Su mano derecha agarró su miembro y lo elevó, dejando paso a que su boca se dirigiera hacia sus testículos. Se me cortó el aire y mi cuerpo empezó a temblar de manera inmediata y descontrolada, mientras mi corazón retumbaba en todo mi pecho. Mi mujer comenzó a jugar con sus bolas, y su mano estimulaba su miembro sacudiéndolo con energía, no tardó en reaccionar.
Todo había sido inesperado, pero el corneador disfrutaba del trato aprobándolo con murmullos. Ella se detuvo un instante y se volvió hacia mí: "Ponte cómodo". Su mirada era seria, pero la lujuria brillaba en sus ojos. Iba a demostrarle al macho como si de un reto se tratara que yo no le había mentido.
La humillación recorrió mi mente por un momento, pero su imagen era demasiado poderosa para perderme en tormentos. El miembro del corneador no tardó en ponerse erecto y dispuesto, mientras ella seguía acariciando sus testículos. ,
Él quieto como una estatua, con las manos sobre las caderas, no le quitaba los ojos de encima mientras ella trabajaba con dulzura y dedicación.
De pronto, sus manos del macho se dirigieron a la toalla que cubría su cabeza. Deshizo el nudo con suavidad y la dejó caer, liberando su cabello húmedo y ondulado. Su rostro, enmarcado por mechones oscuros, se veía hipnótico. Su lengua no cesaba, lamiéndolo con ansia como si fuera un helado derritiéndose en un verano sofocante.
Me mantuve de pie, cerca, observando cada imagen y escuchando cada sonido: los gemidos del macho, el ritmo de su lengua. Pensé en sentarme, pero no pude evitar acercarme para rematar la imagen. Me acerqué por detrás de ella que seguía con su trabajo sin percatarse y tiré del nudo de la toalla que envolvía su cuerpo, y esta cayó. Ahora estaba completamente desnuda, sus pechos balanceándose al compás de su boca. Era perfecto.
El corneador agradeció mi gesto con una mirada, se inclinó y oomó uno de sus pechos y comenzó a jugar con el pezón, ya duro y rojizo, arrancándole un gemido ahogado a ella, que mantenía ocupada su boca.
Entonces el ritmo, envolviéndolo la poya que ya estaba como una roca, con una destreza que solo años de intimidad podían dar. Los gemidos del macho se hicieron más profundos, y en un momento dado, con el rostro contraído, dejó escapar un ronco:
¡Ay, Dios!
Sus ojos se abrieron y me miró con un gesto de placer intenso:
"Tu mujer es una máquina de chupar", me dijo como afirmación del gran trabajo que mi esposa le estaba haciendo.
Ella sacó el miembro de su boca lentamente, volviéndose hacia mí con una sonrisa húmeda y con la mirada brillante.
Luego, miró al corneador y, poniendo sus manos sobre su pecho, lo empujó con suavidad hacia la cama. Él se dejó llevar, tumbándose con su miembro erecto y venoso, listo.
Ella se volvió hacia mí:
"Cariño, tráeme un condón".
Completamente convencido de mi pape ya en ese momento de la noche, fui rápidamente, lo tomé de la cajó, lo abrí y se lo alcancé cruzando una mirada de confianza y determinación con ella. Nuestros dedos se rozaron, y un escalofrío me recorrió de arriba a abajo.
Ella lo colocó con los labios en la punta, y luego lo desenrolló con sus manos, cubriéndolo por completo. Se montó sobre él, guiándolo hasta su entrada, y comenzó a ensartarse lentamente, con un suspiro profundo.
Sus caderas subían y bajaban con elegancia, sus pechos se balanceaban en el aire con esa hermosa caída que le dieron los años. El macho, con manos ansiosas, los apretaba y llevaba a su boca, chupando y mordisqueándolos con avidez hasta enrojecerlos. Ella gemía, arqueándose disfrutando de momento.
Cabalgo sobre el durante unos minutos que parecieron horas disfrutando de cada momento, la imagen era espectacular y los cuerpos de los dos reflejaban las sensaciones que los recorrían con pequeños espasmos y miradas teñidas de lujuria.
En un momento algo cambió, ella redujo el ritmo, no por cansancio, sino para alargar cada instante, cada conexión. Sus miradas se encontraron y se sostuvieron, se miraban sutilmente a los ojos, luego a la boca mientras la cadencia de sus cuerpos se hacía más íntima.
Entre jadeos, le devolvía la mirada con una intensidad de pareja. Yo, desde mi rincón, podía sentir la atracción magnética que se generaba, un hechizo del que yo era el único espectador, testigo de un ritual intimo.
Ella siguió moviéndose sobre él, pero ahora sus caderas giraban en círculos lentos y profundos, dus manos recorrían el pecho del corneador, y los dedos de él se enterraban en sus caderas, guiándola con urgencia contenida. Susan rostros se acercaban y se alejaban, jugando con la proximidad, hasta que ya no hubo distancia que recorrer.
Se acercaba un momento que temía y que había pensado oír mucho tiempo, un nudo se me formó en la garganta.
Él puso sus manos por la espalda sin dejar de mirarla y ella se acercó, dejando sus caras a escasos centímetros.
Jadeando compartían el aire she salía de sus bocas hasta que ocurrió.No fue un beso tierno, sino un encuentro húmedo y carnal. Sus labios se unieron con hambre, y de inmediato sus lenguas salieron al encuentro, entrelazándose fuera de sus bocas por un instante, en un juego previo y obsceno, antes de sumergirse en un beso profundo.
Gemían el uno en la boca del otro, y el sonido era tan íntimo y posesivo que cada gemido me taladraba el pecho.
Era la imagen definitiva de su conexión, y yo desde mi silla, asistía al momento en que mi mujer y aquel macho sellaban su lujuria con un beso que era a la vez despedida y comienzo de una etapa del encuentro completamente nueva para los tres.
En la en la penumbra de mi silla, sentí como algo se quebraba en mi pecho. eran celos, pero no era rabia, era un dolor silencioso de ser testigo de un momento al que yo ya no pertenecía.
Los vi jadear, unidos, y supe que ese beso era el paso definitivo, la prueba de fuego el Rubicón de los que damos el paso.
Pero eso otro día.