino pero que ocultaba el caos bajo la superficie. Cada roce de sus dedos contra la piel de Carlos era un paso más hacia el abismo, un gesto que la acercaba a una decisión que sabía que cambiaría todo, y aunque una parte de ella gritaba que se detuviera, que pusiera un límite antes de que fuera demasiado tarde, otra parte, más oscura y hambrienta, la empujaba hacia adelante, susurrándole que esto era lo que quería, lo que necesitaba, lo que Miguel deseaba con cada fibra de su ser.

Mientras tanto, Miguel, sentado al otro lado de ella, sentía su respiración volverse más pesada con cada segundo que pasaba, sus ojos fijos en la mano de Laura sobre el brazo de Carlos, en la forma en que su cuerpo se inclinaba hacia él, en la curva de su muslo expuesto bajo la falda que subía más de lo necesario. El deseo lo consumía, un fuego que ardía en su pecho y se asentaba en su entrepierna, endureciéndolo al instante mientras imaginaba lo que vendría, mientras visualizaba a su mujer entregándose a otro hombre frente a él, dejando que Carlos la tocara, la acariciara, mientras él observaba cada detalle con una mezcla de fascinación y tormento.

"Joder, esto es lo que llevo tiempo queriendo, verla así, verla con otro, saber que lo hace por mí, que cada gemido, cada toque, es un regalo para mí. Pero mierda, ¿por qué siento este nudo en el estómago? ¿Por qué una parte de mí quiere gritarle que pare, que no lo haga, que esto es un error? ¿Es solo celos, o es algo más, algo que no puedo nombrar?", pensó, su mente atrapada en un tira y afloja entre el morbo que lo dominaba y una duda creciente que empezaba a arañar los bordes de su excitación. Sus manos se apretaban en puños sobre sus muslos, un gesto inconsciente que delataba su tensión, mientras sus ojos seguían cada movimiento de Laura, cada sonrisa, cada roce, buscando en ellos una señal de que esto era realmente por él, de que no había nada más, nada que no le estuviera contando.

Laura, consciente de la mirada de Miguel, sintió un escalofrío recorrer su espalda, un recordatorio de que cada gesto suyo estaba siendo observado, analizado, deseado. Bebió un sorbo de su copa, el líquido frío contrastando con el calor que sentía en su piel, mientras su mente seguía debatiéndose, cada pensamiento más crudo y explícito que el anterior.

"Si me entrego a Carlos ahora, si dejo que me toque, que me use frente a Miguel, será como cruzar un umbral del que no podré volver. Será su polla en mi boca, sus manos en mi cuerpo, su aliento en mi cuello, mientras Miguel mira, mientras se endurece viéndome ser usada. Joder, solo pensarlo hace que mi coño se humedezca, que mi cuerpo tiemble de ganas, pero ¿y si no puedo parar después? ¿Y si me gusta demasiado, y si Carlos toma más de lo que estoy dispuesta a dar? ¿Y si Miguel ve algo en mí que no debería, algo que revele cuánto de esto es por él y cuánto es por mí misma?", reflexionó, su respiración acelerándose mientras sus dedos dejaban de rozar el brazo de Carlos por un momento, un gesto de pausa que reflejaba la batalla interna que libraba. El morbo de ser el centro de atención, de ser deseada por dos hombres al mismo tiempo, era una droga que la intoxicaba, pero el temor a las consecuencias, a perder el control de esta situación que ella misma había orquestado, era un peso que no podía ignorar.

Del otro lado, Miguel sentía cómo su corazón latía con fuerza, cada latido un eco de su deseo y su incertidumbre mientras observaba a Laura, su mujer, coqueteando con Carlos con una naturalidad que lo excitaba tanto como lo inquietaba. Sus ojos se deslizaban por su cuerpo, por la forma en que la falda dejaba entrever la piel suave de sus muslos, por la curva de su pecho bajo el vestido, imaginando cómo se vería desnuda frente a ellos, cómo se sentiría verla rendirse a otro hombre mientras él era testigo de cada detalle.

"Mierda, quiero esto, quiero verla arrodillada frente a él, quiero ver cómo su polla entra en su boca, mientras ella gime, mientras me mira con esos ojos que dicen que lo hace por mí. Pero joder, ¿y si no es solo por mí? ¿Y si hay algo en su mirada, en su risa, que no estoy viendo? ¿Y si esto no es solo un juego, y si la estoy perdiendo sin darme cuenta?", pensó, su mente girando con imágenes explícitas de lo que podría pasar, cada una más cruda que la anterior, mientras una duda fría se asentaba en su pecho, una sombra que no podía disipar por completo, incluso cuando su cuerpo respondía con una erección que no podía controlar. Tragó saliva con dificultad, su mano alcanzando su copa de vino para beber un sorbo largo, un intento de calmar los nervios que lo carcomían, mientras sus ojos seguían fijos en Laura, esperando, deseando, temiendo lo que vendría a continuación.

Laura, sintiendo el peso de las miradas de ambos hombres sobre ella, supo que el momento de decidir había llegado, que no podía seguir posponiendo lo inevitable. Su corazón latía tan fuerte que temía que pudieran escucharlo, su piel erizándose bajo la tensión del salón mientras sus dedos jugaban con el borde de su copa, un gesto nervioso que delataba lo que sus palabras y su sonrisa ocultaban.

"Voy a hacerlo. Voy a entregarme a Carlos, voy a dejar que me toque, que me use, mientras Miguel mira. Voy a acariciar su polla, que sus manos me agarren, que su deseo me consuma, todo por el morbo de mi marido, por el poder que siento al saber que esto lo enciende como nada más. Pero joder, tengo miedo. Miedo de que esto me cambie, de que me guste más de lo que debería, de que Miguel vea en mí algo que no pueda perdonar. ¿Y si después de esto no podemos volver a ser los mismos? ¿Y si este juego nos rompe?", pensó, su mente llegando finalmente a una resolución, una aceptación temblorosa pero decidida mientras su respiración se estabilizaba, su cuerpo preparándose para lo que venía. El morbo, al final, ganó la batalla, empujándola hacia adelante con una fuerza que no podía resistir, incluso cuando las dudas seguían acechando en el fondo de su mente, un eco de advertencia que sabía que no desaparecería tan fácilmente.

Con un movimiento lento y deliberado, Laura se levantó del sofá, posicionándose frente a ambos hombres mientras sus manos alcanzaban el borde de su vestido. Sus ojos se encontraron con los de Miguel por un instante, una pregunta silenciosa que él respondió con un leve asentimiento, su respiración ya acelerada por la anticipación. Luego, con una lentitud que parecía prolongar cada segundo, dejó caer el vestido al suelo, la tela deslizándose por su piel hasta formar un charco negro a sus pies, revelando su cuerpo completamente desnudo frente a ambos hombres. No llevaba ropa interior, una decisión que había tomado desde el principio, sabiendo el impacto que tendría. Sus pechos, llenos y firmes, quedaron expuestos bajo la luz tenue del salón, los pezones endurecidos por la mezcla de nervios y excitación, mientras su cintura estrecha y las curvas de sus caderas dibujaban una silueta que parecía tallada para provocar. Su coño, perfectamente depilado, estaba a la vista, un detalle que hizo que su vulnerabilidad se sintiera más cruda, más real.

Carlos, que nunca la había visto desnuda al completo, quedó visiblemente impactado, sus ojos abriéndose de par en par mientras la devoraba con la mirada, un deseo crudo y animal brillando en su expresión. Su boca se curvó en una sonrisa torcida, sus palabras saliendo en un murmullo ronco que llenó el silencio del salón.

—Joder, Laura, eres… impresionante. No tenía ni idea de lo que escondías bajo esa ropa. Esto es un puto regalo, ¿sabes? —dijo, su tono cargado de una lujuria que no intentó disimular, sus manos apretándose contra sus propios muslos como si luchara por no tocarla en ese mismo instante.

Laura, fingiendo una mezcla de vergüenza y reticencia, cruzó los brazos sobre su pecho, cubriendo parcialmente sus pechos mientras bajaba la mirada al suelo, su voz temblando a propósito mientras murmuraba:

—Carlos, por favor, no mires así. No sé si esto es buena idea, me siento… expuesta. —Pero internamente, un morbo abrumador la recorría, un calor que se asentaba entre sus piernas al sentir las miradas de ambos hombres sobre su piel desnuda, al saber que tenía el poder de controlar sus reacciones, de encenderlos con cada gesto suyo. Miró a Miguel de reojo, y lo que vio en su expresión la hizo temblar de una manera que no esperaba: sus ojos estaban fijos en ella, oscurecidos por un deseo que parecía consumirlo, su respiración pesada mientras su mano se movía instintivamente hacia su entrepierna, ajustándose los pantalones con un movimiento que delataba lo duro que ya estaba. El morbo de verlo así, de saber que su desnudez frente a otro hombre lo llevaba al límite, era más intoxicante de lo que había imaginado.

Miguel, incapaz de apartar la mirada, sintió su polla endurecerse al instante bajo la tela de sus pantalones, una presión casi dolorosa mientras su mente se llenaba de imágenes de lo que podría pasar a continuación. Su corazón latía con fuerza, el morbo de verla así, completamente desnuda frente a Carlos, en su propia casa, era un fuego que lo quemaba desde dentro. Pero junto a ese deseo, una punzada de duda lo atravesó, una voz en el fondo de su cabeza que no podía silenciar.

"¿Por qué se expone así tan fácilmente? Joder, no, no puedo pensar, no quiero pensar… solo quiero ver más", pensó, su respiración acelerándose mientras se inclinaba hacia adelante, sus manos aferrándose a los bordes del sofá como si necesitara anclarse a algo real.

Laura, desnuda y vulnerable pero poderosa en su control, sentía el peso de las miradas de ambos hombres como una caricia invisible, su cuerpo temblando ligeramente por la mezcla de nervios y deseo mientras se preguntaba cómo podía llevar esto al siguiente nivel sin perderlo todo. Miguel, atrapado entre el morbo más intenso que había sentido nunca y las dudas que lo acechaban, sabía que ya no había vuelta atrás, que todo habia cambiado en cierta manera. Y Carlos, con una sonrisa que prometía problemas, estaba listo para tomar lo que se le ofrecía, ajeno al juego más grande que se desarrollaba a su alrededor. La noche apenas comenzaba, y el borde del abismo estaba más cerca que nunca.

El aire en el salón estaba cargado de una tensión que parecía cortarse con un cuchillo, un silencio vibrante que seguía al momento en que Laura había dejado caer su vestido al suelo, revelando su cuerpo completamente desnudo frente a Miguel y Carlos. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras suaves sobre su piel, resaltando cada curva, cada detalle de su figura expuesta: sus pechos llenos con los pezones endurecidos por la mezcla de nervios y deseo, la línea estrecha de su cintura, las caderas redondeadas que parecían invitar al toque, y su coño perfectamente depilado, vulnerable y a la vista de ambos hombres. Laura, fingiendo una vergüenza que no sentía del todo, mantenía los brazos cruzados sobre su pecho, cubriendo parcialmente sus tetas mientras sus ojos bajaban al suelo, su voz temblando a propósito al murmurar:

—Carlos, por favor, no mires así. Me pones nerviosa. —Pero internamente, un morbo abrumador la consumía, un calor húmedo asentándose entre sus piernas al sentir las miradas hambrientas de ambos hombres sobre su cuerpo, al saber que tenía el poder de encenderlos, de controlar sus reacciones con cada gesto suyo. Miró a Miguel de reojo, y lo que vio en su expresión la hizo estremecerse: sus ojos oscurecidos por un deseo animal, su respiración pesada mientras su mano se ajustaba los pantalones, delatando lo duro que ya estaba.

Carlos, sentado a poca distancia en el sofá, no podía apartar los ojos de ella, su mirada recorriendo cada centímetro de su piel con una lujuria cruda que no intentaba disimular. Su sonrisa torcida se ensanchó, sus manos apretándose contra sus muslos como si luchara por contenerse, aunque su voz, cuando habló, estaba cargada de una intención que no dejaba lugar a dudas.

— Laura, eres preciosa. No tenía ni idea de lo que escondías, pero ahora que lo veo, no pienso quedarme solo mirando. Ven aquí, no me hagas esperar —dijo, su tono autoritario resonando en el silencio del salón mientras se levantaba, su figura robusta proyectando una sombra intimidante mientras se acercaba a ella con pasos deliberados, sus ojos brillando con un deseo que parecía devorarla.

Miguel, sentado en el otro extremo del sofá, sintió su polla endurecerse aún más bajo la tela de sus pantalones, una presión casi dolorosa mientras su mente se llenaba de imágenes de lo que estaba por pasar. El morbo de ver a Laura desnuda frente a otro hombre, en su propia casa, era un fuego que lo quemaba desde dentro, una excitación tan intensa que apenas podía respirar. Pero junto a ese deseo, una punzada de duda lo atravesaba, una voz en el fondo de su cabeza que no podía silenciar.

"¿Por qué se deja mirar así?", pensó, sus manos aferrándose a los bordes del sofá con tanta fuerza que sus nudillos se blanqueaban, su respiración acelerándose mientras sus ojos seguían cada movimiento de Laura y Carlos, incapaz de apartar la mirada ni por un segundo.

Laura, sintiendo el peso de ambas miradas, dejó que sus brazos cayeran lentamente a los lados, exponiendo su cuerpo por completo mientras fingía un suspiro de resignación, su voz todavía temblorosa al murmurar:

—Carlos, por favor. Esto es demasiado. —Pero permitió que él se acercara, sus protestas vacías mientras su cuerpo respondía al morbo de la situación, un cosquilleo recorriendo su piel al sentir el calor de su presencia tan cerca. Carlos soltó una risa oscura, ignorando sus palabras mientras sus manos alcanzaban su cintura, sus dedos ásperos apretándola con una posesión que la hizo jadear ligeramente, no de miedo, sino de una excitación oscura que ya no intentaba reprimir del todo.

—Vamos, Laura, no me vengas con esas tonterías. Estás desnuda porque quieres, y yo voy a tomar lo que se me ofrece. Arrodíllate, quiero sentir esa boca tuya —ordenó, su voz endureciéndose mientras la empujaba suavemente hacia abajo, guiándola hasta que sus rodillas tocaron el suelo frío frente a él.

Laura, manteniendo su fachada de reticencia, bajó la mirada mientras se arrodillaba, sus manos temblando ligeramente al posarse sobre los muslos de Carlos, sus dedos rozando la tela de sus pantalones mientras murmuraba un débil:

—Carlos, no, por favor, no tan rápido. —Pero internamente, un morbo abrumador la recorría, el poder de estar en esta posición, de saber que Miguel la observaba, de sentir el control que aún tenía sobre ambos hombres, la hacía humedecerse más de lo que esperaba. Sus ojos se alzaron brevemente hacia Miguel, buscando su reacción, y vio que su expresión era una mezcla de deseo descontrolado y una tensión que no podía nombrar, su polla claramente dura bajo sus pantalones mientras su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas. Saber que estaba tan calilente la llenó de una satisfacción oscura, un placer en complacerlo mientras jugaba con esta dinámica peligrosa.

Carlos desabrochó su cinturón con movimientos rápidos, el sonido del metal resonando en el silencio del salón mientras bajaba la cremallera de sus pantalones, liberando su polla ya dura, gruesa y pulsante frente al rostro de Laura. La agarró por el cabello con una mano, no con violencia pero sí con firmeza, inclinando su cabeza hacia atrás para que lo mirara a los ojos mientras gruñía:

—Mírame, Laura. Vas a chupármela como una buena zorra, y no quiero excusas. Abre la boca, ahora. —Su tono era dominante, sus palabras crudas mientras empujaba su polla hacia sus labios, la punta rozando su boca con una urgencia que no admitía negativas.

Laura, fingiendo resistencia, abrió la boca lentamente, sus labios rodeando la cabeza de su polla con un movimiento inicialmente tímido que pronto se volvió más seguro, su lengua deslizándose por la base mientras lo tomaba más profundo, el sabor salado de su piel llenando su boca. Sus manos se apoyaron en sus muslos para mantener el equilibrio, sus dedos apretando la tela mientras comenzaba a mover la cabeza, chupándolo con una intensidad que contradecía sus protestas anteriores. Carlos soltó un gruñido de satisfacción, su mano en su cabello guiándola con más fuerza mientras sus caderas empujaban hacia adelante, buscando más profundidad.

—Joder, sí, así, chúpamela bien. Sabía que tenías una boca hecha para esto —dijo, su voz ronca de placer mientras sus ojos se cerraban por un momento, perdido en la sensación de su calor húmedo alrededor de su polla.

Miguel, observándolo todo desde el sofá, sintió una oleada de calor recorrerlo, su polla tan dura que dolía mientras veía a Laura arrodillada frente a Carlos, su boca moviéndose sobre él con una habilidad que lo volvía loco. Sin poder contenerse, desabrochó sus propios pantalones, liberando su erección y comenzando a masturbarse con movimientos rápidos y desesperados, su respiración entrecortada mientras gemía suavemente, incapaz de apartar los ojos de la escena.

"Verla así, chupándosela, me está matando. Es lo más caliente que he visto nunca, pero ¿por qué me duele algo dentro? ¿Por qué parece tan… cómoda?", pensó, su mente girando entre el morbo abrumador y una duda que no podía apagar, su mano moviéndose más rápido mientras sentía el primer orgasmo acercarse con una rapidez que lo sorprendió.

Carlos, insatisfecho con la profundidad, apretó su agarre en el cabello de Laura, empujando con más fuerza mientras intentaba una garganta profunda, su polla golpeando el fondo de su garganta con una intensidad que la hizo atragantarse, sus ojos lagrimeando mientras luchaba por respirar, un sonido ahogado escapando de sus labios.

—Vamos, trágatela toda, sé que puedes, joder. No te pares ahora —gruñó, su voz cargada de frustración mientras seguía empujando, ignorando las señales de su incomodidad. Laura, al límite, se apartó con un jadeo desesperado, tosiendo mientras el aire volvía a sus pulmones, su rostro enrojecido y las lágrimas corriendo por sus mejillas, un hilo de saliva conectando su boca con la polla de Carlos mientras jadeaba:

—No puedo, por favor, no tan fuerte. Me estás ahogando. —Pero incluso en medio de la incomodidad, un morbo oscuro la recorría, la idea de estar al límite, de ser usada así frente a Miguel, la hacía temblar de una manera que no podía explicar.

Carlos soltó una risa áspera, soltando su cabello mientras la miraba con una mezcla de frustración y deseo.

—Está bien, zorra, no te forzaré…—y agarrándola por el brazo y levantándola con un movimiento brusco, sus manos recorriendo su cuerpo desnudo mientras la tumbaba en el sofá, abriendo sus piernas con una urgencia que no admitía resistencia. Laura, fingiendo protesta, murmuró un débil:

—Carlos, para, no puedo más, por favor —mientras sus manos empujaban débilmente contra su pecho, pero permitió que la posicionara, sus piernas temblando mientras él se arrodillaba entre ellas, su rostro descendiendo hacia su coño con una intención clara.

Su lengua la atacó sin preliminares, lamiendo su clítoris con una intensidad brutal mientras sus dedos se deslizaban dentro de ella, bombeando con fuerza mientras gruñía contra su piel:

—Joder, Laura, estás empapada. Sabía que te gustaba esto, no me engañas con tus putas protestas. —Sus palabras eran crudas, su aliento caliente contra su coño mientras lo devoraba, sus dedos curvándose dentro de ella para golpear ese punto que la hacía arquearse involuntariamente, un gemido escapando de sus labios a pesar de sí misma. Laura, incapaz de contener el placer, sintió su cuerpo traicionarla, sus caderas moviéndose contra su boca mientras gemía más fuerte, sus manos aferrándose al borde del sofá mientras su mente giraba.

"Mierda, esto se siente demasiado bien, no debería, pero me está volviendo loca. Y Miguel viéndolo todo… sé que esto lo está matando de morbo", pensó, sus ojos buscando los de Miguel mientras otro gemido se le escapaba, su coño apretándose alrededor de los dedos de Carlos mientras el placer la llevaba al borde.

Miguel, todavía masturbándose, despacio disfrutando de la visión de su mujer siendo devorada, sus ojos fijos en Laura mientras Carlos le comía el coño con una ferocidad que lo hacía temblar.

"Joder, verla gemir así, con ese cabrón entre sus piernas…es demasiado. Pero ¿por qué parece disfrutar tanto?", pensó, su mente nublada por el deseo mientras seguía tocándose, su polla dura como nunca habia estado, el morbo de la escena superando cualquier duda momentánea. Se levantó del sofá, acercándose un poco más, incapaz de quedarse al margen, un gesto impulsivo que reflejaba lo perdido que estaba en su deseo.

Carlos, al notar el movimiento de Miguel, soltó una risa oscura, levantando la cabeza de entre las piernas de Laura para mirarlo con una sonrisa burlona.

—Vaya, parece que tu marido no puede contenerse. Pero no te preocupes, yo voy a darle lo que tú no puedes. Levántate, Laura, a cuatro patas, ahora. Quiero follarte como se debe —ordenó, agarrándola por las caderas y girándola con rudeza, posicionándola en el sofá con el culo en alto, sus manos abriendo sus nalgas mientras se colocaba detrás de ella, su polla dura rozando su entrada con una intención clara.

Laura sintió un escalofrío de pánico recorrer su espalda, su cuerpo tensándose bajo el agarre firme de Carlos mientras su mente procesaba sus palabras y la crudeza de su intención. El calor del deseo que aún reverberaba en su piel se mezcló con un miedo visceral, un nudo apretándose en su estómago al recordar las palabras de Miguel antes de esta cita: "Haz lo que quieras, juega, déjalo tocarte, pero no dejes que te folle, Laura. Eso es solo mío, solo nuestro". Su respiración se aceleró, el aire saliendo en jadeos cortos mientras sus manos se aferraban al borde del sofá, sus dedos clavándose en la tela como si fueran un ancla contra la marea de terror y confusión que la inundaba.

—No, Carlos, por favor, eso no. No puedo, no quiero que me folles, no es lo que acordamos —protestó, su voz temblorosa pero cargada de una determinación desesperada, su cuerpo intentando girarse bajo su agarre, resistiéndose a la posición vulnerable en la que la había colocado. Sus ojos buscaron a Miguel al instante, una súplica silenciosa brillando en ellos mientras lo miraba, su rostro contorsionado por el miedo y la urgencia.

—Miguel, por favor, dile que no, dile que pare. Sabes que esto no estaba planeado, no puedo hacerlo, no quiero hacerlo —suplicó, su voz quebrándose mientras las lágrimas picaban en sus ojos, su cuerpo temblando bajo las manos de Carlos, que no parecían dispuestas a soltarla.

Internamente, Laura estaba al borde del colapso, su mente girando con un caos de pensamientos que chocaban con una violencia que la desgarraba.

"Joder, no, no puedo dejar que esto pase. Miguel me dijo que no, que follar era solo suyo, y yo lo prometí, lo juré. No puedo dejar que Carlos me penetre, no puedo dejar que su polla entre en mí, que me llene, que me use de esa manera mientras Miguel mira. Pero mierda, ¿por qué no dice nada? ¿Por qué no me ayuda? Estoy aquí, desnuda, expuesta, con este cabrón detrás de mí, su polla dura rozándome, y siento que no tengo control, que no puedo parar esto sola. ¿Y si me fuerza, y si no puedo resistirme? ¿Y si una parte de mí, esa parte enferma, quiere saber cómo se siente, incluso si sé que está mal?", pensó, su corazón latiendo con fuerza mientras sentía el calor de la polla de Carlos contra su entrada, un roce que la hacía estremecerse de asco y, de manera traicionera, de un morbo que no podía apagar del todo. El miedo a traicionar a Miguel, a cruzar un límite que no podrían reparar, era un peso que la aplastaba, pero la sensación de vulnerabilidad, de estar a merced de Carlos, también avivaba una chispa oscura que la avergonzaba, que la hacía cuestionarse cuánto de esto era resistencia y cuánto era un deseo reprimido que no quería nombrar.

Miguel, sentado a un lado del sofá, sentía su respiración volverse más pesada, sus ojos fijos en la escena frente a él: su mujer, desnuda y vulnerable, posicionada a cuatro patas con Carlos detrás de ella, sus manos abriendo sus nalgas con una posesión que lo encendía tanto como lo inquietaba. El deseo lo consumía, un fuego que ardía en su pecho y se asentaba en su entrepierna, endureciéndolo al instante mientras imaginaba a Carlos penetrándola, mientras visualizaba su polla deslizándose dentro de ella, follándola con una intensidad que él mismo deseaba desatar. Pero bajo ese deseo, las palabras de Laura, su súplica desesperada, resonaban en su mente, recordándole la promesa que le había hecho, el límite que había establecido.

"Mierda, le dije que no, que follar era solo mío. Debería parar esto, debería levantarme y decirle a este cabrón que se aparte, que no la toque así. Pero joder, verla así, suplicándome con esos ojos, con el culo en alto, lista para ser tomada… me está volviendo loco. Quiero verlo, quiero que pase, incluso si sé que está mal, incluso si sé que después me voy a arrepentir. ¿Qué mierda me pasa?", pensó, su mente atrapada en un tira y afloja entre el morbo abrumador y una culpa que empezaba a arañar los bordes de su conciencia. Sus manos se apretaban en puños sobre sus muslos, su cuerpo inmóvil mientras sus ojos seguían fijos en Laura, en Carlos, en la tensión que vibraba en el aire, incapaz de intervenir, incapaz de detener lo que sabía que estaba a punto de suceder.

Carlos, ajeno al conflicto interno de ambos, soltó una risa oscura, sus manos apretando las caderas de Laura con más fuerza mientras su polla seguía rozando su entrada, un movimiento lento pero deliberado que dejaba claro que no tenía intención de detenerse.

—Vamos, Laura, no seas tan dramática. Mira a tu marido, no está diciendo nada, ¿verdad? Eso significa que quiere verlo tanto como yo quiero hacerlo. Relájate, zorra, vas a disfrutar esto tanto como yo —gruñó, su voz ronca y cargada de una arrogancia que cortaba como un cuchillo, mientras sus dedos se deslizaban por sus nalgas, abriéndola aún más, exponiéndola de una manera que hacía que Laura se sintiera más vulnerable, más atrapada que nunca. Sus palabras eran un golpe, un recordatorio de su falta de control, y Laura sintió las lágrimas escapar por las comisuras de sus ojos, su respiración volviéndose más rápida mientras giraba la cabeza de nuevo hacia Miguel, su súplica ahora más desesperada, más cruda.

—Miguel, por favor, no dejes que haga esto. Te lo prometí, no quiero romper eso, no quiero que me folle. Ayúdame, por favor, dile que pare —dijo, su voz quebrándose por completo, un sollozo contenido vibrando en su garganta mientras su cuerpo temblaba bajo el agarre de Carlos, sus manos aferrándose al sofá con más fuerza, como si pudiera desaparecer en la tela si se esforzaba lo suficiente.

Dentro de su mente, Laura sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor, cada segundo un paso más hacia un abismo del que no sabía si podría salir.

"No puedo creer que Miguel no esté haciendo nada. Lo estoy suplicando, estoy llorando, y él solo mira, con esos ojos oscuros de deseo, como si esto fuera exactamente lo que quiere. ¿Cómo puede dejar que pase esto? ¿Cómo puede traicionar su propia regla, la que él mismo puso? Siento la polla de Carlos contra mí, dura, caliente, lista para entrar, y no sé si puedo resistirme físicamente si él no me ayuda. Joder, tengo miedo, miedo de lo que esto significa, de lo que pasará después, de cómo nos miraremos a los ojos cuando esto termine. Pero mierda, una parte de mí, esa parte enferma, siente un calor entre las piernas, un morbo que me quema al pensar en ser follada así, frente a él, mientras me mira. ¿Qué estoy haciendo, qué estoy sintiendo?", pensó, las lágrimas cayendo más rápido mientras su cuerpo seguía temblando, atrapado entre el asco, el miedo y un deseo oscuro que no podía apagar, un deseo que la avergonzaba más de lo que podía soportar.

Miguel, atrapado en su propia tormenta interna, sintió un nudo apretarse en su garganta mientras escuchaba las súplicas de Laura, mientras veía las lágrimas en sus ojos, el temblor de su cuerpo bajo las manos de Carlos. Una parte de él quería levantarse, empujar a Carlos lejos, proteger a su mujer, cumplir la promesa que habían hecho. Pero el deseo, ese deseo crudo y animal que lo consumía, lo mantenía clavado al sofá, sus ojos fijos en la escena frente a él, en la forma en que el cuerpo de Laura se arqueaba, en cómo Carlos la manejaba con una posesión que lo encendía de una manera que no podía explicar.

"Debería parar esto. Debería decir algo, hacer algo. Pero mierda, verla así, suplicándome, con el culo en alto, a punto de ser follada por este cabrón… me está volviendo loco. Quiero verlo, quiero que pase, quiero escuchar sus gemidos mientras él la penetra, mientras la hace suya frente a mí. Sé que está mal, sé que le prometí que esto no pasaría, pero no puedo, no puedo parar esto ahora", pensó, su respiración acelerándose mientras sus manos seguían inmóviles, su cuerpo traicionándolo mientras su mente luchaba contra sí misma. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de Laura por un instante, y aunque no dijo nada, la intensidad de su mirada, cargada de deseo y una culpa que no podía ocultar, le dijo todo lo que necesitaba saber: no iba a intervenir, no iba a detener a Carlos, no esta vez.

Laura sintió un golpe en el pecho al ver esa mirada, la certeza de que Miguel no iba a ayudarla, de que la había abandonado a su suerte en este momento crítico. Las lágrimas cayeron más rápido, un sollozo escapando de su garganta mientras su cuerpo se rendía lentamente bajo el agarre de Carlos, su resistencia física disminuyendo mientras su mente seguía gritando, atrapada entre el miedo y una resignación que la aplastaba.

"No puedo creerlo. No va a hacer nada, me está dejando aquí, me está dejando que este cabrón me folle, incluso después de todo lo que prometimos. Siento su polla contra mí, empujando, y no sé si puedo parar esto ahora. Tengo miedo, joder, tengo tanto miedo de lo que esto hará con nosotros, de cómo me sentiré después, de si podré mirarlo a los ojos sin odiarlo por no ayudarme. Pero mierda, ese deseo en su mirada, ese fuego, me quema también. ¿Y si dejo que pase, y si me entrego, solo para ver hasta dónde llega esto? ¿Y si una parte de mí quiere esto tanto como él?", pensó, su mente fragmentándose mientras Carlos seguía detrás de ella, su agarre firme, su intención clara, mientras el silencio de Miguel se volvía un peso insoportable, un permiso tácito que sabía que cambiaría todo.

Laura, jadeando por el placer que aún reverberaba en su cuerpo, fingió resistencia mientras se posicionaba, sus manos aferrándose al respaldo del sofá mientras murmuraba:

—Carlos, no, por favor, esto es demasiado, no lo hagas. —Pero permitió que la manejara, su coño ya empapado traicionando cualquier protesta mientras sentía la cabeza de su polla presionar contra ella. Internamente, el morbo la consumía, la idea de ser follada así frente a Miguel, de sentirlo todo mientras él miraba, la hacía temblar de deseo, incluso cuando una parte de ella sabía que esto estaba cruzando un límite que no podía deshacer. Carlos, sin esperar más, la penetró de un solo empujón, profundo y salvaje, su polla llenándola por completo mientras sus pelvis chocaba contra su culo con un sonido húmedo y crudo que llenaba el salón.

—Dios, Laura, qué coño tan apretado. Esto es lo que siempre quise, follarte como una zorra mientras alguien mira —gruñó, sus manos aferrando sus caderas con fuerza mientras comenzaba a embestirla con una intensidad brutal, cada movimiento sacudiéndole el cuerpo mientras ella gemía sin control.

Miguel, viéndolo todo, cogio de nuevo su polla, dura de nuevo, su mano moviéndose con desesperación, su cuerpo temblando por la intensidad del morbo. "Mierda, verlo follarla así, tan duro, tan crudo… me está volviendo loco. No puedo parar, no quiero que pare, pero joder, ¿por qué me duele algo dentro?", pensó, su mente girando entre el deseo abrumador y una incomodidad creciente, sus ojos fijos en Laura mientras su cuerpo se movía con cada embestida de Carlos, sus gemidos llenando el aire como una melodía que lo llevaba al límite.

Carlos, sin detenerse, giró a Laura para ponerla de cara, levantando sus piernas sobre sus hombros mientras la penetraba de nuevo, follándola con igual intensidad, sus ojos fijos en los de ella mientras gruñía:

—Mírame, quiero ver tu cara mientras te follo. Eres mía ahora, y lo sabes. —Sus embestidas eran implacables, su polla golpeando profundo dentro de ella mientras sus manos apretaban sus muslos, dejando marcas rojas en su piel. Laura, perdida entre el placer y la fachada de resistencia, gemía sin control, sus ojos entrecerrados mientras su cuerpo se arqueaba bajo él, un orgasmo golpeándola con fuerza mientras gritaba, su coño apretándose alrededor de su polla. "Esto es demasiado, me está rompiendo, pero no puedo parar de correrme. Miguel viéndolo todo, … esto es lo más sucio que he sentido nunca, y me está encantando", pensó, su mente nublada por el placer mientras siu primerorgasmo la recorría, sus gemidos resonando en el salón.

Carlos, sintiendo su clímax acercarse, intentó algo más, sus manos girándola de nuevo a cuatro patas mientras sus dedos rozaban su culo, su intención clara mientras murmuraba:

—Vamos, Laura, déjame entrar por atrás. Sé que te va a gustar, no seas tan estrecha. —Laura, esta vez con una resistencia más firme, negó con la cabeza, su voz entrecortada pero decidida mientras jadeaba:

—No, Carlos, eso si que no, nunca. No insistas. —Carlos, frustrado, soltó un gruñido, pero no se detuvo, follándola duro de nuevo desde atrás mientras una de sus manos se movía, su dedo presionando contra su culo sin su consentimiento explícito, deslizándose dentro mientras ella se tensaba, un jadeo de incomodidad escapando de sus labios.

—Relájate, solo es un dedo. Te va a gustar, ya verás —dijo, ignorando su reacción mientras seguía embistiéndola, su polla y su dedo moviéndose en un ritmo que la hacía temblar, una mezcla de placer y una violación de ese límite que la incomodaba pero que, de alguna manera, añadía una capa más oscura a su morbo. "Mierda, no quería esto, no me gusta, pero joder, sentirlo todo mientras Miguel mira… no puedo evitar que me encienda, incluso cuando duele", pensó, sus manos aferrándose al sofá con más fuerza mientras gemía, su cuerpo al límite.

Finalmente, Carlos, al borde de su propio clímax, la hizo arrodillarse de nuevo frente a él, agarrándola por el cabello mientras ordenaba:

—Chúpamela otra vez, Laura. Voy a correrme en tu boca, y vas a tragártelo todo, no dejes ni una gota —gruñó Carlos, su voz ronca y cargada de una lujuria dominante que resonaba en el aire, un mandato que no dejaba lugar a la resistencia. Su polla, dura y pulsante, empujó de nuevo en la boca de Laura con una urgencia que reflejaba su inminente clímax, mientras ella lo tomaba, sus labios apretándose alrededor de su grosor con una mezcla de resignación y determinación. Su lengua se movía con una intensidad casi mecánica, trazando la longitud de su miembro, rodeando la cabeza hinchada con cada retirada, trabajando con una urgencia que reflejaba tanto su deseo de terminar este acto lo antes posible como el morbo oscuro de complacerlo frente a Miguel, de saber que cada movimiento suyo era un espectáculo para su marido, un regalo cargado de una intensidad que no podía ignorar. Sus manos, aferradas a los muslos de Carlos, temblaban ligeramente por el esfuerzo, sus dedos clavándose en la tela de sus pantalones mientras sentía cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus gemidos se volvían más guturales, más desesperados, una señal inequívoca de que el momento que él había exigido estaba a punto de llegar.

Laura sintió su respiración acelerarse, un jadeo entrecortado que apenas lograba mantener mientras su boca seguía trabajando, el calor de la polla de Carlos llenándola por completo, su grosor estirando sus labios hasta el límite, la textura áspera de las venas pulsantes rozando su lengua con cada embestida. El olor almizclado de su piel, mezclado con el sudor de la excitación, invadía sus fosas nasales, un recordatorio constante de la crudeza de este acto, mientras el sonido húmedo y viscoso de su boca resonaba en el silencio de la habitación, un eco de su sumisión aparente que la hacía estremecerse de una mezcla de asco y un placer retorcido que no podía apagar. Internamente, su mente giraba con un caos de emociones, atrapada entre la humillación de estar arrodillada, de ser usada de esta manera, y el morbo de saber que Miguel estaba allí, observando, deseándola más que nunca por lo que estaba haciendo.

"Joder, esto es denigrante, sentir su polla tan dura, tan caliente, llenándome la boca, sabiendo que está a punto de correrse, que voy a tener que tragármelo todo. Pero mierda, verlo a él, a Miguel, con esos ojos oscuros de deseo, me enciende de una manera que no debería. Lo hago por él, por nosotros, incluso si cada segundo de esto me quema por dentro", pensó, un calor traicionero asentándose entre sus piernas mientras seguía, su cuerpo temblando por la intensidad de la situación, por la anticipación de lo que venía.

Carlos, perdido en su propio placer, soltó un rugido gutural, su cuerpo tensándose mientras sus manos se aferraban con más fuerza al cabello de Laura, empujándola hacia abajo con un movimiento brusco y posesivo, asegurándose de que no pudiera apartarse, de que no tuviera escapatoria ante lo que estaba a punto de suceder.

—Me voy a correr, Laura. Traga, todo. No quiero ver nada fuera —ordenó, su voz entrecortada por el clímax mientras el primer chorro caliente y espeso golpeó el fondo de la garganta de Laura con una fuerza que la hizo estremecerse, un impacto visceral que llenó su boca de un sabor salado y amargo, tan intenso que sus papilas gustativas parecieron arder bajo su peso. Era como una invasión, un líquido caliente y viscoso que se deslizaba por su lengua y se acumulaba en su boca en oleadas rápidas y abrumadoras, cada pulsación de la polla de Carlos liberando más, más de lo que podía manejar con facilidad. El semen era denso, pegajoso, adhiriéndose a las paredes de su boca y garganta como una marca que no podía borrar, su calor quemando su interior mientras sentía cómo seguía llegando, una corriente interminable que la obligaba a tragar instintivamente, su garganta contrayéndose con un esfuerzo que la hacía jadear por aire en los breves momentos en que podía respirar.

Físicamente, la sensación era abrumadora, un asalto a todos sus sentidos que la dejaba al borde del colapso en este momento crucial que parecía prolongarse eternamente. Cada chorro era un golpe, un recordatorio de su posición, de la humillación que estaba soportando, mientras el líquido caliente llenaba su boca hasta el punto de que sentía que se desbordaría, un hilo pegajoso escapando por la comisura de sus labios y deslizándose por su barbilla en un goteo lento y humillante que no podía controlar, incluso mientras intentaba tragar lo más rápido posible. El sabor era insoportable, no muy diferente a la primera vez que ya se corrió en su boca, si cabe más intenso, con una mezcla de sal y un amargor metálico que se pegaba a su lengua, invadiendo cada rincón de su percepción, mientras el olor almizclado de su piel y su semen se mezclaba en el aire, asfixiándola con cada respiración entrecortada que lograba tomar por la nariz. Su garganta se tensaba reteniendo el semen en su boca hasta que se llenaba y no le quedaba más remedio que escupirlo por sus labios o tragar, cuando esto sucedia era como un movimiento reflejo que no podía evitar, pero que venía acompañado de una náusea que le revolvía el estómago, un impulso de vomitar que luchaba por reprimir mientras sentía las últimas gotas deslizarse por su lengua, más lentas pero igual de invasivas, dejando un rastro viscoso que parecía no terminar nunca; cuando lo dejaba salir el liquido escurría por su barbilla y acababa en su pecho y su cuerpo dejandole una “barba blanca de semen colgando de su cara. Sus manos, aferradas a los muslos de Carlos, temblaban por el esfuerzo de mantenerse en posición, sus dedos clavándose en la tela como si fueran lo único que la mantenía anclada a la realidad, mientras su cuerpo entero se tensaba por la mezcla de agotamiento físico y repulsión que la recorría, su respiración agitada resonando como un eco de su lucha interna.

Carlos seguía gruñendo, su cuerpo temblando mientras las últimas oleadas de su semen se liberaban en la boca de Laura, su agarre en su cabello relajándose ligeramente pero sin soltarla, asegurándose de que no se apartara hasta que hubiera tomado todo lo que él tenía para dar.

—Eso es, joder, trága, no dejes ni una gota. Eres una maravilla, Laura, sabía que lo harías bien —dijo, su voz ronca y entrecortada por el placer, mientras sus caderas daban un último empujón, un movimiento reflejo que hizo que un chorro final, más débil pero igual de caliente, golpeara su lengua, obligándola esta vez a tragar una última vez, su garganta contrayéndose con un esfuerzo que la dejaba jadeando, su respiración agitada mientras intentaba mantener la compostura, mientras luchaba por no derrumbarse bajo el peso de lo que acababa de hacer. El acto de tragar, de sentir ese líquido espeso y caliente deslizarse por su garganta, era un momento de profunda denigración, un símbolo de su sumisión aparente que se grababa en su mente como una cicatriz, un recordatorio de lo bajo que había caído en este juego de poder y deseo.

Internamente, Laura estaba atrapada en un torbellino de emociones que chocaban con una violencia que la desgarraba desde dentro, incluso mientras su cuerpo seguía temblando por la intensidad de lo que había pasado. El asco era abrumador, una marea negra que la inundaba con cada trago, con cada sensación de ese líquido caliente y pegajoso llenando su boca, marcándola de una manera que sabía que no podría olvidar.

"Esto es repugnante, joder, no puedo con esto, quiero escupirlo, quiero vomitar, quiero que esto termine ya. Es como si me estuviera manchando por dentro, como si cada trago me quitara algo que no puedo recuperar. ¿Cómo puedo estar haciendo esto, cómo puedo dejar que este cabrón me use así?", pensó, las lágrimas picando en sus ojos mientras su respiración se volvía más agitada, su garganta contrayéndose con cada esfuerzo por tragar, por no colapsar bajo el peso de la humillación que la aplastaba. Sentía que su cuerpo no le pertenecía, que se había convertido en un recipiente para el placer de Carlos, un objeto de su deseo que no podía reclamar como suyo, y esa sensación de pérdida, de degradación, era un puñal que se clavaba más profundo con cada segundo que pasaba, haciendo de este momento un hito de su rendición que no podría borrar.

Pero bajo ese asco, bajo esa repulsión que la consumía, seguía latiendo esa chispa de placer oscuro, esa certeza de que todo esto estaba siendo presenciado por Miguel, de que cada momento de esta humillación era un regalo para su marido, un espectáculo que sabía que lo encendería como nada más podía hacerlo. Imaginaba su reacción al verla así, al escuchar los gruñidos de Carlos, al verla tragar con dificultad, y un calor traicionero se asentaba en su bajo vientre, un deseo retorcido que no quería reconocer pero que no podía apagar.

"Lo hago por él. Cada trago, cada gota que me quema la garganta, es para que lo vea, para que se vuelva loco de deseo al verme así, usada pero poderosa, humillada pero suya. Sé que va a querer verme así una y otra vez, y eso me da algo, me da control, incluso ahora", pensó, su mente aferrándose a esa idea como un salvavidas, un intento desesperado de encontrar sentido, de transformar esta degradación en algo que pudiera reclamar como suyo. Ese morbo, esa conexión imaginaria con Miguel, la mantenía en marcha, incluso cuando su cuerpo protestaba, incluso cuando cada trago era una batalla contra su propia repulsión, haciendo de este acto un momento crucial, un punto de no retorno que sabía que cambiaría la dinámica de su relación para siempre.

Laura, jadeando, tragó con dificultad las últimas gotas, el sabor salado abrumándola mientras sentía una mezcla de denigración y un placer oscuro, su cuerpo temblando por la intensidad de todo lo que había pasado. Sus labios, todavía húmedos y pegajosos, se separaron lentamente de la polla de Carlos, un hilo de saliva y semen conectándolos por un instante antes de romperse, un recordatorio físico de lo que acababa de hacer. Sus ojos, lagrimeando por el esfuerzo, se alzaron brevemente hacia Miguel, buscando en su mirada una reacción, un ancla emocional en medio de la tormenta que la consumía, mientras su mente seguía atrapada entre el asco más profundo y un morbo que la quemaba desde dentro, un morbo que la hacía consciente de cada detalle, de cada sensación, mientras intentaba recomponerse, mientras intentaba sobrevivir a este momento que sabía que la había marcado de una manera que no podría deshacer.

Miguel, incapaz de contenerse más se acercó a su rostro, apunto su erección hacia él y se corrió sin decir una palabra, se aproximó lo suficiente para que su semen salpicara el rostro de Laura en 3 o 4 lechazos que cruzaron su rostro mientras ella todavía jadeaba tras el clímax de Carlos, su respiración entrecortada mientras su cuerpo colapsaba contra el suelo, agotado por la intensidad del morbo que lo había consumido.

"No puedo más, verla así, con su semen en la boca, el mío en su cara… es demasiado. Pero ¿qué mierda estoy sintiendo? ¿Por qué no puedo solo disfrutar sin pensar?", pensó, su mente nublada por el deseo y una creciente incomodidad, su cuerpo temblando mientras se dejaba caer de nuevo en el sofá, jadeando por el agotamiento físico y emocional.

La escena mostraba a los tres en un estado de agotamiento absoluto, el aire del salón cargado de un silencio pesado, el eco de los gemidos y las palabras crudas todavía resonando en el espacio. Laura, arrodillada en el suelo, sentía su cuerpo al límite, su piel marcada por las manos de Carlos, su rostro cubierto de semen, su mente girando entre el morbo abrumador de lo que había hecho y el peso de lo que esto significaba. Carlos, recomponiéndose con una sonrisa satisfecha, se ajustaba los pantalones, su arrogancia intacta mientras miraba a Laura con una posesión que la hacía estremecerse. Y Miguel, sentado en el sofá, jadeaba con los ojos fijos en ella, atrapado entre el deseo más intenso que había sentido nunca y una duda que ahora parecía más grande que antes, un abismo emocional que amenazaba con tragarlo todo. La noche había alcanzado su punto más alto, pero las consecuencias, tanto físicas como emocionales, estaban a punto de caer sobre ellos como una tormenta inevitable.

El salón estaba sumido en un silencio pesado, un contraste brutal con los gemidos, gruñidos y sonidos crudos que habían llenado el aire apenas minutos antes. La luz tenue de la lámpara seguía proyectando sombras suaves sobre los muebles, pero ahora esas sombras parecían más oscuras, más opacas, como si reflejaran el peso de lo que acababa de suceder. Laura, arrodillada en el suelo, sentía su cuerpo al límite, cada músculo temblando por el agotamiento físico, su piel enrojecida y marcada por las manos ásperas de Carlos, pequeñas huellas de su agarre en sus caderas, muslos y brazos que ardían con un dolor sordo. Su rostro estaba cubierto de una mezcla pegajosa de semen y sudor, el sabor salado todavía persistiendo en su boca mientras jadeaba, su respiración entrecortada mientras intentaba recuperar el aliento. Su coño palpitaba con una mezcla de dolor y el eco de los orgasmos que la habían recorrido, su cuerpo roto tras la intensidad del polvo más salvaje que había experimentado nunca. Se sentía expuesta, vulnerable, como si cada capa de control que había construido con tanto cuidado se hubiera desmoronado en el calor del momento. Y sin embargo, bajo ese agotamiento, un morbo residual aún latía en su interior, un placer oscuro por haber sido el centro de tanto deseo, por haber llevado a Miguel al límite, incluso cuando sabía que el costo de esta noche podía ser más alto de lo que estaba preparada para pagar.

Carlos, de pie a pocos pasos de ella, se recomponía con una lentitud deliberada, ajustándose los pantalones y abrochando su cinturón con movimientos que destilaban una satisfacción arrogante. Su camisa estaba arrugada, su rostro todavía enrojecido por el esfuerzo, pero sus ojos brillaban con una sonrisa torcida que no intentaba ocultar su triunfo. Miró a Laura con una posesión que la hizo estremecerse, su voz resonando con un tono burlón mientras terminaba de arreglarse.

—Laura, esto ha sido mejor de lo que imaginé. Eres una joya, ¿sabes? Ya hablaremos en la oficina. Nos vemos, pareja —dijo, su mirada deslizándose hacia Miguel con un destello de desdén antes de girarse hacia la puerta, sus pasos resonando en el suelo de madera mientras salía de la casa sin mirar atrás, dejando un vacío cargado de tensión en su estela. La puerta se cerró con un golpe seco, un sonido que pareció sellar el final de algo y el comienzo de algo mucho más complicado.

Miguel, sentado en el sofá, estaba igualmente rematado, su cuerpo temblando por los múltiples orgasmos que lo habían atravesado, su polla ahora flácida bajo los pantalones desabrochados, su camisa empapada de sudor mientras jadeaba, sus manos apoyadas en sus muslos como si necesitara anclarse a algo real. Su rostro era una máscara de agotamiento y confusión, sus ojos fijos en Laura con una intensidad que mezclaba un deseo residual con algo más profundo, más oscuro: una duda que había crecido hasta convertirse en un abismo que no podía ignorar. Había visto todo, cada embestida, cada gemido, cada límite cruzado, y aunque el morbo lo había consumido, llevándolo a correrse cuatro veces en una noche que nunca olvidaría, ahora que el fuego se había apagado, lo que quedaba era un nudo en su pecho, una pregunta que no podía seguir reprimiendo.

"¿Qué hemos hecho? ¿Qué acabo de ver? La vi disfrutar, la vi entregarse a ese cabrón de una manera que no puedo entender…pero yo se la entregue en bandeja, yo tambien soy culpable de esto ¿Pero lo por mí, o hay algo más? No sé si puedo con esto", pensó, su respiración todavía pesada mientras sus manos se apretaban en puños, su mirada cayendo al suelo como si no pudiera soportar mirarla por más tiempo.

Laura, sintiendo el peso de ese silencio, se levantó con dificultad, sus piernas temblando mientras se cubría con una manta que encontró en el sofá, un gesto instintivo para protegerse, no del frío, sino de la vulnerabilidad que ahora la aplastaba. Se sentó a poca distancia de Miguel, su cuerpo todavía dolorido, cada movimiento recordándole la intensidad de lo que había pasado, las marcas en su piel como un mapa de la noche que no podía borrar. Miró a Miguel, buscando sus ojos, pero él no la miró de vuelta, su rostro girado hacia un lado, su mandíbula apretada mientras el silencio entre ellos se volvía insoportable. Internamente, su mente giraba con un torbellino de emociones: el morbo de lo que había hecho, la satisfacción de haber complacido a Miguel de una manera tan extrema, pero también el pánico de lo que esto significaba, el temor de que el chantaje saliera a la luz, de que Miguel viera más allá de sus excusas y descubriera las verdades que había ocultado.

"Lo hice por él, todo fue por él, pero ¿y si no me cree? ¿Y si esto fue demasiado, si lo pierdo por haber ido tan lejos? Pero, pero, una parte de mí lo disfrutó, y no sé cómo lidiar con eso", pensó, su corazón latiendo con fuerza mientras finalmente rompía el silencio, su voz baja y temblorosa al hablar.

—Miguel, ¿estás bien? Todo esto… lo hice por que me lo pediste, para darte lo que querías…ademas le dejaste que me follase, tu lo aceptaste…tu no dijiste que no… —dijo, sus palabras cargadas de una súplica que no podía disimular, sus manos apretando la manta contra su pecho mientras lo miraba, buscando cualquier señal de lo que él sentía, cualquier indicio de que no todo estaba perdido- Miguel...

Miguel finalmente giró la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de dolor y una furia contenida que la hizo estremecerse. Su voz, cuando habló, estaba ronca, entrecortada por la emoción que apenas podía controlar, cada palabra cayendo como un golpe que Laura no podía esquivar.

—Laura, ¿fue por mí? Si, yo no dije que no te follase, pero tu tampoco…Y lo que vi… , lo que vi no parecía solo por mí. Te vi gemir, te vi correrte con ese cabrón, te vi entregarte de una manera que no puedo entender. ¿Lo habeis hecho más veces sin decirme nada? Lo disfrutaste Laura, lo disfrutaste más de lo que admites,…Dime la verdad, porque no puedo seguir con esto en la cabeza —dijo, su tono subiendo con cada frase, sus manos temblando mientras se inclinaba hacia adelante, su mirada perforándola como si pudiera ver a través de todas sus capas, hasta el secreto que había guardado con tanto cuidado.

Laura sintió un nudo apretarse en su garganta, el pánico golpeándola con fuerza mientras su mente giraba, buscando las palabras adecuadas para calmarlo, para mantener el control que se le escapaba de las manos. Se acercó un poco más, ignorando el dolor en su cuerpo mientras posaba una mano temblorosa sobre la suya, sus ojos buscando los de él con una desesperación que no podía ocultar.

—Te juro que todo fue por que tu querías, porque me lo pediste. Sí, mi cuerpo reaccionó, no puedo controlar eso, pero lo hice porque sabía cuánto te encendía, porque quería darte algo que nunca olvidarías. No hay nada más con Carlos, nada que no te haya mostrado o contado. Por favor, créeme, no soportaría perderte por esto —dijo, su voz quebrándose mientras las lágrimas asomaban en sus ojos, una mezcla de verdad y omisión en sus palabras, el chantaje todavía enterrado en lo más profundo de su mente, un secreto que no estaba lista para revelar, no ahora, quizás nunca. Internamente, el peso de su mentira la aplastaba, pero también sentía una determinación de proteger lo que tenían, de salvar lo que pudiera de esta noche devastadora.

Miguel suspiró, un sonido pesado que parecía llevar el peso de todo lo que sentía, sus hombros cayendo mientras apartaba la mirada de nuevo, sus manos retirándose de las de ella para frotarse el rostro con frustración.

—No sé, Laura. Quiero creerte, quiero creerte con todo lo que tengo, pero no puedo apagar esta mierda en mi cabeza. Lo que vi, lo que sentí… me volvió loco de morbo, no voy a mentir, pero también me dolió de una manera que no esperaba. Necesito tiempo, necesito pensar, porque ahora mismo no sé qué hacer con todo esto —dijo, su voz más baja ahora, cargada de una tristeza que cortaba más que su furia anterior, sus ojos brillando con una humedad que no llegó a convertirse en lágrimas mientras se levantaba del sofá con movimientos lentos, como si cada paso le costara un esfuerzo inmenso.

Laura lo observó levantarse, su corazón apretándose mientras lo veía caminar hacia el pasillo, su figura desapareciendo en la penumbra de la casa mientras ella se quedaba allí, envuelta en la manta, su cuerpo y su mente igualmente rotos. No intentó detenerlo, no en ese momento, sabiendo que cualquier palabra adicional podía empeorar las cosas, que el espacio que él pedía era quizás lo único que podía salvarlos. Se quedó en el sofá, sus ojos fijos en el lugar donde él había estado, las lágrimas finalmente cayendo por sus mejillas mientras su mente giraba con todo lo que había pasado, con el costo de haber llegado tan lejos.

"Lo hice por él, pero también por mí, y no sé cómo admitirlo. ¿Y si lo pierdo por esto? ¿Y si nunca puede mirarme igual? Pero una parte de mí no se arrepiente, y eso me asusta más que nada", pensó, su respiración temblorosa mientras se acurrucaba más en la manta, el silencio de la casa envolviéndola como un recordatorio de lo frágil que se había vuelto todo.

Miguel, en el dormitorio, se sentó en el borde de la cama, su cabeza entre las manos mientras el eco de la noche lo perseguía, cada imagen, cada sonido, grabado en su mente de una manera que sabía que no podría borrar. El morbo había sido abrumador, un fuego que lo había consumido por completo, pero ahora que las brasas se enfriaban, lo que quedaba era una confusión que lo desgarraba.

"¿Cómo sigo después de esto? La amo, si, la amo, pero no sé si puedo con lo que vi, con lo que sentí. ¿Y si hay algo más, algo que no me dice? Necesito tiempo, pero no sé si el tiempo va a arreglar esto", pensó, su respiración pesada mientras miraba la oscuridad de la habitación, el futuro de su relación colgando de un hilo que no sabía si podía reparar.

La noche se cerró con ambos separados por las paredes de su propia casa, pero más aún por las heridas emocionales que esta noche había dejado. Laura, en el salón, lloraba en silencio, atrapada entre la culpa, el morbo residual y el temor de haber perdido lo que más importaba. Miguel, en el dormitorio, luchaba con un amor que no podía apagar y una duda que lo corroía, preguntándose si alguna vez podrían volver a mirarse sin ver las sombras de esta noche. No había un final claro, no una reconciliación ni una ruptura, sino un espacio agridulce de incertidumbre, un reflejo de las complejidades de sus deseos y las consecuencias de haberlos llevado al límite, un mundo de somras entre ellos, sombras que cada vez se agigantaban más y que amenazaban con opacar el amor que había entre ellos.

¿La historia terminaba aquí? No…no terminaba aquí, pero lo que pasaría a partir del día siguiente es materia de otra historía que contar.

Una historía donde el peso de sus decisiones caería sobre ellos dejandoles una marca que el tiempo iría suavizando, pero nunca borraría por completo y que a partir de entonces afectaría a sus vidas de una manera que ninguno de ellos podría esperar; una historia donde redención, culpa y venganza serían las guias de esta nueva historia.



Continuará….



(Segunda parte ya en desarrollo)
 
Pues con este capítulo pongo un punto y final, al menos final temporal a la historia...

Espero que os haya gustado, que me perdoneis los errores o las líneas de desarrollo que no os hayan gustado y agradeceros la acogida.

Ya he empezado con la segunda parte, desgraciadamente no puedo deciros cuanto tiempo me podrá llevar, tengo bastante claro por donde va a ir, de hecho ya avanzo algo en el final, pero dependo mucho del trabajo, la familia y el día a día, pero cuando la acabe, no os preocupéis, la subiré.

Gracias.
 
Pues con este capítulo pongo un punto y final, al menos final temporal a la historia...

Espero que os haya gustado, que me perdoneis los errores o las líneas de desarrollo que no os hayan gustado y agradeceros la acogida.

Ya he empezado con la segunda parte, desgraciadamente no puedo deciros cuanto tiempo me podrá llevar, tengo bastante claro por donde va a ir, de hecho ya avanzo algo en el final, pero dependo mucho del trabajo, la familia y el día a día, pero cuando la acabe, no os preocupéis, la subiré.

Gracias.
Felicidades me ha encantado de verdad deseando la continuación gracias por el relato
 
Pues con este capítulo pongo un punto y final, al menos final temporal a la historia...

Espero que os haya gustado, que me perdoneis los errores o las líneas de desarrollo que no os hayan gustado y agradeceros la acogida.

Ya he empezado con la segunda parte, desgraciadamente no puedo deciros cuanto tiempo me podrá llevar, tengo bastante claro por donde va a ir, de hecho ya avanzo algo en el final, pero dependo mucho del trabajo, la familia y el día a día, pero cuando la acabe, no os preocupéis, la subiré.

Gracias.
Yo, Sirocco te felicito con la misma vehemencia que ayer.

El relato me ha tenido completamente enganchado los últimos días, y adelanto que tengo 70 tacos y he leído y visto mucho, mucho, muchísimo material erótico-pornográfico.

No obstante, si me permites una apreciación, te diré que sorprende la poca profundidad que se le da en dicho relato al momento de la penetración, tan esperado COMO OBJETIVO FINAL por Carlos, después de meses, profundamente deseado por ella desde hace tiempo y también por Miguel durante el proceso de la sesión en el que se masturba y corre CUATRO VECES, nada menos.

También contrasta la brevedad tanto en extensión como en detalle con la que se mencionan los orgasmos de Laura, comparado esto además con la intensidad de tiempo y detalles que sí se dedican a las mamadas y eyaculaciones de Carlos en la boca de ella.

Esto es un apunte, opinión modesta de un pureta, quien no tiene verguenza en manifestar que lo más importante de cualquier encuentro sexual son LOS ORGASMOSS FEMENINOS: Cuantos más haya en una sesión más vibrante es el encuentro.

Con respeto insisto.

Salu2
 
Yo, Sirocco te felicito con la misma vehemencia que ayer.

El relato me ha tenido completamente enganchado los últimos días, y adelanto que tengo 70 tacos y he leído y visto mucho, mucho, muchísimo material erótico-pornográfico.

No obstante, si me permites una apreciación, te diré que sorprende la poca profundidad que se le da en dicho relato al momento de la penetración, tan esperado COMO OBJETIVO FINAL por Carlos, después de meses, profundamente deseado por ella desde hace tiempo y también por Miguel durante el proceso de la sesión en el que se masturba y corre CUATRO VECES, nada menos.

También contrasta la brevedad tanto en extensión como en detalle con la que se mencionan los orgasmos de Laura, comparado esto además con la intensidad de tiempo y detalles que sí se dedican a las mamadas y eyaculaciones de Carlos en la boca de ella.

Esto es un apunte, opinión modesta de un pureta, quien no tiene verguenza en manifestar que lo más importante de cualquier encuentro sexual son LOS ORGASMOSS FEMENINOS: Cuantos más haya en una sesión más vibrante es el encuentro.

Con respeto insisto.

Salu2
Se exactamente a que te refieres, intento que no sea así, pero es un defecto que vas a encontrar en todas mis historias.

Pero es que soy un enamorado del sexo oral, cuando lo describo me recreo más, mucho más que cuando hablo de una penetración, lo se, y a pesar que intento que no se note mucho, al final siempre me pasa lo mismo, si, pero tomo nota.

Si te sirve de compensación, también me pasa con el anal...

Al final es que uno no puede evitar el satisfacer al principal lector para el que hace esto, uno mismo...
 
Muy muy bueno, si es verdad que me falta contenido pero con esa segunda parte que espero que sea la continuación aclare algo más, para bien o para mal se cumplió lo que yo pregunté cuando dije que se juntaban los tres, me resumen es que tanto ella como él, son consentidores encubiertos, un no pero si.
Muchas gracias por estos ratos tan satisfactorios de entretenimiento, solo desear que nos ofrezcas esa segunda parte yo estaré pendiente, gracias de nuevo
 

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