Capitulo 6
La mañana del martes amaneció con un cielo gris que parecía reflejar la tensión que pesaba en el aire del pequeño salón donde Laura y Miguel compartían un desayuno silencioso. El aroma del café recién hecho y el sonido del pan tostado al crujir bajo los dedos de Laura no lograban disipar la atmósfera densa que se había instalado entre ellos desde la noche anterior, cuando las dudas de Miguel habían emergido con más fuerza tras el último video. Miguel, sentado frente a ella con una taza en la mano, apenas había tocado su comida, sus ojos fijos en un punto invisible más allá de la mesa, su rostro tenso mientras sus dedos tamborileaban contra la cerámica con un ritmo inquieto. Laura lo observaba de reojo, sintiendo un nudo en el estómago por lo que sabía que estaba por venir, una mezcla de nervios por el riesgo que corría y una chispa de anticipación por cómo podía manejar lo que él diría.
Finalmente, Miguel dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco, el sonido resonando en el silencio de la mañana, y se giró hacia Laura con una expresión que mezclaba un deseo ardiente con una frustración que ya no podía contener. Se levantó de la silla, comenzando a pasear por el salón con pasos cortos y rápidos, sus manos apretadas en puños mientras las palabras salían de su boca en un torrente que había estado conteniendo demasiado tiempo.
—Laura, esto no esta siendo sano para mi, no me puedo quitar lo tuyo con Carlos de la cabeza. Cada video, cada historia que me cuentas, me duele de una manera que no pensaba…pero a la vez me pone tan cachondo que no puedo controlarme, me vuelve loco imaginarte con ese cabrón…Pero…pero no puedo ignorar lo que siento en el fondo de mi, no puedo dejar de pensar que hay algo que no controlo, algo a donde no llego y que cada vez me hace tener más dudas. ¿Por qué parece que disfrutas tanto con él? ¿Hay algo más entre vosotros que no me estás diciendo? Dime la verdad, por favor —dijo, su voz cargada de una intensidad que rozaba la confrontación, sus ojos buscándola con una mezcla de súplica y desconfianza, cada palabra golpeando a Laura con más fuerza de la que esperaba.
Laura sintió un escalofrío recorrer su espalda, el peso de sus preguntas cayendo sobre ella como una losa, el riesgo de que todo se desmoronara más real que nunca. Su mente giró rápidamente, buscando las palabras adecuadas para calmarlo, para mantener el control que tanto había trabajado por preservar. Se levantó de su asiento, acercándose a él con pasos lentos pero seguros, sus manos alcanzando las suyas mientras lo miraba a los ojos con una expresión de ternura que ocultaba el nerviosismo que sentía.
—No hay nada más, te lo juro. Todo lo que hago por que me lo pides Miguel, si tu quisieras parabamos ahora mismo, pero constantemente me estas diciendo cuánto te enciende, aunque te duela, y cuando me lo pides, yo solo quiero darte lo que deseas. No hay nada entre Carlos y yo más allá de lo que tu mismo has visto, lo que te he contado. Por favor, no dejes que esto te consuma, puedes pararlo si tu quieres ahora mismo, estoy yu estaré aquí contigo, siempre —dijo, su voz suave pero firme, sus dedos apretando los de él en un gesto que buscaba anclarlo, mientras internamente sentía el temor de que Miguel siguiera presionando, de que descubriera el chantaje que aún ocultaba.
Miguel suspiró, sus hombros cayendo ligeramente mientras sus ojos se suavizaban, aunque una sombra de duda permanecía en su mirada, una incertidumbre que no podía desechar del todo. Se quedó en silencio por un momento, sus manos correspondiendo al apretón de Laura, antes de que su tono cambiara, volviéndose más bajo, más cargado de un deseo que parecía luchar contra sus propios pensamientos.
—Está bien, Laura, confío en ti. Pero… vaya, tambien me corroe esa sensación de no conocer, de no saber, quiero parar, que paremos y a la vez, no puedo parar, necesito ir un paso más allá. No ya solo videos, no que me lo cuentes…quiero saberlo todo, quiero saber la verdad. –Miguel calló unos segundos y la miro a los ojos- Quiero verlo en directo Laura, quiero estar allí cuando pase, ver cómo interactúa contigo. Organiza un encuentro directo con él, algo privado, en nuestra casa o en algún lugar discreto. Necesito presenciarlo, no quiero imaginarlo, quiero verlo… —dijo, su voz ronca de anticipación, sus ojos brillando con una mezcla de morbo y una urgencia que no admitía negativas, aunque la duda seguía acechando en el fondo de su mirada.
Laura sintió su corazón latir con fuerza, un nudo apretándose en su pecho ante la magnitud de lo que Miguel pedía. Un encuentro directo con Carlos, en un entorno privado, era un riesgo enorme, una puerta abierta a que todo saliera a la luz: el chantaje, la dinámica de poder que había manejado con tanto cuidado, las verdades que había ocultado. Pero al mismo tiempo, una chispa de morbo intenso la recorrió, la idea de tener a ambos hombres en el mismo espacio, de orquestar algo tan atrevido, de ver hasta dónde podía llevar esto sin perder el control, la llenaba de una excitación oscura que no podía ignorar. Mantuvo su expresión serena, inclinándose para rozar sus labios contra los de él en un beso ligero, un gesto que buscaba sellar su promesa mientras ganaba tiempo para procesar lo que sentía.
—Eso, es una petición fuerte, lo sabes no?.
—Si…-dijo Miguel en apenas un susurro.
—Eres consciente que puedes ver cosas que no te gusten.
—Lo se…
Laura calló durante un rato, un rato largo donde ninguno decía nada, ni siquiera se miraban, ellá pensaba en lo que le estaba pidiendo Miguel, a la vez que meditaba lo que significaría aquello para ella, lo que significaría para los dos.
—Pero si lo tienes claro, si me lo pides, lo haré por ti. Lo organizare, un encuentro privado…en casa estaremos más cómodos todos- —dijo, su voz cargada de una intención seductora, mientras internamente luchaba con el temor de lo que esto podía desatar y la atracción de cruzar este nuevo límite.
Miguel asintió, una sonrisa tensa formándose en sus labios mientras la abrazaba con fuerza, sus brazos rodeándola con una mezcla de gratitud y una necesidad que no podía disimular.
—Gracias, Laura. Sé que esto es mucho pedir, pero ahora mismo lo necesito. No puedo esperar a verlo, a estar ahí. Confío en ti pero necesito verlo, estar presente… —murmuró contra su cabello, su respiración todavía agitada por la intensidad de la conversación, aunque sus ojos, cuando se apartó para mirarla, seguían cargados de una duda que no había desaparecido del todo, una sombra que prometía volver a surgir.
—Será como tu quieras…
—Pero Laura, por favor, sin follar….por favor te lo pido, eso no…
—De acuerdo…
Laura, en su interior, sintió el peso de lo que estaba por venir como una losa sobre sus hombros, el temor de que este encuentro directo pudiera ser el momento en que todo se desmoronara, en que Miguel descubriera más de lo que estaba preparada para revelar. Pero también sentía un morbo abrumador, una excitación por orquestar algo tan arriesgado, por ver cómo podía manejar a ambos hombres en un espacio tan íntimo, por empujar los límites hasta el borde mismo del abismo. Mientras se recostaba contra el pecho de Miguel, dejando que el calor de su abrazo la envolviera, su mente ya giraba con posibilidades, con formas de organizar este encuentro sin perder el control que tanto valoraba. Sabía que estaba caminando sobre una línea más fina que nunca, que el riesgo de que su secreto sobre el chantaje saliera a la luz era más real que en cualquier momento anterior, pero una parte de ella, una parte que ya no se resistía, estaba ansiosa por ver cómo se desarrollaría todo, por sentir el fuego de lo que este encuentro podría desatar.
El resto del día transcurrió en una calma aparente, con Laura y Miguel moviéndose por la casa en una rutina que ocultaba la tormenta que se gestaba bajo la superficie. Cada mirada que compartían, cada roce casual mientras preparaban la cena o se sentaban a ver una película, estaba cargado de un subtexto que no necesitaban verbalizar: la promesa de lo que vendría, el riesgo que ambos sentían pero no nombraban, y el deseo que los mantenía atados a esta dinámica, incluso cuando las dudas de Miguel amenazaban con romperlo todo. Laura, mientras lavaba los platos esa noche, miró por la ventana hacia la oscuridad exterior, sus pensamientos girando en torno a cómo podía organizar este encuentro directo, cómo podía invitar a Carlos bajo una excusa plausible, cómo podía asegurarse de que Miguel obtuviera lo que quería sin que todo se descontrolara. El temor estaba ahí, un peso constante en su pecho, pero también la excitación, un fuego que no quería apagar, una determinación de llevar esto hasta el final, sin importar las consecuencias.
Miguel, sentado en el sofá con un libro que apenas fingía leer, la observaba desde la distancia, sus ojos siguiendo cada movimiento suyo con una mezcla de deseo y una inquietud que no podía desechar. Sabía que había pedido algo enorme, algo que sin duda iba a cambiarlo todo, pero no podía retroceder, no podía apagar el morbo y la duda que lo consumía, incluso cuando una parte de él seguía preguntándose si estaba viendo toda la verdad. El capítulo cerró con ambos en un silencio cargado, la tensión entre ellos alcanzando un punto crítico, un borde del abismo desde el que no había vuelta atrás, preparando el terreno para lo que sería el clímax definitivo de su historia.
El viernes por la tarde llegó con un cielo encapotado que parecía presagiar la tormenta que se gestaba en el interior de la casa de Laura y Miguel. El aire dentro del pequeño piso estaba cargado de una electricidad que ninguno de los dos podía ignorar, una mezcla de anticipación ardiente y nervios que rozaban el pánico mientras ultimaban los detalles del encuentro que Laura había organizado tras la insistente petición de Miguel. Habían pasado los últimos días planeando cada aspecto con una precisión casi obsesiva, aunque cada conversación sobre el tema había estado salpicada de silencios tensos y miradas que decían más de lo que sus palabras podían expresar. Laura había invitado a Carlos bajo la excusa de una "cena informal" para discutir un supuesto proyecto de trabajo que necesitaba atención urgente, una mentira cuidadosamente elaborada que le había costado más de una noche de insomnio perfeccionar. Pero ambos sabían que no se trataba de trabajo; se trataba de cumplir el deseo más oscuro de Miguel, de llevar su morbo a un nivel que nunca habían explorado antes, y para Laura, de caminar por una cuerda floja donde un solo paso en falso podía hacer que todo se desmoronara.
En el dormitorio, Laura estaba frente al espejo de cuerpo entero, ajustándose un vestido negro que había elegido con intención deliberada. La tela ajustada se adhería a cada curva de su cuerpo como una segunda piel, el escote profundo dejando entrever el borde de un sujetador de encaje negro que había comprado específicamente para esta noche, un detalle que sabía que encendería a Miguel incluso antes de que todo comenzara. Sus manos temblaban ligeramente mientras alisaba la falda, que terminaba justo por encima de las rodillas, lo suficientemente corta como para ser provocativa pero lo bastante elegante como para no parecer fuera de lugar en una cena. Se miró en el reflejo, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de determinación y un nerviosismo que no podía reprimir del todo. Sabía el riesgo que corría al tener a Miguel y Carlos en el mismo espacio, bajo el mismo techo, con el secreto del chantaje que aún pesaba sobre sus hombros como una losa invisible. Un solo comentario fuera de lugar de Carlos, una mirada demasiado reveladora, y todo podía venirse abajo: Miguel podía descubrir que sus interacciones con Carlos no habían sido del todo voluntarias al principio, que había un trasfondo de coerción que nunca le había confesado. Pero al mismo tiempo, una chispa de morbo la recorría, un calor que se asentaba en su bajo vientre al imaginar cómo podía orquestar esta noche, cómo podía manejar a ambos hombres, alimentar el deseo de Miguel y mantener el control que tanto valoraba. Se mordió el labio inferior, un gesto inconsciente mientras sus pensamientos giraban:
"¿Y si Carlos dice algo que no debe? ¿Y si Miguel presiona demasiado con sus dudas? Pero la idea de tenerlos a los dos aquí, de ver cómo Miguel se enciende al mirarme con otro… eso me quema más de lo que debería".
En el salón, Miguel estaba igual de inquieto, sus movimientos bruscos mientras doblaba una camisa casual de color azul oscuro que había decidido ponerse, un intento de parecer relajado aunque su rostro traicionaba cada pensamiento que cruzaba su mente. Sus dedos torpes luchaban con los botones, y cada pocos segundos dejaba escapar un suspiro pesado, su mirada perdida en algún punto de la pared mientras su mente giraba con imágenes de lo que podría pasar esa noche. El morbo lo consumía, una excitación cruda que sentía en cada fibra de su cuerpo, la idea de ver a Laura con Carlos en persona, no a través de un video o una historia susurrada en la oscuridad de su dormitorio, sino aquí, en su propia casa, frente a sus ojos. Pero junto a ese deseo ardiente, una ansiedad punzante lo atravesaba, una duda que había crecido con cada encuentro, con cada video que Laura le había mostrado.
"¿Y si hay algo más entre ellos? ¿Y si esto no es solo por mí, si ella siente algo por ese cabrón? Joder, no puedo parar de imaginarlo, pero tampoco puedo parar de preguntarme si estoy viendo toda la verdad", pensó, su mandíbula apretándose mientras se giraba hacia el pasillo y alzaba la voz para llamar a Laura.
—Laura, ¿estás lista? ¿Cómo vamos a manejar esto con Carlos? ¿Crees que sospechará algo? ¿Y…hasta donde vamos a llegar esta noche? —preguntó, su tono una mezcla de urgencia y una inseguridad que no podía disimular, cada palabra cargada de la necesidad de respuestas que no estaba seguro de querer escuchar.
Laura salió del dormitorio, sus tacones resonando contra el suelo de madera mientras caminaba hacia él, su vestido negro capturando la luz tenue del salón de una manera que hizo que Miguel tragara saliva, sus ojos recorriéndola de arriba abajo con un deseo que no intentó ocultar. Ella sonrió, una curva confiada en sus labios que ocultaba el nudo en su estómago, y se acercó para posar una mano en su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo sus dedos.
—Estoy lista. No te preocupes, todo está bajo control, llegaremos hasta donde tu quieras… Carlos no sospechará nada, le dije que es una cena para hablar de un proyecto, y lo manejaré para que sea lo que tú quieres. Llegaré hasta donde tu quieras para que esta noche sea… lo que desees. Confía en mí, ¿vale? —dijo, su voz baja y seductora, sus ojos buscando los de él para anclarlo, para apagar las dudas que veía brillar en su mirada. Pero internamente, su mente seguía girando, el temor de que algo saliera mal mezclándose con un morbo que crecía con cada segundo que pasaba, la idea de estar frente a ambos hombres, de jugar con sus deseos, de empujar los límites hasta el borde mismo del abismo.
Miguel asintió, sus hombros relajándose ligeramente ante sus palabras, aunque una sombra de incertidumbre permanecía en su expresión. La agarró por la cintura, atrayéndola hacia él en un abrazo breve pero posesivo, su aliento cálido contra su oído mientras murmuraba:
—Está bien, Laura, confío... Pero…, estoy nervioso, no te voy a mentir. Quiero esto, lo necesito, pero no sé cómo voy a reaccionar cuando lo vea en persona. Solo… ten cuidado, por favor. —Su voz tembló ligeramente, una mezcla de deseo y ansiedad que Laura sintió como un peso adicional sobre sus hombros, pero también como un desafío que estaba decidida a superar.
El timbre de la puerta resonó en ese momento, un sonido seco que cortó el aire como un cuchillo, haciendo que ambos se tensaran al instante. Laura respiró hondo, alisándose el vestido una última vez mientras le dedicaba a Miguel una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.
—Es él. Quédate aquí, yo abro. Todo saldrá bien —dijo, sus palabras más para sí misma que para él mientras caminaba hacia la entrada, sus tacones marcando un ritmo que resonaba con la aceleración de su pulso.
Al abrir la puerta, se encontró con Carlos, vestido con una camisa ajustada de color gris oscuro que marcaba su figura robusta y unos pantalones negros que le daban un aire de confianza casi arrogante. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo con una lentitud deliberada, una sonrisa torcida formándose en sus labios mientras inclinaba la cabeza en un gesto de saludo.
—Laura, qué cita tan agradable. No esperaba una cena en tu casa, pero debo decir que te ves… impresionante. —dijo, su tono cargado de un doble sentido que hizo que Laura sintiera un escalofrío, no había en ella miedo, más bien nerviosismo de una anticipación que no podía reprimir.
—Gracias, Carlos. Pasa, estamos listos para cenar y hablar de ese proyecto. Miguel está en el salón, ven —respondió ella, su voz controlada mientras lo guiaba hacia el interior, consciente de cada movimiento suyo, de cómo sus ojos seguían cada curva de su cuerpo bajo el vestido. Al entrar al salón, Miguel se levantó del sofá con una expresión que intentaba ser neutral, aunque sus ojos se estrecharon ligeramente al ver a Carlos, su mano extendiéndose en un saludo que era más un gesto de cortesía forzada que de bienvenida genuina.
—Carlos, qué bien que al final pudiste venir. Siéntate, Laura ha preparado algo especial —dijo, su tono tenso, sus palabras cargadas de un subtexto que solo él y Laura entendían.
La cena comenzó con una conversación ligera pero cargada de una tensión que parecía vibrar en el aire, cada palabra, cada mirada, un paso más hacia el borde de algo que ninguno podía nombrar aún. Laura se movía con una gracia calculada, sirviendo vino en las copas de ambos hombres mientras mantenía un tono casual, preguntando a Carlos sobre trivialidades del trabajo y riendo suavemente ante sus comentarios, aunque cada risa estaba diseñada para alimentar el deseo de Miguel, para hacerle saber que ella estaba en control, que esto era por él. Carlos, por su parte, no perdía oportunidad de coquetear, sus comentarios rozando el límite de lo apropiado mientras sus ojos se detenían en el escote de Laura más tiempo del necesario, diciendo cosas como "Laura, siempre tienes una manera de hacer que cualquier reunión sea… interesante. Este vestido te queda de puta madre, ¿lo elegiste para mí, para nosotros?". Sus palabras hacían que Miguel apretara la mandíbula, sus dedos aferrando la copa de vino con más fuerza de la necesaria, aunque bajo la mesa, Laura podía ver cómo su otra mano se tensaba sobre su muslo, una señal clara de que el morbo ya estaba encendiéndose, mezclado con una desconfianza que no podía apagar.
Miguel observaba cada gesto, cada intercambio entre Laura y Carlos, con una intensidad que parecía quemar, su mente girando con imágenes de lo que podría pasar, de lo que quería que pasara, mientras sus dudas acechaban en el fondo como una sombra persistente.
"¿Por qué parece tan cómodo con ella? ¿Por qué ella no lo frena más? Joder, me enciende verla así, pero no puedo evitar pensar que hay algo que no me cuenta", pensó, su respiración acelerándose ligeramente mientras tomaba un sorbo de vino, sus ojos sin apartarse de Laura ni por un segundo. Laura, consciente de su mirada, sentía un calor crecer en su interior, un morbo por estar en el centro de esta dinámica, por saber que cada movimiento suyo estaba siendo devorado por Miguel, mientras manejaba a Carlos con una precisión que la hacía sentirse poderosa, incluso cuando el riesgo de que todo se descontrolara la mantenía al borde.
Después de la cena, cuando los platos ya estaban recogidos y el vino había relajado los ánimos lo suficiente como para que la tensión se transformara en algo más palpable, Laura sugirió que se trasladaran al salón para "relajarse" con otra copa. Se sentó entre ambos hombres en el sofá, su cuerpo más cerca de Carlos de lo estrictamente necesario, sus piernas cruzadas de manera que la falda del vestido subía ligeramente, revelando más piel de la que había mostrado durante la cena. Comenzó a coquetear más abiertamente con Carlos, sus dedos rozando su brazo de manera casual mientras reía ante un comentario suyo, su cuerpo inclinándose hacia él en un gesto que parecía natural pero que estaba cuidadosamente calculado. Miró a Miguel de reojo, buscando su reacción, y vio en sus ojos un fuego que la hizo estremecerse, una mezcla de deseo crudo y una urgencia que le decía que estaba listo para lo que viniera después. Internamente, su corazón latía con fuerza, el morbo de tener a ambos hombres tan cerca, de ser el centro de sus deseos, mezclándose con el temor de que algo saliera mal. Pero ya no había vuelta atrás.
Laura sintió el calor del vino recorriendo sus venas, un zumbido suave que embotaba los bordes de su ansiedad pero no lograba apagarla del todo. Su mano, todavía posada en el brazo de Carlos, temblaba ligeramente, un movimiento imperceptible para él pero que ella sentía como un eco de la tormenta que rugía en su interior.
"¿De verdad voy a hacer esto? ¿Voy a entregarme a Carlos frente a Miguel, dejar que me toque, que me use, mientras mi marido mira? Joder, el solo pensamiento me enciende tanto que apenas puedo respirar, pero también me aterra. ¿Y si esto va demasiado lejos, y si Miguel no puede manejarlo, y si yo no puedo manejarlo? ¿Y si pierdo el control y me dejo llevar más de lo que debería?", pensó, su mente girando con una mezcla de morbo y miedo mientras su risa resonaba en el salón, un sonido que parecía genuino pero que ocultaba el caos bajo la superficie. Cada roce de sus dedos contra la piel de Carlos era un paso más hacia el abismo, un gesto que la acercaba a una decisión que sabía que cambiaría todo, y aunque una parte de ella gritaba que se detuviera, que pusiera un límite antes de que fuera demasiado tarde, otra parte, más oscura y hambrienta, la empujaba hacia adelante, susurrándole que esto era lo que quería, lo que necesitaba, lo que Miguel deseaba con cada fibra de su ser.
Mientras tanto, Miguel, sentado al otro lado de ella, sentía su respiración volverse más pesada con cada segundo que pasaba, sus ojos fijos en la mano de Laura sobre el brazo de Carlos, en la forma en que su cuerpo se inclinaba hacia él, en la curva de su muslo expuesto bajo la falda que subía más de lo necesario. El deseo lo consumía, un fuego que ardía en su pecho y se asentaba en su entrepierna, endureciéndolo al instante mientras imaginaba lo que vendría, mientras visualizaba a su mujer entregándose a otro hombre frente a él, dejando que Carlos la tocara, la acariciara, mientras él observaba cada detalle con una mezcla de fascinación y tormento.
"Joder, esto es lo que llevo tiempo queriendo, verla así, verla con otro, saber que lo hace por mí, que cada gemido, cada toque, es un regalo para mí. Pero mierda, ¿por qué siento este nudo en el estómago? ¿Por qué una parte de mí quiere gritarle que pare, que no lo haga, que esto es un error? ¿Es solo celos, o es algo más, algo que no puedo nombrar?", pensó, su mente atrapada en un tira y afloja entre el morbo que lo dominaba y una duda creciente que empezaba a arañar los bordes de su excitación. Sus manos se apretaban en puños sobre sus muslos, un gesto inconsciente que delataba su tensión, mientras sus ojos seguían cada movimiento de Laura, cada sonrisa, cada roce, buscando en ellos una señal de que esto era realmente por él, de que no había nada más, nada que no le estuviera contando.
Laura, consciente de la mirada de Miguel, sintió un escalofrío recorrer su espalda, un recordatorio de que cada gesto suyo estaba siendo observado, analizado, deseado. Bebió un sorbo de su copa, el líquido frío contrastando con el calor que sentía en su piel, mientras su mente seguía debatiéndose, cada pensamiento más crudo y explícito que el anterior.
"Si me entrego a Carlos ahora, si dejo que me toque, que me use frente a Miguel, será como cruzar un umbral del que no podré volver. Será su polla en mi boca, sus manos en mi cuerpo, su aliento en mi cuello, mientras Miguel mira, mientras se endurece viéndome ser usada. Joder, solo pensarlo hace que mi coño se humedezca, que mi cuerpo tiemble de ganas, pero ¿y si no puedo parar después? ¿Y si me gusta demasiado, y si Carlos toma más de lo que estoy dispuesta a dar? ¿Y si Miguel ve algo en mí que no debería, algo que revele cuánto de esto es por él y cuánto es por mí misma?", reflexionó, su respiración acelerándose mientras sus dedos dejaban de rozar el brazo de Carlos por un momento, un gesto de pausa que reflejaba la batalla interna que libraba. El morbo de ser el centro de atención, de ser deseada por dos hombres al mismo tiempo, era una droga que la intoxicaba, pero el temor a las consecuencias, a perder el control de esta situación que ella misma había orquestado, era un peso que no podía ignorar.
Del otro lado, Miguel sentía cómo su corazón latía con fuerza, cada latido un eco de su deseo y su incertidumbre mientras observaba a Laura, su mujer, coqueteando con Carlos con una naturalidad que lo excitaba tanto como lo inquietaba. Sus ojos se deslizaban por su cuerpo, por la forma en que la falda dejaba entrever la piel suave de sus muslos, por la curva de su pecho bajo el vestido, imaginando cómo se vería desnuda frente a ellos, cómo se sentiría verla rendirse a otro hombre mientras él era testigo de cada detalle.
"Mierda, quiero esto, quiero verla arrodillada frente a él, quiero ver cómo su polla entra en su boca, mientras ella gime, mientras me mira con esos ojos que dicen que lo hace por mí. Pero joder, ¿y si no es solo por mí? ¿Y si hay algo en su mirada, en su risa, que no estoy viendo? ¿Y si esto no es solo un juego, y si la estoy perdiendo sin darme cuenta?", pensó, su mente girando con imágenes explícitas de lo que podría pasar, cada una más cruda que la anterior, mientras una duda fría se asentaba en su pecho, una sombra que no podía disipar por completo, incluso cuando su cuerpo respondía con una erección que no podía controlar. Tragó saliva con dificultad, su mano alcanzando su copa de vino para beber un sorbo largo, un intento de calmar los nervios que lo carcomían, mientras sus ojos seguían fijos en Laura, esperando, deseando, temiendo lo que vendría a continuación.
Laura, sintiendo el peso de las miradas de ambos hombres sobre ella, supo que el momento de decidir había llegado, que no podía seguir posponiendo lo inevitable. Su corazón latía tan fuerte que temía que pudieran escucharlo, su piel erizándose bajo la tensión del salón mientras sus dedos jugaban con el borde de su copa, un gesto nervioso que delataba lo que sus palabras y su sonrisa ocultaban.
"Voy a hacerlo. Voy a entregarme a Carlos, voy a dejar que me toque, que me use, mientras Miguel mira. Voy a acariciar su polla, que sus manos me agarren, que su deseo me consuma, todo por el morbo de mi marido, por el poder que siento al saber que esto lo enciende como nada más. Pero joder, tengo miedo. Miedo de que esto me cambie, de que me guste más de lo que debería, de que Miguel vea en mí algo que no pueda perdonar. ¿Y si después de esto no podemos volver a ser los mismos? ¿Y si este juego nos rompe?", pensó, su mente llegando finalmente a una resolución, una aceptación temblorosa pero decidida mientras su respiración se estabilizaba, su cuerpo preparándose para lo que venía. El morbo, al final, ganó la batalla, empujándola hacia adelante con una fuerza que no podía resistir, incluso cuando las dudas seguían acechando en el fondo de su mente, un eco de advertencia que sabía que no desaparecería tan fácilmente.
Con un movimiento lento y deliberado, Laura se levantó del sofá, posicionándose frente a ambos hombres mientras sus manos alcanzaban el borde de su vestido. Sus ojos se encontraron con los de Miguel por un instante, una pregunta silenciosa que él respondió con un leve asentimiento, su respiración ya acelerada por la anticipación. Luego, con una lentitud que parecía prolongar cada segundo, dejó caer el vestido al suelo, la tela deslizándose por su piel hasta formar un charco negro a sus pies, revelando su cuerpo completamente desnudo frente a ambos hombres. No llevaba ropa interior, una decisión que había tomado desde el principio, sabiendo el impacto que tendría. Sus pechos, llenos y firmes, quedaron expuestos bajo la luz tenue del salón, los pezones endurecidos por la mezcla de nervios y excitación, mientras su cintura estrecha y las curvas de sus caderas dibujaban una silueta que parecía tallada para provocar. Su coño, perfectamente depilado, estaba a la vista, un detalle que hizo que su vulnerabilidad se sintiera más cruda, más real.
Carlos, que nunca la había visto desnuda al completo, quedó visiblemente impactado, sus ojos abriéndose de par en par mientras la devoraba con la mirada, un deseo crudo y animal brillando en su expresión. Su boca se curvó en una sonrisa torcida, sus palabras saliendo en un murmullo ronco que llenó el silencio del salón.
—Joder, Laura, eres… impresionante. No tenía ni idea de lo que escondías bajo esa ropa. Esto es un puto regalo, ¿sabes? —dijo, su tono cargado de una lujuria que no intentó disimular, sus manos apretándose contra sus propios muslos como si luchara por no tocarla en ese mismo instante.
Laura, fingiendo una mezcla de vergüenza y reticencia, cruzó los brazos sobre su pecho, cubriendo parcialmente sus pechos mientras bajaba la mirada al suelo, su voz temblando a propósito mientras murmuraba:
—Carlos, por favor, no mires así. No sé si esto es buena idea, me siento… expuesta. —Pero internamente, un morbo abrumador la recorría, un calor que se asentaba entre sus piernas al sentir las miradas de ambos hombres sobre su piel desnuda, al saber que tenía el poder de controlar sus reacciones, de encenderlos con cada gesto suyo. Miró a Miguel de reojo, y lo que vio en su expresión la hizo temblar de una manera que no esperaba: sus ojos estaban fijos en ella, oscurecidos por un deseo que parecía consumirlo, su respiración pesada mientras su mano se movía instintivamente hacia su entrepierna, ajustándose los pantalones con un movimiento que delataba lo duro que ya estaba. El morbo de verlo así, de saber que su desnudez frente a otro hombre lo llevaba al límite, era más intoxicante de lo que había imaginado.
Miguel, incapaz de apartar la mirada, sintió su polla endurecerse al instante bajo la tela de sus pantalones, una presión casi dolorosa mientras su mente se llenaba de imágenes de lo que podría pasar a continuación. Su corazón latía con fuerza, el morbo de verla así, completamente desnuda frente a Carlos, en su propia casa, era un fuego que lo quemaba desde dentro. Pero junto a ese deseo, una punzada de duda lo atravesó, una voz en el fondo de su cabeza que no podía silenciar.
"¿Por qué se expone así tan fácilmente? Joder, no, no puedo pensar, no quiero pensar… solo quiero ver más", pensó, su respiración acelerándose mientras se inclinaba hacia adelante, sus manos aferrándose a los bordes del sofá como si necesitara anclarse a algo real.
Laura, desnuda y vulnerable pero poderosa en su control, sentía el peso de las miradas de ambos hombres como una caricia invisible, su cuerpo temblando ligeramente por la mezcla de nervios y deseo mientras se preguntaba cómo podía llevar esto al siguiente nivel sin perderlo todo. Miguel, atrapado entre el morbo más intenso que había sentido nunca y las dudas que lo acechaban, sabía que ya no había vuelta atrás, que todo habia cambiado en cierta manera. Y Carlos, con una sonrisa que prometía problemas, estaba listo para tomar lo que se le ofrecía, ajeno al juego más grande que se desarrollaba a su alrededor. La noche apenas comenzaba, y el borde del abismo estaba más cerca que nunca.
El aire en el salón estaba cargado de una tensión que parecía cortarse con un cuchillo, un silencio vibrante que seguía al momento en que Laura había dejado caer su vestido al suelo, revelando su cuerpo completamente desnudo frente a Miguel y Carlos. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras suaves sobre su piel, resaltando cada curva, cada detalle de su figura expuesta: sus pechos llenos con los pezones endurecidos por la mezcla de nervios y deseo, la línea estrecha de su cintura, las caderas redondeadas que parecían invitar al toque, y su coño perfectamente depilado, vulnerable y a la vista de ambos hombres. Laura, fingiendo una vergüenza que no sentía del todo, mantenía los brazos cruzados sobre su pecho, cubriendo parcialmente sus tetas mientras sus ojos bajaban al suelo, su voz temblando a propósito al murmurar:
—Carlos, por favor, no mires así. Me pones nerviosa. —Pero internamente, un morbo abrumador la consumía, un calor húmedo asentándose entre sus piernas al sentir las miradas hambrientas de ambos hombres sobre su cuerpo, al saber que tenía el poder de encenderlos, de controlar sus reacciones con cada gesto suyo. Miró a Miguel de reojo, y lo que vio en su expresión la hizo estremecerse: sus ojos oscurecidos por un deseo animal, su respiración pesada mientras su mano se ajustaba los pantalones, delatando lo duro que ya estaba.
Carlos, sentado a poca distancia en el sofá, no podía apartar los ojos de ella, su mirada recorriendo cada centímetro de su piel con una lujuria cruda que no intentaba disimular. Su sonrisa torcida se ensanchó, sus manos apretándose contra sus muslos como si luchara por contenerse, aunque su voz, cuando habló, estaba cargada de una intención que no dejaba lugar a dudas.
— Laura, eres preciosa. No tenía ni idea de lo que escondías, pero ahora que lo veo, no pienso quedarme solo mirando. Ven aquí, no me hagas esperar —dijo, su tono autoritario resonando en el silencio del salón mientras se levantaba, su figura robusta proyectando una sombra intimidante mientras se acercaba a ella con pasos deliberados, sus ojos brillando con un deseo que parecía devorarla.
Miguel, sentado en el otro extremo del sofá, sintió su polla endurecerse aún más bajo la tela de sus pantalones, una presión casi dolorosa mientras su mente se llenaba de imágenes de lo que estaba por pasar. El morbo de ver a Laura desnuda frente a otro hombre, en su propia casa, era un fuego que lo quemaba desde dentro, una excitación tan intensa que apenas podía respirar. Pero junto a ese deseo, una punzada de duda lo atravesaba, una voz en el fondo de su cabeza que no podía silenciar.
"¿Por qué se deja mirar así?", pensó, sus manos aferrándose a los bordes del sofá con tanta fuerza que sus nudillos se blanqueaban, su respiración acelerándose mientras sus ojos seguían cada movimiento de Laura y Carlos, incapaz de apartar la mirada ni por un segundo.
Laura, sintiendo el peso de ambas miradas, dejó que sus brazos cayeran lentamente a los lados, exponiendo su cuerpo por completo mientras fingía un suspiro de resignación, su voz todavía temblorosa al murmurar:
—Carlos, por favor. Esto es demasiado. —Pero permitió que él se acercara, sus protestas vacías mientras su cuerpo respondía al morbo de la situación, un cosquilleo recorriendo su piel al sentir el calor de su presencia tan cerca. Carlos soltó una risa oscura, ignorando sus palabras mientras sus manos alcanzaban su cintura, sus dedos ásperos apretándola con una posesión que la hizo jadear ligeramente, no de miedo, sino de una excitación oscura que ya no intentaba reprimir del todo.
—Vamos, Laura, no me vengas con esas tonterías. Estás desnuda porque quieres, y yo voy a tomar lo que se me ofrece. Arrodíllate, quiero sentir esa boca tuya —ordenó, su voz endureciéndose mientras la empujaba suavemente hacia abajo, guiándola hasta que sus rodillas tocaron el suelo frío frente a él.
Laura, manteniendo su fachada de reticencia, bajó la mirada mientras se arrodillaba, sus manos temblando ligeramente al posarse sobre los muslos de Carlos, sus dedos rozando la tela de sus pantalones mientras murmuraba un débil:
—Carlos, no, por favor, no tan rápido. —Pero internamente, un morbo abrumador la recorría, el poder de estar en esta posición, de saber que Miguel la observaba, de sentir el control que aún tenía sobre ambos hombres, la hacía humedecerse más de lo que esperaba. Sus ojos se alzaron brevemente hacia Miguel, buscando su reacción, y vio que su expresión era una mezcla de deseo descontrolado y una tensión que no podía nombrar, su polla claramente dura bajo sus pantalones mientras su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas. Saber que estaba tan calilente la llenó de una satisfacción oscura, un placer en complacerlo mientras jugaba con esta dinámica peligrosa.
Carlos desabrochó su cinturón con movimientos rápidos, el sonido del metal resonando en el silencio del salón mientras bajaba la cremallera de sus pantalones, liberando su polla ya dura, gruesa y pulsante frente al rostro de Laura. La agarró por el cabello con una mano, no con violencia pero sí con firmeza, inclinando su cabeza hacia atrás para que lo mirara a los ojos mientras gruñía:
—Mírame, Laura. Vas a chupármela como una buena zorra, y no quiero excusas. Abre la boca, ahora. —Su tono era dominante, sus palabras crudas mientras empujaba su polla hacia sus labios, la punta rozando su boca con una urgencia que no admitía negativas.
Laura, fingiendo resistencia, abrió la boca lentamente, sus labios rodeando la cabeza de su polla con un movimiento inicialmente tímido que pronto se volvió más seguro, su lengua deslizándose por la base mientras lo tomaba más profundo, el sabor salado de su piel llenando su boca. Sus manos se apoyaron en sus muslos para mantener el equilibrio, sus dedos apretando la tela mientras comenzaba a mover la cabeza, chupándolo con una intensidad que contradecía sus protestas anteriores. Carlos soltó un gruñido de satisfacción, su mano en su cabello guiándola con más fuerza mientras sus caderas empujaban hacia adelante, buscando más profundidad.
—Joder, sí, así, chúpamela bien. Sabía que tenías una boca hecha para esto —dijo, su voz ronca de placer mientras sus ojos se cerraban por un momento, perdido en la sensación de su calor húmedo alrededor de su polla.
Miguel, observándolo todo desde el sofá, sintió una oleada de calor recorrerlo, su polla tan dura que dolía mientras veía a Laura arrodillada frente a Carlos, su boca moviéndose sobre él con una habilidad que lo volvía loco. Sin poder contenerse, desabrochó sus propios pantalones, liberando su erección y comenzando a masturbarse con movimientos rápidos y desesperados, su respiración entrecortada mientras gemía suavemente, incapaz de apartar los ojos de la escena.
"Verla así, chupándosela, me está matando. Es lo más caliente que he visto nunca, pero ¿por qué me duele algo dentro? ¿Por qué parece tan… cómoda?", pensó, su mente girando entre el morbo abrumador y una duda que no podía apagar, su mano moviéndose más rápido mientras sentía el primer orgasmo acercarse con una rapidez que lo sorprendió.
Carlos, insatisfecho con la profundidad, apretó su agarre en el cabello de Laura, empujando con más fuerza mientras intentaba una garganta profunda, su polla golpeando el fondo de su garganta con una intensidad que la hizo atragantarse, sus ojos lagrimeando mientras luchaba por respirar, un sonido ahogado escapando de sus labios.
—Vamos, trágatela toda, sé que puedes, joder. No te pares ahora —gruñó, su voz cargada de frustración mientras seguía empujando, ignorando las señales de su incomodidad. Laura, al límite, se apartó con un jadeo desesperado, tosiendo mientras el aire volvía a sus pulmones, su rostro enrojecido y las lágrimas corriendo por sus mejillas, un hilo de saliva conectando su boca con la polla de Carlos mientras jadeaba:
—No puedo, por favor, no tan fuerte. Me estás ahogando. —Pero incluso en medio de la incomodidad, un morbo oscuro la recorría, la idea de estar al límite, de ser usada así frente a Miguel, la hacía temblar de una manera que no podía explicar.
Carlos soltó una risa áspera, soltando su cabello mientras la miraba con una mezcla de frustración y deseo.
—Está bien, zorra, no te forzaré…—y agarrándola por el brazo y levantándola con un movimiento brusco, sus manos recorriendo su cuerpo desnudo mientras la tumbaba en el sofá, abriendo sus piernas con una urgencia que no admitía resistencia. Laura, fingiendo protesta, murmuró un débil:
—Carlos, para, no puedo más, por favor —mientras sus manos empujaban débilmente contra su pecho, pero permitió que la posicionara, sus piernas temblando mientras él se arrodillaba entre ellas, su rostro descendiendo hacia su coño con una intención clara.
Su lengua la atacó sin preliminares, lamiendo su clítoris con una intensidad brutal mientras sus dedos se deslizaban dentro de ella, bombeando con fuerza mientras gruñía contra su piel:
—Joder, Laura, estás empapada. Sabía que te gustaba esto, no me engañas con tus putas protestas. —Sus palabras eran crudas, su aliento caliente contra su coño mientras lo devoraba, sus dedos curvándose dentro de ella para golpear ese punto que la hacía arquearse involuntariamente, un gemido escapando de sus labios a pesar de sí misma. Laura, incapaz de contener el placer, sintió su cuerpo traicionarla, sus caderas moviéndose contra su boca mientras gemía más fuerte, sus manos aferrándose al borde del sofá mientras su mente giraba.
"Mierda, esto se siente demasiado bien, no debería, pero me está volviendo loca. Y Miguel viéndolo todo… sé que esto lo está matando de morbo", pensó, sus ojos buscando los de Miguel mientras otro gemido se le escapaba, su coño apretándose alrededor de los dedos de Carlos mientras el placer la llevaba al borde.
Miguel, todavía masturbándose, despacio disfrutando de la visión de su mujer siendo devorada, sus ojos fijos en Laura mientras Carlos le comía el coño con una ferocidad que lo hacía temblar.
"Joder, verla gemir así, con ese cabrón entre sus piernas…es demasiado. Pero ¿por qué parece disfrutar tanto?", pensó, su mente nublada por el deseo mientras seguía tocándose, su polla dura como nunca habia estado, el morbo de la escena superando cualquier duda momentánea. Se levantó del sofá, acercándose un poco más, incapaz de quedarse al margen, un gesto impulsivo que reflejaba lo perdido que estaba en su deseo.
Carlos, al notar el movimiento de Miguel, soltó una risa oscura, levantando la cabeza de entre las piernas de Laura para mirarlo con una sonrisa burlona.
—Vaya, parece que tu marido no puede contenerse. Pero no te preocupes, yo voy a darle lo que tú no puedes. Levántate, Laura, a cuatro patas, ahora. Quiero follarte como se debe —ordenó, agarrándola por las caderas y girándola con rudeza, posicionándola en el sofá con el culo en alto, sus manos abriendo sus nalgas mientras se colocaba detrás de ella, su polla dura rozando su entrada con una intención clara.
Laura sintió un escalofrío de pánico recorrer su espalda, su cuerpo tensándose bajo el agarre firme de Carlos mientras su mente procesaba sus palabras y la crudeza de su intención. El calor del deseo que aún reverberaba en su piel se mezcló con un miedo visceral, un nudo apretándose en su estómago al recordar las palabras de Miguel antes de esta cita:
"Haz lo que quieras, juega, déjalo tocarte, pero no dejes que te folle, Laura. Eso es solo mío, solo nuestro". Su respiración se aceleró, el aire saliendo en jadeos cortos mientras sus manos se aferraban al borde del sofá, sus dedos clavándose en la tela como si fueran un ancla contra la marea de terror y confusión que la inundaba.
—No, Carlos, por favor, eso no. No puedo, no quiero que me folles, no es lo que acordamos —protestó, su voz temblorosa pero cargada de una determinación desesperada, su cuerpo intentando girarse bajo su agarre, resistiéndose a la posición vulnerable en la que la había colocado. Sus ojos buscaron a Miguel al instante, una súplica silenciosa brillando en ellos mientras lo miraba, su rostro contorsionado por el miedo y la urgencia.
—Miguel, por favor, dile que no, dile que pare. Sabes que esto no estaba planeado, no puedo hacerlo, no quiero hacerlo —suplicó, su voz quebrándose mientras las lágrimas picaban en sus ojos, su cuerpo temblando bajo las manos de Carlos, que no parecían dispuestas a soltarla.
Internamente, Laura estaba al borde del colapso, su mente girando con un caos de pensamientos que chocaban con una violencia que la desgarraba.
"Joder, no, no puedo dejar que esto pase. Miguel me dijo que no, que follar era solo suyo, y yo lo prometí, lo juré. No puedo dejar que Carlos me penetre, no puedo dejar que su polla entre en mí, que me llene, que me use de esa manera mientras Miguel mira. Pero mierda, ¿por qué no dice nada? ¿Por qué no me ayuda? Estoy aquí, desnuda, expuesta, con este cabrón detrás de mí, su polla dura rozándome, y siento que no tengo control, que no puedo parar esto sola. ¿Y si me fuerza, y si no puedo resistirme? ¿Y si una parte de mí, esa parte enferma, quiere saber cómo se siente, incluso si sé que está mal?", pensó, su corazón latiendo con fuerza mientras sentía el calor de la polla de Carlos contra su entrada, un roce que la hacía estremecerse de asco y, de manera traicionera, de un morbo que no podía apagar del todo. El miedo a traicionar a Miguel, a cruzar un límite que no podrían reparar, era un peso que la aplastaba, pero la sensación de vulnerabilidad, de estar a merced de Carlos, también avivaba una chispa oscura que la avergonzaba, que la hacía cuestionarse cuánto de esto era resistencia y cuánto era un deseo reprimido que no quería nombrar.
Miguel, sentado a un lado del sofá, sentía su respiración volverse más pesada, sus ojos fijos en la escena frente a él: su mujer, desnuda y vulnerable, posicionada a cuatro patas con Carlos detrás de ella, sus manos abriendo sus nalgas con una posesión que lo encendía tanto como lo inquietaba. El deseo lo consumía, un fuego que ardía en su pecho y se asentaba en su entrepierna, endureciéndolo al instante mientras imaginaba a Carlos penetrándola, mientras visualizaba su polla deslizándose dentro de ella, follándola con una intensidad que él mismo deseaba desatar. Pero bajo ese deseo, las palabras de Laura, su súplica desesperada, resonaban en su mente, recordándole la promesa que le había hecho, el límite que había establecido.
"Mierda, le dije que no, que follar era solo mío. Debería parar esto, debería levantarme y decirle a este cabrón que se aparte, que no la toque así. Pero joder, verla así, suplicándome con esos ojos, con el culo en alto, lista para ser tomada… me está volviendo loco. Quiero verlo, quiero que pase, incluso si sé que está mal, incluso si sé que después me voy a arrepentir. ¿Qué mierda me pasa?", pensó, su mente atrapada en un tira y afloja entre el morbo abrumador y una culpa que empezaba a arañar los bordes de su conciencia. Sus manos se apretaban en puños sobre sus muslos, su cuerpo inmóvil mientras sus ojos seguían fijos en Laura, en Carlos, en la tensión que vibraba en el aire, incapaz de intervenir, incapaz de detener lo que sabía que estaba a punto de suceder.
Carlos, ajeno al conflicto interno de ambos, soltó una risa oscura, sus manos apretando las caderas de Laura con más fuerza mientras su polla seguía rozando su entrada, un movimiento lento pero deliberado que dejaba claro que no tenía intención de detenerse.
—Vamos, Laura, no seas tan dramática. Mira a tu marido, no está diciendo nada, ¿verdad? Eso significa que quiere verlo tanto como yo quiero hacerlo. Relájate, zorra, vas a disfrutar esto tanto como yo —gruñó, su voz ronca y cargada de una arrogancia que cortaba como un cuchillo, mientras sus dedos se deslizaban por sus nalgas, abriéndola aún más, exponiéndola de una manera que hacía que Laura se sintiera más vulnerable, más atrapada que nunca. Sus palabras eran un golpe, un recordatorio de su falta de control, y Laura sintió las lágrimas escapar por las comisuras de sus ojos, su respiración volviéndose más rápida mientras giraba la cabeza de nuevo hacia Miguel, su súplica ahora más desesperada, más cruda.
—Miguel, por favor, no dejes que haga esto. Te lo prometí, no quiero romper eso, no quiero que me folle. Ayúdame, por favor, dile que pare —dijo, su voz quebrándose por completo, un sollozo contenido vibrando en su garganta mientras su cuerpo temblaba bajo el agarre de Carlos, sus manos aferrándose al sofá con más fuerza, como si pudiera desaparecer en la tela si se esforzaba lo suficiente.
Dentro de su mente, Laura sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor, cada segundo un paso más hacia un abismo del que no sabía si podría salir.
"No puedo creer que Miguel no esté haciendo nada. Lo estoy suplicando, estoy llorando, y él solo mira, con esos ojos oscuros de deseo, como si esto fuera exactamente lo que quiere. ¿Cómo puede dejar que pase esto? ¿Cómo puede traicionar su propia regla, la que él mismo puso? Siento la polla de Carlos contra mí, dura, caliente, lista para entrar, y no sé si puedo resistirme físicamente si él no me ayuda. Joder, tengo miedo, miedo de lo que esto significa, de lo que pasará después, de cómo nos miraremos a los ojos cuando esto termine. Pero mierda, una parte de mí, esa parte enferma, siente un calor entre las piernas, un morbo que me quema al pensar en ser follada así, frente a él, mientras me mira. ¿Qué estoy haciendo, qué estoy sintiendo?", pensó, las lágrimas cayendo más rápido mientras su cuerpo seguía temblando, atrapado entre el asco, el miedo y un deseo oscuro que no podía apagar, un deseo que la avergonzaba más de lo que podía soportar.
Miguel, atrapado en su propia tormenta interna, sintió un nudo apretarse en su garganta mientras escuchaba las súplicas de Laura, mientras veía las lágrimas en sus ojos, el temblor de su cuerpo bajo las manos de Carlos. Una parte de él quería levantarse, empujar a Carlos lejos, proteger a su mujer, cumplir la promesa que habían hecho. Pero el deseo, ese deseo crudo y animal que lo consumía, lo mantenía clavado al sofá, sus ojos fijos en la escena frente a él, en la forma en que el cuerpo de Laura se arqueaba, en cómo Carlos la manejaba con una posesión que lo encendía de una manera que no podía explicar.
"Debería parar esto. Debería decir algo, hacer algo. Pero mierda, verla así, suplicándome, con el culo en alto, a punto de ser follada por este cabrón… me está volviendo loco. Quiero verlo, quiero que pase, quiero escuchar sus gemidos mientras él la penetra, mientras la hace suya frente a mí. Sé que está mal, sé que le prometí que esto no pasaría, pero no puedo, no puedo parar esto ahora", pensó, su respiración acelerándose mientras sus manos seguían inmóviles, su cuerpo traicionándolo mientras su mente luchaba contra sí misma. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de Laura por un instante, y aunque no dijo nada, la intensidad de su mirada, cargada de deseo y una culpa que no podía ocultar, le dijo todo lo que necesitaba saber: no iba a intervenir, no iba a detener a Carlos, no esta vez.
Laura sintió un golpe en el pecho al ver esa mirada, la certeza de que Miguel no iba a ayudarla, de que la había abandonado a su suerte en este momento crítico. Las lágrimas cayeron más rápido, un sollozo escapando de su garganta mientras su cuerpo se rendía lentamente bajo el agarre de Carlos, su resistencia física disminuyendo mientras su mente seguía gritando, atrapada entre el miedo y una resignación que la aplastaba.
"No puedo creerlo. No va a hacer nada, me está dejando aquí, me está dejando que este cabrón me folle, incluso después de todo lo que prometimos. Siento su polla contra mí, empujando, y no sé si puedo parar esto ahora. Tengo miedo, joder, tengo tanto miedo de lo que esto hará con nosotros, de cómo me sentiré después, de si podré mirarlo a los ojos sin odiarlo por no ayudarme. Pero mierda, ese deseo en su mirada, ese fuego, me quema también. ¿Y si dejo que pase, y si me entrego, solo para ver hasta dónde llega esto? ¿Y si una parte de mí quiere esto tanto como él?", pensó, su mente fragmentándose mientras Carlos seguía detrás de ella, su agarre firme, su intención clara, mientras el silencio de Miguel se volvía un peso insoportable, un permiso tácito que sabía que cambiaría todo.
Laura, jadeando por el placer que aún reverberaba en su cuerpo, fingió resistencia mientras se posicionaba, sus manos aferrándose al respaldo del sofá mientras murmuraba:
—Carlos, no, por favor, esto es demasiado, no lo hagas. —Pero permitió que la manejara, su coño ya empapado traicionando cualquier protesta mientras sentía la cabeza de su polla presionar contra ella. Internamente, el morbo la consumía, la idea de ser follada así frente a Miguel, de sentirlo todo mientras él miraba, la hacía temblar de deseo, incluso cuando una parte de ella sabía que esto estaba cruzando un límite que no podía deshacer. Carlos, sin esperar más, la penetró de un solo empujón, profundo y salvaje, su polla llenándola por completo mientras sus pelvis chocaba contra su culo con un sonido húmedo y crudo que llenaba el salón.
—Dios, Laura, qué coño tan apretado. Esto es lo que siempre quise, follarte como una zorra mientras alguien mira —gruñó, sus manos aferrando sus caderas con fuerza mientras comenzaba a embestirla con una intensidad brutal, cada movimiento sacudiéndole el cuerpo mientras ella gemía sin control.
Miguel, viéndolo todo, cogio de nuevo su polla, dura de nuevo, su mano moviéndose con desesperación, su cuerpo temblando por la intensidad del morbo
. "Mierda, verlo follarla así, tan duro, tan crudo… me está volviendo loco. No puedo parar, no quiero que pare, pero joder, ¿por qué me duele algo dentro?", pensó, su mente girando entre el deseo abrumador y una incomodidad creciente, sus ojos fijos en Laura mientras su cuerpo se movía con cada embestida de Carlos, sus gemidos llenando el aire como una melodía que lo llevaba al límite.
Carlos, sin detenerse, giró a Laura para ponerla de cara, levantando sus piernas sobre sus hombros mientras la penetraba de nuevo, follándola con igual intensidad, sus ojos fijos en los de ella mientras gruñía:
—Mírame, quiero ver tu cara mientras te follo. Eres mía ahora, y lo sabes. —Sus embestidas eran implacables, su polla golpeando profundo dentro de ella mientras sus manos apretaban sus muslos, dejando marcas rojas en su piel. Laura, perdida entre el placer y la fachada de resistencia, gemía sin control, sus ojos entrecerrados mientras su cuerpo se arqueaba bajo él, un orgasmo golpeándola con fuerza mientras gritaba, su coño apretándose alrededor de su polla.
"Esto es demasiado, me está rompiendo, pero no puedo parar de correrme. Miguel viéndolo todo, … esto es lo más sucio que he sentido nunca, y me está encantando", pensó, su mente nublada por el placer mientras siu primerorgasmo la recorría, sus gemidos resonando en el salón.
Carlos, sintiendo su clímax acercarse, intentó algo más, sus manos girándola de nuevo a cuatro patas mientras sus dedos rozaban su culo, su intención clara mientras murmuraba:
—Vamos, Laura, déjame entrar por atrás. Sé que te va a gustar, no seas tan estrecha. —Laura, esta vez con una resistencia más firme, negó con la cabeza, su voz entrecortada pero decidida mientras jadeaba:
—No, Carlos, eso si que no, nunca. No insistas. —Carlos, frustrado, soltó un gruñido, pero no se detuvo, follándola duro de nuevo desde atrás mientras una de sus manos se movía, su dedo presionando contra su culo sin su consentimiento explícito, deslizándose dentro mientras ella se tensaba, un jadeo de incomodidad escapando de sus labios.
—Relájate, solo es un dedo. Te va a gustar, ya verás —dijo, ignorando su reacción mientras seguía embistiéndola, su polla y su dedo moviéndose en un ritmo que la hacía temblar, una mezcla de placer y una violación de ese límite que la incomodaba pero que, de alguna manera, añadía una capa más oscura a su morbo.
"Mierda, no quería esto, no me gusta, pero joder, sentirlo todo mientras Miguel mira… no puedo evitar que me encienda, incluso cuando duele", pensó, sus manos aferrándose al sofá con más fuerza mientras gemía, su cuerpo al límite.
Finalmente, Carlos, al borde de su propio clímax, la hizo arrodillarse de nuevo frente a él, agarrándola por el cabello mientras ordenaba:
—Chúpamela otra vez, Laura. Voy a correrme en tu boca, y vas a tragártelo todo, no dejes ni una gota —gruñó Carlos, su voz ronca y cargada de una lujuria dominante que resonaba en el aire, un mandato que no dejaba lugar a la resistencia. Su polla, dura y pulsante, empujó de nuevo en la boca de Laura con una urgencia que reflejaba su inminente clímax, mientras ella lo tomaba, sus labios apretándose alrededor de su grosor con una mezcla de resignación y determinación. Su lengua se movía con una intensidad casi mecánica, trazando la longitud de su miembro, rodeando la cabeza hinchada con cada retirada, trabajando con una urgencia que reflejaba tanto su deseo de terminar este acto lo antes posible como el morbo oscuro de complacerlo frente a Miguel, de saber que cada movimiento suyo era un espectáculo para su marido, un regalo cargado de una intensidad que no podía ignorar. Sus manos, aferradas a los muslos de Carlos, temblaban ligeramente por el esfuerzo, sus dedos clavándose en la tela de sus pantalones mientras sentía cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus gemidos se volvían más guturales, más desesperados, una señal inequívoca de que el momento que él había exigido estaba a punto de llegar.
Laura sintió su respiración acelerarse, un jadeo entrecortado que apenas lograba mantener mientras su boca seguía trabajando, el calor de la polla de Carlos llenándola por completo, su grosor estirando sus labios hasta el límite, la textura áspera de las venas pulsantes rozando su lengua con cada embestida. El olor almizclado de su piel, mezclado con el sudor de la excitación, invadía sus fosas nasales, un recordatorio constante de la crudeza de este acto, mientras el sonido húmedo y viscoso de su boca resonaba en el silencio de la habitación, un eco de su sumisión aparente que la hacía estremecerse de una mezcla de asco y un placer retorcido que no podía apagar. Internamente, su mente giraba con un caos de emociones, atrapada entre la humillación de estar arrodillada, de ser usada de esta manera, y el morbo de saber que Miguel estaba allí, observando, deseándola más que nunca por lo que estaba haciendo.
"Joder, esto es denigrante, sentir su polla tan dura, tan caliente, llenándome la boca, sabiendo que está a punto de correrse, que voy a tener que tragármelo todo. Pero mierda, verlo a él, a Miguel, con esos ojos oscuros de deseo, me enciende de una manera que no debería. Lo hago por él, por nosotros, incluso si cada segundo de esto me quema por dentro", pensó, un calor traicionero asentándose entre sus piernas mientras seguía, su cuerpo temblando por la intensidad de la situación, por la anticipación de lo que venía.
Carlos, perdido en su propio placer, soltó un rugido gutural, su cuerpo tensándose mientras sus manos se aferraban con más fuerza al cabello de Laura, empujándola hacia abajo con un movimiento brusco y posesivo, asegurándose de que no pudiera apartarse, de que no tuviera escapatoria ante lo que estaba a punto de suceder.
—Me voy a correr, Laura. Traga, todo. No quiero ver nada fuera —ordenó, su voz entrecortada por el clímax mientras el primer chorro caliente y espeso golpeó el fondo de la garganta de Laura con una fuerza que la hizo estremecerse, un impacto visceral que llenó su boca de un sabor salado y amargo, tan intenso que sus papilas gustativas parecieron arder bajo su peso. Era como una invasión, un líquido caliente y viscoso que se deslizaba por su lengua y se acumulaba en su boca en oleadas rápidas y abrumadoras, cada pulsación de la polla de Carlos liberando más, más de lo que podía manejar con facilidad. El semen era denso, pegajoso, adhiriéndose a las paredes de su boca y garganta como una marca que no podía borrar, su calor quemando su interior mientras sentía cómo seguía llegando, una corriente interminable que la obligaba a tragar instintivamente, su garganta contrayéndose con un esfuerzo que la hacía jadear por aire en los breves momentos en que podía respirar.
Físicamente, la sensación era abrumadora, un asalto a todos sus sentidos que la dejaba al borde del colapso en este momento crucial que parecía prolongarse eternamente. Cada chorro era un golpe, un recordatorio de su posición, de la humillación que estaba soportando, mientras el líquido caliente llenaba su boca hasta el punto de que sentía que se desbordaría, un hilo pegajoso escapando por la comisura de sus labios y deslizándose por su barbilla en un goteo lento y humillante que no podía controlar, incluso mientras intentaba tragar lo más rápido posible. El sabor era insoportable, no muy diferente a la primera vez que ya se corrió en su boca, si cabe más intenso, con una mezcla de sal y un amargor metálico que se pegaba a su lengua, invadiendo cada rincón de su percepción, mientras el olor almizclado de su piel y su semen se mezclaba en el aire, asfixiándola con cada respiración entrecortada que lograba tomar por la nariz. Su garganta se tensaba reteniendo el semen en su boca hasta que se llenaba y no le quedaba más remedio que escupirlo por sus labios o tragar, cuando esto sucedia era como un movimiento reflejo que no podía evitar, pero que venía acompañado de una náusea que le revolvía el estómago, un impulso de vomitar que luchaba por reprimir mientras sentía las últimas gotas deslizarse por su lengua, más lentas pero igual de invasivas, dejando un rastro viscoso que parecía no terminar nunca; cuando lo dejaba salir el liquido escurría por su barbilla y acababa en su pecho y su cuerpo dejandole una “barba blanca de semen colgando de su cara. Sus manos, aferradas a los muslos de Carlos, temblaban por el esfuerzo de mantenerse en posición, sus dedos clavándose en la tela como si fueran lo único que la mantenía anclada a la realidad, mientras su cuerpo entero se tensaba por la mezcla de agotamiento físico y repulsión que la recorría, su respiración agitada resonando como un eco de su lucha interna.
Carlos seguía gruñendo, su cuerpo temblando mientras las últimas oleadas de su semen se liberaban en la boca de Laura, su agarre en su cabello relajándose ligeramente pero sin soltarla, asegurándose de que no se apartara hasta que hubiera tomado todo lo que él tenía para dar.
—Eso es, joder, trága, no dejes ni una gota. Eres una maravilla, Laura, sabía que lo harías bien —dijo, su voz ronca y entrecortada por el placer, mientras sus caderas daban un último empujón, un movimiento reflejo que hizo que un chorro final, más débil pero igual de caliente, golpeara su lengua, obligándola esta vez a tragar una última vez, su garganta contrayéndose con un esfuerzo que la dejaba jadeando, su respiración agitada mientras intentaba mantener la compostura, mientras luchaba por no derrumbarse bajo el peso de lo que acababa de hacer. El acto de tragar, de sentir ese líquido espeso y caliente deslizarse por su garganta, era un momento de profunda denigración, un símbolo de su sumisión aparente que se grababa en su mente como una cicatriz, un recordatorio de lo bajo que había caído en este juego de poder y deseo.
Internamente, Laura estaba atrapada en un torbellino de emociones que chocaban con una violencia que la desgarraba desde dentro, incluso mientras su cuerpo seguía temblando por la intensidad de lo que había pasado. El asco era abrumador, una marea negra que la inundaba con cada trago, con cada sensación de ese líquido caliente y pegajoso llenando su boca, marcándola de una manera que sabía que no podría olvidar.
"Esto es repugnante, joder, no puedo con esto, quiero escupirlo, quiero vomitar, quiero que esto termine ya. Es como si me estuviera manchando por dentro, como si cada trago me quitara algo que no puedo recuperar. ¿Cómo puedo estar haciendo esto, cómo puedo dejar que este cabrón me use así?", pensó, las lágrimas picando en sus ojos mientras su respiración se volvía más agitada, su garganta contrayéndose con cada esfuerzo por tragar, por no colapsar bajo el peso de la humillación que la aplastaba. Sentía que su cuerpo no le pertenecía, que se había convertido en un recipiente para el placer de Carlos, un objeto de su deseo que no podía reclamar como suyo, y esa sensación de pérdida, de degradación, era un puñal que se clavaba más profundo con cada segundo que pasaba, haciendo de este momento un hito de su rendición que no podría borrar.
Pero bajo ese asco, bajo esa repulsión que la consumía, seguía latiendo esa chispa de placer oscuro, esa certeza de que todo esto estaba siendo presenciado por Miguel, de que cada momento de esta humillación era un regalo para su marido, un espectáculo que sabía que lo encendería como nada más podía hacerlo. Imaginaba su reacción al verla así, al escuchar los gruñidos de Carlos, al verla tragar con dificultad, y un calor traicionero se asentaba en su bajo vientre, un deseo retorcido que no quería reconocer pero que no podía apagar.
"Lo hago por él. Cada trago, cada gota que me quema la garganta, es para que lo vea, para que se vuelva loco de deseo al verme así, usada pero poderosa, humillada pero suya. Sé que va a querer verme así una y otra vez, y eso me da algo, me da control, incluso ahora", pensó, su mente aferrándose a esa idea como un salvavidas, un intento desesperado de encontrar sentido, de transformar esta degradación en algo que pudiera reclamar como suyo. Ese morbo, esa conexión imaginaria con Miguel, la mantenía en marcha, incluso cuando su cuerpo protestaba, incluso cuando cada trago era una batalla contra su propia repulsión, haciendo de este acto un momento crucial, un punto de no retorno que sabía que cambiaría la dinámica de su relación para siempre.
Laura, jadeando, tragó con dificultad las últimas gotas, el sabor salado abrumándola mientras sentía una mezcla de denigración y un placer oscuro, su cuerpo temblando por la intensidad de todo lo que había pasado. Sus labios, todavía húmedos y pegajosos, se separaron lentamente de la polla de Carlos, un hilo de saliva y semen conectándolos por un instante antes de romperse, un recordatorio físico de lo que acababa de hacer. Sus ojos, lagrimeando por el esfuerzo, se alzaron brevemente hacia Miguel, buscando en su mirada una reacción, un ancla emocional en medio de la tormenta que la consumía, mientras su mente seguía atrapada entre el asco más profundo y un morbo que la quemaba desde dentro, un morbo que la hacía consciente de cada detalle, de cada sensación, mientras intentaba recomponerse, mientras intentaba sobrevivir a este momento que sabía que la había marcado de una manera que no podría deshacer.
Miguel, incapaz de contenerse más se acercó a su rostro, apunto su erección hacia él y se corrió sin decir una palabra, se aproximó lo suficiente para que su semen salpicara el rostro de Laura en 3 o 4 lechazos que cruzaron su rostro mientras ella todavía jadeaba tras el clímax de Carlos, su respiración entrecortada mientras su cuerpo colapsaba contra el suelo, agotado por la intensidad del morbo que lo había consumido.
"No puedo más, verla así, con su semen en la boca, el mío en su cara… es demasiado. Pero ¿qué mierda estoy sintiendo? ¿Por qué no puedo solo disfrutar sin pensar?", pensó, su mente nublada por el deseo y una creciente incomodidad, su cuerpo temblando mientras se dejaba caer de nuevo en el sofá, jadeando por el agotamiento físico y emocional.
La escena mostraba a los tres en un estado de agotamiento absoluto, el aire del salón cargado de un silencio pesado, el eco de los gemidos y las palabras crudas todavía resonando en el espacio. Laura, arrodillada en el suelo, sentía su cuerpo al límite, su piel marcada por las manos de Carlos, su rostro cubierto de semen, su mente girando entre el morbo abrumador de lo que había hecho y el peso de lo que esto significaba. Carlos, recomponiéndose con una sonrisa satisfecha, se ajustaba los pantalones, su arrogancia intacta mientras miraba a Laura con una posesión que la hacía estremecerse. Y Miguel, sentado en el sofá, jadeaba con los ojos fijos en ella, atrapado entre el deseo más intenso que había sentido nunca y una duda que ahora parecía más grande que antes, un abismo emocional que amenazaba con tragarlo todo. La noche había alcanzado su punto más alto, pero las consecuencias, tanto físicas como emocionales, estaban a punto de caer sobre ellos como una tormenta inevitable.
El salón estaba sumido en un silencio pesado, un contraste brutal con los gemidos, gruñidos y sonidos crudos que habían llenado el aire apenas minutos antes. La luz tenue de la lámpara seguía proyectando sombras suaves sobre los muebles, pero ahora esas sombras parecían más oscuras, más opacas, como si reflejaran el peso de lo que acababa de suceder. Laura, arrodillada en el suelo, sentía su cuerpo al límite, cada músculo temblando por el agotamiento físico, su piel enrojecida y marcada por las manos ásperas de Carlos, pequeñas huellas de su agarre en sus caderas, muslos y brazos que ardían con un dolor sordo. Su rostro estaba cubierto de una mezcla pegajosa de semen y sudor, el sabor salado todavía persistiendo en su boca mientras jadeaba, su respiración entrecortada mientras intentaba recuperar el aliento. Su coño palpitaba con una mezcla de dolor y el eco de los orgasmos que la habían recorrido, su cuerpo roto tras la intensidad del polvo más salvaje que había experimentado nunca. Se sentía expuesta, vulnerable, como si cada capa de control que había construido con tanto cuidado se hubiera desmoronado en el calor del momento. Y sin embargo, bajo ese agotamiento, un morbo residual aún latía en su interior, un placer oscuro por haber sido el centro de tanto deseo, por haber llevado a Miguel al límite, incluso cuando sabía que el costo de esta noche podía ser más alto de lo que estaba preparada para pagar.
Carlos, de pie a pocos pasos de ella, se recomponía con una lentitud deliberada, ajustándose los pantalones y abrochando su cinturón con movimientos que destilaban una satisfacción arrogante. Su camisa estaba arrugada, su rostro todavía enrojecido por el esfuerzo, pero sus ojos brillaban con una sonrisa torcida que no intentaba ocultar su triunfo. Miró a Laura con una posesión que la hizo estremecerse, su voz resonando con un tono burlón mientras terminaba de arreglarse.
—Laura, esto ha sido mejor de lo que imaginé. Eres una joya, ¿sabes? Ya hablaremos en la oficina. Nos vemos, pareja —dijo, su mirada deslizándose hacia Miguel con un destello de desdén antes de girarse hacia la puerta, sus pasos resonando en el suelo de madera mientras salía de la casa sin mirar atrás, dejando un vacío cargado de tensión en su estela. La puerta se cerró con un golpe seco, un sonido que pareció sellar el final de algo y el comienzo de algo mucho más complicado.
Miguel, sentado en el sofá, estaba igualmente rematado, su cuerpo temblando por los múltiples orgasmos que lo habían atravesado, su polla ahora flácida bajo los pantalones desabrochados, su camisa empapada de sudor mientras jadeaba, sus manos apoyadas en sus muslos como si necesitara anclarse a algo real. Su rostro era una máscara de agotamiento y confusión, sus ojos fijos en Laura con una intensidad que mezclaba un deseo residual con algo más profundo, más oscuro: una duda que había crecido hasta convertirse en un abismo que no podía ignorar. Había visto todo, cada embestida, cada gemido, cada límite cruzado, y aunque el morbo lo había consumido, llevándolo a correrse cuatro veces en una noche que nunca olvidaría, ahora que el fuego se había apagado, lo que quedaba era un nudo en su pecho, una pregunta que no podía seguir reprimiendo.
"¿Qué hemos hecho? ¿Qué acabo de ver? La vi disfrutar, la vi entregarse a ese cabrón de una manera que no puedo entender…pero yo se la entregue en bandeja, yo tambien soy culpable de esto ¿Pero lo por mí, o hay algo más? No sé si puedo con esto", pensó, su respiración todavía pesada mientras sus manos se apretaban en puños, su mirada cayendo al suelo como si no pudiera soportar mirarla por más tiempo.
Laura, sintiendo el peso de ese silencio, se levantó con dificultad, sus piernas temblando mientras se cubría con una manta que encontró en el sofá, un gesto instintivo para protegerse, no del frío, sino de la vulnerabilidad que ahora la aplastaba. Se sentó a poca distancia de Miguel, su cuerpo todavía dolorido, cada movimiento recordándole la intensidad de lo que había pasado, las marcas en su piel como un mapa de la noche que no podía borrar. Miró a Miguel, buscando sus ojos, pero él no la miró de vuelta, su rostro girado hacia un lado, su mandíbula apretada mientras el silencio entre ellos se volvía insoportable. Internamente, su mente giraba con un torbellino de emociones: el morbo de lo que había hecho, la satisfacción de haber complacido a Miguel de una manera tan extrema, pero también el pánico de lo que esto significaba, el temor de que el chantaje saliera a la luz, de que Miguel viera más allá de sus excusas y descubriera las verdades que había ocultado.
"Lo hice por él, todo fue por él, pero ¿y si no me cree? ¿Y si esto fue demasiado, si lo pierdo por haber ido tan lejos? Pero, pero, una parte de mí lo disfrutó, y no sé cómo lidiar con eso", pensó, su corazón latiendo con fuerza mientras finalmente rompía el silencio, su voz baja y temblorosa al hablar.
—Miguel, ¿estás bien? Todo esto… lo hice por que me lo pediste, para darte lo que querías…ademas le dejaste que me follase, tu lo aceptaste…tu no dijiste que no… —dijo, sus palabras cargadas de una súplica que no podía disimular, sus manos apretando la manta contra su pecho mientras lo miraba, buscando cualquier señal de lo que él sentía, cualquier indicio de que no todo estaba perdido- Miguel...
Miguel finalmente giró la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de dolor y una furia contenida que la hizo estremecerse. Su voz, cuando habló, estaba ronca, entrecortada por la emoción que apenas podía controlar, cada palabra cayendo como un golpe que Laura no podía esquivar.
—Laura, ¿fue por mí? Si, yo no dije que no te follase, pero tu tampoco…Y lo que vi… , lo que vi no parecía solo por mí. Te vi gemir, te vi correrte con ese cabrón, te vi entregarte de una manera que no puedo entender. ¿Lo habeis hecho más veces sin decirme nada? Lo disfrutaste Laura, lo disfrutaste más de lo que admites,…Dime la verdad, porque no puedo seguir con esto en la cabeza —dijo, su tono subiendo con cada frase, sus manos temblando mientras se inclinaba hacia adelante, su mirada perforándola como si pudiera ver a través de todas sus capas, hasta el secreto que había guardado con tanto cuidado.
Laura sintió un nudo apretarse en su garganta, el pánico golpeándola con fuerza mientras su mente giraba, buscando las palabras adecuadas para calmarlo, para mantener el control que se le escapaba de las manos. Se acercó un poco más, ignorando el dolor en su cuerpo mientras posaba una mano temblorosa sobre la suya, sus ojos buscando los de él con una desesperación que no podía ocultar.
—Te juro que todo fue por que tu querías, porque me lo pediste. Sí, mi cuerpo reaccionó, no puedo controlar eso, pero lo hice porque sabía cuánto te encendía, porque quería darte algo que nunca olvidarías. No hay nada más con Carlos, nada que no te haya mostrado o contado. Por favor, créeme, no soportaría perderte por esto —dijo, su voz quebrándose mientras las lágrimas asomaban en sus ojos, una mezcla de verdad y omisión en sus palabras, el chantaje todavía enterrado en lo más profundo de su mente, un secreto que no estaba lista para revelar, no ahora, quizás nunca. Internamente, el peso de su mentira la aplastaba, pero también sentía una determinación de proteger lo que tenían, de salvar lo que pudiera de esta noche devastadora.
Miguel suspiró, un sonido pesado que parecía llevar el peso de todo lo que sentía, sus hombros cayendo mientras apartaba la mirada de nuevo, sus manos retirándose de las de ella para frotarse el rostro con frustración.
—No sé, Laura. Quiero creerte, quiero creerte con todo lo que tengo, pero no puedo apagar esta mierda en mi cabeza. Lo que vi, lo que sentí… me volvió loco de morbo, no voy a mentir, pero también me dolió de una manera que no esperaba. Necesito tiempo, necesito pensar, porque ahora mismo no sé qué hacer con todo esto —dijo, su voz más baja ahora, cargada de una tristeza que cortaba más que su furia anterior, sus ojos brillando con una humedad que no llegó a convertirse en lágrimas mientras se levantaba del sofá con movimientos lentos, como si cada paso le costara un esfuerzo inmenso.
Laura lo observó levantarse, su corazón apretándose mientras lo veía caminar hacia el pasillo, su figura desapareciendo en la penumbra de la casa mientras ella se quedaba allí, envuelta en la manta, su cuerpo y su mente igualmente rotos. No intentó detenerlo, no en ese momento, sabiendo que cualquier palabra adicional podía empeorar las cosas, que el espacio que él pedía era quizás lo único que podía salvarlos. Se quedó en el sofá, sus ojos fijos en el lugar donde él había estado, las lágrimas finalmente cayendo por sus mejillas mientras su mente giraba con todo lo que había pasado, con el costo de haber llegado tan lejos.
"Lo hice por él, pero también por mí, y no sé cómo admitirlo. ¿Y si lo pierdo por esto? ¿Y si nunca puede mirarme igual? Pero una parte de mí no se arrepiente, y eso me asusta más que nada", pensó, su respiración temblorosa mientras se acurrucaba más en la manta, el silencio de la casa envolviéndola como un recordatorio de lo frágil que se había vuelto todo.
Miguel, en el dormitorio, se sentó en el borde de la cama, su cabeza entre las manos mientras el eco de la noche lo perseguía, cada imagen, cada sonido, grabado en su mente de una manera que sabía que no podría borrar. El morbo había sido abrumador, un fuego que lo había consumido por completo, pero ahora que las brasas se enfriaban, lo que quedaba era una confusión que lo desgarraba.
"¿Cómo sigo después de esto? La amo, si, la amo, pero no sé si puedo con lo que vi, con lo que sentí. ¿Y si hay algo más, algo que no me dice? Necesito tiempo, pero no sé si el tiempo va a arreglar esto", pensó, su respiración pesada mientras miraba la oscuridad de la habitación, el futuro de su relación colgando de un hilo que no sabía si podía reparar.
La noche se cerró con ambos separados por las paredes de su propia casa, pero más aún por las heridas emocionales que esta noche había dejado. Laura, en el salón, lloraba en silencio, atrapada entre la culpa, el morbo residual y el temor de haber perdido lo que más importaba. Miguel, en el dormitorio, luchaba con un amor que no podía apagar y una duda que lo corroía, preguntándose si alguna vez podrían volver a mirarse sin ver las sombras de esta noche. No había un final claro, no una reconciliación ni una ruptura, sino un espacio agridulce de incertidumbre, un reflejo de las complejidades de sus deseos y las consecuencias de haberlos llevado al límite, un mundo de somras entre ellos, sombras que cada vez se agigantaban más y que amenazaban con opacar el amor que había entre ellos.
¿La historia terminaba aquí? No…no terminaba aquí, pero lo que pasaría a partir del día siguiente es materia de otra historía que contar.
Una historía donde el peso de sus decisiones caería sobre ellos dejandoles una marca que el tiempo iría suavizando, pero nunca borraría por completo y que a partir de entonces afectaría a sus vidas de una manera que ninguno de ellos podría esperar; una historia donde redención, culpa y venganza serían las guias de esta nueva historia.
Continuará….
(Segunda parte ya en desarrollo)