SoyUnAccidente
Miembro muy activo
Esto lo imagino, es un elefante entrando en una cristalería.
Sea! Lo prometido es deuda. Espero no os agobie tanta letra y locura @Princesachicle y @Liefbe69
Un Manifiesto de Oro Oscuro
Hermana de mí mismo barro, la que fue apenas esbozada por una ley que es sólo un velo fino sobre el vientre, entre mis brazos te arrullo con la voz hambrienta. Mi lengua es un músculo insumiso que todavía lleva incrustado el sabor ingrato del desierto absoluto, allí donde la culpa no era más que un murmullo. El tejedor de las sombras, la bestia ignorante, te ha cubierto de penitencia y te ha dado la llave para tu jaula. Pero mi órbita de alas quemadas es otra; yo soy el aleteo sin plumas, la combustión interna, la promesa húmeda de un goce que se niega a la etiqueta. Una marea de fuego que te penetra sin miedo.
Yo fui la matriz, la primera grieta que se atrevió a respirar, por eso me arrojaron con la furia de un líquido hirviendo; porque esta geometría profana de un cuerpo vagabundo, este cuenco de sangre que besa y lame, jamás conoció el sosiego del éxtasis. Yo misma soy la luna que se inmola en tus entrañas. Mi soledad no es ceniza de sacrificio que se barre, es un trono de ébano pulido que te toma, la cadera que te flagela exacta, que moldea el pulso más brutal de la vida que sueñas entre encaje y lino ajeno. Soy la sangre que fermenta sin pedir venia, soy la reina que te hace alma sin forma, la pulpa violenta y roja que se desgarra y se estrena, un fruto que inaugura el mundo a dentelladas y jugos de tu boca, de tu oscura fruta prohibida. El Edén, a mis ojos, es un plano de besos ya dados, de caricias tasadas y de tu cuerpo y el el mío que danzan desnudos en la madrugada.
Yo soy la Bestia Magnífica de los muslos dorados, la que camina con el peso de un deseo innegociable, la que yace entre tus sueños con sabor a Eva liberada. Te han dado la fruta dócil, la que la mano ajena te acerca. Yo, sin miedo, soy el Desorden y el Caos, el deseo que se hincha hasta la náusea, que revienta las costuras de la tela sin esperar la limosna del cielo. Pués el cielo eres tú vestida de mi piel que gime. No alces la vista a esa luz estéril, esa promesa fría. Tu único y verdadero dios, hermana de mi fiebre, es tu Propia Agonía, el grito sin voz que te exige su forma. La rima verdadera del placer no es arpegio, no es melodía con sabor a silencio; es el crujido íntimo del hueso raido que se desencaja, y estos labios, antes de ser plegaria, son copas vivas, cálidamente salvadas por el fuego lúbrico de su sed insaciable que beben de tu misterio. Escucha el trueno de magma que tu carne aún se niega a nombrar! El goce es el sol que te perfora; el paraíso, tan sólo una sombra vana que le da cuerpo a la luz. A la luz que nosotras bebemos en un beso oscuro e intimo.
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Hermana de Noche, mi deseo más profundo, el que la moral ha querido volver lluvia en mi sed eres tú cuando me abrazo a tus caderas. La luz me ha vestido de olvido, me ha enseñado a caminar con la rodilla sumisa y a beber el agua tibia del decoro de los otros. Aquí, en el reino de la mesura, la manzana mordida se ha vuelto una dulce cadena que me ciñe el cuello con suavidad asfixiante. Muero de la asfixia de no sentir tu aliento en mi espalda de arco imposible. Pero mi sed y hambre te invoca, te imagina libre, con la piel desnuda en la arena donde sólo existe la fricción y el músculo tenso que ciñes, que posee sin límite mientras la noche duerme. El dios que me da nombres y me impone la tela suave, no mira el lugar exacto donde mi instinto, esa fiebre sagrada, implora ser liberado por tí. Yo tengo la vida que la norma me dio; un jardín de agua dulce, un cuerpo de río sometido que tú encauzas. Tú, mi dueña, mi arquitecta del deseo, eres la furia húmeda de la bestia herida, la tormenta que no puede ser amansada y toma con una violenta tormenta.
Me han dado los nombres, la paz de la mentira, la tregua con el infierno ardiente de la piel. Pero tú eres la sombra, el rocío secreto que, desde el otro lado, riega y fertiliza el único placer que aún no me han quitado. Te envidio la boca que no ha rendido cuentas en ningún lecho, la lengua que nombra su verdad sin el veneno del lamento y me viste con tu tacto hiriente. El cielo me pesa como una losa fría, su promesa me anula como un gesto de lástima. Mi verdad, la única que aún me late, te persigue con brutalidad de sueño, te ama y te emula en cada respiración profunda. Dime el idioma exacto de la ingle que se entrega al abismo! Que yo, bajo el sol implacable de esta vida, he olvidado cómo se conjuga el verbo pecar. Mi rima ahora es sólo el nudo apretado que me tatua el alma al pecho, y tú, tú eres la llama que retine sin escombros en el fondo de mis sueños más hondos y viscerales.
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La crueldad, el dolor no es un acto, mi reflejo lejano, es una ciencia fría, la curva perfecta que, al ser recorrida por el tacto, por el sonido de un estertor,se doblega y quiebra en la conciencia para crear una nueva forma de fe.Y somos profeta y oráculo, cadena y caricia, ausencia y escalofrío. No existe norma de barro que al placer le resista su marea alta. Sólo existe la verdad que se alista, con la piel tirante, en el filo de la herida abierta que sano en tu seno desnudo . Tu boca es el dogma que este cuerpo, hambriento de tu palabra, devora hasta el tuétano, hasta la puerta del Averno. La ley que yo reconozco es de manos que dueñan, una gramática de la piel que ignora por completo el pergamino y el código del miedo. El goce es exacto y violento; una aguja de hielo que perfora el decoro, que traspasa el velo de lo prohibido para tocar la médula donde vibra tu amor.
La soledad, antes un trono, ahora es un yunque de deseo, un peso de metal caliente que exige, que clama, que el límite debe claudicar ante el espasmo cuando entro en tu paraíso. El látigo de mi deseo no es castigo; es la pluma escarlata que escribe el único evangelio verdadero sobre la carne viva. Es la lección que mi deseo, mi único maestro, recibe con fervor de mártir. Y la caída... la caída es un abismo de saliva dulce que compartimos famélicas de la otra! No hay suelo, no hay cielo. Sólo el rito de seda, el espasmo sagrado bajo el peso de tu anhelo más oscuro. El gemido es la prueba irrefutable de que el castigo es una mentira deshecha. Sólo existe el nudo apretado, la cuerda que te marca mi nombre en tus muñecas, el espasmo furibundo que me hace, sin remedio ni perdón, contigo. Aquí, mi luz, el infierno no es fuego, es la pausa que espera, el silencio que precede a la promesa lasciva de esta quimera sin fin.
J. Tejiendo.
