Cómo inicié a una pareja en el apasionante mundo de los cuernos

Primera cita (I).

Después de un tiempo hablando, la señora se decidió a tener una cita en persona. Digo la señora, porque el cornudo y yo lo estábamos deseando desde el primer momento, pero faltaba lo más importante, que ella se decidiera.

Me citaron en una casa vacacional con piscina, muy acogedora, con pocos vecinos. Me costó encontrar el lugar, pero llegué. Era un día de sol radiante, muy propio del sur.

Fue ella la que me abrió la puerta, y fue en ese momento cuando nos vimos las caras por primera vez. Allí estaba ella, nerviosa como un flan. Ante mí, la hembra, rellenita, ojos claros, una cara muy guapa y una sonrisa que indicaba su nerviosismo. Llevaba una blusa que, a pesar de que no era ajustada, mostraba unas tetas generosas. También una falda por la rodilla. Era una ropa normal, propia de cualquier mujer de su edad, nada provocativa, lo cual no quiere decir que no estuviese guapa y de lo más deseable. No recuerdo si nos saludamos con dos besos o nos dimos un pico.

Una vez entré, hicimos las presentaciones formales. Como buenos anfitriones, habían preparado algo para ir picando y algo de beber. Ya habíamos hablado mucho, por teléfono y por ordenador, así que aparte del nerviosismo de la señora, el ambiente era distendido, de alguna forma ya nos conocíamos.

Los dos son encantadores, lo cierto es que me caen realmente bien. El cornudo es un tipo simpatiquísimo, muy sureño, un salidorro que provocó en esta primera cita situaciones propias del landismo, de las cuáles disfruté como un enano. En su ansia de ver a su señora follada por otro, no dudaba en azuzarme para que le metiese mano, y él mismo le levantaba la falda al menor descuido, para mostrar sus encantos, o le agarraba las tetas. Se notaba que estaba orgulloso de la hembra con la que compartía su vida, y no era para menos.
La señora, más comedida y con los nervios y el miedo propios de la situación, oscilaba entre el deseo y la reticencia, sazonado todo con una risa nerviosa y un ir y venir por la estancia, como no sabiendo por dónde coger el toro (una expresión muy propia, por otra parte).

Disfruté como un enano con aquella situación. Era morbosa y divertida. Tuve que hacer de cortafuegos entre el ansioso cornudo y la novicia señora, templando la suerte para que ella no se sintiese incómoda. Lo importante, como no me cansé de repetirles a ambos, era que todos estuviésemos a gusto, y por supuesto, no se forzaría nada y no se haría nada que ella no quisiera. Realmente, al contrario de lo que suele suceder en estas situaciones a 3 bandas, era el desconocido (es decir, yo) el que daba más seguridad a la señora, ya que su impaciente esposo estaba deseando encamarla conmigo.

Yo, en cambio, era más consciente que su propio marido de lo que aquello representaba para ella. No había conocido otra polla que la de su marido, y a esas alturas de su vida, siendo esposa y madre, se estaba lanzando al vacío, a una experiencia que durante toda su vida había considerado inaceptable, y que ahora, después de años de insistencia del cornudo y de haber dado conmigo, la veía próxima. Por lo tanto, además de disfrutar de todo el morbo del momento, y de divertirme con las cuitas del impaciente cornudo, me comporté como un caballero, quería que ella se sintiese completamente a salvo, a gusto, cómoda. Y por supuesto que se divirtiese, y modestamente este que escribe sabe arrancar la sonrisa de una dama.
Buenísimomo
 

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