Mátame, me pides. Y eso haré.
Yaces entre una niebla de vapor rojo, como una escultura de ansiedad bajo el fulgor inalcanzable de mi luna interior que comienza a brotar en la sombra. Y ahora mi mano aferra el hielo que te ofrece una declaración de guerra a tu quietud. Es mi caricia insolente, la punta de un puñal de escarcha que te tatúa el primer espasmo cuando recorro tu boca carmesí y voluptuosa. Te escucho, es un gemido mudo que resuena como una nota de piano abandonada en una habitación de mármol y hoguera cuando se deshace, tibiamente , encendiendo los contornos de tu volcán aún apagado.
Mi cristal frío, mi explorador sin brújula, danza sobre ti, trazando la geografía secreta de los misterios de tu avidez. Se desliza, sí, como una lengua de mercurio, un río subterráneo que va del susurro a la detonación, inaugurando el camino de tu viaje a el umbral de deseo perdido. El frío es mi primera pregunta, y tus zonas prohibidas, que sólo yo conozco, que tú sólo ofreces, responden con una descarga temblorosa que te desarma arqueando tu cuerpo levemente, entre un gemido de lirio y un manantial que comienza a brotar por primera vez.
El témpano rompe el umbral de tu cuello, donde tus sueños se ahogan sin piedad con tu corazón entrando en generala, y se precipita por tu columna, una cascada minúscula de la memoria de lo olvidado que prepara la sima final. Subo despacio, como un ciclista aguerrido, por el otero duro que corona tu pecho. Y la frialdad acaricia en circulos esas pequeñas rosas desafiantes. Recorro el valle incalculable de tu vientre, justo donde tu memoria uterina guarda su primer fuego, y allí, el frío afila tu precipicio hasta convertirlo en una punta de diamante que pide ser esquirlas de estrellas muriendo. Cada poro es ahora un faro diminuto que se enciende en la bruma de tu excitación. Sé lo que piensas:
"Fui la grieta en el espejo. El hielo me enseña mi propia sed."
Y de pronto, el inevitable descenso. El cubo gotea su lágrima final justo sobre el umbral de tu secreto descubierto y abierto. El impacto del cristal es el eco diferido de un rayo, en el atrio de tu vulva, una punzada nítida que contrae el centro de mi universo y tu cuerpo de esencia oscura. La escarcha sobre tu límite sagrado no es un freno, sino el arco tenso que precede a mi disparo en el centro de tu diana carnosa y voraz. Cuando el hielo se deshace en vapor incandescente sobre tu piel, mi cuerpo llega para ocupar el espacio vacío, y mi tacto es el sol en la tierra después de mil años de invierno. La fricción, ahora es el placer y la pulverización del tiempo, la desintegración de los minutos bajo mi asedio.
El centro de tu ser se abre, como una flor trivial, como una galaxia roja y hambrienta que colapsa sobre sí misma, como la lava recorriendo prados de naranajos. Las sábanas se vuelven olas de un mar sin fondo, y tú eres la náufraga que no sabe si nadar o morir ahogaba en su propia saliva salada y dulce. En el cima iniesta , comienza tu muerte buscada, como una ejecución sensorial que te libera de ti misma. Caes, vuelas, remontas, gimes, gritas, te mueres sin morir. La tapa del ataud de tu cuerpo comienza a cerrase y acoges entre suspiros, bufidos y labios mordidos la llamada a la inevitable caída al abismo del desvanecimiento. Tus ojos ven figuras geométricas, duendes y hadas, no sientes tu piel, tu boca pronuncia palabras hechas de arena y miel, eres un espectro que llora y ríe. Sientes tus órganos flotar en una marea de éxtasis del que yo soy el orfebre de tu tiara de espinas y satén. No eres dueña de tu cuerpo. Eres un vaso roto, mi ánfora desgarrada que derrama luz líquida.
Pero justo en la calma vacía, cuando la respiración es un hilo plateado, yo me adentro en tu silencio cabalgando en un carro de carne y fuego. Es el momento de la segunda muerte, la que te da el nombre, la que te hace mi pas y mi guerra. Mi esencia es un océano líquido y eterno de besos de gas y géiseres de caderas batiendo que encuentra tu vacío y lo prende e incendia de nuevo. El calor se multiplica. Tus sueños, ya fatigados por la primera aniquilación, no se relajan; se convulsionan en un arrebato de amazona más íntimo, menos ruidoso, más lento pero más profundo. Tu fuego de diosa se topa con el mío y, juntos, explotan en vapor de deseo conseguido, de agua que danza entre la huida del miedo. El placer ya no es una onda moribunda, es una niebla densa que te envuelve, una segunda ola que te arranca el último vestigio de cordura. Tu muerte entre mi pasión se ha completado; te he matado dos veces, has nacido mil amaneceres en un segundo. Y al regresar definitivamente, yaces vacía, despojada y renacida. Ahora, en el silencio postrero, escuchas la única verdad que queda.
Fui arcilla y fui espejo; mi centro roto ahora sólo te refleja a ti, mi aniquilador bendito y mi dueño.
J. Hoy poeta .

