La noche que cambió a Carmen

En resumen y para no molestar con mi punto de vista, que no voy a defender a los infieles.
Entiendo que Carmen pueda estar atrapada en un matrimonio estancado, pero antes de hacer algo, que mínimo que hablar con tu marido a ver si se puede reconducir
Pero no mentirle continuamente diciendo que va a ver a su amiga Ana, cuando lo que hace es verse con ese sujeto.
Y ese tal Javier es un caradura que no respeta las relaciones de pareja.
No molestas para nada
 
El domingo amaneció frío en Madrid, y Carmen apenas había dormido. El móvil seguía mudo, un testigo silencioso de su ansiedad. Desde el sábado por la mañana, tras ese mensaje sin respuesta —“¿Ha llegado bien mi nene a Zaragoza?”—, había intentado contactar a Javier una y otra vez.

Llamó tres veces esa tarde, cada tono interminable cortándole la respiración, hasta que el buzón de voz la saludaba con su indiferencia mecánica. Probó de nuevo por la noche, paseando por el pasillo del piso en Chamberí mientras Luis veía el fútbol en el salón, ajeno a su tormento. Nada. Ni un mensaje, ni una señal. Los tics azules en sus cinco mensajes anteriores brillaban como burlas crueles, y cada intento fallido apretaba más el nudo en su pecho.

No sabía qué pensar. La noche del viernes con Javier había sido un incendio: sus manos firmes deshaciendo sus leggins, sus labios recorriendo su cuello, el eco de sus gemidos en esa habitación cerca de Atocha. Se había sentido radiante, poderosa, y ahora, este vacío la desgarraba. ¿Se había equivocado al confiar en él? ¿Era ella solo un capricho más en su lista? A sus 41 años, con su melena rubia cayendo en ondas sobre los hombros y el cuerpo aún vibrante bajo la blusa olvidada, se negaba a creerlo. Pero el silencio de Javier la estaba quebrando.

Lo que Carmen no sabía, lo que no podía imaginar, era la verdad al otro lado de la línea. En Zaragoza, Javier estaba atrapado en su propia tormenta. No era que no quisiera responderle; era que no sabía cómo. En esa ciudad tenía varias amigas, mujeres con las que mantenía un contacto sexual casual, sin ataduras: una morena de risa fácil que lo visitaba los fines de semana, una pelirroja que lo buscaba cuando estaba de paso. Las veía en bares oscuros, en noches de copas y sábanas revueltas, y nunca había sentido la necesidad de más.

Pero Carmen era diferente. Ella lo atraía de una forma que lo descolocaba, un imán que lo hacía volver a ella incluso en la soledad de su habitación, donde sus manos la recreaban cada noche con una intensidad que lo dejaba exhausto. No contestaba porque temía que, al hacerlo, ella descubriera su vida fragmentada y lo descartara. O peor, que él mismo se perdiera en ella más de lo que ya estaba.
Mientras tanto, en Madrid, Carmen se deshacía en nervios. El domingo por la tarde, Luis la pilló mirando el móvil por enésima vez, sus dedos tamborileando inquietos contra la mesa de la cocina. “¿Qué te pasa hoy?” preguntó, frunciendo el ceño mientras revolvía un café que apenas había tocado. Estaba agotado, con ojeras marcadas por el trabajo que lo consumía, pero algo en la actitud de ella lo sacó de su ensimismamiento.

“Nada, solo... esperando un correo del trabajo”, mintió Carmen, su voz temblando apenas. Se levantó rápido, recogiendo tazas para disimular, pero sus manos traicionaban su inquietud.

Luis la miró un segundo más, dudando, pero el cansancio lo venció. “Vale, pero relájate, pareces un manojo de nervios. Voy a terminar unas cosas en el salón.” Se fue con su taza, dejándola sola otra vez. Carmen aprovechó para marcar el número de Javier una vez más, escondida en el baño. El tono sonó, eterno, y de nuevo, el buzón. Colgó con un suspiro frustrado, apoyando la frente en el espejo. El reflejo le devolvió una mujer hermosa pero tensa, los labios rojos apretados, los ojos verdes oscurecidos por la incertidumbre.

Esa noche, mientras Luis dormía a su lado, ella se quedó despierta, el móvil en la mano como un talismán inútil. Imaginó a Javier riéndose con otra, sus manos en otro cuerpo, y la idea la hirió más de lo que esperaba. Pero luego pensó en cómo la había mirado en Atocha y Callao, en cómo su voz temblaba al decirle que era diferente, y se aferró a eso. Estaba nerviosa, sí, pero no derrotada. Si Javier no daba señales pronto, ella misma lo buscaría. No iba a dejar que ese silencio la apagara, no después de cómo la había hecho arder.
En Zaragoza, Javier miraba su teléfono en la penumbra, los mensajes de Carmen iluminando la pantalla. Sabía que tenía que responder, que ella merecía algo, pero las palabras no venían. Apagó el móvil, cerró los ojos, y una vez más, su mano encontró el camino pensando en ella, en su falda de cuero, en su risa ronca. Carmen lo tenía atrapado, y él lo sabía, aunque no supiera cómo decírselo.
 
Tras muchos días de mensajes sin respuesta

Carmen: "¡Javier! Por fin. Ya era hora, mi nene, ¿qué pasó?"

Su voz salió más aguda de lo que pretendía, cargada de alivio y una alegría que no podía ocultar. Al otro lado, un silencio breve, y luego la risa baja de Javier, esa que la envolvía como un recuerdo cálido.

Javier: "Hola, guapa. Perdona, no quería preocuparte. He estado... complicado."

Carmen se levantó de la silla, el corazón latiéndole con fuerza mientras caminaba hacia el ventanal. La tensión de los últimos días se deshacía, pero no del todo.
Carmen: "¿Complicado? Me dejaste en visto cinco mensajes, Javier. Pensé que te había pasado algo, o que... no sé, que te habías cansado de mí."
Javier: "Cansarme de ti, nunca. Eres lo primero que pienso cada mañana y lo último cada noche. Pero después del viernes, no sabía cómo seguir. Me volaste la cabeza, Carmen."

Ella sonrió, a pesar de sí misma, apoyando la frente en el cristal frío. La sinceridad en su voz la desarmaba, y el apodo “mi nene” que había usado volvía a sonar dulce en su mente.
Carmen: "Pues podrías haberlo dicho. Me tuve que imaginar lo peor. ¿Dónde estás ahora?"

Javier: "Todavía en Zaragoza. Ayer tuve una reunión que se alargó, y luego... bueno, me encerré un rato a pensar. En ti, en esa noche. No sabes lo que me haces, guapa."

La tensión sexual volvió a colarse en la conversación, sutil pero palpable. Carmen cerró los ojos, recordando el hotel en Atocha: los leggins de cuero arrugándose bajo sus manos, el calor de sus cuerpos entrelazados.

Carmen: "Tú también me haces cosas, Javier. Demasiadas. No me dejes así otra vez, ¿vale? Me vuelvo loca sin saber de ti."
Javier: "No lo haré, te lo juro. Pero dime, ¿cómo estás tú después de lo nuestro? Porque yo no puedo quitarme de la cabeza cómo te veías encima de mí, con esa melena cayéndote por los hombros. Joder, Carmen, eres un peligro."

Ella rió, un sonido suave que rompió la ansiedad que la había atenazado. Se sentía radiante otra vez, guapa, renovada, como si el viernes hubiera encendido una chispa que ni el silencio de Javier podía apagar.
Carmen: "Estoy bien, mejor ahora que te oigo. Y tú, mi nene, ¿cómo estás después de dejarme temblando? Porque no te creas que fue poca cosa."

Javier: "Créeme, sigo temblando yo también. Cada noche desde entonces, me tienes en la cabeza. Me toco pensando en ti, Carmen, y no es suficiente. Quiero verte otra vez, pronto."
El calor subió por su cuello, y ella se mordió el labio, imaginándolo en su habitación de Zaragoza, solo, con su nombre en los labios. La idea la encendió, pero también la asustó.

Carmen: "Pronto, sí. Pero no me hagas esperar tanto para hablarme. Me gusta saber que estás ahí, aunque estés lejos."
Javier: "Estaré, guapa. Y la próxima vez que nos veamos, no te escapas con un piquito. Te quiero toda, sin prisas. ¿Te parece?"

Carmen dudó un segundo, el eco de Luis tecleando en el salón recordándole su otra vida. Pero luego asintió, aunque él no pudiera verla.
Carmen: "Me parece. Cuídate, Javier. Y llámame mañana, no me hagas perseguirte otra vez."
Javier: "Mañana, sin falta. Tú también, mi catalana favorita. Sueña conmigo."

Colgó, y Carmen dejó el móvil sobre la encimera, una sonrisa dibujándose en su rostro. La preocupación se había disuelto, reemplazada por una mezcla de deseo y ligereza. Se sentía viva otra vez, como si Javier hubiera pulsado un interruptor que Luis, con su rutina y su trabajo interminable, nunca alcanzaba. Fue al baño, se miró en el espejo: los ojos brillantes, la melena rubia cayendo en ondas naturales, los labios rojos por instinto. Estaba radiante, y lo sabía.

Esa noche, Luis la miró por encima de sus papeles mientras cenaban. “Estás contenta hoy”, dijo, curioso pero distraído. “Sí, un buen día”, respondió ella, evasiva, mientras su mente volaba a Zaragoza, a Javier, a la promesa de lo que vendría. Luis asintió, volvió a sus números, y Carmen se levantó a lavar los platos, tarareando una melodía que no reconocía. La vida seguía, pero ahora tenía un secreto que la hacía brillar, y nadie, ni siquiera el silencio de Javier, podría quitárselo.
 
Es precioso lo que está haciendo Carmen.
Si no ama a Luis que se lo diga de una puñetera vez y vaya con la verdad por delante y no como una mentirosa a escondidas.
Si se ha enamorado de ese mujeriego , pues muy bien que se vaya con el y que Luis, aunque lo destroce pueda seguir con su vida.
Que puedo entender que se haya encoñado de ese tipo, pero las cosas no se hacen así, yendo con mentiras tras mentiras.
Y por otra parte, me sorprende que Luis no vea que su matrimonio pende de un hilo y hago algo para remediarlo, aunque ya es demasiado tarde.
 
Pero de verdad está mujer no se ha parado un segundo a ver qué se está portando muy mal con Luis? De verdad el se merece lo que está haciendo?.
Porque yo creo que no.
Ojalá Luis se encuentre alguna vez con ese miserable y le pegue 2 puñetazos, uno de parte suya y otra de mi parte, por golfo, mujeriego y caradura.
 
Y después está cuando se entere que tiene varias amantes, a ver cómo reacciona está adúltera.
 
Javier colgó el teléfono con una sonrisa torcida, el eco de la voz de Carmen aún resonándole en los oídos. “Mi Catalana favorita”, había dicho, y esa mezcla de deseo y ternura lo tenía atrapado. Estaba en su habitación en Zaragoza, la ventana abierta al Ebro, cuando el móvil vibró otra vez. No era ella. Era Carlos, su tono chillón cortando el aire: “¡Javi, cabrón! ¿Dónde estás? ¡July y yo estamos abajo, vente ya!”
Carlos y July, dos auténticos cabralocas, treinta años y una vida de excesos que arrastraban a Javier como un torbellino. Eran sus amigos desde los tiempos oscuros de Valencia, cuando las noches no tenían fin y las mañanas eran un borrón. A pesar de sus promesas a Carmen, de esa chispa que ella encendía en él, no pudo decir que no. Se puso una camisa arrugada, se pasó una mano por el pelo y bajó al vestíbulo, donde los encontró: Carlos con una cerveza en la mano y July fumando un cigarro mal liado, los ojos brillantes de quien ya lleva una encima.
“¡Venga, Javi, que la noche es joven!” exclamó July, dándole una palmada en la espalda. Y así empezó el descenso. Copas en un bar cutre cerca de la plaza del Pilar, risas roncas, chupitos de algo que quemaba la garganta.

Javier intentaba seguirles el ritmo, pero su mente divagaba a Madrid, a Carmen, a cómo había sonado tan contenta al decirle “no me hagas perseguirte otra vez”. La culpabilidad le pinchaba, pero el alcohol la ahogaba rápido.
Las horas se deshicieron entre humo y música mala. Carlos, con su cara curtida por demasiadas noches, propuso el siguiente paso: “Vamos al paraíso, tíos. Hay un sitio aquí que te flipa.” Javier sabía a qué se refería: un burdel discreto a las afueras, luces rojas y promesas baratas.

No quería, no realmente, pero la inercia de los cabralocas lo arrastró. Llegaron tambaleándose, el neón parpadeante anunciando “El Edén”. Dentro, el aire olía a perfume rancio y sudor. Carlos y July se perdieron con dos chicas de risa fácil, y Javier, sentado en un sofá desgastado, dejó que una morena de tacones altos se le acercara. No era Carmen —nadie lo era—, pero cerró los ojos y dejó que sus manos lo tocaran, que sus susurros llenaran el vacío. Fue rápido, mecánico, un eco triste de lo que había vivido con ella el viernes. Cuando terminó, se sintió sucio, pero no lo suficiente como para parar.

Mientras tanto, en Madrid, Carmen estaba en su mundo. Era domingo por la tarde, y Luis seguía enfrascado en sus papeles, ajeno a la tormenta que bullía en ella. Lavaba los platos, tarareando todavía, con la cabeza llena de Javier. Imaginaba su voz grave, sus manos firmes, la forma en que la había hecho temblar en Atocha y Callao. “Mi nene”, lo llamaba en su mente, sonriendo mientras fregaba una sartén. Pensaba en escribirle otra vez, algo coqueto como “¿Qué hace mi chico en Zaragoza?”, pero se contuvo, saboreando la espera de su próxima llamada. No tenía ni idea de que, en ese momento, Javier estaba en un burdel, perdido en una noche que no le llegaba ni a los talones a lo que habían compartido.

Esa noche, Carmen se acostó temprano. Luis murmuró algo sobre una reunión al día siguiente y se quedó en el salón, tecleando. Ella cerró los ojos, la melena rubia desparramada sobre la almohada, y soñó con Javier: un hotel sin fin, su falda de cuero subiendo por sus muslos, sus botas marcando el ritmo de algo eterno. Estaba radiante en su sueño, renovada por él, ajena a la realidad que se desmoronaba a cientos de kilómetros. No sabía que Javier, tirado en una cama desconocida tras el burdel, miraba el techo con los ojos vacíos, su móvil en silencio, los mensajes de ella aún leídos pero sin respuesta. Carlos y July roncaban en algún rincón, y él, atrapado entre la culpa y el vicio, susurró su nombre en la oscuridad, pero no tuvo el valor de llamarla.
A la mañana siguiente, Carmen despertó con una sonrisa , mirando el móvil con esperanza. Nada. Los tics azules seguían mudos, y el brillo en sus ojos empezó a titubear. No sabía que Javier estaba perdido en su propia caída, que la tensión sexual que los unía estaba ahora enterrada bajo una noche de excesos que él no le confesaría jamás.
 
Pero de verdad está mujer no se ha parado un segundo a ver qué se está portando muy mal con Luis? De verdad el se merece lo que está haciendo?.
Porque yo creo que no.
Ojalá Luis se encuentre alguna vez con ese miserable y le pegue 2 puñetazos, uno de parte suya y otra de mi parte, por golfo, mujeriego y caradura.
Luis no lo merece, te doy la razón.
 
Ahí está " su Javier". Un mujeriego en toda regla y otro auténtico mentiroso.
Ella sabrá con quién quiere estar.
 
Se que quizás estoy siendo muy duro, pero es que Carmen desde el minuto 1 no lo está haciendo bien.
Si tienen problemas, lo mínimo es hablar con Luis y decirle que estaba conociendo a un Hombre y que a lo mejor deberían plantearse la relación.
Pero eso de contarle una trola detrás de otra y verse a escondidas con ese mujeriego es un gran error.
Y ahí está Javier, mientras Carmen está ilusionada y esperándole, el nene se va con sus amigos a un burdel.
 
Y como tengo para dar palos a todos, Luis tampoco se va a salvar.
Ha descuidado a su Esposa absorbido por su trabajo y lo peor es que no se está dando cuenta.
A mi me gustaría que reaccionará, hablará con ella para ver si pueden salvar el matrimonio, porque el no se está dando cuenta de nada.
 
El autor está preparando para Carmen, una tela de araña, que la llevará a un muy mal final.
La alternativa a su aburrido y gris marido, es un tipo con caras ocultas que ella desconoce.
Se le va a esfumar la calentura y la ilusión de golpe, cuando conozca al verdadero Javier.
Perderá a Luis, y lo va a echar mucho de menos.
 
El autor está preparando para Carmen, una tela de araña, que la llevará a un muy mal final.
La alternativa a su aburrido y gris marido, es un tipo con caras ocultas que ella desconoce.
Se le va a esfumar la calentura y la ilusión de golpe, cuando conozca al verdadero Javier.
Perderá a Luis, y lo va a echar mucho de menos.
Cómo dije hace unos capítulos, le va a pegar fuerte el karma y se va a quedar sola.
Javier es un mal tipo y un completo mujeriego que encima tampoco va con la verdad por delante.
En cuanto a lo que dices de su Marido, yo no creo que sea gris y aburrido y si más bien que está más pendiente de su trabajo que de ella y eso es un gran error.
Sinceramente creo que esto todavía se puede salvar manteniendo una conversación seria y avivando la llama perdida.
Javier no le conviene para nada.
 
Y como tengo para dar palos a todos, Luis tampoco se va a salvar.
Ha descuidado a su Esposa absorbido por su trabajo y lo peor es que no se está dando cuenta.
A mi me gustaría que reaccionará, hablará con ella para ver si pueden salvar el matrimonio, porque el no se está dando cuenta de nada.
Lo de Luis y Carmen, es un trabajo hecho a medias. Es cierto que él está muy dedicado a su trabajo, pero está atento a todos los cambios que ve en su mujer.
Cuando la ve ponerse guapa (para otro), él le dice que está hermosa, y aún la desea.
Carmen si que ha defenestrado totalmente a Luis, ya no lo ve como un hombre atractivo y deseable. Ella se ha desconectado totalmente de la relación.
 
Cómo dije hace unos capítulos, le va a pegar fuerte el karma y se va a quedar sola.
Javier es un mal tipo y un completo mujeriego que encima tampoco va con la verdad por delante.
En cuanto a lo que dices de su Marido, yo no creo que sea gris y aburrido y si más bien que está más pendiente de su trabajo que de ella y eso es un gran error.
Sinceramente creo que esto todavía se puede salvar manteniendo una conversación seria y avivando la llama perdida.
Javier no le conviene para nada.
Gracias por el interés, todo puede pasar
 
A mí lo que me extraña es que Luis no se este dando cuenta de que Carmen está muy rara.
De todas formas, yo no voy a dar por imposible que se reconduzca el matrimonio.
Al final la verdad siempre sale más pronto o más tarde y cuando Carmen vea cuál es la verdadera cara de Javier, creo que lo va a mandar a paseo. Solo que habrá que ver si ya no es demasiado tarde.
 
Carmen colgó el teléfono tras hablar con Luis esa mañana de jueves. “Tengo que ir a Lleida este fin de semana”, le había dicho, su voz tranquila, ensayada. “Es por unas cuestiones de tierras de la familia, papeleo que hay que resolver en persona.” Luis, perdido en sus facturas como siempre, apenas levantó la vista. “Vale, avísame si necesitas algo. Conduce con cuidado.” Ella asintió, guardando el móvil, y una chispa de excitación le recorrió el cuerpo.

Era mentira, una mentira perfecta. Había nacido en Barcelona, sí, pero su familia era de un pueblo perdido en Lleida, una masía rodeada de campos de tomates, olivos y silencio. Nadie estaría allí esos días —se había asegurado de eso con una llamada discreta a su primo—, y ahora, con Luis engañado, el camino estaba libre para Javier.

Sentada en la cocina, con el café aún caliente, marcó su número. Después de la noche desenfrenada de Javier con Carlos y July, y los días de silencio que la habían dejado tambaleándose, necesitaba oírlo. El tono sonó una, dos veces, y justo cuando empezaba a dudar, él contestó, su voz ronca, como si acabara de despertar.

Carmen: "¿Cómo está mi nene zaragozano?"
El alivio y la ilusión se colaron en su tono, y Javier rió, un sonido grave que la envolvió como un recuerdo de sus noches juntas.
Javier: "Hola, guapa. Mejor ahora que te oigo. ¿Y tú, mi catalana? ¿Qué te trae tan contenta?"
Carmen se mordió el labio, caminando hacia el dormitorio con el teléfono pegado al oído. Estaba radiante, la idea del fin de semana encendiéndola por dentro.

Carmen: "Tengo una propuesta. Este fin de semana voy a Lleida, a la masía de mi familia. Un pueblo tranquilo, tomates, olivos, todo eso. Estaremos solos, Javier. ¿Te vienes conmigo? Te recojo en Zaragoza con mi Audi mañana por la tarde."

Un silencio breve al otro lado, y luego la voz de él, más despierta, cargada de interés.
Javier: "¿Solos en una masía? Joder, Carmen, eso suena a pecado. ¿Estás segura?"
Carmen: "Completamente. Luis cree que voy por trabajo, y no habrá nadie más. Solo tú y yo, sin prisas. ¿Qué dices?"
Javier: "Digo que sí, guapa. Me tomo el viernes libre y te espero. ¿Dónde nos vemos?"

Carmen: "Cerca de la plaza del Pilar, a las cinco. Llevaré el Audi gris. No me hagas esperar, mi nene."
Javier: "Allí estaré. Y Carmen... prepárate, porque no voy a contenerme esta vez."

Colgó, y Carmen dejó el teléfono sobre la cama, el corazón latiéndole en las sienes. La tensión sexual era un cable vivo entre ellos, y la idea de tenerlo para ella sola en la masía la hacía temblar de anticipación. Pasó el resto del día planeando: empacó una maleta pequeña con la falda de cuero, las botas altas y una blusa de seda que sabía que lo volvería loco. A Luis le dejó una nota en la cocina —“Vuelvo el domingo, un beso”—, y el viernes por la mañana salió de Madrid con el Audi, la carretera abriéndose ante ella como una promesa.

Llegó a Zaragoza a las cuatro y media, el sol todavía alto sobre la ciudad. Aparcó cerca de la plaza del Pilar, el murmullo de la gente y el río Ebro llenando el aire. Se miró en el retrovisor: melena rubia suelta, labios rojos, un vestido ajustado que dejaba entrever sus curvas bajo una chaqueta ligera. Estaba guapa, renovada, y lo sabía. A las cinco en punto, lo vio. Javier salió de una esquina, con unos vaqueros oscuros y una camisa desabrochada en el primer botón, su sonrisa canalla iluminándole la cara. Cargaba una mochila al hombro, y cuando sus ojos se encontraron, la tensión sexual que habían tejido por teléfono estalló en el aire.

Subió al coche, el olor de su colonia llenando el espacio. “Joder, Carmen, estás increíble”, dijo, su mano rozándole el muslo apenas un segundo antes de que ella arrancara.

“No te pases aún, que tenemos una hora hasta Lleida”, respondió ella, riendo, pero el roce ya había encendido algo dentro. Condujo con una mezcla de calma y urgencia, el Audi deslizándose por la autopista mientras charlaban, coqueteaban, y las miradas se volvían más largas. Javier puso una mano en su rodilla, subiendo despacio hasta el borde del vestido, y ella lo apartó con un gesto juguetón. “Pórtate bien, mi nene, que llegaremos pronto.”

El pueblo apareció al caer la tarde, un puñado de casas entre campos rojizos. La masía estaba apartada, una construcción de piedra con un porche rodeado de tomates maduros y olivos retorcidos. Aparcaron, y el silencio los envolvió, roto solo por el crujir de la grava bajo sus pies. Carmen abrió la puerta, el aire fresco del interior oliendo a madera y pasado. “Bienvenido”, susurró, girándose hacia él. Javier dejó la mochila en el suelo, la atrajo por la cintura y la besó, un beso profundo, hambriento, que hizo crujir la tensión de días.
“Esto es nuestro, guapa”, murmuró contra sus labios, sus manos ya buscando el borde del vestido. Ella rió, apartándose un paso. “Primero una copa, luego lo que quieras.” Pero ambos sabían que no habría mucho esperar. La masía era suya, y esa noche, con Luis a cientos de kilómetros y el mundo fuera de alcance, Carmen y Javier se perderían el uno en el otro como nunca antes.
 
Al llegar al pueblo de Lleida encontró unas mallas Adidas negras en el armario, ajustadas como una segunda piel, que moldeaban sus caderas y muslos con una precisión que sabía que lo volvería loco. Las combinó con deportivas blancas y un top negro ceñido, dejando entrever la curva de sus pechos pequeños. Se recogió la melena rubia en una coleta alta, los mechones sueltos cayendo como un marco travieso alrededor de su rostro. Cuando salió, Javier estaba apoyado en el Audi, y al verla, dejó escapar un “Joder, Carmen” que sonó a rendición.
Ella se acercó, radiante, y tomó su mano con una mezcla de cariño y deseo. “Quiero enseñarte el pueblo”, dijo, su voz suave pero cargada de intención. Empezaron a caminar, sus dedos entrelazados, el roce de las mallas contra sus piernas amplificando cada paso. El pueblo era pequeño, calles de piedra y casas bajas, y Carmen iba señalando detalles con una ternura que no solía mostrar: “Ahí está la iglesia donde mi abuela se casó, y ese bar hace unas tapas que te mueres.” Pero sus palabras eran secundarias; lo que hablaba era su cuerpo, la forma en que se pegaba a él al andar, sus caderas chocando con las de Javier, el top negro subiendo apenas lo suficiente para dejar ver un destello de piel.
Llegaron a una plazoleta tranquila, el sol tiñendo todo de naranja. Carmen se detuvo, soltándole la mano solo para girarse y mirarlo de frente. “Me haces sentir viva, ¿sabes?”, murmuró, sus ojos brillando. Javier la observó, la coleta oscilando, las mallas marcando cada curva, y dio un paso hacia ella. “Y tú me haces perder el control”, respondió, sus manos encontrando su cintura, los dedos deslizándose por la tela elástica. La atrajo hacia sí, y ella apoyó las manos en su pecho, cariñosa pero desafiante.

“No deberíamos aquí fuera”, susurró, aunque su cuerpo decía lo contrario, pegándose al de él. Javier se inclinó, su aliento rozándole la oreja. “Entonces llévame dentro, porque estas mallas me están matando.” Ella rió, dándole un empujoncito juguetón, y lo guió de vuelta a la masía, sus pasos rápidos, las manos entrelazadas con más urgencia.

En el dormitorio, la luz del crepúsculo se colaba por las rendijas. Carmen lo empujó contra la cama, subiéndose a horcajadas sobre él, las mallas tensándose aún más. “Te echaba de menos, mi nene”, susurró, besándolo profundo, lento, mientras sus manos se colaban bajo su camisa. Javier gimió, sus dedos explorando las curvas que las Adidas resaltaban, la tensión sexual explotando en cada roce. Ella estaba radiante, cariñosa, dominante, y él se rindió, susurrando su nombre como una plegaria.
Mientras, en Madrid, Luis seguía perdido en sus números, ajeno al Audi, a Zaragoza, a la masía en Lleida. Carmen, con Javier bajo ella, solo vivía el momento, el calor de sus cuerpos borrando todo lo demás.
 
No sé cuál de los dos me da más asco. Ella ya ha perdido los papeles y la decencia por completo y engaña con una facilidad a su marido absolutamente lamentable.
Y el es un golfo, sinvergüenza y un mujeriego que le oculta que se ve con varias mujeres. Pero las mentiras tienen las patas muy cortitas y la verdad saldrá a la luz.
Lo está haciendo todo muy mal y el desengaño que se va a llevar con ese caradura al que tiene idealizado va a ser tremendo.
 

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