La noche que cambió a Carmen

Ojalá dentro de poco Luis descubra la verdad y la eche de la casa y le pida el divorcio. Es que es absolutamente impresentable lo que le está haciendo.
 
Lo que más me molesta de todo es que Ella no muestra ningún arrepentimiento y le da exactamente igual el daño que le está haciendo a Luis. Es injustificable e indefendible la actitud de Carmen y cuando Luis se entere, evidentemente la va a mandar a paseo y se va a quedar sola.
 
La penumbra envolvía el dormitorio de la masía, el aire cargado del aroma de sus cuerpos y el eco de sus respiraciones entrecortadas. Carmen estaba a horcajadas sobre Javier, las mallas Adidas aún ceñidas a sus caderas, el top negro subido apenas lo suficiente para dejar su piel expuesta al roce de sus manos. Él la miraba desde abajo, los ojos oscuros brillando con deseo, sus dedos hundidos en la tela elástica de sus muslos. Habían perdido la noción del tiempo, atrapados en esa danza lenta y ardiente que los consumía.

De pronto, el móvil de Carmen vibró sobre la mesita de noche, cortando el silencio como un intruso. Ella se detuvo, el aliento entrecortado, y miró la pantalla: Luis. Un nudo fugaz le apretó el pecho, pero lo apartó rápido. Javier frunció el ceño, sus manos deteniéndose en su cintura. “¿Quién es?” susurró, la voz ronca. Ella sonrió, traviesa, y puso un dedo en sus labios. “Shh, mi nene. No te muevas.”

Descolgó, apoyándose en el pecho de Javier para mantener el equilibrio, sus dedos libres deslizándose por los de él, acariciándolos con una lentitud deliberada que lo hizo tensarse bajo ella.

Carmen: "Hola, Luis. ¿Qué pasa?"
Su voz salió tranquila, casi convincente, mientras sus uñas trazaban círculos suaves en la palma de Javier, provocándolo en silencio.
Luis: "¿Dónde estás? Es tarde y no has dicho nada."
El tono de él era cansado, más rutina que sospecha, pero Carmen sintió la mentira formándose en su lengua como un juego.
Carmen: "Estoy con Ana, en su casa de campo. Se nos fue el día charlando y me quedo a dormir. ¿Tú qué tal?"
Mientras hablaba, sus dedos seguían jugueteando con los de Javier, entrelazándolos, deslizándose entre ellos con una caricia que era puro desafío. Él la miraba, conteniendo un gemido, sus manos apretándola más fuerte por las caderas, como si quisiera reclamarla aún con Luis al otro lado de la línea.

Luis: "Bien, liado con trabajo. Vale, descansa. Nos vemos mañana."
Carmen: "Claro, tú también. Buenas noches."

Colgó rápido, dejando el móvil a un lado, y soltó una risa baja, casi triunfal. Javier la atrajo hacia sí, sus labios rozando su cuello mientras murmuraba contra su piel: “Eres mala, guapa. Mentirle así mientras me tienes encima.” Ella se inclinó, besándolo profundo, sus dedos abandonando los de él para enredarse en su pelo. “No podía decirle que estoy aquí, acariciándote y volviéndote loco, ¿verdad?” respondió, la voz cargada de picardía.

La tensión sexual volvió a estallar, más intensa ahora por el filo de lo prohibido. Carmen se movió sobre él, las mallas crujiendo al ritmo de sus caderas, el top negro cayendo al suelo en un gesto rápido. Javier gimió, sus manos subiendo por su espalda, explorando cada curva que las Adidas resaltaban. “Mi Catalana mentirosa”, susurró, mordiéndole el lóbulo de la oreja, y ella rió otra vez, cariñosa pero dominante, empujándolo contra el colchón.

“No hables tanto y bésame”, ordenó, y él obedeció, sus bocas fundiéndose en un beso hambriento que borró el eco de la llamada. La masía los envolvía, un refugio secreto lejos de Madrid, de Luis, de la vida rudimentaria que ella dejaba atrás cada vez que estaba con Javier. Sus dedos volvieron a entrelazarse, esta vez con urgencia, mientras el calor entre ellos crecía, imparable.

En Madrid, Luis colgó el teléfono, perdido en sus papeles, ajeno al Audi que había cruzado media España, a Zaragoza, a la masía en Lleida. Creyó la mentira de Ana porque era más fácil, porque no veía el brillo en los ojos de Carmen, el modo en que sus mallas marcaban su deseo, el roce de sus dedos con los de otro hombre. Ella, radiante y renovada, solo vivía para ese instante, para Javier, para el placer que él le devolvía con cada caricia.
 
La llamada de Luis había quedado atrás, un eco lejano que se desvanecía bajo el peso de sus respiraciones entrecortadas. Ella seguía a horcajadas sobre él, sus dedos entrelazados con los de Javier, acariciándolos con una mezcla de ternura y provocación que lo tenía al borde. Las mallas Adidas negras seguían pegadas a sus caderas, marcando cada curva, y el top negro ya era un recuerdo en el suelo, dejando su piel expuesta al hambre de sus ojos.

“Eres demasiado, Carmen”, murmuró, la voz ronca, mientras sus dedos se deslizaban por el borde de las mallas, tanteando la tela elástica. Ella sonrió, inclinándose para rozar sus labios con los de él, un beso lento que sabía a desafío. “Quítamelas entonces, mi nene”, susurró contra su boca, y eso fue todo lo que necesitó.

Con un movimiento decidido, Javier la levantó ligeramente, sus manos fuertes deslizando las mallas por sus muslos. La tela cedió con un crujido suave, revelando la piel que había imaginado tantas noches en soledad. Carmen lo ayudó, arqueando el cuerpo para facilitarle el camino, las deportivas cayendo al suelo con un golpe seco mientras las mallas se enredaban a sus pies. Él las apartó con un gesto rápido, casi impaciente, y la atrajo de nuevo hacia sí, sus manos encontrando la suavidad de sus caderas ahora desnudas. “Joder, guapa, eres un sueño”,
gruñó, y ella rió, baja y traviesa, acomodándose sobre él con una seguridad que lo desarmaba.

La tensión sexual que había crecido desde el Audi, desde Zaragoza, explotó en ese instante. Carmen lo besó otra vez, profundo, hambriento, mientras sus cuerpos se alineaban, piel contra piel. Javier gimió contra su boca, sus manos subiendo por su espalda, explorando cada rincón que las mallas habían escondido. Ella se movió, guiándolo con una mezcla de cariño y dominio, susurrándole al oído: “Te quiero así, todo mío.” Él obedeció, sus dedos hundiéndose en su carne, su aliento caliente contra su cuello mientras la hacía suya.

El acto fue lento al principio, deliberado, cada roce un eco de lo que habían construido en Madrid, en cada llamada cargada de promesas. Pero pronto la urgencia los consumió: los jadeos de Carmen llenaron la habitación, mezclándose con los gruñidos de Javier, sus cuerpos encontrando un ritmo que era puro instinto. La coleta de ella oscilaba con cada movimiento, mechones rubios cayendo sobre su rostro, y él la miraba como si fuera lo único real en el mundo. “Mi catalana”, susurró, mordiéndole el hombro, y ella respondió con un gemido que selló el momento.

Cuando alcanzaron el clímax, fue como si el tiempo se detuviera. Carmen tembló sobre él, sus manos apretando las de Javier, los dedos todavía entrelazados mientras el placer los atravesaba. Él la sostuvo, sus respiraciones sincronizándose en un silencio roto solo por el latido de sus corazones. Después, ella se derrumbó sobre su pecho, la piel sudorosa pegándose a la de él, y Javier la envolvió con un brazo, besándole la frente con una ternura que contrastaba con la intensidad de lo que acababan de compartir.

“Eres mía, Carmen”, murmuró, y ella, aún jadeante, levantó la vista, sus ojos brillando con esa chispa renovada que él le daba. “Y tú eres mi nene”, respondió, acariciándole los dedos otra vez, un gesto pequeño pero cargado de intimidad. Las mallas yacían olvidadas en el suelo, las deportivas desperdigadas, y la masía los cobijaba como un secreto que Luis nunca tocaría.
Carmen, radiante y exhausta en los brazos de Javier, solo vivía para ese instante, para el hombre que la hacía sentir viva, sin importar el precio.
 
Última edición:
Cuando la realidad golpee a Carmen, es cuando se va a arrepentir.
Está con un mentiroso cuya verdadera cara ella no conoce. Está completamente ciega y cuando abra los ojos, será tarde.
Es una cínica de narices.
 
El amanecer tiñó de rosa los campos de Lleida cuando Carmen y Javier salieron de la masía, sus cuerpos aún impregnados del calor de la noche. Habían dormido poco, envueltos el uno en el otro, pero el mundo real reclamaba su turno. Ella se había cambiado en el dormitorio, dejando atrás las mallas Adidas por unos jeans ajustados que abrazaban sus caderas con la misma intensidad, combinados con un jersey negro que caía suave sobre sus hombros, resaltando la curva delicada de sus pechos pequeños. La coleta seguía en su sitio, oscilando con cada paso mientras cargaba el Audi con una energía renovada.

Condujo de vuelta a Zaragoza en silencio, Javier a su lado, su mano descansando en su muslo como si no quisiera soltarla nunca. La tensión sexual seguía allí, sutil pero persistente, en el roce de sus dedos contra la tela de los jeans, en las miradas que intercambiaban en los semáforos. Llegaron a la estación del AVE demasiado pronto, el reloj marcando el fin de su refugio. Carmen aparcó el Audi y se giró hacia él, sus ojos brillantes con una mezcla de deseo y tristeza.

La despedida fue un torbellino de cariños. Ella se inclinó sobre el asiento, tomándole el rostro entre las manos, y lo besó con una dulzura que escondía hambre. “Llámame pronto, mi nene”, susurró contra sus labios, su voz temblando apenas lo suficiente para delatarla. Javier respondió con un beso más profundo, sus manos deslizándose por sus muslos, apretando los jeans como si quisiera grabar su forma en su piel. “Te lo juro, guapa. No voy a dejarte esperar esta vez”, murmuró, acariciándola una última vez antes de salir del coche. Ella lo vio alejarse hacia la estación, la figura de él perdiéndose entre la gente, y sintió un vacío que solo su voz podría llenar.

El trayecto de vuelta a Madrid fue largo, el Audi cortando la autovía mientras la mente de Carmen seguía en Zaragoza, en la masía, en el roce de sus cuerpos. Los jeans le recordaban las manos de Javier, el jersey negro guardaba el eco de sus susurros, y ella conducía con una sonrisa que no podía borrar. Llegó a Chamberí al atardecer, el piso silencioso salvo por el tecleo de Luis en el salón.

“¿Qué tal ?” preguntó él, rutinario, sin levantar la vista de su portátil. “Bien, relajante”, mintió ella, dejando las llaves en la mesa con una indiferencia ensayada.
Hizo vida normal, o lo intentó. Lavó platos, vio una serie sin prestar atención, respondió a Luis con monosílabos mientras él seguía perdido en su trabajo. Pero su verdadero mundo estaba en el móvil, que llevaba consigo a todas partes: al baño, a la cocina, a la cama. Lo miraba cada pocos minutos, esperando el vibrar de un mensaje, el nombre de Javier iluminando la pantalla.

No le prestaba caso a Luis, a sus “¿Estás bien?” distraídos, a sus intentos torpes de conversación. Él estaba demasiado ocupado con sus números, y ella, con su secreto.
Esa noche, se acostó temprano, el jersey negro olvidado en una silla, los jeans ajustados en el suelo como un eco de su aventura. Cerró los ojos, imaginando a Javier en Zaragoza, su voz grave prometiéndole un “pronto” que aún no llegaba. El teléfono descansaba en su mano, silencioso pero lleno de promesas, y Carmen se durmió con el roce fantasma de sus muslos bajo las caricias de él, ajena a la rutina que la rodeaba, viviendo solo para el próximo latido de su pantalla.
 
En algún momento Luis debe reaccionar y ver lo que está pasando..No me creo que no sospeche nada.
Carmen ha entrado ya en una espiral de engaños y de mentiras por un hombre que además no vale la pena.
Sinceramente espero que Luis tenga ya decidido divorciarse de esta mujer mentirosa y adúltera.
 
La noche del martes envolvía Zaragoza en un silencio roto solo por el murmullo de las calles del casco viejo. Javier estaba en un bar con Carlos y July, sus amigos de siempre, los cabralocas que lo arrastraban al borde con una facilidad inquietante. Habían pedido cervezas frías, las botellas sudando sobre la mesa de madera rayada, y la conversación fluía entre risas y pullas.
Relajado por el alcohol, Javier dejó caer una bomba: “El finde estuve con una tía en Lleida. Una pasada.”

Carlos, con los ojos ya vidriosos, se inclinó hacia delante. “¿Quién? ¿La de Madrid otra vez? Cuéntalo todo, cabrón.” Javier sonrió, esa sonrisa canalla que lo definía, y sacó el móvil. Abrió el ********* de Carmen, fotos familiares que ella había colgado: una en la playa con un vestido ligero, otra en Navidad con Luis y una sonrisa forzada, otra paseando por el Retiro. Nada explícito, pero su melena rubia y su figura se adivinaban en cada toma. “Mirad, esta es ella”, dijo, pasándoles el teléfono.

July silbó, dando un trago largo a su cerveza. “Joder, qué cabrón, pues la mami esta está muy buena. ¿Y folla bien?” La pregunta salió cruda, sin filtro, y el aire se llenó de una energía casi desagradable. Javier rió, una risa grave que escondía algo de incomodidad, pero no se contuvo. “Una guarrilla tremenda, y menudo culo tiene la cabrona. No veáis cómo se mueve.” Sus palabras eran un eco de la intimidad que había compartido con Carmen, pero aquí, entre cervezas y amigos, sonaban baratas, fuera de lugar.

Sacó más fotos, las que él había tomado en el pueblo de Lleida. Carmen con las mallas Adidas ajustadas, caminando por las calles de piedra, la coleta oscilando, el top negro marcando su silueta. Las pasó una a una, y Carlos se inclinó, los ojos brillantes de algo más que alcohol. “Joder, pásamelas, me está poniendo cachondo”, dijo entre risas, dando un golpe en la mesa. July asintió, riéndose también. “Esa tía es un peligro, Javi. ¿Qué hace un pibón así contigo?” La conversación se deslizó por un filo grosero, las palabras rebotando entre ellos como si Carmen fuera un trofeo, no una mujer que lo había mirado con ternura horas antes.

Javier se dejó llevar, alimentado por las cervezas y el eco de sus risas, pero en el fondo algo le pinchaba. Guardó el móvil tras enviar un par de fotos a Carlos, que ya estaba haciendo comentarios sobre las mallas y lo que haría con ellas. La noche se deshizo en más copas, más pullas, hasta que el bar cerró y cada uno tomó su camino. Javier llegó a su piso tambaleándose, la cabeza pesada, el sabor amargo de la cerveza mezclado con la culpa que no quería nombrar.
Se tiró en la cama, aún vestido, intentando dormir, cuando el móvil vibró a la 1:30 de la madrugada. Era Carmen. Abrió el mensaje, y el contraste lo golpeó como un puñetazo:
Carmen: "Espero que mi nene descanse bien "

Tres corazones, su voz dulce resonando en esas palabras. Javier se quedó mirando la pantalla, la luz azul iluminando su rostro en la oscuridad. Recordó su despedida en Zaragoza, sus jeans ajustados bajo sus manos, el “llámame pronto” susurrado con tanto cariño. Y luego pensó en el bar, en las risas de Carlos y July, en cómo había reducido lo que tenían a un chiste vulgar. Se pasó una mano por la cara, el deseo por ella todavía ardiendo, pero ahora teñido de algo más pesado.

No respondió de inmediato. Dejó el móvil en la mesita, cerrando los ojos, pero no pudo dormir. La imagen de Carmen en las mallas, paseando por Lleida, se mezclaba con sus palabras tiernas, con los corazones que no encajaban con la crudeza de sus amigos. En Madrid, ella dormía, o tal vez esperaba, radiante aún por él, ajena a todo. Luis roncaba en su lado de la cama, perdido en su rutina, mientras Carmen vivía para el próximo mensaje, para el hombre que, en Zaragoza, se debatía entre el vicio y el eco de su voz.
 
Esa es la verdadera cara de Javier. Que Engañada está Carmen.
Está tirando todo por la borda por un auténtico Gilipollas que no vale la pena.
Esto está claro que no va a ningún lado, para el es iba follamiga sin más y ella piensa de otra manera. Le va a romper el corazón cuando la realidad le atrape.
Vive en un mundo de fantasía irreal, solo que su Príncipe Azul es un Demonio con 2 caras.
 
Os gusta el relato? me gustaría saberlo, impresiones, etc
Me gusta como lo llevas.

Sobre el tema, pues es como un sube y baja. Ella se trata de autoconvencer sutilmente viendo que su vida es fría y rutinaria, pero hay destellos de que se aviva.
No sería más fácil hablar con su marido?, a todos nos jode la rutina, pero si te casaste y juraste fidelidad, al menos ese matrimonio se merece un poco de sinceridad. Si ya no siente nada, lo mejor es acabarlo.

Pero ella no es muy clara, quizás el morbo de la infidelidad es lo que la prende.
 
Última edición:
Me gusta como lo llevas.

Hay algo que no entendí del todo. Ella y Javier ya se han acostado o no?

Sobre el tema, pues es como un sube y baja. Ella se trata de autoconvencer sutilmente viendo que su vida es fría y rutinaria, pero hay destellos de que se aviva.
No sería más fácil hablar con su marido?, a todos nos jode la rutina, pero si te casaste y juraste fidelidad, al menos ese matrimonio se merece un poco de sinceridad. Si ya no siente nada, lo mejor es acabarlo.

Pero ella no es muy clara, quizás el morbo de la infidelidad es lo que la prende.
Yo lo que veo es que ella vive en un mundo de fantasía y cuando vea la verdadera cara de ese sinvergüenza, se va a llevar un palo muy fuerte.
 
Por más que para Luis sea algo pasajero (pero de hecho no lo es), nunca mandaría fotos íntimas por mensaje a mis amigos. Podría enseñar un poco desde mi celular, si el alcohol me anima, pero ni borracho las mando. Eso fue una estupidez y sospecho que eso va a causar un gran problema.

Aquí parece que Carmen está enamorada, Javier de hecho siente algo fuerte pero que aún no se sabe que tanto.

Lo de Luis es como un dualismo. Su pasividad, su descuido, es condenable?, quizás, pero también es comprensible. Hay mucha gente que se resiste a salir de su estado de confort.

Entiendo que no tienen hijos. Deberían tener tiempo para ellos.
Ella no acaba su relación, quizás por miedo a quedarse sola? Por el que dirán?, ya veremos.
 
Habrá que ver si Luis no tiene una amante, lo cual me encantaría que fuera así.
Con Javier no tiene ningún futuro, porque ya se ha visto de que va. Es un golfo y un mal tipo.
Como no espabile y no vea la verdadera cara de ese golfo, se va a quedar sola. Que En realidad es lo que se merece
Le está faltando al respeto a su Marido, no muestra ningún arrepentimiento y va a terminar como se merece. Sola y a ver cómo se las arregla.
 
Esa es la verdadera cara de Javier. Que Engañada está Carmen.
Está tirando todo por la borda por un auténtico Gilipollas que no vale la pena.
Esto está claro que no va a ningún lado, para el es iba follamiga sin más y ella piensa de otra manera. Le va a romper el corazón cuando la realidad le atrape.
Vive en un mundo de fantasía irreal, solo que su Príncipe Azul es un Demonio con 2 caras.
Parece que Carmen y Javier no te caen nada bien. ¿No te llega a excitar ella aunque sea un poco? Es posible que haya gente que tenga una visión distinta y Carmen les esté produciendo deseo
 
El miércoles por la mañana, Carmen no podía contenerse más. Estaba en la cocina de Ana, su amiga de siempre, tomando un café que apenas tocaba. La masía, Zaragoza, las noches con Javier le bullían dentro, y al fin se desbordó. “Ana, estoy viviendo algo que no sé ni cómo explicarte”, empezó, sus ojos brillando con una intensidad que no podía ocultar. Ana, con la taza a medio camino de los labios, la miró sorprendida. “Es un tío, ¿verdad? Cuéntamelo todo.”

Carmen sonrió, nerviosa pero radiante, y las palabras fluyeron como un río. Le habló del Audi cruzando España, de la masía en Lleida, de cómo Javier la hacía sentir deseada, viva. “Es diferente, Ana. Me mira y me derrito, me toca y se me olvida quién soy.” Ana dejó la taza en la mesa, boquiabierta. “¿Y Luis? Carmen, esto es fuerte.” Pero no había juicio en su voz, solo asombro, y algo más: notaba en ella un brillo increíble, una chispa que no veía desde hacía años. Carmen bajó la mirada, jugueteando con el asa de la taza. “Estoy muy enamorada. No sé qué hacer con esto, pero es él. Es Javier.”

Ana no tuvo tiempo de responder. Esa misma tarde, Carmen, incapaz de aguantar la espera, compró un billete de AVE a Zaragoza. No avisó a Javier; quería sorprenderlo, sentirlo sin previo aviso. Se vistió con cuidado: jeans ajustados que delineaban sus piernas con precisión, una blusa blanca de seda que dejaba entrever sutilmente su escote, y una chaqueta de cuero ajustada que le daba un aire sofisticado y rebelde. Llevaba zapatillas blancas para el viaje, pero en su bolso guardaba unos zapatos de tacón negros, listos para el reencuentro. En el tren, miraba por la ventana, el corazón acelerado, imaginando sus manos, su boca, su risa.

Llegó a la estación de Zaragoza al atardecer, el sol tiñendo el cielo de tonos cálidos. Se cambió las zapatillas por los tacones en un rincón discreto, el clic de los zapatos resonando en el andén mientras caminaba hacia la salida. Y allí estaba él, esperándola sin saberlo, apoyado en una pared con esa postura despreocupada que la volvía loca. Cuando Javier la vio, sus ojos se abrieron de par en par, y antes de que pudiera decir nada, ella corrió hacia él, lanzándose a sus brazos.

El reencuentro fue puro fuego. Sus labios se encontraron en un pico rápido que pronto se volvió un morreo profundo, hambriento, sus manos enredándose en el pelo del otro. “¿Qué haces aquí, guapa?” murmuró él entre besos, y ella, jadeante, respondió: “No podía esperar más, mi nene.” La gente pasaba a su alrededor, pero ellos eran un mundo aparte, besándose como si el tiempo fuera a acabarse.
Pasearon toda la tarde por Zaragoza, cogidos de la mano, las calles estrechas del casco viejo testigos de su pasión. Carmen estaba muy enamorada, sus dedos apretando los de él, su risa llenando el aire cada vez que Javier le susurraba algo al oído. En él volvía a nacer el morbo, el deseo crudo que ella despertaba con cada mirada, con el vaivén de sus caderas bajo la chaqueta de cuero. Pararon en una plaza, él apoyándola contra una pared para robarle otro beso, sus manos deslizándose por sus costados, sintiendo la tela tensa de los jeans. “Estás increíble”, gruñó, y ella, radiante, le mordió el labio suavemente. “Tú me haces estarlo.”

El reloj avanzaba implacable, y a solo dos horas de que partiera el tren de vuelta, Carmen lo miró con ojos suplicantes. “Subamos ya a tu casa, Javier. No quiero perder ni un segundo.” Él no dudó, la tomó de la mano y corrieron hacia su piso, una carrera silenciosa cargada de urgencia. La puerta se abrió con un golpe seco, el sonido rebotando en las paredes mientras entraban, sus respiraciones aceleradas llenando el espacio. Ella lo empujó contra la pared del pasillo, besándolo con una intensidad que era amor y deseo a partes iguales, sus manos desabrochando la chaqueta de cuero para dejarla caer al suelo. Javier respondió, levantándola en sus brazos, sus labios en su cuello, mientras la llevaba hacia el dormitorio, el mundo quedándose fuera.

En Madrid, Luis seguía ajeno, perdido en una reunión interminable, creyendo que Carmen estaba en casa o con Ana. No sabía del AVE, de los tacones negros, de la blusa blanca arrugada en el suelo de un piso en Zaragoza. Ella, consumida por Javier, vivía solo para ese instante, para el hombre que la tenía entre sus brazos, mientras el reloj marcaba las últimas horas antes de volver a su otra vida.
 
Apenas cruzaron el umbral, la puerta se cerró tras ellos con un golpe seco, y los besos estallaron como una tormenta reprimida. Sus labios se encontraron con una urgencia feroz, lenguas chocando, dientes rozándose en una danza desesperada. Javier la empujó contra la pared del pasillo, sus manos volando directas al culo de Carmen, todavía enfundado en los jeans. Lo apretó con fuerza, los dedos hundidos en la tela, moldeando sus curvas mientras gruñía contra su boca. “Me vuelves loco, joder”, jadeó, su excitación evidente en el bulto que crecía bajo sus pantalones. Ella respondió mordiéndole el labio, las manos enredadas en su pelo, tirando con una mezcla de cariño y furia.

Él se apartó un instante, los ojos brillando con un hambre cruda, y se bajó la cremallera con rapidez, sacando su polla erecta, dura y palpitante bajo la luz tenue del pasillo. “Cómemela”, ordenó, la voz grave, casi un rugido. Carmen no dudó ni un segundo. Con una determinación que rayaba en sumisión, se arrodilló frente a él, el suelo frío contra sus rodillas, y lo tomó en su boca. Sus labios se cerraron alrededor de él, cálidos y húmedos, mientras su lengua trazaba círculos lentos, provocadores. Se relamió, saboreándolo, y lo llevó más adentro, hasta la garganta, los jadeos de Javier resonando por encima de ella. “Así, guarra, no pares”, gruñó él, las palabras subiendo de tono, cargadas de un morbo que la encendía aún más. Ella lo miraba desde abajo, los ojos entrecerrados, gimiendo en respuesta mientras lo chupaba con una entrega salvaje, las manos apoyadas en sus muslos para mantener el ritmo.

La escena se descontroló rápido. Javier la levantó de un tirón, arrancándole el jersey con un movimiento brusco, los botones del jeans cediendo bajo sus dedos impacientes. La tela cayó al suelo, dejándola en ropa interior, y él la empujó hacia el salón, el sofá recibiendo sus cuerpos como un campo de batalla. El acto sexual fue animal, visceral, un torbellino de posiciones que parecía sacado de una película porno. Primero él la tomó por detrás, de pie, con Carmen apoyada en el respaldo, sus gritos cortando el aire mientras Javier embestía con fuerza, las manos clavadas en sus caderas. “¡Sí, mi nene, más!” chillaba ella, la voz rota por el placer, tan alta que podría haberse oído desde la calle.

Luego la tumbó boca arriba, las piernas de ella abiertas en un ángulo imposible, los dedos de Javier apretándole los muslos mientras la penetraba con un ritmo frenético. El sudor les corría por la piel, sus cuerpos chocando con un sonido húmedo y rítmico. “Eres una puta maravilla”, jadeó él, y ella respondió con un gemido que era casi un alarido, arañándole la espalda, marcándolo con las uñas. Cambiaron otra vez, ella encima, cabalgándolo con una furia que hacía temblar el sofá, los pechos pequeños saltando al compás, su melena suelta ahora, desatada como una cortina salvaje.

El clímax llegó como una explosión. Javier la agarró por las caderas, levantándola apenas para hundirse aún más, y eyaculó dentro de ella con un rugido salvaje, los músculos tensos, el cuerpo temblando. Carmen, que usaba anticonceptivos desde hacía años, lo recibió con un grito final, su propio orgasmo atravesándola como un relámpago, las piernas temblándole mientras se derrumbaba sobre él. Él llenó su vagina con una intensidad desbordada, y ella lo apretó con su interior, exprimiendo hasta la última gota entre espasmos y suspiros.
Quedaron jadeantes, pegados el uno al otro, el salón oliendo a sexo y sudor. Javier le acarició el culo otra vez, ahora desnudo, con una ternura agotada, mientras ella le besaba el cuello, aún temblando. “Eres increíble, mi nene”, susurró, la voz ronca, y él rió, débil pero satisfecho. “Y tú una diosa, guapa.”

Mientras tanto, en Madrid, Luis dormía en su lado de la cama, ajeno a unos cuernos que crecían hasta proporciones descomunales. La mentira de Carmen —la casa de Ana, el trabajo, las excusas— era ahora un castillo de naipes imposible de sostener, pero él no lo veía. Seguía perdido en sus números, en su rutina, mientras ella, a cientos de kilómetros, se entregaba a Javier con una pasión que él nunca conocería. Carmen, exhausta pero radiante, sabía que esa noche había cruzado un límite del que no había vuelta atrás.
 
Parece que Carmen y Javier no te caen nada bien. ¿No te llega a excitar ella aunque sea un poco? Es posible que haya gente que tenga una visión distinta y Carmen les esté produciendo deseo
Así es no me caen nada bien, y a los que creemos en la fidelidad, tampoco creo que les caigan bien.
Ella lleva una doble vida y se está portando muy mal con Luis, que no sabe nada
Y Javier es un sinvergüenza y un mujeriego que la está engañando y va a terminar haciéndole mucho daño.
 
Y siento ser muy duro, pero cada capítulo me dan más asco Carmen y Javier.
Luis sorprendentemente no se entera de nada, pero Carmen está viviendo una gran mentira, idealizando a un Hombre que no vale nada como persona. El golpe de realidad que se va a llevar va a ser muy duro.
 
Los días siguientes al encuentro en el apartamento dejaron a Carmen en un estado de euforia contenida. Estaba brillante, sus ojos verdes encendidos con una luz que no se apagaba, como si Javier hubiera encendido un fuego que ahora alimentaba cada rincón de su ser. Cada mañana, se levantaba temprano y conducía hasta el gimnasio, decidida a esculpir su cuerpo con una determinación feroz. Corría en la cinta, levantaba pesas, hacía sentadillas frente al espejo, siempre pensando en él: en cómo sus manos habían recorrido sus muslos, en cómo la miraba cuando la desnudaba. Sus músculos se tensaban bajo la piel, su figura se afinaba, y ella se imaginaba a Javier susurrándole al oído, “Joder, guapa, estás para comerte.”

Su manera de vestir también había cambiado, volviéndose brillante y atrevida, un reflejo de la mujer que se sentía por dentro. En el trabajo, en la multinacional, dejaba atrás los trajes sosos por blusas de escote sutil que marcaban su clavícula, faldas lápiz que se ajustaban a sus caderas, o leggings deportivos que llevaba al salir del gym, combinados con tops cortos y zapatillas de diseño. En casa, paseaba con camisetas ajustadas y shorts que dejaban sus piernas al descubierto, o pijamas de satén que resbalaban por su cuerpo como una caricia. Luis lo notaba, claro que sí. Sus ojos se detenían en ella más de lo habitual, siguiendo el contorno de su silueta con una mezcla de sorpresa y deseo.

Seguía sintiendo atracción por ella, ahora todavía más, pero el sexo entre ellos era casi inexistente. Carmen siempre tenía una excusa: “Estoy cansada del gym”, “Tengo una reunión mañana temprano”, “Me duele la cabeza.” Él aceptaba, resignado, aunque la chispa en su mirada no se apagaba.
Esa tarde, Carmen llegó a casa tras una sesión intensa en el gimnasio, vestida de manera que cortaba el aliento. Llevaba unos leggings grises de cintura alta, tan pegados que parecían una segunda piel, resaltando el culo firme que había trabajado pensando en Javier. Encima, un crop top negro con tirantes finos dejaba al descubierto su abdomen plano y un piercing discreto en el ombligo que había rescatado de sus años más salvajes. Las zapatillas blancas tenían detalles neón, y su melena rubia, suelta tras quitarse la coleta, caía en ondas desordenadas sobre sus hombros. Entró por la puerta con una bolsa de deporte al hombro, sudor brillando en su piel, y Luis, que estaba en el salón con un café, se quedó inmóvil.

“Estás... increíble”, dijo él, poniéndose de pie, su voz cargada de una necesidad que no disimulaba. Antes de que ella pudiera responder, se acercó, sus manos encontrando su cintura, y la besó con una urgencia torpe pero intensa. Sus labios buscaron los de ella, su aliento oliendo a café mientras apretaba su cuerpo contra el suyo. “Vamos a la cama, por favor”, murmuró, casi suplicando, sus manos deslizándose por los leggings, tanteando la curva de su espalda. Carmen lo miró, sus ojos apagados por dentro a pesar del brillo exterior. No tenía ganas, no con él, pero sabía que como esposa debía pasar ese trámite. “Vale”, dijo, seca, forzando una media sonrisa, y lo siguió al dormitorio.

El acto fue mecánico, un eco triste de lo que había vivido con Javier. Luis la desnudó con prisas, quitándole el crop top y bajándole los leggings con dedos ansiosos, marvelado por la visión de su piel tersa y su cuerpo trabajado. La tumbó en la cama, besándole el cuello mientras se desvestía él mismo, su erección evidente pero incapaz de encenderla. Carmen se dejó hacer, participando lo justo: un par de movimientos de cadera, sus manos descansando inertes en sus hombros, los ojos fijos en el techo. “Vamos, cariño”, jadeó él, penetrándola con un ritmo desigual, buscando un placer que ella no compartía. Ella actuó como una autómata, esperando que se corriera cuanto antes, contando los segundos en su cabeza.

No gritó, no jadeó, solo dejó escapar un suspiro fingido para apurarlo. Luis terminó rápido, un gruñido bajo escapando de su garganta mientras se vaciaba dentro de ella, y luego se desplomó a su lado, satisfecho pero ciego a su indiferencia.
“Ha estado bien, ¿no?” preguntó él, buscando su mirada, pero Carmen ya se había girado, alcanzando su móvil en la mesita. “Sí, claro”, mintió, su voz plana, mientras se levantaba para ponerse una camiseta larga y volver al salón. Más tarde, cenaron frente al televisor, un plato de pasta recalentada que Luis había preparado.

Él hablaba de su día, de un cliente pesado, pero ella apenas escuchaba, asintiendo por cortesía. Su atención estaba en el móvil, que sostenía en una mano bajo la mesa, la pantalla oscura pero lista para vibrar. Cada pocos minutos lo miraba, esperando un mensaje de Javier, un “mi nene” que le devolviera la vida que Luis no podía tocar. La televisión zumbaba de fondo, pero Carmen estaba en otro lugar, brillante por fuera, vacía por dentro, atrapada entre la rutina y el hombre que la hacía arder a cientos de kilómetros de distancia.
Luis, ajeno a todo, recogió los platos, sus cuernos creciendo invisibles, mientras la mentira de Carmen se alzaba como un gigante que él nunca vería.
 
Me está dando mucha pena Luis. Nadie merece tener una persona así a su lado.
Mentirosa, falsa y que ni siquiera muestra arrepentimiento.
Y mientras es tan ilusa, que no sabe que Javier pasa de ella. No se da cuenta que es Ella la que siempre lo busca, mientras el se burla de ella con sus amigos. Es una follamiga más para el.
Estoy deseando que de verdad Luis se dé cuenta de que clase de persona tiene al lado. Una persona que no le respeta nada y que es tan falsa, que lo engaña y le da igual hacerle daño.
Siento de verdad ser tan duro, pero a mí personas como Carmen no merece mi respeto.
 

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