El tren de alta velocidad surcaba los campos castellanos rumbo a Barcelona, y Carmen, sentada junto a la ventanilla, sentía un cosquilleo que no reconocía desde hacía años. Había sido un impulso, una rebeldía silenciosa contra la monotonía de su vida en la multinacional y las noches vacías de su matrimonio. Por primera vez en mucho tiempo, no se puso el traje soso de ejecutiva. En su lugar, eligió un vestido negro ajustado que abrazaba su figura, con un escote sutil que dejaba entrever la curva delicada de sus pechos pequeños. Sus tacones altos resonaban como un manifiesto, y su melena rubia, suelta y salvaje, completaba la transformación. A sus 41 años, estaba harta de ser invisible. (Cansada pero responsable)
El viaje de trabajo era una convención anual, una excusa para reuniones interminables y presentaciones vacías. Pero esa noche, en el hotel de lujo donde se alojaban, había un cóctel. Carmen entró al salón con paso firme, el roce del vestido contra su piel recordándole que aún estaba viva. Las miradas se giraron, pero ella solo vio a uno: Javier, de la delegación de Zaragoza. Más joven, quizá treinta y pocos, con una sonrisa canalla y unos ojos oscuros que la desnudaron en segundos.
Él se acercó con una copa en la mano, ofreciéndosela como si fuera un pacto tácito. “No te había visto antes así”, dijo, su voz baja, cargada de intención. Carmen sonrió, dejando que sus dedos rozaran los de él al tomar la copa. “Porque no me habías visto de verdad”, respondió, y el aire entre ellos se volvió denso, eléctrico. Se intecambiaron teléfonos y ella volvió en tren a Madrid
El viaje de trabajo era una convención anual, una excusa para reuniones interminables y presentaciones vacías. Pero esa noche, en el hotel de lujo donde se alojaban, había un cóctel. Carmen entró al salón con paso firme, el roce del vestido contra su piel recordándole que aún estaba viva. Las miradas se giraron, pero ella solo vio a uno: Javier, de la delegación de Zaragoza. Más joven, quizá treinta y pocos, con una sonrisa canalla y unos ojos oscuros que la desnudaron en segundos.
Él se acercó con una copa en la mano, ofreciéndosela como si fuera un pacto tácito. “No te había visto antes así”, dijo, su voz baja, cargada de intención. Carmen sonrió, dejando que sus dedos rozaran los de él al tomar la copa. “Porque no me habías visto de verdad”, respondió, y el aire entre ellos se volvió denso, eléctrico. Se intecambiaron teléfonos y ella volvió en tren a Madrid
